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Número 355-356

Serie XXXVI

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Discurso de Miguel Toledano Lanza [San Fernando 1997]

FESTIVIDAD DE SAN FERNANDO 1997
tardó desde su tiempo dos siglos y medio todavía en consumarse como
unidad política, y que deja aún tanto que hacer en lo cristiano, como fue
su
verdadera ambición? Esa fe de la que nos ha hablado Cristo, capaz
de trasladar montes, nos alcance de Dios nuestro Patrono que la tuvo, y
la intercesión de nitestros compañeros por quienes pedimos y a quienes nos
encomendamos.
Leo, a propósito de las miras del Rey Fernando sobre A/rica, adonde
su muerte le impidió pasar, que «con varios Sanfernandos hoy tendría el
A/rica una
faz distinta». Sin el San Fernando que existió, forjador
insigne
de España, me preguntó cuál sería ahora la faz de esta parro­
quia
de Santa Bárbara o de nuestras citas en José Abascal.
En fin, preguntémonos también incisivamente: ¿sería muy distinto
este mundo sin nosotros? Seamos conscientes de la visión de San Fernando
sobre España; de la de los amigos que nos precedieron -Dios les premie
su interés y su colaboración-; no permitamos que nuestra sociedad cada
día
que pasa siga siendo lo mismo que si no estuviéramos aquí nosotros;
agradezcámosle a Dios la irradiación de nuestro pensamiento y de nues­
tras publicaciones: SEMBRAR es nuestra obsesión. Gracias a Fernando
el Rey pensamos así nosotros. Ante Cristo también nosotros, como hemos
leído de la higuera del Evangelio, demos siempre copioso fruto, incluso a
destiempo. Y aspiremos a esa única gloria que Dios prodiga en el Ecle­
siástico a los egregios que recibieron su Sabiduría; y así, como allí dice,
perduren nuestros bienes en nuestra descendencia para siempre.
DISCURSO DE MIGUEL TOLEDANO LANZA
Queridos amigos:
Por primera vez os acompaño en este homenaje de la festividad de
nuestro Patrón, dado que la Berenguela particular de quien os habla -
mujer hábil y perspicaz,
de gran personalidad y dedicada como la reina
al cumplimiento del deber-tiene la fortuna de celebrar años exacta­
mente en el día de San Fernando y hoy por tanto festejo en este ámbito de
verdadera comunidad lo que otras veces ha permanecido en el familiar.
Y siendo la primera vez, me ha correspondido, como no podía ser menos
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por los siempre hábiles designios de nuestros queridos organizadores, el
lote completo de Misa, postre y charla. Así que después de esta prueba de
fuego ante la que os ruego la indulgencia de los maestros para con el
alumno novato, podéis recordar el recurrente lema de las películas america­
nas y considerarme ya definitivamente, en adelante, « uno de los vuestros».
Algunos sabéis que soy doblemente toledano, por apellido y por naci­
miento, como los esjJañoles hemos de ser doblemente cristianos precisamen­
te por españoles, mal que hoy les pesare a tantos. Pues bien, como quiera
que nuestro Fernando el Montesino mantuvo directa conexión con Tole-
.
do, donde su presencia fue frecuente, he querido esta noche traer a vuestra
memoria los tres hechos del reinado del Santo en relación con la Imperial
Ciudad que en mi opinión mejor refieren a nuestra vocación de la 'conse­
cratio mundi', defendiendo -como lo hizo él-el poder de Dios en la
Tierra, ahora y siempre, hasta Su segunda venida y preocupándonos por
las
causas segundas sin obviar la Causa primera.
El 16 de enero de 1222 consolidó el rey Fernando, tercero de los de
este nombre, el llamado Fuero de Toledo, que hoy se encuentra en el Ar­
chivo Municipal, confirmando los privilegios reales, franquicias y aca­
badas costumbres otorgados a la urbe por sus predecesores en el trono; en
esto, como en tantas otras cosas se comportó «codiciando ir por la carrera
de los míos abuelos e bisabuelos e ajustarse a ellos e semejar/os en los míos
/echos, así como yo pudiere». Como consecuencia de la mayor garantía de
independencia de la ciudad, que posteriormente extenderla a diversos núcleos
de Andalucía, fue unánimemente aclamado por su clero y por su pueblo,
en modo especial a la vuelta de la conquista de Córdoba en el año 36, a
los gloriosos sones del Te Deum, el que ya estaba siendo victorioso contra
los enemigos de la fe y de la patria.
El 4 de enero de 1246, el año en que Jaén fuera tomada por los
cristianos, bien andado por tanto el oscurecido -y no oscurantista­
siglo XIII, cedió San Fernando a los toledanos los Montes de Toledo, en
lo que se conoce como el 'Alfoz de Toledo', y que recientemente ha estu­
diado con profundidad el profesor francés Jean Pierre Molénat. Como
aplicación práctica de las palabras del Salmo, según el cual Dios llena
de beneficios a los que se dejan gobernar por Él, otorgó el gran rey y
caudillo el siguiente título: «Conocida cosa sea a todos los que esta
carta
vieren, como yo Don Fernando por la gracia de Dios rey de Cas-
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tilla, e de Toledo, de León, e de Galicia, de Córdoba, e de Murcia, con
placer e con otorgamiento de la Reina Doña Berenguela mi madre en
uno con la reina Doña Joanna mi muger e con mios fijos Don Alfonso,
Don Federic, e Don Enrique, vendo a vos Concejo de Toledo, a los ca­
balleros e
al pueblo, e a cristianos e a moros, e a judíos, a los que sodes
e a los que han de ser en adelante, todos aquellos términos que el Arzo­
bispo D. Rodrigo de Toledo, tenia e babia en sus cartas ( ... ) e con todos
los terminos que en las cartas del Arzobispo dice de mojon a mojon, e de
linde a linde, e
de garganta a garganta, e de sierra a sierra ( ... ) con
Montadgos e con Portadgos e con Herbadgos e con fuentes e con rios e con
montes, con dehesas, con aguas e con pasturas, con entradas, e con sali­
das, complidamente e plenariamente». Incrementado en consideración el
término jurisdiccional de la ciudad, tendrá que llegar la revolución
liberal, tras el triunfo del pronunciamiento de Riego, para que se sus­
cite un movimiento campesino en los Montes de Toledo, en lo que hasta
la historiografía marxista ha calificado de difícil identificación del
sector rural toledano con la causa liberal.
Y en tercer lugar, cercano a la fecha de Pentecostés de hace ocho siglos
según los cronicones y los libros tumbos de los monasterios, coloca San
Fernando la primera piedra de la Catedral Primada de España: mano
a mano junto a la real munificencia, el ilustre arzobispado de Don Ro­
drigo Jiménez de Rada contemplaría la elevación de la dives toledana, el
tan perfecto paradigma, dentro de la centuria décimotercera, de cómo la
finalidad
del gobierno era entonces la justa glorificación divina, a tra­
vés de tal grandioso monumento, cuya austeridad gótica refleja la altura
de la mejor Castilla de los ideales eternos: la Castilla victoriosa de Fer­
nando, cabeza de los reinos peninsulares mientras perduró la conciencia
unitaria entre las Españas, que hoy se pone en entredicho; la Castilla de
vertebrada sociedad con ansias de mantenerse fiel a su destino bajo el
único mando de la espada Lobera, símbolo toledano de la victoria de la
Iglesia y la corona, como resplandeciera gloriosa en manos de su hijo
Don Manuel en la batalla del Salado. De esa misma Catedral Prima­
da, a través de su Puerta Llana, saldrá pasado mañana, Dios median­
te, la imponente Custodia, entre los vítores de un pueblo que, en esto s{,
procura mantener su tradición de la festividad del Corpus Christi, desde
que Juan XXII la oficializase.
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Los tres hitos demuestran, para c~n Toledo y con España, el perfil
cristiano y político
de los grandes gobernantes. Al unisono Rey y Arzo­
bispo expanden al tiempo el Reino de Cristo y el trono temporal.
Fernando III no elige, como los contemporáneos, la vía intermedia
entre la voluntad divina y la del mundo, tan cara al centrismo cuando
no a las visiones inconfesables de la postmodernidad, sino que acepta
como gobernante y para sus gobernados la severidad derivada de la divi­
na
Revelación, pues no basta fletar aviones para saludar al Papa cuan­
do sobrevuela territorio patrio. Fernando el Montano es político que su­
fre
apuros financieros en sus repetidas campañas contra los infieles porque
lo econ6mico no ha de ser1 como es hoy, lo primero1 salvo para la síntesis
errónea de la Razón Ilustrada con la Razón Protestante; es el gran con­
quistador de las dos ciudades del Betis, exhortado a la cruzada andalu­
za
por Honorio III; es defemor de la fe y persecutor de la herejía en los
tiempos en que en Francia eclosionaban ya los albigemes, pues como dice
el cronista de la España Sagrada: «Vino el rey D. Fernando a Toledo,
e inforfÓ muchos omes, e coció muchos en calderas»; es «Ferdinandus Ter­
tius, Hispaniae Rex, Cognomento Sanctus, Saracenorum Terror, ac reli­
gionis
catholicae Propugnator».
Por lo que se refiere a la jerarquía, frente a una época como la nues­
tra en que salvo. perfiles polémicos de actualidad la sociedad laica ha
acorralado al clero en las sacristías como a los militares en los cuarteles,
D. Rodrigo Jiménez de Rada es el brillante legado especial del Rey, y
Canciller
de su Consejo Real, cargo que gana para los sucesivos Arzobispos
de Toledo; desde el primer momento exhorta a toda la nobleza castellana
a
apoyar a Don Fernando y, auténtico '"homo viator', le acompaña siempre
como consejero en sus algara.r, al frente del mismo ejército que, procedente
también de Toledo, regresase años antes victorioso de las Navas; trata con
firmeza a los judíos -lejos del afecto especial que a veces se pregona mo­
dernamente de la ciudad del Tajo y en particular de Alfonso VI 'lmpera­
tor
Toletanum'-por el peligro que suponían para la fe católica, cuyo
depósito divino estaba encomendado a su custodia, y para la más pura e
íntegra
profesión por parte de la grey cristiana, ayudándolos, eso sí, en la
medida permitida por la recta conciencia y la honorabilidad, « secundum
Deum et honestatem suam », y no tolerando y menos fomentando violencias
para hacerles abjurar de su religión abrazando por fuerza la fe cristiana.
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Pues bien, c•n todo lo dicho y a pesar del abismo frente a cuanto pade­
cemos, creo que sin caer en la ingenuidad podemos ser positivos, tratar de
«pemar positivo», como tan mal dicen nuestros deportistas; en medio de la
tremenda zozobra general que parece va a agotar ya la divina piedad,
colmanCÚJ el cáliz de la ira, hay aquí y allá algunos rebrotes de sentido
común para el optimismo: mientras el suave Kamen revisa la figura de
Felipe II deforma tal que incluso a lo mejor toma nota la misma «Enryclo­
paedia Britannica» para su próxima edición, y mientras D. Calvin Klein
no consigue vender más a pesar de la subliminalidad de mensaje anoréxico
de su último perfume -«be good, be bad, just be»-, hay rebrotes
interesantes en la misma juventud: a tres años del Jubileo, crece el amor de
las últimas generaciones por el Pontífice y a ,u través por Cristo en los
arrabales del encuentro en la V República, correspondiend,, así a la predilec­
ción de los Papas por lo, jóvenes, y de modo particular por lo, universitario,;
en el año de la marcha del P. Victorino Rodríguez, a quien no podemos
dejar de homenajear, nuestra célula de lo, jueves ,e ha llenado de mentes
despiertas que a mucho, sorprenderían y a mí mismo me han admirad,,, y
pasadas las modas postburguesas de los últimos treinta años, de la melena y
la anticultura, cada vez somo, más lo, que, por ejemplo, nos interesamos
por el esplendor y la exactitud de la liturgia, depósito del dogma, reserva de
como/ación y elevación, formulación estética y educativa de la unidad de la fe.
Aunque quienes pertenecemos a esta generación no hayamos conocido
los Congresos Eucarísticos, las Misiones o los Cursillos de Cristiandad,
ni sepamos la diferencia entre las misas de l.ª clase y las de 2. ª, entre las
d,,b/es y la, simples, creemos empero en lo, CÚJnes del Espíritu Santo, en la
CÚJctrina de la Presencia Real, en la inhabitación de la Santísima Tri­
nidad
en el alma del justo e incluso en el limbo de los niño,; ,abemos que
hay una religión verdadera, que no es tan fácil salvarse, que podemos
conocer la medida del bien y del mal, que debemos estar en el mundo Jin
ser del mundo, que lo que empieza en desobediencia suele terminar en
apostasía y que la defensa del bien común exige a veces el recurso al
terrible azote de la guerra; rechazamos el naturalismo imperante que
niega la exútencia del pecado e incluso s11 misma posibilidad y no tene­
mos complejo antirromano ni prejuicios que disimular, con el oscuro velo
de la oport11nidad, ante el reconocimiento santoral de lo, que sufrieron
hace medio Jiglo la persecución religiosa en España.
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Es cierto: hoy la altura de los Pirineos no ejerce ya la influencia
benefactora de antaño y la basura se cuela por los enchufes de las casas
españolas; hoy la eficiencia es la medida del deber, el poder es la regla
del bien y el éxito es la prueba de la verdad; hoy la caballerosidad en las
metas y en las actuaciones escasea ya incluso en las lides deportivas y en
las taurinas, salvo honrosos ejemplos de ambas en una octava de San
Fernando como la de este año, en que la afición hispalense laurea a su
más carismático artista de los últimos treinta y cinco, imperturbable siempre
ante el poderío del frío músculo al uso, y la madrileña ha recobrad-O, por
una noche de homenaje al compañero, a su más mítico señor de los últimos
tiempos entre tanto villano de un fútbol igual de crematístico que todo lo
demás.
Como la Inglaterra de Newman, el sol de los cielos de España está
hoy tan eclipsado que el espejo de la conciencia apenas puede recoger y
reflejar
unos pocos rayos, y sólo pobremente puede preservarnos del error.
Sin embargo, hoy conocemos bien al enemigo y algunos procuramos que ya
no nos sorprenda más; conocemos sus técnicas y sus finalidades, y no sólo
podemos comprender la razón que tenían nuestros mayores al defender lo
nuestro, sino que además nos permite reexportar nuestra Tradición a
Europa, que tanto lo necesita, utilizando para ello el misal e internet, el
breviario y, si
es preciso, la televisión.
San Fernando nos mira ahora con la serenidad de su impresionante
busto-relicario zaragozano, que la colección Grog ha llevado el pasado
invierno al Louvre parisino, para recordarnos que los católicos debemos
mantener, frente a las tribulaciones del siglo, nuestra sintonía en lo fun­
damental,
sin renunciar por ello a nuestro específico carisma particular,
pero dedicando nuestro tesón a combatir por la Verdad, por las leyes
eternas de Dios uno y trino, causa primera y fundamento último de la
vida individual y social, por la reintegración del orden jurídico y por el
desarrollo de iniciativas políticas católicas, y católicas de verdad, no
demócratas antes que católicas, que la doctrina queda luego en el camino
y países de historia católica son capaces de llegar a extremos abisales de
inhumanidad -como por la prensa gráfica y escrita hemos reconocido
recientemente, ya sea en el comercio de carne infantil o en el trato dispen­
sado a los africanos aprovechando el uniforme --disfraz de las Naciones
Unidas-.
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En medio del positivismo y la terrible crisis del Estado, debemos pues
consolidar una renovación que con un tesón que no nos ha de faltar recu­
pere los pilares superiores de la filosofía cristiana como faro de los prin­
cipios jurídicos del Estado, tal y como San Pío X proclamase en su «Ni­
hil magis frugiferum»; nos enorgullecerá siempre seguir impidiendo que
digan esa fastidiosa frase pretendidamente tranquilizadora: los católi­
cos ya no son lo que eran, hoy son como los demás. Nosotros seguiremos
proclamando que todo depende de Él y nada podría subsistir sin Él.
Termino con las palabras del P. Ribadeneyra, el mismo autor del
'Flos sanctorum', cuando exhortaba a los soldados y capitanes de la In­
vencible, que habría hecho suyas nuestro Patrón, como nosotros también
por la vocación propia que nos une, en el empeño de «defender nuestra
sagrada religión santísima fe católica romana, la reputación de nuestro
Rey, todas las haciendas y bienes de todos los Reinos de España, y con
ellos nuestra paz, sosiego y quietud». Con la invocación de mayo a la
Virgen del Sagrario, venerada como sabéis en la Ciudad Imperial, rue­
gue San Fernando por todos nosotros.
DISCURSO DE ANTONIO MARTÍN PUERTA
Queridos amigos:
Volvemos a reunirnos una vez más este 30 de mayo, como durante
muchos años anteriores, para celebrar la festividad de nuestro patrón
San Fernando, el conquistador de Sevilla en 1248.
Resulta
apropiada la ocasión para recordar que cuando la Recon­
quista se expande por Andalucía, los cristianos del norte se encuentran
con una masa de población en buena parte practicante de otras religiones,
y no por ello se deja de establecer un reino cristiano, acudiendo a la
fórmula
que se aplicaba en estas circunstancias: la de la tolerancia reli­
giosa, que debe ser distinguida de la libertad religiosa de nuestros días;
la tolerancia religiosa se fundamenta en la creencia en unos principios
invariables, mientras que la libertad religiosa -tal y como a menudo se
presenta-es fruto de indiferentismo.
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