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Número 253-254

Serie XXVI

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Juan Bms. Vallet de Goytisolo: Montesquieu (Leyes, gobiernos y poderes)

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
Juan Vallet de Goytisolo: MONTESQUIEU (LEYES,
GOBIERNOS Y PODERES)
(*)
El acervo de la ciencia politica en España se lia visto emi­
quecido

con un libro fundamental, altamente esclarecedor y fruto
de un empeño largo y minucioso, plenamente logrado. Se trata
de una nueva obra
de Juan V allet de Goytisolo, académico a la
vez de Jurisprudencia y de Ciencias Morales y
Políticas, cuya
ex­
tensa obra jurídica y política se sitúa entre las más relevantes de
la actualidad. Un estudio profundo y erudito sobre el
Barón de
Montesquieu

y su obra capital
De /'Esprit des lois, obra ésta
que se publicó en 1754.
.
La figura y la obra de Montesquieu han sido ampliamente
controvertidas
porque· ocupan
un lugar crucial en la historia de
las ideas y de las transformaciones políticas modernas. Hombre
siIÍceramente arraigado en el ancien regime, aspira a su conser·
vaci6n y saneamiento mediante una Constituci6n que garantice
la libertad
y. preserve
por igual del despotismo y
de la anarquía.
Espíritu, por otra parte, imbuido en el espíritu de los
i!ustrodos,
pretende «comprender» el orden político, desterrar lo que llama
preiuicios y obtener de la rellexi6n y· de la experiencia un meca­
nismo de contrapoderes que cimente un gobierno justo y estable.
Su obra, sin embargo, se sitúa en
plena génesis

de la gran Revo­
luci6n que
habría de

acarrear la
caída sangrienta
de aquel régi­
men milenario y en cuyo estallido tanta parte tendrían
las ideas
racionalistas e
ilustradas.
Es frecuente encasillar a los autores -te6ricos o fil6sofos-­
en

lo
más. llamativo
de su pensamiento, reduciendo su obra a un
esquema simplista con el que quedan, a veces, marcados para
toda su posteridad. Tal es el caso de Montesquieu, de quien ape­
nas se conoce más que su divisi6n de los tres poderes (legislati­
vo, ejecutivo
y judicial) que supuestamente ha pasado al sistema
democrático post-revolucionario. La concepci6n y el designio
con­
tenidos

en
De /'Esprit des loís son mucho más amplios, come
piejos

y matizados.
A quienes considetan a Montesquieu como uno
de los pa­
dres. del . constitucionalismo

pactista moderno causarla asombro
descubrir -a través de la s6lida exégesis de Val!et-
el acen­
drado monarquismo nobiliario y el conservadurismo a ultranza de este autor. Nada más ajeno a su pensamiento que la idea de
Voluntad General como
.origen dnico del

poder;
· y el término
(*) Editorial Cívitas, Madrid; 1986, 450 págs.
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Constitución es, en su pluma, equivalente a Leyes Fundamentales del Reino, no en absoluto en contrato o pacto social al modo de
Rousseau. Incluso
la famosa división de poderes no es en él una
separación neta dentro de una nueva ideación del orden polí­
tico sino una muy
dosificada interdependencia . del poder legis­
lativo y del ejecutivo con una consideración meramente funcio­ nal
del judicial.

Son significativos de su verdadero pensamiento
los tres consejos prácticos que se desprenden de la obra
de este
autor: no cambiar el espíritu general de una nación, evitar las
contradicciones de los códigos, y guardar el espíritu de modera­
ción temiendo a la pasión grandiosa pero. abstracta de la unifor­
midad. Por modo tal que puede. afirmarse que en el
l'Esprit des
lois se

coloca más el acento en
el espíritu que en las leyes. Es­
píritu que no se improvisó sino que es fruto de la costumbre, de
la tradición, de una sabia adaptación a las condiciones naturales
(clima, carácter, etc.) de cada nación.
Fuera de aquella visión estereotipada de
la obra de Montes­
quieu,

las interpretaciones eruditas que sobre ella se han pro­
puesto son muy variadas
y casi siempre parciales. Desde contem­
plarla como una defensa de los privilegios nobiliarios en orden a su supervivencia hasta hacer de ella un antecedente remoto del
m.aterialismo histórico (Althusser) en
razón de

su
iqvestigación
de

condicionamientos económico-climáticos... Pasando por con­
siderarla precursora del positivismo comteano o del utilitarismo
de Bentham a causa de su estima por el equilibrio y la
benevo-
lencia... ·
Lo

que indudablemente fue Montesquieu es un racionalista
«moderado y conciliador» influido inmediatamente por
.Ja Ilus­
tración
y remotaménte por el cartesianismo. Ello le sitúa en una
posición de espectador .ante los pueblos y sus empresas históricas,
en un distanciamiento frío que le hace visceralmente anti-heroi­
co, anti-imperial
y, como reflejo, anti-español en la obra exterior
de nuestra ·patria. Toda conquista es, para -él, un mal, incluso
para los propios conquistadores. Se ha discutido sobre la intimi­
dad religiosa de Montesquieu: quien ve en
él un deísta al estilo
de la Enciclopedia; quien lo supone adherido, más o menos cons­
ciente, a
la fracmasonería. Llevados de la mano de Vallet vemos
cómo sus escritos -y su actitud ante la muerte--abonan en con­
siderarlo creyente católico, si bien su apología del cristianismo
se apoya sobre todo en razones pol.lticas
y filantrópicas. Su in­
clinación hacia
el equilibrio pol.ltico le hizo admirar lo que él
llamó el gobierno gótico -'el régimen du Roman Pays-, aquella
armonía nacida del imperio de Carlomagno que produjo,
segón
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él, «la regla con una tendencia a la anarquía, y la anarquía con
una tendencia al orden y a la
armonía». Esta
extraña mezcla de
una admiración pre-romántica a la civilización cristiana del alto
medievo con ideas ilustradas marca la tónica de un pensamiento,
muy de la época, incapaz de elevarse
a los

principios teológicos
y metafísicos de los, gobiernos
y civilizaciones. Bajo una cons­
tante admiración por
el régimen

británico (heredero, según
él,
de aquel remoto gobierno gótico)_ sitúa Montesquieu el espíritu
de las 1eyes
--quizá en
el sentido del
esprit francés- en una
armoniosa relación entre la legislación positiva
y lo que él llama .
«la

naturaleza de las cosas», que se diversifica en pa!ses y tiem-
pos diferentes.
~
En su constante preocupación por contener en sus límites el
poder de los reyes y la amenaza de anarquía, Moritesquieu mues­ tra un decidido interés por los cuerpos intermedios de la socie­
dad. «Abolid - señores, del clero
y de las villas: pronto tendréis un Estado po­
pular

o bien un Estado despótico». Su valoración es antitética
de la que hace Rousseau en su pactismo liberal: para éste esos
cuerpos representan la sociedad histórica, rémora del progreso
y
fuente del mal moral. Montesquieu los ve, eri cambio, como ele­
mentos de moderación y como depositarios de las leyes
estab~
no les otorga, sin embargo,. una soberanía aut6ctona al m -o
de Mella en lo que llamó «soberanía social», sino que los reco­
noce como meros _«canales de comunicacióp» por los que discu·
rre el poder que en las monarquías sólo reside en el príncipe.
Pero
-dice-«como el mar, que parece querer cubrir toda la
tierra; ·es detenido

por las hierbas y los menores arenales que se
hallan en la ribera, así las monarquías, cuyo poder parece sin
lí­
mites,

se detienen ante los
más pequeños
obstáculos y someten
su fiereza natural a la petición y a la plegaria». Nadie como Va­
llet ha estudiado el
fundamento y

papel de los cuerpos interme­
dios de la sociedad en multitud de trabajos, especialmente en su
libro «Tres ensayos: cuerpos intermedios, representación políti­
ca, principio de subsidiaridad» (Madrid, 1981 ).
En sus conclusiones
críticas, señala

Vallet con agudeza
·«el
principio

que Montesquieu no supo captar» y «el
prim;ipio que
no

pudo prever». Su mentalidad racionalista, su mezcolanza de
lo tradicional-empírico con lo ilustrado incapacitan
~ Montes­
quieu
Nra descubrir

en el crisrianismo
· la

clave de esa tensión
armónica que admiraba en el gobierno gótico del Medievo. Aque­
llo que, según él, fue patria de
la verdadera

libertad,
en que
la
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cohesión de los grupos y de las instituciones defendían tanto del
despotismo como de
la anarquía.
Lo que

Montesquieu no pudo prevet, tanto por el tiempo
en que vivió como por esa
misma mentalidad,

fue ya avizorado
un siglo después por Alexis Tocqueville al describir el géneto de
despotismo .reglamentado
y enervante que nacería del traspaso
al Estado de todos los poderes
y competencias que en otro tiem­
po
residían en
las familias y ·en los cuetpos de la sociedad. Des­
potismo casi inconsciente para quienes lo sufren, pero· que
de­
seca

las
raíces de

la libertad
y somete al nivel de la masa a los
espíritus más originales. Cabría añadir a esta prospección del futuro «lo que Montes­
quieu no pudo -menos
aún'- vivir». Lo q~, en

cambio, sí ha
sido posible
al propio autor de este libro, tanto por la época
en que vive como por su perspicacia en penetrarlo. Pocos auto­
res, en efecro, han percibido lo que entrevió Tocqueville
y que
· el Estado contemporáneo ha hecho realidad: la tecnocracia -el
predominio en el gobierno de la técnica sobre lo
humano--, ese
fenómeno

que nuestro autor ha diagnosticado en toda su di­
mensión despótica
y desecadora del- espíritu humano. A ello de­
dicó
V allet un clarividente libro: «Ideología,
praxis y mito de
la tecnocracia» y, a su anverso, su agotádísimo «Sociedad de. _ma­
sas y Derecho». Puede decirse que la obra política de Juan Vallet
gira en torno a esos dos polos:
la denuncia de la masificación y
la tecnocracia moderria y la añoranza reconstructiva de aquellos
cuerpos intermedios de la sociedad a los que vivificó histórica­
mente el genio del cristianismo. Algo de cuya pérdida dependen
en gran medida los males que hoy sufrimos. En este libro, sobre la profundidad del análisis y la ingente
documentacióu, destaca la elección ·del tema: la obra de un hom­
bre -Mohtesquieu- situado en un tiempo de intersección en­
tre una época (la de Luis XIV) en la que nada esencial
habia
cambiado

desde el remoto gobierno gótico,
y otra época en fa
que todo iba a cambiar y nada podría ya asentarse.
RAFAEL GAMBRA.
Salvador Abascal: LA CONSTITUCION DE 1917,
DESTRUCTORA DE LA NACION
(*)
Damo~ noticia de un nuevo libro de Salvador Abascal dedi­
cado, como los más- recientes, a presentar la historia (*) Segunda edición corregida y aumentada, Tradición, Méjico, 1984, 222 págs.
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