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Número 361-362

Serie XXXVII

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Vicente Cárcel Ortí: Pablo VI y España. Fidelidad, renovación y crisis (1963-1978)

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como título del libro: "Del Imperio a la Unión Europea". Más
claro hubiera quedado diciendo: "Del Antiguo Régimen a la
Revolución". Pocos años
después su primo Carlos Hugo de Borbón
Parma le imitaba con una chapuza parecida hasta en los des­
precios
que suscitó. Pero esto es ya ajeno al libro que hemos
reseñado.
MANum. DE SANTA CRUZ
Vicente Cárcel Ortí: PABLO VI Y ESPAÑA.
FIDELIDAD, RENOVACIÓN Y CRISIS (1963-1978)
<•J
La corriente ya caudalosa de monografías históricas sobre
la época de Franco acaba de incrementarse con este libro de
más de mil páginas de texto, documentos y fotografías refe­
rentes a la bisagra entre la historia de la Iglesia y la de España.
Asistimos a
una suerte de carrera de armamentos ideológicos
en la pista de la historia que, cuando es reciente, tiene mucho
de propaganda polltica. Es, pues, bueno, y debemos celebrar­
lo,
que las producciones católicas, que corren rebasadas por
las contrarias, cuenten con un nuevo volumen, aunque éste
sea tendencioso, de una tendencia que no acaba de entusias­
marnos.
Desde el primer momento advertimos que es un libro inten­
cionadamente favorable al Papa Pablo
VI por su presentación, su
autor y
su editorial. Después vendrá el análisis de su contenido
y de
su talante. A la vez que esta impresión se va confirmando
con su lectura nace el anhelo de otros dos libros: uno, sobre el
mismo tema
que le complemente con más datos y otros comen­
tarios de otros signos hasta situar la historia
en un punto neutro
(•) Biblioteca de Autores' Cristianos (Maior), tela editorial con sobrecubier-­
ta, 1997, 4.0
, 1049 págs., 5.800 ptas.
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y acabado. Otro, sobre cómo evolucionaron los temas tratados en
éste en los años que siguieron a la muerte de Pablo VI, el cual
servirá, además, para mejor conocer el pontificado de Juan
Pablo 11, viendo lo que ha habido en él de herencia del anterior.
Don Vicente Cárcel Ortí es un sacerdote valenciano reinci­
dente con éxito en temas de historia de la Iglesia. Ahora mismo
ya
se anuncia para Semana Santa un libro suyo sobre los márti­
res valencianos del siglo xx:; esperamos ver en él explicaciones
acerca del bloqueo de esas canonizaciones en el pontificado de
Pablo VI que no hallamos en este libro de ahora. Escribe con
sobriedad, bien pegado a una documentación poco conocida
que recoge en abundancia. Pero no se libra de la difícilmente
evitable, en todo caso, ideologización en la selección del mate­
rial a reproducir y comentar. Su talante riguroso y erudito, devo­
to de fuentes escritas, le cuesta
en este libro prescindir de un
tesoro cuya pérdida es ya, casi, casi, irreparable, porque es de
naturaleza fugaz: la tradición oral de su historia, que él ha cono­
cido
de primera mano en su juventud y que aún podría, no ya
sin esfuerzo, reconstruir y recuperar en una última oportunidad.
A un lado de la letra de los textos documentales hubiera sido
muy útil encontrar rasgos y noticias de lo que se decia, de pala­
bra,
en las tertulias de los cafés y en los más altos cenáculos.
No tiene, pues,
el frescor que las Confesiones del cardenal
Tarancón, libro reciente, menos elaborado y documentado, no
menos tendencioso, pero precioso por esa fuente de la tradición
oral para el conocimiento de la época.
Un
par de ejemplos, nada rebuscados entre muchos a flor, me
ayudarán a explicar esto. Menciona el
VIII Congreso Eucarístico
Nacional de Valencia,
28 de mayo de 1972. Dice que estuvo flo­
jito, y es verdad. En el Apéndice Documental recoge las palabras
que Pablo VI envió para el acto de clausura; su transcripción es
fidelísima. Pero el que esto escribe estaba allá y recuerda cosas
que merecerían haber sido recogidas, lo cual no se hace en este
libro. Allá estaba Franco, que, "al fin y al cabo" (como gustaba
repetir
un pintoresco dirigente carlista), era el Jefe del Estado. Él,
a la cabeza de las autoridades, se puso en pie para oír las pala­
bras del Papa. Éstas cayeron como jarros
de agua fría porque, sal-
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
tándose la costumbre y el protocolo, no empezaban dirigiéndose
al Jefe del Estado, allí presente, y a las autoridades, sino a
"Venerables Hermanos y amadísimos hijos". Para terminar
de sor­
prender desagradablemente a la gente se aludía a esa presencia
del Jefe del Estado precísamente
en el último párrafo, en lugar
postrero y
de fonna secundaria y tangencial. A mi lado, una per­
sonalidad
me susurró, "menos mal que este hombre (Franco) no
tiene el sentido del honor que tenían don Miguel Primo de Rivera
o Sanjurjo,
porque de tenerlo, ¡la que se iba a armar!". Recojo esta
observación
porque podría haberse hecho en múltiples episodios
del libro.
También estaba yo
en la explanada del Palacio de Oriente
cuarÍdo murió Franco, viendo llegar a innu1nerables cortejos con
Jefes de Estado y representaciones del máximo nivel. Destacó por
su arrogancia y solemnidad el presidente de la República France­
sa, Giscard d'Estaing. Recuerdo los numerosos comentarios dis­
gustados que produjo la exigüidad ridícula de la representación
vaticana.
No voy a iniciar ese otro libro complementario que anhelaba
al empezar. Pero es obligado recordar
que cuando una casuali­
dad, o un error, se repiten sucesivamente, hay que pensar que ya
no son ni casualidades ni errores, sino eslabones de una misma
línea de conducta o de pensamiento soterrada. Las casualidades
y errores del libro
de Cárcel constituyen un servicio armónico al
designio de mejorar la figura de Pablo VI.
El núcleo del libro es la presión eclesiástica sobre Franco
para que diera mayores libertades políticas. La Iglesia apoyó al
Glorioso Movimiento Nacional porque durante la guerra, "silent
inter ar1na leges"; y a los Gobiernos posteriores por las exigen­
cias de la Segunda Guerra Mundial y de la reconstrucción. Pero
llegó
un momento en que la prolongación de la escasez de repre­
sentación social, pilar del Derecho Público Cristiano,
empezó a
encontrarse sin justificaciones y la Iglesia pedía mayores liberta­
des, sobre todo a partir del Concilio Vaticano
11, en pleno ponti­
ficado de Pablo VI. Este plantea1niento nos parece, en principio,
correcto. Tanto, que antes que a Pablo VI y que al cardenal
Tarancón,
que desarrolla la misma tesis en el libro de sus Con/e-
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siones, se les ocurrió en los años cuarenta y cincuenta a los car­
listas, a muchos tradicionalistas
sensu lato y a muchos católicos
independientes de variados matices, entre ellos a Eugenio Vegas
Latapie, ce-fundador
de esta revista Verbo. En su desarrollo no
fueron apoyados ni por los obispos españoles ni por Roma. Por
dinamizarlo sufrieron persecuciones politicas importantes,
en las
cuales
no gozaron de las atenciones de los obispos ni de Roma,
a
pesar de la bondad de sus tesis y de su condición de militan­
tes católicos acreditados. Contraste
con las amabilidades de Pa­
blo
VI con políticos que sostenían tesis y conductas muy confu­
sas y
que no eran católicos. Cárcel Ortí no señala este contraste,
que no es solamente un recuerdo personal del que esto escribe,
sino
que fue parte notable del clamor ambiental de los católicos
ante Pablo
VI.
Un sincero ~plauso quiero dedicar a don Vicente por señalar
en su libro con nitidez, aunque sin los largos comentarios a que
se presta, que muchos de aquellos, por no decir todos, dirigen­
tes sedicentes católicos
en la oposición política a Franco, que
Pablo VI con sus dedos largos apoyaba, llegada la hora de la
libertad y de la transición desaparecieron de la escena, se quita­
ron las máscaras, se mostraron marxistas y la Iglesia se quedó sin
los valedores
que esperaba de sus generosos apoyos. Tremenda
estafa, divertida burla,
que no hemos visto recogida por los cro­
nistas,
aunque la recuerdan todos los coetáneos. Silencia don
Vicente que el tiempo y la historia han demostrado que Franco y
su gente tenían, pues1 en esto razón, cuando en sus forcejeos con
Pablo VI rechazaban sus presiones hechas en este sector y de
aquella forma.
Algo parecido sucedió
con las ideas, lo cual es lógico, por­
que éstas sin hombres
que las sustenten no son nada. En la con­
frontación entre Pablo
VI y Franco deáan los agentes del prime­
ro
que estaban aflorando, entre gemidos, nuevas corrientes de
pensamiento, nuevas realidades, movimientos y fenómenos so­
ciológicos, por la evolución que el paso del tiempo impone. Los
progresistas de Pablo VI pedían para ellos una especial asistencia
y alianza de la Iglesia y la consiguieron, a pesar de
que llevaban
sin enmascaramientos oposiciones a la doctrina de la Iglesia.
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Luego, en cuanto la naturaleza les proporcionó su verdadero y
secreto objetivo,
que era la desaparición de Franco, se esfuma­
ron. Fue otra y semejante estafa, también tremenda y con ribetes
de suicidio,
que explica la ausencia en la "transición" de fuerzas
politicas poderosas puramente católicas. Un nuevo aplauso para
don Vicente por contarlo y una nueva cara seria por no comen­
tarlo. Y por no recoger el amplio estupor y disgusto que produ­
cía en muchos católicos el contraste entre la insistencia en pedir
a Franco un grado indefinido de libertad, y el no hacerlo a los
pa!ses comunistas e islamistas, y el no ingerirse en la vida politi­
ca de las democracias,
que también tenían sus deficiencias.
Bien adelantada la "transición", todo aquello parece artificial,
porque aquellas presuntas ansias de participación reprimidas
no
se ven por ninguna parte; el número de obreros afiliados hoy a
sus propios sindicatos es inconfesablemente exiguo. Todos los
dias muchos. miles de españoles
se manifiestan en las calles o
hacen huelgas
porque dicen que los diputados y senadores a los
que han votado no les representan; éstos apenas van a las sesio-·
nes; no se sabe para qué sirve el Senado. Al fin, parece obliga­
do un estudio comparativo entre aquella falta de participación
y ésta.
Todo era gaseoso
en aquel ambiente de tensión, imposible
de asir, entre Pablo
VI y Franco y sus respectivos equipos decla­
rados y sus "dedos largos" sospechados. Gaseosas resultan, pues,
muchas páginas
de este grueso libro que por esta condición
serán
peor recibidas por los que no vivieron los sucesos que por
los que reconocemos en ellas reflejos de la realidad. A aquel
malestar contribuían otros aspectos del pontificado del Pablo
VI
no tratados en este libro, como la reforma litúrgica, el abandono
de la sotana, etc., que crispaban a los fieles. Una situación pare­
cida existía anteriormente a la elevación del cardenal Montini
al
pontificado, debida a dos gestiones que hizo a favor de sendos
terroristas, a los intentos de inmiscuirse en la organización sindi­
cal española y otras impertinencias. Tanto, que en el libro de
Caree!
y. en las Confesiones del cardenal Tarancón se habla de
aquellos hechos como preámbulo obligado. Por
mi parte, aporto
a la tradición oral el recuerdo de las reacciones espontáneas e
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inmediatas a la elección del cardenal Montini para el solio ponti­
ficio.
Los "progres" y las izquierdas exultaban con satisfacción
ruidosa y hacían de la primera noticia
un "trágala" festivo contra
los cristianos viejos, que se retiraban cabizbajos.
Las imprecisiones y vaguedades, los términos escurridizos y
la ausencia de citas textuales resultan deplorables
en uno de los
grandes asuntos del libro,
que es la confrontación entre "el espí­
ritu", "los aires nuevos" y "las orientaciones" del Concilio con el
régimen de Franco. Dada
la importancia que se le da a esta cues­
tión, porque la tenía,
se echa de menos, en seguida, la contra­
posición, incluso tipográfica, de textos conciliares literales y com­
pletos
con los c'orrespondientes del ordenamiento jurídico espa­
ñol.
Al Concilio se le atribuían cosas que no decía y a las que
decía se les hacía seguir presuntas y alejadas consecuencias y
desarrollos de otras autorías. Por su parte, Franco violaba cons­
tantemente
en la práctica, en la realidad de la vida diaria, sus pro­
pias leyes.
Especial mención 1nerece la libertad religiosa, amplia1nente
tratada por don Vicente Caree!, porque es ineludible. Ya antes
de su afirmación al cierre del Concilio, su mera inclusión en la
Agenda, había producido disgustos y cavilaciones sin cuento,
porque dígase lo que se diga, era lo que los católicos españp­
les venían impidiendo desde hacía cien años con sangre, sudor
y lágrimas, a ños. Implicaba, además, la libertad de partidos
políticos, con lo
que socavaba los cimientos del régimen. Se
pasaba de la tolerancia como hipótesis a la libertad como tesis.
Era más grave
de lo que parecía y aun no hemos llegado al final
de sus largos flecos. Cárcel ha tenido el acierto de ir señalando
la trabazón íntima de la libertad religiosa con la confesionalidad
del Estado; lo ha
hecho con frases sobrias y dispersas, y esto
último es una pena, porque la importancia del asunto 1nerece
que las hubiera concentrado en un capítulo único, completo y
redondo. No alude a la relación de la libertad religiosa
con la
floración de sectas y
con todas las propagandas anticristianas,
en general.
He dejado para el final, que es su lugar cronológico, otra gran
cuestión del libro, incluída sin obligación
y con valentía, pero dis-
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cutible. Es "La Iglesia y la transición". Transcribo los principales
párrafos:
"La Iglesia fue uno de los factores que facilitaron la tran­
sición a la democracia ...
". " ... la Iglesia logró evitar toda lucha
religiosa y fue
muy positiva esa postura para que pudiera produ­
cirse
en España un cambio político radical sin que se viese ame­
nazada la paz".
La Iglesia "fue una de las instituciones que influ­
yó más poderosa1nente en la nor1nalidad de la transición" "Y el
gran mérito de la actitud de nuestra Iglesia corresponde a
Pablo
VI".
Como observador empedernido y coetáneo atestiguo que
esos párrafos son ciertos. Pero hay que seguir y preguntar: ¿Esa
conducta, silenciosa y transigente de la Iglesia, fue fiel a su
misión? ¿Qué precio ha pagado, y sigue pagando,
por ella? Desde
un punto de vista estrictamente religioso, esa transición, ¿ha
merecido la pena? Esperemos
que estudios más profundos sobre
la "transición" nos den unas respuestas documentadas y lumi­
nosas que este libro escamotea.
MANUEL DE SANTA CRUZ
Danüo Castellano, ed.: EUROPA E BENE COMUNE.
OLTRE MODERNO E POSTMODERNO
<'>
Bajo este título han aparecido publicadas las distintas inter­
venciones que tuvieron lugar durante el XXXIV Convenio Inter­
nacional del Instituto Antonio Rosmini.
Es el propio Danilo Castellano, director del Instituto y a cargo
de
quien se encuentra este volumen, el que señala en el prefacio
de la obra la importancia del tema
que se desarrolla para la
Europa de hoy
en día. Así indica que "en presencia de una crisis
irreversible de
la modernidad y de la postmoderntdad se impo­
ne
hoy una elección que hipotecará el futuro del viejo continen­
te", y en esa elección el bien co1nún, el verdadero bien común,
(•) Edizioni &ientifiche Ita1iane1 Nápoles, 1997, 245 págs.
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