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Número 253-254

Serie XXVI

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La crisis de la asistencia sanitaria estatal

LA CRISIS DE LA ASISTENCIA SANITARIA ESTATAL
POR EL
Dr. F. FERNÁNDEZ ARQUEO
Desde el principio de este año de 1987 los males habituales
de la
asistencia sanitaria estatal se
han agudizado tanto que ocu­
pan diariamente extensos espacios en la prensa, se contagian a la
asistencia libre, afectan seriamente a la situación política g¡,r¡e­
ral

del Gobierno y alcanzan también, de manera importante, a
la economía de la nación.
No vamos ~-resumir sucesos, cifras, detalles ni anécdotas~
Pensamos más bien en el principio de que detrás de los errores
políticos suele haber errores teológicos y filosóficos. A dos de
éstos nos vamos a referir; su correcci6n es la única alteinativa
a la política al uso de pi;mer parches sin ton ni son, corriendo
alocadamente de un sustó a otro. Esos dos grandes errores son
la violación del principio de subsidiariedad y el punto 2.º del
artículo
1.0 del título preliminar de la Constitución vigente, que
dice: «La soberanía nacional reside en el pueblo español, del
que emanan los poderes del
Estado» (1).
Antes

de comentarlos señalemos un telón de fondo sugeri­
dor de consideraciones de política alta. Es que no pocas de las
dificultades actuales de la asistencia sanitaria estatal llevan un coeficiente de agravamiento
extrínseco y

ajeno a ellas, que pro­
cede de la crispación y del disgusto general que padece la socie­ dad española. El bien y el mal sqn difusibles, de manera que el
bienestar general disimula los errores parciales, y el malestar
general aumenta la susceptibilidad ante los mismos. No es la razón la suprema jerarquía del · individuo,
ni de la comunidad;
los dos están regidos también por causas irracionales cuyo olvi­ do ha esterilizado los socialismos racionalistas y
pseudocientíficos
desde

Saint Simon hasta hoy. Vicente Marrero Suárez ha 'expli­
cado esto muy bien en su libro,
El poder entrañable, que es un
(1) Confróntese con toda la literatura católica sobre los orlgenes d.;
poder y de la autoridad.
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DR. F .. FERNANDEZ ARQUEO
monumento del pensamieuto católico, monárquico y ~ontrarre­
volucionario. La mala voluntad de la mayoría de los más diver­
sos participantes
. en
los conflictos en curso no es más que una
protesta semiconsciente contra· los caprichos ideológicos, racio­
nalistas e irreales. con que previamente, se les está hiriendo des­
de el poder. El principio de subsidiariedad es uno de los pilares funda­
mentales del Derecho Público Cristiano, y del sentido común.
Recordemos cómo
lo enuncia Pío, XI en su encíclica Quadra­
gesimo anno:
«Queda en la filosofía social fijo y permanente aquel impor­
t_a11tísimo principio que ni puede ser suprimido ni alterado:. como
es· ilícito quitar a los. particulares lo que con su propia_ iniciativa
y propia industria pueden realizar para encomendarlo a la comu­
nidad, así también es injusto y al mismo tiempo de grave per­
juicip y

perturbación para el recto orden social, confiar a una
· sociedad

mayor y más elevada lo que pueden hacer y procurar
comunidad~$ menores e. inferiores. Toda acción de la sociedad
debe, por su naturaleza, prestar auxilio a los miembros del cuer­
po social, mas nunca absorberlos y destruirlos». Este texto está reproducido,. además, en la
endclka Mater et Magistram, del
Papa Juan XXIII.
El Estado debe, pues,
restituir a Jós individuos y a la socie­
dad la gestión sanitaria que les
usuq,ó en
momentos excepciona­
les de la postguerra.
La ley fundacional del Seguro Obligatorio de Enfermedad
(1944) fue ya una violación de este alto principio. Fne una vio­
lación discreta y disimulada que creció hasta hacerse gravísima
y escandalosa.-La· asistencia sanitaria-estátal se programó inicial­
mente sólo para los económicamente débiles. Mostraba cierta si­
mulación de que con ella el Estado cumplía una función propia
y legítima suya
.de atender

subsidiariamente a una necesidad gra­
ve que la sociedad no cubría.
;Esta

interpretación podía simular­
se y defenderse ( aunque la censura hiciera innecesaria tal defen­
sa), peto no era correcta, porque ._esos ecdn6micamente débiles
podían perfectamente, como en otros tiempos y naciones, recibir
la asistencia sanitaria de sus asociaciones libres, sindicatos, gre­
mios, seguros libres, etc., que, a su vez, y para mayor garantía,
podían1 en caso· necesario, ·recibir -pata ello subvenciones esta­
tales debidamente controladas.
Coino aquel primer andamiaje con aspavientos de mesianis­
mo fue un fracaso, se buscó la salida en huir hacia adelante; es
decir, en elevar progresivamente
el listón definitorio económica-
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CRISIS DE LA ASISTENCIA SANITARIA ESTATAL
mente de Jos que, obligatoriamente, habrían de pasar a, las filas
de la asistencia estatal. Al final de la década de los años setenta
toda la población española estaba obligatoriamente
encuadrada
en

la asistencia sanitaria estatal. Correlativamente había
crecido
la

indisimulabilidad y gravedad de la violación del principio de
subsidiatiedad. Volvamos U:n instante a lo que, al empezar, hemos llamado
telón de fondo. Todo esto, propio del más.
exasperado
socialis­
mo,
fue paradójicamente

bien tolerado
~incluso por
los reli­
giosos dedicados a la
enseñanza-, por

el mero hecho de que en
vez de venir del PSOE venía de manos de Franco que, por ra­
zones obvias, potenciadas
a la

sazón por una prosperidad eco­
nómica, contaba. con una extensa benevolencia y credibilidad po­ pular. Condenada, pues, prácticamente toda la sociedad española a
la asistencia sanitaria estatal, parecía que en esta materia el prin­
cipio de
subsidiariedad era

ya
incapaz, al
ser asesinado, de reci­
bir nuevas heridas del Partido Socialista Obrero Español, recién llegado al poder. Efectivamente, no las ha
recióido desde

una
línea cuantitativa, porque ya nadie quedabá por incorporar a la asistencia sanitaria estatal. Pero las está recibiendo desde una
versión cualitativa de mayor inspiración ideológica, que paso a explicar porque es un pilar importante de la doctrina de la gue­
rra revolucionaria cuyo estudio tenemos los católicos lamentable­
mente descuidado.
Ese pilar importante de la nueva manera de luchar, también
llamada guerra psicológica, es
el distinguir entre vencidos y de­
cadentes. Se llaman vencidos a los que quedan sujetos mecánica­
mente a la voluntad de otros, los llamados
vencedores, que

pue­
den controlar
físicamente desde

los movimientos de sus cuerpos
hasta sus vidas; pero el espíritu, las ideas
y la mentalidad de
tales vencidos
pueden quedar

intactos y fuera del alcance de las
prete11.siones de los vencedores. Deben ésos, pues, vigilar, que a
partir de ese reducto espiritual que no controlan, los vencidos
conciban
· rebelarse
y redimirse de su condición
. en lá primera
oportunidad que se
presente. Entretanto, y en. cualquier caso, lá
mera

tenencia de vencidos tiene -sus inconvenientes. Una de
las soluciones que los doctrinarios de la guerra revolucionaria dan a los problemas de los vencidos, es transformarlos en deca­
dentes. Se llaman decadentes aquellos vencidos que gradualmente
van aceptando las ideas de sus vencedores ·y acabán por entregar
sus mentes a los dueños de sus cuerpos. Pasan así, de ser moles­
tos y peligrosos a ser colaboradores.
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DR F. FERNANDEZ ARQUEO
Hoy, la política sanitaria socialista es la de pasar del ven­
cimiento a la decadencia, con pretextos superficiales de
reorde­
nación económica.
El principio de suhsidiariedad en materia sanitaria está mal­
tratado como un vencido, pero no
.se ha
olvidado; no está de­
cadente, según
podríamos decir

con los términos de la explica­
ción anterior. Vive todavía por la propia fuerza del
orden natu­
ral, aunque le silencien qnienes debieran proclamarlo. Su espí­
ritu vive en la posibilidad que aún tienen, bien que onerosa, los
obligatoriamente asegurados a la
asistencia estatal

de acudir a
centros privados -a veces con visos de mercado negro-, re­
nunciando a la asistencia por la que tributan al Estado. Vive, y
constituye una especie de pie de paz que en gradual crecimiento
podría facilitar

u proceso inverso de privatización o desestati­
zación. Ese residuo de asistencia libre hace, ante la sociedad, el
papel de «mala conciencia» de la asistencia estatal;
y, por eso,
el Estado la quiere matar, borrar, acallar. El socialismo que se
encontró gratuitamente con la mitad de su proyecto ya
hecho
por

otros, trabaja ahora por consolidarlo mediante la creación
de una situación en la
cual la sociedad y los profesionales de la
sanidad, adecuadamente proletarizados, se olviden
de que existe
la posibilidad alternativa de una medicina libre, y la~ nuevas ge­
neraciones ni la imaginen; Q bien que, si alguna vez por casua­
lidad la conocen a t.ravés de la historia, no la deseen.
En general, cualquier política debe fundir de una manera
equilibrada una ideología con un realismo. Una excesiva ide.olo­
gización aleja de la realidad
y hace al conjunto doloroso y
malo (2). El equipo en. el poder parece decidido .a pagar el altí­
simo precio del alejamiento de la realidad por servir a su ideolo­
gía .más

profundamente. Porque su actual política sanitaria, al
ensañarse con la asistencia libre, no puede dejar de perjudicar,
inseparablemente, a la propia asistencia estatal; los males de ésta se disimulan correlativamente con la alternativa de una asistencia
libre; la disminución del recurso a
·ésta los

hace más patentes
y dolorosos y, entorices, empeora aún más la situación, y, en una
espiral revolucionaria, se dice a las masas que la solución está en
acabar totalmente con la
asistencia privada.
Es empecinarse en
d error, huyendo hacia adelante, en vez de dar marcha atrás. Es
una versión nueva de la profunda realidad del marxismo, que
no sirve al proletariado
com" dice

en los estratos superficiales
de su propaganda, sino que se sirve de él para subvertir el or­
dei:, natural.
(2) Ver Fundamentos de la Politica, de Vaissieres, Editorial Speiro.
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Ayuda a los marxistas la creencia general de que ante el es­
tatismo no hay más alternativa que el liberalismo, exasperado
y anacrónico que se desentiende de todo y que no hace nada. Esta situación origina que, por repudio genetal del liberalismo, todas
las alternativas que
la oposición agita estén enfermas de estatis­
mo; contemplamos una guerra intestina entre distintas especies
del género estatista. Los católicos debemos informar de nuestra
disconformidad con ambos sistemas y, a la vez, explicar que hay
otra solución, que es
.la organización tradicional de la sociedad,
en Ia cual un enjambre de entidades naturales y de cuerpos in­ termedios defiende al individuo a la vez del aislamiento y de
los excesos de un Estado pequeño y fuerte.
En este punto se revela nuevamente que la ideologización
del equipo gobernante es mayor de lo que
parece. Los marxistas
conspicuos conocen esta otra solución y quieren destruir los
cuerpos intermedios. En su tremendo esfuerzo por imponer ar­
tificialmente a la sociedad su iedología irreal, vuelven a pagar el altísimo tributo de alargar las lineas de su frente
para ir

a lu­
char, a la vez, con esos cuerpos intermedios que son los Colegios
Médicos. Y a otros muchos cuerpos intermedios, al privarles de
la gestión sanitaria y de la seguridad social para sus miembros, les condenan a una vida mediocre, cuando no ridícula.
La .otra alta causa de la crisis que contemplamos tiene un
desarrollo doctrinal menos claro y es más bien psicológica, pero
no por ello menos eficiente.
Arranca del

principio de la Cons­
titución al principio citado, que es traducido a la praxis de la
asistencia sanitaria estatal como la aceptación sin discusión de
todos los caprichos que los asegurados exigen, por insensatos
. que
sean. Esta traducción no es solamente hecha así por
el pue­
blo llano, sino por los mandos de la organización a todos los ni­
veles. Y aún también por más de un ministro contemporáneo
que han sostenido públicamente que la ley no es otra cosa que
el enunciado de lo que ya está sucediendo de hecho en la calle.
Este nominalismo impío tiene otras muchas nianifestaciones.
Los marxistas auténticos, idealistas extremosos, los soviéti­
cos, reprimen este nominalismo de los caprichos populares por­ que son sabotajes al Estado. En cambio, los rectores de
1a asis­
tencia sanitaria estatal española de hoy, cuyo idealismo de alto
coste hemos señalado poco más arriba, no son luego, sin embar­
go, consecuentes con él y siguen aceptando, como sus predeceso­
res, los más disparatados caprichos populares. Acumulan así los
inconvenientes del idealismo y los del nominalismo, cada uno
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exasperado por su lado, en vez de tener que responder solamente de los
de uno
solo de los dos sistemas.
Si una vez cometido el iremendo
error de

la violación del
principio de subsidiariedad, de la
estatificación de

la asistencia
sanitaria, se hubiera mantenido una disciplina en su economía, el
error, tal vez,. se podría disimular. ·Pero, la situación se hace in­
sostenible si se satisfacen, sin la menor resistencia, los capri­
chos diagnósticos y terapéuticos de los · asegurados y la prolon­
gación escandalosa de sus bajas laborales, todo lo cual lleva a
la quiebra económica no solamente de la asistencia sanitaria,
sino aún del mismo Estado. Esta sangría de miles de millones
clama por su remedio. Acuden los economistas
y tecnócratas del
«estab]ishement»; pero quieren ahorrar solamente en personal
sanitario, lo
cual es como el cuento del chocolate del loro. Mien­
tras, dejan que unas masas enloquecidas sigan consumiendo más
,de lo que necesitan y más de lo que pagan. Taponar esta horri­
ble sangría no es suficiente, mas es necesario. Pero en la
demo­
cracia

hay que estar pensando constantemente en la cadena
inin­
terrumpida de continuas elecciones, a todos los niveles. Hay que
recordar, a más de un político, las valerosas palabras del testa­
mento político de Don Carlos VII:
«Gobernar no es transigir~ como vergonzosamente creían y
practicaban los adversarios políticos que me han hecho frente
con las apariencias materiales del triunfo. Gobernar es resistir,
a la manera que
la cabeza

resiste a las pasiones en el hombre bien
equilibrado. Sin mi resistencia y
la vuestra, ¿qué dique hubieran
podido oponer
al torrente

revolucionario los falsos hombres de
gobierno
que, en

mis tiempos, se han sucedido en España?».
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