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Número 343-344

Serie XXXV

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Los nuevos totalitarismos

LOS NUEVOS TOTALITARISMOS
POR
ANGEL MAEsTRO
Con la caída, que no desaparición, del marxismo-leninismo,
el demócrata-utópico pensaba que suprimiendo dicho totalitaris­
mo, y extingnido hace
ya tantos años el nacionalsocialismo, el
sistema pattitoctático no sólo representaba la quintaesencia de la
política, sino que la humanidad había llegado a su estado
defi­
nitivo.
Así se repite de forma más que machacona e insistente, prác­
ticamente todos los días y a todas las horas. Existe un colosal
empacho de politización de la vida de
algunos países, de los que
España
-o ex-España-representa un paradigma evidente. No
ya la politización, sino la hiperpolitización de la vida española
representa el
más colosal y gigantesco martilleo unidireccional y
apologético de una idea: la democracia partitocrática.
En otros países existen, con más tradición que en España,
una difusión de noticias,
nd sólo de prensa, sino particularmente
de la televisión y
de la radio. Pero en ninguno existe esa cris­
pación continua, ese vivir en tensión permanente, magnificando
y ampliando cualquier suceso. Preferentemente en los últimos
tiempos, en que lo relativo a
la corrupción ha alcanzado limites
difícilmente soportables.
Da
igual que se escuche el boletín informativo de la emisora
que sea, todos
repetirán con mínimas variantes la noticia del día,
destinada de forma ineluctable a ser olvidada
al día siguiente, o a
los pocos
días, por el nuevo escándalo, o por el último atentado
terrorista.
De tanto vivir en crispación permanente nada ya es
importante. Todo es accesorio y circunstancial. Es útil en tanto
no
sea rebasado por algo más moderno. Todo aquél que no man-
Verbo, núm. 343-344 (1996), 257-268 257
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ANGEL MAESTRO
tenga una asepsia mental, que le permita aislarse para dedicarse
al estudio, al análisis sosegado, a la reflexión, o a un ocio orde­
nado, se convierte en esclavo de la situación.
Cuántas veces hablando telefónicamente con algunos amigos,
tengo que pedirles
· que hagan el favor de bajar el volumen de su
aparato de radio para conseguir entenderme con ellos. Luego
critican, y a veces se desesperan con lo que oyen, con las falacias
y con el general predominio de ignorancia y estupidez. Su adic­
ción les convierte en masoquistas conscientes, con la necesidad de
oir y escuchar
genera),nente asuntos. oportunistas y útiles sólo
parad día.de hoy, cual si de drogadictos se tratase.
Al menos al . leer up perídico, cabe la posibilidad de pasar
la
hoja, pero el drogadicto radiofónico ha de soportar el comen­
tario entero, so
pena de .cortar la conexión de su aparato re­
ceptor.
Y cuando. no son las noticias a cada hora, surgen las tertulias
radiofónicas, donde generalmente los tertulianos en privado
se
atreven a sostener opiniones distintas de las que proclaman en
público. Por
si fuera poco la tortura noticiosa, generalmente ma'
nipulada hasta .la· saciedad, se le da al drogadicto radiofónico
una ración extraordinaria, ¡.y con qué _generosidad!, de más alie­
nación.
La manipulación de la noticia ya no obedece. a un plan pro­
gramado, cual
podría ser el inspirado en tiempos de la Unión
Soviética por un colosal aparato de:propaganda, sino que su' im­
pulsión no necesita apenas fuerzas exteriores. Es movida por
una potencia que anida en el
cerebro de casi todos los autolla­
mados formadores
de. opinión.
La manipulación de la llamada opinión pública es total. El
sistema. impone sus consignas hasta las· .últimas COilseéuencias.
Antes; la inspiración marxista-leninista, al conocimiento de la cual
el autor de estas
líneas ha dedicado afios de estudio, manejaba de
forma subterránea gran parte de
los medios informativos, más
propiamente de muchos de sus componentes.
No hay duda de que Gramsci y la escuela de Frankfurt
mol­
dearon· en gran parte a ·1a sociedad óccideiital actual, más que el
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tan ridiculizado «oro de Moscú», cuya existencia ahora, al cono­
cerse algunos
de los secretos de la URSS, se sabe que era cierta.
Que no eran conjeturas que suscribiésemos,
unos· pocos ilumina­
dos. En frase gramsciana, al que tantas veces siguen sin saberlo,
atacan la superestructura, más no la estructura de los verdaderos
males de la sociedad.
Si alguna voo osa discrepar de lo profundo, de lo. fundamen­
tal, y no de lo accesorio, como es la mera anécdota de que
si
Juan Guerra se ha llevado tantos o cuantos millones, si alguien
pone en tela de juicio la pretendidamente sacrosanta Constitu­
ción de 1978
-por lo demás, una más entre las numerosas ha­
bidas en
España entre 1812 y 1978-, a ese sí se le arroja a
esas tinieblas exteriores.
Estas pretendidas sacerdotisas de la libertad, a la que dicen
oficiar · e inciensar a través de sus comentarios, actúan con tal
uniformidad en los mismos que podemos observar en cualquier
cambio de ministros, de sus comentarios, escritos o· radiofónicos,
ofrecerán una asombrosa uniformidad. Mas no sólo en las ideas
a transmitir, sino en el mismo lenguaje.
Da la sensación de ver algo que
ya se conoce de sobra, pero
a tal punto cual
si de un objeto que arrojásemos al aire, supié­
semos de antemano que su
· caída será un hecho absolutamente
cierto y previstó.
En vez de sacrosantos y esforzados defensores de esa plura­
lidad, diríase que nos encontramos ante aquellos profesores

periodismo soviético que enseñaban a los periodistas: «La infor­
mación no consiste en dar noticias, sino en efectuar la educación
de las masas». Y esa información
al tocar los temas verdadera­
mente conflictivos
es . siempre unidireccional.
Antonio Gramsci fue de las figuras
más importantes y de­
cisivas del pensamiento y de la praxis marxista-leninista. Se .trata
de alguien que, perfeccionando a Lenin, ha facilitado al marxis­
mo la posibilidad de dar no
un solo paso sino muchos hacia
adelante, adaptándolo a situaciones distintas de las iniciales.
Hasta
la llegada de Lenin, el proceso revolucionario estaba programado
de una forma casi puramente escolástica. Lenin superó los
corl-
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ANGEL MAESTRO
dicionantes previos, demostrando con los hechos que era posible
el paso del Estado casi feudal al Estado socialista, saltando sobre
la que hasta entonces
parecía inevitable etapa de transición que
era la revolución burguesa.
Convertir el marxismo
dogmático en. una guía para la acción
fue un logro de Lenin. Como consecuencia del éxito, surgieron
también
los leninista,, aferrados únicamente a los escritos de su
maestro.
Gramsci, en su revolución intelectual, que se ha demostrado
tan efectiva, comprendió que el intelectual
-más que el intelec­
tual puro podríamos decir el comunicador-debería conseguir
la convicción permanente, algo
as( como el gigantesco lavado de
cerebro
popular que opere provocando en las masas la convic­
ción o el consentimiento de las mismas, mucho más que la tosca
fuerza de efectos meramente transitorios. El intelectual debe pro­
vocar la destrucción acelerada de los valores clásicos, bien sea
religión, patria, familia, procurar un sentido de menosprecio hacia
los mismos,
y una convicción popular de ridículo -con efectos
mucho
más duraderos que destructivos-, y para ello se acelerará
la valoración de los diferentes aspectos de signo contrario, bien
sea folklore, teatro, periodismo,
la canción.
La conquista de la sociedad civil fue la indiscutible aporta­
ción gramsciana
y su originalidad más evidente. Siempre será más
eficaz todo lo que lleva en s( una connotación pol!tica clara que
lo
espec!ficamente pol!tico, lo que bajo una animación cultural,
periodística o sociológica sea susceptible de destruir los valores
clásicos,
y que pueda generar las condiciones precisas para el
triunfo del nuevo poder cultural.
Causa asombro ver hasta qué
grado llega la nueva concepción
de la Sociedad, muchísimo más allá de la brutalidad de
la revo­
lución bolchevique; llega al sometimiento mental de la sociedad,
algo similar
al mundo de «1984» de Oiwell. El controlador es­
tará en uno mismo, y esa alienación evitará cualquier desviación
del pensamiento señalado como correcto.
Los señores
del nuevo totalitarismo atacarán la superficialidad
de
los defectos del sistema, pero nunca su última consecuencia,
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LOS NUEVOS TOTALITARISMOS
cual las reglas del juego de la oligarquía partitocrática. Hablarán
de las corrupciones de determinados personajes cercanos al poder,
creyendo así ejercer una labor profiláctica y convencidos de
efec­
tuar la labor crítica del sistema. Pero nunca llegan a su conse­
cuencia definitiva, la suplantación del poder por esa oligarquía
partitocrática, que en nombre de una hipotética libertad formal,
asfixia
al ciudadano y le impide solucionar sus problemas ver­
daderos. Eso sí, llenándole de artículos de las mismas plumas que
hablan del «buen sentido popular», «del fino instinto del pue­
blo», «del sentimiento común de
los votantes», condenados los
pobres a arrojar una papeleta en las urnas cada tres o cuatro
años, donde la posibilidad de elección de ·unas listas cerradas por
la oligarquía partitocrática, aliena a las masas creyendo que son
soberanas, y no
scin sino meras comparsas de esa oligarquía des­
pótica, pero disfrazada de democracia.
La autoridad indiscutible, so pena de ser reducido a las
ca­
tacumbas, de lo que se llama la opinión pública mediatizada y
manipulada por la repetición
ad nauseam de las mismas noticias,
sea cual sea el medio informativo, originando algo que escapa a
la masa, y
es que la hiperinfotmación a la que antes nos refería­
mos, origina el mayor y
más considerable déficit de información:
la hiperinformación consigue la infrainformación. Dicho macha­
coneo increíble de repetición, en un mecanismo orwelliano, ori­
gina una capacidad de amnesia a la medida del continuo bombar­
deo infotmativo, como sostiene un pensador de izquierdas, Alain
Mine. No importa que sea de izquierdas, si osa discrepar del
sistema podrá ser calificado de fascista, considerando que los
me­
dios de comunicación son creadores de un «sentido» cada vez más
evanescente y que cada vez pasa más de la Historia en profundidad,
de los principios de la motal, de los reflejos éticos o, simplemente,
del sentido común.
Se acredita así la existencia de un bomo me­
diaticus conectado a la información y convertido en el electrón
de base
de nuestras sociedades modernas, lo mismo que el homo
sovieticus~ propugnado por Zinoviev, en la, sociedad soviética. En
definitiva, la opinión pública parece condenada a ser gobernada
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'A.NGEL MAES'J'RO
por los medios de comunicación tan firmemente como la sociedad
civil pudiera serlo por tal o
.cual partido totalitario.
El poder los medios de comunicación se ha convertido en un
nuevo
totalitarismo tan poderoso que domina no sólo lo material,
sino las conciencias. Un grupo de autocalificados formadores de
la opinión, imponen su concepción de la vida, de la sociedad, de
lo que
es bueno o malo a una inmensa mayoría de desinformados.
La frase.del.ruso V. Rozanov, citada por Soljenitsin:. «La demo­
cracia es una forma mediante la cual una minoría bien organizada
gobierna a una mayoría desorganizada», adquiere plena realidad
en
la actual. dictadura de lo.s controladores de la opinión pública.
Un redu.cido grupo de «estrellas» de las ondas informativas,
y
.dos o . tres diarios exponen irunisericordemente todo aquello
que con arreglo a su juicio inapelable es bueno, neutro o conde­
nable. Hasta esa particularidad decadente de .nuestra época, como
los repulsivos jueces «vedettes» prostituyendo la justicia, halagan
a
esos «formadores» de la opinión.
De esa no santa trinidad característica del control de nuestra
sociedad.: los medios de comunicación, los jueces y la opinión
pública,
los segundos halagan a los primeros. Los jueces «estre­
Ila» poseídos de ese afán de gloria y notoriedad, tan alejados de
la verdadera función judicial, se muestran en sus sentencias
«com­
prensivos» con el uso de la calumnia, del insulto, de la injuria,
por parte de
algunos medios de comunicación, resaltando en di­
chas . sentencias cómo el derecho a la información prevalece sobre
el derecho al honór.
La ju~catura, o gran parte de ella, esos jueces que son noticia
por sí mismos a diario en cualquier espacio informativo, son re­
verentes con la amenaza de los medios de comunicación. Son po­
derosos sí, instruyendo sumarios que después para los juristas
son modelos de obras mal hechas, precipitadas y ayunas
casi de
ciencia jurídica. La arrogancia y soberbia de su casi prepotencia
útilizando
el arma de la prisión preventiva a gusto personal de
cada ·uno, hace quC sean objeto de noticia casi-cotidiana. Y saben
que para mantener ese · «estrellato» necesitan de los medios de
comunicación.
De lo que se diga de eilos en ·esas tertulias radio-
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LOS NUEVOS TOTALITARISMOS
fónicas, que a su vez se nutrirán de lo que hayan dicb.o dos o
tres periódicos
el día anterior.
Saben y
conocen esos jueces, que sin el soporte informativo
no. serían apenas nada, que sus actuaciones · sin la colosal caja de
resonancia estarían
limitadas a la esfera jurídica_, pero ni mucho
menos llegarían a conocimiento del gran público. Si no tuviesen
la cobertura radiofónica, televisiva o gráfica, sus operaciones es­
pectaculares, con el helicóptero incluido --el helicóptero, al igual
que en el cine de acción, .se convierte en pieza insustituible---,
no serían conocidas más allá de los medios judiciales o periodís­
ticos.
¿De cuándo el hombre o mujer de cultura limitada ·a los
jugadores de futbol o a
las artistas de moda con su intensa vida
sentimental, conocería el
nombre de los jueces y los reconocería
nada
más aparecer en la televisión?
Por ello, esa parte podrida de
la judicatura, ha de hala­
gar desaforadamente a
los «formadores» de opinión si · quiere
seguir siendo noticia, si quiere seguir siendo conocida de la opi­
nión. De cumplir con su deber sin alharacas sólo le
quedaría la
satisfacción del cumplimiento de su deber y con su conciencia.
Pero eso, ¡ay!, no es popular, no vende.
Ese grupo, no más de una treintena de personas, que da for­
ma a la opinión, y que decide inmisericordemente qué es o no es
noticia, abarca todas las facetas del ser humano. Decidirá cuál
aberración literaria de última hora, aunque el autor esté próximo
al analfabetismo, disfrutará de la popularidad, efímera general­
mente,
pero su nombre llegará a todas partes. Si, por contra, un
autor no
gooa de simpatía o credibilidad democrática aunque fue­
se un Cervantes o un Shakespeare, será o vilipendiado o, lo que
es casi peor, olvidado, silenciado. Simplemente no existe.
Así vemos a verdaderos ignorantes, bien
sea en terrenos cul­
turales, científicos, literarios, artísticos, exaltados al paroxismo,
y sus obras elevadas al nuevo Olimpo.
Cualquiera que ose discrepar
de· lo profundo del sistema
será anatematizado, con el insulto definitivo de ser fascista o
mantener una actitud fascista. Resulta curioso que cuando los
componentes
de una organización· marxista leninista, y en ·la que
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ANGEL MAESTRO
además ellos mismols así se proclaman, cómo ante cualquier acto
terrorista, las reacciones siempre serán
las. mismas. Inmediata­
mente
la enérgica condena de los políticos y centrales sindicales.
Seguida de
la firme convicción de que el atentado, por cruel que
haya sido,
no-aherará la convivencia democrática, y que la demo­
cracia
es tan fuerte que el mejor procedimiento es el aislar demo­
cráticamente a tales individuos. Inevitablemente aparecerán des­
pués los calificativos
de «fascista» a la actitud de los terroristas.
Esto es tan seguro como
la ley de la gravedad.
Pero esos
medioS informativos, mejor esos formadores, con
su escuela de futuros plumillas ambiciosos que aspiran asombrar
más
todavía, en un camino donde todo está permitido, tienen al­
gunos dogmas ante los que se inclinan reverentes. Los mismos
que atacan a
la Iglesia Católica, no progresista desde luego, acu­
sándola
de mantener los dogmas, poseen varios en los que el dog­
matismo es aplicado al extremo.
Citemos solamente dos: la democracia es uno.
El otro, el
holocausto. Sobre el primero se
podrá insultar al presidente del
gobierno, a los ex-miembros del mismo, a los altos dirigentes que
cometieron enormes malversaciones,
atacar a unos u otros opo­
sitores sean del signo que sean, etc. No habrá ningún problema.
Pero si alguien osa
ir más lejos, y discutir no a los personajes
sino al sistema en sí, y simplemente
exponer los aspectos negativos
de la democracia, considerar que es una forma política más y no
sacralizarla,
el que tal se atreva habrá negado el dogma, y como
tal, deberá ser tratado. También todo aquel que simplemente qui­
siera con un espíritu liberal acogerse a
la libertad expresada en la
Declaración Universal de los Derechos Humanos
-por tanto
nada sospechosa de integrismo, o de
fascismo-discrepando no
ya de la existencia, sino de la cuantía del holocausto, sea maldito
y artojado al fuego eterno.
Puede negarse la existencia de
Dios, proferir incluso blasfe­
mias en espectáculos públicos y televisivos, pero
ha de ser per­
mitido
en aras de la libertad de expresión. Lo contrario sería
una actitud retrógrada
y fascista.
Pero el que niegue la Democracia y ponga simplemente en
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LOS NUEVOS TOTALITARISMOS
duda tal o cual aspecto del Holocausto será perseguido judicial­
mente.
Cualquier persona puede exponer absutdos. Quedaría clasifi­
cado según la necedad que haya expresado,
pero por ello no se
le persigue. Puede, por ejemplo, un orate exponer -al estilo
de la literatura esotérica que invade cada
vez más la civilización
pagana y
occidental-que la Batalla de Lepanto no existió nunca,
que fue un espejismo provocado por la particularidad de las
co­
rrientes atmosféricas en ciertos puntos de la tierra en combinación
con los efectos marinos. O explicar que Felipe
II era un extrate­
rrestre que procedía de una nave espacial, enviado desde otra
galaxia como explorador. No pasará nada. Algunos rebatirán
eoas
tesis, diciendo que el extraterrestre no era Felipe II, sino Anto­
nio Pérez. La mayoría dudará con razón del estado mental del
autor de tales teorías, pero no ocurrirá más.
Mas si
alguien trata de expresar públicamente sus dudas sobre
la virtud y la sacralización de
la democracia, o trata de explicar
que las víctimas del Holocausto no eran tantas, que
Dios se
apiade de él. Más le valdría arrojarse al mar con la piedra de
molino al cuello.
Los nuevos propugnadores del totalitarismo han sido grams­
cianos sin saberlo, e incluso han superado
los proyectos del revo­
lucionario sardo. Ante su poder oligárquico todos
se inclinan:
los casi omnipotentes jueces estrella atentos al «vedettismo», los
políticos que tratan de servir a la opinión pública
captando de
esos budas
si merecerán el aplauso o el gesto negativo de su
línea política. No por lo que ella tenga en sí de servicio al bien
común, por encima de modas y gustos efimeros,
sino el saber si
habrán captado bien cómo deben desarrollar y llevar a la prác­
tica lo que
los treinta oligarcas decidan. También los pastores de
la Iglesia progresista, atentos a servir no al Bien, sino a lo que
los nuevos dictadores puedan decir de ellos y dar su veredicto
de progresista. No
se dice lo que se piensa sino aquello que se le
dice debe pensar.
Uno de los puntos de
apoyo, probablemente el más importan'
te, sobre el que justifican su indiscutido magisterio,· y sirve de
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coartada para imponer su juicio inapelable son los sondeos. Son­
deos y encuestas utilizados como recurso a una inexistente de­
mocracia participativa, y que permite a los manipuladores de los
mismos ofrecer cifras y perspectivas útiles para cada momento.
Bien para justificar una política o criticarla
..
Nada más lejos de la juiciosa y medida reflexión que esa
toma de
ánimo de la sociedad, y que permite exaltar o condenar
aquello que los budas juzguen exaltable o condenable.
Régis De­
bray; no sospechoso de reaccionario ni de fascista, ha calificado
al Estado actual de «Estado Polaroid»,
ya que ha de reflejar ins­
tantáneamente
el pretendido pensamiento de la sociedad. El ci­
tado Alain Mine, coincide en que dicho Estado se ha convertido
en un prisionero del culto a la instantaneidad, en un esclavo de
la sociedad civil, y no en su tut01:. Con los sondeos y con las
elecciones pasa lo mismo que con
los consejeros más serviles del
mónarca, que sueñan con «cambiar de pueblo, cuandd el pueblo
no está contento»·. Envalentonados por su Victoria, los sondeos
se apr_esuraron a salir del ámbito electoral, que ya se les quedaba
demasiado estrecho.
Si el instrumento es tan poderoso, ¿por qué
no utilizarlo para medir, en tiempo real, los gustos y las aspira­
ciones de la población? Y he aquí a
la poblacic
interrogada a
diario sobre todo y desde la conveniencia de bajar las cargas
so­
ciales, hasta las cuestiones de bidética, pasando por el fenómeno
de las madres convertidas de alquiler o la anorexia mental
...
Pero ade!Ill!s la escasa fiabilidad de los mismos, y su manipu­
lación hace'
del culto al sondeo, de su idolatría, algo tan sospe­
choso
. que nos ofrece algo no ya de dudosa fiabilidad, sino de
reconocida falsedad.
Resulta increíble que con
~asión de la emisión de un pro­
grama
con mensajes sibilinos a veces, y otras veces descarada­
mente disolventes, emtido por una cadena de televisión privada
de
~paña, relativo a los sucesos en una farmacia, y que parece
ser alcanzó cotas muy altas
de audiencia, se dijese que el último
programa
de dicha serie zafia, lo viesen 13.148.000 espectadores.
¿Y por qué no 13.171.142? ¿O 12 .. 942.009? ¿De dónde sale ese
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LOS NUEVOS TOT A.UT,ARISMOS
ridículo afán de precisión destinado a dar más verosimilitud a la
intoxicación informativa?
El autor de este trabajo no es ermitaño ni anacoreta, sino que
vive inmerso en la
sociedad actual, y además ha de conversar con
muchísimas personas de estamentos diferentes, desde académicos
e intelectuales a maquinistas de locomotoras, pasando por
técni­
cos de distintos grados, militares, periodistas, escritores u orde­
nanzas. Cuando una encuesta se ha hecho a más de 13.000.000
de personas, resulta imposible que nadie le haya comentado que
al menos alguien
de su familia · o de sus amigos hubiese sido · pre­
guntado en tal encuesta. Uno
de cada tres españoles deberla haber
sido consultado en d referido sondeo. Creo que las dudas sobre
su. verosimilitud son. más · que razonables.
También otro
tópi\:<) de los comentaristas y políticos es el
hablar de la filosofía
'de tal o cual mensaje. Antes la filose1fía era
el estudio de la ciencia del conocimiento de las ccisas por sus cau­
sas o primeros principios. Ahora todo tiene su filosof!a: así
veremos
al entrenador de futbol, que nos hablará de 1a filosofía
del partido próximo, bien sea basado en el, ataque o ,eo la ~
fensa. Al hablar ele las veotaj1is del tranvía o del autobús en el
transporte urbano,
se añadirá cuál es la filosofía· de ami,.,;. me­
dios .de transporte. O de la filosofía deheguro de vida, respiecto
a la filosofía de los planes de pensiones individuales. Todo ten.drá
su «filosofía». Verdaderamente podría!Ilos !¡abiar de .la «filosofía~
de la estupidez y de la necedad. .
Por último, un ejemplo significativo encontramos en el cáso
de la pena de muerte. Esa pena c;le )I!uerte, qiie acertadamente
señala
el pensador Aquilino Duque, cuya abolición es una de las
muchas hipocresías
del «Estado de Derechos». Y que irónica;
mente califica
de privatización.de la misma. Deja ele ser apHcada
por el Estado, pero sí es aplicada por individuos particulares,
como el delincuente y el terrorista,' quieoes nunca dan a su víc­
tima la oportunidad de defend:e!s~. e~ un juicio p:úblico, cosa que
suele hacer
el, Es.tado de1 Derecho: Cuando )a mayqría c;le la opi­
nión pública, no' s6lo en ex-E~pafia, sino en' bttaS· hacione'S. eu­
ropeas, quiere la aplicación de la pena de muerte, los políticos
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ANGEL MAESTRO
teóricamente elegidos como representantes del pueblo ignoran la
voluntad popular.
En 1981 la Asamblea Nacional francesa supri­
mía la pena de muerte por 363 votos contra 117. Los votos de
los parlamentarios franceses diferían totalmente de las encuestas
de opinión, ya que sólo una minoría de los franceses quería la
supresión de la
pena de muerte. Se reafirma la aseveración al
cabo del tiempo,
de Menéndez Pelayo: «. . . mil veces se ha visto
por el mundo ir por un lado la voluntad nacional y por otro la
de sus
procuradores».
Disociación total entre la voluntad popular teóricamente so­
berana, frente a la expresión de sus representantes. Cdn ocasión
del fallecimiento de ese gran oportunista que fue F. Miterrand,
un conocido comentarista liberal español citaba esa discrepancia,
más aún, falsificación de la expresión teórica del boen sentido
del pueblo, explicando que el buen sentido se refugia con fre­
CUl!Dcia en los parlamentos ttente a la opinión pública, masifica­
da, embrutecida tantas veces por la televisión ...
La desfachatez de estds argumentos «liberales» es asombrosa.
Podríamos hablar con propiedad de la
Ley del embudo. Cuando
se trata de afirmar las teorías de esos dictadores liberales, nuevos
jacobinos, los tópicos se repiten sin cesar: «el pueblo, con su fino
instinto», «los votantes en las urnas castigan» ... , etc. Pero cuan­
do esos votantes rompen esa alienación y sostienen algo diame­
tralmente opuesto
a lo sostenido por los «bndas» políticos, o de
los
medids de comunicación, entonces el pueblo se equivoca, el
buen sentido se refugia
en los parlamentos. ¿Dónde está dicho
buen sentido cuando esos parlamentarios aplican la pena de
muer­
te al inocente, a través del aborto?
Deberían repetir cuando no
· coinciden con la sacrosanta vo­
luntad popular, uno de sus tópicos: «La grandeza de la demo­
cracia». Mas no, si esa masa
defiende la aplicación de la pena
de muerte, entonces el pueblo se convierte
en masa borreguil a
la que hay que adoctrinar. Pocas ocasiones tan claras como esta
para ver la realidad de
la democracia partit0ctática: una minoría
organizada gobernando a una mayoría desorganizada.
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