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Número 379-380

Serie XXXVIII

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Los católicos en política: tentaciones pelagianas y pluralidad de partidos

LOS CATÓLICOS EN POLÍTICA:
TENTACIONES PELAGIANAS Y PLURALIDAD
DEPARTIDOS
POR
LUIS MARJ'A SANDOVAL
Al referirnos a los católicos en la política es preciso hacer la
salvedad previa de
que en España la inmensa mayoría de los ciu­
dadanos y de los políticos está bautizada
y, como tal, es católi­
ca a los ojos de la Iglesia. No se trata
en este lugar de investigar
por qué la mayor parte de esos católicos no se interesa en com­
portarse como tales, y menos que nada cuando se trata de la
política. Circunscribimos el tema a los católicos conscientes y alegres
de su condición que pretenden ser fieles a Cristo y a su Iglesia
en la medida de sus fuerzas e impetrando Su gracia. De lo cual
se sigue que entre ellos
-entre nosotros--los argumentos que
se pueden emplear, y los que han de primar absolutamente, son
los espeáficamente cristianos.
En este congreso la doctrina cristiana
no es una opinión más,
sino
la enseñanza derivada de la única verdad revelada. Por ello
los argumentos teológicos
no están fuera de lugar, porque para
emplear los argumentos del mundo, de lo "útil" de tejas abajo,
no
hace falta reunirse en tanto que católicos. Es más: se estaría
cometiendo una irreverencia o algo más grave al emplear la reli­
gión más como señuelo
de reclutamiento que como criterio cier­
to de salvación.
• • •
Verbo, núm 379-380 (1999), 837-856.
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LUIS MARÍA SANDOVAL
Pelagianismo político
Ante el dilema que plantea la primera ponencia ("El aistia­
nismo en la vida pública: simples valores o una presencia verda­
dera"), la contestación que
parecerla prudente -sobre todo por
causa de las circunstancias-- es que los católicos debemos actuar
en política realizando una campaña por los valores. Es decir: no
presentar nuestra política como una política cristiana, sino más
bien ocultarlo u omitirlo, al menos a base de no insistir en su fun­
damento religioso sino
en los valores humanos.
Y, en consecuencia, se deberían crear agrupaciones políticas
aconfesionales que acometan acciones prácticas de promoción
de determinados valores sobre los
que se puedan establecer
coincidencias y
que no atraigan rechazos. De ese modo, gra­
dualmente, se
aproximarla la política a un orden aistiano, sin
decirlo y sin que se perciba. Porque lo importante son las reali­
dades y
no el nombre, y se trata de conseguir vender determina­
da política, con
una marca lanzada al efecto y mediante un mar­
keting inteligente, sin decir a quién pertenece.
El presupuesto a todo ello seria acertar en la estimación de la
dosis de cristianismo que nuestros contemporáneos son capaces
de
admitir sin rechazos, para ceñimos a ella sin pretender sobre­
pasarla con excesos contraproducentes.
• • •
Esa es la respuesta prudente ... aparentemente. Pero de la pru­
dencia de la carne.
Los caminos de Dios no son nuestros cami­
nos. Y la Iglesia y los católicos,
en cuanto tales, no tenemos otra
ciencia
que la de Cristo, que ya sabemos que es escándalo para
los gentiles.
La teoría de los consensos puntuales en valores humanos es
inaceptable como política católica porque se
puede identificar en
su fondo una tendencia de fuerte sabor pelagiano, aunque acla­
rando que dicha influencia
es inadvertida, y por lo general queda
circunscrita
en los que la padecen sólo al dominio de la vida social.
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LOS CATÓLICOS EN POLfTICk TENTACIONES PELAGIANAS Y PLURALIDAD DE PARTIDOS
Alertarnos de la tentación pelagiana ha sido el objeto más de
una vez de voces lúcidas, como la revista 30 Giomi. Es sabido
que el pelagianismo fue la única de las grandes herejías de
la
antigüedad con origen y arraigo en Occidente, y que hoy sigue
siendo
la tentación típicamente occidental.
Recordemos que el pelagianismo es
un sistema que niega el
Pecado Original, y con
él la Redención. En consecuencia se deva­
lúa el
papel de la Gracia, y Cristo queda convertido en un ejem­
plo y maestro de vida.
La salvación se alcanza por las fuerzas
humanas con el auxilio
de la buena doctrina. Es patente la
coincidencia
en este último punto con el iluminismo de la Ilus­
tración y los posteriores mitos ideológicos que
ponen la solución
en alguna Ciencia, tratando de conseguir un reino de Dios en la
Tierra y
por obra de los hombres solos.
Dejo de lado que
la terminología de los valores hace referen­
cia a una moral carente de fundamentos metaffsicos, intuida y a la
postre subjetivista,
por bienintencionada que sea. Y que la palabra
"valores"
no posee la riqueza espiritual del término cristiano "vir­
tudes" ni consiente una enumeración sistemática comparable.
Lo que deseo apuntar es que la alternativa planteada de una
política exclusivamente centrada
en los "valores" (por cierto:
¿cuáles?,
¿y por qué ésos y no otros?), en vez de fundada explíci­
tamente en Cristo, puede ser muy mundana, pero es poco cris­
tiana, posee un tinte pelagiano, y está refutada por razones de
todo género:
l. La primera objeción es una razón práctica de primera
magnitud. Nadie fuera de aquí se va a creer que nos muevan sólo
los valores (como
no lo hacemos nosotros). Y nuestro cristianis­
mo cuidadosamente velado se nos nota y notará siempre -gra­
cias a Dios-a la legua. Con lo cual, para llevar adelante una
táctica del género indicado, habrá que negar nuestro cristianismo
en política muchas más veces que lo hizo San Pedro. Todo lo
cual nos resta credibilidad desde el principio.
11. Objeción más importante es que tratándose de algo cris­
tiano
no es admisible pretender -como se afirma a veces ale-
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LUIS MARÍA SANDOVAL
gremente--que lo importante es conseguir que se acoja "la cosa"
aun sacrificando el nombre. Porque el nombre viene de Cristo, y
Su nombre es el único que ha sido dado a este mundo para
traerle la salvación
en todos los aspectos (Hch 4,12).
Tal ocultación implica
una ofensa al nombre de Jesús por
más que a muchos la postura esbozada les haya tentado y tiente
con maliciosa persuasión. Ello procedería
de una concepción del
cristianismo como ideología con virtud propia y separable
de
Cristo.
IIL Además, el desarrollo práctico de la táctica de los valo­
res nos muestra rápidamente sus limitaciones. Frente a "nuestros"
valores otros esgrimen "sus" valores. Así, frente al derecho a la
vida del nasciturus el derecho a clisponer del propio cuerpo. Y
entonces ¿qué? No el cliálogo, porque para que exista éste se pre­
cisa
una base común. Desde posiciones subjetivas -y el juicio
de valor lo
es--, encontradas e irreductibles, el intercambio de
palabras no tiene ténnino ni registra avances.
La actual solución que se brinda a ello consiste en fijar un
marco social de tolerancia y neutralidad, pero viciado, porque
siempre se considera más neutro no el punto medio -a veces
imposible-sino el mínimo menos exigente, y éste resulta ser
siempre el acatólico.
Se nos muestra aquí la raíz pelagiana del recurso a los valo­
res, que niega implícitamente el Pecado Original y confia
en las
virtudes del discurso racional, ignorando su limitación práctica
en
el presente estado de naturaleza caída.
La Iglesia -es decir, todos nosotros--no se puede confor­
mar
con un orden social que legaliza iniquidades graves, "anti­
valores". Pero es importantísimo recordar que la Iglesia
no puede
pretender un magisterio autorizado en materia de valores mora­
les si
no es como depositaria de la autoridad de Cristo. Sin recu­
rrir a
la Palabra de Dios la nuestra es una opinión más, y no
demasiado autorizada puesto que nuestros sacerdotes y obispos
no suelen estar titulados en sociología o econonúa.
Es verdad que el Orden Natural es en principio accesible a la
razón humana. Pero
en nuestro actual estado no lo es a todos,
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LOS CATÓLICOS EN POÚT/Ck TENTACIONES PELAGIANAS Y PLURALIDAD DE PARTIDOS
completamente, y con la facilidad, seguridad y rapidez necesarias
para la eficacia social.
Sin la sanación de la Gracia y la guía del
Magisterio asistido por el Espíritu Santo, la razón, disminuida
por
la Caída y agitada por las pasiones, no puede por sí sola hacer
una política justa. La encíclica Fides et ratio es una muestra
reciente de cómo la
Fe debe acudir a salvar a la razón.
IV. El mismo argumento posee un reverso positivo. No sólo
no se puede evitar el mal -tampoco en política, puesto que no
hay nada humano no afectado por el Pecado ni exento de la
potestad
divina-dejando al margen a Cristo y su Gracia. Es que
tampoco se puede hacer el bien a fondo sin Él.
La propuesta de construir una política que sea cristiana sin
decirlo postulando
una lista de valores equivale en primer lugar
a proponer
un cristianismo meramente moral y sintético. La polí­
tica
de valores es a la política cristiana lo que el monstruo de
Frankenstein
-mito del hombre sintético-es a la naturaleza
humana creada
en el origen por Dios y con Cristo, hombre per­
fecto,
por modelo. De una Religión derivará siempre una moral,
pero una ética nunca engendrará una religión.
Y, en segundo lugar, la táctica de los valores implica el inten­
to de construir con las solas fuerzas naturales
una política justa
de la
que Cristo sea la añadidura a entronizar a posterior!. Pero
las palabras de Cristo nos dicen lo contrario. Primero es el Reino
de Dios y el seguimiento de Cristo y luego la añadidura, incluso
en este mundo (Mt 6,33; Le 12,31; Mt 19,29; Me 10,30).
León
XIII pudo escribir que penetrada de religión cristiana la
civilización europea produjo bienes superiores a toda esperanza
meramente humana ([mmortale Dei,
§ 9). Y es que las socieda­
des reciben la sanción
de sus méritos en este mundo. No pode­
mos querer que se prive a la sociedad de esa bienaventuranza
adicional que procede de Cristo.
V. Es también cuestión de experiencia, que en política se
llama historia.
El conocimiento de la primera evangelización de
Europa nos confirma
que primero fue el bautismo de los pueblos
-significado por el de sus principes políticos-y luego la pau-
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LUIS MARÍA SANDOVAL
latina adaptación de sus instituciones a la moral cristiana en vir­
tud de la previa aceptación de la autoridad divina que la pro­
mulgaba y de sus ministros
que la enseñaban.
En estos momentos de Nueva Evangelización, los
que con
dolor vemos convertido a nuestro continente
en el lugar promi­
nente de la crisis de Fe y del
atefsmo teórico y práctico no pode­
mos desdeñar el ejemplo
de los que supieron cristianizar Europa:
misioneros y bautizados, obispos y reyes, nos mostraron que pri­
mero era el bautismo de las monarqufas y luego la adaptación de
las instituciones,
no al revés. Vistos los fecundos resultados que
nos legaron, de los cuales vivimos todavía pese a todo lo perdi­
do,
no podemos dejar de lado el ejemplo de aquella primera
evangelización de Europa para su segunda y necesaria Nueva
Evangelización.
VI. Finalmente, existe
un motivo de índole metafísica para
no pretender esa construcción de una sociedad naturalmente
recta y luego su bautismo. Dios nos concede que
por un solo
acto de
Fe seamos acogidos en la Iglesia como hijos adoptivos
suyos
por el Bautismo, y luego nos otorga el resto de la vida para
ajustarla al compromiso cristiano.
Repudiar los pecados más flagrantes graves es algo elemen­
tal y breve, al menos en su enunciado. Pero nadie puede pre­
tender agotar
en su vida la riqueza espiritual de la religión cris­
tiana con sus múltiples virtudes. Otro tanto se ha de decir del
orden político, que se construye a partir del hombre y
por ana­
logía.
El bien común integral comprende la dimensión religiosa del
hombre. Una vez hecho el propósito sincero de ajustarse a la
Ley
de Dios, ningún orden social, como ninguna persona, puede pre­
tender haber agotado la moral cristiana que le afecta. Por el con­
trario, esperar a alcanzar
un orden virtuoso para cumplir el deber
religioso de proclamarlo cristiano es posponer esto último a
un
imposible, puesto que no tiene término. Siempre precederá el
compromiso con Cristo
al crecimiento en las virtudes.
• • •
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LOS CATÓLICOS EN POLITICk TENTACIONES PELAGIANAS Y PLURALIDAD DE PARTIDOS
Muchas y graves son, como hemos visto, las objeciones a
esa cauta táctica de los valores que renuncia a declarar su
esencia cristiana. Táctica
que corresponde al pensamiento débil
en materia de inspiración cristiana. Porque de suyo inspiración
debería referirse al espíritu animador, al alma que da forma y
que por consiguiente es esencial; y sin embargo el cristianis­
mo político en versión "light" emplea la inspiración cristiana
con un vago sentido de influencia que, además de externa, es
una más y tomada sólo parcialmente, al propio gusto o a la
carta. He intentado mostrar la subyacente tendencia pelagiana de la
táctica de los valores, que la hace inaceptable y plagada de difi­
cultades. Conviene explicar cómo
puede llegar a producirse una
tal atracción y recordar cuál es el camino idóneo a seguir de un
modo afirmativo.
• • •
Los cristianos corremos el peligro de incurrir involuntaria­
mente
en la tentación pelagiana por inercia mental.
Hasta hace relativamente poco Europa era
un continente de
fortísimo fondo cristiano,
en el cual habla que predicar renova­
damente, eso
sí, la reforma de las costumbres. Pero la acción de
corrientes adversas deliberadas nos han conducido a
una situa­
ción de apostasía tranquila, como se ha dicho
en el reciente síno­
do de los obispos sobre Europa. Y muchos siguen planteando
como antaño
una tarea moralizadora, cuando lo que falla es la Fe
en la que se apoyaba, en tanto alguno se· engaña en ese sentido
para evitar confrontaciones. En la Nueva Evangelización debe­
mos evangelizar la esfera política sin respetos humanos y su
moralización se nos
dará por añadidura.
La salvación de la sociedad española y europea pasa prime­
ro, como
la individual, por la Fe. Los cristianos no debemos sem­
brar falsas esperanzas en nuestros conciudadanos acerca de cua­
lesquiera otros expedientes filosóficos o sociales que no dan la
salvación. Y debemos predicarles
con el ejemplo. Si nosotros mis­
mos
no nos organizamos en asociaciones y partidos católicos
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LUIS MARÍA SANDOVAL
¿cómo daremos testimonio de que creemos que la Religión cons­
tituye la mejor base de la vida social?
Y
no se trata de imponer nada. Seria discriminatorio que en
una democracia todos se agruparan por afinidad de principios y
en nombre de los mismos, con el propósito de fundar el gobier­
no de la sociedad en ellos, y que los cristianos no pudiéramos
hacerlo
con igual derecho y legitimidad.
Y si fuéramos nosotros quienes renunciáramos a ello por una
suerte de autocensura ¿qué crédito inspiraríamos si al tiempo pro­
fesáramos
poseer la verdad -y con origen divino-pero que en
la práctica es mejor no aplicarla?
Porque la política
es un saber práctico. Unos principios mora­
les y sociales
no pueden ser verdaderos y no aplicables. Así, es
incongruente un socialista que cree ideales la estatalización de la
producción o de la enseñanza pero juzga preferible no llevarlas
a cabo. Su práctica testimonia contra sus teorizaciones.
En nuestro caso,
si en la práctica es mejor conformarse para
siempre con un sistema ajeno, neutro y agnóstico, se está dicien­
do que el orden católico es una utopía errada y que, en punto a
legisladores (no
hay otros que los prácticos), los hay más acerta­
dos, prudentes y convenientes que Jesucristo.
Otra cosa es que el orden cristiano no sea aplicable de inme­
diato
porque han de ser removidos los males que nos alejan de
su puesta en práctica. Lo cual habrá de ser efectuado con toda la
energía
que podamos y sin admitir más demora que la forzada.
• • •
Existe otro efecto del pelagianismo implícito (soberbia huma­
na y humanista) en que estamos inmersos:
La negación del Pecado Original surte respecto a nosotros el
efecto
de sobrestimar nuestras propias fuerzas. Y de ahí procede
la confianza en llegar a un consenso racional con los incrédulos
sobre los valores y a
poder aspirar a un orden justo del que Cristo
sea la añadidura a posteriori
en vez del fundamento visible.
Pero la negación del Pecado Original se predica de todos, y
por consiguiente no tenemos ya adversarios, porque no existen
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LOS CATÓUCOS EN POL!TICA.-TENTACIONES PELAGIANAS Y PLURALIDAD DE PARTIDOS
malvados. Toda la dimensión de lucha entre el bien y el mal
desaparece
en nuestro interior y, más aún (porque es más incó­
moda y nos da una apariencia intolerante)
en la sociedad.
Los cristianos afrontamos así en el interior de nuestras filas una
doble tentación pelagiana respecto a la vida pública: el cristianismo
light de los valores sin Cristo, y el panfilismo (ingenua creencia de
que todos son amigos), que desea la justicia pero
no el combate
por ella, como si la iniquidad existente pudiera reinar sobre este
mundo sólo
por error sin la colaboración de voluntades inicuas.
Ciertamente, éstas
son almas que también deben ser rescata­
das del mal.
Pero cuya actuación, sobre todo la
de alcance social, debe ser
rechazada y combatida con enérgica firmeza. Y comprendiendo
que se trata de una confrontación animada por el odio y la mala
fe de su parte, y no de un apacible diálogo. Nunca, desde luego,
podemos eludir hasta los mismos términos
que evocan la lucha
y exhortan a la militancia
en ella.
• • •
El camino correcto para enfocar la actitud del cristianismo en
la vida pública, totalmente opuesto al pelagiano, es el de la pre­
dicación abierta de Cristo, también
en la política, y que en este
momento se
puede comenzar a plasmar por la formación de par­
tidos católicos.
Es el que ha reafirmado el Concilio Vaticano II en un pasaje
importantísimo para nuestro
fin, que sin embargo no ha sido
nada desarrollado y que yace casi
en el olvido.
El Concilio "deja íntegra la doctrina tradicional católica acer­
ca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con
la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo"
(Dignitatis
humanae,
§ 1).
Muchos han puesto tanto interés y énfasis en la inmunidad de
coacción civil en materia religiosa, en su relativa novedad, y en el
modo de articular esa libertad religiosa con lo anterior, que, en la
práctica, parece
que a esa libertad se redujera todo, y que más
fuera una nueva doctrina (peligrosamente monista con su único
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LUIS MARÍA SANDOVAL
principio) que hubiera sustituido a la anterior, que una tesis que
integrar
al conjunto de las anteriores, que permanecen mtegras.
Es sabido que Cristo es el Alfa y el Omega de todo lo crea­
do, también de la sociedad. Cristocéntrica tiene que ser nuestra
visión de la política. Por ello debemos recordar toda esa doctri­
na política católica tradicional, estudiarla y reformularla para pro­
ponerla y ponerla por obra.
Repito
que se trata de una enseñanza conciliar que se está
eludiendo. Y que
no es un pasaje de pura fórmula lo prueba que
el Catecismo de la Iglesia Católica haya querido recogerlo literal­
mente
(§ 2105).
También el Catecismo nos remite expresamente a dos encí­
clicas (y son relativamente pocas las que cita del inmenso acervo
del Magisterio), fundamentales para el politico católico y aun
para el simple católico
en cuanto ciudadano responsable: Jmmor­
tale Dei
y Quas Primas, que tratan, respectivamente, sobre los
deberes del Estado con
la Religión y sobre la Realeza Social de
Cristo
(§§ 1898 y 2105). Con lo cual se nos dice que su enseñan­
za está vigente, como no podía ser menos, dada su firme funda­
mentación teológica.
Desde luego que su aplicación precisará, como tantas otras,
adaptaciones para nuestra circunstancia. Lo que no es reverente,
ni honesto intelectualmente, es ignorar su existencia, omitir su
contenido, o
no molestarse en investigar e indicar en qué modo
siguen vigentes y son aplicables sus tesis.
Termino recordando
un pasaje de la segunda enciclica cita­
da, que estableció la Fiesta litúrgica de Cristo Rey para
que anual­
mente se recordara su contenido, y que nos orienta en un senti­
do totalmente opuesto a las argucias, disimulos y acomodamien­
tos a la corriente propios
de la táctica de los valores: "Cuanto
mayor es el indigno silencio con que se calla el dulce nombre de
nuestro Redentor
en las conferencias internacionales y en los
Parlamentos, tanto más alta debe ser la proclamación de ese
nombre por los fieles y
la energía en la afirmación y defensa de
los derechos de su real dignidad y poder"
(Quas primas§ 13).
• • •
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LOS CATÓLICOS EN POL['/TCA: TENTACIONES PELAGIANAS Y PLURALIDAD DE PARTIDOS
En resumen:
Los católicos deben preferir netamente la organización de
partidos
que sean tales constitutivamente para actuar en política,
igual
que hacen, por otra parte, en los demás ámbitos asociativos
(así la enseñanza).
La alternativa propuesta de efectuar (ya sea por convicción o
por táctica) una intervención aconfesional centrada en valores
concretos presenta grandes contraindicaciones prácticas y de
principio, siendo la más grave que supone una concepción sub­
yacente afín a la herejía pelagiana.
Para constituir dichos partidos políticos católicos
es preciso
que se renueve el estudio, la ampliación y la presentación de la
doctrina tradicional de los deberes de las sociedades para con
Cristo y su Religión, tal y como enseñan el Concilio Vaticano Il y
el Catecismo de la Iglesia Católica.
• • •
Pluralidad de partidos políticos católicos
A la pregunta que se plantea en la segunda ponencia ("¿Son
posibles hoy los partidos
de inspiración cristiana?") cabe contes­
tar que, evidentemente, los partidos políticos católicos
son posi­
bles
en abstracto porque han existido y existen, tanto en nuestra
Patria
en el pasado como en otros países en el presente.
Si reducimos el ámbito de la cuestión a si son posibles en
España y hoy, no se trata ya de una posibilidad teórica, sino de
cuestiones prácticas, cuando
no de condiciones ocultas que no
figuran en la cuestión misma.
• Contestando a la pregunta
en sí misma hay que decir que
son posibles legalmente porque no existe impedimento
en el actual ordenamiento jurídico que discrimine a los
cristianos para ello, como puede suceder en otras partes
del mundo.
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WIS MARÍA SANDOVAL
• También hay que contestar afirmativamente respecto a la
existencia de posibles afiliados. Son muchos los militan­
tes de movimientos católicos que manifiestan su incomo­
didad a la hora de las elecciones
por no tener ninguna
opción que satisfaga los mínimos morales absolutamente
exigibles, es decir, que en su programa no consientan y
respalden posturas radicalmente contrarias a la Ley de
Dios, lo cual difiere sustancialmente de que sean mera­
mente imperfectas o deficientes.
Hay que recordar que la situación política actual es la de unos
partidos de izquierdas que reclaman abortos más libres y unos par­
tidos de centro que se declaran satisfechos con su legalización pre­
sente y están dispuestos a mantenerla (con sus cincuenta mil víc­
timas inocentes anuales), cuando
no legalizan adicionalmente la
píldora abortiva. En detrimento del matrimonio, por la conversión
de las uniones de hecho
en parejas de derecho -incluso las
homosexuales-, la diferencia es, incluso, menor, y en no remover
el divorcio, causa de desquiciamiento social y pérdida de valores
morales, la complicidad unánime es absoluta.
Cuanto más coherentes
con la vida cristiana son los católicos,
el desasosiego ante la presentación de alternativas que son malas
todas es mayor. No olvidemos que los temas de moral familiar y
de la vida se deciden también
en los niveles municipales con los
registros de parejas de hecho y los consultorios de planificación
familiar. Por lo
que la monopolización de la representación, de la
nacional a la municipal,
en manos de los partidos políticos con­
vierte a todas las citas electorales
en capciosas cuestiones de mal
menor que violentan o estragan las conciencias.
Por parte de los fieles consecuentes la posible aparición de
partidos que respondan a
una inspiración cristiana será bien aco­
gida y secundada. Siempre y cuando la inspiración cristiana del
partido sea la única y la sustantiva,
no si se trata de un reclamo
para partidos
que comparten varias inspiraciones de modo fluc­
tuante y ecléctico, trasunto político del cristianismo a la carta. Y
si un partido es de inspiración cristiana única y sustantiva es per­
fectamente indiferente llamarlo así o partido cristiano a secas.
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LOS CATÓLICOS EN POL!11Ck TENTACIONES PELAGIANAS Y PLURALIDAD DE PARTIDOS
• Pero queda un factor importantísimo, sin el cual los par­
tidos políticos católicos
no son prácticamente posibles, y
es el respaldo de la Iglesia docente, episcopado y clero.
Si en España nos planteamos la cuestión que hoy nos
reúne con casi
un cuarto de siglo de retraso respecto de
la legalización de los partidos políticos
en nuestra patria
es porque
en su momento la jerarquía eclesiástica desa­
lentó activamente
su creación, y asi consta ya en los
libros de memorias y de historia.
Para los católicos laicos
la asociación entre ellos es un dere­
cho, también
en la esfera política. E incluso un deber de estado
y apostolado, porque debemos ser cristianos siempre, ya coma­
mos, ya bebamos, ya votemos. Pero
si nuestras jerarquías, en vir­
tud de su propio juicio prudencial acerca de la política, desauto­
rizan las iniciativas laicales, los fieles, por reverencia aunque con
desazón, tendremos que desistir.
En esta comunicación, para
que sean posibles de hecho los
partidos políticos católicos, deseo plantear abiertamente,
con re­
ferencia a la experiencia, algunas cuestiones prácticas que po­
drian hacer vacilar la decisión de crear y respaldar esos partidos,
aunque los principios que los apoyan sean claros y evidentes.
Esas cuestiones son, entre otras, la posibilidad de éxito, el res­
paldo eclesiástico,
la seguridad de confrontaciones, el sabotaje
desde
el centro, el temor a la identificación de la Fe con un
partido, y la garantía de la unidad y pluralidad política de los
católicos.
l. Para muchos la pregunta de si son posibles hoy partidos
políticos católicos significa
en realidad: "¿son posibles hoy parti­
dos políticos católicos con posibilidades de triunfo inmediato?".
Y
no basta con contestar sin complejos "no" sin reprobar, además,
la inmoralidad del planteamiento.
La fundación de partidos políticos católicos supone implicar
factores morales y religiosos que
no se compadecen con el ansia
de triunfo inmediato.
Obedecen a un sentido de deber ineludi­
ble.
Quien atiende lo primero a la posibilidad de triunfo inme-
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LUIS MARIA SANDOVAL
diato manifiesta que no le guía un puro espíritu de servicio. En
realidad, el solo dar testimonio de
la verdad -también en políti­
ca-no es nunca despreciable cosa para el cristiano.
Pero desde el punto de vista meramente humano es
innatu­
ral, y en ese sentido diríamos inmoral, esperar un éxito inicial sin
atravesar todas las fases de siembra, preparación
y maduración.
Para no salir de nuestro marco inmediato, a la vista de todos
está el ejemplo de la larguísima travesía del desierto de Alianza
Popular, luego Partido Popular, con varias reconversiones, cam­
bios y recambios en la presidencia para romper su techo, etc.
Sería tentar a Dios querer ser eximidos milagrosamente de la
mar­
cha natural de las cosas.
Por supuesto
que el deber del cristiano es poner los medios
para que su actuación en todos los terrenos sea eficaz y no un
gesto simbólico. Pero quien tenga prisa en llegar a término debe
apresurarse a iniciar el camino. No hay otra receta.
A largo plazo, la posibilidad de éxito no es ni mucho menos
remota, a
no ser que juzguemos desde la ambición de alcanzar
directamente el
poder y no, simplemente, desde el intento de
orientar la política española al bien común en asuntos criticos.
Para ello
no hace falta la mayoria, como demuestra desde hace
veinte años
la política de Convergencia i Unió. Se trata de pre­
sionar alternativamente, con toda la dureza necesaria, a quien
desee el apoyo de los diputados católicos para formar mayoria.
Es evidente que la moral católica es de un valor infinitamente
superior a los objetivos del catalanismo nacionalista, y
por lo
tanto merece mucho más que se empleen a su servicio estas tác­
ticas perfectamente establecidas y aceptadas en una democracia.
En cualquier caso,
en el terreno de las posibilidades de éxito
de los partidos políticos católicos la catequesis de la Iglesia es la
clave. Si los c_atólicos reciben de la Iglesia la enseñanza de que
la participación política de acuerdo a la Fe y la moral católica es
un deber grave de conciencia existirá pronto la base para fuertes
partidos políticos cristianos.
Si la enseñanza habitual -no pun­
tual-de la Iglesia hace referencia a vagos votos en conciencia
(que se interpretan
en general como votos ad libitum), no exis­
tirá, ni pronto ni tarde, una respuesta adecuada en política de los
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LOS CATÓLICOS EN POL!11CA.-TENTACIONES PELAGIANAS Y PLURALIDAD DE PARTIDOS
bautizados, y mucho menos posibilidades de éxito, entendido
éste como la rápida consolidación de una fuerza partidaria.
11. Esto nos conduce a otro tema delicado, pero impres­
cindible.
Cuando,
por los motivos que sean, no existen partidos polí­
ticos sustancialmente católicos, los fieles
pueden abstenerse o
entrar
en los arriesgados cálculos del mal menor.
Pero
si existen partidos sustancialmente católicos y otros que
no lo son porque sus programas infringen gravemente manda­
mientos esenciales de la moral cristiana, entonces será un deber
de todo el clero recordar a los fieles que están obligados, bajo
pecado grave, a elegir entre las candidaturas católicas,
pero de
ningún modo dar su voto a las que
no lo son y emplearán tal
apoyo para imponer inmoralidades graves
en la sociedad civil.
Esto
no es un parecer personal extravagante y aislado, sino
una conclusión absolutamente lógica de la naturaleza de las
cosas.
m. Con lo cual venimos a recordar algo que no agrada, y
es
que la misma aparición de partidos católicos supone renovar
una confrontación. No iniciarla, sino hacerla más patente.
Los partidos son, por su propia definición, cuanto menos riva­
les, con frecuencia adversarios, y muchas veces enemigos, con
una hostilidad limitada por las normas constitucionales. Todo par­
tido compite iniciahnente
con los demás en programas y por los
sufragios, aunque luego se avenga a transacciones o pactos en
cuanto a aquellas medidas de gobierno que permiten gradación.
Pero
en el caso de los principios diametralmeote opuestos, de
las concepciones del mundo distantes o deliberadamente contra­
rias a
la cristiana (como de ellas mismas entre sO, la existencia de
un partido que sustenta principios contrarios focaliza una confron­
tación que
no se limita a los hemiciclos, sino que se alimenta per­
manentemente
en los medios de formación de la opinión pública.
Si se va a retroceder siempre ante la segura posibilidad de
confrontaciones no se debe perder ni un minuto más en consi­
derar los partidos políticos católicos: no son posibles en tanto
851
Fundaci\363n Speiro

LUIS MARÍA SANDOVAL
que no aceptamos sus consecuencias naturales. En realidad debe­
ñamos considerar
que no vamos a ser, como disápulos de Cristo,
mejor tratados
que nuestro Divino Maestro, que siempre fue y
será signo de contradicción y
por causa del Cual se dividirán
incluso las familias.
Es necesario que asumamos esa ineludibili­
dad sin retroceder ante ella.
Durante largo tiempo se ha retrocedido ante toda. incipiente
confrontación de los católicos
con quienes no lo son y desean
expulsar la moral verdadera de la sociedad
por temor a resucitar
la Guerra
Civil.
Creo que esa actitud debe ser modificada, porque las actitu­
des generales están muy lejanas de aquéllas y
ese riesgo es remo­
to. Pero además, es necesario ponderar el coste. respectivo de
aquella confrontación con el del presente apaciguamiento a toda
costa.
Si en la guerra civil fueron muertos en los dos frentes y en
las dos retaguardias trescientas mil personas, en el último lustro
el número de abortos "legalizados" es de alrededor de cincuenta
mil anuales. No podemos transmitir una creible defensa de
la
vida no nacida como igualmente digna si la mera posibilidad
remota de una confrontación, menos costosa
en vidas adultas, se
considera
un mal mayor que el actual parricidio masivo.
IV. Es necesario dejar constancia de que, además de la con­
frontación con todos los partidos y grupos de presión y opinión
que se basan en principios no cristianos o anticristianós, los par­
tidos católicos entrarán
en una aguda colisión de intereses con los
partidos de centro.
Hasta ahora los partidos
de centro han sido los usufructua­
rios, en nombre del mal menor, de un voto católico cautivo, al
que no hacia falta conceder nada porque bastaba con recordar
que la izquierda era aún
peor y debía echársela o impedir que
volviera. Conque los males no se agravasen, aunque se consoli­
dasen, debían contentarse los católicos.
La aparición de partidos católicos amenaza a los intereses del
actual centro, que la combatirá
por todos los medios, declarando
oportunamente
una inspiración cristiana pasajera y perorando
sobre el voto útil.
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LOS CATÓUCOS EN POLÍTICA.' TENTACIONES PELAGIANAS Y PLURALIDAD DE PARTIDOS
Con toda amabilidad hay que recordar al centro que puede
elegir entre una inspiración cristiana o azañista, conservadora del
actual status del aborto o netamente pro-vida, pero
que ambas
cosas
son incompatibles. Y que, a la vista de los hechos, un voto
minoritario pero decidido, presionando desde fuera como el par­
tido de Pujo!, resulta más
útil que un voto a Vida! Quadras o a
Isabel Tocino, fácilmente descabalgados
por excesivamente espa­
ñolistas o católicos ante las presiones externas. En determinadas
compañías, demasiado atentas a
la opinión ajena, es mejor pre­
sionar desde fuera que aguantar dentro.
V. Uno de los males posibles con la existencia de partidos
políticos católicos es el de dejar ligada la religión católica a unos
intereses partidistas determinados.
Se trata de un riesgo real, pero no ineluctable. Sortearlo
depende de que
en el clero arraigue verdaderamente la noción
de
la autonomía de los católicos en la gestión de los intereses
puramente temporales, y
en ella se eduque a todos.
Aunque
no se desee, la ausencia de líderes políticos católicos
hace
que obispos y sacerdotes no sólo capitaneen a los fieles en
la moral, como deben, sino que su personal criterio político sea
trasladado a los laicos
que pastorean.
En la práctica la aparición de partidos políticos católicos
supone
un retroceso de los poderes asumidos de alguna manera
por el clero en su ausencia, que éste deberá aceptar.
Además, evitar la identificación práctica
por obra de la Jerar­
quía de los católicos
con posturas políticas determinadas requie­
re
un cuidado permanente con auxilio de la perspectiva de los
laicos directamente afectados.
En otros tiempos
puede que la jerarquía enfeudara el catoli­
cismo a la derecha, pero durante dos decenios muy recientes
todos los círculos eclesiales (movimientos, publicaciones, sacer­
dotes) adoptaron
un tono que identificaba el izquierdismo con lo
evangélico, y
no estamos fuera del peligro de quedar cautivos del
mal menor permanente, alternativamente sea para eliminar el mal
mayor o sea para evitar que vuelva. Es más, en algunas regiones
de España puede existir hoy una vinculación comprometedora, y
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LUIS MARIA SANDOVAL
mucho más acusada que antaño, pero con los partidos naciona­
listas, incluso con los nacionalismos de Rh negativo.
Frente a esto serla deseable un tono eclesial general mucho
más exigente
en torno a los principios infranqueables para los
católicos y
una inhibición mucho mayor respecto de las institu­
ciones y medidas concretas, que son opinables.
VI. Llegamos así a postular la necesidad de
una pluralidad
de partidos políticos católicos, igualmente tratados como tales
por los obispos, sin favoritismos.
En cuanto ciudadano, el católico tiene derecho a mantener su
propio criterio
en materia política como cualquier otro español.
Si sólo existiera un partido político católico se le negarla ese plu­
ralísmo legítimo para imponerle la disciplina del prócer que se
hubiera anticipado a recoger el marchamo de católico de
la
Jerarquía, con su criterio que puede ser errado, y en todo caso
no obligatorio.
Durante el siglo pasado
la Jerarquía puso mucho empeño en
promover la unión de los católicos en una organización única,
para,
en la segunda mitad de este siglo, pasar a querer la desa­
parición de todo partido católico que se profesara
tal. Existe cier­
ta similitud
con la intromisión en la esfera sacra de los gobiernos
ilustrados del
XVIII, que querían unificar todas las órdenes reli­
giosas
en una sola, y a continuación de los jacobinos y liberales
que quisieron hacerlas desaparecer todas.
Igual
que en la vida religiosa la existencia de una pluralidad
de órdenes es
un derecho natural, en la vida política -compe­
tencia de los laicos-la pluralidad de opciones políticas dentro
de los mínimos de la moral católica es otro derecho a ser respe­
tado,
en este caso por el clero, por incómodo que le resulte.
No se puede imponer a
un cristiano más cargas que las nece­
sarias.
Ni declararle hereje o privarle de hecho de la comunión
con sus pastores
por lo que es opinable. Este principio resulta
arduo
en la práctica.
Un pastor
puede pedir a los católicos que no contradigan
con su política ningún principio moral, pero no prohibirles
fundar
un partido republicano que desee sustituir a Juan Carlos I
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LOS CATóLICOS EN POL!1TCA: TENTACIONES PELAGIANAS Y PLURALIDAD DE PARTIDOS
por un régimen presidencialista, y ni siquiera hacerles de menos
por ello.
Si el ejemplo resulta anecdótico, otros son más prácticos: no
se puede negar el derecho a fundar partidos políticos que dese­
en reformar la Constitución de 1978, ni repudiarlos como católi­
cos
por no adoptar el criterio politice episcopal, ni aun por ser
de derechas siquiera.
De los pastores
se ha de esperar que tengan en público como
católicos, sin discriminación, tanto a los democristianos catala­
nistas
como a los que propongan una politica lingüística radical­
mente diferente, guardándose sus propias simpatías.
La unidad de los católicos es una necesidad sólo eri algunos
temas, pero no en todos.
De hecho, la obsesión por la unidad -descartado el simplis­
mo proclive al totalitarismo-- procede de una visión conflictiva
de la política. Cuando se está imnerso en una confrontación la
unión hace la fuerza y la desunión es traición. Pero si no se va a
plantear
una confrontación, y si ésta no es aguda y temporal, la
unidad impuesta equivale a un estado de excepción permanente
para los derechos civiles católicos.
Existen tres mecanismos
para garantizar la unidad de los
católicos sin detrimento
de la legítima pluralidad, que citaré en
orden creciente:
las coaliciones parlamentarias postelectorales, o los
repartos
de circunscripciones o la celebración previa de
primarias entre los católicos para la elaboración de can­
didaturas.
De este modo se reflejaña la diversidad cam­
biante de los pareceres mundanos de los católicos sin
entregarlos al único color
de la cúpula inicial, que luego
se
petpetuara desde el poder;
la actitud paternal de los Obispos
que actuaran de padres
comunes
de grandes y chicos. Actuación que ha de ins­
tar a profundizar en las exigencias evangélicas y recordar
la relación fraterna
de los distintos partidos politices cató­
licos;
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LUIS MARÍA SANDOVAL
y la común devoción, debidamente restaurada y difundi­
da, a la advocación de Cristo Rey, sin la cual no hay
autenticidad
en la vocación política de los católicos ni
unidad de propósitos últimos.
• • •
En mi opinión, promover la pluralidad de partidos políticos,
inequívocamente católicos
en los principios y con diferentes cri­
terios prudenciales hasta el punto
de competir por el voto de los
fieles, pero concertados
por medio de la Iglesia en las cuestiones
fundamentales, respeta el
orden natural y evita los clericalismos
y los monopolios partidistas tan contraproducentes para la políti­
ca católica. En su defecto, y hasta que lo primero sea posible
deben constituirse cuanto menos grupos católicos de presión
politica, también plurales.
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