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Número 249-250

Serie XXV

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La familia como transmisora de cultura

LA FAMILIA COMO TRANSMISORA DE "CULTURA
(CoNF. 20 DE JUNIO DE 1986,
LUJÁN-CoNGRESo NO-NA-DE-FA)
POR
ALFREDO DI PIETRO
Ca~ático de Derecho Romano de .la Universidad Católica
de Buenos Aires.
l. Comenzaré con . unas palabras de Su Santidad Juan Pa­
blo II, pronunciadas en ocasión de su
visita a la Di6cesis de
Roma
(L'Osservatore Romano, núm. 50 (519), domingo · 10 de
diciembre de 1978): «Digo a todos los esposos
y padres, j6venes
y mayores: Daos Ias manos, como hicisteis el día de vuestra boda,
al recibir gozosamente el Sacramento del Matrimonio. Imaginaos
que vuestro

Obispo os pide hoy,
otra vez,

el consentimiento, y
que vosotros, pronunciais como entonces
las palabras

de la pro­
mesa matrimonial, el· juramento de vuestro matrimonio».
«¿Sabéis por qué os lo recuerdo? Porque de la observancia
de estos compromisos depende
la «Iglesia Doméstica», la calidad
y santidad de
la familia, la educaci6n de vuestros hijos. Todo
esto, Cristo

os lo ha confiado, queridos esposos, el
día en
que,
mediante .el ministerio del sacerdote,
unió para

siempre vuestras
vidas, en el momento en que pronunciasteis las palabras que no
debéis olvidar jamás:· «hasta
1a muerte». Si las recordáis, si las
observáis, mis queridos hermanos y hermanas, también sois
ap6s­
toles

de Cristo
y contribuís a la obra de salvación ( confr. Lumen
gentium,
35-41-Gaudium et spes, 52)». ·
«Daos

las manos»,
dice el· S~nto Padre.

El «darse las manos»
es un acto
de confianza y la forma simb6lica de la entrega mu­
túa. 'Cuando «damos_ la :1113.no» a un amigo, le entregamos tmes~
tra amistad.-Lo cual puede ser mucho. Peto, mucho más es lo
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Fundaci\363n Speiro

ALFREDO DI PIETRO
que significa la entrega mutua· y total que el esposo hace respec­
to de la esposa. Y viceversa. Es la daci6n ilimitada y gratuita,
tanto del cuerpo como del alma
y· el espíritu. El Matrimonio,
pues, consagra el acto fundacional de una familia. Como acaba­
mos de oírlo, la familia es la «Iglesia Doméstica» que ha sido
confiada por Cristo a los esposos. Ello ocurre en forma peren­
ne
«hasta la muerte», para la «calidad y santidad» de la familia. ·
No

es s6lo una alianza entre
el esposo y la esposa, sino también
entre
el padre y la madre respecto de sus hijos, y de éstos res­
pecto de aquéllos.
Todos, en
conjunto, integran esto que es
la
«Iglesia Doméstica». Dentro de esta pequeña comunidad, cada
uno tiene su rol y cumple su funci6n. Todo esto está orientado
a la
«obra de

salvaci6n». Pero para poder lograrla hay pasos in­
termedios que recorrer. En este orden de cosas,
la principal
tarea que hace al padre y a la madre,
fuera de

la subsistencia
material que asegure
el orden digno de la existencia, está repre­
sentada por la ateoci6n del espíritu de los hijos. Este deber se
llama «educaci6n».
2. Por lo que hemos dicho, se puede comprender que
,el
«educar» corresponde en forrna propia y eminente a la «fami­
lia». Así, resulta innegable que cada uno de nosotros puede dis­
poner de aquello que sea necesario· para poder realizar la labor
personal de la «cultura».
Del mismo modo corresponde que lo
hagamos respecto de nuestros hijos. Ellos son nuestra prolonga­
ci6n en
el espacio y en el tiempo .. Por lo tanto, tenemos no s6lo
el derecho, sino lo que es más importante, el deber, y aun la
tremenda· responsabilidad de hacer todo lo necesario, no sola­
mente para que se sientan «educados», sino, además, para que
tengan la capacidad propia e intransferible de poder ejercitar la
cultura animi, es decir, de poder «cultivar» lo más pr6diga y
fecundamente que se pueda, el campo de sus espíritus.
En algún momento pudo haber existido alguna peregrina
idea acerca de que pretender «educar» a los «hijos», ·esto es,
«con-formarlos» y «modelarlos» espiritualmente, podría signifi­
car algo así como un avasallamiento
de sus personalidades. Se
·12so
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LA FAMILIA COMO TRANSMISORA DE CULTURA
sostendría, en tal sentido, que. todo niño, por el hecho de ser tal,
es por naturaleza necesariamente ·bueno . y capaz de desarrollar
per se, sin ayudas ni influenéias extrañas, sus propias condi­
ciones espirituales. Tendría un
«derecho humano»
de
dejátsele
crecer

libremente, sin siquiera tratar de inducirle ninguna influen­
cia. Una idea semejante no solamente -es errónea, sino, ·además,
fruto de una utopía. Toda utopía. parte de una irrealidad. Y, acá,
lo irreal es pensar que, basados en el abstracto dogma de
la li­
bertad, cada uno puede
y, debe, como las plantas silvestres,
crecer y vivir sin guías ni dirección.
Pero ocurre que ni siquiera entre los animales nos podría­
mos .encontrar con una experiencia se:Ínejante. La «mamá leo­
na» protege a sus cachorros y les enseña a manejar su vida ins­
tintiva.
Así, primero a. comer y· a peomanecer junto a ella den­
tro de la caverna; luego, a que
la acompañen en la búsqueda de
presas; a cómo aprovechar
las ocasiones

favorables
y, también,
cómo evitar los peligros. Cómo buscar un lugar
para guarecerse
de

las inclemencias del tiempo, o
cómo saber

otear el viento para
lograr su ubicación en el medio ambiente. En una palabta, los
«educa», los ejercita a man.ejar su instinto, o dicho de otra ma­
.nera, les enseña a· vivir. Si, hipotéticamente, viniera un león
«utopista», cosa por demás imposible, puesto que los leones son
«irracionales», pe1:"() no son «tontos», que sostuviera lo erróneo
de semejante conducta de «adoctrinamiento», que avasallaría la
libertad de los cachorros y propugnara que habría que dejarlos
librados enteramente a su propio arbittio,
sin indicación
alguna,
no me cabe ninguna duda que ello no hubiera sido, precisamen­ te, del agrado de
«mamá leona»,

quien mostraría sus
garras y
defenderla con sus filos lo que es su «familia». De todo esto podríamos sacar una primera conclusión: los
padres, _según lo ens.eña la misma naturaleza, son 'los que, en
forma primordial pueden y deben educar a sus hijos. Si los ani.­
males se preocupan, por instinto, de enseñar a sus pequeños los
datos y hábitos primigenios,. en el caso de los humanos el proble­
ma se complica y se agudiza. En efecto, como seres racionales
que son los hijos, la educación conforma no sólo los hábitos del
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ALFREDO DI PIETRO
cuerpo, sino, además, la preparación del alma_ y el descubri­
miento . del espíritu. Esto es
lo esencial. Y, como he dicho, no
s6lo
es un
der.;,,i,o, sino,

además, un deber
y una responsabili­
dad. Si «mamá leona»
ha querido «educar» el instinto, aprove­
chando

el tiempo de
su muy

primera·edad y, luego de «educarlos»
así, los abandona,
ello es

porque tal es el comportamiento
ani­
mal. En cambio, respecto de los niños, lo que se «educa» es el
espíritu, y ello no se logra en breve tiempo. Transgredir este
im­
perativo tiene también su pena: si nosotros no educamos a nues­
tros hijos, y los habilitamos para
111 labor
cultural, otros serán
los que se encarguen de hacerlo. Y la vigencia de esta ley parece
algo inexorable.
3. Pero ... ,
¿cómo se

hace para educar? La pregunta es
ge­
n.;,almente
muy

repetida. Cuando encontramos una familia cu­
yos hijos no solamente son buenos, sino que además denotan que
han sabido desarrollar sus aptitudes espirituales, intelectuales o
artísticas, parece surgir la pregunta:
«¿cómo han

hecho?». Cuan­
do uno ve que esos niños, a medida que crecen han sabido mo­
verse en la vida y, lo que es
más importante,

han ejercitado la
experiencia de

lo divino, la pregunta del extraño parece impo­
nerse: «¿cómo lo

han hecho?».
Esto resulta explicable. Dentro de lo azaroso y trajinante de
la vida diaria actual uno se percata de que apenas si alcanza
el
tiempo· para vivir, cuando .. no, apenas subsistir, abocados como
están los padres para poder mantener, dos o más empleos. ¿Cómo
es

posible, en estas circunstancias que parecen irreversibles
del
mundo actual, hallar, no ya la vía adecuada de educar a los hi­
jos, sino la oportunidad para que ello acurra? Si al
habitante
de

nuestra jungla de asfalto, luego de haberse vaciado de fuer­
zas, apenas si transcurre, muchas veces por la noche,
el umbral
de su casa para poder
hallar el momento de un cierto descanso,
por demás momentáneo,
que obra
generalmente como un pe­
queño recreo,
¿cómo, aparte

de ello, podrá educar a sus hijos?
Primero, entendámonos sobre
el sigrúficado de lo que es el
«educar». Se podría inteligir como la tarea de «instruir», en·
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LA FAMILIA COMO TRANSMISORA DE CULTURA
los conocimientos, a los hijos. Dado que, como hemos dicho, la
educación corresponde, en principio, a los padres,
de lo
cual cabe
deducir
que, si

el Estado educa, lo es solamente. en forma sub­
sidiaria, parecería que lo que deben hacer los progenitores
es.
adelantarse

a la educación estatal, pero,· manejándose en la mis­
ma frecuencia de onda de lo que hará
el maestro. Y, con men­
cionar
éste aspecto

del tema, casi estoy lindando con el problema
de la «educación» primaria, secundaria y,
aun universitaria.

Pero
no es este el momento de plantearse cuál es el papel del «maes­ tro»
.en su

labor
· dentro

de la escuela.
· Digamos,

por ahora, que en el estado actual de nuestr.a edu­
cación el maestro, más. que «e-ducare», que tiene el sentido eti­
mológico de «sacar algo de dentro hacia afuera», parece más
bien estar empantanado en la tarea enciclopédica del «in-duca­
re», tratando de transmitir datos para que «entren» en el alum­
no. De todos modos, es una tarea noble colaborar con los maes­ tros. Quien tenga aptitudes, y tiempo suficiente, que lo haga.
Pero, desde ya, debo aclarar que no es en este sentido, que creo,
si no me equivoco, que debemos entender la tarea educacional
de los padres y, menos aún ,que sea así, que debamos compren­
der lo que es la transmisión de la cultura. Entendámonos bien,
me parece loable que se ayude a los pequeños, colaborando con
ellos, enseñándoles a leer, a practicar
el incomprensible «busco,
recorto y pego», a comprender
cuántas clases
de ángulos o de
triángulos existen; cuáles son las plantas fanerógamas o las crip­
tógamas; cuáles son los ríos que
· conforman la hidrografía

de
Europa o de América; o cuáles son las consecuencias de las gue­
rras napoleónicas. Eso los ayudará a «instruirse», pero, con eso
sólo, difícilmente se «educará» y,-menos aún, podrá adquirir el
hábito de la verdadera cultura animi.
«Educar» es algo distinto. Si la «instrucción», hace a los
sistemas de aprendizaje y, a la acumulación
de datos,
la «educa­
ción», hace a la «formación» o, mejór ·aún, a la- «conformación»
del espíritu de nuestros hijos.
Ese es el sentido que tenía la
paideia griega, que en cierta
forma
queda comprendida

en
l.a Bildung alemana. Esta última
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ALFREDO DI PIETRO
palabra se forma a partir de Bild, que significa imagen. El
niño, que es nuestro hijo, es como
una moldeable

arcilla, a
la
cual hay que darle «imagen». De nosotros dependerá la «forma»
que queramos
dar a esa arcilla»: Educare, como he sefialado
anteriormente,

es «sacar de dentro hacia afuera». La arcilla, es
decir, el niño, .tiene sus virtualidades implícitas. Es como el es­
tado de «potencia», para hablar en lenguaje aristotélico-tonústa.
Al «educar», convertimos las virtualidades implícitas en «acto».
Por eso .se ·dice que el «educar», -es sacar afuera, lo_. que· está
adentro. Cuando un maestro tallista trabaja la madera, o un ·es­
cultor trabaja la piedra o el mármol, en realidad no le agrega
nada, ni a la madera, ni a la piedra, ni al mármol. Lo que hace,
es ir sacando todo el material sobrante que está escondiendo la
«imagen».
Una vez

que
·se ~hre camino

expurgando la cobertura
exterior, lo que queda es .lo que estaba en principio escondido
y ahora surge resplandeciente en
la «imagen». De ahí la tremep­
da

responsabilidad de la
educaci6P correcta.
Por eso no
la po­
demos dejar al acaso. Ni la arcilla, ni
la madera, ni la piedra,
ni el mármol, por sí solos, forinan «imagen», ni «modelan»
nada. Necesitan del alfarero, del tallista, del escultor.
Seamos, pues, los artistas de la
«educaci6P» de.
nuestros hijos.'
No lo dejemos en el estado de materia prima. Extraigamos de
· ellos la «imagen» que está aún oculta y que tiene que ver la luz. Si no somos nosotros los que descubrimos la forma del
espíritu
de nuestros hijos, habrá otros que lo hagan por nosotros. Y, en­
tonces, nos podremos lamentar de la «imagen» que extraigan
esos otros alfarerOs, tallist;s o escultores.
4. Pero, aun adarada esta cuestión, la pregunta prinúgenia
queda

en pie: « Y esto, ¿c6mo se hace?».
Para que exista «educaci6n familiar», y para que la familia
sea «transmisora de cultura», es necesario, primero, que exista
la fanúlia como tal. No me estoy refiriendo aquí a una exigencia
formal, de
tipo jurídico. Lo formal de la familia es lo que puede
resultar de su apariencia exterior. Así, lo que surja del Acta de
Matrimonio y de las respectivas actas de nacimiento, por medio
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LA FAMILIA COMO TRANSMISORA DE CULTURA
las cuales podemos probar que, efectivamente son hijos nues­tros;
y, más aún, si así lo quieren, del certificado administrativo
policial,
de que todos habitamos en un mismo domicilio. Pero
esto sería la cáscara exterior de la familia. Lo que nos interesa
es su contenido. No la forma, sino la substancia. Estas diversas
personas podrán vivir juntas, pero
· sin ser esencialmente · familia.
Podríamos
decir de ellas lo que Calderón
decía de
Madrid, en
una de sus comedias, tal como lo aplicaba el mismo Ortega
y
Gasset: «Está una pared aquí de la otra más distantes que Va­
lladolid de Gante». Estar juntos
espiritualmente, no
es
lo mismo
que estar cerca, espacialmente.
Así, puedo tener varios troncos más o lllenos cerca, pero,
para lograr un «conjunto», es necesario que estén dispuestos de
manera especial,
g,ntormando un

«todo organizado». De lo con­
trario, si cada uno funciona por separado, no podremos nunca
obtener el fuego.
·
Si

hacemos referencia a este ejemplo de los troncos
y del
fuego, no es por acaso. El
«fuego», en

todas las sociedades tra­
dicionales, es algo que hace el sentido de la «familia». Por eso
es que

el ámbito de la «familia», es el «hogar». El origen de
este vocablo es netamente latino. La
familia romana

se confor­
maba en tomo al «focus», es decir, el «hogar». En el «focus»
estaba encendido, día
y noche, «ignis», es decir, el «fuego». De
manera ritual lo iniciaba el «paterfamialias», al comienzo de cada
año. Su deber era vigilar, tomando las debidas .precauciones para
que permaneciese encendido todo el
día. Durante
la
noche se
lo

mantenía como rescoldo
y, a la mañana siguiente sé lo reavi­
vaba. Este «fuego» no era aquel, puramente material, que ser­
vía para cocinar los alimentos y para dar calor a la casa. También
tenía otro sentido. Este otro aspee-to era «Sacro». Representaba
el vínculo de la «pietas», que permitía honrar a los dioses Ma­
nes, es decir, a los antepásados, así como ·re_verenciar a los «nuw
mina» que protegían la casa, es ~cir, los dioses Lares y los
Penates.
Es curioso el simbolismo
del fuego.

Es lo inorgánico que se
consume. Lo inorgánico de los leños, es lo que carece de «vida».
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ALFREDO DI PIETRO
Pero, en ese consumirse por el fuego, hay «vida». Por eso, nos
es lícito hablar de «avivar» el fuego. De
lo inerte, brilla la vida.
Las lenguas de fuego que se enraizan en los troncos, tienen una
vida propia. Dialogan entre sí y, en el chisporroteo, proporcio­
nan en
la conversación recíproca que se establece, luz y calor.
Por ello, la familia romana era también una pequeña «Iglesia
Doméstica». Sus miembros
están «con-gtegados»

en tomo a la
fuerza
vivificante del

fuego. Tanto el
«paterfamilias», como la
mujer, los hijos y los esclavos, · que eran estos últimos, el per­
sonal de la casa, participaban de los «sacra privata», cuyos ritos
se realizan en tomo al fuego, al «focus», es decir, el «hogar».
En
la lumbre brillaba el vínculo sacro de la «re-ligio». Si a este
vocablo lo tomamos de
«re-ligare», nos

asegura, en tal acepción,
la comprehensión de la
«re-unión», no

s6lo de los «vivientes»
de la familia de
«hoy», sino

también de los antepasados, que son
la familia del «ayer», no ·visible, pero vigentes, evocados en las
lenguas del fuego.
Y todo ello se transmite como deber de «pie­
tas», a los hijos, es decir, la
famiYa del
«mañana». Por eso
la
familia romana es como una lanzadera que traza su trama .en la
rueca del tiempo, comprendido éste en forma continua: el «ayer»,
el «hoy», y el
«mañana», convocados

por el fuego del «focus».
De aquí arranca el sentido de «familia» como «hogar», que
se transmitirá con inusitado vigor de la familia tradicional cris­
tiana. Los miembros de uria familia son
coino los iróricos· cuya
niáxima aspiraci6n es «con-gregarse», para a:i;der en -forma con~
tinua y · conjunta. Los dos troncos pilares son el padre y la
madre
.. Ellos
son los que han tomado la «idea» de formar una
«familia», es decir, de encender el «hogar». Al unirse en ma­
trimonio, han re·suelto apoyarse el uno en el otro, }Jara «arder»
juntos, uniéndose en cuerpo, alma y espíritu, en forma perenne,
«basta la
muehe», el
uno respecto del otro. De su comunica­
ción amorosa ha surgido el fuego fundante. No es un
fuégo cual­
quiera, sino que aspira a-inai:tt~nerse en el tiempo. ·Por ello, su
destino es la incandescencia.
El fuego es cómo el amor, siendo el uno el «symbollion» del
otro. Este «fuego del amor» es un
«bien» y,
por
ello, difusivo
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Fundaci\363n Speiro

LA FAMIUA COMO TRANSMISORA DE .CULTURA
por naturaleza. De ese fuégo primigenio es del que surgen los hi­
jos. Estos se ·agregan, como pequeños troncos, .que ya desde su
naciiniento participan de la incandescencia del amor que. se tienen
los padres. Establecido
. así,
tenemos el «hogar». Una familia
bien constituida es, en sí misma, un «hogar». Lo de «bien cons­
tituida» hace a que los troncos
. tienen

su propia fortaleza
y
substantividad y que, además, están di;puestos «en buena for­
ma», apoyándose, los unos en los otros, de acuerdo a una
cierta
jerarquía,
en

la
cual se sienten más respaldados y menos aisla­
dos.
La jerarquía, en el «hogar», no es un mero concepto «auto­
ritario», sino que hace al correcto
orden de
clisposición
de los
troncos,

de tal modo, que
cada uno
ocupa el lugar que
le corres­
pon
de ese orden,
cada uno
-es decir, no solamente los
padres-, obtiene el
máximo de beneficios y cíe seguridad. Al
estar los tronco., bien dispuestos, el «fuego» que se obtenga, no
tiene ocaso, sino que, por el esfuerzo mutuo, compartido, lejos
de
decaer; se

mantiene
y se acrecienta. Es el fuego lento, pero
persistente,

que congrega
y que aúna. Cada uno de los troncos
es, pues, constitutivo del «fuego»
y, al mismo tiempo, participa
de la luz
y .del calor. La «luz», ilumina; el «calor», vivifica.
5. Lo principal es la «unión con-gregativa» de los troncos.
Como lo dice la propia palabra,
lo que se «con-grega»; es la
«grey». Por ello entendemos lo de «Iglesia Doméstica». El
,,fue­
go» . del «amor» que congrega, no es el «fuego material», sino
aquel que sustenta los espíritus. También al «fuego material,.
lo denominamos «hogar».

En las noches invernales, la
familia
suele

reunirse en torno a dicho «hogar». Cuando nos reunimos,
¡endemos a formar la figura de un
«circulo». Los

antiguos es­
tablecían que el «círculo»
era imagen

de la
perfección. Y,
aquí,
es apropiada. Para
poder congregarse en· tomo del calor, es la
forma más adecuada, puesto que es aquella en
la cual todos par­
ticipamos y todos gozamos de la" luz y del calor del fuego.
También nos reunimos en
circulo alrededor
de la mesa.
Ge­
netalmente lo hacemos en el .acto de la comida. Es indudable
que el «comer»,
hace· a nuestras necesidades más

primarias.
Por·
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ALFREDO DI PIETRO
ello es un. acto grato y placentero. Pero, «comer en familia», es
algo más que
Í1!gerir alimentos.
Casi me atrevería a decir, que
en la verdadera mesa
familiar, el comer, que aparece en primer
lugar como la necesidad primigenia que tenemos todos, pasa
luego, en cierto sentido, insensiblemente, a un segundo lugar. La «mesa familiar» no
.es un

«comedero». Por eso es que
ben­
decimos la mesa. No solamente damos gracias por los alimentos
que
valnos a
recibir, sino también, por la
mesa. Por
el poder
estar «con-gregados». Están los platos
y los cubiertos, las comi­
das
y las bebidas. Pero, prontamente advertimos que éstamos
«congregados»
y, de una manera natural surge la conversación.
Decir «conversación» significa también un «hablar en forma con­ junta».
Es horrible, por ello, el mero imaginarse una familia
comiendo en silencio, En
cambio, es natural el «conversar». Con
el «decir» de uno, surge el «hablar» del otro y, también el de
los demás. No es solamente lo que cálidamente nos
decimos,
·sino
la

presencia de un fuego incipiente en
cuyo· ánibito todos
participamos.
En cierto modo, se

repite el «círculo del hogar». Cuando nos
reunimos junto a la -mesa, es como si reaviváramos con nuestras
lenguas la lumbre de un fuego que ya existe. Lo placentero de los alimentos se combina ahora con lo agtadable
· de
la plática.
Pero ahora, lo que toma la delantera es esto último. Es el tiem­
po de
la palabra y de la comunicación. Lo propio de la palabra
-al igual de
lo que bcurre con el fuego-, es el propagarse. No
es necesario
que el tenia que
se aborde sea un problema intelec­
tual al que se pretende encontrar solución. Es suficente que sea
lo que interesa.
Si interesa

algo en
lá «congregación
de la mesa»,
es porque ello
«concierne» a

todos los qne participan. Alguien
dá pie y se enciende la yesca. Dice algo y obtiene nna respuesta
que complementa.
Interviene· un

tercero y, un cuarto que tam­
bién quiere participar. Hay un solo «fuego», que
es· el

de

«palabra», alimentado por las individualidades dé todas las len­
guas

que la nutren. La palabra va estableciendo sus «reales» en
esa
«res» que

es la
«mesa». Seguimos
apreciando el
sabor de
los alimentos; es·decir~·-no es que dejemos de comer, pero, ahora,
1288
Fundaci\363n Speiro

LA FAMIUA COMO TRANSMISORA DE CULTURA
la «mesa» se ha encendido y se ha convertido en el «ámbito de
la palabra». La palabra es el fuego congregante. O, dicho
eri
otros términos, es el «ámbito de] hogar». Todos estamoS «con­
=nidoS»,
o,

lo que sería lo mismo, todos
estamoS «cotnunica­
dos».

En la palabra que se conversa, está el que habla y
están
los

que escuchan. Pero todos
participan.
6.

Por ello, si hablamos de «educación» y, ·de «transmisión
de la cultura», previamente debe existir el «hogar». Cuando
esto
se

logra, arde el fuego que congrega. He puesto el ejemplo de
la mesa

para denotar la idea de]
círculo. Allí, el calor dé los
alimentos
es el soporte para lograr la vigencia de la calidez del
diálogo conjunto. Pero, este lugar no es el único. Hay
también
otros. La vivencia del «círculo» la podemos lograr en er «li­
ving»,
junto al
fuego material.
del «hogar». O, en la tarde sere­
na, en el jardin. O
en el dormitorio, donde en torno a la insubs­
tancial y anodina
cama, también
podemos
a.rtnar el «fuego de la
palabra».
Lo importante es descubrir el «lugar» que
· nos
dé la
«ocasión». Entonces se da la
substancia, a

partir de la cual se
puede dar

la «educación»
y la «transmisión de la éultura».
·
No

se trata de plantear una tesis original, ni
. de presentar
una

«quaestio disputa ta», al estilo universitario medioeval. Pero
tampoco se trata del .fuego insulso de las cuestiones vanas. Esto
último es

lo
qué Héidegger

plantea como una de
lás formas de
la

existencia «inauténtica»·. Es
fo que denomina «dás Geiede»,
que podríamos traducir como

«la palabrería» o «la charlatane­
ría». No es a este hablar al que nos venimos
refiriendo. Sería
un

decaimiento
de la. palabra, dónde reina la conversación anodi­
na
y sin base, consistente en repétir lo que se habla. Pero, entre
el

nivel de la honda inteligencia
y el intrascendente parloteó;
está
el «reino de las cosas». Por tal, cabe entender a las «reales»
que son las únicas capaces dé ser denominé.das «res», és -decir,
«cosas». Puede ser tin acontecimiento. Ló ocurrido· al padre en
la
oficina, o a la madre en su trabajo, o al
hijo en el colegio,
o
a la pequeñina
en la escuela. Toilas estas situaciones pueden: ser
la «ocasión» de plantear las «pequefiás grandes cosas»: Son éstas
1289
Fundaci\363n Speiro

ALFREDO DI PIEI'RO
y, no las otras, las puramente artificiales, las que pueden aportar
la «sal de la vida». Es en el «hogar», donde las hablamos. Y,
a
p¡¡rtir de
su mención, el fuego de la palabra irá
tr¡¡i,andu las
pequeñas

lenguas de fuego que· podrán invadir el
ámbito fami­
liar.

Si
se trata de

un acontecimiento, al
incotpQratse a
la grey
familiat, deja de ser personal o individual. A partir de ahora,
concierne a todos. El «fuego familiar» lo arrebata
y, en cierto
modo, lo expropia, pata hacerlo propio de
.la comunidad fami­
liar toda.
7. Y, es
allí, padres, donde está señalado vuestro lugar.
Esos son los momentos oportuoos que no debéis desperdiciar.
Sois los organizadores del hogar, los directores del fuego de la
palabra. Así como se debe custodiar el fuego material, pata que
permanezca encendido
y no decaiga, disponiendo que los troncos
estén en
la posición adecuada, -así, también debéis atender el
cuidado del «fuego del hogar». Para ello es que sois padres.
De
vosotros depende la «Iglesia Doméstica». Es en esos momentos
que podréis lograr que
el interés
no se amengüe, sino que se
acreciente. Que, de una manera absolutamente natural, todos
hablen y se expresen. Cuando el fuego está encendido, puesto
que se
ha encontrado la «cosa que

nos concierne», basta con que
la mantengais. Agregad el dicho oportuno,· la frase aclaratoria,
la palabra elegante e, incluso, el chiste ocasional. Y, sobre todo,
escuchad.
Escuchad a vuestros
·hijos. Veréis
prontamente
que lo
que ellos· dicen, no son sino: las mismas lenguas de fuego que
vosotros alimentasteis.
Transmitidles lo experiencia!. En eso sois verdaderamente
ricos. Contadles de vuestras vidas, de vuestros
hechos. De aque­
. Ilo

que os alegró, una
clara tarde

de verano, o también, de la
pena que oprimió vuestro pecho en una oscura noche de invier­
no. Todo cuenta.
¿Lo descubrís ahora? Lo que estáis haciendo
es posible. Es transmitir vuestra propia vida.
Ya al uniros en
amoroso abrazo, habéis gestado a vuestros hijos. Ahora, se trata
de ir alimentando
el campo

ávido de sus
· espíritus.
Ellos os es­
cuchan. Más aún, os puedo asegurar que
están expectantes

de
1290
Fundaci\363n Speiro

LA FAMILIA COMO TRANSMISORA DE CULTURA
escucharos. Narradles, cómo, de mil formas distintas, habéis es­
tablecido en vuestras existencias una
«alianza con ·Ja vida». Si
podéis, a partir de
ello, sacar

conclusiones más generales, con­
sejos más asertivos,
e incluso,

encontrar entronques más espiri­
tuales, mejor será. Siempre debemos. dar.les lo mejor de nosotros
mi.smos.
Pero, si esto último no fuera posiblé, no os preocupéis. Lo
intrínseco del cristianismo es que, antropológicamente, es el honi'
bre

del «corazón abierto». No lo mantengáis cerrado. Habladles
de esas «pequeñas grandes cosas». Enseñadles, a partir de ellas.
Tú, padre, cuéntale, por ejemplo, cómo, en. aquella oportunidad,
siéndo aún

pequeño, Juego de un partido de fútbol, agotado
sobre
el césped, intuiste lo infinito, cuando dirigiste la mirada
· hacia

el inmenso espacio azul. Y
tú, madre, nártale lo que expe­
rimentaste aquella noche estrellada, tan especial y tan transfi­
gurada, cuando intuiste la armonía silenciosa de las esferas ce­
lestes. Pero, también vuestras travesuras, las que cómetisteis
cuando teníais su misma edad. Que nada de lo humano le pueda
resultar ajeno, como lo dice el célebre paso de Terencio.
Y, sobre todo, transmitidle vuestro amor por las cosas. Las
simples. Contemplad con ellos el . atardecer encantado,
la admi­
ración por árbol coposo
y longiUneo, que cuanto más hunde sus
rafees en la tierra, más sus ramas
apuntan anhelantes
al
arul
celeste. Habladles del vuelo de los pájaros, que como seres alados,
unen, en el éter,
el cielo con la tierra. Hacedles apreciar el aroma
indecible de un
ramo de
rosas; lo imponente de la
montafia, que
se

eleva como eje del mundo:
el sabor concentrado de la tierra,
en una roja manzana. Y, también,
la suavidad nostálgica de una
melodía de Schubert, o, la armonía
có_smica de
un cuarteto
de
Mozart.
Todo

cuenta. Porque, en la experiencia compartida, casi sin
quererlo; y· hasta· sin pensarlo, estdis transmitiendo vuestra cos­
niovisi6n, vuestra manera de ver el mundo, las cosas y, pür su
intermedio, a Dios. Y, sobre todo, vuestra «influencia espiritual», aquella que habéis adquirido de vuestros padres y llevasteis
vostros mismos. a la práctica cuando celebrasteis la «alianza con
1291
Fundaci\363n Speiro

ALFREDO DI PIETRO
la vida». Hacedles ver, c6mo, a partir de vuestro propio queha­
cer, por más humilde que sea, habéis aprendido a «co-operar»
con Dios. Cómo, a
partir de vuestra propia labor, habéis descu0
bierto la forma de cantar la gloria · de Dios. Cómo, a partir de
cada actividad, se sea
juez, ingeniero, empleado,

maestro, pro­
fesor, agricultor, albañil o, mero trabajador, toda labor es capaz
de engendrar el «trabajo bueno». Este, es aquel que va acompa­
ñado del
e.fuerzo agotador,
pero, que es el único capaz de su­
perar todas las dificultades de la vida, como lo decía el viejo
Virgilio:
Labor improbus ·Omnia .vincit. Aquel «trabajo bueno»
que os perfeccionó -como persona,
·os permitió abriros caritativa~
mente.

a 1os demás
y, mediante el cual realizasteis el o pus alchi­
micus,
del laborare est orare. Porque, para el verdadero cristia­
no,

el cumplimiento de la labor a realizar nos .permite, de algún
modo, lograr «mantener el orden de
la Creación», y ello 1o ad­
quirimos cuando, como dice el libro del Eclesiástico (38, 38-9):
«la oración se confunda con el trabajo de
"las manos».
8.

Cierto es, sin embargo, que no siempre podemos lograrlo.
Los momentos no son siempre los oportunos. El tiránico horario
de la ciudad de cemento
parece privarnos,

muchas veces, de las·
ocasiones oportunas. Pero, por otra parte, también debemos to­
mar conciencia de que el «momento oportun» es fugitivo.
Pása
ante nos_oiros, se

nos presen_ta
y, si no lo a]?rovéchamOs, huye.
Como decía Cicerón, «es el destello de lámpara que se oscurece y
empalidece ante eI r,;splandor del sol, lo mismo que una gota de
miel que se pierde en la extensión del
M:ar Egeo ó, una
moneda
en las riquezas de Creso o, un paso sobre la ruta que conduce,
de aquí

a la India»
(De finib: III, XIV, 45); por eso, por lo fu­
gitivo, no debemos perderlo. Y, en lo posible, tratar de encon­ trarlo antes que esperar que pase ante
nosotros. ¡Qué· bueno,
que

por lo menos un par de
veces a .Ja semana hallemos la opor•
tunidad!

Busquemos con un poco de imaginación
y un poco de
desmedida
ilusión, esos «momentos». No m:e
digáis que
no
exis'
ten. Que
estáis

demasiado ocupados.
Que ahora debéis hacer esto,
o

lo otro-.
Próponeos hallarlos, pues,· «quien busca, ehcuentra».
1292
Fundaci\363n Speiro

LA FAMILIA COMO TRANSMISORA DE CULTURA
Hay, pues, que saber alinear los troncos, luego encender el
fuego y, alimentarlo. Todo sirve para ello. ¡Pero, qué alegría,
cuando,

como padres
lo hemos
logrado! Toda la
familia «re-uni­
da»,

«re-ligada», no sólo material, sino
también espiritualmente.
Ese

es el camino para construir
y manteñer la «Iglesia Domés­
tica». Nosotros, padres, somos los_ sacerdotes. Vosotros mismos
os alegraréis, sintiéndoos, realmente, como cumpliendo, no sola­
mente vuestro papel de progenitores por el .mero hecho de ha­
berlos procreado, sino, además, por haber ido modelando el es­
píritu de vuestros hijos. Cuando ello se produce, Dios mismo está presente entre
vostros. Regresemos al «fuego». Cuando hemos dispuesto correc­ tamente los troncos
y éstos están encendidos, se buscan entre si,
en amorosas lenguas, los unos a los otros. Podemos observar, en­
tonces, cuando el «fuego»
alcanza una
cierta estabilid.ad,
cómo
en

el centro mismo de ese «fuego», se
(arma una
especie de
«vacío», que es como el
-«corazón» del «fuego». Se ha logrado
el mismo, a partir de la iguición
· de: los

troncos. Pero, ese
t raz6n» -el punto central del fuego--, no es un tronco; sino,
«fuego» puro. Invisible, lo descubrimos
s~lamente por
el con­
torno que lo abarca. Este
«vacío» ·sólo se logra cuando

el
fuegoi
por

la disposici6n de los
tronco~, alcanza una

intensidad adecua­
da. Nos atteveríamos-a decir que ese «vado», que es una «nada»
de troncos, pe_se a tOdo, «es» y «existe». Es el ·«Fuego mismo»,
que allí está presente. Simbólicamente, obrando por ahalogíá, es
la presenica
misma de Dios en la vida del «hogar». En principio,
estaba «absconditus», pero, así como en la intensidad del fuego
de los troncos,
ahora lo

podéis intuir, así también Dios mismo,
«Focus Amoris», en toda su intensidad se intuye,
rió ya como
«Deus 0.bsconditt{s», sin.o, presente y vigente, cuando el «hogar»
ha alcanzado la intensidad del «fuego del amor».
Siendo
así, podemos
entender por
qúé un
autor como Ga­
briel Marce!, al referirse a la familia, no encuentra
mejor expre­
sión

que hablar del «misterio de la
familia».· Esto 1a entende­
mos nosotros
como el

misterio
del «círculo del hogar».
Pádre
y
madiei hijos

e hijas, son los que sostienen·
el júego n:ústerioso
1293
Fundaci\363n Speiro

ALFREDO DI PIETRO
de este «círculo de fuego amoroso», que gira perennemente a
través de

todas· las circunstancias de
la vida cotidiana sobre sí
mismo. Y, en
ese girar, está la propia «vida». Tanto la vida de
cada uno de los integrantes, que carece de sentido, considerada
en
sí misma, puesto que, cada uno aparece implicado en la exis­
tencia de los otros. El «misterio familiar» es
el «misterio de la
Iglesia Doméstica», donde jugamos
el «juego del amor», en su
sentido más espiritual y más prístino.
Ese «misterio», es el continuo girar de cada uno de los miem­
bros, operando la fuerza de su «amor» en los restantes partici­
pantes de la «familia». Es el «misterio» de los «corazones abier­
tos», vertidos, cada uno de ellos, respecto de cada uno de los
otros. La mayor
riqueza no

consiste en recibir, sino, en dat. Y,
eso
lo comprobamos en el. «misterio familiar», donde, el «dar»
de cada uno, es algo
así como
el tesoro que descubrimos a los
· otros.

Pero, por efectos de
la propia figura .del «círculo», ese
«dar» es; coetáneaménte, un continuo «recibir» el tesoro espiri­
tual, liberado de la individualidad de los demás miembros. Si
oomprendemos algo de este «misterio familiar», no nos puede
causat ninguna
extrañeza, que

en el
momento de
intensidad del
«iuego del

amor familiar», Dios mismo se
hace presente,
incor­
porado, efectivamente, al «círculo del fuego amoroso».
El concepto de
la «educación» y de la «transmisión de la
cultura», en la familia, se entiende, por ello, de manera directa
y vívida. En la pequefia «Iglesia Doméstica» todo se transmite.
A partir de las
vivencias de
las «cosas simples», transmitimos
con la fuerza cordial
y entrañable de nosotros mismos, nuestra
«influencia
espiritual», que nutre al que da, y enriquece a los
que la reciben.
9. Lo que hemos dicho funciona en tanto
y en cuanto que
la familia sea, esencialmente, el «círculo amoroso del hogat».
Cuando ello sucede, los llamados «problemas de
la familia»
apatecen oomo tópicos
extraños. Si

configuramos la familia en
positivo
y, tendemos a lograr la cohesión espiritual de la familia,
en el ámbito del «fuego del hogat», care.ce de sentido hablar de
1294
Fundaci\363n Speiro

LA FAMIUA COMO TRANSMISORA DE CULTURA
divorcio, de conflictos paterno-filiales, de hijos que se evaden en
el sueño expectante de la droga y, menos aún, de problemas,
como el del aborto,
que apru:ece directamente

como un ctimen,
que tal lo es. En cambio, toda esa problemática aparece
cuando la

familia
no es concebida como «hogar». El «círculo» se rompe y los tron­
cos se

desparraman. Surgen entonces las. individualidades, conio
antes, separados· y distintos. Cada uno con sus intereses propios,
con sus apetencias particulares, con sus proyectos subjetivos. No
hay comunicación entre' el «yo» y el «tú», sino a nivel puramen­
te tangencial y
material, El «am9r» del
«congregamiento» está,
ahora, suplantado por el
«egoísmo» del

pa_dre, de la madre y de
los hijos. La regla de la vida no es
la -«unión» en el «círculo
del

hogar», sino, el «vivir cada cual su propia vida».
Obviamente que en este
-cuadro

no se puede dar ninguna
experiencia educativa familiar. Tan sólo a nivel individual,
po­
drá, quizás, exisrir un diálogo aislado, entre algún padre y al­
gún hijo. Pero eso, ya no es familia. La «educación», como suele
decirse, «no se mama en el propio hogar», por cuanto éste no
existe. Como
lo indica Gabriel Marce!, los padres egoístas, -es
decir,
aquellos que no se preocupan por la construcción de la
«Iglesia Doméstica» son, según
-él,

«los grandes aventureros del
mundo actual». Se
han preocupado, no de engendrar «hijos»,
sino, de dar a
lúz una

«camada». La luz y el brillo interiores
del anillo, no existen. Dios, si estuvo vigente en el acto sacra­
mental, se torna «absconditus». Dentro del frío glacial que reina
en el egoísmo más puro y desenfrenado, todo queda librado al acaso y, a la suerte de un destino que marcha a la
-deriva.
Se

me
podría decir: Y, ¿cómo vivir, cómo educar y cómo
transrnirir

cultura a los
hijos, en
un
mundo que,
lamentablemen­
te, prefiere

la
anarquía y
que reniega del «fuego del hogar»?
Pienso, que la solucióti debe ser mantenem9s, más· que nunca,
unidos en el «círculo de la familia». Y transrnirir, con nuestro
«corazón abierto», nuestra «alianza con la vida» a nueStros hijos.
¿Condenándolos a vivir en una campana de cristal? De ningún
modo. La experiencia del mundo actual exige la permanencia
1295
Fundaci\363n Speiro

ALFREDO DI PIETRO
bien nítida de las vivencias reales. Para el cristiano de estos
tiempos de indigencia
qué nos
toca vivir, educar a los hijos no
significa excluirlos

de la sociedad. Sí, .en cambio, «formarlos».
Y, con ello, ayudarles a comprender que deben vivir en este
mundo tal cual es. El remedio es vacunarlos. Que vivan sin con­
taminarse. Inmunizarlos respecto de
los males

que
han afectado
a. otros. Para que, siendo cristianos, puedan vivir d «misterio
familiar», aun cuando para· otros, todo se derrumbe en las «ker­
meses de la vida», con sus juegos ilusorios, que no son sino
un remedo
. de

felicidad.
10. Para concluir, recordemos la cita de Su Santidad Juan
Pablo II, que dimos al comienzo: «Digo a todos los esposos y
padres,
jóvenes y

mayores: Daos
la mano, como hicisteis el
día de vuestra. boda». Al daros las manos, siguiendo la costum­
bre tradicional, vosotros, esposos, os habéis dado recíprocamen­
te, como señal juramentada,
los anillos

de oro que
lucís en
vues­
tro dedo anular, que es el dedo del «corazón». Ese anillo de oro
tiene un altísimo valor simbólico. La redondez
perfecta del
anillo
es lo más representativo, en el plano sensible, del amor infinito
que ambos esposos se juran. El
,que sea

de oro, el metal inaltera­
ble, nos está denotando lo permanente de la promesa mutua.
Pero, al tener hijos, es como si el anillo mismo se hubiera tor­
nado
grávido, Y,

es como
si se
ampliara en su
dimensi6n, para
comprender

también a los
frutos de
ese amor que os jurasteis.
Con la prolongación amorosa de la descendencia, los límites se
han dilatado, abarcando también a los hijos, como consecuencia
natural y Comprensiva de ese mismo amor.
Ese anillo que lucís, es también, en cierto modo, como lo
acabamos de decir, el
símbolo más

adecuado del «círculo de amor
del
hogar,,. Cuando

tengáis
un rato de ocio, miraclJo. Es, en for­
ma abreviada,
vuestro propio

hogar. Criando
lo juguéis en vuestro
dedo, pensad que as! es el juego de_
ese «drculo de

amor» que
hemos descrito.
Tu c6nyuge y tus hijos, así como tú, también
estáis comprendidos
en ese juego. Y, cuando gira en el «juego
del amor», por
la intensidad del «fuego» del «hogar», allí tam-
1296
Fundaci\363n Speiro

LA FAMIUA COMO TRANSMISORA DE CULTURA
bién 'está Dios, ·no··como «absconditus», sino, como presente y
vigente. Allí . están representados, más que vuestros «derechos»,
vuestros «deberes». El ámbito que se forma en
el interior, es el
reino de
la «pietas» familiar, como decían los romanos, hablan­
do
de la . familia, donde todos' estamos concernidos, los uno~ res­
pecto
de los otros.
Los hijos, de ser así, recibirán toda la «.educación»
y, todas
las vivencias, para que puedan ejercitar su «cultura animi». Bajo
vuestra
guía, podrán desarrollar todas sus virtualidades. Formad
de ellos
la imagen más adecuada que podáis, pues, todo padre
es un verdadero artista tallador del
espíritu .de su

hijo. Descu­
bridle el tesoro oculto que
hay en su

corazón. Ese tesoro es el
tesoro que yacía escondido en el campo, según dioe
Nuestro Señor
en

la párábola (Mateo,
13,44 ).
Cuando

sean grandes
·y separen
su tronco del hogar para
ir a formar uno nuevo, veréis que son
portií.dores de

un fuego
incandescente. Y sentiréis la alegria de comprobar que, ese
«fue­
go»
no

es sino el
'mismo que
vosotros le habéis comunicado. Y
no os preocupéis. También en
la incandescencia de ese «fuego»,
estará Dios. Si habéis cumplido vuestra tarea
espiritual de· «edu­
cadores»,

están bajo buen cobijo, pues
Ui:van el «fuego» en el
«corazón». El frío glacial que puede
sorprenderlps. en
la ciudad
de cemento, no los
afectará.
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