Índice de contenidos

Número 379-380

Serie XXXVIII

Volver
  • Índice

Los criterios fundamentales del vivir humano

LOS CRITERIOS FUNDAMENTALES
DEL VIVIR HUMANO
POR
BALTASAR PÉREZ ARGOS, S. ].
Criterio, medio para conocer la verdad (Bahnes);
norma, regla, principio que nos ilumine para juzgar con
seguridad y rectamente; guía, faro que nos alumbre el
camino con seguridad. Criterio fundamental, impres­
cindible, que fundamenta cualquier otro.
No cabe duda que en todos los órdenes de la vida, sobre todo
en las cosas humanas más sutiles y de más riesgo, el hombre fácil­
mente puede extraviarse. Necesita, por consiguiente, de criterios
certeros para orientarse, de referentes válidos, de faros que le ilu­
minen para discernir la verdad
y asegurarse en sus deteminaciones.
Más en estos tiempos en que los "massmedia" nos bombardean
continuamente con
mil opiniones y noticias sin dejarnos tiempo ni
sosiego para recapacitar y reconocer el camino y no perdernos.
El hombre, consciente de esta necesidad y acuciado por ella,
ha procurado hacerse de esos criterios. Gracias a Dios, podemos
decir que disponemos
de criterios válidos, perfectamente funda­
dos, suficientes para orientarnos
en los campos más fundamen­
tales
de la vida. Conviene recordarlos, recopilar los más urgentes
y decisivos y sacarles brillo. Más el católico, tan amenazado por
tanta confusión reinante.
• • •
El campo primordial del vivir y del quehacer humano que
reclama con urgencia un criterio para reconocer su autenticidad,
su verdad, es, sin duda, el campo de la realidad objetiva.
Verbo. núm. 379-380 (1999), 815-828. 815
Fundaci\363n Speiro

BALTASAR PÉREZ ARGOS, S. ].
¿Contamos con criterio válido para acertar en el conocimien­
to de la realidad objetiva, de su autenticidad? Importantísima
cuestión. Nos va
en ello el saber o no saber si la realidad objeti­
va, que conocemos, lo que conocemos y vivimos es real, tiene
valor óntico, o es puramente objetiva, puro objeto, segun la famo­
sa y conocida explicación de Berkeley,
que afirmaba: "esse est
percipl" (el ser es ser-conocido), la realidad es pura objetividad.
De donde dejar de ser "objeto del conocimiento", de "ser cono­
cido", es dejar de ser "realidad".
La realidad no tiene más consis­
tencia, que
la "realidad de un sueño". Serla como la "realidad" que
se contempla
en una pantalla de cine. En cuanto se deja de pro­
yectar, deja de existir. En cuanto algo deja
de ser pensado (per­
dpl) deja de existir (esse). El "ser" (esse) no tiene más realidad -
que "ser-pensado" (percip1). Es el comienzo del Idealismo.
Aquí más
que hablar de criterio, que no tiene aplicación, hay
que hablar de reflexión, de una reflexión adecuada, especie de
tanteo,
con el que descubrimos que el objeto del conocimiento
no es pura objetividad, está alú; no lo ponemos al conocer, sino
que lo encontramos;
no es puro "percipl", sino "esstf'. Conocer es
abrir
una ventana, no proyectar una linterna sobre una pantalla.
A este convencimiento, tan primordial
en la vida humana, llega­
mos
no por la utilización de un criterio, formulado en términos
lógicos, como suele hacerse; sino
por la aplicación de una refle­
xión adecuada,
una especie de tanteo reflexivo sobre los objetos
que conocemos. Sólo apuntamos el procedimiento. Imposible
desarrollarlo
en tan poco espacio. Pero quede constancia de que
el valor óntico de la realidad objetiva se
ha salvado.
• • •
Acreditado y salvado el valor óntico y transcendente de nues­
tro conocimiento objetivo u objeto del conocimiento, cuestión
primordial
en el vivir humano, lo más importante que inmedia­
tamente se presenta y
donde urge, por lo tanto, disponer de cri­
terio seguro, es el campo
de la verdad de nuestros conocimien­
tos. Se comprende la importancia y transcendencia que tiene para
la vida humana en todos los órdenes, poseer un criterio para
816
Fundaci\363n Speiro

LOS CRITERIOS FUNDAMENTALES DEL VIVIR HUMANO
conocer la verdad y conocerla con certeza seguros de no estar en
la falsedad sin saberlo. Terreno amplio y pedregoso, ¿contamos
con algun criterio para orientarnos
en tan importante y vital
campo? Hemos de decirlo
con satisfacción: contamos con un cri­
terio válido y sumamente luminoso, la evidencia objetiva. La evi­
dencia objetiva es criterio necesario
y suficiente de verdad y moti­
vo universal y supremo de certeza.
Hablamos de evidencia objetiva,
no sólo de la evidencia o
claridad del objeto (evidencia del objeto)
ni sólo de la evidencia
o claridad del conocimiento (evidencia subjetiva).
La evidencia
objetiva es la concurrencia
de las dos claridades o evidencias, la
del objeto y la del sujeto. Un objeto más o menos claro y evi­
dente (evidencia subjetiva). No basta la claridad o evidencia del
objeto, es necesaria la claridad o evidencia del conocimiento. Un
conocimiento evidente que capta
un objeto que tiene su eviden­
cia. Entonces hay evidencia objetiva. Cuántas veces
Jo experi­
menta el profesor
en sus alumnos al enseñar un problema difícil,
que tiene su evidencia (evidencia del objeto) que el profesor pro­
cura hacer ver al discípulo, hasta que el alumno
Jo ve (evidencia
subjetiva). Entonces lo afirma con verdad y
con certeza.
Con este criterio,
la evidencia objetiva, quedan desmontados
los famosos "juicios sintéticos a
prion• de Kant, que son ciegos,
pronunciados
"a priori', es decir, en virtud de un síntesis ciega,
realizada por el sujeto que conoce. Con
Jo que nos liberamos del
idealismo y del voluntarismo kantiano. Peligrosos enemigos.
Perdone el lector
que las pocas líneas que preceden hagan
referencia a
Jo más duro del pensamiento moderno. Mucho
habria que decir al respecto para una exposición al alcance del
lector. Imposible
en tan poco espacio. Pero era necesario para
que el lector sitúe y valore, aunque sea a distancia, la importan­
cia del criterio de evidencia
(cfr. R. VERNEAux, Epistemología gene­
ral, Herder, 1975, pág. 146).
• • •
Otro campo importante1 conectado con el anterior, donde
nos urge, y mucho, un criterio para no perdernos ni hundimos
817
Fundaci\363n Speiro

BALTASAR PÉREZ ARGOS, S. J.
en la inmanencia, que la realidad se reduzca a la realidad que
somos, en que nos movemos y existimos. Para salir de la "inma­
nencia", de una realidad encerrada en sí misma y encontrar otra
realidad,
si existe, que nos trascienda -trascendencia frente a
ínmanencia-, contamos con un trampolín perfecto, el principio
de causalidad,
el unum necessartum con el que llegará Dios, Ser
transcendente, fuera de nosotros, y alcanzarlo con nuestro cono­
cimiento, en la medida, claro está, de nuestra capacidad intelec­
tual. Este Criterio, el principio de causalidad, se justifica, como
veremos, por la evidencia objetiva más patente.
En efecto, la realidad
que somos y nos rodea, existe contin­
gentemente, es decir,
puede existir y puede no existir. Y si exis­
te,
puede dejar de existir, por la sencilla razón de que no tiene
en si y de por si la razón de su existencia. Si la tuviera, existiría
siempre y
no podtia dejar de existir. Ser contingente, es el ser que
no tiene en sí y de por sí la razón de su existencia.
El ser contingente, si existe, evidentemente ha recibido de
otro la existencia. De otro,
no de la nada. De la nada no se reci­
be nada; de la nada no sale nada a la existencia. Es necesario que
otro ser le dé
la existencia. Es lo que afirma el principio de cau­
salidad, a saber:
El ser contingente, si existe; o Jo que existe con­
tingentemente, existe
por otro.
Ahora bien, si el ser que da a otro la existencia es contin­
gente, la habrá recibido de otro y así sucesivamente. Pero el pro­
ceso "in infin.itum"' no explica nada. Cuanto más larga sea la
cadena de seres contingentes, peor se sostiene. Hay que llegar a
un ser que tenga la existencia por sí mismo, no recibida de otro.
Un ser que se sostenga
por sí mismo en la existencia, para poder
sostener a los demás seres en la existencia, que no pueden exis­
tir por sí mismos. El Ser que tiene en sí la razón de su existencia
y
es fuente de donde mana todo lo existente. Es el Ser· necesario.
• • •
El Ser necesario, existente por sí mismo, es esencialmente
singular, porque todo existente es singular. Los universales como
tales
no existen "a parte re!', no existen en la realidad. Ahora
818
Fundaci\363n Speiro

LOS CRITERIOS FUNDAMENTALES DEL VIVIR HUMANO
bien, todo singular es único e irrepetible. Luego el Ser necesario
es esencialmente único e irrepetible. Tal es la razón clara y con­
tundente del
Monoteísmo.
Tan importante es el principio de causalidad, que no nos
puede extrañar tropiece con potentes adversarios, situados lógi­
camente
en el campo del pensamiento panteísta, ya sea el pan­
teísmo evolucionista tipo hegeliano, ya sea del pensamiento pan­
teísta tipo spinoziano.
• • •
Adentrémonos ahora en el campo más cercano de nuestra
intimidad; campo también importantísimo y para nosotros del
mayor interés. También aquí necesitamos de criterio válido y fun­
dado para acertar
en nuestras decisiones y comportamientos que
tanto pueden afectar a nuestra realidad personal y bienestar
humano. Necesitamos de
un criterio para acertar en lo que nos
conviene e interesa Oo bueno); o no nos conviene ni interesa Oo
malo); lo bueno para aceptarlo y lo malo para rechazarlo como
personas inteligentes y libres
que somos. ¿Con qué criterio?
Esa
bondad o conveniencia de los actos humanos; y esa
malicia o no conveniencia de los actos humanos, se denomina
con un término genérico que abarque los dos aspectos (bon­
dad y malicia) "moralidad" de los actos humanos. Con lo que,
simplificando,
podemos preguntarnos ahora genéricamente por
un criterio o norma para conocer la moralidad de los actos
humanos.
Felizmente también disponemos de un criterio o norma de la
moralidad,
bien fundada. Este criterio o norma de la moralidad
es
"la naturaleza humana adecuadamente considerada" (cfr.
ARREGUI-ZALBA, Teol. Mor., 21). Al decir "adecuadamente conside­
rada" se incluye el aspecto más importante y especificativo de
todo ser, su finalidad intrínseca.
La finalidad intrínseca de la natu­
raleza humana, es
la gloria de Dios.
• • •
819
Fundaci\363n Speiro

BALTASAR PÉREZ ARGOS, S. ].
No hacemos más que apuntar, mero recordatorio, una serie de
criterios, absolutamente fundamentales, que
la persona humana, y
desde luego el católico, ha de tener a mano para iluminar con ellos
los caminos de
la vida y no perderse ni naufragar en el mar de con­
fusiones que vivimos, referente sobre todo
al comportamiento
humano ético o moral. Apoyándose
en ellos proceda en conse­
cuencia. Encontrará el camino iluminado y
no se verá arrastrado
por la ola de falsedades e hipocresías que padecemos en todos los
órdenes de
la vida, en lo real, en lo religioso, en lo ético y moral.
• • •
Hay un campo donde el hombre, y más el católico, tiene
especial necesidad
de un criterio seguro, para orientarse. Es el
campo de lo social y
en particular de lo político. Hoy vivimos
apasionadamente
la política. No se habla más que de política y
deportes.
Se fomenta por los "massmedia" de modo incesante.
Hay que formar la opinión pública. Necesitamos con urgencia de
un criterio válido y fundamental que nos ilumine en un terreno
tan controvertido, donde la opinión pública juega un papel de
especial transcendencia.
El criterio más fundamental en política es el siguiente: que el
poder, la autoridad, política, absolutamente necesaria en la socie­
dad política, viene de Dios. Este criterio, primero, se fundamenta
y se descubre
por la razón. Pero dada su necesidad e importan­
cia, Dios mismo se ha dignado revelámoslo y de
modo muy
solemne e insistente. Por
lo mismo es también doctrina constan­
te
de la Iglesia, enseñada de modo particular en el siglo pasado,
en que el criterio contrario de la soberanía popular se extendía
más y más. Véase,
por ejemplo, León XIIT en su famosa encíclica
Diuturnum illud sobre la autoridad política, encíclica que todo
católico debería leer y saber. En ella se afirma:
820
En Jo tocante al origen del poder políüco, la Iglesia enseña
rectamente que
el poder viene de Dios. Así Jo encuentra la Iglesia
claramente
atesüguado en las Sagradas Escrituras
Además, no puede pensarse doctrina alguna más convenien­
te a la razón o más conforme al bien de las gobernantes y de los
pueblos (DI 5).
Fundaci\363n Speiro

LOS CRITERIOS FUNDAMENTALES DEL VIVIR HUMANO
La misma doctrina la expone hermosamente en nuestros días
Juan XXIII en su enciclica Pacem in terris ( 46-52):
Toda la autoridad que los gobernantes poseen proviene de
Dios, según enseña San Pablo: fXJrque no hay autoridad que no
venga de Dios.
El poder, la autoridad que los gobernantes poseen proviene
de Dios:
Por lo que "no puede aceptarse la doctrina de quienes afir­
man que la voluntad de cada individuo o de ciertos grupos es la
fuente primaria y única de donde brotan los derechos y deberes
del dudadano, proviene la fuerza obligatoria de la consütudón
polftica y nace finalmente el poder de los gobernantes del Estado
para
mandar (PT 78).
Tan importante es este criterio para orientarnos en la vida
política, a saber,
que la autoridad o poder político viene de Dios
y no del pueblo; que la Iglesia no tiene inconveniente en admi­
tir cualquier forma de gobierno con tal de que se mantenga este
criterio: "salva siempre la doctrina católica acerca del origen
y
ejercicio del poder politico" (Libertas 32).
• • •
Del hecho de que la autoridad proviene de Dios no debe en
modo alguno deducirse que los hombres no tengan derecho a ele­
gir los gobernantes de la nadón, establecer la forma de gobierno
y determinar los procedimientos y lfmJtes en el eyerddo de la
autoridad
(PT 52).
¿De qué manera interviene el pueblo en la elección de los
gobernantes? Supuesto
que el poder politico viene de Dios dos
son las te01ías que se dan entre los doctores católicos. La teoría
"democrática" de Santo Tomás, Suárez
y Bellarmino, llamada así
porque el pueblo o sociedad política es el primer sujeto del
poder a quien le adviene el poder como "proprietas" resultante
en toda sociedad politica. El pueblo recibe el poder, pero no es
sujeto apto
y efectivo para ejercerlo; por lo que el pueblo tiene
que elegir un sujeto apto y efectivo para ejercer el poder, a quien
821
Fundaci\363n Speiro

BALTASAR PÉREZ ARGOS. S. ].
una vez elegido le traslada el poder, que tiene provisionalmente.
El pueblo es solamente sujeto primigenio, no sujeto apto y efec­
tivo del poder político.
Otra teoria, la de la
pura designación, patrocinada por
Taparelli, Liberatore, Billot, Gabino Márquez, etc. Según esta teo­
ría, una vez constituida la sociedad política por el pacto social,
los socios determinan la forma de gobierno, designan y eligen las
persona o personas
que les gobiernen y una vez elegidas Dios
directa e inmediatamente les da el poder,
no el pueblo, que el
pueblo
no lo tiene. Nada de soberanía popular. Esta teoria de
la "pura designación" la
expone con toda precisión y claridad
León
XIII en su encíclica Diuturnum illud sobre el poder po­
lítico:
Es importante advertir que /ns que han de gobernar los
Estados pueden ser elegidos en determinadas drcunstancías por
la voluntad y el juicio de la multitud, sin que la doctrina católi­
ca se oponga o contradiga esta elección. Con esta elección se
designa al gobernante; pero no se confieren los derechos del
po:Jer. Ni se entrega el poder como un mandato, sino que se esta­
blece la persona que lo ha de ejercer (León XIII, DI 4).
Es interesante notar que León XIII, huyendo "de las huellas
de aquellos que
en el siglo pasado se dieron a sí mismos el nom­
bre de filósofos, afirmando
que todo el poder viene del pueblo"
no quiera saber nada de "democracia política". Por lo que inspi­
rándose
en un Taparelli y en un Liberatore, fautores de la teoria
de
la "pura designación" se inclina por la teoría de la "pura desig­
nación" alejándose así de toda democracia política, ni siquiera
en
el sentido primigenio en que la entendieron todos los grandes
doctores católicos como Santo Tomás, Suárez y Bellarmino.
Los doctores católicos al admitir todos sin excepción que el
poder político viene de Dios y, por consiguiente, que la persona
o personas de los gobernantes reciben el
poder de Dios, ya sea
inmediatamente (Taparelli, Billot), ya sea mediante el pueblo
(Suárez, Bellarmino) que al transmitirles el
poder deja de po­
seerlo; concluyen que los gobernantes representan a Dios, son
"vicarios o ministros de Dios", que deben gobernar y actuar de
acuerdo con la voluntad divina, de cuya autoridad participan.
822
Fundaci\363n Speiro

LOS CRITERIOS FUNDAMENTALES DEL VIVIR HUMANO
Son, pues, responsables ante Dios. Como representantes del pue­
blo
que los ha elegido, son también responsables ante Él, ante
quien
deben responder y dar cuenta de la gestión que el pueblo
les encomendó, su gobierno.
Importante consecuencia.
Si el gobernante recibe de Dios la
autoridad,
es evidente que no puede legislar ni actuar legítima­
mente contra la voluntad de Dios,
que le da el poder, voluntad
que Dios expresa fundamentalmente
en los mandamientos de la
ley natural. Este criterio fundamenta la más sólida garantía de los
derechos humanos
de los ciudadanos. Un gobernante consciente
de
que su autoridad la ha recibido de Dios, jamás atentará y
menos legítimamente contra los derechos de sus ciudadanos.
Tan importante es este criterio para orientamos acertada­
mente
en la vida política, a saber, que el pueblo no es soberano,
que el movimiento católico
de Le Sillon, nacido en Francia en
1891, que afirmaba que la autoridad proviene de Dios, pero
queda en el pueblo, de quien la recibe el gobernante, fue con­
denado
por San Pío X, precisamente por esto, por afirmar que el
pueblo es quien recibe la autoridad de Dios y la retiene. Dicho
con otras palabras, que el
pueblo es soberano; de quien el gober­
nante la recibe como mero mandatario del pueblo soberano.
Oigamos a San Pío
X, en su Carta al episcopado francés del
25 de agosto de 1910; Notre charge apostolique, donde expone la
doctrina
de Le Sillon:
Le Sillon coloca primordialmente la autoridad pública en el
pueblo, del cual deriva inmediatamente a los gobernantes de tal
manera, sin embargo, que continúa residiendo en el pueblo ...
Muy diferente es, en este punto, la doctrina católica que pone en
Dios como
en principio natural y necesario el origen de la auto­
ridad poliüca. Sin duda !,e Si/Ion hace derivar de Dios esa auto­
ridad que coloca primeramente en el

pueblo
pero de tal suerte que
la autoridad sube de abf!}o hacia arriba, mientras que en la
organización de la Iglesia el poder desciende de arriba abajo.
Pero, además de que es anormal que la delegadón ascienda,
puesto que por su misma naruraleza desciende, León XIII ha
refutado de antemano esta tentaliva de conciliación de la doctri­
na católica con el error del filosofismo. Porque prosigue: "Es
importante advertir en este punto que los que ha de gobernar el
Estado pueden ser elegidos en determinados casos por la voluntad
823
Fundaci\363n Speiro

BALTASAR PÉREZ ARGOS, S. ].
y e/juicio de la multitud sin que la doctrina católica se oponga o
contradiga esta elección. Con esta elecdón se designa el gober­
nante, pero no se Je confieren los derechos del poder. Ni se entre­
ga el poder coma un mandato, sino que se establece la persona
que Jo ha de eyercer" (21). Por otra parte, si el pueblo permanece
como sujeto detentador del
poder, ¿en qué queda convertida la
autoridad?
Una sobra, un mito; no hay ley propiamente dicha, no
existe ya la obediencia. I.e Sillon lo ha reconocido (22).
• • •
La Iglesia, verdadera Madre y Maestra, ha querido para que
se fije bien y no se olvide y se actualice continuamente este cri­
terio
-en estos tiempos en que el liberalismo ha oscurecido los
caminos de
la vida política-instituir una fiesta, la fiesta de Cristo
Rey, para recordarlo todos los años. En efecto, el Papa Pio XI, en
una muy notable encíclica, la Quas primas, del 11 de diciembre
de 1925, establece
que todos los años la realeza de Cristo se fes­
teje, se viva y se propague lo más posible, dada
la importancia
de este criterio, que es nada menos que dogma católico (20).
Cristo,
en efecto, es Rey del universo. Él mismo lo confirma
públicamente
Un 18, 37). Con toda solemnidad declara que se le
ha dado públicamente todo poder en el cielo y en la tierra (Mt.
28, 18). Es Rey no sólo por derecho de naturaleza en virtud de
su unión hipostática, sino también
por derecho de conquista
adquirido a costa de su redención (21).
El Padre le confirió como
hombre
un derecho sobre todas las cosas creadas, de modo que
todas están sometidas a su arbitrio (15). De esta soberanía abso­
luta
de Cristo deriva toda autoridad a príncipes y gobernantes.
Los gobernantes legítimamente elegidos mandan no por derecho
propio sino
por mandato de Cristo Rey universal (18). Para recor­
dar esta soberanía de Cristo
tan importante criterio en la vida
política
Pio XI instituye la fiesta de Cristo Rey que nos lo recuer­
de y nos la haga profesar cada año (20).
Este criterio establece lógicamente
en la vida política una
profunda y antitética división, a saber, entre los que aceptan la
soberanía de Cristo
Rey, de donde deriva toda autoridad; y los
que aceptan la soberanía del pueblo, en donde, dicen, reside ina­
lienablemente toda la autoridad. En política
no hay otra división
824
Fundaci\363n Speiro

LOS CRITERIOS FUNDAMENTALES DEL VIVIR HUMANO
más profunda y radical que ésta. Ni derechas ni izquierdas. La
auténtica división, irreconciliable división, como no puede ser de
otra manera, está aquí. No nos engañemos, está entre los que
aceptan la verdad de la soberanía de Dios, concretada en la rea­
leza de Cristo, verdad bien fundada
en la razón y en la revela­
ción;
y los que aceptan la soberanía del pueblo, soberarúa que se
funda
en las doctrinas de Locke y de Rousseau, que no resisten
una crítica adecuada. La soberanía popular ha sido institucionali­
zada
en España, primero en la Constitución de Cádiz de 1812
(arts. 3
y 27) y ahora en la Constitución de 1978 (arts. 1, 2; art.
66)
(Cfr. B. P. A., "La realeza de Cristo o la soberarúa popular",
en Verbo, núm. 361-362, enero-febrero de 1998).
11
Cristo, en su sabiduría y providencia, comprendió que el
católico,
al que convocaba a su Iglesia, además de estos· criterios,
tan vitales, le era necesario
un faro luminoso superior que le ilu­
minara los senderos de la vida sobrenatural, esencial del católi­
co. En
un contexto sumamente ilustrativo por lo común y coti­
diano nos presenta la escena de una familia amiga suya, ·una
familia de tres hermanos, que le reciben y le hospedan en su casa
(Le 10. 38). Sin duda le acompañarían sus discípulos. Para aten­
derlos convenientemente Marta,
una de las hermanas, se ocupa y
se afana
en preparar las cosas. Mientras la otra Maria, se entre­
tiene
en amable conversación con el admirado y querido hués­
ped. Pero llega
un momento en que Marta, agobiada por el tra­
bajo
no puede menos de manifestar, con un tono de queja, que
su hermana no la ayuda, que está sola para tanto como hay que
hacer. Jesús, sin negar la necesidad de esa ayuda, aprovecha para
darnos una lección
y un criterio altamente luminoso. Le habla del
unum necessarium.
Marta se ocupa y se preocupa de muchas cosas. Pero Jesús
le advierte que
es necesario concentrarse y dar la preferencia a
una sola. Al unum necessarium. Cierto que en esta vida hay que
ocuparse de mil cosas. No cabe duda que la actividad de Marta
825
Fundaci\363n Speiro

BALTASAR PÉREZ ARGOS, S. J
es necesaria. Pero la actividad de Maria, también. Y Maria ha
escogido la mejor. Ambas
hay que conjugarlas., En todo caso, sea
cual sea nuestra actividad,
por encima de todo, hay que concen­
trarse
en una sola cosa. Unum est necessartum.
¿Qué será ese Unum necessartum? ¿Qué es o quién puede ser
ese
Unum, que en palabra de Cristo nuestro Señor, es necessa­
rtuni! Sin duda un criterio que nos debe orientar e iluminar en
nuestra agitada vida, en nuestra vida sobrenatural. Ese criterio,
ese
Unum necessarium, no puede ser otro que Cristo, Cristo en
su plenitud. El es la Luz del mundo, el Camino, la Verdad y la
Vida. Quien le sigue
no anda en tinieblas.
Nadie mejor que San Pablo nos hablará
de él:
Para mi vivir es Cristo y morir una ganancia (Fil. 1, 21). No
quise conocer otra cosa entre vosotros, sino a jesucristo y éste cru­
cificado (J Cor. 2, 2). Leyos de mi gloriarme sino en la cruz de
nuestro Señor Jesucristo por la cual el mundo está crucificado
para mi y yo para el mundo (Gal. 6, 14). Con Cristo estoy cruci­
ficado en la cruz.
Vivo, pero no ya yo; sino que Cristo vive en mi
Y Jo que vivo en carne, Jo vivo en la fe del Hijo de Dios que me
amó y se entregó la muerte por mf(Gal. 2, 19),
El Unum necessartum es Cristo en su plenitud. ¿Qué es Cristo
en su plenitud?
Desde luego el
Verbo encarnado, el Hijo Único de Dios,
hecho hombre por nosotros. Crucificado, muerto y resucitado por
salvarnos. Que ha querido perpetuar este sacrificio suyo de la
Cruz,
en el Santo Sacrtficio de la Misa.
En este Santo Sacrificio y por este Santo Sacrificio suyo sobre
el altar, se hace
presente en la eucaristía, donde nos acompaña
día y noche
en el Sagrario.
Cristo
en su plenitud es el Cristo Total que nos incorpora por
el bautismo como miembros de su Cuerpo Místico, la Iglesia, de
quién
Él es la Cabeza.
Todo esto es Cristo en su plenitud. De este Cristo cuya vida
y milagros nos narran los evangelistas, sabemos
que nació de
familia de artesanos, humilde, desconocido, máximo benefactor
en su vida pública, que "pasó haciendo el bien", finalmente
murió crucificado
en precio por nuestra salvación.
826
Fundaci\363n Speiro

LOS CRITERIOS FUNDAMENTALES DEL VIVÍR HUMANO
Sabemos, porque Él nos lo muestra y nos lo afirma, que nos
ama
con un amor inmenso ("in flnem dilexit eos'). Cada uno de
nosotros
puede y debe decir con San Pablo "dilexit me et tradidit
semetipsum pro me".
Es tal el amor que siente por nosotros, que
para hacérnoslo más sensible nos lo muestra simbolizado en su
Corazón de Carne.
Resumiendo. Cristo en su plenitud se concentra en su
Corazón Sacratísimo y en el Santo Sacrlficio de la Misa. He aqui
los hitos de ese
Unum necessarium.
El Unum necessarium. Desde este criterio, desde este faro,
desde el
Corazón Amantfsimo de Jesús se nos ilumina el camino.
Primero, todo lo
que lleve a la devoción al Corazón de Jesús, es
decir, a reconocer al inmenso amor que nos tiene y a correspon­
derle y repararle por lo que se le ofende; segundo todo lo que
lleve a conservar, defender y venerar el Santo Sacrificio de la
Misa, donde Cristo se sacrifica, como lo significa, por ejemplo, el
rito
más apostólico y venerable que conocemos; todo eso es
camino seguro, camino iluminado
por el Unum necessarium.
Lo que nos desvíe y nos aparte del amor al Corazón de Jesús
y al Santo Sacrificio de la
Misa, ¡malo! Mucho cuidado. Por el con­
trario, lo
que nos lleve o quien nos lleve al amor del Corazón de
Jesús, y a la veneración del Santo Sacrificio del altar donde Cristo
se sacrifica
por nuestro amor ¡bueno es! Podemos fiarnos. He
aquí el criterio fundamental.
No decimos nada nuevo, es la enseñanza de los grandes
maestros de espiritualidad de la Iglesia. Insigne de manera espe­
cial
en la promoción de este criterio fue San Ignacio de Loyola.
¿Qué otra cosa es, si no, la tercera manera de humildad, cumbre
de sus Ejercicios Espirituales?:
La 3. ª es humildad perfectfsima, es a saber, cuando inclu­
yendo la 1. • y la 2. •, siendo igual alabanza y gloria de la divi­
na niajestad por imitar y parescer más actuabnente a Christo
nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Christo pobre,
que riqueza, opprobios con
Christo, lleno de ellos, que honores,
y deseo
más ser estimado por vano y Joco por Christo, que pri­
mero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este
mundo {167).
827
Fundaci\363n Speiro

BALTASAR PÉREZ ARGOS, S. J.
El mismo San Ignacio, en el Examen que escribió, previo a
las Constituciones de la Compañía de Jesús. Resalta este criterio
con estas notables palabras:
Es mucho de advertir encareciendo y ponderándolo delante
de nuestro Criador
y Señor, en cuánto grado ayuda y aprovecha
a la vida espiritual, aborrecer en todo
y no en parte cuanto el
mundo ama
y abraza; y admitir y desear con todas las fuerzas
posibles cuanto Cristo nuestro Señor ha amado y abrazado(Ex. c.
4, n. 44).
Prosigue este memorable pasaje coincidiendo casi literalmen­
te con la
3.' manera de humildad.
Terminenos.

Jesucristo ayer, hoy y siempre
(Heb. 18, 8). El
Camino, la Verdad y la Vida (}n 14, 6). La Luz del mundo (}n. 8,
12). He aquí el Criterio fundamental, el Unum necessarium.
A nosotros no nos queda otra cosa sino enamorarnos de Él y
ser
en el mundo sus testigos (mártires) de su causa.
828
Fundaci\363n Speiro