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Número 253-254

Serie XXVI

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Los orígenes de la unidad religiosa de España

LOS ORIGENES DE LA UNIDAD RELIGIOSA
DE ESP-"iA
por
JOSÉ ÜRLANDIS
SUMARIO: l. En vísperas de un centenario; 2. La _primera tentativa·.de
unidad

religiosa española;
3. El arrianismo mitigado de !-,eovigildo; 4. La
conversi6n de Recaredo,· 5. La unidad religio_sa como fat'tor· de la uni4#
nacional; 6. La acción· evángelizadora del príncipe cristiano; 7. Loor de
'Recaredo.
l. En vísperas de un Centenario.
Hay acontecimientos en el pasado de un pueblo, en la gé­
nesis de una
naci6n, que ·han determinado

tan decisivamente su
historia, que
esa historia y la propia personalidad nacional resul­
tarían incomprensibles

si se lograra borrarlos de
1a memoria de
la, generaciones

actuales. Esos acontecimientos configuradores del
más genuino espíritu popular merecen ser rememorados y teni­
dos siempre en cuenta; y ·ello, no por uti ·prurito de añoranza o
de nostalgia: deben recordarse en cuanto que son realidades vis
vificantes,
indispensables sin
duda para
comprender el pasado,
pero que condicionan además el presente y
el futuro. La memoria
reverdecida de esos hechos, lejos de
suscitar ilusiones
imposibles
de un retomo al ayer, puede
·,er capaz,

todavía, de sacudir inhi­
biciones, ahuyentar pesadillas
y galvanizar los espíritus para nue­
vas y · apasioriantes empresas.
Hace un par de décadas, Polonia conmemoró el milenario de
su bautismo
y el gran Primado Stefan Wiszynskí ---el insigne
representante
de su púeblo en la Edad
Contemporánea~ quiso
que
la nación se preparase espiritualmente durante una novena
de años, que sirvieran para renovar en la generación presente
la
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Fundaci\363n Speiro

]OSE ORLANDIS
memoria de aquel magno acontecimiento de su historia. Ahora,
en el horizonte español, está ya a
la vista 1989, el año en que
se cumplirán catorce siglos de otro momento excepcional de la
historia cristiana, el Concilio III de Toledo. Es un acontecimien­
to que tiene
¡,ara España

un significado semejante al que repre­
sentaba para Polonia su «bautismo», o para -Francia la conver­
si6n de Clodoveo. El gran Concilio toledano ha sido considera­
do siempre como la hora hist6rica en que se forj6
la unidad re­
ligiosa del pueblo español, destinada a perdurar durante largos
siglos. Parece, pues, obligado que nuestro pueblo necesite tam­
bién disponer el ánimo, para celebrar dignamente el centenario que se cumplirá en 1989.
Pero, en el caso de España, se
dan además razones hist6ri­
cas que aconsejan
y casi obligan a comenzar ya desde ahora la
preparaci6n de las celebraciones conmemorativas. La· unidad re­
ligiosa del pueblo español fue
-romo_ es

sabido- la resultante
de la conversi6n de los visigodos arrianos al catolicismo, la
re­
ligi6n

profesada por los hispano-romanos, que constituían
la por­
ci6n mayoritaria de la poblaci6n del Reino hispano-visig6tico.
El Concilio 111 . de Toledo puede considerarse como el gran mo­
mento en que fue solemnemente proclamada la unidad cat61ica
española. Pero el Concilio no
constiµ,y6 el

comienzo sino
la cul­
minaci6n de un proceso que se había abierto dos años antes.
Aquellos comienzos deben también tenerse en cuenta, porque
justifican que, en buena 16gica, las celebraciones centenarias ha­
yan de iniciarse desde ahora y extenderse
hasta el

año 1989, la
fema en que se cumplirá el. décimocuarto centenario de la so­
lemne asamblea
toledana,
2. La primera tetativa de unidad religwsa española.
En el año 587 - de Toledo- el rey Recaredo abraz6
la fe cat6líca. Leovigildo,
su padre y predecesor en el trono, había fallecido en
la prima­
vera de 586, seguramente entre
los días

12 de abril y 7 de
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LOS ORIGBNBS DE LA UNIDAD RELIGIOSA
mayo. El Abad Biclarense --<:ontemporáneo de estos hechos y
escrupuloso historiador de la época- sitúa la conversión de Re­
caredo en
el décimo mes de su reinado, es decir --<:on suma pro­
babilidad-, entre los días
13 de febrero y 7 de marzo de aquel
año 587.
La conversión del monarca hubo de suponer un páso
de indudable trascendencia, en
el caminó hacia la unidad espi­
ritual del pueblo español. Pero· parecen oportunas algunas con­
sideraciones previas para comprender mejor el sentido y alcan­
ce que

tuvo aquel acontecimiento, dentro
d~ contexto
del mo­
mento en que se produjo.
Quizá convendría a ciertos espíritus críticos de hoy -pro­
clives a considerar
la unidad católica, no sólo como una clave
esencial

de la historia española, sino como un germen de futura
intolerancia- que tomaran
buena nota

dé un hecho que posi­
blemente ignoren: la unidad católica no fue
la. primera

forma
de unidad confesional intentada en el pasado
·nacional de

nues­
tro pueblo. Es bien sabido que la configuración de España como
· entidad

política, con personalidad propia e independiente, se
produjo en el siglo
vr, cuando al Reino visigodo de Tolosa le su­
cedió el Reino visigodo español. Este Reino --que a partir de
Atanagildo puede

denominarse también Reino toledano, por te­
ner como capital la
«urbe regia»

de Toledo-- fue decisivamente
plasmado por Leovigildo, el gran monarca que sucedió a Ata­
nagildo en
el trono español. Leovigildo trabajó sin descanso por
promover la unidad, tanto territorial como política, social y ju­ rídica de los diversos pueblos sujetos al poder de
.la monarquía.
Dentro de un programa
tan amplio y ambicioso, el logro de la
unidad religiosa fue visto como un objetivo de primera impor­
tancia. Con

ese
fin, Leovigildo imprimió un decisivo giro a la polí­
tica confesional de la monarquía, que vino a supo_ner una com~
pleta novedad con respecto a la línea seguida tradicionalmente
por los reyes visigodo-arrianos. Se ponía
así términ<1 a

la
polí­
tica

fundada sobre el principio de la coexistencia de dos confe­
siones cristianas, una para cada uno de los dos grandes grupos
étnico-populares que integraban
la sociedad española: el catoli-
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]OSE ORLANDIS
cismo, la religión ¡,rofesada por la población hispano-romana, y
el arrianismo, la confesión· de los visigodos, numéricamente mi­
noritarios, pero con notable
peso social,
por ser
el grupo a que
pertenecían los reyes y la oligarquía aristocrático-militar.
La pre­
tensión de Leovigildo fue acabar con ese pluralismo religioso
y conseguir la unidad confesional de toda la población del Rei­
no toledano.
3. El U'7'ianismo mitigado de Leovigildo.
El cambio de política religiosa se produjo dentro del marco
cronológico de la guerra civil que enfrentó
al · monarca

visigodo
con su hijo Hermegildo. El conflicto había estallado en el año 579 y se prolongó hasta el 585, fecha en que san Hermenegildo,
preso desde el año anterior, sufrió martirio en la ciudad de Ta­
rragona. Tres fueron las principales innovaciones introducidas por Leovigildo en su intento de promover la unificación religio­
sa de la población española
sobre· una

base atriana: facilitar el
tránsito de los católicos a
la secta; formular una versión miti­
gada del arrianismo, más· cercana a
la doctrina católica; y, final­
mente, adoptar diversas medidas de
represión o
de halago, des­
tinadas en
especial a

personalidades relevantes de la
Iglesia ca­
tólica.
En

el año 580, Leovigildo
reunió en
Toledo un sínodo de
obispos atrianos, que elaboró un ritual de incorporación a su
«iglesia», destinado a facilitar la apostasía de los católicos. La
mayor novedad estuvo en la supresión del requisito de
la rebau­
tización, que desde el punto de vista psicológico constituía para
los tránsfugas del catolicismo un obstáculo considerable. En adelante, los católicos apóstatas solamente tendrían que recitar
la doxología. trinitaria según la fórmula arriana, y recibir de un
ministro
de la

secta la imposición
de manos y la comunión. En el
aspecto propiamente doctrinal,
el" «nuevo

error»
-novellus
error, para usar la expresión misma de la «Crónica Biclarense»-'­
súpondi!a
una

mitigación muy notable con respecto a la antigua
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LOS ORIGENES DE LA UNIDAD RELIGIOSA.
teología arriana. Sobre este punto he escrito con más extensión,
en un estudio titulado «El arrianismo visigodo tardío». El
arria'
nismo
mitigado admitia la divinidad del Hijo -aunque no en
plena igualdad con el Padre-
y rechazaba tan sólo la divinidad
del Espíritu Santo, como hiciera antaño el «macedonianismo»,
la herejía de los «pneumatómacos», condenada en el Concilio r
de Constantinopla.
Las.
concesiones doctinales
y disciplinares hechas en el
· sí­
nodo ·
arriano

del año 580, fueron acompañadas de gestos
irenis­
tas

por parte de Leovigildo, como ir a
rezar a
templos católicos
o a
venérar sepulcros

de mártires: gestos
'destillllQOS a
ganarse
la confianza del pueblo católico, y que preocupaban al obispo e
historiador franco Gregorio de Tours, observador atento y bien
informado de los acontecimiento's de. España. El monarca
réet,.
rrió también a la adulación y al soborno para atraerse ii perso­
najes

católicos de nota, aunque tan
sólo tenemos

noticia
cietm
de

una
· abierta defección,

la del obispo Vicente de Zaragoza.
Meclidas represivas fueron adoptadas, en cambio,
cóntra · éort dos

eclesiásticos de estirpe gótica, pre-convertidos al catolicismo,
entre los cuales destacaban
el metropólita Másona de Mérida y
el historiador Juan Biclarense, abad del monasterio· de Bíclaro;
de· donde toman el nombre tanto él como su ~Cr6nica».
La tentativa de lo$far sobre

base
arriana L, unidad religiosa
dé ·1os pueblos

de la monarquía hispánica;· estaba
·definitivamen­
.
te

fracasada cuando Leovigildo falleció en el año 586.
Es proba­
ble-que el . anciano monarca fuera el primer convencido · de ese
fracaso.
Así parecen

acreditarlo
el retorno del exilio de algún
personaje católico eminente
-<:orno Másona de

Mérida- y los
propios· rumores que corrieron sobre una conversión
del viejo
rey al catolicismÓ. en el leclio de muerte, tumores que llegaron
al reino franco y a la misma Roma. En cualquier caso, resulta
ihdudable que Recaredo tenía

decidida
su conversión al catoli­
cismo

desde la hora misma
en que ·sucedió ·en el trono a su padre.
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JOSE ORLANDIS
4. La conversión de Recaredo.
El exemplum regís -el regio ejemplo- tuvo siempre ex­
traordinaria importancia a la hora de la conversión cristiana de
los pneblos bárbaros que invadieron Europa en los albores del Medievo. Los nobles y los guerreros de la mesnada real se sen­
tían particularmente atraídos por el ejemplo religioso del prín­
cipe y, siguiendo sus pasos, recibieron a menudo
el bautismo
cristiano. Así sucedió hacia el año 500 con los francos de Clo­
doveo y un siglo más tarde en la conversión de Etelberto de
Kent, el primer monarca de la «Heptarquía» anglosajona que abrazó
el cristianismo. Parece indudable que el sentido de fide­
lidad pre-vasallática

al príncipe jugó un papel importante en estas
conversiones
de los

súbditos más directamente allegados a su
persona. Si se compara con esos casos de conversión
medieval,
·
es

lícito afirmar que
el proceso que condujo a la Iglesia a los
vísigodos arrianos de España tuvo un componente doctrinal y
religioso mucho más acusado.
La razón principal de esa diferencia proviene sin duda de la
diversidad de circunstancias histórico-religiosas en que se pro­
dujeron
las distintas

conversiones. Francos y
anglosajones llega­
ban

a la Iglesia desde un
· paganismo
ancestral, que
habían con­
servado

hasta
lá víspera misma de su bautismo católico. Los visi­
godos, en cambio, a la hora de su conversión al catolicismo eran
ya cristianos desde dos siglos atrás, aunque fuera el suyo un cris­ tianismo arriano, que les
.mantenía al

margen de la Iglesia. La
conversión de los visigodos no tuvo, por tanto, como signó ex­ terno más
significativo el

bautismo, porque los conversos estaban
.
ya

bautizados en la secta arriana, y no hubo «rebautización», que
la tradición eclesiástica latina rechazaba. Lo que se pidió a los
visigodos, para ser
recibidos en
la Iglesia, fue la abjuración de
sus .errores y
lá profesión de fe católica.
La conversión de los visigodos se abrió con la conversión
personal de Recaredo, su nuveo monarca, que tuvo lugar --como
dijimos
-11 los diez meses de heredar el trono, en el primer tri-
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LOS ORJGENES DE LA UNIDAD RELIGIOSA
mestre del año 587. A partir de entonces, Recaredo esumió un
papel direcúvo, como agente impulsor de la conversión cató­
lica de su pueblo. El segundo paso en ese camino fue
la reunión
de una conferencia de obispos góúco-arrianos, celebrada al poco
úempo de la conversión del príncipe, dentro del mismo año 587.
. La

reunión de
la asamblea episcopal viene a subrayar la nota,
que
cabría denominar
«teológica», del acceso de los visigodos
arrianos a la Iglesia. Fue el suyo un iúnerario religioso muy di­
verso del seguido por
la mayor parte de los pueblos barbáricos
medievales, en cuya conversión pudieron
influir más el ejemplo
del príncipe y el senúmiento de
fidelitas de los súbditos. Es po­
sible
--<1sÍ lo afirma Gregario

de
Tours--que
a la asamblea con­
vocada por Recaredo asisúeran también obispos católicos, y
'. en ella se hubiera desarrollado una discusión doctrinal. La «Cró­
nica del Biclarense», que no registra la presencia de prelados ca­
tólicos, coincide
sin embargo en afirmar la. índole ·religiosa de los
debates,

aunque resaltando especialmente el protagonismo de
Recaredo. El monarca habría argumentado con sabias
:razones
-sapientí consilío--ante los obispos godos; y lejos de recurrir
a
la violencia contra ellos, les habría convencido de la verdad de
la fe católica, moviéndoles así a la conversión ratione potius
quam imperio, «más·
por

la fuerza de
la razón que por la coac-
ción del mandato».
·
El

año 587 revistió así una extraordinaria importancia para
la conversión de los visigodos al catolicismo. Es cierto que no
todo había quedado ya resuelto y Recaredo tendría
todavía que
afrontar

durante un bienio rebeliones y conjuras de nobles y
eclesiásticos godos, que rechazaban la conversión. Pero se trató
siempre
de resistencias de personajes bien determinados o grupos
minoritarios, y su oposición tardó poco en ser vencida. Cuando,
en 589, se reunió el Concilio III de Toledo, la paz en el reino
era ya general y la histórica asamblea pudo proclamar solemne­
mente la
unidad católica

del pueblo español.
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JOSE ORLANDIS
5. La unidad religiosa,. cuma factor de la unidad nacioual.
-Es

posible que
la trascendencia de los acontecimientos que
acabamos de recordar
-y hasta
su mismo sentido- resulten
difíciles de éntender para muchas gentes de hoy, con mentalidad tan lejana de la de nuestros mayores de
hace catorce

siglos. Por
eso, resulta conveniente hacer todavía una breve digresión, que
ayude a comprender y valorar mejor una página decisiva de nues­
tro· .pasado religioso y

nacional. Parece incluso probable que a
muchos
contemporáneos nuestros

les cueste admitir la propia
bondad de la unidad religiosa de un pueblo, y en apoyo de su
aserto aducirán quizá el ejemplo. de
países confesionalmente
plu­
ralistas que son un modelo de conciencia
cívica y

bienestar so­
cial.
·Es evidente

que hay países
-Holanda, Suiza, Alemania­
donde la ¡,lúralidad religiosa

no ha sido
óbice para
la creación
dé un coherente y solidario sentimiento nacional. Pero se trata
de

pueblos
c'on una tradición histótica de

diversidad confesional,
consecuencia sobre todo de la escisión ocasionada por la Re­
forma protestante; • o producida
-tal es el caso de los Estados
Unidos
de, .América-por la variedad de oleadas migratorias- que
se

integraron sucesivamente
en su
·población.
Ocurre, sin embargo, que hay otros países
~spaña entre
ellos,-,. donde

unas circunstancias distintas permitieron que su
historia espiritual haya. estado
marcada secularmente

por el sig­
no de la unanimidad popular
católica. Pues

bien, de un tiempo
a esta parte parece como si una tal unidad resultase poco
grata
para

ciertas gentes, provocando incluso un afán por «fabricar»,
más o mencis artificialmente, cierta
imagen de

pluralismo social
religioso, que

justifique la
práctica igualdad
de trato legal dis­
pensado a todas las confesiones. Quizá en el fondo de todo ello
esté latente la idea de que sólo
el pluralismo confesional de la
población constituye clima adecuado para la libertad religiosa,
que

resultaría difícil de garantizar en el contexto de una realidad
social de unidad
católica. Si

así fuera, se trataría de una impro­
pia trasposición al ámbito religioso de las reglas de la moderna
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LOS ORIGENES DE LA UNIDAD RELIGIOSA
vida democrática, según las cuales el pluralismo político es con­
dición sine qua non de la convivencia en libertad. Pero, en el
te·
rreno-de lo religioso ~reaiérdese------el único fundamento válido
para la libertad de las conciencias ha de ser
el respeto a la dig­
nidad de la persona
y a la intrínseca libertad del acto de fe.
Cualquier otro fundamento tiene
menos peso y seriedad.
Frente a estas concepciones_, intelectuales, que son típicas_ de
la modernidad, es preciso decir que el punto de vista de los for­
jadores de la primera España fue sustancialmente distinto; Para ellos, la unidad religiosa era buena
y deseable, también en el pla­
no político, porque esa unidad constituía el principal componen­
te de

la unidad nacional .. En esto
coincidían los
pensamientos de
Leovigildo
y de su hijo Recaredo. Leovigildo fue el primer mo­
narca hispano-visigodo que, con clara visión de estadista,
advir,
tió

la conveniencia de que la base social de la
monarquía fue­
ran,

no dos poblaciones coexistentes, sino un solo pueblo
y para
ello realizó, éntre otras cosas, un equivocado intento de unidad
religiosa. La proclamación por Recaredo de la unidad católica es­
pañola contribuía también
-y de modo definitivo- a la con­
solidación de
la unidad política nacional.
6. La acción evangelizadora del príncipe cristiano.
Una segunda consideración ha de atender, en particular, al
juicio religioso-moral que
merecía a
la Iglesia
la acción del prín­
cipe

promotor de la conversión de su pueblo. En unos tiempos
_
de

fe, en
que se

otorgaba a los valores trascendentes un
rango
prioritario

entre los elementos constitutivos del bien común, la
preocupación de ayudar a los súbditos para
-que alcanzasen,

no
sólo-el fin temporal, sino también su destino eterno, encajaba de
lleno en la lógica de gobierno del
-príncipe
cristiano. El buen
gobernante -según los criterios inspiradores de la moral políti­
ca- había de ser
algo más

que el neutral presidente del pluralis­
mo religioso de sus súbditos, preocupado tan
-sólo

por asegurar
igualdad de trato a paganos
y cristianos, arrianos y católicos.
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/OSE ORLANDIS
El príncipe cristiano de los siglos de la conversión de Euro­
pa sentía vivamente que -pese a sus evidentes incoherencias
personales con respecto a la Ley -evangélica- había sido consti­
tuido como instrumento para la realización en su pueblo del de­signio de Dios de que «todos los hombres se salven y vengan
en conocimiento de la
verdad» (.1 Tim. II, 4 ). El príncipe enten­
día, como dichas directamente para él, las palabras imperativas
del mandato evangelizador: «Id, pues, y haced
discípulos a
to­
dos los pueblos ... , enseñándoles a guardar todo cuanto os he
mandado»
(Mt. XXVIII, 19-20). No hay duda de que estas pers­
pectivas de moral política son ajenas al orden de ideas dominante
· en el mundo actual, incluido el llamado «mundo
libre». Pero
sería no

sólo impropio, sino también antihistérico, pretender en­
juiciar los criterios y
la conducta de los cristianos medievales con
una mentalidad secular-naturalista, que para ellos resultaría pro­
fundamente· ilógica y extraña a su escala de valores.
La acción evangelizadora del príncipe. cristiano podía tener
sus riesgos: el mayor era caer en
la tentación de coaccionar a los
súbditos, con el
fin. de

imponerles la adhesión a
la fe, que sólo
es legítimo abrazar en libertad. Fue lo que ocurriría después en
la misma España visigoda, cuando el rey Sisebuto obligó a los
judíos a recibir el bautismo so pena de ser expulsados del Rei­
no, creando así
.un grave

problema político, que se prolongó hasta
el final de la monarquía toledana. San Isidoro, en su «Historia
de los
Godos», censuró

abiertamente este proceder. Sisebuto
-escribe- obró movido por un celo indudable, pero impru­
_dente y

no ajustado a las reglas de
la sabiduría; «pues obligó por
el poder a quienes debió persuadir por
la razón de la fe». Idén­
tico
criterio acerca de la libertad de conversión mantuvo pocos
años después el Concilio IV de Toledo (633)
a propósito

del mis­
mo caso de los judíos: «No ha de ·coaccionárseles por
la fuerza
a que se conviertan, sino que se les debe
persuadir para

que lo
hagan por su propio
arbitrio» ( can.

57).
La coacción era, sin duda, un -riesgo a evitar; pero la acción
evangelizadora del príncipe cristiano, promotor de la conversión
de un pueblo barbárico, constituía a los ojos de la Iglesia una
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LOS ORIGENES DE LA UNIDAD RELIGIOSA
conducta admirable, merecedora de los más vivos· elogios. Tal
fue; precisamente,
el caso de Recaredo. El hijo de Leovigildo
-ya se
dijo-dio

ejemplo a los suyos con la adhesi6n personal
a la Iglesia cat6lica, en
el año 587, y con su iniciativa misional
-siempre por medios pacíficos--, dirigida a convencer a los je­
rarcas eclesiásticos
arrianos para

que siguieran su mismo camino.
Cuando, en 589, re reúna
el Concilio III de Toledo, los pa­
dres sinodales
aclamarán con

entusiasmo
la empresa apost6lica,
felizmente coronada por Recaredo.
7. Loor de Recaredo.
«¿A quién ha concedido Dios un mérito eterno, sino al ver­
dadero y cat6lico rey Recaredo» --clamarán unánimes los obis­
pos? «¿A quién
la corona eterna, sino al verdadero y ortodoxo
rey Recaredo? ¿A quién
la presente gloria y también la futura,
sino
al .verdadero amador de Dios, el rey Recaredo? Este es el
conquistador de nuevos pueblos para
la Iglesia cat6lica: ¡que ·
merezca

en verdad recibir el premio apostólico aquel
. que
desem­
peñó el oficio de apóstol!». Desde
la lejana Roma, el Papa Gre­
gario Magno asociaba su voz al clamor de los obispos hispanos
y se veía pobre de méritos, en comparación .con el rey visigodo:
«¿Qué voy a poder decir -le escribía
-en el tremendo . trance
del futuro juicio, si llego allí con las manos vadas, mientras tú
te presentas acompañado por una muchedumbre de fieles, que tu
constante y
diligeµte predicación atrajo a la gracia de la verdade­
ra
fe?».
El

Concilio IH de Toledo, cuyo décimocuarto centenario se
conmemorará en 1989, tuvo sin·duda una rica variedad de sigui­
ficados: fue
la solemne celebración de la conversión de los go­
dos; constituyó el gran escenario de la recepción pública de los nuevos fieles en
la Iglesia; y puede considerarse, también, como
el comienzo oficial .de la unidad
católica española.
Pero
el Con­
cilio toledano -ya lo dijimos- no fue tanto un principio como
un término y representó la coronaci6n de todo un proceso que se
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JOSE ORLANDIS
había iniciado dos años antes, con la conversión de Recaredo. El
año 1987, en que se cumple el centenario de la incorporación a
la Iglesia del primer monarca visigodo merece, por tanto, ser. tam­
bién especialmente celebrado. Aquel acontecimiento, más allá de su dimeosión personal, puede considerarse como un paso decisi­
vo hacia
la unidacl religiosa católica:. esa unidad que, bien a ni­
vel de realidad o, al. menos, como ideal irrenunciable, ha confi­
gurado a través de los tiempos la fisonomía espiritual
y el des­
tino histórico del pueblo español.
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