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Número 355-356

Serie XXXVI

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Tres momentos en la obra de Victorino Rodríguez, O.P.

TRES MOMENTOS EN LA OBRA DE VICTORINO
RODRÍGUEZ,
O.P.
POR
ARMANDO BANDERA, O.P.
El P. Victorino Rodríguez, ya desde sus años de estudiante de
teología, se distinguió por la agudeza de su talento y por la clari­
dad con que captaba las más sutiles distinciones entre conceptos
primarios y, al mismo tiempo, afines. Esto le permitía, ya desde
entonces,
dar al razonamiento teológico una firme fundamenta­
ción filosófica, en la cual resplandecía,
junto con la profundidad,
una admirable claridad.
Con el paso del tiempo, estas dos carsacterísticas no hicieron
más que crecer. Cualquiera puede apreciarlas en la totalidad de
sus escritos, desde el principio hasta el fin.
l. A modo de introdncción
Aquí, es imposible seguir el desarrollo histórico de sus escri­
tos. Para decir algo, me fijaré en tres momentos que responden,
con bastante aproximación, a la etapa inicial, a la media y la con­
clusiva de su actividad literaria. En el tratamiento de los temas,
desarrollados por el P. Victorino, la presencia de Santo Tomás es
evidente. Por lo cual estoy convencido que la historia del tomis­
mo, el de la segunda mitad de nuestro siglo, tendrá que rendir
merecido homenaje a este nombre.
Con igual evidencia comprende cualquiera q~e se acerque a
estos escritos
que el P. Victorino es un representante cualificado
de lo que podríamos llamar tomismo dinámico: el que no se canten-
Verb,, núm. 355-356 (1997), 423-437
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ARMANDO BANDERA, O. P.
ta con recordar o repetir enseñanzas de Santo Tomás, sino que las
aplica a la solución de problemas nuevos, cuya transcendencia se
siente al vivo. Mirando la bibliografía del P. Victorino, esto se
advierte de inmediato.
2. Intentando fijar el tema
Es mi intención seleccionar tres momentos. Para facilitar el
seguimiento de la exposición indico los temas que considero re­
presentativos de esos momentos: libertad religiosa, régimen po­
lítico concretado en la obra El régimen político de Santo Tomás de
Aquino -perteneciente a 1978-, por último, fundamentación
metafísica de la personalidad, que
es la indispensable base para
hablar con acierto sobre
dignidad humana junto con los deberes­
derechos a ella inherentes.
2.1. La libertad religiosa
Creo que es tema que no puede faltar en el intento de dar una
idea, aunque sólo sea elemental, acerca del pensamiento del
P. Vic­
torino. Además de
ser tema objetivamente importante, es noto~
río que él le dedicó una atención muy especial y que escribió un
número de páginas en el que pocos le igualarán.
Es tema en el
que entro con un cierto sentido de malestar, porque en los mo­
mentos iniciales, los dos tuvimos que ocuparnos de él. Pido, pues,
excusa de que en la exposición aparezca también mi persona.
2. l. l. Tema importante y apasionante
La importancia del tema está bien reflejada en un hecho que
tuvo lugar hacia el final de la tercera etapa conciliar: Noviembre
de 1964.
Los Obispos norteamericanos estaban muy interesados
en
que el texto sobre libertad religiosa fuese aprobado definitiva-
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TRES MOMENTOS EN LA OBRA DE VICTORINO RODRfGUEZ, O. P.
mente antes de la conclusión de la etapa. Según su proyecto de­
bería ser promulgado juntamente con la constitución dogmática
Lumen gentium, sobre la Iglesia, y el decreto Unitatix redintegratio,
sobre ecumenismo.
Para ello hubiera sido necesario saltar algunas normas del re­
glamento conciliar que señalaban
plazo de estudio para el exa­
men de textos en los que había sido introducida alguna novedad
importante o
se pensaba que era necesario introducirla. Este era
precisamente el caso del texto sobre libertad religiosa, para el
que los Obispos norteamericanos pedían nada menos que una apro­
bación definitiva, considerando que -eran suficientes los estudios
ya realizados y las enmiendas aportadas.
Surgieron fuertes contrastes
que externamente revestían for­
ma de verdadero apasionamiento. La situación era tan enredada
por las contradictorias pretensiones
de las partes que fue necesa­
rio acudir a la autoridad papal, pidiendo a Pablo VI que tomase
una decisión.
El Papa decidió aplazar
por la doble razón del reglamento y
de la calidad del texto que había de ser votado.
Un texto sobre
tema tan importante requería
un estudio completo que entonces
era ya imposible. La decisión papal fue acogida
por todos con un
rendimiento ejemplar. Recuerdo haber oído al obispo domínico
Mons. Javier Ariz que aquello impresionó fuertemente a los ob­
servadores de otras confesiones presentes
en el concilio. Vieron
cómo en
un momento se calmó lo que había ocasionado manifes­
taciones
tan borrascosas.
2.1.2.
Alguno, problemas del texto
El texto sobre libertad religiosa es uno de los que tienen his­
toria más compleja
por la enorme distancia que hay entre los pri­
meros borradores y la redacción final que fue votada, como el con­
junto de los textos, por una mayoría cercana a la unanimidad.
Se
ha hecho notar el dato significativo que Mons. Lefébvre puso su
firma en el texto final. Un caso parecido, y tal vez más acentuado,
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ARMANDO BANDERA, O. P.
fue el de la constitución pastoral Gaudium et spes que originaria­
mente era verdadera selva.
En
el texto de lo que hoy es declaración sobre libertad reli­
giosa hubo que hacer multitud de cambios. Así, por ejemplo,
todavía
en el texto que sería debatido en aula conciliar durante la
tercera etapa, y cuyo estudio debería continuar después, había fallos
que hoy nos resultan incomprensibles. En este momento recuer­
do y señalo algunos.
De la documentación pontificia se alegaban pasajes que no se
referían propiamente a la libertad religiosa, sino solamente a la
libertad de Iglesia, como era, por ejemplo, la encíclica Mit bren­
nender sorge, de Pío XI, contra el nazismo. Lo mismo ocurría con
algún reciente discurso del Papa Pablo VI. Había sumo interés
en alegar documentación papal favorable a la libertad para con­
trarrestar la fuerza de tantos documentos que parecían contrade­
cir y cuyas palabras, efectivamente, eran muy distintas de la que
se quería emplear.
Aunque el documento quería poner en primer plano la libertad,
de hecho usaba razonamientos que no permitían pasar de la toleran­
cia, de la cual, por otra parte, los inspiradores del texto no que­
rían ni oir hablar. De una manera o de otra se venía a decir que,
dada la situación, lo mejor, o en todo caso lo menos malo, era que
en materia religiosa cada uno siguiera el dictamen de su conciencia.
Para justificar la libertad de la Iglesia, no se decía nada acerca
de la muerte redentora de Jesús por toda la humanidad, ni se leía
una palabra acerca del universal mandato de anunciar el evange­
lio. La libertad de la Iglesia se fundamentaba en un dato social.
La Iglesia -se decía-es una multitud que tiene derecho a ex­
presar
y a practicar su libertad en materia religiosa, no menos
que cualquier otra multitud de personas.
Entonces todavía no se
tomaba en consideración la idea básica
propuesta por el concilio en Lumen gentium sobre la Iglesia como
sacramento universal de salvación. Ello hacía que, para los segui­
dores
de ·otras religiones, el tema dictamen de la conciencia ad­
quiriese
un valor salvífica que hacía· recordar los recursos atribui­
dos al liberum arbitrium en el antiguo pelagianismo.
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A todo esto, se añadían, todavía dos cosas. En el texto de la
declaración faltaba una afirmación clara de lo que significa la fe
cristiana en el designio salvífica. Al mismo tiempo, en el esque­
ma de lo que había de ser constitución
Gaudium et spes había un
pasaje en que
se afirmaba que la Iglesia debía pedir perdón a los
países comunistas por los errores que en ellos hubiera cometido.
Estos enfoques dejaban a la Iglesia en situación verdadera­
mente precaria. El texto de la declaración fue objeto de vigorosas
impugnaciones. Se escribió mucho contra la libertad religiosa,
tal como aparecía en los textos. El P.Victorino fue uno de los más
fecundos y
de los más acertadamente críticos. Y vinieron las re­
formas. Se comprende que es imposible determinar lo que se debe
concretamente a cada uno de los enmendantes.
2. l. 3. Las reformas
En primer lugar, al comienzo mismo de la Declaración es in­
troducida una afirmación de carácter dogmático que asegura la
coherencia
de este documento conciliar con la larga serie de do­
cumentos pontificios que habían tratado también aspectos dog­
máticos de la cuestión.
La nueva e
importantísima idea se encuentra en el párrafo se­
gundo del número primero, al cual, en las ediciones vulgares, se
da este título La verdadera religión y la única Iglesia de Cristo. Este
título no es texto conciliar, pero expresa muy exactamente la in­
tención conciliar. Lo esencial .del nuevo texto es lo siguiente: « ...
Creemos
que esta única religión verdadera subsiste en la iglesia
católica y apostólica, a
la cual el señor Jesús confió la misión de
difundirla entre todos los hombres ... ». Este pasaje tiene, como
se comprende importancia decisiva, la cual se acrecienta con un
paralelo que se encuentra en la breve declaración sobre Relación de
la Iglesia con las religiones no cristianas, n. 2b.
En relación con el entonces llamado «esquema XIII» que se
transformaría en constitución Gaudium et spes, tuvo lugar un cambio
importante. No sólo desapareció el texto que aconsejaba pedir per-
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ARMANDO BANDERA, O. P.
dón a los países comunistas sino que, además, el Papa Pablo VI,
en su Alocución inaugural, da a la cuestión un verdadero vuelco.
En esta Alocución Pablo VI presenta el concilio como un acto
de amor; amor a Dios, amor a la Iglesia, amor a la humanidad. Al
desarrollar este último punto --amor a la humanidad-se refie­
re a un hecho de experiencia, sobre todo de la experiencia cristia­
na, la cual comprueba que «el arte de amar se torna con frecuen­
cia en arte de sufrir. Esto
-añade-es lo que ocurre a la Iglesia
reunida en concilio. Sufre la injusticia ---definida como ofensa
grave y dolorosa-que se concreta en lamentables ausencias. Fal­
tan efectivamente, «no pocos de aquellos que debían sentarse
aquí. ..
». Se trata, evidentemente, de las ausencias impuestas por
las autoridades de países comunistas que negaron autorización de
salida a miembros del concilio.
Pues bien esa misma injusticia, a pesar de su gravedad, no
cierra a la Iglesia en una actitud hostil. Lamentando el hecho
y
los motivos determinantes, la Iglesia prefiere sufrir. Más bien que
condenar a alguno, [la Iglesia J tendtá sentimientos de bondad y
de paz, y rogará, sí, rogaremos todos con amor a fin de que les sea
concedida por Dios aquella misericordia que
para nosotros mis­
mos imploramos. Sea el amor el único vencedor de todos. ¡Y triunfe
entre los hombres la paz!
2 .1.4. Encuadrar la libertad mirando hacia la ONU
Pablo VI deja bien clara la postura de la Iglesia . Pero note­
mos un dato importante. Esto ocurre en un acto Conciliar, es de­
cir, al interior de la Iglesia. Para la fecha en que Pablo VI pro­
nunció esta Alocución (14 de Septiembre ) estaba ya decidida su
presencia en la Asamblea General de la
ONU, donde el 4 de oc­
tubre (1965) dirigiría también una Alocución a los miembros de
aquel alto organismo. Pablo VI define sus palabras como Mensa­
je. Pero el nombre no
es lo principal.
Naturalmente, estaba concordado el contenido fundamental
del Mensaje que ante aquel organismo, y por lo que ahora intere-
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TRES MOMENTOS EN LA OBRA DE VICTORINO RODRÍGUEZ, O. P.
sa, tenía que estar expresado en términos de libertad. Es evidente
que Pablo VI no podía hablar de tolerancia ofrecida por la Iglesia
a los seguidores de otras religiones. Había que hablar de libertad.
El párrafo fundamental acerca de este
punto se encuentra ya hacia
el final del Mensaje. Dirigiéndose a sus oyentes, Pablo VI les dice:
«Lo que vosotros proclamáis aquí son los derechos y los deberes
fundamentales del hombre,
su dignidad, su libertad y, ante todo,
la libertad religiosa».
La palabra estaba pronunciada; el compromiso, contraído. El
camino para la redacción del texto conciliar quedaba señalado; el
recorrido ya no tropezaría con dificultad alguna de fondo. En cierto
sentido
se podría decir que la declaración conciliar sobre libertad
religiosa quedó 'firmada' en Nueva York el 4 de octubre de 1965.
La promulgación conciliar tendría lugar el 7 de diciembre de aquel
mismo año.
Para comprender bien el compromiso de un determinado modo
de hablar, antes de que el texto hubiera sido promulgado, hay
que tener en cuenta una medida que excluía todo posible peligro
y garantizaba contra cualquier riesgo el lenguaje papal. Al título
de la declaración se le dio una explicación que determinaba muy
bien su alcance. No se trataba simplemente de publicar una de­
claración sobre libertad religiosa. Quedaba perfectamente fijado
el encuadramiento de esta libertad.
El texto es insustituible y sólo puede ser valorado transcribién­
dolo. Dice así: «El derecho de la persona y de las comunidades a
la libertad social y civil en materia religiosa.» Se trata, efectivamen­
te, de libertad, pero encuadrada en el ordenamiento 'social y civil'.
Esta aclaración del título resolvió una serie de problemas que
parecían insolubles desde un punto de vista puramente teológico.
Haciendo estas puntualizaciones no he perdido de vista al
P. Victorino.
Se le censura el no haber asimilado el lenguaje de
libertad empleado por el concilio. Y si lo usa
-se sigue diciendo
en tono de reproche-es en un ambiente de manifiesta resisten­
cia. Creo que esto no es exacto. El P. Victorino, reconociendo
todo lo que dijo el concilio, hace notar que el tema tiene muchas
ramificaciones y que no es ninguna fantasía el pensar que a veces
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ARMANDO BANDERA, O. P.
la palabra 'libertad' sirve para poner sello conciliar a ideas que
quizá no pasen de 'bondadosas ingenuidades'.
La plena justificación de conceptos empleados por el P. Vic­
torino llegaría más tarde, y alcanzaría su punto culminante con
la encíclica
Veritatis splendor, sobre la cual él mismo escribió un
excelente comentario. Cf.
Esplendor de la verdad, en esta misma
revista Verbo, n. 317 (1993), págs. 681-709. Acerca del mismo
tema, se encuentra abundante material en el libro Estudios de an­
tropología teológica. Véanse, por ejemplo, págs. 87-96 y 129-149.
2.1.5.
Verdad y libertad
El principio de que sin verdad no hay libertad tiene aquí apli­
caciones evidentes. La declaración conciliar sobre libertad reli­
giosa dice claramente que hay «una única religión verdadera»
y
que «todos los hombres están obligados a buscar la verdad ... »
(n. lb). Para entender el lenguaje del concilio es fundamental el
verbo 'subsistir'. La única religión verdadera, es decir, aquella
que contiene y ofrece la plenitud de la verdad religiosa se en­
cuentra o 'subsiste en la Iglesia católica y apostólica .. .'.
Ello, sin embargo, no impide que en otras religiones haya ele­
mentos religiosamente válidos. El concilio expone esta idea mu­
chas veces. Quizá el pasaje más expresivo sea el siguiente:
«La
Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay
de verdadero y santo». Son elementos en los que se refleja «como
un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres ... »
(Declaración sobre relación de la Iglesia con las religiones no cris­
tianas, n. 2b).
El destello religiosamente válido
es también un destello de la
verdad plena, de la verdad que, según el lenguaje conciliar, 'sub­
siste' en la Iglesia. En las otras religiones hay participaciones de
religiosidad genuina, pero no la plenitud. Todo esto, dada la re­
lación que hay entre verdad y libertad, implica que la posesión de
la plena libertad religiosa sólo
es posible dentro de la plenitud de
verdad religiosa. Solamente la Iglesia católica ofrece esta pleni-
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TRES MOMENTOS EN LA OBRA DE VICTORINO RODRÍGUEZ, O. P.
tud. Me parece claro que por aquí reencontramos un lenguaje que
era ya corriente antes del concilio Vaticano 11 y que, a pesar de
que no se le preste atención, no ha perdido validez.
3. Régimen político
El P. Victorino se ocupó bastantes veces de temas relaciona­
dos con la doctrina política de Santo Tomás. Ya dije antes que
me ocuparía únicamente del libro El régimen político de Santo To­
más
de Aquino, publicado en 1978, como traducción y comentario
de
la obra aquiniana De regno, la cual a veces figura también con
el título De regimine principum.
Sobre ella diré solamente
una palabra. En esta obra se podría
trazar algo así como la línea divisoria entre los aspectos de la en­
señanza de Santo Tomás cultivados por el P. Victorino y los que
me ocuparon a mí personalmente.
La obra citada de Santo Tomás trata del tema fundamental­
mente político, entendiendo la política en el sentido que Santo
Tomás
mismo le da. El régimen político tiene como una de sus
grandes misiones
la promoción del bien común de la sociedad,
con
toda la ramificación que ello implica: educación, comercio,
defensa ...
La doctrina propuesta por Santo Tomás acerca de todo esto,
tiene un importante complemento en una larga serie de pasajes
en los cuales el tema de fondo, bajo formas y desde perspectivas
variables, es de índole vocacional o genéricamente eclesial. Santo
Tomás no
estudia las vocaciones de la manera que es corriente
entre nosotros ni habla sobre la composición de la Iglesia con el
lenguaje a
que nosotros estamos acostumbrados.
Pero, a
su manera, propone enseñanzas eclesiológicas de gran
importancia. No todas las tareas cristianas son para todos los cris­
tianos
indistintamente. El régimen político, con el conjunto de
tareas y funciones que abarca, pertenece a los laicos. O sea, una
obra de contenido político sirve de fondo para conocer el pensa­
miento eclesiológico de Santo Tomás.
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ARMANDO BANDERA, O. P.
Pues bien, sea en relación con la obra citada, sea en relación
con cualquiera otra de signo análogo, el P. Victorino
ha desarro­
llado la vertiente 'política'. Mis aficiones, en cambio,
se centra­
ron en los aspectos eclesiales.
Se podría decir que en Santo Tomás
estos dos 'campos' son limítrofes; pero no se confunden. Sin
em­
bargo, ciertas concepciones un tanto apriorísticas que ven régi­
men y mentalidad de 'cristiandad' en todo lo 'antiguo', falsean o
corren el peligro de falsear seriamente el pensamiento
de Santo
Tomás
tanto en lo político como en lo eclesial.
Se habla mucho acerca de la necesidad de situar los sistemas
en la historia. Pero luego, cuando llega elmomento de hacerlo, no
siempre la coherencia
es lo que más brilla. Este, sin embargo, es
un tema que no me corresponde desarrollar aquí. Simplemente lo
mencioné para evitar el peligro a que acabo de referirme y que
podría hacernos caer: como ocurrió a otros.
4. La personalidad humana y sus raíces metafísicas
Creo que éste es el tema donde el P. Victorino desarrolla lo
más original de su pensamiento, llegando a honduras que, si no
me engaño, no fueron alcanzadas
por nadie. Por eso es necesario
detenerse
un poco en este punto. Debo comenzar anotando que,
siendo lo más original y
lo más característico en el P. Victorino,
yo personalmente me siento
un tanto extraño a los múltiples te­
mas que
aquí confluyen.
Reconozco
mi incompetencia, la cual, sin embargo, no me
impide hacer un esfuerzo para honrar la memoria de este gran
discípulo de Santo Tomás que fue el P. Victorino.
Se me pidió
con interés. Acepté con gusto. Cuento con vuestra benevolencia.
4. l. La era del personalismo
Por los años de celebración del concilio Vaticano II, la digni­
dad humana, la dignidad de la persona, y otras expresiones análo-
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TRES MOMENTOS EN LA OBRA DE VICTORJNO RODRÍGUEZ, O. P.
gas, se oían a cada paso. Era poco menos que imposible tratar
tema alguno en que no apareciese la persona, coronada siempre
de
una dignidad, ante la cual había que rendirse con todo respeto.
De aquí se hacían brotar una serie de consecuencias que afec­
taban
profundamente a la convivencia humana. Las comunidades
religiosas acusaron fuertemente el
golpe del nuevo estilo. Las re­
laciones
entre superiores y súbditos dieron un verdadero vuelco.
Los nombres mismos fueron seriamente cuestionados. Los que se
llamaban superiores pasaron a ser animadores, o responsables, o
desaparecieron,
porque -se dijo--el superior es la comunidad.
Esto, más o menos, con
intensidad variable, se hizo sentir en to­
das las formas de comunidad.
Se decía y, si no
me engaño, se dice que esto tenía fundamen­
to en el concilio Vaticano II, el cual había proclamado la mayoría
de edad de
la persona, de modo que la convivencia debería fun­
darse sobre
la base de ser todos personas adultas que se relacionan
entre
sí en clima de diálogo, no de dominio, por una parte, y de
sumisión por otra.
Es verdad
que el Vaticano II habló mucho de dignidad huma­
na, del respeto debido a la persona, de los derechos que le son
inherentes ...
La declaración sobre libertad social y civil en mate­
ria religiosa pone en cabeza las palabras mágicas 'dignidad de la
persona humana': son las que le dan título.
Pero el Vaticano 11 no sólo usó la expresión, repitiéndola con
gran frecuencia; dio
también ideas fundamentales acerca del modo
de entenderla. Así,
por ejemplo, la declaración citada, ya desde el
comienzo, proclama
que la libertad es un gran bien, a condición
de
que su ejercicio esté de acuerdo con la verdad y la justicia. En
el párrafo segundo es afirmado el principio que da consistencia a
la totalidad del documento y que puede ser enunciado así: La ple­
na verdad religiosa sólo 'subsiste' en la Iglesia católica
y apostólica.
Es
un principio que afecta a todos los hombres, porque todos
«están obligados a buscar la verdad, sobre
todo en lo referente a
Dios
y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicar­
la». Son enunciados de principio; si
se prescinde de ellos, el do­
cumento entero queda desfigurado, es decir, falseado. Ciertamente
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ARMANDO BANDERA, O. P.
se trata de una verdad que no puede ser impuesta. Para muchos
esa
misma verdad es desconocida. Pero nada de ello impide que
sea verdad, verdad vinculante.
En otros documentos estas ideas se
repiten de diversas maneras y están expresadas con palabras cuya
interpretación no ofrece
la menor duda. Sólo se requiere leer el
concilio en sus textos reales y entenderlos como el
texto mismo
pide en cada caso.
El concilio es coherente. Tiene clara conciencia de que en todo
esto se ventila
un asunto bien importante. Basta leer, por ejem­
plo, los números 10
y 12 de la constitución Gaudium et spes. Re­
mito a esos números, cuando, en realidad, habría que remitir a la
totalidad de esta constitución.
4.2. La utopía de un personalismo subjetivista
El P. Victorino conoce perfectamente ese ambiente. Se ento­
nan cantos al personalismo y, al
mismo tiempo, se le priva de
base, se le deja sin contenido, se fabrica
una especie de 'ídolo', y
la
utopía de lo personal desemboca en el desencanto de la vacie­
dad. Es el contradictorio 'personalismo' de
la arbitrariedad y del
capricho.
Una de las muestras de la crisis en que vivimos es «la pérdida
del sentido moral( ... ), la incapacidad de la conciencia para juzgar
rectamente. Esta inestabilidad de la conciencia moral va, paradó­
jicamente, pareja al énfasis 'personalista' y al antropocentrismo
de la 'nueva moral' postconciliar. El subjetivismo autonómico de
la
propia conciencia, de resonancia kantiana, desvinculado de la
verdad objetiva y de
toda fundamentación transcendente, tiende
a la propia deificación,
presentái;i.dose como oráculo infalible, no
de la ley eterna, sino de
su personal autosuficiencia» (Estudios de
antropología ... , págs. 136-137).
El 'giro antropológico', que se ha convertido como en el 'fil­
tro' por donde debe pasar todo conocimiento con aspiraciones de
futuro, tiene
mucho que ver en todo esto. El pensamiento de Karl
Rahner ejerce
un influjo avasallador. El P. Victorino dedicó va-
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TRES MOMENTOS EN LA OBRA DE VICTORINO RODRÍGUEZ, O. P.
rías veces atención explícita a este distinguido personaje, y no
precisamente para glorificarlo, como
se ha hecho casi de rigor,
sino más bien para poner de relieve las numerosas confusiones
que introdujo en temas básicos Es significativo su artículo Karl
Rahner en Madrid, para mayor confusión, publicado en la revista
Iglesia-Mundo, n. 71 (1974), págs. 23-24. Y esto no pasa de ser
una muestra.
Dejando
la referencia a un concreto escritor, el P. Victorino
entra en el fondo del tema. El personalismo utópico lleva en sí
una tendencia a la 'idolatría' de la conciencia moral, a una mitifi­
cación que casi equivale a 'deificación'. Quienes siguen esta co­
rriente, en
primer lugar, desconocen o anulan «la dimensión teo­
lógica del hombre, hecho a
imagen y semejanza de Dios», el cual,
por sola su voluntad de crear, graba indeleblemente su ley en el
corazón, como dice el Vaticano
11 en Gaudium et spes, n. 16.
La mencionada corriente llega a ese resultado, porque
es la
lógica e inevitable conclusión
de teorías que subvierten «la con­
cepción metafísica
de la persona», reduciéndola a puro «actualis­
mo subjetivista». La movilidad de lo puramente actual, que no
rebasa lo
'puntual', no permite que la naturaleza racional y libre
de la persona se trasluzca en la conciencia. Reducida la persona a
movilidad subjetiva, la conciencia es arrastrada
por esa misma
movilidad. No tiene ley. Toma la decisión de acuerdo con el gus­
to de cada momento (cf. Estudios de antropología ... , pág. 138).
4.3.
Para superar un peligro
El gran peligro, que amenaza a esta movilidad subjetiva de la
conciencia, es la ofuscación de la noción misma de Dios, que pue­
de conducir hasta.el ateísmo. Y, si no conduce hasta ese extremo,
impide la vivencia de una fe vigorosa, sin la cual no tendría sen­
tido hablar de evangelización, cuya necesidad, como todo el mun­
do comprende, salta a la vista (cf. lb., págs. 138-139).
El P. Victorino muestra
muy bien cómo lo metafísico y lo
psicológico
entran en la formación de la conciencia moral. Confi-
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ARMANDO BANDERA, .O. P.
gurada de acuerdo con estos principios, la conciencia, «el acto de
conciencia previo a la decisión voluntaria», recae sobre la totali­
dad de la actividad humana, tanto intelectiva como afectiva.
Entra en juego la prudencia, la cual, según Santo Tomás, es
virtud intelectiva y afectiva, cuyos actos propios son no sólo el
consejo y el imperio, sino
también el juicio práctico-práctico, al
que sigue la acción conscientemente realizada. En la vida y en la
actividad humana no hay nada «más totalizante y personal que la
conciencia. En esto Santo Tomás espersonalista como ningún otro»
(lb., pág. 141).
4.4. Lo primario en la persona: ¿Derechos? ¿Deberes?
Hoy es obligado hablar de derechos humanos. Lo corriente es
tratar el tema como realidad primaria: punto de partida y fuente
de todo cuanto se diga acerca de la persona. Dignidad personal se
diferencia poco, si es que realmente se diferencia, del disfrute de
derechos personales. Evidentemente, estos derechos son un bien
inestimable, que
es preciso valorar, defender, restituir ... Esto queda
fuera
de cuestión.
El solo modo de hablar obliga a una cierta autocrítica. Dere­
cho es un concepto correlativo a deber; lo cual quiere decir que
no puede ser entendido
sin su correlativo, del que, como los he­
chos muestran, no
se habla nunca o sólo muy rara vez. Falta un
equilibrio, absolutamente necesario para el solo planteamiento y
más
aún para la solución.
En los escritos.del P. Victorino éste
es un tema importante.
Entre los que, en este
momento, tengo a mano, cito de manera
especial Raíces metafísicas de los derechos humanos (págs. 201-220).
Espigando en este magnífico estudio, se puede transcribir, por
ejemplo, lo siguiente: «La previa exigencia o derecho y la previa
obligación o deber no son relaciones formalmente morales, sino
de orden ontológico o metafísico, fundamento de la realidad pro­
pia de la justicia. Porque uno no es justo ni se justifica por tener
derechos o exigencias ni
por tener deberes u obligaciones, sino
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TRES MOMENTOS EN LA OBRA DE VICTDRINO RODRÍGUEZ, O. P.
por satisfacer a sus ·deberes u obligaciones de cara a quien tiene
derechos o exigencias respecto de su comportamiento( ...
). Es for­
malmente justo u obra formalmente en justicia quien, estando
obligado (obligatus) a otro, cumple su deber (debitum) ( ... ) La cali­
dad y medida de la acción o cosa debida se toma en relación con
el derecho o exigencia del otro» (pág. 209).
Como se comprende, por aquí nos remontamos pronto y di­
rectamente hasta Dios. Lo primario en la persona, en su compor­
tamiento, es la relación con Dios: cumplir el deber de aceptar su
voluntad o de entregarse a él. Los derechos presuponen siempre
este deber.
El concilio Vaticano 11 confirma ampliamente este plantea­
miento
y esta solución. Uno de tantos pasajes, puede ser el si­
guiente: «La más alta razón de la dignidad humana consiste en la
vocación del hombre a la comunión con Dios ( ... ). Existe pura y
simplemente por el amor de Dios que lo creó (. .. ). Y sólo se pue­
de decir que vive, en plenitud de verdad, cuando reconoce libre­
mente ese amor y se entrega por entero a su Creador» (GS l 9a; cf.
38a).
4.5. Algunas aplicaciones
Quizá alguien considere que los estudios del P. Victorino se
sitúan en un nivel abstracto, del que es poco lo que se pueda sacar
en relación con la vida. Si alguien lo pensara, efectivamente, es­
taría en un error.
Entre las aplicaciones hechas por el P. Victorino mismo, quiero
señalar dos:
su estudio sobre La declaración universal de los derechos
del hombre ante la moral católica (págs. 221-257), y el titulado Teo­
logía de la paz (págs. 291-328).
* * *
El estudio puede y debe ser prolongado en múltiples direc­
ciones. Esperemos
que algún día esta posibilidad se realice.
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