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Número 355-356

Serie XXXVI

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Camboya, ¿el mayor genocidio?

CAMBOYA, ¿EL MAYOR GENOCIDIO?
POR
ÁNGEL MAESTRO
l. AVANCES EN EL TERROR
Muy posiblemente en toda la historia de la Humanidad no
haya existido un caso semejante de brutalidad, barbarie, del cri­
men llevado hasta el paroxismo como el sucedido en Camboyá.
entre 1975-1979.
Los regímenes comunistas durante el siglo XX poseen en su
haber tristes y terribles marcas de exterminio, superiores por su
magnitud a cuantos acontecimientos históricos anteriores pudie­
ron haberse producido. Naturalmente que las matanzas en grados
inmensos no han sido patrimonio exclusivo de los sistemas mar­
xistas-leninistas. Pero las facilidades dadas por el progreso y la
tecnología aplicadas a los métodos de supresión de la vida huma­
na, han ofrecido en este siglo ventajas incomparables para tan
siniestros fines. Así las enormes matanzas cometidas por los azte­
cas -hoy tan elogiados en un proceso histórico de manipulación
e ignorancia, frente a la civilización cristiana que habría de trans­
formar esas tribus-a mediados de los años 80 del siglo XV. Por
tanto, poco tiempo relativamente antes de la conquista civilizadora.
Días y días de sacrificios humanos donde los sacerdotes en
homenaje a los ídolos, caían desfallecidos después de arrancar el
corazón a
tantas víctimas. Los hedores de los cuerpos hacían per­
der el sentido a los ejecutores, en medio de las inmensas cantida­
des de sangre derramada por las víctimas. Al punto de que pu­
dieron haber sido sacrificados en una semana cifras que oscilan
entre 60 y 80 mil personas.
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Físicamente no había capacidad para matar más. Además como
había que arrancar el corazón a las víctimas, el horrible trabajo
agotaba más a los verdugos. Los sacerdotes de tan humanitaria y
benéfica religión caían desfallecidos. Esto es uno de los ejemplos
de esa idílica América precolombina, dificultada de expresión por
los aproximadamente doscientos dialectos existentes, que a pesar
de los logros mayas en astronomía no conocía la rueda. En gran
parte la América precolombiana pasó, después del descubrimien­
to, en pocos años, como acertadamente se ha dicho, del neolítico
al renacimiento.
Las matanzas de la revolución francesa, el aplastamiento de
los aldeanos, del pueblo de la Vandeé, tuvo facilidades en lo ma­
terial, ya mucho más avanzadas. Tanto el uso de la guillotina,
pero sobre todo el poder de las armas de fuego, podía reducir
poblaciones, exterminándolas, con muchas más eficacia y rapidez
que la practicada por los aztecas. Además la crueldad de los revo­
lucionarios,
de los implacables dictadores jacobinos, ofrecía for­
mas más refinadas, y más rápidas y
de mayor número de vícti­
mas, en una acción, que las practicadas en el siglo XV.
La revolución francesa a finales del siglo XVIII, en los albores
del XIX, permitió, por ejemplo, despachar muchos más enemigos
de una sóla vez. Las embarcaciones en las que se arrojaban, colmán­
dolas, sacerdotes no
juramentados, niños, mujeres, campesinos
-no aristócratas solamente como se ha hecho creer-, incluso
miembros del
pueblo más bajo, pero opuestos a la tiranía jacobina.
Una vez llenas a rebosar dichas embarcaciones, por ejemplo
en el Río Ródano, se las desfondaba, y así al naufragar, conve­
nientemente atados los prisioneros, de una sóla vez se despacha­
ban ahogándolos a cincuenta o cien «enemigos de la libertad».
La revolución bolchevique trajo el terror de una forma tan
masiva, que resultaba desconocida. Los progresos de la civiliza­
ción,
simplemente en la transmisión de órdenes mediante el telé­
grafo
y el teléfono, permitía dar órdenes de exterminio mucho
más eficaces contra «los enemigos del pueblo». La aplicación de
un medio de tanta capacidad de transporte como el ferrocarril, y
también la utilización de camiones y automóviles, permitía el
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traslado de poblaciones enteras, que sin necesidad de ser ejecuta­
das, al ser transportadas en condiciones inhumanas, aseguraba que
de los prisioneros de un tren que transportase 2.000 personas,
hacinadas en número de 50 6 60, en cuarenta vagones de mercan­
cías, y llevadas casi
sin agua, sin comida, con terrible suciedad, a
distancia
de 1.000 a 2.000 Km., tardando a veces quince o veinte
días en el traslado, a su destino, hubiese fallecido el 80 por 100
de los primitivos viajeros de dicho tren.
La utilización del «gulag» -no olvidemos que el terror fue
aliado científicamente
por vez primera por la «Cheka», y en los
campos por Lenin, no por Stalin, aunque este lo desarrollase has­
ta el extremo--permitió eliminar a masas de población enorme­
mente superiores a las que hubiesen podido los antig1;1os aztecas,
o los asirios.
También la práctica de las armas de fuego, citemos la ametralla­
dora,
permitía eliminar contrarevolucionarios, a mucha mayor ve­
locidad, que la de los fusiles de avancarga de los jacobinos del XVIII.
El terror, el hambre, la guerra civil, las represiones contra los
«kulaks» -aunque cualquier pobre campesino era acusado de
«kulak»-la guerra mundial, las represiones posteriores hicie­
ron
que Rusia sufriese, como ningún pueblo, en magnitud los
horrores
del crimen y el terror.
También el presentado por tanto estúpido o por tanto hipó­
crita como «poeta y literato», Mao Tse tung, desató en China
una persecución espantosa, con millones de muertos. los efectos
de
su revolución cultural fueron tan terribles que llegaron en el
asalto atrás, hasta los años noventa, marcando
profundamente a
China y a su pueblo.
Resulta difícil de calcular los muertos producidos en Rusia,
desde 1917 hasta el fín del sistema soviético. Rusia perdió
en la
segunda guerra mundial veinte millones de personas, lo que afec­
tó gravemente a la demografía del país. Antes a consecuencia de
la guerra mundial primera, de la guerra civil, del terror, en los
años veinte y treinta, la caída de la población fue considerable,
pues según los demógrafos, se calculaba que la población rusa,
alcanzaría en los años
40 los 400 millones de habitantes. Cuando
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no llegaba a los 280 millones. Nos referimos al total de la Unión
Soviética, no sólo a la ya de por sí gigantesca Rusia, que repre­
sentaría aproximadamente la mitad.
Por todas esas circunstancias Rusia habría perdido en unos
setenta años nada menos que
100 millones de personas.
En China, entre mediados o finales de los años 30 de nuestro
siglo, hasta el fín de Mao, podrían haber muerto unos 30 millo­
nes de personas.
11. ¿QUIÉN ERA POL POT?
Dadas las cifras de población de los países citados, resulta evi­
dente -que en magnitudes absolutas, el crimen y el terror no es
superable ante dichos ejemplos.
Pero el caso de Camboya, no en cifras absolutas, pero sí rela­
tivas,
es muy posiblemente el caso más sangriento en la historia
de la humanidad.
El período transcurrido entre 1975, con la llegada al poder
del Po! Por, hasta su
huida en 1979, supone la etapa más terrible
en términos relativos de que haya constancia.
Al escribir estas líneas, fines de junio de 1997, Po! Pot habría
sido capturado, y posiblemente esté muerto. ¿Quién era este tira­
no sangriento, este monstruo inconcebible para cualquier mente
normal?
Su verdadero nombre era Saloth Sar, nacido en 1928. Contra
lo que pudiera ser habitual en la hagiografía de los líderes revolu­
cionarios, no nació en una familia obrera o campesina. Tampoco
Lenin ni Mao pertenecían al proletariado o a campesinos pobres.
Po! Por, nació en una familia acomodada, de campesinos bien si­
tuados en la provincia central de Kompong Thom. Camboya tie­
ne
una extensión de 181. O 3 5 km 2 y tenía una población de unos
seis millones
de habitantes. Al ser hijo de una familia acomodada
no sólo pudo estudiar en la capital Phnom Penh, sino que fue
enviado a estudiar a la metrópoli, ya que Camboya, como Viet­
nam, formaban parte de la Indochina francesa.
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En 1949 llega a París, donde al igual que años antes Ho Chi
Minh, o Chu En Lai, se hace marxista. En 1950 viaja a Yugosla­
via, donde
la tiranía y el culto a la personalidad de Tito, hacía
creer en Occidente en
otra vía hacia el socialismo, el mito del
socialismo autogestionario yugoslavo. Verdadero
timo para in­
cautos y progresistas occidentales,
que veían que el leninismo­
estalinismo soviético era demasiado difícil de digerir.
Allí se alista en las brigadas de trabajo, y ve la ruptura entre
Tito y Stalin. En 1953 regresa a Camboya, ya como miembro
activo del partido comunista de Indochina. A pesar de su estancia
en Yugoslavia, y
aún no habiéndose producido la ruptura entre
China y la Unión Soviética, comprende que sin tan colosal apoyo
las posibilidades del
partido comunista indochino son escasas. Mas
en Pol
Pot, se produce una peculiaridad, que permite presentar
algo
distinto, al tópico de seguidor sin más de ultrainternaciona­
lismo proletario.
De forma parecida a lo que representaría con su
peculiar versión de maoismo e indigenismo, Abimael
Guzmán,
con su «Sendero Luminoso», Pol Pot presenta algún aspecto he­
rético en
la ortodoxia marxista-leninista.
Al lado de su comunismo revolucionario, difunde la exalta­
ción
de la raza jemer, insistiendo en su pureza racial, y desta­
cando cómo en
la antigüedad dominó partes no sólo de Cambo­
ya, sino de Tailandia, Laos, y parte de Vietnam. Esa particularidad
podría presentar alguna semejanza con la mezcla de marxismo­
leninismo y de racismo de la ETA, o con «Sendero Luminoso»,
hace
que su movimiento, adquiera una síntesis de guerrilla
armada, y plataforma ideológica. Se denominará «Jemeres
Rojos». Así yuxtapone
en una extraña mixtura marxismo-leninismo,
y pureza étnica con
un hipotético lazo de unión de un remoto
pasado.
En una interpretación comunista, sus orígenes de campe­
sino acomodado son los
que pueden haber creado en él esa extra­
ña dualidad revolucionario-elitista.
Durante diez años lucha contra el neutralista, desde luego mu­
cho más proclive a la izquierda que la derecha, príncipe Noro­
dom Sihanuk, y en 1963 ha de huir de Camboya.
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Con financiación que se supone muy probablemente del Co­
mité para la Seguridad del Estado soviético, el famoso KGB, en
una época, y también con indisimulados apoyos chinos, poste­
riormente, deseoso
de evitar un Vietnam demasiado fuerte, y único
conductor del movimiento comunista en la antigua Indochina
francesa, reaparece con fuertes armamentos y logística en 1975,
contra el gobierno del general Lon N ol, anticomunista y favora­
ble a los Estados Unidos.
El escándalo
interesado Watergate, la dimisión de Nixon, un
presidente Ford atado por el Congreso, producen el abandono de
Vietnam del Sur por los Estados Unidos, en una guerra perdida
desde retaguardia, y también la caída de Camboya.
Poi
Pot entra en 197 5, el año en que se produce el triunfo
comunista en gran parte de la antigua Indochina, y la caída de
Saigón y de Vietnam del Sur, en manos del Norte comunista.
111. EL MAYOR GENOCIDIO
Poi Pot no se pliega, con esa extraña peculiaridad que antes
hemos
comentado de losJemeres Rojos, al sistema marxista-leni­
nista más o menos clásico, aún con características propias, de
Vietnam. En Vietnam se ejecuta a todos aquellos sospechosos de
colaboracionismo con el antiguo gobierno que no han logrado huir.
Algo clásico en los sistemas marxistas triunfantes. Pero dentro
de la represión, esta no se lleva a límites exagerados. Se crean
nuevos campos
de «reeducación», tan característicos de lamen­
talidad china y oriental, distinta en este aspecto del mero encar­
celamiento del «Gulag» soviético.
Cuando Poi Pot entra en Phnon Penh, la prensa progesista
occidental, cree
que pondrá en marcha una reforma agraria, si
acaso
muy fuerte. En 1949, el general Marshall creía que Mao era
un reformador agrario. Se cree que Pol Pot desarrollará una estra­
tegia similar a la vietnamita, y que habrá que ocultar una
vez más, como casi siempre, los «excesos» de la izquierda triun­
fante.
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Pero la extraña combinación marxista-leninista-racista, crea
algo nuevo. El furor de
un individuo mesiánico, poseido de un
afán de cambio, llevado a las consecuencias extremas. El furor de
un Lenin, cuando en el buró político, uno de sus miembros le
objeta que sus medidas se oponen a la realidad, y le contesta «lo
siento
por la realidad». O de un Mao, desatando la revolución
cultural. A pequeña escala Poi Por los superará a todos.
La reforma agraria será
uno de los pretextos públicos. Mas en
el fondo asoma un proceso de muchísima mayor envergadura. La
creación de
un hombre nuevo, en escala superior por la velocidad
requerida para la transformación, a la del «horno sovieticus». Pol
Pot quiere quemar a una velocidad desconocida, y para ello pone
en marcha un experimento terrible, para el que no habrá que aho­
rrar sacrificios, vidas
y dolores.
Crea los conocidos después como «campos de la muerte». Y
para poblarlos, teóricamente con los fines de reeducación, castiga
sin piedad a la población camboyana. Las ideas de los revolucio­
narios rusos del siglo
XIX, como Chernichevski, Tkachev, y sobre
todo N echaiev, cuando proponía exterminar a la población ma­
yor de veinticinco años, para así poder reeducar a la sociedad toda,
son puestas en práctica.
No sólo se detiene y después se ejecuta a los «contrarevolu­
cionarios», a los «enemigos
del pueblo», como podían ser anti­
guos políticos, militares, policías, sino a cualquier persona que
fuese considerada aún en el más amplio término «intelectual». Se
persigue a los maestros, a los funcionarios, a aquellos que hubie­
sen
simplemente cursado la educación básica. O ---esto resulta
casi
increíble-¡por llevar gafas!, lo cual denota según Pal Pot,
pertenecer a la «intelligentsia», clase considerada por los jemeres
rojos
que debía ser exterminada, para crear una nueva Camboya.
Se entra en los hospitales y en las clínicas, sacando a la fuerza
a los enfermos, a los ancianos, a los inválidos. Los
que están de­
masiados graves
para ser trasladados a los campos, son elimina­
dos allí mismo.
El nuevo
régimen no sólo suprime la propiedad privada, sino
que suprime también el dinero, sustituyéndolo por una economía
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primaria absolutamente controlada por los jemeres rojos. Estos a
través de sus almacenes comunales no sólo racionan los alimen­
tos, sino que los mismos no
se entregan a los enemigos de clase.
Así en
un primer paso se deja morir de hambre a cientos de miles
de personas.
Las ciudades no sólo
Phnom Penh, sino Battambang, Pursat,
Kratie, Kompong-Zhnang, todas las poblaciones importantes, son
despobladas, pués se considera que la contaminación de la bur­
guesía
y de las clases dominantes ha corrompido profundamente
a todos los estratos sociales. Sus habitantes, en gran parte, pues
muy pocos son los
que son poseedores de pureza revolucionaria,
son trasladados a campos
de exterminio. Debido al caos del país,
los ferrocarriles sufren el lógico deterioro, y los transportes
por
carretera al carecer no sólo de repuestos sino de combustible, queda
reservado para los jemeres rojos, por lo que las marchas a los campos
son a pie, con las fatigas consiguientes. Los
que se retrasan en las
marchas, bien
por edad o por enfermedad, o mujeres embarazadas
que desfallecen son aniquilados sin piedad en los mismos caminos.
En un proceso acelerado Poi Pot y adlátares piensan que no
disponen de
tiempo suficiente para la rapidez deseada del proceso
revolucionario.
Los campos d~ reeducación no ofrecen una solución rápida.
Hace falta
ir más deprisa en el asalto revolucionario. La reeduca­
ción
es una solución de éxitos, por ejemplo, en China, pero es
lenta para conseguir que
la dinámica del cambio revolucionario
sea acelerado.
Los enemigos de clase deben ser exterminados de
forn?,a más rápida.
Con tal motivo las ejecuciones en masa se multiplican. Ya no
cae sólo
la antigua aristocracia intelectual y política de Camboya,
sino
que en escala descendente el proceso abarca cada vez capas
mayores de la sociedad.
Como los medios de exterminio son limitados, no
se dispone
de municionamiento suficiente, que además debe ser reservado
en parte para posibles agresiones exteriores, y en las ejecuciones
masivas, se
gastan con usura los proyectiles. Al ser tan grande el
número de víctimas no se puede disparar el tiro en la nuca carac-
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terístico de las purgas estalinianas en Lefortovo, Butirka o la Lu­
bianka, o el
mismo tiro de las ejecuciones chinas, en la actualidad.
Así muchas víctimas caen sólo malheridas, y
entre estertores
todavía
se les arroja a las fosas comunes. Allí en un principio
máquinas excavadoras, arrojan toneladas de tierra sobre víé:timas
aún vivas.
Pero el
terror y la crueldad inaudita llegan a límites aún ma­
yores. Escasea el gas-oil, para las máquinas, y empiezan a cubrir­
se los cadaveres y las víctimas malheridas, con medios manuales.
Con palas, se
remata a los que aún sobreviven, y con esos medios
manuales se
cubren las fosas.
Mas todavía la locura
no conoce su límite, al escasear las mu­
niciones, las armas deben reservarse para otros fines, y no gastar
las balas en los enemigos de la revolución. Se asesina a las vícti­
mas a golpes, con picos, palas, martillos, con simples estacas, re­
cordando
en mayor escala a los sacrificios aztecas, en lo relativo al
agotamiento de los verdugos. Físicamente, y a pesar de la juven­
tud de los jemeres rojos, llegan al agotamiento. Por mucho que
sea su odio a los enemigos de clase -casi toda Camboya quedará
incluida en dicha categoría-no pueden matar más. Las fuerzas
se agotan y se alcanza un·momento, en que con golpes de estacas
o de palas,
un jemer rojo, puede matar él sólo treinta o cuarenta
hombres, mujeres, niños o ancianos. Pero sus golpes pierden efecto
y precisión, y algunas
víctimas se retuercen entre horribles dolo­
res, de fracturas y conmociones.
Toman un descanso y rematan a
esas
víctimas, pero forzosamente, a pesar del odio, la limitación
-¿humana?-se impone.
En 1979, los vietnamitas, quienes habían tenido enfrentamien­
tos armados con los chinos,
único sostén del régimen camboyano,
invaden Camboya, y
Poi Pot ha de huir. El enfrentamiento entre
dos sistemas comunistas, como el chino y el vietnamita desmien­
te a aquellos teóricos marxistas, que veían la guerra como algo
limitado al enfrentamiento entre enemigos de clase. No es el pri­
mer caso, pero sí resulta altamente significativo -además-en­
tre puristas del marxismo leninismo. El enfrentamiento vietna­
mita-camboyano abunda más en esas contradicciones.
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Los jemeres rojos lucharían contra el nuevo régimen cambo­
yano, impuesto por los vietnamitas, durante más de diez años. En
1991 se firmaría el acuerdo de paz de París y Poi Pot boicotearía
las elecciones celebradas en 1993 que crearían un extraño y pecu­
liar sistema
·con la vuelta como rey de Norodom Sihanuk, y un
gobierno con dos ca-primeros ministros: el príncipe Norodon
Ranaridh y el marxista Hun Sen.
La población de Camboya, cifrada en
1975, en unos seis mi­
llones de personas, cuando Poi Por toma el poder, quedaría redu­
cida en
1979 a tres millones y medio. En cuatro años dos millo­
nes y medio de personas, ¡más del
60 por 100 de la población!,
sería exterminada. De tal proporción creemos no existe parangón
en la historia.
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