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Número 253-254

Serie XXVI

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Una gran polémica: la Iglesia ante la humanidad amerindia

UNA GRAN POLEMICA: LA IGLESIA ANTE LA
HUMANIDAD AMERINDIA
POR
NBMEsrn RonRiGUEZ Lo1s
Cuando en los albores del siglo XVI España se halla in­
mersa en
plená labor, tanto

evangelizadora como civilizadora de
los habitantes del Nuevo Mundo, una serie de diversos factores
hace que se adopte una
determinada actitud

ante las gentes que
habitaban en las tierras recién descubiertas. No se olvide que aquella era una época en la cual la humani­
dad estaba sufriendo un cambio trascendente.
La caída
de Constantinopla, acaecida en 1453, había propi­
ciado que el arte bizantino se refugiase en Roma
y que esto
fuera causa de un· interés ·por. imitar el arte grecorromano. Esta
imitaci6n de los antiguos modelos del mundo pagano provocan que el hombre se sienta impregnado de aquellas ideas
y que em­
pieza a germinar dentro de él un cierto antropocentrismo-
Por otra parte
el. descubrimiento

de
la p6lvora

somete a los
poderosos señores feudales, quienes dejan sus castillos
y pasan
a ser nobles cortesanos. Esto acrecienta el poder del
rey y hará
que, años después, sea cierta aquella máxima según la cual· cuius
. regio ius religio, o sea que los pueblos habrán de tener la reli­
gión de su monarca.
La invenci6n de la imprenta provoca una libre difusi6n de
las ideas
y esto contribuirá en mucho a la revolución protestante.
Y, por otra parte, el descubrimiento de América hace que la
vieja Ellropa se encuentre maravillada ante un mundo nuevo,
exótico y fascinante ..
En este momento del encuentro de dos mundos se ve como
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Fundaci\363n Speiro

NEMESIO RODRIGUEZ LOIS
ciertas ideas renacentistas de mentalidad neopagana influyen para que los europeos
vean. con
cierto desdén a los habitantes del
Nuevo Mundo. Desdén que hizo que se considerara como inferiores a estas
gentes y qtie, por esta razón, ·se cometieran algunos abusos, es­
pecialmente en la isla de La Espafiola.
Para justificar esta conducta, el argumento fue el siguiente:
Los habitantes de América no son racionales sino más bien ex­
traños seies que se ubican en un punto intermedio entre · hom­
bre y bestia.
Por lo tanto, según los difusores de este sofisma, sale sobran­
do el educarlos
y predicarles el Evangelio. Su destino no deberá
ser otro más que
el de utilizarlos como bestias de carga,
Al

llegar a este punto, se hace imprescindible responder a
las siguientes

preguntas:
¿C6mo encontr6 Europa al hombre americano? ¿En estado
de naturaleza pura y sin pecado original? ¿O en estado de de­
gradaci6n por falta de revelaci6n? Al penetrar en tan agudas cuestiones le damos toda la
raz6n
a

Juan Donoso Cortés quien en el siglo pasado afirmara aquello
de que toda cuesti6n política es; en
el fondo, una cuesti6n teo-
16gica.
Afirmar lo primero, o sea sostener que los habitantes de estas
tiertas se hallaban sin pecado original, no es más que darle por
completo
la raz6n a Juan Jacobo Rousseau quien afirma que el
hombre es bueno por naturaleza
y que es la sociedad quien lo
corrompe.
Falso por completo ya que, exceptuando algunas regiones en
que
el clima favorecía que los aborígenes fuesen pacíficos y se­
dentarios, la verdad es que la gran
mayoría de

los habitantes del
Nuevo Murido eran agresivos, rudos y belicosos.
Quizás aquí encuadre a la perfecci6n la vieja pregunta que
se plantea la antropología filos6fica, ¿Qué es
el hombre? ¿Un
ser angelical o una bestia feroz que devora a sus
congéneres?
Ambos

extremos son falsos. La respuesta verdadera es la que
afirma que el hombre es el rey de la creaci6n por ser poseedor
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Fundaci\363n Speiro

LA IGLESIA ANTE LA HUMANIDAD AMERINDIA
de un alma inmortal, que es sujeto de salvación, que es el por­tador de valores eternos pero que está lastrado por la concupis­
cencia.
A lo largo de la historia hemos visto cómo -a raíz de la
expulsión de nuestros primeros- padres del paraíso terrenal~ .la
humanidad fue degenerando paulatinamente y que sólo alcanzó a
salir de tan lamentable estado cuando
fue regenerada
por el
evangelio.
Bien cierto es que
el demonio, al no poder negar la idea de
Dios -necesidad vital a la naturaleza humana- ha procurado
obscurecerla. Y es así como surgen
el politeísmo,-la idolatría y,
en los casos más extremos, , los terribles sacrificios humahos.
Y bien cierto es también que cuando al hombre le falta la
revelación, su inteligencia sufre una especie de «capitis diminutio»
que lo hace caer en una triste degradación.
Un conocido y simpático refrán mexicano expresa esta idea
a las
mil maravillas al decirnos «quien _no ctee en Dios ante cual,
quier

nopal se arrodilla».
Sin embargo, al llegar a este punto es más pteciso aún
el libro
de

la Sabiduría
el cual textualmente no,; dice:
«¿Quién
es
el hombre que puede couocer los desgínios de
Dios? ¿Quién es
el que puede saber lo que el Señor riene dis­
puesto? Los pensamientos de los mortal¡,,; son inseguros y sus
razonamientos pueden equivocarse, porque un cuerpo corrupti­
ble hace pesada
el alma y el barro de que estamos hechos entor­
pece el entendimiento.
»Con dificultad conocemos lo que hay sobre
la. tierra y a
duras penas encontramos lo que está a nuestro alcance. ¿Quién
podtá descubrir lo que hay en el cielo? ¿Quién conocer tus
designios si Tú no les das sabiduría, enviando tu Santo Espíritu
desde lo alto? »Sólo con esa sabiduría lograron los hombres enderezar sus
caminos y conocer lo que te agrada. Sólo con esa sabiduría se
salvaron, Señor, los que te agradaron desde
el principio». ( Libro
de la Sabiduria, 9, 13-19).
Era tal la degradación en que habían caído los pueblos del
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NEMESIO RODRIGUEZ LOIS
Antiguo Testamento que, por ejemplo, las fiestas en ·honor de
Baco y de Venus
eran auténticas
orgías.
Y en Lidia, Asia Menor, existía una ley inicua según
la cual
ninguna mujer podía casarse sin antes haber ganado su dote ejer­
ciendo la prostitución.· Eso en cuanto
a_ costumbres,

ya que en lo que al modo de
pensar se refiere citaremos el ejemplo del filósofo latino Séneca,
quien
afirmaba que

el único remedio para liberar al esclavo era
el suicidio. Siglos antes, en Grecia, Aristóteles había definido la
esclavitud. Fue necesario que llegase
el mesaje redentor del Cristianismo
para" decirle al mundo antiguo cómo el alma del esclavo
valía
tanto

como
la del emperador, y cómo la mujer no tiene por
función convertirse en objeto de placer, sino que su misión más
sublime es la. mternidad, teniendo como modelo nada menos que
a la Madre de Dios. Igual pasó en el Nuevo
Mundo,
A

estas pobres gentes de la América precolombina les faltaba
la luz

de la
revelación, motivo
por el cual la mayoría de los
pueblos se hallaban en un estado de degradación. Sin embargo, prudente es aclarar que esta
degradación no

se
daba en todos los órdenes dé la vida, ya que hay que reconocer cómo muchos pueblos tenían buena organiz_ación comercial, cómo
otros hacían maravillas en el
terreno artístico

y cómo algunos
tenían conocimiento del calendario bastante exacto. Por ejemplo, el desarrollo maya era bastante notable, sólo
que en lo social y en lo político estaban ya en plena decadencia. Según el maestro Alíonso Caso la causa de
la decadencia de
estos pueblos, y
de modo muy especial el azteca, se debió a que
la religión no les daba un. sentido de ideal progresivo -de me­
joramiento
_cada vez mayor- sino que se reducía a la repeti­
ción escrupulosa de los actos rituales, repetición en la cual se
agotaban todas sus energías.
·
Por

esta razón no había ya energía creadora en las demás
facetas de la vida cotidiana. Es entonces
cuando estos pueblos,

sumidos en las densas ti-
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LA IGLESIA ANTE LA HUMANIDAD AMERINDIA
nieblas de la idolatría y de la barbarie, ven una luz que les mar­
ca el
camino correcto:
la llegada del Cristianismo portando un
mensaje liberador. Todo un mensaje evangélico que, como su nombre lo incli­
ca, es una
feliz noticia.
Si, la buena noticia del Evangelio según la cual el hombre
fue ya redimido por Cristo, c6mo la deuda del pecado original
y de los propios pecados personales fue pagada,
y c6mo el mis­
mo Cristo le orden6 a sus cliscípulos que fuesen por todo el
mundo anunciaodo esta gran novedad. Una feliz noticia
-la más grande que Jamás haya recibido la
humanidad entera- que, por mandato del propio Redentor, ha­
bría de

ser preclicada a
TODOS los pueblos sin excepción alguna.
Y junto con la Fe de Cristo llega también la cultura ya que,
según afirma el historiador argentino Viceote Sierra: «Desde
la
primera hora los afanes misionales se traducen en afaoes educa­ cionales. Con el avaogelizador va el maestro. Al lado de la doc­trina se levanta la
escuela de

primeras letras; y cuaodo el desa­
rrollo de la cultura
lo requiere, son los hombres de Iglesia los
que
reclámao y obtienen la erección de estudios superiores e
inundao el Continente de Universidades» ( 1 ). No obstaote, a principios
del siglo XVI, surge la grao polé­
mica en
, el

sentido de poner en tela de juicio la racionalidad de
los indios.
Y como es lógico suponer, existen· opiniones a favor y opinio­
nes en contra.
Ginés de Sepúlveda juzgaba a los indígenas condenados a la
esclavitud en razón de que les atribuían
una· imbecilidad
natural
de por vida. Y, en contraste, el dominico
Fray Francisco

de Vi­
toria sostenía exactamente lo contrario:
Sin embargo, años antes, ·la primera opinión optimista sobre
los naturales de América está registrada en la bula Inter Coete­
ra de 1493, según la cual se les considera aptos para recibir la
fe católica
(1) El Sentido Misional de la Conquista de América, Ediciones de
«Orientación
Española», la Edición, Buenos Aires, 1942, pág. 98.
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NEMESIO RODRJGUEZ LOIS
También, como antecedentes de op1mones opumistas, tene­
mos las instrucciones de Isabel la Católica a Nicolás de Ovando,
gobernador de La Española, en el sentido de que se trate como súbditos a los naturales.
Asimismo, la Real Cédula del 20 de junio de 1500, ordenaba
la libertad de los indios.
«La cédula de 1500 que acabamos de ver,
nos dice

Vicente
Sierra, significa que no se estimaba a los indios como
prisioneros
infieles

tomados en guerra justa,
y sí vasallos capaces de adop­
tar la
fe cristiana, no pudiendo por consigniente ser esclavizados.
«Al no aceptar
España, en
1500, la posibilidad de esclavizar
a
fos naturales

de Indias los .colocaba en categoría de cristianos,
lo cual, al no
serlo, no

hacía sino definir por otro conducto
el
carácter misional co_n que los reyes se consideraban investidos
frente a ellos; y en virtud de lo cual, en
lo-sucesivo,
los medios
de protección al indio habrán de completar el carácter esencial­
mente evangélico de las primeras jornadas colonizadoras» (2). «La
humana natura apetece lo

deleitable», nos dice
el autor
anónimo de
La Celestina, queriendo indicar con ello cómo es pro­
pio
_ de

la condición humana -lastrada por
el peso de la concu­
piscencia- el abusar de los débiles.
Y eso fue lo que ocurrió al principio de la colonización del
Nuevo Mundo. Hubieron varios abusos, especialmente en la isla de La Española.
«La dureza del corazón», -nos dice Santo Tomás de Aquino,
«es la hija de la avariacia» y fue así. cómo muchos conquistado­
res -hombres rudos, sin cultura y son otro
afán que el de en­
riquecerse--,-no

tuvieron el menor esctúpulo de ultrajar
y des­
pojar a los que habían vencido en la guerra.
Ante los abusos cometidos en
La Española, los frailes domi­
nicos

sintieron la
_ obligación

de conciencia de hablar
por los
que
no podían hacerlo
y fue así_ cómo el enarto domingo de Advien­
to del

año 1511, en vísperas de
la fiesta
de la Natividad
del Se-
(2) Idem., págs. 30 y 31.
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LA IGLESIA ANTE LA HUMANIDAD AMERINDIA
ñor, fray Antonio de Montesinos sube al púlpito y lanza su fa­
mosa catilinariá:
« ¿Con qué derecho, con qué justicia tenéis en tan cruel y
horrible.servidumbre aquellos indios? ¿Con qué autoridad.habéis
hecho tan detestable guerra a estas gentes que estaban en sus
tierras, mansos y pacíficos, donde tan
infinitos de

ellos, con muer­
tes y estragos nunca oídas,
habéis consumido?

¿Cómo los tenéis
tan opresos y fatigados, sin darles de comer y sin curarlos en sus
enfermedades? ¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimas ra­
cionales? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís ... ? Tened en cuen­
ta que en el estado en que estáis no os podéis salvar más que
los moros o turcos que carecen y no quieren
la Fe de Cristo».
Esta

homilía reflejaba plenamente el
sentir de

otros frailes
-Fray Pedro de Córdoba y Fray Bernardo de Santo
Domingo-­
que,

junto con
el Padre Montesinos habían llegado también a
La Espafiola.
Y era tal
la unanimidad que cuando las autoridades protesta­
ron, Fray Pedro de Córdoba les responde que todos los frailes
juntos habían redactado y aprobado el sermón y sí querían que
Fray Montesinos volviera a predicar el domingo siguiente no se­
ría para retractarse
sino para

insistir en sus reclamaciones.
Como era de esperarse,
el gobemador Diego Colón escribe
al Rey calumniando a los dominicos acusándolos de
;er enemigos
de

España. Se produce una gran confusión que obliga a Fray Montesinos
a viajar a España con el fin de poner cada cosa en su lugar. Y
es. tal el impacto de su denuncia que, según el historiador Fray
Esteban Arroyo, O. P., al saber
la verdad, «el Rey reaccionó
como un león herido».
La requisitoria de Fray· Antonio de Montesinos, a nombre de
la pequeña comunidad dominicana de La Espafiola, será el pun­ to de arranque que tomará
el fundador del Derecho interna­
cional, años más tarde, Fray Francisco de Vitoria, estando de
catedrático de Prima en
la Universidad de Salamanca por los
años 1526 a 1546, para
estudiar· todos
los problemas suscitados
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NEMESIO RODRIGIJEZ LOIS
con motivo del descubrimiento y conquista de América y esta­
biecer la nueva ciencia del Derecho Internacional (3). Años después,
aquí en

México
t~emos también
a los misio­
neros defendiendo a los indígenes y es así c6mo fueron
célebres
las di;putas entre

Fray
Juan de
Zumárraga y los miembros de
la Primera Audiencia.
No obstante, la gran polémica continuaba y se
hacía preciso
cortar

el mal de raíz.
Y para
ello la

voz más autorizada es la de la Iglesia Católica,
institución de origen divino que, a la vez, es madre y es maestra.
Su impulso maternal hace que sufra y se desviva por el dolor
de sus hijos, especialmente los más desvalidos. Y su
vocación de
maestra

hace que ensefie la Verdad liberadora
qrie hará
que los
hombres se aparten del camino del mal.
Prudente es, al tocar este punto, citar los párrafos de una
carta que
-con fecha

del 11 de diciembre de
1862-dirigió
el

Papa Pío IX al Arzobispo de
Mónaco:
«En

virtud de la potestad que le fue conferida por su Divino
Autor, tiene la Iglesia no
sólo el

derecho, sino especial misión
de no tolerar, sino proscribir y condenar todo los errores, si así
lo exigen la integridad de la Fe y la
Salvación de

las almas».
El documento capital en
, favor

de las razas indígenas será
una carta
ai:lmirable que

Fray Julián Garcés, O. P., escribió al
, Papa. El

dominico J
ulián Garcés fue el primer obispo que existió
en territorio nacional.
Tenía a

su cargo la que fue Primera Dióce­
sis, Tlaxcala, y cuyos límites eran un tanto difusos ya que abar­
caban desde San Juan de Ulúa, pasando por Tabasco atravesando
ei río Grijalba, para llegar hasta Chiapas. Hombre admirable este
frail,e de la Orden
de Santo Domingo
y quien, según Mariano Cuevas, S. J., «en lo que más se dis-
(3) EsTEBAN ARRoYo, O. P., Los Dominicos y los Derechos Humanos
de· los Indios; Univérsid!ld Autónoma de Queréta:ro, l.ª edici6n, Queré-­
taro, 1983, pág. 70.
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LA IGLESIA ANTE LA HUMANIDAD AMERINDIA
tinguió fue en la energía y actividad con que llenó su cometido
de protector de los indios» ( 4 ).
· Un
santo varón de Dios cuya «vida era ejemplarísima: el
tiempo que le sobraba de sus ministerios lo empleaba en la
ora­
ción

y en el estudio»
(5).
Por su parte, Guillermo López de Lara lo define del siguiente
modo: «Aquel hombre [Julián Garcés], español de origen, se ad­
hería
al vencido, sin dejar de pertenecer al puehlo conquistador.
Jurídicamente y por su voluntad, incorporábase a una comuni­
dad nueva, en trance de nacimiento; y siendo en ella un elemen­to creador y rector, asumía la defensa de los indios de la Nueva
España, ocasionalmente la de quienes poblaban
.otras regiones
de

Nuevo Mundo y, de modo indirecto
y mediato, la de todos
los hombres que se hallaban en situación parecida» (
6 ).
Una vez que ha sido representando el personaje, hablemos
brevemente de su obra.
Y su obra, sin parangón en la historia de los derechos hu­
manos, es la carta que Fray Julián
Garcés; escribió
al Papa,
una·
carta

que es el documento capital en favor de las razas indígenas.
La carta aparece
. como

un
informe del Obispo de Tlaxcala
al Papa Paulo III o sea a su superior y soberano máximo de la
Iglesia. - Una carta que puede considerarse .también como un
tes­
timonio de quien, en cierto modo, ha sido protagonista del hecho
histórico.
- - Una carta que es también una acusación valiente tanto
contra los seglares (conquistadores), por su conducta llena de
abusos, como contra los clérigos que, por sus ideas en forma de
omisión, habían tolerado tales c;xcesos.
-

Una carta que es un
alegato ya que, con argumentos só-
-(4) Historia de la Iglesia en Mlxiqo, F.ditorial Patria', México, 1946,
tomo I, pág. 377.
(5)
Idem., pág. 379.
(6) Ideas Tempranas de la PoUtica Social en J,idias, Editorial· -Jus,
1. ª edición, México, 1977, pág. 166.
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NEMESIO RODRIGUEZ WIS
lides y consistentes, se propone combatir juicios erróneos, de­
fendiendo a
los vencidos.
-Una

carta qne, como resultado de todo lo anterior, nos
da la
apologla de los indios.
-Una

carta que, a
fin de cuentas, es un requerimiento he­
cho

al Jefe
Espiritual de

la Cristiandad para que pronuncie con
autoridad soberana una decisión acerca de cuestiones doctrinales.
Julián Garcés le pedía a Paulo III, Vicario de Cristo, Obis­
po de Roma, Patriarca de Occidente y Siervo de los Siervos de
Dios que, haciendo uso de su potestad plena, interpretara fiel­
mente el Evangelio demostrando una vez más cómo la Iglesia
es-madre y es maestra.
Paulo III, un gran Pontífice sin duda alguna, quien había
accedido al Solio Pontificio siendo ya sexagenario y quien,
mi­
nutos antes de adpotar 'el nombre de Pablo, había sido el Car­
denal Alejandro Famease.
Uri gran Pontífice a

quien se debe la aprobación de la Com­
pañía de Jesús y quien, preocupado por el avance. del Protestan­ tismo, se decidió a cortar el mal de raíz realizando la auténtica
reforma de la Iglesia por medio del
Concilio de

Trento.
Pues bien, a las venerables manos de Su Santidad Paulo III
llegó la carta de Fray
Julián Garcés.
Y,

el 2 de junio de 1537, el Papa responde por medio de
un breve que es la
carta de

Liberación de las razas indígenes.
Nos referimos a
la Bula «Sublimis Deus». La cual, por razones
tanto de espacio como didácticas, no reproducimos en su totali­
dad sino que preferimos reducirla a las siguientes proposiciones:
l. El hombre fue hecho por Dios para alcanzar la dicha
eterna.
2. Esta dicha no se puede alcanzar sino mediante la fe de
Cristo.
3. Por lo tanto: cualquiera que tenga
naturaleza humana
es

hábil para recibir la
fe, porque el fin presupone los medios.
4.

La Verdad, sabemos que dijo:
«Id y
enseñad a todas las
gentes». A

todas, sin excepción, porque todas son capaces de la fe.
· 5.

El enemigo del género humano, que se opone a las bue-
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LA IGLBSIÁ ANTE LA HUMANIDAD ÁMERINDIA
nas_ obras, inventó-un modo de impedir esa ens_eñanza: movió a
sus. ministros, deseosos de saciar su codicia,. a que afirmaran
que los indios occidentales debían set reducidos a nuestro set­
vicio como animales, _por incapaces.
6. Conociendo que los indios son verdaderos hombres, el
Sumo Pontífice declara: que son capaces de recibir la fe, y no
están privaüos ni deben serlo de su libertad, ni de sus bienes,
ni set

reducido
a· servidumbre.
7. Por lo tanto, deben ser atraídos a la fe por dos medios:
a) La predicación de la palabra divina.
b) El ejemplo de la buena vida.
8. Es nulo todo aquello que contradiga la anterior decla­
ración.
« ¡Eso¡ fue la más grandiosa de todas las esplendorosas ha­
zañas. del siglo de oro! Si la raza india se ha conservado en Cen­
tro y Sudamérica se lo debe a la conciencia cristiana que crista­
liz6 en
la obra de la colonización española del siglo de oro
y
fundó así la ciencia del derecho internacional». Esta es la auto­
rizada opinión de Joseph Hoffener. Un documento básico en el que se reconocía la racionalidad
de los indios, con la cual se les hada
aptos de

recibir el
Evan:
gelio. Siempre

que un error se difunde -parte de la petvetsidad
que en sí mismo
entraña al

negar
la verdad- lo que más nos
preocupa de
él son la serie de consecuencias que produce.
Y en el caso que en estos momentos nos ocupa, dudar a cerca
de la racionalidad de los indios pudiera pareeet algo absurdo.
Sin embargo, colocándonos en la mentalidad del siglo
XVI, vemos
cómo, de habetse aceptado tan errónea tesis, el destino de los
. habitantes

del Nuevo Mundo no habría sido
otro más

que el de
una
esclavitud perpetua.

,
Esa es la razón por la cual se hada indispensable aclarar tan
vital cuestión. Y
. este

reconocimiento de los indígenas como sujetos de sal­
vación implicaba su liberación ya que -al ser hombres racionales
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NEMESIO RODRIGUEZ LOIS
poseedores de un alma inmortal- que daban sin argumentos
quienes pretendiesen utilizados como simples bestias de carga.
La voz autorizada procedía
una vez

más, de la Iglesia Cató
lica. Desafiando ambiciones y quebrantando intereses creados, el
Vicario de Cristo había hablado con claridad y valentía. «Lo dicho por Paulo III en 1537 no es otra
CC1Sa sino

ex­
presión de verdades perennes, cuya aplicación anhelaba el hom­
bre del siglo
xvr y ansía el de hoy: respeto a la dignidad de la
persona y

a sus legítimos bienes y libertad, participación en el
derecho universal, fraterna igualdad de todos
jos humanos,

ac­
cesión a
una posible

felicidad terrena y temporal y
. la
ventura
sobrenatural y eterna» (7).
Pero no se creá que este gran documento es sólo apreciado
por historiadores católicos. También quienes militaron dentro
de las filas del anticlericalismo, en un acto. de nobleza intelec­tual, se ven abligados
a reconocer sus bondades.
Tal es el caso del historiador y novelista liberal don Vicente
Riva Palacio quien, al tocar este punto, nos dice. lo siguiente:
«esa bula, famosa en las Américas, ha dado a Paulo III el de­
recho a la gratitud y respeto de los americanos. Declarar a los
indios capaces de recibir la fe y los sacramentos de la Iglesia
católica; proclamar su libertad de albedrío e
igualados con los
demás

hombres en los derechos civiles, fue tanto como recon-
quistar para ellos la dignidad humana».
·
La

bula
«Sulllimis Deus» fue

el preludio de muchos docu­
mentos pontificios

sobre la libertad y buen trato a los
indígenas.
Y, así, ·tenemos, en los años posteriores:
- Bula Cupientes Iudaeos, también de Paulo III, publicada
en 1542. - La Carta que San Pío V le
envía al

Rey Felipe II el 17
de agosto de 1568.
·
-

Las Cartas que también San Pío V les envió al Cardenal
Espinoza, al

Virrey del Perú
y al Consejo de Indias.
(7) GUILLERMO LóPEZ DE LARA, op. cit., pág. 307.
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LA IGLESIA ANTE LA HUMANIDAD AMERINDIA
-Asimismo el Papa Gregario .XIV se vuelve a pronunciar
sobre este punto en 1591. Tocio este magisterio de la Iglesia va a influir en el ánimo
de los reyes de España,
as! como

en el de sus virreyes en tierras
del Nuevo Mundo. Y esa influencia benéfica
. creará

un clima
más fraterno
tanto
en
el momento de elaborar leyes más justas como en el momento
de aplicarlas.
De este modo, al ver romo el indígena era un ser tan racio­
nal como
i:l bravo conquistador espalíol, y al ver romo su alma
valía tanto como la del
J)í)deroso Rey
de
Espafia, se
fue creando
una conciencia cristiana que falicitó la unión de las razas en tor­
no a la Cruz de Cristo.
Quienes hayan tenido
lá suerte de

ver la obra teatral
«El
Conquistador Conquistado», cuyo autor es don Manuel J. Roura
y cuyas representaciones son promovidas por
Fundice, podrán
comprobar

la
gran influencia que la Iglesia católica tuvo en el
nacimiento y desarrollo de la América
hispánica.
Trata la obra acerca de los apostólicos afanes de uno de los
doce primeros frailes franciscanos que llegaron a estas tierras:
apostólicos afanes encaminados a lograr la conversión de los
indios y su integración a la cultura occidental y cristiana.
Y· el

punto medular de
la obra se encuentra en la acción
pacificadora que
da como resultado que el bravo capitán espafiol
aguerrido

Caballero-Aguila se reconcilien en
.un abrazo
de her­
manos.
Una reconciliación que alcanza su culminación con el mesti­
zaje que en
la obra se logra con la unión de las dos razas en
torno al matrimonio cristiano que es bendecido por este santo
misionero de Cristo. Quienes se deleiten con dicha obra
np sólo encontraran un
profundo

mensaje de amor y de esperanza, sino que
estarán en
mejores

condiciones de comprender los grandes beneficios que
la Iglesia católica les trajo a
los habitantes del Nuevo Mundo.
Que cierto es aquello de que no hay
prueba de
amor más
grande que
el dar la vida por los que se ama.
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NEMESIO RODRIGUEZ LOIS
Y en este caso, el. amor de la Iglesia . hacia . la Cristiandad
que nacía

en este hemisfetio, no se concretó a una histórica
bula escrita elegatemente en latín. La Iglesia fue más allá y, con plena congruencia, muchos de
sus santos misioneros ofrendaron sus vidas por tratar de reme­
diar la triste suerte de los pueblos conquistados.
E.s aquí donde viene a nuestra mente un ejemplo: el caso
del dominico Fray Antonio de Valdivieso.
Obis,PO de
Nicaragua,
quien, en
el año de 1549, fue asesinado a puñaladas por oponer­
se a los abusos que los encomenderos cometían conJ:ra inermes
indígenas.
Con su
sangre de mártir este preclaro hijo de Santo Domingo,
rubricaba no
sólo su fe en Cristo, sino que daba tambiért testi­
monio de un amor heroico y
entraíl.able hacia
)os
más inermes
de

sus feligreses. Al llegar a este punto, bueno es resaltar el hecho de que la
auténtica liberación de los indios de América en gran parte se
debe a la Benemérita Orden de los Frailes Dominicos.
«La Orden de Santo Domingo
es una

orden de apóstoles
univeristarios», nos dice Alfonso Trueba, ya que es de todos sa­
bido
cómo «Santo

Domingo introdujo una innovación radical al
establecer una

orden totalmente consagrada al estudio. 'Por vo­
cación y

por. obligación'. A ejemplo suyo, sus frailes deben es­
tudiar día y noche, en las celdas de los conventos y en la soledad
de los caminos,
y hasta se les permite prolongar las vigilias de
la noche, acortar los .rezos solemnes y mitigar· los ayunos, en
provecho del estudio. La. vida de los conventos se rodeará de
un~ atmósfeta

de silencio y
· de
una calma inalterable, en donde
toda estridencia .tiene sabor de sacrilegio» (8). Sin embargo, no vaya a creetse que, en el caso de la gran
polémica que en esa ocasión hemos tratado,·
los frailes

dominicos
permanecieton ertcerrados en una biblioteca, aislados del mundo
exterior e indiferentes
a los problemas de los inermes indios de
América.
(8) DQs Libertadores, Editoriai Campeador, Lª edición, México, 1955,
página 11.
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LA IGLESIA ANTE LA HUMANIDAD AMERINDIA
Por el contrario, y tal y como quedó ya demostrado en este
trabajo, los dominicos comprendieron que. como
el pensamiento
sin la acción es estéril,
pasaron directamente

a los hechos
<:on­
cretds

y fue así
romo -gracias

a sus oportunas y valientes
ges­
tiones----lograron la libertad de millones de seres.
Y
por
si eso fuera
poco, hubo casos, como el del Obispo
Fray Antonio

de Valdivieso, en que los dominicos rubricaron
con su propia sangre esta carta. de libertad.
Cuanto se
podría decir que estos testimonios de amor de la
Iglesia hacia la humanidad amerindia que, al principio del si­
glo
XVI apareció ante_ los asombrados ojos de la humanidad
europea.
Gruesos volúmenes no alcanzarán para contar · todos estos
. portentos de amor heroico y sublime.
Y ya para concluir se nos ocurre una breve reflexión.
Grande es la influencia que
el cristianismo ha tenido en las
costumbres de los pueblos, que han sabido dulcificar en prove­
cho de
la civilización universal.
Una influencia que no sólo podemos encontrar en viejos
· y
polvorientos libros de · historia, sino que es algo actual y per­
manente.
La Iglesia, por medio del Vicario de Cristo, de un obispo
o del más humilde cura de aldea, le habla tanto al capitalista
como al obrero, al amo como al criado, al rico como al pobre.
Y, así, por ejemplo, la fuerza moral de un buen sacerdote
en su parroquia es inapreciable; educa a los igno,rantes, encami­
na a quienes andan equivocados, consuela a los afigidos, desafía
los
horrores de la peste y derrama su influencia benéfica
· sobre
los

moribundos.
El sacerdote es
el guardián de · Ja ley de Cristo y su poder
para reprimir
el vicio es mayor que el de todos los agentes del
otden público.
El

buen sacerdote, con sus consejos prudentes
y oportunos,
apacigua tempestades domésticas, ata los vientos de
la pasión,
domina los elementos
de discordia,· hace que las disensiones
desaparezcan y previene
el derramamiento de sangre.
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NEMESIO RODRIGUEZ LOIS
¿Cuántos divorcios, homicidios por venganza o pleitos por
una herencia habrá evitado un sacerdote con un consejo dádo a
tiempo? ¡Cuántos frutos de bondad
ha producido la Iglesia de Cristo
desde que
empezó a difundirse el

evangélico mensaje en medio
de un n\undo infiel!
Por medio
de ,]a Iglesia, la humanidad supo reconquistar su
perdida dignidad, integrar
la civilización más admirable de todos
los tiempos. Y
al mismo tiempo el hombre, individualmente
considerado, supo tomar conciencia de que no es más que un
rey destronado.
Destronado, sí, a causa del pecado; pero rey de
la creación,
al fin y al· cabo, y llamado por esto a los más altos destinos.
Y ese comunicarle al hombre su grandeza inmortal
ha sido
la vocación
de la. Iglesia a lo largo de los siglos. Una vocación
sublime que supo cumplir con
. la
abnegación de una Madre y
con
la sapiencia de una Maestra.
Una labor tenaz, heroica e ininterrumpida· que, en la evan­
gelización del Nuevo Mundo,
alcanzó sus

mayores timbres de
gloria.
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