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Número 249-250

Serie XXV

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Chesterton, caballero andante. (Un apunte sobre el «ethos» chestertoniano en el centenario de su muerte)

CHESTERTON, CABALLERO ANDANTE.
(UN APUNTE SOBRE EL "ETHOS" CHESTERTONíANO
EN EL CINCUENTENARIO_ DE SU MUERTE)
POll
MIGUEL AYUSO
«Un hombre es su espíritu. Narrar la hü,toria
de un hombre de letras, ~talndo citas y_ refe­
rencias a sus obras publicadas, es simplemente
no narrarlas».
(HILAIRE BELLOC)
J. LA ETERNA CABALLERÍA.
Oertamente no hay nada nuevo bajo el sol. Lcis hechos se
recubrirán de caracteres pretenclidamente renovados.
Y las
per­
sonas
seguirán disimulando

sus arrugas y los edificios ocultando
sus grietas. Pero la observaci6n del discurrir
del· mundo

en la
historia nos prueba
la pervivencia de las instituciones y pautas
de conducta más diversas.
La aprehensión de esa realidad es, en definitiva, un sólido
arguniento para la fundamentaci6n de un tradicionalismo que no
es estancamiento sino dinamismo y progreso. Porque la continni­
dad es algo que exige la propia naturaleza humana como condi­
ci6n de
la identidad, Tanto para los individuos como para las co,
munidades.
De tal modo que el imperio de
la absoluta libertad
de cambio impide, teórica y prácticamente, toda
continuidad' (1).
Chesterton

se
lo pone en boca a uno de sus personajes: «A us-
(1) Cfr. ALVARO n'ORS, «Cambio y Tradición», en Verbo, núm. 231-2
(1985), págs. 113-7.
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MIGUEL AYUSO
tedes --apostrofa a los modernos-sólo el cambio les interesa
y por esa locura del cambio continuarán fracasando. Tuvieron su
época
feliz, cuando

los hombres eran tan simples, sanos, nor­
males y apegados al terruño como nunca pudieron serlo. Ustedes
se
lo perdieron, y aunque lo recobraran por un momento no ten­
drían la cordura de conservarlo» (2). No creo, por tanto, faltar a la verdad o incurrir en lo ridí­
culo si llamo a
. Gilbert

Keith Chesterton caballero andante o le
imagino sirviendo la causa de la eterna caballería cristiana. En
realidad soñó
el retorno de Don Quiiote: nunca dejó de defen­
derlo y de predicar la necesidad de ese su regreso. «Dicen que estoy anticuado -dice Herne, el bibliotecario metido a caba­
llero errante medieval- y que vivo en los días en que Don Qui­ jote soñaba. Parece que se olvidan que ellos llevan, por lo me­
nos, tres siglos de atraso y que viven en
los tiempos en que Cer­
vantes soñaba a Don Quijote. Ellos están viviendo todavía en
el Renacimiento, en lo que Cervantes consideraba, naturalmente,
como el Nuevo Nacimiento. Pero yo digo que un niño de tres­
cientos años está ya terminado en la vida. Y a es hora de que nazca otra
vez» (3). Y su terrena andadura fue un combate con­
tinuo y casi buscado en defensa· de los ancianos, de
.los niños, de
las viudas y, sobre todo, del honor de la Santa Iglesia. Gustavo
Co~ao, refiriéndose
al gran escritor inglés, distin­
gue
combate y conflicto como escuetas caracterizaciones de dos
mundos; pudiéramos decir,
de modo aproximado, que el segundo
es para

el hombre moderno lo que el primero era para el hom-
·
hre

medieval. Para los antiguos, el camino de la verdad era
arduo y lleno de peligros,. pero la verdad era un vértice. Para el
moderno, la gloria consiste en llegar, completamente derrotado,
a una duda
tan completa,

que llega a ser una certeza. El comba­
tiente, que tiene al adversario delante de los ojos, es uno; el
(2) G. K. CHESTBRTON, ·«El regreso de Don Quijote», en Obras com­
pletas, Plaza y Janés, Barcelona, 1967, tomo HI, pág. 541. En adelante,
para
las

obras que
figuran en esa edición, citaré primero el nombr_e del.
-libro y a continuación el tomo y la página.
(3) El regreso de Don Quiiote, III, pág. 627.
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CHESTERTON, CABALLERO ANDANTE
agónico, en lucha consigo mismo, es dos: «Cheterton era uno.
'.Era de la antigua raza de combatientes que una vez que otra se
lanzaba
contra molinos
de viento con la fuerza y la agilidad de
los supervivos» ( 4 ). No dejaba sin respuesta una
afirmación falsa,

no había polé­
mica en la que no contendiera, no consentla en pasar un debate
sin terciar en él, hasta el punto de que comienza Ortodoxia es­
cribiendo: «Este libro es la respuesta de un
desafío que

se me
ha hecho. Válgale ésto por única excusa, ya que hasta un tiro
fallado se ennoblece si se dispara en duelo» (5).
La explicación es
sencilla. Cuando publicó
Here;es -ronjunto de notas sobre Ki­
pling, Shaw y Wells-, un crítico llamado G. S. Street dijo que
era
sumamente cómodo
eso de .exigir que todos definiesen su
teotía cósmica,

mientras. eludía cuidadosamente predicar con el
ejemplo. Lo

cual --esctibía con gracejo en
la p,:imera página de
su respuesta- no dejó de ser una incitación temeraria, tratándose
de persona que estaba más que dispuesta a escribir un libro a
la menor provocación.
Su obra, además, no está sino constituida por libros de ca­
ballería, género fantástico
. en
el universo
conceptual del
raciona­
lismo. De sus novelas
lo es,

casi en un sentido estricto,
El re­
gre¡o de Don Qui¡ot~. Pero, ¿cómo no ver .adaptaciones de tal
género a las exigencias del siglo xx en
el duelo del cruzado Mac­
Ian con el ateo Turnbull, o en la reivindicación patriótica que
anima, en la guerra de los barrios, al
humor/stico Auberon Quin
y el fanático Adam Wayne? ¿ Qué es sino un desfacedor de en­
tuertos el padre Brown, que bajo la apariencia
zafia sabe
de ver­
dad lo que es el misterio? ¿O el capitán Dalroy con su cruzada
salvadora del moderado buen beber?
Sí. El regreso de Don Quiiote, La esfera y la cruz, El N,,_
pole6n de Notting Hill, las serie del Padre Brown o, La hosterla
volante
son narraciones transidas de espíritu caballeresco ..
Pero,
¿es que acaso son menos merecedores de esa
calificación
(4) GUSTAVO CORCA.O, Tres hectáreas y una vaca. Ensayo sobre Ches­
terton, Plantín, Buenos Aires, 1954, págs. 51-2.
(5) Ortodoxia, I, ptlg. 495. ·
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ensayos dados a la estampa bajo rúbricas tan escandalosa~ para
el mundo moderno como
Ortodoxia o Here¡es? O la recuperación
del sentido cristiano de la hlstoria en
El hombre eterno, ¿no es
una
gesta contra los malandtines del materialismo hlstórico?
Veámoslo más por lo menudo.
* * *
La novela La esfera ty la cruz, uno de sus más bellos libros,
es la hlstoria alegórica -con casi símbolos puros o ideas des­
nudas en lucha si no fuera por la
gran fuerza

de sus personajes y
la extraordinaria visibilidad de sus escenas-- de dos luchadores,
el católico y el ateo,
que .a

lo largo de las más variadas circuns­
tancias no consiguen
cruzar los

hierros, porque el clima de la
doxia, conciliadora y medianera, ponía entre ellos, invariablé­
mente, un obstáculo. El desenlace, inesperado, sorprendente, es
la detención de
los dos últimos cruzados por la poliéía de un mo­
derado y clínico Estado totalitario que no puede admitir que nadie lo perturbe con tales
antiguas disputas teológicas.
Es, sin duda, una ilustración literaria, insuperable por otra
parte, del agnosticismo
de las

sociedades. Y
es. también
una ilus­
tración
magnífica de

qué púede hacer el ortodoxo en tal clima y
con tan difíciles adversarios. La única cosa que
podía hacer :_y
que hizo-· era inculcar el gusto por la lucha, provocar, desafiar,
despertar, galvanizar.
* * *
El Napoleón de Notting Hill, hlstoria de una guerra entre
los suburbios de Londres, es en gran parte
-.según el testimonio
de Maisie
Ward,.(6}- ·producto de sus meditaciones

sobre la
guerra boer. Además de ser una excelente hlstoria fantástica cons­
tituye igualmente una pintoresca exposición de su
filosofía social.
(6) MA1sm WARD, Gilbert Keith Chesterton, Poseidón, Buenos Aires,
1947, pág. 143.
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Auberon Quin, rey de Inglaterra en una época en que todos
los reyes y funcionarios son elegidos a la suerte, es la
encarna­
dón

del sentido del humor. Auberon decreta que a los respetables

Londres se les den guardias cívicas. con resplande­
dentes armaduras. Cada
distrito tendrfa

su escudo de armas, sus
murallas ... Pero lo que no es
más que

una broma de Auberon
es tomado en

serio por
Adani Wayne,
preboste
de Notting Hill,
entusiasta que carece de sentido del humor y que se lanza a la
guerra contra los otros distritos de Londres para proteger una pequeña calle cuyas
casas han

decidido derribar en interés del
desarrollo comercial.
Ello da lugar a una descripción de contiendas en que, entre
hombres que sangran y mueren, vuelven a Inglaterra las viejas
ideas del patriotismo local y la belleza en
la vida dvica. Cuando
Wayne
escucha la pregunta atónita de «¿es posible que exista
entre los cuatro mares de Inglaterra un hombre que tome
Notting
Hill

en serio?», contesta con naturalidad
y pasión que si es po­
sible que haya quien no lo tome seriamente. Y
cuando, mostran­
do

su espada, dice que las cosas que ella toca dejan de ser
vul­
gares y adquieren destellos mágicos, increpa a sus mercantilistas
enemigos con un discurso vibrante: « ¡Qué humanos sois, qué
considerados! ¡Haríais la guerra por una frontera o las importa­
ciones de un puerto extranjero;
verteríais la
sangre por los dere­
chos de aduanas sobre los encajes
o. el

saludo· debido a un almi­
rante! Pero por las cosas que hacen por sí
mismas la

vida digna
o miserable ... ¡Qué humanos sois!» (7).
(7) El Napoleón de Notting Hill, III, pág. 981. Estas páginas tienen
un gran interés y en ellas explaya sus ideas sobre las luchas religiosas: « Yo
digo, y sé muy bien de lo que estoy hablando, ql.le µunca extistió una gue­
rra necesaria, fuera de las guerras religiosas. Porque aquellos hombres lu­
chaban por algo que, si más no, pretendía ser la felicidad del hombre, la
virtud de la humanidad. Un cruzado creía, por lo ~enos, que el Islam da­
fíilba el , alma de los hombres; desde el rey al último rilendigo, que prac­
ticase su fe ... Si como dicen vuestros_ amigos, no existen _los dioses, y los­
cielos se oscurecen sobré nuestra~ cabezas, ¿por qué Podría ~ _ hombre
luchar, sino pcÍ-el lugar dotlp.e en00nti6 a edén de sll infancia y el breve
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Cuando Auberon, tras el fragor de la batalla y en la amar­
gura

de la derrota, confiesa a Adam que todo es consecuencia
de una broma, éste toma la palabra: «Cuando llegan los días som­
bríos y

terribles, tú y yo, el fanático puro y el
satírico puro,
so­
mos necesarios ... Somos como los dos lóbulos del cerebro de un
labrador ... Auberon
Quin, hemos estado demasiado tiempo se­
parados; vamos a seguir adelante juntos. Tú .tienes la espada y
yo la alabarda. Vamos a hacer maravillas por el mundo, porque somos sus dos puntos esenciales. Vámonos porque ya es de
día» (8).
* * *
De El reg""'so de Don Qui¡ote se ha dicho que es uno de sus
libros

menos buenos, aunque como todas sus obras de esos años
esté saturado de catolicismo (9). A
mí, en cambio, y sin preten­
der desmontar ese ponderado juicio crítico,
me produce
debilidad
la historia del bibliotecario especialista en la civilización hitita que,
para ambientarse a un papel que ha de representar en una
fun­
ción teatral de tema medieval, llega a estudiar y conocer con tan­
ta profundidad e intensidad la civilización cristiana del medievo
que provoca una revolución en la Iglaterra de su tiempo, resu­
citando las Ordenes Militares. Porque estoy convencido de que
cielo de su primer amor? Si· ni los templos ni Jas escrituras son sagrados,
¿qué puede haber sagrado si ni la propia juventud del hombre lo es?».
Chesterton muri6 en junio de 1936. No pudo conocer, por tanto, del
resurgir glorioso, caballeresco, que un mes después había de tener la fe
católica en España. Y no pudo aplicar su juicio -siempre tan certero en
lo
concerniente a

nuestra patria, como
demostró en

los
comentarios del
G. K's Weekly de los días 28 de diciembre de 1933 y 4 de enero de 1934,
reproducidos

en
Acci6n Española, núm. 46 (1933-34), págs. 1.056-1.059-
a los acontecimientos del verano de 1936. Pero no parece injusto ni aven­
turado pensar que su visión ·habría sido coincidente con la que su gran
amigo HILAIRE BELLOC escribió en The Universe: «La guerra civil espa·
ñola es t;IDa guerra religiosa: esa es la: característica esencial de · toda ,la
cuestión». Articulo traducido al castellano muchos afios después y publi­
cado en la revista
Punta Europa, núm. 63 (1961).
(8)
El Napole6n de Notting Hil/, III, pig. 1.090.
(9) MAISIE W ABD, op. cit., pig. 421.
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si se conociera el verdadero rostro de la Edad Media, despertaría
honda admiración. Por medio
de la Liga del
Le6n hace un
lla­
mamiento a todas las personas para imitar las buenas cualidades .
del

rey Ricardo I y los cruzados, bajo condiciones -escribe
iró­
nicamente Cresterton-,- . que no podían ser consideradas favora­
bles a la empresa: «El estupefacto ciudadano quedaba informa­ do de que Inglaterra llegaba a
una ctisis de la que sólo el valor
podía salvarla, aunque sólo fuera el valor moral que se nece­ sitaba para disparar una flecha a
la ventura. . . Pero se decían tam­
bién, no sin ci~rta juvenil arrogancia, muchas otras cosas de ca­
rácter más sincero, pwtestando contra el pesimismo suicida ·del
gran reaccionario que declaró que había pasado la época de la
caballería»
(10).
Por medio de un grotesco incidente con el primer ministro,
que
visitaba la antigua abadía de Seawood donde se estaba re­
presentando la obra que dio origen a los sucesos, halló
la ma­
nera de cambiar su
país, restaurando

el régimen
de k llamada
edad oscura.
Lo que da ocasi6n a Chesterton para exponer, al
hilo de la trama novelada, algunos principios fundamentales ;de
su cosmovisión: la sabiduría segura se encuentra en los valores
de
la tradición que superan el· subjetivismo puritano y el cienti­
fismo exclusivista; la ligazón de esa experiencia es la religión,
posibilitada por la autoridad y en cuyo sometimiento radica
la
libertad (11 ). Por eso la máxima armonía se alcanza en la Edad
Media, cuando los gremios
ofrecían un

margen al sentimiento
in,
dividualista,

en el marco corporativo sólidamente establecido so­
bre bases espirituales. Es, precisamente, la exposición de estos ideales gremialistas
-en una sentencia que el rey de fábula dicta contra los intere­
ses capitalistas-la que obliga a la poderosa aristocracia, hasta
entonces divertida e incluso complacida con
la aventura restaura­
dora, a poner fin a
la experiencia. Si dejo de ser rey o juez -gri-
·· · ·-~
(10) El regreso de Don Quiiote, III, pág. 555.
(11) Cfr. RICARDO JoRDANA, «Chesterton, Gilbert Keith»; en Gran
Enciclopedia Rialp, tomo VII, págs. 105-6.
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ta entonces, al ser depuesto, Mr. Heme-siempre seré, sin em~
bargo, un caballero errante: «Sigo hacia adelante como un ver­
dadero desterrado; y así como algunos hombres roban en el ca­
.mino, yo haté justicia en el camino; y eso se contará como un
crimen aún más salvaje» (12). Tras una serie de andanzas por los
caminos de Inglaterra en un «sim6n» -método de transporte sin
precedentes en los anales de caballería-, el caballero y su es­ cudero vienen a alcanzar la paz tras sus desvelos. Y el amor de
sus damas. Así, todos
. los

personajes Íerminan contrayendo ma­
trimonio, porque la
caballería atrae

al monacato y «dondequie­
ra que regresan los monjes, regresa el matrimonio» ( 13 ),
* * *
La hostería volante es un libro lleno de vitalidad -los poe­
mas que contiene fueron publicados separadamente después con
el titulo de Vino, agua y canto--y revela la lucha por algo ne­
éesario para la

plenitud: la libertad.
Patrick Dalroy,

extravagante capitán irlandés, auténtico gi­
gante, desembarca en Inglaterra cuando ésta padece una epidemia islámica que amenaza
con hacerla

perder su personalidad. Lord
lvywood, aristócrata rallcio-y orgulloso, está empeñado en que
así sea, fiel a la tarea que se ha impuesto de reformar el mun­

mundo está mal hecho
--dijo lvywood
con un acento
terrible-, y yo
quiero reformarlo a mi manera» (14).
Una
dé las

reformas consiste en el cierre de las tabernas y
la
persecuci6n dél alcohol. Pero Dalroy y Míster Pump --- una
hostería llamada «El viejo navío»--c-desafían
la prohibición
.e inician, con un barrilillo de . ron y un queso por toda provisi6n,
una huida plagada de aventuras. Así nace
La hoster/a volante,
taberna que va con ellos acompañándoles en sus viajes, simbo-
1izada en la muestra,
y que viene a constituir el último reducto
.de libertad contra la tiranía islámica.
(12) El regreso de Don Quliote, III, pág. 616.
(13) Ibld., pág. 634.
(14) La hoster/a volante, III, pág. 833.
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CHESTERTON, CABALLERO ANDANTE.
Tras mil peripecias -mil burlas de la persecución oficial­
se
produce, por fin, el enfrentamiento entre el pueblo cristiano,
·
aferrado

al buen beber, y el dominio
exótico que
pretende re­
crearlo todo.
II. UN CABALLERO ANDANTE.
Gusto por la lucha, cultivo de los valores no racionalizables,
piedad, amor al débil, lucha
contra las
circunstancias, misterio,
fidelidad al juramento y defensa de la antigua sociedad son algu­ nos de los rasgos de la caballería cristiana que podemos
encontrar
en

cientos
:de páginas
de nuestro
pródigo· autor.
Me limitaré,
pues, a recordar algunas· de sus ideas, tomadas al vuelo y
sin
pretensión alguna de exbaustividad, con un mlnimo comentario
y engarce.
l. Gusto por Iá lucha.
Se puede decir que su obra es un «ir al toro» de los pro­
blemas del

mundo moderno, buscar los conflictos allí donde es­
tán. Aunque para
los cuerdos

de la
razón desquiciada eso no sir-
va
más que para disgu~tos. ·
Y es que en ese afrontar los problemas, en ese no desertar
de las complicaciones, hay
un profundo entendimiento teológi,
co.

Porque ese «ir
.al toro» significa ir
al meollo de las cuestio­
nes, adonde hay que llevar orden, luz y
paz cristianos.

Y
.si hay
situaciones

en que puede ser de loable prudencia y cristiana per­
fección evitar

verse
mezclado eo
ellas, la experiencia nos ha en­
señado también
-como le

gusta decir a Manuel de Santa
Cruz-­
que las personas que sistemáticamente rehúyen «las cOsas que no
sirven más que para disgustos» tienen una. vida espiritual medio­
cre. Comprobable coincidencia,
~ya contraprueba
está en que
la actitud del
apóstol coincide

con parecida
frecuencia con
la
quijotesca de deshacer enredos.
.
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MIGUEL AYUSO
Por eso, Chesterton es· un avezado caballero. En el fondo en­
tiertde que

la vida del hombre sobre la tierra es milicia y que,
como escribe Corsao (15), la existencia más despreciable a los
ojos del mundo es disputada .en áspera lucha por los arcángeles.
El temible adversario de Chesterton
--dice en

otro lugar ( 16
)-­
era

el que rehusaba la lucha y
qué en
una de sus novelas aparece
encarnado en un duque, espíritu amplio que se esforzaba por
conciliar todas las doctrinas, lo que le llevaba a no comprender
ninguna, y que hacía lo posible por agradar a todo el mundo,
lo que conducía a no agradar a nadie.
Aquí está

la explicación y el fundamento de su
talante ague­
rtido.

Como ha escrito Alvaro d'Ors, la guerra es preferible al
pacifismo como el improperio lo es a la mudez. Chesterton, de modo parecido, sostiene que peor que el choque es la falsa con­
ciliación-
-,-«llamar paz · a tan grandes males» como dice la Es­
critura-, y que la elección es un
·acto violento.
Elegir, decidirse,
es
ya, además, empezar a vencer.
Pero nuesrro mundo no quiere decidir porque no quiere
creer,
y reputa superior al hombre que nada en la indefinición,
olvidando que «los nabos
son singularmente
tolerantes
y los ár­
boles no alientan
dogmas» (17).
Por eso, la defensa de Occidente demasiado a menudo no ha
sido más que la defensa de los errores occidentales. Pues por una
suerte de perversa paradoja
--escribe en el prólogo a la edición
inglesa de
La défense de l'Occident, de Henti Massis (18)-- he­
mos pretendido la superioridad en todos los
dominios excepto
en

el que éramos efectivamente superiores; hemos extendido a
toda Asia los «accidentes» de Europa, y púdicamente nos hemos
guardado de decir una palabra de
lo que constituye la «sustan­
cia». Hemos podido enseñar a
los asiáticos

a vestirse a la
euro­
pea,

pero, en lugar de inculcarles nuestras ideas más
.sanas, hemos
(15) GUSTAVO CoR~Ao, op. cit., pág. 10.
(16)
Ibld., pág. 48.
(17) Hereies, I, pág. 479.
(18) G, K. CHBSTRRTON, «L'Occident, c'est la Chevalerie», en Itiné­
raires, núm. 68 (1962), págs. 37-45.
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sido invadidos de lo más malsano de su ideología: «El fatalismo, el pesimismo, la inhibición del espíritu combativo, el desprecio
de la justicia personal, han invadido nuestro patrimonio intelec­
tual como si de parásitos se tratase; y han prosperado de tal ma­
nera que, por así decirlo,
fotman la religión negativa de estos
tiempos».
La respuesta

a este colonialismo cultural que padece Occi­
dente es resucitar la tradición
caballeresca. Es

comprender los
libros de caballerías. Porque por prolijas y llenas .de repeticiones
que estén sus historias, presentan un rostro saludable que está ausente de las
ficciones de

nuestra era; los temas más fantásticos
de estas novelas contienen un elemento de
sensatez en

el pié­
lago de la anarquía subjetiva en que se debate la moderna no­
vela psicológica: «Concedamos a estos libros.. . el ·mérito singu­
lar de tener por ideal
.la voluntad· que

somete las circunstancias
y no la que abdica ante ellas» (19).
Hay una anécdota muy reveladora de este carácter indoma­
ble de nuestro autor y que por su gran virtualidad aleccionadora
me gusta contar. Un día alguien
organizó una

encuesta literaria
que contenía, entre otras, la siguiente pregunta: «¿Qué libro
que­
rría

usted salvar si naufragase en una isla
desierta?». Como
re­
sulta evidente, la isla
y el náufrago eran por completo inútiles.
y el interrogador quería sólo el nombre de un libro, aunque
debió hallar más elegante complicar la pregunta introduciendo catástrofes
y · accidentes geográficos.
Muchos de los encuestados
c00 prestaron atención al contex­
to y respondieron con naturalidad o afectación nombres de
Ji.
bros notorios' raros o portentosos que les gustasen o quizá que
les gustaría que les gustasen. Dos entrevistados, sin embargo, se
atuvieron a
las circunstancias que envolvía la pregunta. Uno de
ellos
--cuenta Co1'>!o (20}-, sabiendo

que iba finalmente a nau­
fragar en una isla desierta,
entró en

convulsiones antiliterarias:
«¿Libro? ¿Libro?

¡Permítame que, en una isla desierta, al me-
(19) Ihld., pág. 42.
(20) GUSTAVO Coa,;,.o, op. cit., poig.-31.
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nos, :me vea libre de ellos!». Era, seguro, uno de los llamados
intelectuales quien así contestaba. El otro que consideró atenta­
mente la pregunta de la hip6tesis
de la isla fue Chesterton que,
como

buen polemista,
eta ante

todo un buen oyente. Así, Ches­
terton respondi6 que en la isla
desierta desearía

tener
El manual
del constructor de
bates, como nos· ha transmitido Maisie
Ward (21).
Más que el buen humor de la respuesta interesa su profun­
didad. Chesterton no quería
la hip6tesis de

la isla desierta, y ya
que le forzabau· a aceptarla, trataba de precaverse con los me­
dios de salir de la isla lo más rápidamente posible, y volver a la
comunidad de· los hombres. Porque quería todos los libros de
su biblioteca, quería
el bote. Y desde luego no estaba dispuesto
a dejarse aprisionar por esquemas restrictivos. Porque
una cosa
es

haber sido derrotados y otra muy distinta estar vencidos, Ches­
terton prefiere la enmienda a la totálidad al «parche». Y se que­
da con

la integridad sin dejarse distraer por los aspectos parcia­
les: «Una cosa hay importante
--dice eÍl uno de sus poemas--:
iodo, Lo

demás
es vanidad

de vanidades».
2. Cultivo de los valores no racionalizahles.
Al· lado de las cosas hay _lazos invisibles que· las anudan. El
estilo viene a ser, paralelamente, una determinada modalidad pe­
culiar que imprimimos a nuestras acciones cuando obtamos, y que
no ~seña la náturaleza_ misma s_ino que se deriva de nuestra
personal participación en el espíritu de la inmortalidad ( 22).
La obra de Chesterto11 muestra con claridad un
estilo, un
(21) Cfr. MA!SIE WARn, op. cit., pág. 165; también GusTAVo CORc;AO,
op. cit., pág. 32. ·
(22) Cfr. M.oo!EL GARciA MoRENTE, Idea de la hispanidad, Espasa­
Calpe, Buenos Aires, 1938, págs. 46-51; yo me he ocupado del estilo en
cu&nto concierne a fa Vocación política en mi ensayo «Los cat6licos y la
vocación pol!tica», en Verbo, núm. 2434 (1986), págs. 284-287. ·
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CHESTERTON, CABALLERO ANDANTE
conjunto de pensamientos de lo preferible, una imagen trascen­
. dente
e inmanente al tiempo, invisible pero presente.
Ese estilo, que ya de por sí marca la quiebra o el agotamien­
to del racionalismo, en Chesterton se plasma en un
abundahte
cultivo

de los
vaiores no
racionales, en la e,saltaci6n de la vida,
en la admiraci6n ante el misterio, en el sentido de la abnegaci6n
y la pureza. y en
el desprecio por la filosofía moderna.
Quizá

mejor aún que en sus ensayos como. Ortodoxia o El
hombre eterno,
el anti-racionalismo chestertoniano alcanza sus
cotas más elevadas en los personajes de
La esfera y la cruz.
En efecto, en el primer capítulo, el profesor Lucifer hace el
elogio de la esfera y el denuesto de la cruz: « ¿C6mo podría sig­
nificarse tu

filosofía y mi filosofía
-se dirige
al anciano monje
Miguel-mejor que con la forma de esa cruz y la forma de esta
bola? El globo es razonable; la
cruz es
irrazonable. Es un ani­
mal de cuatro patas, con una pata más larga que las otras. El
globo es inevitable. La cruz es arbitraria. Sobre todo, el globo
constituye unidad en sí mismo; la cruz está, primordialmente
y sobre todas las cosas, en discordia consigo misma. La cruz
es
el conflicto de dos líoeas hostiles, de direcci6n irreconcilia­
ble ...
» (23).
El monje contesta con una alegoría de lo que les
ocurre a
los

racionalistas. Conocí a un hombre
---<:omienza diciendo--que
opinaba

también que
el símbolo del cristianismo era un símbolo
de barbarie y sinraz6n. Comenz6, por supuesto, negándose a
to­
lerar

un crucifijo en su casa, ni siquiera pintado,
ni. pendiente
del

cuello de su mujer. Después fue haciéndose cada vez más
violento y excéntrico; quería derribar las cruces de los caminos, arrancar las de
los campanarios.

Una tarde, cuando se encaminaba
a su casa por un caminito vallado, vino sobre él
con' ferocidad
el demonio de su locura. Vio que la empalizada era un ejército
innumerable de cruces,. ligadas unas
con otras,
de
la colina al
valle.
Enarbol6 el garrote y se fue .contra ellas. Al llega, a su
casa, rompi6 los muebles
porque· estaban
hechos de
<:rucesc Y,
(23) La esfera y la cruz, III; pág. 187.
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Fundaci\363n Speiro

MIGUEL AYUSO
finalmente, la pegó fuego, pues no había elemento que no le re­
pitiera la imagen insufrible. Concluyendo así el monje su discurso: «Es
la parábola de
todos los racionalistas como usted. Empiezan ustedes rompien­
. do

la
cruz y

concluyen destrozando el mundo habitable. Les
de­
jamos

a ustedes diciendo que nadie debe ir a la Iglesia contra
su voluntad. Cuando les encontramos de nuevo están ustedes
diciendo
que nadie
tiene
la menor voluntad de ir a ella. Les de­
jamos a ustedes diciendo que· no existe el lugar llamado Edén. Les encontramos diciendo que no existe el lugar llamado Irlanda.
Parten ustedes odiando lo irracional
y llegan a. odiarlo todo, por­
que todo es racional ...
» (24).
Las proyecciones más inmediatas de este anti-racionalismo
son un cierto vitalismo
y el gusto por el misterio.
* * *
Su vitalidad, que procede de una belicosidad alegre y sin hiel,
es
tonificante y
saludable. Por eso, un crítico ha escrito que po­
dría habérsele aplicado el término optimismo si él mismo no lo
hubiese usado para referirse a una especie de
filosoffa cómoda
y
simplista que lo arregla todo negando
el mal.
Por lo demás, hasta su estilo literario no escapa de este in­
flujo.
Es abundante y generoso, como en las descripciones de am­
biente y paisajes,
como en
las canciones populares. de
La hoste­
ria volante. Lo que explica los «flecos» que los entendidos han
visto en sus formas.
Y que en ocasiones traspasa al contenido,
haciendo sus ideas'excesivas
y desatada su filosofía. Pero aun en
estos casos
levanta y despierta simpatía por su desenvoltura.
Su amor a la vida no es hedonismo y, cuando con su estilo
gráfico ve

la vida como un camello que nos regalan -pero
el
camello y la joroba son la misma cosa, de tal modo que no es
posible aceptar aquél.
y rechazar ésta-, no hace sino_ admirarse
ante
el orden tradicional del
pensamiento cristiano.
Cuando
la ce-
(24) Ibld ... pág. 189.
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CHESTERTON, CABALLERO ANDANTE
nicienta es corregida por el hada madrina y le dice que «sólo pp--·
drá estar en el baile hasta las doce», ella protesta y dice: «¿Y
por qué he de estar sólo hasta las doce?». El hada madrina
pue­
de

replicarle:
«¿Y por

qué has de estar hasta las doce?».
Del -
mismo modo, <;uando Chesterton está comiendo vigilia en vier­
nes
. de · Cuaresma y una señora metodista se sonríe, Chesterton
puede
contestarle: «Señora,
lo maravilloso no es no · poder co­
mer carne los viernes, lo maravilloso es poder comerla el resto
de los días,
lo maravilloso es la gratuidad de la vida».
Tampoco está
el paganismo en el origen de su actitud. Lo
rechazó de modo expreso con
palabrás dignas
de meditarse:
«Los
críticos que estudian con preferencia los . orígenes del cristianismo
suelen decir que
algunas de las fiestas rituales, procesiones o dan­
zas son en realidad de origen pagano. Puestos a decir,
podrían,
igualmente,

aseverar que nuestras piernas
son de
abolengo pa­
gano; nadie ha discutido que la Humanidad antes de ser cristia­
na
.fuese humana,

y no puede atribuirse. a credo
alguno la mano­
factura

de las piernas que los hombres utilizaron para
danzar, ca­
minar

o ir
en peregrinación.

Lo que sí es susceptible de mante­
nerse con probabilidades de convicción es que doquier ha exis­
tido una Iglesia
ha conservado no sólo las procesiones sino las
danzas ... » (25). Uno de los grandes méritos de la civilización
cristiana --continúa- está
en. haber

preservado tales cosas,
gra­
cias a las cuales en los países de arraigada religión los hombres
continúan
danzando mientras que

las nuevas ciudades científi­
cas se contentan con temblar.
Serla bonito, en este punto, comparar la obra caballeresca de
Chesterton con la
· caracterización

del caballero cristiano que de­
bemos a García Morente (26). Quede para otra ocasión. A
sim­
ple vista puede que parezca que el vital beber cerveza se aviene
mal con el vivir desviviéndose. A poco que escarbemos, sin ·em-
(25) La superstici6n del divorcio, -It pág. 909.
(26) Cfr. MANUEL GARCÍA MoRENTB, op. cit., págs, 59-123. Sobre el
concepto del caballera cristiano en Morente puede verse mi breve artícu­
lo «García Morente y el caballero crístianO»-, en Roca Viva1 julio-ágOsto de
1986.
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MIGUEL AYUSO
bargo, y aunque se aprecien ciertas diferencias con el hond6n
ascéúco del alma hispana, vemos

que
L¡ obra del autor anglosajón
no
es

ajena a esa suerte de combate espiritual que forja el fi16-
sofo español. Sus personajes llenos
de ganas de_ vivir• no son despreocupa­
dos por las realidades eternas. Antes bien, encarnan ideales y por ellos emprenden aventuras -que no úenen nada de capri­
cher-y afrontan riesgos.
También aquí, en consecuencia, Chestetton es un ortodoxo.
Porque entiende que hay _dos maneras de hacer de menos al
cuerpo: «Mutilándolo como un
fakir o regalándolo como

un sul­
tán». Seguramente, sigue su personaje, sería interesante inter­
pretar al mismo úempo el amargo hedonismo, los altos y salvajes
gritos, los trompetazos fuertes del viejo juerguista pagano, con
el pesimismo que s~ encuentra debajo de todo eso (27).
La clave inerpretativa de las aparentes contradicciones está
en que
-el cristianismo,

al contrario que los filosofismos y las
religiones falsas, es esforzado pero da paz
y alegría: «Él círculo
externo

del crisúanismo es una guardia
de abnegaciones éticas
y de sacerdotes profesionales; pero, salvando esta muralla inhu­
mana, encontraréis las
danzas de
los
niños y
el vino de
_ los hom­
bres...

En la filosofía moderna todo sucede al revés: la
guardiá
exterior

es encantadora
y _ atractiva, y dentro, la deseperaci6n se
retuerce» (28).
* '* *
El misterio, fundamento del buen sentido y del realismo
práctico, es uno de los puntos centrales de la obra de Chester­
ton. Y la clave de su mentado anti-racionalismo. Porque el mun­
do, a pesar de las pretensiones ingenuas de los ilustrados, no es
agotable por la
raz6n, hay

un residuo de concepciones e ideas
que
r¡o es

suscepúble de racionalización.
(27) El regreso de Don Quijote, III, pág. 486.
(28) Ortodoxia, I, pág. 672.
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CHESTERTON, CABALLERO ANDANTE
Precisamente, en este conocimiento de los límites de la ra"
zón estriba la

auténtica liberación
.. El

hombre libre. no es el
que «trae dentro de sí un caos, para dar luz a una estrella dan­
zante». No. El hombre libre es aquel que ama la
tierra que

pisa
y la casa donde vive. Es lo que se ha llamado la «poesía de los
lúnites» cbestertoniana:

«Se puede libertar a un tigre de las
barras de
.u jaula, pero no podemos librarlo · de las barras de
su piel» (29). Esta liberación que el
espíritu obtiene

con el conocimiento
de sus límites, y que se enriquece .. con la idea del misterio, es
decisiva para conservar la salud mental; «Es la idea del ·mis­
terio

la que conserva al hombre sano. El misterio es la salud del
espíritu
y su negación es la locura» (30).
Si
el mundo no conserva la noción del misterio se transfor­
ma en un inmenso patio de manicomio. Esa es
la primera idea
maestra de Chesterton. A
ella responden la sustancia de los
· capítulos

principales de
Ontodoxia, y .en las novelas y cuentos
es también omnipresente
y fundamental. Pero donde tiene la
más Clil'Íosa y tal vez 'decisiva áctutldóri eS en los volúmenes -fle _
novelas policiacas del padre Brown. Allí es donde Chestettcin
combate
el reducto predilecto del racionalismo. Pues, como se­
ñala éor,ao (31) en su

acertadísimo libro, es delante del crimen
y de la iniquidad en general, cuando el determinismo y todas
las
formas de

materialismo
se sienten

cómodos, y protegidos
por una especie
de Q1ística; la

enfermedad, el
mal, el

crimen, les
parecen cosas extremadamente claras. El racionalista se siente
atraído irresistiblemente a racionalizar el misterio de iniquidad,
y los trabajos de ese género acostumbran a producir un gran
desahogo en nuestro espíritu. El ascético sacerdote metido a detective -verdadero anti­
Sherlock
Holmes--, no

se
basa en la exterioridad empírica de
(29) Ib/d., pág. 534.
(30) Ibíd., pág. 519. Tanto en la cita anterior como en ésta me he
permitidq, a la vista de otras versiónes, alterar la traducci6n' castellana po:t
la qué vengo citando.
(31) GusrAvo CoR<;Ao, op. cit., pág. 123.
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MIGUEL AYUSO
las pruebas materiales, sino en la comprensión del alma del de­
lincuente, alquirida
por el padre Brown en
el confesonario. Su
superioridad, en
ver
consiste en la falta de lógica. El
. razona

como cualquier persona medianamente sagaz. Pero
la fuer­
za de su genio está en otra sabiduría: él conoce el mal. Lo co­
noce como un misterio y una herencia. Antes de perseguir la,
drones
y asesinos ya los perseguía en las almas de los penitentes
y en la suya propia. Por eso, Chesterton es un hombre que
co¡nbate contra
la
conspiración intelectual que amenaza nuestra civilización y que
denuncia en
El hombre que fue Jueves: «Afirmamos que el cri­
minal peligroso es el animal culto; que, hoy por hoy, el más pe­
ligroso de los criminales es el
filósofo moderno

que
ha roto con
todas las leyes». En comparación con
él, los ladrones y los bí­
gamos casi. resultan de una moralidad intachable, pues, aunque
por caminos ·equivocados, aceptan el ideal humano fundamental.
Los ladrones creen en la propiedad, por eso procuran apropiár­
sela. Los

bígamos
creen en el matrimonio ... Pero, al filósofo, la
idea
misma de la propiedad le
· disgusta y le repugna el matrimo­
nio» (32). Jean Maditan, el gran escritor francés, ha captado la impor­
tancia de esta idea. Y en ella
ha visto un reflejo de la verdadera
contestación al mundo moderno: la que
se eleva
contra las in­
justicias y sinsentidos de
la sociedad

presente con ánimo de res­
tablecer en plenitud el orden natural. En una palabra, la con­ testación
cristiana al mundo moderno (33).
3. Piedad y amor al débil.
El hombre se encuentra situado en una posición de insol­
vencia radical.
Y su deuda es tan aplastante que, supuesto que
alcanzara conciencia de su situación, jámas
podría saldarla.
(32) El hombre que fue Jueves, III, pág. 45.
(33) Cfr.
JEAN M'1l1RAN, L'Hérésie du XX• sii!cle, N. E. L., París,
1968, págs. 126 y 300.
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CHESfERTON, CABALLERO ANDANTE
Toda la comprensión cristiana de la civilización pende de esta
verdad;

por eso
la civilización cristiana lo es en la perspectiva
de la piedad (34 ).
Pietas, virtud natusal que cubre los campos
de la
familia y la patria, y que ·es una de las más arraigadas en
el
código de
la caballería cristiana de todos los siglos. Pietas,
virtud de que está «húerlano» un mundo caracterizado por la
crisis del cuarto mandamiento. Chesterton no era ajeno a
la urgencia de su práctica. La
ejercitó

en su vida y la predicó con su pluma y su palabra. En
su
Autabiografla se aleja voluntariamente de la moda que cunde
entre los que escriben su propia vida de
verse sobre
un fondo
negro: «Lamento no tener·
un padre sombrío y salvaje que ofre­
=
al

público, como causa _verdadera de mi
herencia trágica; ni
una madre pálida y medio envenenada, cuyos instintos suicidas
me hayan legado las tentaciones de un temperamento artístico.
Lamento que no hubiese en los
límites de

la
familia nada
más
sugestivo que un tío lejano y
sin fortuna, y que no pueda cum­
plir tni deber de auténtico hombre moderno, maldiciendo todo
aquello que me ha hecho cual soy»
(35). Nuestro autor veía la
vida como los antiguos, cuando se conocía la· pietas. Y se mos­
traba

agradecido a su
país, a

sus parientes,
a su hogar por todo
lo que le habían dado, por haberle moldeado. Por eso, continúa:
«No tengo idea muy clara de lo que eso pudiera
ser, pero estoy
seguro de que todo es culpa
mía · y

me
veo obligado
a confesar
que vuelvo
la vista hacia el panorama de mis primeros años con
un pla= que indudablemente debía reservar para las utopías
del futurista»
(36). ·
En un momento en que los bárbaros trabajan, desde el in­
terior,

para privar
a Occidente de su sustancia y para presuadirle
de

que repudie su herencia, las palabras de Chesterton son
un
recordatorio fortnidable de que el alma de la Cristiandad es la
Caballería y la Cruzada.
(34) Cfr. JBAN MA»IRAN, «La civilisation dans la perspective de la
pieté», en Ilinéraires, núm. 67 (1962).
(35) Autobiografla, I, págs. 22-3.
(36) . Ibld., pág. 23.
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MIGUEL AYUSO
En 1925 da a la estampa unas palabras que parecen escritas
para hoy' unas palabras en que marca su desacuerdo absoluto
y
resuelto con los sueños de quienes extiendeh con alborozo la
partida de defunción de la
civilización cristiana
en nombre de
los bienes contenidos en no importa qué religión o secta: «Los críticos de nuestra civilización, deshonrando sus crímenes como
se debe, tienen una curiosa propensión a idealizar desmedida­
mente sus víctimas. Antes de la expansión europea, a creerlos,
el mundo habría sido un verdadero
jardín de

Edén.
Swinburne
habla

de España
y de sus conquistas en términos que me han
sorprendido siempre: «los pecados de sus hijos -dice-, sem­
brados a través
de las tierras sin pecado», y que hicieron «mál­
dito

el nombre del hombre
y tres veces maldito en nombre de
Dios». Ahora bien, los españoles, convengo en ello, serían gran­
des pecadores; pero, ¿de dónde se sacó que los americanos es­
tuvieran libres de pecado?
¿ Es que hubo un continente todo
poblado exclusivamente de arcángeles, querubines
y serafo
nes?»

(37).
A continuación recuerda que los impecables· pastores
de esos
pueblós de

blancas palomas adoraban dioses inmaculados que no
soportaban en su
paraíso otro

néctar u otra ambrosía que los
sacrificios humanos. Y
termina con

estas lucidísitnas palabras:
«No defiendo la causa de España contra Méjico.
Compruebo de
pasada,

que es
análoga a la de Roma respecto de Cartago... En
uno
y otro caso no falta gente entre nosotros para tomar partido
contra su propia civilización
y para absolver de todo pecado a las
sociedades,· cuyos pecados no es que claman, sino que aúllan· eón:.
tra el cielo. Vituperar a nuestra· raza y nuestra religión, acusán­
dola de haber fracasado en su ideal, está bien; pero es una ton­
tería considerarla por eso
más baja

que
las razas y las religiones
que se fundan
én un

ideal ·diametralmente opuesto» (38).
Si todo comentario de algún texto chestertoniano siempre
corre el riesgo de resultar de uria vulgaridad insufrible al lado de
(37) El hombre eterno, I, p,lg. 1.540.
(38)
!bid., p,lg. 1.541:
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CHESTERTON, CABALLERO ANDANTE
las palabras originales, en este caso. no podría sino terminar re­
pitiendo,
una tras otra, todas sus palabras, las más expresivas,
las más adecuadas, las más ajustadas. Hay todavía un texto de cierta trascendencia en el que vuelve
a hacer gala de su condición de hijo agradecido y en
el que mez..
da los latidos de la piedad con la generosidad del amor al débil.
En
la Pequeña historia de Inglaterra, en el capítulo titulado
«España y
el cisma de las Naciones», cuenta desde su personal
óptica
el suceso de la Gran Armada, llamada Invencible por el
peculiar sentido del humor británico
y el
patriomasoquismo de
los españoles que acuñaron la Leyenda Negra. Fue un triunfo
--dice--que

asombró al triunfador,
ya que
la fuerza contra la
que combatían
era precisamente .el imperialismo en su pleno y
colosal senrido:
« Y

sólo se puede apreciar la audacia de su
de­
safío

o
la fortuna de su aventura penetrándose de que los ingle­
ses eran,

ante la España de aquel tiempo, tan oscuros, tan rudi­
mentales, tan pequeños como los boers» (39). Por eso, enjuicia con simpatía a aquellos corsarios ingleses
que
Ít!eron la

plaga del Imperio español en
el. Nuevo Mundo y
que eran tratados -lo que reconoce té.cnicamente justo- de
simples piratas
en el

Sur: «Sólo que hay derecho
--es su expli­
cación- a juzgar retrospectivamente, con cierta generosa debi­ lidad, los asaltos
técnicos que
vienen de parte del más
débil» (40).
No

tengo nada que objetar a esta visión. Aunque sí me
per­
mitiré añadir algo que me hizo ver en un agudo apunte Vi­
cente
Marrero.
Y. es
que, con idéntica razón, hay que juzgar
con
generosa
debilidad el noble gesto de los argentinos recuperando
por unos días las Islas Malvinas, antes de ser aplastados por la
prepotencia odiosa y soberbia de Inglaterra. Y a que me he
<Íeslizado por

la
,senda del
amor al débil, puedo
poner término a este apartado con un texto muy breve sobre
la
parada¡a de la caridad o caballerosidad,
una de esas dos o tres
paradojas
sobre las

que -decía- descansa la tradición de la
{39) G. K. CHESTBRTO_N, Pequeña histori~ de Inglaterra, Calleja, Ma­
drid, ,.
f., pág. 213.
(40) !bid., pág. 214.
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MIGUEL AYUSO
Cristiandad, que pueden impugnarse tan fácilmente en una dis'
cusi6n
como
fácilmente pueden justificarse en la vida: «Cuanto
más débil

sea una cosa más debe respetarse, cuanto más inde­
fendible sea una cosa
más debe

obligamos a cierto punto de de­
fensa» (
41 ).
No podría haber hablado de otro modo un caballero andan­
te,
.socorro de
viudas, protector de huérfanos.
4. Fidelidad a la palabra dada.
Si el sentido del misterio -tomado como paradigma de su
furibunda cruzada contra el
racionalismo--impide
al hombre
ser loco, paralelamente hay otra idea, arraigada en el fondo irre­
primible de su pensamiento, por la que queda preservada
la hu­
manidad de caer en la barbarie. No se refiere, por
tanto, como la
primera,

a la salud mental del sujeto, sino a lo que podríamos
llamar con
Cor~ao salud

social ( 42).
Es una idea extremadamente simple y no precisa de mayores
preparaciones. La expone en un pequeño libro escrito durante
los
años de la primera guerra mundial y titulado Barbarie de
Berlin:
es la fidelidad a la palabra dada, a la promesa del voto,
al pacto de la alianza: «Es
claro que
la promesa, o extensi6n de
la responsabilidad en el tiempo, es lo que mejor nos _diferencia,
no digo de los salvajes, sino de las bestias y los reptiles ...
La
promesa, como la rueda, es ·desconocida por la naturaleza; es
la marca del hombre. Solamente con relaci6n a la civilización hu­
mana se puede decir con toda convicción que en el principio
era
la

Palabra. El juramento está para
el hombre, como el canto
para
el pájaro y como el ladrido para el perró: es su voz» (43).
El respeto de la promesa aparece, por. tánto, a sus ojos, de
una importancia tal que, con no
ser nunca fácil la mención · de
(41) Hereies, I, pág. 386.
(42)
GusTAvo CoRQAO, op. cit., pág. 143.
(43)
G. K.
CHESTERTDN, Barbarism of Berlín, Cassell, Londres 1914,
pág. 32-3.
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CHESTERTON, CABALLERO ANDANTE
una cosa de la que se pueda decir después que depende toda la
complejidad de la vida humana, «si de. alguna cosa depende -se
atreve a afirmar-, es de esa frágil cuerda extendida entre las
colinas del
ayer y

las montañas invisibles del mañana».
Sin respeto a ese .elemento dual y primero, base de todo de­
recho, el hombre se desliza por la senda de la barbarie a pesar
de todas sus maravillosas y orgullosas conquistas. El bárbaro
po­
sitivo

-terminología que usa Chesterton
para distinguirlo del
imperfectamente civilizado- no es solamente el enemigo de la
civilización sino

el que busca una nueva
civilli:ación, un
nuevo
orden.
P~r aquí

se ve también su pecado contra la reciprocidad
-pues
todo& los

acuerdos se
cancei.an ante la ley de la necesi­
dad- y la piedad, como he intentado explicar en .el epígrafe
anterior.
La misma idea del juramento, para nuestro autor, está en la
raíz de los problemas internacionales y de los problemas familia­
res. En cuanto atañe al patriotismo o al espíritu cívico, las
per­
sonas

de buen criterio aceptan la lealtad debida. El patriota po­
drá denostar a su patria, pero no renunciar
a ella; y el vitupe­
rio
-,escribe en

un pasaje de
La su¡ferstici6n del divorcio-será
tal

vez un revulsivo para
despertar sus energías y

salvarla,
pero
no

para aniquilarla. Todo
el .mundo reconoce, pues, como incon­
trovertible «la existencia de instituciones
·a las
que estamos
li­
gados de un modo permanente, así como la de otras a las que
nuestra
adhesión es
temporal. V amos de tienda en tienda inten­
tando
hallar lo que queremos, pero no vamos de nación en na­
ción con la misma búsqueda.. . El momento en que un comercio
pierde su

clientela equivale al momento en que una
nación ·ne­
cesita

a sus ciudadanos: ..
» (44). Otra cosa es que los necesite
como críticos, pues para el bien de la patria las
energías de la
defensa externa deben allegarse . con las de la reforma iutérna.
Pero

si de la lealtad a la patria pasamos a la lealtad en
.la
familia, Chesterton observa una diferencia sustancial en la rea­
lidad infinitamente más libre de ésta: «El voto es una promesa
(44) La superstici6n del divorcio, I, págs. sso,1.
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MIGUEL AYUSO
··de lealtad voluntaria, y. entre los varios juramentos de fidelidad,
el voto matrimonial se catactetiza por el hecho de. ser la fidelidad
fruto de la selección. El hombre no es tan sólo ciudadano de la
ciudad, sino también su fundador y edificador. No es sólo un
soldado que sirve bajo una bandera cualquiera;
ha elegido él
mismo sus colores, combinándolos attísticamente, como los de
un traje individual» ( 45).
La consecuencia se abre camino fácilmente. Si es admisible
exigir del hombre
. que

se mantenga fiel a la comunidad que lo
crió, no será
una exageración

que se mantenga fiel a la comu­
nidad que él mismo
crió: «No

es
ni mucho menos incompren­
sible que los votos formulados con plena libertad sean los que
con mayor
firmeza se

observen. Llevan anejas por naturaleza mis­
ma · de las cosas, tan 1:re;mend.as consecuencias, que no hay con­
trato alguno capaz de sostener la comparación. No hay contrato
como no sea el que se forma con la propia sangre, capaz de con­
jurat espíritus

de las profundidades del
mat. o ¡le poblar de que­
rubines
-o de diablillos- una modesta villa moderna» ( 46 ).
Toda su poderosa
atgumentación contra
los divorcistas
-que
busca

el
lugar misterioso
donde él y
su. adversatio
se pueden
encontrat- gira en torno a esa moneda común y
al úempo cosa
fántástica que

es
la fidelidad al juramento. Defiende .con ahínco
un
derecho que nunca recogerán las proclamas liberales: el
de-


recho de ligatse y de que se le crea por su
pal.bra. ¿Me
permi­
tirán que use este rasgo en
mi retrato del Cbesterton caballero
andante? El voto matrimonial es casi el único que queda de toda
la concepción medieval de
la caballería, último resto en el mundo
moderuo de
· la noción de

santidad de una promesa· solemne. Y,
claro
estái no

podía soportar que se le quisiera arrumbar.
(45) Ibid., pág. 881.
(46)
Ibid., pág. 882.
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CHESTERTON, CABALLERO ANDANTE
III. CONCLUSIÓN.
Se ha dicho que lo más típico de la Cristiandad fue el nuevo
concepto de lo
militar y
su encarnación en
la caballer!a, institu­
ción que si conocida de otras
civilizaciones es

transfigurada por
el cristianismo, adquiriendo un esplendor
sin par.
André
Maurois

acertó a captar su esencia en tres pinceladas
maestras: < l'arc» es dominar el arma, y subraya el carácter esforzado y com­
bativo del
.. caballero,
dispuesto a
dar· su
sangre
y su vida en la
batalla
.. Chesterton

hace honor a esta exigencia con el gusto por
la lucha que marca su vida y
·su obra; y

que le aleja de los res­
guardados abrigos del conformismo. «Monter
a cheval» se refiere
a la destreza física. Y nuestro hombre hace gala de una
.visión
sacramental

del universo que desemboca
e(l vitalismo
risue­
ño. «Ne
pas mentir», fuialmet:>te, significa

el valor moral, po­
t:1er la

fuerza al servicio de la moral. Y también el gran
. escri­
tor
it:>glés lo practica en un grado eminente. No en vat:10 es el
cantor del juramento. Pero las virtudes naturales del Código de la Caballería se
desbordan, desde la raíz, con la irrupción de
la gracia.

Es Cris•
to el
.Primer caballero

y a El han de imitar. La piedra angular
de la caballería cristiana es la lucha ascética y para conquistar­
la hay que descender, en escarpado viaje por las tierras de la Teología, a la profundidad del alma, al santuario de la vida di­
vina. Chesterton también vivió esta certeza con pasión y así hace
decir a uno de
sus personajes:

«Hay personas con quienes es
inútil hablar de la
flor de

la caballería. Pero si verdaderamente
queremos la flor de la caballería, tenemos que volver a la raíz
de la caballería. Tenemos que buscarla, aunque.
la .encontremos
en un
lugar. espinoso

que la gente llama Teología» ( 47).
Hoy que domina de nuevo el espíritu racionalista y que
un
viejo

hedonismo vuelve a asirse a los placeres que nos abrazan
(47) El regreso de Don Quiiote, III, pág. 624.
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MIGUEL AYUSO
para ahogarnos, vemos alejarse como si de una sombra se trata­
se el tipo humano dibujado en trazos fuertes por Chesterton. Pero ha de llegar
el tiempo en que vuelva a sus correrías,
porque «si todas las cosas son siempre las mismas es porque son
siempre heroicas; si todas las cosas
Son las
mismas es porque son
siempre nuevas» ( 48 ). Pero ha de llegar el tiempo en que resu­
cite de su tumba, como él mismo soñ6: «Cervantes pensó que el
Romance
estaba. muriendo

y que la Razón podía razonablemente
ocupar su ·Jugar. Pero
yo_ sostengo

que en nuestro tiempo la Ra­
zón está muriendo, y su vejez es realmente menos respetable que
el viejo romance» ( 49). Pero ha de llegar el tiempo en que vuel­
va a nacer, porque la caballería es la vocaci6n de Occidente. Y
el espíritu
de la caballería es eterno.
(48) El Napoleón de Notting Hill, III, pág. 1.084. La página siguien­
te es -de una gran belleza: «No hay escéptico que no -tenga la· sensaci6ri de
que· otros

han dudado
antes de él. Ni hay .rico ni veleidoso que no sienta
que todas las novedades son
antiguas. No haY adorador
del cambio que no
sienta sobre su nuca
el enorme peso del cansancio del Univei;so. Pero
nosotros, los que hacemos las cosas antiguas, estamos alimentados por la
naturaleza de una infancia perpetua. No hay hombre enamorado qu~ pien­
se que otros
lo estuvieron antes que él. No hay mujer que tenga un hijo,
que

piense que ha habido otros_
hijos antes que

el suyo. No
háy hombre
que
11.l-Che por su

ciudad,
qi.le sienta el peso de los imperios destruidos».
(49)
El regreso de· Don Quijote, III, pág. 627.
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