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Número 263-264

Serie XXVII

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Germán Álvarez de Sotomayor

GERMAN ALVAREZ DE SOTOMAYOR
TESTIMONIOS
Nos abandonó -con su fe-hacia un mundo más feliz mi
entrañable amigo Germán Alvarez de
Sotomayor. Era, en la Es­
paña de nuestros días y en su -confusión, entre confusos, con­
fundidos y confusionarios --éstos, la peor secta, porque engen­
dran y oiven de la confusión'--, un ser humano claro, lleno de
luz. Representaba la peroiviente «encarnación del Alzamiento '
Nacional». No del «franquismo»; tampoco precisamente del fa­
langismo, ni del mensaie joseantoniano. Sí, repito, de la. ilusión,
del valor clvico y militar, la responsabilidad de acabar con el
marxismo y levantar una· nueva España, que constituyeron la
médula del «Alzamiento». Todo lo demás, políticamente, le resul­
taba ajeno.
A través de las páginas, de prosa fluida y vibrante, de su
libro Relatos apasionados de
uu tiempo de guerra, recién publi­
cado, se trasluce lo que acabo de form~r. También, el que fue
un gran hombre de familia y un gran hombre de sociedad. Ape­
nas, que, asimismo, fue ~n excelente profesional de la Arqui­
.tectura.
Su
energla vital borraba lo indeciso, lo turbio, todo aquello
que
no era claro y limpio. Pero su recuerdo nadie lo podrá bo­
rrar. Queda como el de un ejemplar cristiano, modélico para el
futuro.
VícToR o'ÜRs
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TESTIMONIOS SOBRE
A Germán.
En silencio, ¡presente! respondiste
-como siempre-al instante, aunque aquel fuera
el último latido de tu vida;
y en tu, pecho brillaron, orgullosas,
prendidas
en tu carne, las medallas
de largos sufrimientos, aceptados
como un servicio m'ás, como una guardia
al pie de los luceros.
¿Qué te
hizo. levantar? ¿A qué llamada
acudiste, cuadrándote? ¿Qué o!ste?
¿Una orden, un himno, . un ¡bienvenido/?
¿Quién estaba, Germán, tras esa puerta
de luz que
se te abrió en eternidades?
Respondiste a/. instante --como siempre-,
cuerpo y alma ofrecidos
(¡qué
poco ya de aquél, qué grande el alma
trascendiendo en dolor que tú abrazabas
para darlo, hecho amor, en torno tuyo!).
Te
ganaste tu Cielo, dla tras día,
te tornaste ejemplo vi.va y cálido
. y aunque tiempos de guerra ya no eran,
como siempre al instante respondiste.
Por eso sé, G'ermán, que a ti ·que, entonces,
tu vida a Dios-s.;y a España generoso
supiste ofrecer,
ha sido El mismo
quien te vino a decir: · Germán, descansa,
ya sufriste mi Amor, vente conmigo.
JAVIER lRAOLA
Memoria de todo un. hombre.
Conoci a Germán Sotomayor hace· ·unos veinte años cuando,
por su edad, entraba ya en fos umbrales de la ancianidad. Se
dice que en las edades maduras no se anudan amistades como en
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la iuventud o en la infancia. La amistad. de Germán refuta paya
mi esa idea. Cultivé su amistad con fruición espiritual hasta sus
últimos d!as en que, ya octogenario, desahuciado en su enferme­
dad y consciente de su fin me estrechó por última vez sus manos.
Sin embargo, nunca lo vi -ni puedo ,evocarlo en mi memo­
ria-como un anciano. Porque su carácter ;ámás refleió rasgo
alguno de los que marcan la senectud. Germán rezumaba vita­
lidad, a/.egr!a, virilidad. Sus palabras, su sola presencia, canfor­
. taban, infundían seguridad y aliento. Fisicamente hubiera sido
un atleta, un campeón deportivo, si la guerra no le hubiera ·de­
¡ado grave mutilación en una pierna. Pero lo más llamativo en
él era la fortaleza de su carácter, su impulso y magnanimidad
ante cualquier evento. Y o imagino de esa naturaleza a los des­
cubridores españoles que alcanzaron a dominar los confines de
la tierra.
La misma mutilación truncó su vocación juvenil que era la
de marino. Pero, como acontece a los hombres de ta/. empu¡e y
genialidad, supo descollar en la profesión de arquitecto de la
que _quedan como testimonio múltilpes y notables edificios.
Del
género de su vocación primera -el mar y la aventura­
son las memorias que nos ha de¡ado en un libro casi póstumo cu­
yOs primeros e;emplares vio poCos días antes de motir: Relatos
apasionados de un tiempo de guerra. En él se revela, además,
como
gran narrador y novelista. Son la historia de una dificil su­
pervivencia, afrontada con espíritu heroico durante nues'tra Gue­
rra de Liberación. Relato sobrio y a la vez amen!simo en que el
autor nunca se hace protagonista central de los hechos, ni narra
sus vivencias interiores, sino que procura atribuir el acierto· de
las decisiones y la habilidad en los trances a otras personas, so-
bre todo a su muier. .
Sólo en un momento fuga,: nos hace parte de su intimidad:
allí cuando, náufrago del «Castillo de Olite» frente a las costas
de Cartagena, se ve solo, desangrándose por sus heridas y rodea­
do de cadáveres y de los gritos de los que se ahogan. Es enton­
ces, en la tentación de abandonarse a una muerte que ve cierta,
cuando comprende
el sentido de la vida y percibe la presencia
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de Dios que se la ha otorgado. Ello le aclara su deber: nadar
desesperadamente hasta el extremo de sus fuerzas -con sólo
un brazo y una pierna-, y luchar contra el desvanecimiento in­
minente. Y así logra alcanzar la playa del faro donde cae sin co­
nocimiento. Desde entonces su vida estará marcada por el fer­
vor religioso y por un compromiso activo con la causa. de la fe.
Recuerdo cómo en mis últimas visitas, postrado ya por la
enfermedad mortal, era él quien tomaba la palabra a pesar de su
debilidad, y siempre en tono amistoso y alegre, sin aludir nunca
a su situación ni a sus dolores. En la última de estas visitas es­
taba ya convencido del. desenlace irremediable, inmediato. Le
dije que, como
en 1939, tenia que nadar sin abandonar. El me
contestó que ya no babia la esperanza remota que entonces hubo.
Su lucha
en los últimos días fue para que no le suministraran cal­
mantes ni morfina que aliviasen el momento de los grandes do­
lores. Como en medio del mar, desangrándose, quiso mantener
hasta el extremo
la consciencia de la vida que de Dios había
recibido.
Pocas lecturas más estimulantes y apasionad.oras que estas
memorias, fiel reflejo de un alma grande que fue probada en
los trances más difíciles, y que supo ser fiel, hasta el último
aliento, a .los dones recibidos. '
RAFAEL GAMBRA
Un hombre cabal ..
En· la generación de españoles que nacieron a la vida activa
en !Os años treinta se encuentran personas de una talla mora/.
fuera de lo corriente. El enfrentamiento con una de las más tris­
tes circunstancias históricas de España dio a muchas .de ellas un
temple que no se puede adquirir en tiempos de comodidad, de
indiferenáa y de pérdida de valores religiosos; éticos y patrióti­
cos como los que ahora estamos atravesando.
Cierto es que no toda aquella generación se salva; mucha de
ella se perdió luego en los vericuetos de una paz no ganada a
pulso; de una comodidad 'excesiva o, años 'más tarde} en lá aco­
modación a circunstancias muy leios -incluso en los antipo-
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das-de aquel ideario que templó espíritus, aceptó sacrificios y,
en suma, forió hombres como luego no hemos vuelto a tener.
Quienes
-como quien esto escribe y por más ¡óvenes-les
seguimos inmediatamente hemos tenido
en aquellos que han per­
severado en sus ideales juvenües un permanente e¡emplo y es­
timulo; Como contrapartida hemos asistido también a demasia­
das defecciones, abandonos, tornavueltas e incluso per;urios como
para estar curados de espanto.
Pues bien, nos
acaba de abandonar un ejemplo espléndido de
esos esforzados caballeros. españoles que tantos méritos para con
Dios,
para con la Religión y para con la Patria acumularon, pri­
mero con su intento generoso e imposible de resolver por la vla
polltica e intelectual el drama que se .le venia encima a nuestra
Patria; luego, con el .recurso, triste pero necesario, a las armas,
y, má.s tarde, perseverando en la buena vía y manteniendo, en
todo caso y circunstancia, la defensa con el eiemplo y con la
pluma de la concepción cristiana .del hombre y de toda la vida
social, singularmente la politica. Me refiero,
ya lo habréis com­
prendido, a nuestro querido · e inolvidable Germán Alvarez de
Sotomayor.
Antes de iniciar su via¡e a la presencia del $eñ(_)r, Germán
ha querido dejarnos, como legado que viene a unirse a su e¡em­
plo permanente, lo que .él llamó Relatos apasionados de un tiem­
po de guerra, libro en el que, además de revelarse como un ele­
gante y ameno narrador, aparece sin proponérselo la semblanza
de unas personas que, en lucha con
la adversidad y la persecu­
ción, la vencen sin más "armas que su fe en Dios, su valor y su
inteligencia.
¡Admirable vida
y espléndido eiemplo! Quienes fuimos sus
amigos recordaremos siempre su entusiasmo ;uvenil ante las bue­
nas causas, su indignaci6n ante las 'continuas violaciones del or­
den moral a que asistimos cotidianamente; su sencillez 4e niño
grande
y,. a la vez, su tremenda fortaleza fisica y moral. Aquélla
le hizo posible sobrevivir
en la guerra y su reciedumbre espiri­
tual le permitió no solo resistir sin doblegarse y szn quebrantar­
se ;amás las halagos y amenazas a que otros sucumbieron, sino
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TESTIMONIOS SOBRE
seguir hasta el fin de su vida mortal un e¡emplo permanente para
quienes tuvimos la fortuna de conocerle de. cerca y tratarle como
amigo.
Hemos perdido al hombre pero no su ejemplo de vida cris­
tiana. Su recuerdo -nos acompaña como nuestras oraciones que­
remos que le acompañen· a él ante el Señor.·
Era, queda dicho, un hombre cabal.
ARMANDO MARCHANTE GIL
Vida forjada en .la lucha ·y la victoria, vivo testimonio de
Cristo-en la Cruz Redentora.
Todos guardamos en lo más íntimo de nues.tios corazones re­
cuerdos inolvidables de· Germán. Y todos convergen en un mis­
mo. punto: su vida ejemplar, cargada de un intenso amor hacia
todos y cada uno de nosotros, movido por su profunda uni6n a
Dios,
con· quien goza ya de una bien merecida compañia glo­
riosa.
Su persona rezumaba ;eñorio por todos los poros de la piel.
Nació, vivió y murió como un fluténtico señor, todo un caballe­
ro del siglo XX -y .casi del siglo XXI-. Su mismo nombre:
Germán, denotando el claro origen germánico de las razas asen­
tadas en ~u amada tierra gallega, nos sitúa ante lo que él mismo
fue durante toda su vida: Her-man, es decir, Señor-Hombre (hom­
'bre del
Señor o señor del Hombre), y cumpli6 como nadie cdn
las obligaciones 9ue tal titulo le conferia.
Buena prueba de ello lo testimonia cada momento de su in­
tensísima ·vida y, sobre tódo, su hora cumbre: su muerte.
Duros y largos años de arduo-árido peregrinar la precedieron.
Inquebrantable, su
barco iba de puerto en. puerto, navegando
solitario
en medio del mar, firmemente amarrado a sus profun­
didades. El mal tiempo no
arredraba su viejo esplritu de lobo
de mar... El temporal se desencadenó, lev6 anclas y se arroj6
en medio del olea;e; «sin. claudicaci6n de Su voluntad, sin mie­
do». Y así llegó, una vez más, a buen puerto, con el orgullo de
haber cumplido con su misión; ya podia descansar; y con la ma-
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GERMAN ALV AREZ: DE SOTOMAYOR
yor naturalidad entregó su carga y procedió a reparar el pobre
casco del barco, maltrecho durante la ,iltima travesía ... Nueva-
mente
cargaba lá bodega y su barco se hacía a la mar ... De ese
modo nos fue dejando, en cada puerto, sus obras, trocitos de su
gran amor; y algo más ... casi sin proponérselo, tan solo vién­
dole
al timón nos. estaba enseñando a navegar.
Y llegó el mome~to cumf(re. La noche se acercaba, pero él
vio
llegar a lo lejos a su Señor; llevaba tiempo esperándole. Al
sentir su Presencia junto a él, y despojado ya de toda energía
vital, nos hizo apartarnos y
él: solo se alzó de la cama y se éua­
dró · ante su Presencia, con toda la dignidad y serenidad de aquel
caballero que, orgulloso de su misión cumplida, presenta los ho­
nores de sus-conquístas a_ su Señor ... «Se presenta Germán So­
tomayor ... ». Una vez más, la última, le habla tendido su mano
desnuda, y
agarrándole fuertemente, ya para siempre, el Señor le
envolvió
en su Esplritu Vencedor.
Germán tenía que morir, era necesario que nos deiara para
que nosotros descubriéramos lo mucho que habla hecho, cuánto
había sufrido y cuánto nos habla dejado como herencia; pero,
ante todo,
cuál era la causa primera de. su hombría, cuál su fi­
nalidad. Seguro de que «todo tenía su razón de ser» y recono­
ciendo qúe, como humano~ nunca podria perforar el misterio que
le rodeaba, tuvo que abandonar la mar y despertar en su glorio­
sa nueva vida, donde la luz de la Verdad inunda cuanto toca. El
sabe que esa luz poderosa ,¡os ciega, es demasiado intensa para
nuestros débiles ojos; y po~ eso .nos ha abierto una rendijita para
que podamos contemplar toda la maravilla del amor divino, eter­
no. Desde
la cercanía. del Padre nos susurra: .«venid, en esta
luz está
la Verdad, el Amor, el origen y el fin de toda realidad,
y también
de mi propia realidad». Increiblemente, está ahora mu­
cho más cerca de nosotros de lo que lo babia estado antes, pues
al no tener otras preocupaciones, puede dedicarse totalmente a
cada uno, intercediendo también por nuestra causa ante el Todo­
Po!leroso, al que ve diariamente cara a cara.
Es extraordinario percibir, a través de la claridad de la nue­
va luz, las huellas de Dios en las realidades concretas, materia-
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'les, que nos rodean,· ¡cómo resuenan ahora las Voces del Crea­
dor en nuestras vidas~ junto a su cuerpo sin vida, y en nuestros
corazones, junto a su espíritu.· vivo! Germán, ejercitando· con
toda naturalidad las virtudes de tin auténtico cristiano1 se convir­
ti6 en un probado testimonio, espe¡o vivo de Cristo en este
mundo. Todo adquiere
ahora pleno sentido y nos lleva a su causa
primera, Dios. Y nos maravilla q6mo se las ingenió el Señor par,i
hacer de este hi¡o suyo ese vaso-fuente de vida pura, rebosante
de amor, que desparrama por todos los costados.
Su cuerpo ha regresado a su terruño y, ¡unto a él, todo el
baga¡e ~increlblemente ligero--acumulado durante sus más de
ochenta años, vividos a pleno pulmón. Y a forma parte del «hu­
mus histórico,; de Sergude, cuna de sus antepasados, que condi­
cionó plenamente su vida, fruto privilegiado de la semilla allí
depositada. Con ello desea que las generaciones que le siguen, y
seguirán, broten también -junto a su sombra-como aquellos
«arbolitos ventureiros1 ntlcidos de semillas que volarán lejos con
el viento, independientes del sembrador».
Un estandarte de Esparanza ondea
efi; fresca mañana del
joven hombre 2000.
Una vieira compostelana
rezuma juventud sin fin.
La familia entera se une a todos vosotros, sus amigos y fie­
les compañeros, para agradecer a. Dios el enorme privilegio que
nos concedi6 ofreciéndonos la compañia, el e¡emplo y la interce­
sión
de Germán. Ahora, él nos ha pasado el relevo a las ¡6venes
generaciones -y a las no tan ¡óvenei-. Te pedimos, amantisi­
mo Padre, que nos ayudes a completar la carrera; la. victoria ha
de ser nuestra.
Gracias de todo corazón.
«Ama et fac quod vis» (San Agustín)
MARÍA BRUNET ALVAREZ DE SoTOMAYOR
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