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Número 355-356

Serie XXXVI

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Discurso de Antonio Martín Puerta [San Fernando 1997]

FESTIVIDAD DE SAN FERNANDO 1997
En medio del positivismo y la terrible crisis del Estado, debemos pues
consolidar una renovación que con un tesón que no nos ha de faltar recu­
pere los pilares superiores de la filosofía cristiana como faro de los prin­
cipios jurídicos del Estado, tal y como San Pío X proclamase en su «Ni­
hil magis frugiferum»; nos enorgullecerá siempre seguir impidiendo que
digan esa fastidiosa frase pretendidamente tranquilizadora: los católi­
cos ya no son lo que eran, hoy son como los demás. Nosotros seguiremos
proclamando que todo depende de Él y nada podría subsistir sin Él.
Termino con las palabras del P. Ribadeneyra, el mismo autor del
'Flos sanctorum', cuando exhortaba a los soldados y capitanes de la In­
vencible, que habría hecho suyas nuestro Patrón, como nosotros también
por la vocación propia que nos une, en el empeño de « defender nuestra
sagrada religión santísima fe católica romana, la reputación de nuestro
Rey, todas las haciendas y bienes de todos los Reinos de España, y con
ellos nuestra paz, sosiego y quietud». Con la invocación de mayo a la
Virgen del Sagrario, venerada como sabéis en la Ciudad Imperial, rue­
gue San Fernando por todos nosotros.
DISCURSO DE ANTONIO MARTÍN PUERTA
Queridos amigos:
Volvemos a reunirnos una vez más este 30 de mayo, como durante
muchos años anteriores, para celebrar la festividad de nuestro patrón
San Fernando, el conquistador de Sevilla en 1248.
Resulta apropiada la
ocasión para recordar que cuando la Recon­
quista se expande por Andalucía, los cristianos del norte se encuentran
con una masa de población en buena parte practicante de otras religiones,
y no por ello se deja de establecer un reino cristiano, acudiendo a la
fórmula que se aplicaba en estas circunstancias: la de la tolerancia reli­
giosa, que debe ser distinguida de la libertad religiosa de nuestros días;
la tolerancia religiosa se fundamenta en la creencia en unos principios
invariables, mientras que fa libertad religiosa -tal y como a menudo se
presenta-es fruto de indiferentismo.
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La equivocada identificación ha venido en parte de la mano del pro­
gresismo religioso y de su interpretación de ciertos textos conciliares, aun­
que hay que reconocer en favor de los progresistas que una de las premisas
en que basan su opinión es correcta: que la Iglesia ha aplicado siempre
los mismos principios de razonamiento a lo social, lo civil y lo religioso;
a partir de ahí el razonamiento equivocado: puesto que desde el Concilio
se admite la libertad religiosa para lo civil y lo social, sólo cabe deducir
que se admite la libertad de conciencia para lo religioso.
Recuerda Saavedra Fajardo en sus «Empresas políticas» que la li­
bertad de conciencia es la ruina de cualquier Estado, tras analizar lo
que había sucedido en los países luteranos alemanes. Podríamos añadir
que más aún es la ruina de cualquier religión.
En efecto, hace unos días indicaba la prensa que la evolución de la
Iglesia de Inglaterra permite pemar que dentro de unos diez años queden
en aquel país unos setecientos u ochocientos mil anglicanos, lo que es una
buena demostración de a qué conduce la libertad de conciencia.
Y tantos esfuerzos por justificar lo que apenas es inteligible, ¿ para
qué? Parece ser que uno de los objetivos era conducir al deseado abrazo
con los llamados «hermanos separados», los luteranos y anglicanos entre
otros. Para los devotos del abrazo la situación .re ha vuelto dramática:
los «hermanos .reparado.r» han pasado a ser, al igual que ciertas varie­
dades
zoológicas necesitadas de protección, una especie en vías de extin­
ción: cada vez quedan menos. Otro tanto ha sucedido con los marxi.rtas;
después de agudos análisis los progresistas dedujeron con su finísima in­
tuición que el futuro del mundo era el comunismo y había que adaptarse
a ese futuro ineludible; hoy resulta que sólo quedan marxistas en países
infradesarrollados.
Se ha renunciado a casi todo para poderse abrazar con quienes en
poco tiempo han pasado a ser casi nada.
Lo malo es que la cosa no parece que vaya a quedar ahí, sino que
hay como una especie de ampliación de concepto de lo que son los «herma­
nos separados», previéndose que los próximos beneficiarios del siguiente
abrazo
serán los judíos y los musulmanes. Algunos no acabamos de en­
tender qué abrazo es posible con la religión islámica, que considera el
divorcio como un derecho unilateral del hombre y el nacimiento de una
hija una desgracia familiar como otra cualquiera. Y en cuanto a la
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religión judía, tampoco está de más recordar que su desarrollo posterior a
Cristo incluye textos como el Talmud, contrarios directamente al cristia­
nismo;
en su período anterior a Cristo, es evidente que tiene grandes pt'in­
cipios
comunes con nuestt'a religión, que precisamente de allí surgió, pero
cuando los profetas o el mismo jesús se limitaban a decir que aquella
religión magnífica debía ser practicada, lo que solía suceder es que les
mataban.
Ciertamente
corren tiempos confusos que pueden inducir a muchos al
pesimismo. No hay motivo para ello. Tanto la esperanza y la fe como un
análisis
de la propia historia deben descartar las posturas pesimistas.
Hace exactamente mil años, en el año 997, caía Compostela asalta­
da por las tropas de Almanzor; unos años antes había caído la ciudad de
Barcelona, y parecía que la Reconquista se desplomaba. Tanto el rey de
Navarra como el de Castilla entregaron a una de sus hijas al general
islámico, y nadie pensaba que los pequeños reinos cristianos del Norte
sobrevivirían. Sin embargo cinco años más tarde moría Almanzor, y al
cabo de un decenio se hundía el califato de Córdoba consumido por la
guerra civil.
No
querría dejar pasar este momento sin recordar a tantos amigos
que durante muchos años han compartido sus esfuerzos con nosotros; de
ellos
hemos recibido ilusión, ideas, presencia y también, pues todo debe
decirse, apoyo económico. Varios se han ido de esta vida el último año.
Pero lo que han depositado sigue aquí. Sólo por ello y recordándoles,
debemos seguir adelante.
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