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Número 355-356

Serie XXXVI

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Miguel Platón: El fracaso de la utopía. Por qué cayó el comunismo

Miguel Platón: EL FRACASO DE LA UTOPÍA.
POR QUÉ CAYÓ EL COMUNISMO(*)
Se acaba de publicar el libro El fracasa de la utopía. Por qué cayó
el comunismo de Miguel Platón, dentro de la colección Espasa-Hoy.
Se trata de un análisis detallado de la historia del comunismo
desde la revolución de 1917, y no sólo de
la crisis de la que he­
mos sido testigos estos últimos tiempos. Ocho años, si tomamos
como fecha paradigmática la caída del muro de Berlín, han tarda­
do las grandes editoriales en dedicar a este tema el espacio mere­
cido.
El
autor estudió periodismo en la Universidad de Navarra.
En la actualidad, trabaja para la revista Época y colabora en el
programa radiofónico «Protagonistas».
El libro se estructura en los siguientes puntos:
l. La revolución de 1989.
2. El nacimiento del mito: el golpe de estado de noviembre.
3. La resistencia del pueblo ruso.
4. El suicidio económico.
5. La pesadilla.
6. El
último imperio colonial.
7. La amenaza.
8. El milagro.
Es éste un libro de fácil lectura, en el que se nota la formación
periodística de su autor en cuanto al uso de un lenguaje rápido y
fluido tanto como en la manera general de abordar los temas o en
el tipo de referencias manejadas.
La exposición de los hechos es
tremendamente descriptiva
y detallada, pero al mismo tiempo
(*) Espasa Calpe, Madrid 1997, 411 págs.
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lNFORMAClÓN BIBLlOGRÁ.FlCA.
resulta ágil y en ocasiones emocionante, sin edulcorar en ningún
momento la crueldad del comunismo y sus trágicas consecuen­
cias.
Una de sus características más significativas es el eurocen­
trismo de su planteamiento. Aunque se refiere esporádicamente
al comunismo
en otras regiones del mundo (por ejemplo recuer­
da en más de
una ocasión el genocidio de Poi Pot en Camboya,
pero sin adentrarse en ello), se centra de manera absoluta en lo
que fue la Unión Soviética y sus países satélites en Europa Cen­
tral y del Este, pasando
por alto lo que el comunismo significó y
aún sigue sifnificando en Asia, África y América. Esto se mani­
fiesta en dos vertientes: por una parte el autor percibe el comu­
nismo como
un fenómeno de totalitarismo centrado en un mo­
mento y en un lugar determinados, y prescinde de análisis
ideológicos acerca de
su nacimiento y su desarrollo a nivel mun­
dial. En otro aspecto, pero también motivado por su eurocentris­
mo, el carácter del libro
es absolutamente triunfalista en cuanto a
la derrota del comunismo, lo cual
se trasluce en todas sus pági­
nas, pero se
pone más claramente de relieve en citas como la que
sigue: « Uno de los más brillantes historiadores contemporáneos,
Fran~ois Furet, ha destacado que la derrota del comunismo ha
sido de tal calibre
que de su paso por la historia "no queda ni una
idea"» (pág. 38).
Al leerlo no puede uno dejar de pensar en Cuando se rasga el
telón,
de Luis María Sandoval (1). Muchas son las similitudes
entre ambas obras, empezando, naturalmente, por el tema cen­
tral de las mismas, la caída del imperio comunista en Rusia y la
Europa del Este, y continuando en gran medida por el modo de
exposición y el desarrollo
general de la obra. En ocasiones el
parecido es realmente significativo,
aunque Platón no cita a San­
doval
en ningún lugar de su libro. Sin embargo, saltan también
a la vista los aspectos en los que ambas difieren, y no sólo en
matiz.
(1) Speiro, Madrid 1992. Ver la reseña de Gonzalo Muñiz Vega en Verbo,
núm. 305-306 (1992), 715-750.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
El eurocentrismo del que hablábamos es uno de ellos. Otro,
la «santificación» de la figura de Gorbachov. Platón lo presenta
como auténtico héroe y único artífice de la Perestroika. Pero hay
mucho más ...
El autor hace continuada y casi religiosa profesión de demo­
cratismo, que impregna todo el libro,
y que se refleja en frases
como la que
se lee en la página 346, cuando el autor narra su
primer viaje a Berlín, en 1969, siendo estudiante de periodismo.
España, por comparación, salía bien parada, pero Platón no se
abstiene de afirmar que ello era a pesar de que «Nosotros vivía­
mos en una dictadura que aborrecíamos». Pero ésto no es más
que un botón de muestra. El autor manifiesta una clara simpatía
por los revolucionarios rusos de febrero del
17, incluso los más
izquierdistas, por su comportamiento demorático,
y señala la ile­
gitimidad de la revolución de octubre basándose, sobre todo, en
su falta de apoyo popular. Esto enlaza de algún modo con lo que
apuntábamos acerca de una falta de análisis sobre la ideología que
fue capaz de engendrar al «monstruo» comunista. Percibe la de­
mocracia como la única alternativa, lo que se refleja en el cons­
tante enfrentamiento comunismo-democracia; afirma su confian­
za en la bondad de los métodos democráticos: «Sobre todo, el
ejercicio de la democracia necesariamente hubiera debido impli­
car la capacidad de rectificar, de volver atrás ... » (pág. 163); de­
fiende la tesis, basándose en
una cita de Gorbachov de 1987, de
que «determinadas lacras de la sociedad soviética», como la dro­
gadicción, el alcoholismo, la pornografía o la delincuencia, mu­
chas veces presentadas como consecuencia del establecimiento del
régimen democrático, son en realidad herencia del comunismo
(con lo cual solamente demuestra, en el mejor de los casos, que
estos defectos no son exclusivos de la democracia, pero no que
ésta no los padezca); e incluso establece una comparación, autén­
ticamente traída por los pelos, entre la revolución de octubre y el
golpe de estado del 23 de febrero, a cuento de ciertas botellas del
bar del Congreso de los Diputados (pág. 67). Tanto
es así, que
cuando critica «el error estratégico aliado», al constatar que fue
el de Franco el primer gobierno en advertir la amenaza soviética,
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no puede por menos de añadir «aunque sin duda el temor a un
agresión de inspiración soviética y el interés por la supervivencia
del régimen fueron unos factores más importantes que la preocu­
pación
por el equilibrio internacional» (pág. 235).
Sin
embargo, en varias ocasiones critica las tesis rousseaunia­
nas, a las
que considera precursoras de la experiencia comunista,
mencionando más de una vez el paralelismo entre el «buen salva­
je»
y el «buen revolucionario», lo cual nos atreveríamos a señalar
como el tímido alegato de quien, aun constatando los errores de
la Revolución Francesa, en ningún · caso quiere dejar de aparecer
como
«políticamente correcto». Esto se ve confirmado por las alu­
siones
al pontificado de Juan Pablo 11, en ningún caso excesivas,
casi nos
pueden resultar escasas, pero están situadas en lugares
clave,
principalmente en el epílogo de la obra, con lo cual el lec­
tor no se queda con la sensación de haber leído un libro vaticanis­
ta,
pero conserva la idea de que la influencia del Papa en la caída
del comunismo ha sido muy significativa. En cuanto a la actitud
del libro respecto al papel de la Iglesia; hay que decir que no todo
son alabanzas a su actuación, y en contraste con la simpatía mos­
trada por Juan Pablo JI, encontramos (pág. 336), una dura, aun­
que brevísima crítica, al Concilio Vaticano 11, al que acusa de
haber traído una grave crisis a la Iglesia, y de haber fomentado
una actitud favorable al comunismo por enfrentamiento a la «cul­
tura occidental».
Hay más aspectos dignos de señalar en el libro. Entre ellos,
que Platón procura dejar muy claro que la maldad residía en el
régimen, y que Stalin no hizo más que llevar el comunismo a sus
últimas consecuencias. Con esto quiere rebatir la tesis que afirma
que el problema radicó en una incorrecta aplicación de la teoría,
y que el fenómeno Stalin es un caso personal que nada tiene que
ver con el comunismo en sí. Para ello, hace una descripción del
carácter y las ideas de Lenin al que deja auténticamente mal para­
do,
y lo presenta como un tirano esencialmente de la misma cate­
goría que Stalin, aunque no llegara tan lejos en sus actuaciones.
Esta es otra de las coincidencias con Sandoval, a las que aludía­
mos al principio.
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Es de señalar que presenta al soviético como el primer geno­
cidio de la historia, idea que repite a lo largo del libro, compa­
rando continuamente el régimen comunista con el nazi, sin duda
en un esfuerzo por descalificarlo de la peor manera posible.
P_ero esta afirmación sobre el genocidio no parece tener en cuen­
ta, ignoramos si por desconocimiento o por omisión consciente,
crímenes como los de La Vendée durante la Revolución Fran­
cesa.
Otro factor que nos hace sentir cierta simpatía por el libro es
la crítica hacia la actitud del progresismo intelectual frente al
comunismo a lo largo de todo el período de hegemonía soviética,
y que el autor achaca, bien a una credulidad ingenua hasta la ce­
guera ante la gran mentira propagandística del imperio comu­
nista, o bien a la creencia de que los métodos, aun los que pudie­
ran parecer crueles, eran necesarios para la consecución de la
sociedad ideal que se prometían como resultado. Esta actitud, que,
señala el autor, hacía a los jóvenes del sector izquierdista de la
sociedad occidental
tomar partido abiertamente por el gobierno
tirano frente a insurrecciones populares, lo que él señala como el
colmo del absurdo, se prolongó hasta la propia caída del imperio
soviético, y hacía que los partidos socialistas, y no sólo los comu­
nistas, tomaran el modelo soviético como ideaz. (Así el PSOE en
1976, pág. 37). Aunque el autor no lo menciona, hay otro motivo
real que explica esta actitud de los partidos izquierdistas, y que
estos últimos años ha quedado ampliamente demostrado: el inte­
rés económico de unas organizaciones que se veían muy favoreci­
das, y
en algunos casos eran totalmente soportadas, por la Unión
Soviética.
En conjunto, El fracaso de la utopía nos parece, a pesar de al­
gunas carencias y de estar revestido de cierta pobreza ideológica,
un libro interesante, lleno de datos que merece la pena tener en
cuenta, y con algunas opiniones certeras que no encontramos en
las publicaciones más comunes sobre el tema.
Mº JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA ÜGOÑA
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