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Número 171-172

Serie XVIII

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El Estado y la política

EL ESTADO Y-LA POLITICA. (*)
PO&
ENRIQUE ZULBTA PUCBIR.O
I
"Todo es perfecto cuando sale de las manos de Dios, pero todo
degenera en las manos del
hombre. Obliga
a una
tierm a
que dé lo
que debe
produciJ; otra, a que un árbol dé _un fruto distinto; mezcla
y

confunde los climas, los elementos y
las estaciones; mutila su pe­
rro, su caballo y su esclavo; lo turba y desfigura todo; arna la defor­
midad, lo
monstruoso; no
quiere nada tal como
ha salido de la na­
turaleza, ni al mismo hombre, a quien doma a su capricho, como a
los árboles de su huerto" ...
La frase no pertenece a ninguno de los
profetas del oibUismn contemporáneo, ni a ningu~a de las formas
actuales de la literatura utópica. Abre las páginas de uno de los
textos más
significativos para la interpretación de la filosofía polí­
de nuestro tiempo: el
Emilio de Rousseau. Escrita hace más de cien
años, anticipa lo esencial de la
revuelta contra
el Poder que hoy
pa­
rece imponerse en el pensamiento filosófico y la política.
En efecto, nunca desde la consolidación del espíritu antimetafí­
sico
propio de la Modernidad, llegó a cuestionarse la esencia
misma
del

poder· político con la radicalidad propia del pensamiento
acrual.
Uno

de los principales represenrantes de la
noN1Jelle 1111g11B filosófica
comienm
uno

de sus escritos
más conocidos haciéndose eco de esta
cuestión: "Conocernos
~ice B. H. I.évy-la antigua pregunta de los
filósofos:
«¿por qué hay Ser en vez de nada?» Tal es, acaso, el nue­
vo problema; habría que
tomar la decisión de convertirlo, si bien
(*) Conferencia proOtinciada. en el Cfrculo de · la Unión Mercantil e
Iodústrial de Madrid el 17 de mayo de 1978.
109
Fundaci\363n Speiro

ENRIQUE ZULEJ' A PUCP.IR.O
no en nuestro vértigo, por lo menos en nuestra preocupación: «¿Por
qué existe el Poder?, ¿Por qué el Poder en vez de otta cosa?»"
Lo que se cuestiona no son, pues, tales o cuales estructuras his­
tóricas

de poder polltico, rales o cuales instituciones, costumbres o
códigos de comportamtento. Se discute la esencia misma del poder,
su
más íntima razón de ser. El pensamiento polltico se trascenden­
taliza. Las ideologías
parecen agotar su

capacidad de referencia in­
terpretativa a
lo real, aunque posiblemente permaneua intacta su
capacidad de convocatoria de las
fuerzas itracionales del espíritu
humano.

Nuevamente
retormn al primer plano ese

puñado de pre­
guntas esenciales acerca de la
sociedad que

llevaron a los hombres
de todas las épocas a la
filosofía.
Visto este fenómeno desde la casi absoluta carencia de concien­
cia histórica propia de
nuestras clases . políticas, la importancia de
esta actitud será seguramente minimizada.
Se verá .en ella un brote
de rebeldía inmadura, de resentimienm anárquico, de romanticismo
ahistórico, o -¿por qué no?-la nueva táctica de alguna secreta
conspitación universal. Mucho más cerca de la verdad, otras posi­
ciones
advertirán seguramente

la presencia siempre renovada de
la
Utopía, forma menral típica de las épocas de crisis. Pero a esta últi­
ma opini6n habría que oponer, tal ve-z, el hecho histórico de que l.os
utopismos

no siempre desembocaton en el
anarquismo. Muy por el
contrario, los mismos se volcaron por lo general hacia las grandes formulaciones sistemáticas;.
hacia el

diseño
de sociedades ideales,
férreamente organizadas, estructuradas
y jerarquizadas. Y cualquiera
de los sostenedores del nuevo nihilismo
repudiada oon
horror tal in­
tento de asimilación.
No estam.os, ciertamente, ante. una simple moda intelectual, por
más que muchos de sus sostenedores no sean otra rosa que crea­
ciones efímeras de la industria editorial o de
la frivolidad de los
ambientes universitar_ios europeos. Estamos ante un fenómeno mu­
cho más profundo e importante en sus proyecciones futuras: la ra­
z6n
de

la
Modernidad se . sincera
consigo misma; se revela en sus
virtualidades más hondas, romo si las ilusiones de la ideología
tee­
nocrática fueran insuficientes para una hlllDllllidad que ha alcan­
zado, a
través del
miedo
y el sufrimiento, su· mayorlia de edad defi,
110
Fundaci\363n Speiro

EL ESTADO Y LA POUTICA
nitiva. "La vida es una causa perdida y la felicidad una idea caduca",
sentencia
desde su pesimismo. metódico B. H. Lévy; "Una . civiliza­
ción

que
empezó por

las catedrales
tenía que tertninat en el herme­
tismo

de la
esqUÍ20frenia ",

dice a su vez Cioran,
un. precursor no
siempre reconocido.
La
situación es, en el fondo, paradójica: ¿Cómo entender que
esta
negación radical de
la idea miama de poder coexista precisa­
mente con los momentos de máxima afirmación y expansión de esa
concreción histórica del poder político que es el Estado moderno?
Lejos de resquebrajarse o de
catninat hacia su desaparición, el Estado
se consolida,

endurece sus posiciones sociales
y amplía cada vez
más su participación en
la economía general de la existencia hu­
mana. Su

hipertrofia ruantitativa
y cualitativa llega a alcanzar ni­
veles
monstruosos.
Los tres "poderes" propugnados por la ideología
dernoliberal estallán

en una infinidad de "poderes" que
hubieran
sido

impensables hace
tan sólo unas décadas, y que operan como ins­
trumentns de una dotninación creciente sobre la sociedad: poder
gubernativo, planificador, policial, educativo, económico,.
represivo,
militar,

sindical, fatniliar, local, de la información, tecnocrático ...
Una vasta estructura de dominio, que reconoce
en el

Estado su
pun­
to de referencia unitario, se extiende a lo largo de todo el cuerpo
social
y penetra en !ns rincones más ínrimos y secretos de la per­
sonalidad.
Preso en una verdadera cárcel de
palabras e ideologías, el pen­
samiento
político actual

es
incapaz de dar cuenta cabal del fe­
nómeno apuntado. Por profunda y traumática que haya sido la ex­
periencia

contemporánea acerca del Estado, no parece haber sido
capaz de
ocasionílir un

adelanto significativo de
nuestras herramientas
teóricas.
En lo esencial, el "empirismo" de las ideas actuales no ·pa­
rece haber lrecho otra

cosa que
repetir con

fidelidad casi religiosa
los dogmas fundacionales de
la Modernidad, cuando no los imperati­
vos cambiantes de

la
Razón de
F.stado.
Eri su orfandad de perspec­
tivas, cerrado

a la única forma genuina
y verdadem.menre práctica
de
conocitniento que

es el conncitniento de los
principios, el pen­
samiento político moderno no podía tener otta culminación · lógica
qu:e
· el

nihilismo. No se
trata ya

de
que sea brutal y condenable el
111
Fundaci\363n Speiro

ENRIQUE ZULl!I' A PUCFlRO
poder de las dictaduras opresoras. Es el poder en sí mismo lo que
constituye un
mal a extitpaL de mb:. Su presencia entre los hombres
constituye un

resabio de animalidad, una
fomia de

autoridad, que,
como el pensamiento mítiro,
la religión o la filosofía, deben dejar
paso a las exigencias de una nueva humanidad, liberada definitiva­
mente de toda
mediatización. Frente al ser, la nada; frente a la evi­
dencia, el silencio; frente a
la responsabilidad, la huida; frente a to­
do poder, la anarquía. Algo de esto intuyó ya Nietzsehe cuando des­
cribió. la tensión
t0ttutada, creciente y violenta ron que la cultura
europea

se precipitaba hacia el
nmilismo, precisamente en

función
de sus principios originarios: el mcionalismo, el
espíritu de cálculo
y el culto al dominio científico de la realidad.
ll
La historia del Poder en la F.dad Moderna reconoce al Estado
como promgonista .esencial. Quien repase, aunque sea mecánicamen­
te, el título de esta conferencia estará, posiblemente, tentado de
decir:
"El Estado o la política". Política es para los modernos sinó­
nimo de poder, al menos desde Maquiavelo, o desde una lectura
apresurada

de Maquiavelo. Y poder es sinónimo
de Estado. No se
concibe el concepto de
poU#ca sino en el campo referencial del con­
cepto de
Brtado. Es .la situación relativa respecto al concepto de
Estado lo que califica de
"p,,Uti.ca" a determinada actitud, e,opecta­
tiva o comportamiento. En un mundo en el que el Estado invade
todos· 1os resquicios de la vida
personal y sociai no es extraño que
la política impregne también todo. Todo es política: la religión,
la
cultura, la economía, la filosofía, el arte, la literatura, la vida. Vi­
vimos lo que
Ortega denominó ron acierto
"una
época· de
politi­
cismo integral",
signo inequívoco de las fases de decadencia y de­
clive

en la historia de las dvilizaciones.
La Modernidad ha roto
ese equilibrio delicado
y sutil,

ese mínimo vital
y móvil de po!ltica
que caracteriza esencialmente

a
toda sociedad sana: ese nivel por
debajo
del
cual la misma se disuelve en .. el caos y por encima del
cual cae en la
opresión totalitaria;

nivel que
es, por tanto, 1Jiúl,
112
Fundaci\363n Speiro

EL ESTADO Y LA POUTICA
aunque sea m6vil en su determinación histórica definitiva, . para ca­
da

sociedad y cada tiempo.
La historia de las palabras nos dice mudho acerca de la historia
de
las realidades humanas. Creo importante recoger una aguda ob­
servación
de

Julien
Freund, en eLsentido de que al

mismo
tiempo
que las ideologías

introducen
el reino de los adjetivos (WmM,i-sm(),
Ubera/.i,sm(), social,i,mo, etc.), desplazan lo plural en beneficio de lo
singular. Hasta
la Modernidad, el concepto de Revolnción no existe;
se
habla

de
,evoluci en
el campo de la
política como
en el del
Dereclio, la
historiografía,
la
filosofía o

la literatura. Este dato es altamente significativo
pata
explicar la noción misma de poder. Las ideologías de la Modernidad
operan un proceso de. reducción, desde
las potestades múltiples y
diferenciadas, propias de la concepción premoderna de la política,
hasta la idea de
Pode, como concepto totalizador. La principal con­
secuencia de este red.uccionismo es la de que queda cerrada toda
abertura a

una compresión
metafísica del
poder. Convertido
.en un
concepto ideológico, no interesa ya conocer su naturaleza, su géne­
sis, su proceso de concreción histórica o su función en· la sociedad.
El
poder queda
totalitariamente
ontologizado y, como tal, será onto·
lógicamente
bueno u ontológicamente malo, en una
oposición dia0
léctica que se traslada, oaturalmente, al tetreno de las posiciones
políticas. En su politicismo integral,
la mentalidad moderna · tiende, por
la propia dinámina de sus ideas · de fondo, hacia el totalitarismo,
emeodido éste
en

el sentido denunciado
ya, desde perspectivas di­
versas,

por Spengler, Ortega, Scheler, Maurras, Pareto,
Pieper o
Sciacca. Los regímenes de centralización total y de terror policí-a.co
instaurados por el poder revolucionario en más de la mitad del
mundo no hacen
otra cosa que prefigurar en imágenes y términos
brutales

un proceso de evolución posible de las formas políticas
occidentales. Una vez que
el ignslitarismo abstracto de las ideolo­
gías

instaura la idea de
totalidad como principio de organización
social,

ello no podía
ser de

otra manera.
La totalidad -er¡,lica Claude Polio- es el aspecto de un cuerpo
social en el que los elementos que
lo componen son uniformes y
113

Fundaci\363n Speiro

ENRIQUE ZULET A PUCEIRO
homogéneos. El 101alitarismo es, consiguientemente, la fonna que
cobra
la idea de totalidad desde que la misma deviene un objetivo
social. O,
más precisamente,

la forma que cobra una sociedad que
se fija
como ideal

el
formar una
totalidad. En tal caso, todas las
energías sociales se movilizan
. según

una volunrad general de
IXJ11-
fomiidad que funde todos los elementos sociales en una única masa,
amotfa e
indiferenciada,
carente de
relieves
y de distinciones. Un
conformismo generalizado, expresado ideológicamente
bajo las for­
mas
más diversas, de.sde la construcción teórica del

"contrato social""
hasta la "igualdad de oportunidades" del
Esrado Providencia,

se
convierte en motor del proceso de niasifica.ción.
Lo grave es que, en el fondo, la filantropía democratizadora de
las ideologías modernas debe más al afán de lucro y a la necesidad
de cálculo
racional de

los comportamientos ajenos que a un genui­
no propósito de redención humana. Es un
altruismo fundado

en el
egoísmo, una caridad fundada en el odio de clases, un amor hecho
de envidia, una concordia erigida sobre la
hostilidad y

la guerra
social, un derecho fundado en los privilegios,
y en la volunrad de
poder. Desde esta hipocresía fundamental, es posible explicar el des­
tino trágico de las ideas modernas
y la crisis de un lenguaje polí­
tico
incapaz ya

de dar cuenta de
las realidades concretas. Decir Li­
bertad, Igualdad, Fraternidad -,-con mayúscula-es decir, en reali­
dad,
despotismo, odio
social, envidia
y opresión.
Es que la moral totalitaria no puede menos que ser solidaria con
una ontología totalitaria subyacente. Desde este punto de vista, el
Derecho no es expresión de un orden natural, inmutable, de valores
permanentes, sino

un
mandato históricamente circunstanciado, - de
la voluntad de los poderosos. Los deberes sociales no son otra cosa
que consecuencias individualizadas de una vasta planificación cen­
tralizada de las actividades sociales. El bien no es propiedad trasceo­
dental del ser,
perseguido arduamente por la virtud, sino una tran­
sacción pragmática y provisoria entre egoísmos e intereses concu­
rrentes, eotre los que prima de forma igualmeote accidental la
razón de la fuerza. El
-p,6jimo no es ya el ser concreto que convive a
nuestro lado:

es una idea
vaga y utópica, tan lejana e ioalcanzable
como carente de contenido, suficiente -subraya
Polín-como
para
114
Fundaci\363n Speiro

EL ESTADO· Y LA POUTICA
servir de coartada a la crueldad. Como para justifica, la extermina­
ción

de los hombres en defensa de
la Humanidad.
En este contexto, la política deja de ser aquella forrpa, la más
eminente, de la

conducta virtuosa, sobre la que
reflexionó la tradi­
ción poHtica occidental, desde Platón hasta el siglo XIX. La política
pasa a
ser lucha por el acceso y conservación del poder político.
Lucha en todos los niveles y ámbitos de la vida social, ya que lo
propio
del fenómeno social es el conflicto y no la armonía. Para la
ética del individualismo posesivo, basada en el odio y la envidia, no
puede
haber otro

objetivo político que un dominio
cada vez
más
amplio
y total de la realidad circundante. El instrumento máximo
de
esta
dominación y

manipulación social
será el Estado. Un Estado
concebido desde
el Renacimiento como una obra de arte (Burkhatdt),
como expresión de un
facere, de una técnica amoral de configura­
ción técnica del hombre
y la sociedad.
Fiel a

este triple
fundamento ontológico,
ético
y político, el Es­
tado moderno cobra, a su
vez, una dinámica totalitatia. La misma
se expresa en una tensión que afecta a cualquiera de las formas ins­
titucionales

que cobre aquél en
la actualidad: desde. las dictaduras
comunistas
hasta las

al
pru:ecer ingobernables
democracias occiden­
tales. Tensión que resulta más
evidente en

estas últimas, precisa­
mente
por la debilidad de sus mecanismos de coacción social.
Pata cualquiera que
observe la realidad política
de nuestros días
con un
mrnirno de

objetividad, no cabe duda de que las
democracias
pluralistas

han logrado cuotas
importantes de
reconocimiento.
y de­
fensa efectiva de las
libertades públicas.

Su superioridad frente a
las democracias llamadas
"populares" es también evidente

en
lo que
se iefi.ere a justicia social efectiva, satisfacción de necesidades, de­
sarrollo económico

y social y
patticlpaci6n real
de la sociedad en el
Estado.
Como

contrapartida
--y posiblemente
como un precio ineludible
de Jo
anterior-, las democracias

plnralistas aparecen como Estados
fundamentales débiles, incapaces de afrontar los antagonismos so­
ciales
y políticos que se agitan en su seno y de rontrólar los efec­
tos

de
la crisis generalizada de sus creencias cívicas. La vida perso­
nal se ve
mediatizada por la

propaganda y el
espíritu consumista;
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Fundaci\363n Speiro

ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
la actividad política cae en el electoralismo y el partidismo, formas
de
despilfarro de

energía social difícilmente soportables por estruc­
turas económicas

cada
vez más desestabilizadas y
anacrónicas.
En
ese marco,-las fuer:Za:S socia:les- .:reales tienden a crecer y afirmarse en
la defensa de sus intereses particulares. El poder sindical, el poder
de
la información, los poderes económicos, el poder cultural, los po­
deres regionales, son índices elocuentes de que la realidad política
no es ajena al principio físico de que la naturaleza tiene !horror al
vacío. Los nuevos protagonistas de la lucha social cubren z.onas en
realidad abandonadas por poder político. La estructura del Esta­
do, formalmente omnicomprensiva y omnipotente, tiende a perder
contenidos reales, y asiste a la instauración de un nuevo feudalismo
en el que la debilidad constitucional del monarca anuncia una Edad
de Hierro de
perfiles imprevisibles.

Escéptico
y avergonzado de su
autoridad, el poder político intenta legitimarse como
gerente de las
necesidades .materiales de los ciudadanos, renunciando a todo signo
ideológico y a toda escala de valores rrascendente a la Razón de Es­
tado_. La reivindicación de ámbitos cada vez mayores de acción para
la iniciativa pública es así vfa para la involución y el estancamien­
to
social Visto en
el plano de las relaciones internacionales, el modelo
democrático
ph:mlista termina por revelar su indigencia. Arrastrado
por los intereses estratégicos -de una superpotencia, renuncia a toda
autonomía, negocia y tr~sa todas sus posiciones, liquida todas sus
situaciones de predominio y termina dectetando la caducidad de
sus valores fundamentales en nombre de la pretendida
"eficacia" de
la planificación tecnocrática. La propia evolución de las ideas po­
líticas · queda cristaliZllda en un ideologismo inmune a las experien­
cias históricas, y ello es particu'larmente evidente en los países de la
Europa mediterránea, donde -como notaba recientemente J ean Fou­
rastié-
la ideología socialista-marxista de los años
. veinte
ha se­
guido siendo
.una ideología

izquierdista
hasta nuestros

días, mientras
que en el
~esto del

mundo
diclha ideología

o bien
ha pasado a de­
sempeñar un
papel totalmente secundario

o bien se
ha convertido
en
'Ulla ideología oficial, propia del partido único en el poder, esto
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Fundaci\363n Speiro

BL ESTADO Y LA POLITICA
esJ reaccionaria. Los casos de· Francia, Italia o España ilustran perfec­
tamente esta tesis.
En el o!ro platillo de la balanza, una minoría mas decidida y
eficaz, menos escéptica y mediatizada por los prejuicios de la bur­
guesía,

vuelca el equilibrio hacia el modelo totalitario. En
estrictá
coherencia

con
las líneas maestras de evohición del Estado moderno,
reconoce en

la Totalidad el objetivo
supremo de la evolución social.
Lejos de
avanzar hacia

el cumplimiento de
la promesa mesiánica de
la abolición de todo poder, lo refuerza mediante una diCtádura im­
placable en la que lo
decisivo es la presencia del factor personal. Acon­
tece, como lo norua ya

en su tiempo
Max Weber, la "paradoja de
las consecuencias", connatural a la sociedad moderna: la práctica
de la democracia totalitaria se elabora a partir de una contradicc_ión
sistemática con los principios anunciados por la ideología. Se ins­
táura
así
un dogmatismo del
poder .que
-como bien indica Freund­
no es
otra cosa

que
la contrapartida o la cruµpensación inevitáble de
la ind-minación de los fines proclamados pot la utopía. El poder
es

la medida de
sí mismo. La totalidad es la expresión de un prin­
cipio absoluto; un momento en el devenir de la materia. La volun­
tad revolucionaria opera como un demiurgo ~ágico, sintetizando el
reino de la Ji berrad con el reino de la necesidad; el pasado, el pre­
sente y el futuro en una única dirección, marcada por el a1,censo
progresivo de la humanidad hacia su liberación definitiva y total.
Nada
importáll los
costes: todos los
partos son dolorosos, "los hom­
bres tienen que aprender a morir
para que
se
sdve la
Humanidad"
(Castro, julio de 1978).
La Historia es la instállcia suprema de jus­
tificación. El terror del universo concentracionario anuncia el sacri­
ficio redentor de una humanidad nuevamente salvada por la sangre
del Justo.
La estructura de Esrado cobra así una personalidad salvífica,
participada

por aquella minoría
elegida. que
constituyen quienes son
capaces de

anunciar e interpretar los signos
del tiempo nuevo. La
revolución tiene sus escrituras, sus sacerdotes, sus fieles, sus répro­
bos, sus elegidos. Es portadora de un anuncio seculatizado de salva­
ción
y promete la recuperación de un Reino, perdido por el pecado
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Fundaci\363n Speiro

ENRIQUE ZULEIA PUCEII{O
de las estructuras y ,recuperable a través del sufrimiento y el sacri­
ficio sin
límites.
En esta perspectiva, la política vuelve a ser una auténtica pra­
xis soteriológica, inscrita en ei plan de salvación secularizada de la
ideología. Todo es política:
desde el
Todo
y pata el Todo. Fuera
del Todo no
hay salvación, refugio ni supervivencia.
En este
clima de terror, el poder desenvuelve basta el fin las
virtualidades de
la Modernidad. 1789 y 1917 matean, precisamente,
dos momentos cruciales de
la historia moderna, caracterizados esen­
cialmente
por el acceso de los filósofos al poder. Pensamiento, polí­
tica, poder y Estado se confunden y compenetran íntimamente, en
un Todo indiferenciado y homogéneo, donde la desapatición de los
limites no
parece otra

cosa que el reflejo de la muerte del hombre
concreto, esa

víctima propiciatoria de la humanidad liberada.
·
Cerrada

en sí misma,
la =sión totalitaria de la democracia es
inmune a
fa realidad y a las lecciones de la historia; sus sostene­
d.ores -reconocen una única norma ·de eficacia: la obtenci6n y conser­
vación del poder político. Un lenguaje ambiguo y polivalente, el de
la "vulgata" marxista, exime del diálogo y de la duda.
La debilidad
de
la fe del adversario, la mala conciencia de los "especialistas",
nostálgicos de fa >fe perdida, son sus mejores ;nstrumentos de lucha.
"La dictadura es un poder que se apoya directamente sobre la vio­
lencia y que no
est& ligado por ninguna

ley. La dictadnra revolucio­
naria del

proletariado es un
poder conquistado y mantenido por la
violencia,
que el proletariado ejerce

sobre la bnrguesía, poder que
no es!& ligado por ninguna ley" (Lenin).
m
Llegados a este punto, intentemos una síntesis de fo dicho sobre
el
proceso de
totali"'1ci6n de
la vida política
moderna. ¿Estamos
-com.O propone el evo1ucionismo materialista-ante un devenir
necesario
y forzoso de la materia, uno de cuyos m~tos particu­
lares es el que protagOnizan el Estado y las formas modernas del po­
der, o, por el contrario, estamos ante las consecuencias lógicas de
118
Fundaci\363n Speiro

EL ESTADO Y LA POUTICA
ciertas ideas de fondo, propias de la mentalidad moderna y que hoy
muestran sus virtualidades más extremas?
Nuestra respuesta se inclina más bien hacia la segunda alterna­
tiva.

El Estado
y la política de la Modernidad son solidarios con la
imagen moderna del hombre
y de la vida.. Dumnte siglos --observa
Fourastié-, la corriente dominante en el pensamiento occidental
construyó una imagen del hombre referida, si no a Dios o al "Ser
Supremo", por Jo menos a "los productos más elevados de la mate­
ria" (Lenin). Desde Platón
hasta Santo Tomás,

o aún
Descartes,
Kant

o
Bergson, el
hombre fue definido como un
alma, creada, si no
por Dios y a imagen de Dios, por Jo menos por la energía vital,
y de la naturaleza de la energía vital. La noción de humanidad se
identificaba así
por ou dignidad eminente. Fundaba una igualdad
esencial entre
los hombres
que sólo
el pecado podía corromper. Las
idelogías
dominantes, en cambio,
han sustituido el alma por la razón,
la vida por la materia. Han cumplido así una función "desmitificado­
rn"
que ha terminado por destruir la imagen occidental del hombre y
de la sociedad. Estos quedan definidas no por su dignidad eminente
ni por sus características esenciales, sino por eus defectos y anoma­
lías patológicas. Cerrada a la trascendencia, la
dialéctica de la mo­
dernid1ld termina por

arrastrar consigo a todos
y cada uno de los
factores de la realidad política..
,El Estado

moderno es,
pues, la
solución que
el pensamiento de
la modernidad da al problema de la concreción del poder político,
en
función de
sus premisas ideológicas de fondo.
Es, por tanto, una
realidad histórica, inscrita en unas determinadas coordenadas espa­
ciales, temporales
y espiriruales. Su génesis y desarrollo se explican
en función de
las mismas, y todo pienle sentido si, repitiendo un
error oomún en 1a ciencia política actual, se lo considera sub specie
aetemitatil.
Lo que en verdad ocurre es que el lenguaje político de la
modernidad se estructura en torno a esa realidad histórica que es
el

Estado. Pensar la igualdad, la
libertad, el onlenamiento jurídico,
la labor legislativa o judicial al margen de las estructuras del poder
tal como se
a,r,:icu!an a
partir del Renacimiento, carece de sentido.
Nuestro lenguaje político, nuestras
ideas modern•s sobre

la política,
son tan contingentes como la realidad sociológico-polftica en función
119
Fundaci\363n Speiro

ENRIQUE ZULETA PUCEIRO
de la cual se estructural>. Esto es la parte de verdad que porta con,
sigo
el

historicismo, aun cuando su
actitud vaya por lo general más
allá, .intentando la disolución. de todo en el devenir histórico, ne­
gandQ así .la evidencia de que existen cosas permanentes, en fun.
ción de las cuales son pensables hasta las ideas mismas de tiempo y
de historia. El Estado moderno es, por consiguiente, una respuesta
contingente

a un
prciblema contingente:
el de la organización del
poder
]'!>lítico, e'! de la institucionilizaáón de la autoridad.
De acuerdo con esta, podrá discuilise en abstracto la bondad o
maldad· natural

del universo político en que vivimos, pero sobre lo
q\le no

podemos engañarnos es sobre el sentido profundo de sus
conceptos, imperativos y exigencias. Históricamente situada, la-¡,o.
lítica de la modernidad es solidaria con el Estado de la modernidad;
ambas realidades
están unidas
por
lazos inescindibles. O,mprender
este hecho, aceptarlo en

todas
sus virtualidades, pennite evitar

por
igual los extremos de ese relativismo escéptico que tanto tiene que
ver con el nihilismo contemporáneo, y de ese ideologismo ciego que
absolutiza
y diviniza simples palabras, carentes en verdad de sen­
'tido fuera
de

un contexto histórico determinado.
En un sentido riguroso, el Estado moderno se diferencia de
otras
formas de

organización
institucional del
Poder político
-como
podrfa11
ser

los despotismos orientales,
la polis griega, la República
o el Imperio
romano, el

Imperio o el feudalismo
medieval-una
vez que,

en función de ciertos procesos históricos, es posible apre­
ciar la concurrencia de ciertas características generales, presentes
prácticamente desde el Renacimiento basta
nuestros días. Hay Es­
tado una ve,, que

el Poder
qU,eda espacialmente determinado bajo
1a forma de un territorio; cuando la autoridad reivindica para sí una
esfera
intangiblle e

ilimitada de soberanía; cuando, una
vez resque­
brajada

la unidad
espiritual de

la cristiandad
medieval, se estrucru­
ra

un verdadero
pluriverso politico

en el que luchan
entre si

Estados
autónomos e independientes
que pronto reconocerán en el concepto de
nacionalidad su nexo unitivo fundamental. Hay Estado una
vez que,
superados

los particularismos
jurídicos, se estrucrura un

ordenamien­
to jurídico unitario, soberano y sin lagunas de ning6n tipo; una
vez que

el Poder, uno en esencia
y plural en sus funciones, acapara
120
Fundaci\363n Speiro

EL ESTADO Y LA POUTICA
el monopolio de la coacción, la salvaguardia de las leyes, la preser­
vación de los
derechos; la defensa colectiva, la definición de la línea
de

demarcación entre lo público
y lo · privado, la administración· de
1a justicia y de los negocios piibliros, En tomo a este proceso de
centralización
--que pa.ra la mentalidad moderna es· al mismo tiem­
po de
"racionalización" y de "modernización" se estruetura el fe­
nómeno
intransferiblemente moderno de

la burocracia: la existen­
cia de un cuerpo de fuOCionarios permanentes, profesionales, que
subsisten en sus funciones al margen de los avatares de la lucba
por el poder.
Maquiavelo

aparece como el primer teórico de
las nuevas formas
que
emergen.
En la historia de las ideas políticas, la afirmación es
correcta a
condición de limitarla en su extensión: Maquiavelo re­
presenta
la primera síntesis expositiva del nuevo concepto de la
política,
basada en la razón de la fuerza y la indiferencia de lo po­
lítico ante el problema ético. · En jalones sucesivos, Hobbes es el
teórico de la idea de totalidad y el prmeta de su reinado social a
través del aparato
esratal; Rousseau

es el fundador de la religión
moderna de la igualdad, supuesto
esenlCial de

esa dimensión polí­
tica de la idea de totalidad
que hemos

denominado
totaliratismo;
Locke

elabora
la idea de un Derecho abstracto, construido a imagen
y semejanza del espíritu de cálculo, el afán de lucro y la actitud
racionalizadora propia de la mentalidad moderna; Hegel
implicará
la culminación de

la
misma, saludando

en
el Estado a la manifes­
tación terrena
del espf piensa
quien piensa
desde el Todo y hacia el Todo". los momenros
de

máxima expansión de las ideas
poiíticas de

la modernidad coin­
ciden con los de máxima afirmación del Estado,
y la alianza entre
la Enciclopedia y la guillotina simboliza una época que estamos le­
jos

de
haber dejado atrás.
IV
Una conclusión ética y polfticamente valiosa no puede eludir
la tentación de
la prospectiva. ¿Qué decir de la política en una era
de

politicismo integral, en
la que el Estado revela la índole totali-
121
Fundaci\363n Speiro

ENRIQUE ZULET A PUCEIR.O
caria de sus supuestos más íntimos y el Pcxler no reconoce límites
que lo
,rasciendan? ¿Qué
decir ante la protesta
desesperada del
nihilismo
y ante la recusación a todo pcxler y forma de domina­
ción? ¿Por qué, en
definitiva, el Pcxler -o sea, el Estado--y no
más bien la nada?
Simados en este nivel, el de la .metaifísica, y ante cuestiones
como las e, debe
quedar, naturalmente, a arrgo de la historia: pot vigorosa que
pueda
aparecer la

realidad del
Estado, por

definitivos que puedan
parecer sus logros en todos los terrenos del dominio socia:l, asisti~
mos

a una crisis de sus fundamentos más
íntimos. La crisis nace
precisamente del agotamiento de los supuestos intelectuales de la
Modernidad, de la decadencia de la idea del progreso indefinido,
de las insuficiencias del cientificismo, de
la illk:apacidad de

!as
ideo­
logías pata dar cuenta de la nueva y a la vez permanente imagen
del hombre

y
del mundo.
Con
la fabulosa inetlcia propia de los fe.
nómenos políticos, el Estado moderno se sobrevive a sí mismo.
Como una cáscara
inmensa, vacía

de contenido, el Estado cede
el
Poder a los poderes ; renuncia a la autoridad y a la misión salvífica
que le
atribuyeran los profetas mcxlernos del I.eviathan.
En

una atmósfera esclerosada por las ideologías, el
pensamiento
político

no
parece aún

consciente de la tt'Wlcendencia del fenómeno
que
apuncarnos. Nuestro

universo político está
cargado de
imágenes;
imágenes anacrónicas heredadas de
la Ilustración y de la voluntad de
pcxler del

espíritu científico; imágenes
iocapaces de

aprehender la di­
versidad
y riqueza de la realidad, por adormecedor que pueda ser
su efecto sobre Una civilización satisfecha.
Y aquí surge el desafío que debe afrontar la política en nuestro
tiempo: la posibilidad de
retomar su
mejor tradición,
la que
la ca­
recterizó en sus momentos de creación auténtica; la posibilidad de
obtener de
fa reflexión filosófica una guía sabia pata la práctica;
de
orientarse hacia

la búsqueda de esa dimensión trascendental del
Ser que es el Bien. Posiblemente, hoy le cabe a la política la única
revolución posible: la que Sciacca denominaba la "revolución inte­
rior", la met,tn-oia, el cambió radical de las propias convicciones,
sentimientos
y decisiones; la consecución de un "ver" que permita
122
Fundaci\363n Speiro

BL ESTADO Y U POUTICA
el "reconocer", el recuperar un sentido de la realidad y del miste­
rio de las cosas que la era
de las
ideologías terminó por
ocultar. En
términos
más tajantes, una verdadera liberación de la estupidez:
"atravesar el sistema de la estupidez
y el nihilismo que tal sistema
comporta, como
consecuencia del

método del
egoísmo y del odio"
----=:ribía &iacca al

final de su vida.
Si la política ha de conservar algún sentido para los hombres de
hoy, ha de ser precisamente el de
los renacimientos auténticos,

el de
la reinterpretación de
una tradición

secular,
a la

luz de problemas
y
cuestiones nuevas. Superando el conformismo estéril de las ideolo·
glas,
esta política
habrá de
reivindicar al espíritu
la fantasía, la li­
bertad y

la verdad;
habrá de

recuperar aquello que Maurras
llamaba
"una intuición alegre

del porvenir", sólo posible desde un encuentro
responsable
y personal del hombre con la evidencia del Ser.
Todo intento de defender la tradición pluralista de Occidente en
nombre de la "eficacia"
para la procura existencial está condenado
de antemano

al fracaso, en un mundo que se
rebela frente a

la noción
materialista de
la misma, al mismo tiempo que cuestiona de modo
definitivo la
imagen del hombre forjada por las ideologías y aquel
mundo de significaciones a cuya
imagen se ha

pretendido construir
la
sociedad. La defensa de la sociedad pluralista no pasa ni por el
neoprogresismo teenocrátko ni por la animalización del hombre que
propone

la cultura de masas
y los mecanismos de estupidización pro­
pagandísrica. Tampoco - que

no es otra cosa que un reflujo vacío
y estéril de lo primero.
Unilcamente planteada

como encuentro con
la realidad adquiere
la polltica posibilid•des de humanización y supervivencia. Encuentro
seguramente imposible en la dialéctica del odio y del resentimiento;
encuentro sólo factible desde la actitud silenciosa
y serena de la
Piedad.
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Fundaci\363n Speiro