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Número 379-380

Serie XXXVIII

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El compromiso público de los católicos a la luz del decreto conciliar Apostolicam actuositatem. Democracia y Evangelio: ¿para cuándo el Concilio?

EL COMPROMISO PÚBLICO DE LOS CATÓLICOS
A
LA LUZ DEL DECRETO CONCILIAR APOSTOLICAM
ACTUOSITATEM.
DEMOCRACIA Y EVANGELIO:
¿PARA CUÁNDO
EL CONCILIO?
POR
EVARISTO PALOMAR MALDONADO
SUMARIO: l. Planteamiento.-2. A luz del Decreto Apostolicam Actuositatem.-
3. La vida pública: ¿Un compromiso católico con, por y para la democracia
política?--4.
La Democracia, tentación de nuestro tiempo contra la fe.-
5. Breve memoria histórica.---6. Conclusiones.
l. Planteamiento
La temática de las presentes Jornadas, permitiendo abordar
en manera plural, en perspectivas tanto materiales como forma­
les, la relación "católicos-vida pública" parece ocasión propicia
para retomar los contenidos conciliares del Vaticano
II. La refle­
xión se volcará sobre el "discurso" ampliamente generalizado, al
menos hacia
ad extra, de la apuesta democrática, como compro­
miso público, atendiendo
en este enfoque lo más determinante,
según parece, desde la vida pública,
que es la corresponsabilidad
por la comunidad política.
De hecho, esta comunicación tendrá en cuenta tanto las
denuncias
y quejas en la falta de compromiso público, como las
mismas aportaciones a la vida democrática. En general,
podria
señalarse como punto de partida el principio tan señalado de
neutralidad respecto de las cuestiones políticas desde la vivencia
cristiana. Vivencia que
sí lo buscaría, dicho compromiso, en las
causas más evangélicas o al menos evangélicas
en cuanto que
Verbo, núm. 379-380 (1999), 857-885. 857
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EVARISTO PALOMAR MALDONADO
tales. De manera que, mediante una argumentación sorprenden­
te, se obtendría como conclusión del silogismo una apuesta
democrática. Esto es, el compromiso público de los católicos
sería el compromiso demócrata cristiano. Incluso
en cuanto dicha
afirmación demócrata-cristiana no esl ni presupone, ni encierra
un testimonio de fe cristiana.
Por otro lado, se ha extendido también
una cierta atmósfera
según la cual los actos se especifican,
no tanto por su contenido,
cuanto
por el sujeto de dichos actos. De modo que, dejando a un
lado los aspectos formales, los actos de un cristiano quedarían
como "santificados", diriamos,
por razón de que quien los obra
es cristiano.
Lo cual no deja de conectar con lo anterior. Porque
habida cuenta de que el cristiano
no sería sino ciudadano celes­
te, su ciudadanía terrena lo es, no por su condición cristiana, sino
por la humana, que
es lo que tiene, ·por naturaleza, en común con
los demás. Y como la convivencia más determinante es la política,
resulta obvio que los actos políticos,
en cuanto tales, lo serían los
de la colectividad. Esto es, los de la Respublica. De aquí
que toda
corresponsabilidad cristiana, por su condición mundana haya de
atender a lo "humano". Con el añadido de
que dicha correspon­
sabilidad
vendría como urgida por su misma condición cristiana,
en cuanto que a Dios se le ama como a los hombres. Y de hecho,
sirviendo a los hombres y colaborando con ellos sería como sola­
mente encontrarla uno a Dios. Discurso, éste, ampliamente
extenso que
ha dado lugar a transformaciones prodigiosas de la
fe cristiana, como mera fe humana, cuya objetivación asWIÚa el
ritmo de diferentes "compromisos históricos". Y
que se concretan
como resultado
en la nueva fe religiosa ya secularizada.
Será conveniente aclarar,
que en estas líneas dibujamos en
sintesis una posición que no compartimos. Que dicha posición
preside hoy muchas actitudes y enfoques.
Que la esterilidad pre­
sente obedece
en gran medida a la mundanización de la fe, que
se refleja sobre todo
en la entrega a la tarea meramente huma­
na, en su sentido agustiniano. No será objeto de esta comunica­
ción desarrollar la vía
por la que principiando la invocación de la
fe, queda relegada la fe al plano de la "intimidad", cuestión de
todo el interés en cuanto pondría de relieve que dicho acto de fe
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COMPROMISO DE LOS CATÓLICOS A LA LUZ DEL D. C. APOSTOLICAM ACTUOSITATEM
es más un proceso de racionalización del contenido de la fe, esto
es,
que su causa Jo sería el propio sujeto humano, que como res­
puesta del ser humano a lo
que Je es ofrecido y dado para su sal­
vación eterna
en la Iglesia. Nos centraremos, por contra, en reco­
ger, incluso literalmente lo
que nos enseña la Iglesia en orden a
ser testigos de
la fe ante el mundo y en el mundo, tratando de
despejar significaciones
en cuanto a la condición democrática de
la comunidad política,
que también ha de ser evangelizada.
2. A la luz del Decreto Apostolicam Actuosítatem
El Decreto conciliar sobre el Apostolado de los Seglares inte­
gra seis capítulos, precedidos de un proemio y finalizado con una
exhortación. Los seis capítulos contemplan la vocación al apos­
tolado, los fines que hay
que lograr, los campos, las diferentes
formas, el orden a observar y la formación para el apostolado.
Ha
de observarse que el decreto se dirige a la porción más numero­
sa del Pueblo de Dios,
en orden a la evangelización, como misión
de la Iglesia.
(La edición manejada es la bilingue de la BAC,
Madrid, 1965).
Se precisa señalar ya desde este momento que la inteligencia
del texto requiere su conexión intrínseca
con la Constitución
Dogmática
Lumen Gentium, sobre la Iglesia, en su lectura ínte­
gra, salvando algún capítulo, como el sexto, e incidiendo a la par
en el cuarto, sobre los laicos, y la participación bautismal en los
oficios sacerdotal, profético y real de Jesucristo,
por los que se
opera la
consecratio mundi, la consagración del mundo. Por
supuesto, la lectura de los restantes documentos,
en cuanto guar­
de relación, enriquecerá las consecuencias.
Por otro lado, la misma lectura del Decreto lleva a otros tex­
tos posteriores,
que o bien han salido al paso de determinados
posicionamientos, como la Exhortación Apostólica
Christi Fidells
Laicls,
o bien, concretan para parte del Pueblo de Dios, como
puede ser la española, el cometido y la urgencia laica!, y tal es la
predicación apostólica de
Su Santidad Juan Pablo II en sus viajes
a nuestra tierra, y más
en concreto el habido en 1982, a pesar de
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EVARISTO PALOMAR MALDONADO
las resistencias políticas institucionales y algunas clericales para
que no tuviera lugar, o al menos retrasarla en cuanto se pudiera.
Si el mismo Concilio es una decantación, y se puede hablar
del mismo como
la continuación, con cien años de por medio,
del
Concilio Vaticano l el mismo Decreto es una piedra labrada
en el tiempo, comenzando por el magisterio de León XIII, sobre
los deberes de los ciudadanos cristianos
(Sapientiae Christtanae,
1890), que tiene un hito determinante en la institución de la fes­
tividad litúrgica de Cristo Rey
por Pío XI, mediante la encíclica
Quas Primas (1925), y un despliegue magnifico en el mismo pon­
tificado de Pío
XII. Dos asociaciones serán modélicas a este res­
pecto, el Apostolado de la Oración, desde
el impulso de Ramiere,
y la misma Acción Católica alentada
por Pío XI. San Pío X había
laborado providencialmente para acercar los sacramentos,
en
particular la eucaristía, como contacto vivo con el Dios vivo.
Conviene hacer
un comentario, siquiera breve, por razón de
centrar la cuestión. En la Iglesia de Cristo ha habido siempre
seglares. Esto parecerá
una boutade, pero parece necesario recor­
darlo. Y siempre
ha habido seglares beneméritos. Que han desa­
rrollado su tarea
en el mundo como cristianos. Y los ha habido
de toda condición, y
en todas profesiones. Ha habido también un
compromiso público. Ha habido cristianos en la política como
asunción de tareas plurales
en la gobernación de Pueblos y
Repúblicas, y de entidades menores. Y ha habido políticos san­
tos, varones y mujeres.
Que con su acción política han trabajado .
por el bien común de sus pueblos, en pro de la libertad de la
Iglesia y
en pro de la evangelización de la fe y de una sociedad
cristiana. Dando a Dios lo
que es de Dios y al César lo que es del
César,
en la saludable relación por la que no siendo César un
absoluto, el César haya su equilibrio en la subordinación a Dios
en las cuestiones temporales. Así, en la misma Iglesia se pueden
encontrar, y de.hecho se han encontrado los dos poderes, el espi­
ritual y el temporal, cada
uno competente en su respectivo
campo espiritual y temporal, y el segundo sujeto
al primero en
los temas de fe y costumbres. Lo que no quiere decir que sea
algo sencillo
ni exento de dificultades. Esta relación siempre ha
sido bendecida, buscada y querida por la Iglesia. Dicho poder
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COMPROMISO DE LOS CATÓLICOS A LA LUZ DEL D. C. APOSTOLICAM ACTUOSITATEM
temporal, dejando a un lado cuestiones de gobierno temporal por
clérigos, lo ejercían cristianos. La "liberación" del poder temporal
de su subordinación a Roma
supone de hecho la aparición de la
modernidad política, que podríamos expresar como "el Imperio
libre,
en la Iglesia libre". Desde aquí principian las relaciones
Iglesia-Estado,
en un dualismo persistente, y con tendencia obvia
hacia la solución monista por la
que fuera del poder político del
Estado
no hay nada. Por su aspecto práctico-político el común de
los desarrollos contemporáneos, desde
una fortísima teorización
filosófica, tiende a realizarlo.
Si hubiera que sintetizar el sentido del contenido de la
Apostolicam Actuosltatem,
que es la vocación de los laicos en
cuanto Iglesia, podemos hacerlo recordando a Juan XXIII, en tex­
tos espléndidos y que expresan toda
la esperanza de la Iglesia,
henchida de
fe en Dios y de caridad divina y para con los hom- ·
bres todos: "Os rogamos con el mayor encarecimiento que no
solo meditéis insistentemente, sino que, dentro de vuestras posi­
bilidades, tratéis de
que se lleven a la práctica. Porque si cada
uno de vosotros trabaja con empeño en esto, no podrá menos de
prestarse
una importante contribución a la realización del reino
de Cristo
en la tierra, reino de verdad y de vida; reino de santi­
dad y de gracia; reino de justicia, de amor y de paz, del
que emi­
graremos
un día hacia aquella celestial beatitud para que fuimos
creados
por Dios" (Mater et Mágistra, n.º 261). "Débese, sin
embargo, tener
en cuenta que la grandeza y la sublimidad de esta
empresa
son tales, que su realización no puede en modo alguno
obtenerse
por las solas fuerzas naturales del hombre, aunque esté
movido
por una buena y loable voluntad. Para que la sociedad
humana constituya
un reflejo lo más perfecto posible del reino de
Dios, es de todo punto necesario el auxilio sobrenatural del
cielo" (Pacem
in Terris, n.º 168).
Ligando
en el proemio el apostolado seglar a la esencia
misma
de la Iglesia, presenta al comienzo del cap. I el fin de la
Iglesia:
"La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propaga­
ción del Reino de Cristo
en toda la tierra, para gloria de Dios
Padre, todos los hombres
sean participes de la redención salva­
dora,
y por su medio se ordene realmente todo el mundo hacia
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EVARISTO PALOMAR MALDONADO
Cristo". Para distinguir en la unidad de misión, la diversidad de
ministerios: "Los seglares, por su parte, al haber recibido partici­
pación
en el ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, cum­
plen
en la Iglesia y en el mundo la parte que les atañe en la
misión total del Pueblo de Dios. Ejercen,
en realidad, el aposto­
lado
con su trabajo por evangelizar y santificar a los hombres, y
por perfeccionar y saturar de espíritu evangélico el orden tem­
poral, de forma
que su actividad en este orden dé claro testimo­
nio de Cristo y sirva para la salvación de los hombres".
Conforme a lo ya indicado, el texto tratará inmediatamente
de los fines, de los campos, etc., del apostolado seglar.
Es por
ello, en cuanto se trata de acción apostólica que antes de pasar
a exponer pormenorizadamente sus diversos aspectos, dentro del
mismo capítulo
!, muestra su fundamento. Esto es, aquello sin lo
cual, cuanto pudiera realizarse, incluso legítimo en sí, carecería
de sentido apostólico propiamente dicho. Y toda actuación cató­
lica, per se y en sí misma, en tanto acción de quien está incor­
porado a Cristo, está ordenada a testificarlo ante los hombres.
Bien, el cimiento y la
base nuclear de esta vida radica en dicha
incorporación:
"El deber y el derecho del seglar al apostolado
deriva de su misma unión con Cristo Cabeza" (n.º 3).
La vida
espiritual
en Cristo exige la unión de vida a través de los sacra­
mentos y la oración, que
se da en la caridad. Como amor a Dios,
y a los hombres
en Dios: "Cristo, enviado del Padre, es la fuente
y origen de todo el apostolado de la Iglesia.
Es, por ello, evidente
que la fecundidad del apostolado seglar depende de la
unión
vital de los seglares con Cristo. Lo afirma el Señor: El que per­
manece en
mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no
podéis hacer nada Quan 15, 5)" (n.º 4).
Señalando a continuación, en el capítulo II, los fines a lograr,
enuncia el principio ordinal y nuclear de la economía salvífica,
para distinguir
):res fines principales inmediatamente obtenidos.
El texto lo enuncia directamente en Jesucristo, lo que muestra lo
capital
de la cuestión, y distingue dos planos: "La obra de la
redención de Cristo, mientras tiende de
por sí a salvar a los hom­
bres, se propone la restauración incluso de todo el orden tem­
poral" (n.º
5). Así, brotan desde Cristo, como redención suya, dos
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consecuencias, una salvífica en su sentido estricto y que se liga a
la vida divina de los hombres,
que comenzando por la fe y en el
bautismo, es principio de salvación; otra, que es a través de la
misma gracia
que brota de Cristo por la que la sanación de la
misma naturaleza humana, restaura el orden de las cosas tempo­
rales.
El texto conciliar explicita en qué consista dicha restaura­
ción: "Por tanto, la misión de la Iglesia no es sólo anunciar el
mensaje de Cristo y su gracia a los hombres, sino también el
impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu
evangélico" (n.
0 5). Concretando en los seglares, esta misión de
la Iglesia, argüirá que les corresponde ejercer su propio aposto­
lado tanto
en la Iglesia como en el mundo, tanto en el orden
espiritual como
en el temporal, "órdenes ambos, que aunque dis­
tintos, están tan íntimamente relacionados en el único propósito
de Dios,
que lo que Dios quiere es hacer de todo el mundo una
nueva creación en Cristo" (n.º 5). Una primera conclusión: "El
seglar, que es al mismo tiempo fiel y ciudadano, debe guiarse, en
uno y otro orden, siempre y solamente por su conciencia cristia­
na" (n.º 5).
Los fines, en función del principio capital, son: en primer
lugar, "manifestar al mundo
con palabras y obras el mensaje de
Cristo y comunicar su gracia",
que llevándose a cabo principal­
mente a través
de la palabra y los sacramentos, encuentran oca­
sión principal,
en "el mismo testimonio de vida la vida cristiana
y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural"; buscan­
do el anuncio de Cristo, más allá del anterior testimonio, tanto a
los
no creyentes, para llevarlos a la fe, como a los fieles, para ins­
truirlos, confirmarlos y estimularlos a mayor fervor de vida; y cul­
mina en esta declaración: "Mas, como en nuestra época se plan­
tean nuevos problemas y se multiplican errores gravísimos que
pretenden destruir desde sus cimientos la religión, el orden moral
e incluso la sociedad humana, este santo Concilio exhorta
de
corazón a los seglares a que cada uno, según las cualidades per­
sonales y la formación recibida, cumpla con suma diligencia la
parte que le corresponde, según la mente de la Iglesia,
en acla­
rar los principios cristianos, difundirlos y aplicarlos certeramente
a los problemas
de hoy" (n.º 6).
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EVARISTO PALOMAR MALDONADO
En segundo lugar, que "los hombres instauren con espiritu de
concordia el orden temporal y lo perfeccionen sin cesar".
Asi,
señala lo que abarca el orden temporal, su valor según la volun­
tad divina, su relación a Cristo, sus desviaciones históricas y el
deber de la Iglesia de trabajar por su restauración, en lo que toca
a los Pastores y
en lo que toca a los seglares.
Lo que abarca el orden temporal: "Bienes de la vida y la fami­
lia, la cultura, la economía, las artes y las profesiones, las institu­
ciones de la comunidad política, las relaciones internacionales y
otras realidades semejantes, asi como su evolución y progreso".
Valor del orden temporal: "No son solamente medios para el
fin último del hombre, sino que tienen además, un valor propio
puesto
por Dios en ellos, ya se los considere en sí mismos, ya
como parte de todo el
orden temporal: Y vio Dios todo Jo que
había hecho, y era
muy bueno (Génesis 1, 31). Esta bondad
natural de las cosas temporales recibe una dignidad especial por
su relación con la persona humana, para cuyo servicio fueron
creadas".
Cristo, principio de todo orden natural y sobrenatural: "Plugo,
por fin, a Dios el aunar todas las cosas, tanto las naturales como
las sobrenaturales,
en Cristo para que tenga Él la primada sobre
todas las cosas (Colosenses
1, 18)". Lo que reconociendo a
Jesucristo como principio
de todo el universo de cosas, confirma
el orden de lo creado, que hace que cada cosa,
según su natura­
leza y el orden
de la naturaleza, deba conformarse según lo que
es, por lo que señala el mismo texto conciliar que "este destino,
no sólo no priva al orden temporal de su autonomía, de sus pro­
pios fines, leyes, medios e importancia para el bien del hombre,
sino que,
por el contrario, lo perfecciona en su valor y excelen­
cia propia
y, al mismo tiempo, lo ajusta a la vocación plena del
hombre sobre la tierra".
Lo que no entraña sino concreción del
principio, según el cual, la gracia sana, restaura y eleva la natu­
raleza. Y que, sin Cristo, Cabeza también de lo temporal,
no cabe,
de hecho autonomía, esto es, respeto y afirmación del propio
orden
de cosas, según la voluntad divina.
De aquí, que los Padres Conciliares hagan referencia inme­
diata a "graves aberraciones" que se han dado
en el decurso his-
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COMPROMISO DE LOS CATÓLICOS A LA LUZ DEL D. C. APOSTOLICAM ACTUOSITATEM
tórico, "porque los hombres, tarados por el pecado original, caye­
ron con frecuencia en muchísimos errores acerca del verdadero
Dios, de la naturaleza del hombre y de los principios de la ley
moral, de todo lo cual se siguió la corrupción de las costumbres
y de las instituciones humanas y la
no rara conculcación de la
persona del hombre. Incluso
en nuestros d!as ... ".
Conclusión general: "Es obligación de toda la Iglesia trabajar
para
que los hombres se capaciten a fin de establecer rectamen­
te todo el orden temporal y ordenarlo hacia Dios
por Jesucristo".
Se afirma aquí explícitamente como principio ordinal real, no
ideal, del orden temporal a Jesucristo.
Dos conclusiones particulares:
Lo que toca a los Pastores,
"manifestar claramente los principios sobre el
fm de la creación
y
el uso del mundo y prestar los auxilios morales y espirituales
para instaurar
en Cristo el orden de las cosas temporales".
Lo que toca a los seglares como obligación propia: l. "ins­
taurar
el orden temporal y el actuar directamente y de forma con­
creta
en dicho orden, dirigidos por la luz del Evangelio y la
mente de la Iglesia"; 2. "cooperar, como conciudadanos, con su
especifica pericia y propia responsabilidad"; 3. "buscar en todas
partes y
en todo la justicia del Reino de Dios". Y da lugar a una
nueva conclusión: "Hay que instaurar el orden temporal de tal
forma que, salvando íntegramente sus propias leyes, se ajuste a
los principios superiores de la vida cristiana y se mantenga adap­
tado a las variadas circunstancias de lugar, tiempo y nación",
sobresaliendo la acción social de los cristianos.
En tercer lugar, las obras de caridad, pues si bien todo apos­
tolado brota
de la caridad, como virtud teologal, "hay algunas
obras que,
por su propia naturaleza, son aptas para convertirse
en expresión viva de la misma caridad" (n.º 8). Se extiende en
declarar el mandato divino expresado por el mismo Jesucristo, la
serie
de obras de misericordia, tanto espirituales como materiales
y su verdadero carácter, "es necesario
que se vea en el prójimo
la imagen de Dios según la cual ha sido creado, y a Cristo Jesús
a quien
en realidad se ofrece lo que se da al necesitado", para
extenderse
en sus caracteres propios y sin confundirla con la jus­
ticia, a
la que presupone.
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EVARISTO PALOMAR MALDONA DO
El capítulo m contempla los diversos campos del apostolado
seglar, presentando cinco grandes ámbitos, que se despliegan
en
círculos concéntricos, lo que toca directamente a la Iglesia, en sus
comunidades y
en la familia, desde la consideración por nuestra
parte
de la familia como Iglesia doméstica, según el sentir y la
enseñanza de Pablo
VI; la juventud, esperanza de la Iglesia; y,
por otro lado, el medio social y los órdenes nacional e interna­
cional. Hay una estrecha razón entre unos y otros, porque, según
se indicó,
si el seglar tiene que trabajar apostólicamente, dificil­
mente podrá hacerlo sin su implicación directa
en la vida de la
misma Iglesia, a través de sus plurales manifestaciones comuni­
tarias, lo
que trae consigo su florecimiento "natural" en la misma
vida sobrenatural mediante la participación
en la vida sacramen­
tal y litúrgica, en la transmisión de la fe en la catequesis y en
tareas educativas, etc.
Por lo demás, siendo lo común la vida familiar, el Concilio se
entretiene en poner de relieve su intñnseca importancia. Lo
subraya, respecto de los cónyuges cristianos, como cooperadores
de la gracia y testigos de la
fe en referencia a sus hijos y demás
familia, lo que radica
en la institución divino natural del matri­
monio, y su elevación a sacramento
por el mismo Cristo. Este
apostolado lo cifra en: manifestar la indisolubilidad y santidad del
matrimonio; afirmar abiertamente el derecho y la obligación de
educar cristianamente a los hijos; defender la dignidad y legítima
autonomfa de la familia.
Y, seguidamente, indica que cooperen,
con los restantes cristianos y hombres de buena voluntad, para
que: 1. "se conserven estos derechos en la legislación civil"; 2. se
tengan en cuenta las necesidades familiares en el gobierno de la
sociedad; 3. se velé por la convivencia doméstica en las migra­
ciones. Para pormenorizar diversas tareas de misericordia espiri­
tual y material en este respecto.
Los Padres Conciliares van a fijar su atención en el campo
propio que compete a los seglares, el apostolado
en el medio
social.
Lo indicarán señalando parcelas del mismo apostolado
social:
"El apostolado en el medio social, es decir, el esfuerzo por
llenar de espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las
leyes y la estructura
de la comunidad en que uno vive, hasta tal
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COMPROMISO DE LOS CATÓLICOS A LA LUZ DEL D. C. APOSTOLICAM ACTUOSITATEM
punto es deber y carga de los seglares que nunca lo pueden rea­
lizar convenientemente otros" (n.º 13).
Lo que pasa a ser decla­
rado mediante la correlación entre la vida y la
fe, por la honra­
dez y la caridad fraterna, con la conciencia de la contribución a
la edificación social. Y
que no puede ser excluyente, pues busca
por sí el beneficiar a todos en lo espiritual y lo material. De
manera
que sólo será pleno apostolado cuando "ponen todo su
empeño
en anunciar a Cristo ... , incluso de palabra" (n.º 13).
En los ámbitos nacional e internacional los seglares son
presentados como "los dispensadores de la sabiduría cristiana"
(n.º 14). Tras
una llamada a la unidad de los católicos, cifra "en
el amor a la patria y el cumplimiento de los deberes civiles" la
obligación de "promover el verdadero bien común", haciendo
pesar su opinión
en orden al recto ejercicio del gobierno: "que el
poder civil se ejerza justamente y las leyes respondan a los prin­
cipios morales y al bien común". Todavía más, el Decreto
Conciliar declara, "los católicos preparados
en los asuntos públi­
cos, y firmes como es debido
en la fe y en la doctrina católica,
no rehusen desempeñar cargos públicos, ya que por ellos, bien
administrados, pueden procurar el bien común y preparar a un
tiempo el camino del Evangelio" (n.º 14).
Como el obrar sigue al ser, sólo obrará cristianamente quien
mantenga su condición cristiana, lo que denota la preocupación
de los Padres Conciliares
por la formación cristiana. El texto con
que principia el capítulo VI es muy explícito a este respecto:
"Ante todo, el seglar
ha de aprender a cumplir la misión de Cristo
y de la Iglesia, viviendo de la
fe en el misterio divino de la crea­
ción y
de la redención, movido por el Espíritu Santo, que vivifi­
ca al pueblo de Dios, que impulsa a todos los hombres a amar a
Dios Padre,
al mundo y a los hombres por Él. Esta formación
debe considerarse como fundamento y condición de todo apos­
tolado fructuoso" (n.º 29). Sólo después añadirá las referencias a
la necesaria instrucción doctrinal, incluso teológica, ético-social,
filosófica, atendidas las circunstancias, sin dejar a
un lado la cul­
tura general y la formación práctica y técnica.
(cf. n.º 29).
Y señala tres ámbitos donde ha de recibirse esta formación,
la familia, la parroquia y las instituciones educativas de la Iglesia
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EVARISTO PALOMAR MALDONADO
(n.º 30). En conexión con ello, la formación más especifica según
el ámbito apostólico
(cf. n.º 31), evangelización y santificación,
establecimiento cristiano del orden temporal, obras de caridad y
misericordia, y las ayudas
que hay que prestar (cf. n.º 32), a tra­
vés de otros cauces o por el fomento
de instituciones ad hoc.
Tennina con una exhortación: responder "con gozo, cbn genero­
sidad y corazón dispuesto a la voz de Cristo" (n.º 33).
3. La vida pública: ¿Un compromiso católico con, por y
para la democracia politica?
De los términos no hay por qué hacer polémica. Lo cual,
siendo obvio,
pone de relieve que la cuestión sujeta a debate,
en su caso, no es el término, sino la significación del término.
Luego, la cuestión puede plantearse de otra manera. Habida
cuenta del compromiso cristiano con este mundo, ¿cabe postu­
lar
un compromiso que no sea democrático? ¿Cómo se compa­
ginaría esto
con el llamamiento conciliar a la instauración en
Cristo del conjunto del orden temporal, que según parece no es
ajeno a la única misión de la Iglesia, como misión del mismo
Jesucristo? Pero si, al menos
en apariencia, parecerla clara la
misión del seglar
en cuanto cristiano, no lo parece del mismo
modo qué quiera significarse bajo los términos democrático y
democracia.
¿Qué hemos de entender por democracia? Dejando a un lado
el sentido etimológico, y desde nuestra contemporánea cultura
política,
podrían destacarse dos sentidos o significados del térmi­
no.
El sentido débil reconoce en el término una significación de
gobierno popular, lo que
vendría a conectar con su significación
etimológica,
pero haciendo inflexión en que el gobierno, o bien
se ejerce
en favor del pueblo, los componentes de la comunidad
política, o bien,
todavfa mejor en que el pueblo, organizado,
asume tareas de corresponsabilidad politica. Habrá
que precisar,
por vfa de confrontación. Más que nada, porque incluso en la cla­
sificación teórica de los griegos,
no ajena a su experiencia políti­
ca,
la democracia, como forma de gobierno es próxima a la
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COMPROMISO DE LOS CATÓLICOS A LA LUZ DEL D. C. APOSTOLICAM ACTUOSITATEM
demagogia; y, por lo demás, puede apreciarse en la proposición
"gobierno-popular"
una contradicción.
Una respuesta desde la
fe cristiana ha de contemplar dos
perspectivas adecuadas. Pues habida la capacidad intelectual del
sujeto humano, éste manifiesta una potencia natural y
una capa­
cidad
de entender lo que recibe en fe, justamente sobrenatural,
que no es ni irracional ni frente a la razón humana, aunque exce­
de a la sola fuerza o capacidad racional.
Lo que toca a la fe, plan
de salvación, incorpora también el plan de Dios sobre este
mundo. Según lo que el mismo mundo muestra, y lo que, a su
vez, es voluntad salvífica de Dios sobre el mundo, significando
aqui como mundo el conjunto de cosas creadas.
Asi, pues, está,
bajo criterio de unidad, sin confusión y sin escisión, lo
que toca
a la
fe y a la razón. Aunque hay aspectos de la razón que incor­
pora la propia
fe -como preambula, no como regula fidei--, y
el ejercicio de la
fe presupone la condición intelectual de quien
la recibe.
Desde las fuentes de la revelación, la democracia como tal
queda fuera. En la Sagrada Escritura
no consta la necesidad en
orden a la fe justificante de incorporar una referencia al modo de
gobierno democrático ni a la sociedad democrática. Tampoco a
algún otro. Desde
la Tradición Apostólica no se declara nada en
orden a la salvación del justo por la fe, en cuanto que el justo lo
sea
en cuanto es democrático o profesa la democracia. Tampoco
por ningún otro sistema o forma de gobierno. Aunque declaran,
sin embargo, que la obediencia politica es exigida, y
que la auto­
ridad,
que procede de Dios, tiene que ser recta en el gobierno.
Incluso declara que
una cosa es lo relativo a las cuestiones tem­
porales y otra a las espirituales.
Lo cual exige, según parece, que
el propio César se sujete a Dios en las cuestiones temporales.
La interpretación auténtica de la revelación, el Magisterio, en
sus definiciones no consta ninguna por la que ligue lo cristiano
a contenido democrático alguno. En cuanto a los Concilios
uni­
versales, desde el primero de Jerusalén al último el Vaticano 11,
no hace ninguna referencia a la democracia en cuanto incorpo­
rada al depósito de la fe.
Si que hay declaraciones conciliares que
condenan tesis contrarias a lá autoridad política en cuanto ésta
869
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EVARISTO PALOMAR MALDONADO
proviene de Dios, o que condenan y rechazan la sustitución del
Dios personal
por la deificación de una voluntad humana, de la
sociedad, de la historia, del Estado,
con formulaciones particula­
res y circunstanciales múltiples. En cuanto al Magisterio ordinario
recoge la voz democracia dentro
de la riquisima obra de ense­
ñanza al Pueblo
de Dios ya en la época contemporánea, y dis­
tingue dos significaciones
de carácter general, con una exclusión
de fondo.
La exclusión es que la democracia, ser demócratas o lo
democrático
no afecta al depósito de la fe, ni es objeto de la
esperanza cristiana,
ni concreta en absoluto el acto de caridad
-como amor-ni para con Dios ni para con el prójimo. La vida
cristiana
no pasa por la vida democrática; la fe cristiana no pasa
por la fe democrática.
En cuanto a las significaciones,
en una de ellas el término
democrático o democracia se recoge
en cuanto referido a lo que
sería una acción cristiana, sin desdecir nada de otras formas de
gobierno
legitimas per se, en cuanto tocan a lo temporal y no son
contrarias a las enseñanzas de la revelación,
ni al magisterio, ni a
la doctrina católica.
Es primeramente el llamamiento de León XIII
a un fortalecimiento cristiano de la sociedad frente al Estado libe­
ral y la secta socialista
en la encíclica Graves de communis (1903).
Lo es también la condena por parte de San Pío X del movimiento
de
Le SJllon en cuanto enfeudaba la tarea de la Iglesia a la edifi­
cación de la democracia
(Notre Charge Apostolfque, 1906). La ense­
ñanza
de Pío XII consignaría el pensamiento cristiano al señalar lo
que implica una sana democracia
(Benignitas et Humanitas, 1944);
y sobre ello ha vuelto en diversas ocasiones Juan Pablo JI, como
cuando indica
en Centesslmus Annus: "La Iglesia aprecia el siste­
ma
de la democracia, en la medida en que asegura la participación
de los ciudadanos
en las opciones políticas y garantiza a los gober­
nados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernan­
tes; o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por
esto mismo,
no puede favorecer la formación de grupos dirigentes
restringidos que,
por intereses particulares o por motivos ideológi­
cos, usurpan el
poder del Estado. Una auténtica democracia es
posible solamente
en un Estado de derecho y sobre la base de una
recta concepción de la persona humana"
(CA, 46).
870
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COMPROMISO DE LOS CATÓUCOS A LA LUZ DEL D. C. APOSTOLICAM ACTUOSITATEM
Hay un segundo significado de democracia recogido en el
magisterio ordinario. Tocando igualmente a cuestiones
.Políticas,
encierra no obstante algo más. Convendría pensar en este con­
texto
que ha sido y es lugar común la acusación sostenida con­
tra los cristianos y la propia Iglesia de
no dar al César, al Rey
Absoluto, a la Asamblea Nacional,
al Estado, al Imperio, a la
Clase, al Partido o Movimiento, a
la Raza, a la Gran Ecumene o
a la Democracia, sea nacional, popular o social, lo suyo, que
según declaración correspondiente, lo es todo. Los cristianos
canonizados
por no dar culto al César gozan de la misma acusa­
ción que Tomás Moro
en su época o los que sufrieron la muerte
en la Revolución francesa, o fueron martirizados recientemente
en España o en el Telón de Acero. Su muerte es legítima al ser
un acto "solamente político", esto es un acto de desobediencia.
Este algo más que encierra este segundo significado ha de reco­
nocerse como el de
una subordinación total del conjunto de la
existencia personal y social del ser humano,
en una tarea de libe­
ración progresiva de cualquier tutela que
no sea la propiamente
humana. Porque fuera del hombre
no hay Dios. Sólo el hombre
es Dios,
que contendría resto de idealismo; y mejor, lo único que
es, es el hombre. Tan del gusto de Marx.
Así puede leerse en negativo el mismo texto de Pío XIl
Benignitas et Humanitas, al acabar la II Guerra Mundial. En este
sentido es todavía más claro
Juan Pablo II en los diferentes
pronunciamientos con ocasión
de cuestiones nucleares, según
que los frutos muestran el árbol: "Una democracia sin valores se
convierte con facilidad
en un totalitarismo visible o encubierto,
como demuestra la historia. Pero, precisamente
por esto, es nece­
sario que los pueblos
que están reformando sus ordenamientos
den a la democracia un auténtico y sólido fundamento, median­
te el reconocimiento explícito
de estos derechos" (Centessimus
Annus,
47).
"Sólo en la obediencia a las normas morales universales el
hombre halla plena confirmación de su unicidad como persona y
la posibilidad de
un verdadero crecimiento moral. Precisamente
por esto, dicho servicio está dirigido a todos los hombres; no sólo
a los individuos, sino también a la comunidad, a la
· sociedad
871
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EVARISTO PALOMAR MALDONADO
como tal. En efecto, estas normas constituyen el fundamento
inquebrantable y la sólida garantía de una justa y pacifica convi­
vencia humana, y
por tanto de una verdadera democracia; que
puede nacer y crecer solamente si se basa en la igualdad de todos
sus miembros, unidos
en sus derechos y deberes. Ante las nor­
mas morales
que prohiben el mal intrínseco no hay privilegios
ni excepciones para nadie. No hay ninguna diferencia entre ser
el dueño del mundo o el último de los miserables
de la tierra:
ante las exigencias morales somos todos absolutamente iguales"
( Veritatis Sp!endor, 96).
"En el ámbito político se debe constatar que la veracidad en
las relaciones entre gobernantes y gobernados; la transparencia
en la administración pública; la imparcialidad en el servicio de la
cosa pública; el respeto de los derechos
de los adversarios polí­
ticos; la tutela de los derechos de los acusados contra procesos y
condenas sumarias; el uso justo y honesto del dinero público; el
rechazo de medios equívocos o
il!citos para conquistar, mantener
o aumentar a cualquier costo el poder,
son principios que tienen
su base fundamental
-as! como su urgencia singular-en el
valor trascendente
de la persona y en las exigencias morales
objetivas de funcionamiento de los Estados. Cuando
no se obser­
van estos principios, se resiente el fundamento mismo de la con­
vivencia política y toda la vida social se ve progresivamente com­
prometida, amenazada y abocada a su disolución
(cf. Sal. 14, 3-
4; Ap. 18, 2-3. 9-24). Después de la calda, en muchos países, de
las ideologías
que condicionaban la política a una concepción
totalitaria del mundo
-la primera entre ellas el marxismo--, exis­
te hoy
un riesgo no menos grave debido a la negación de los
derechos fundamentales
de la persona humana y a la absorción
en la política de la misma inquietud religiosa que habita en el
corazón de todo ser humano:
es el riesgo de la alianza entre
democracia y relativismo ético, que quita a la convivencia civil
cualquier punto seguro
de referencia moral, despojándola más
radicalmente del reconocimiento de la verdad. En efecto,
•Si no
existe una verdad última -que gu!e y oriente la acción política-,
entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser ins­
trumentalizadas fácihnente para fines de poder. Una democracia
872
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COMPROMISO DE LOS CATóLICOS A LA LUZ DEL D. C. APOSTOLICAM ACTUOSITATEM
sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o
encubierto, como demuestra la historia•.
Así, en cualquier campo
de la vida personal, familiar, social y política, la moral
-que se
basa
en la verdad y que a través de ella se abre a la auténtica
libertad-ofrece un servicio original, insustituible y de enorme
valor
no sólo para cada persona y para su crecimiento en el bien,
sino también para la sociedad y su verdadero desarrollo"
(Veritatis
Splendor, 101).
"Es Jo que de hecho sucede también en el ámbito más pro­
piamente político o estatal: el derecho originario e inalienable a
la vida se pone en discusión o se niega basándose en un voto
parlamentario o
en la voluntad de una parte -aunque sea
mayoritaria-de la población. Es el resultado nefasto de un rela­
tivismo
que predomina incontrovertible: el ·derecho, deja de ser
tal, porque no está ya fundamentado sólidamente en la inviola­
ble dignidad de la persona, sino
que queda sometido a la volun­
tad del más fuerte. De este
modo la democracia, a pesar de sus
reglas, va
por un camino de totalitarismo fundamental. El Estado
deja de ser la
,casa común·, donde todos pueden vivir según los
principios
de igualdad fundamental, y se transforma en Estado
tirano"
(Evange!Jum Vitae, 20).
"La raíz común de todas estas tendencias es el relativismo
ético que caracteriza muchos aspectos de la cultura contemporá­
nea. No falta quien considera este relativismo como una condi­
ción de la democracia, ya que sólo
él garantizaría la tolerancia, el
respeto recíproco entre las personas y la adhesión a las decisio­
nes
de la mayoría, mientras que las normas morales, considera­
das objetivas y vinculantes, llevarían al autoritarismo y a la into­
lerancia.
Sin embargo, es precisamente la problemática del res­
peto a la vida la que muestra los equívocos y contradicciones,
con sus terribles resultados prácticos, que se encubren
en esta
postura"
(Evangelium Vitae, 70).
"En realidad, la democracia no puede mitificarse, convirtién­
dola
en un sucedáneo de la moralidad o en una panacea de la
inmoralidad. Fundamentalmente, es
un -ordenamiento• y, como
tal, un instrumento y no un fin. Su carácter «moral-no. es auto­
mático, sino que depende de su conformidad con la ley moral a
873
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EVARISTO PALOMAR MALDONADO
la que, como cualquier otro comportamiento humano, debe
someterse; esto es, depende de la moralidad de los fines que per­
sigue y de los medios de
que se sirve. Si hoy se percibe un con­
senso casi universal sobre el valor de la democracia, esto se con­
sidera un positivo •signo de los tiempos•, como también el
Magisterio de la Iglesia ha puesto de reli.eve varias veces. Pero el
valor de
la democracia se mantiene o cae con los valores que
encarna y promueve: fundamentales e imprescindibles son,
ciertamente,
la dignidad de cada persona humana, el respeto de
sus derechos inviolables e inalienables, así como considerar el
·bien común• como fin y criterio regulador de la vida política"
(Evangelium
Vitae, 70).
"Alguien podría pensar que semejante función, a falta
de algo
mejor,
es también válida con vistas a la paz social. Aun recono­
ciendo cierto aspecto
de verdad en esta valoración, es dificil no
ver cómo, sin una base moral objetiva, ni siquiera la democracia
puede asegurar una paz estable, tanto más que la paz no funda­
mentada sobre los valores de la dignidad humana y de la solida­
ridad entre todos los hombres,
es a menudo ilusoria. En efecto,
en los mismos regímenes participativos la regulación de los inte­
reses se produce
con frecuencia en beneficio de los más fuertes,
que tienen mayor capacidad para maniobrar
no sólo las palancas
del poder, sino incluso la formación del consenso. En
una situa­
ción así, la democracia se convierte fácilmente
en una palabra
vacía" (Evangelium
Vitae, 70).
"Para el futuro
de la sociedad y el desarrollo de una sana
democracia, urge pues descubrir de nuevo la existencia de valo­
res humanos y morales esenciales y originarios,
que derivan de
la verdad misma del ser humano y expresan y tutelan la dignidad
de la persona. Son valores,
por tanto, que ningún individuo, nin­
guna mayoría y ningún Estado
pueden crear, modificar o destruir,
sino que
deben sólo reconocer, respetar y promover. En este sen­
tido, es necesario tener en cuenta los elementos fundamentales
del conjunto de las relaciones entre ley civil y ley moral, tal como
son propuestos por la Iglesia, pero que forman parte también del
patrimonio
de las grandes tradiciones jurídicas de la humanidad"
(Evangelium
Vitae, 71).
874
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COMPROMISO DE LOS CATÓLICOS A LA LUZ DEL D. C. APOSTOLICAM ACTUOSITATEM:
Lo ha indicado también y recientemente nuestro Cardenal­
Arzobispo, don Antonio
Maña Rauco en el contexto del Sínodo
de los Obispos de Europa, al referir
en la Relación General algu­
nos signos inquietantes
en nuestro horizonte cristiano: " .. .las mis­
mas democracias
no escapan hoy a la amenaza, en Occidente y
en Oriente, de poder ser manipuladas y de convertirse, por este
camino,
en amparadoras o encubridoras de actos y hábitos socia­
les
que ponen en peligro -cuando no los quebrantan directa­
mente-los derechos inviolables de la persona humana y de las
instituciones originarias que
la amparan". El contexto fortalece el
sentido de la palabra. En el mismo párrafo, inmediatamente
antes, se refiere al nacionalsocialismo y a los socialismos "reales"
o comunismo: "El nacionalsocialismo y el comunismo han sido
los exponentes más nefastos
de este tipo de configuración del
Estado. Pero las mismas democracias ...
".
La referencia se recoge en el punto 2.2. de la Relación
General,
al hablar de modas peligrosas, y entrar a señalar los
frutos del relativismo. Y al acabar la exposición se abrirá
el
punto 2.3, justo después del párrafo sobre las democracias de
Occidente y Oriente, volcando los ojos
en Jesucristo: "En estas
circunstancias, la Iglesia ha
de preguntarse a sí misma con sere­
nidad y confianza, ante el Maestro crucificado y resucitado ...
".
Los frutos del relativismo: "Hemos de reconocer que la seculari­
zación interna de la vida cristiana, además de la mencionada eva­
cuación de la Verdad de la fe, de consecuencias desertizantes
tan
graves para la vida de la Iglesia, lleva también consigo una pro­
funda crisis de la conciencia y de la práctica moral cristiana
que
pone en peligro la unidad eclesial e imposibilita la obra evange­
lizadora
(. .. ). En las raíces de esta situación opera de nuevo una
antropología reductiva, que poco tiene que ver con la visión cris­
tiana del ser humano. El eclipse de Dios en la conciencia moder­
na ha conducido a una comprensión desmesurada de la subjeti­
vidad como fuente y fundamento de la verdad".
Es llamativo, pues, el contraste que presenta el cuadro de
cosas:
Las democracias "amenazadas" y el volver nuestros a ojos
a Jesucristo ... "ante el Maestro crucificado y resucitado, sobre su
propia situación [de la Iglesia] y sobre las condiciones exigidas
875
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EVARISTO PALOMAR MALDONADO
para que su testimonio sea verdadera fuente de esperanza y de
vida para los hombres y mujeres de la Europa de nuestro tiem­
po.
Lo que nos llevará a reconocer que el debilitamiento de la
Verdad de la fe y de la conciencia moral cristiana produce inevi­
tablemente
un debilitamiento de la capacidad evangelizadora de
la Iglesia ... " (Textos tomados de Documentos. Alfa y Omega, 4;
n.º 182, de 14 de octubre de 1999; cf. El documento Jesucristo,
vivo en
su Iglesia, fuente de esperanza para Europa, en su inte­
gridad).
4. La Democracia, tentación de nuestro tiempo
contra lafe
En su sentido fuerte la Democracia es un signo de los tiem­
pos. Signo del nuevo hombre y de la nueva humanidad.
Ya no
en Cristo, sino liberada de Cristo. Pero también en cuanto disuel­
ve lo cristiano como simple y mera cultura humana
en el trasun­
to de una historia como quehacer del hombre, como obra huma­
na y para los hombres.
Lo absoluto se haya así definitivamente
encarnado.
No, fuera del hombre; sino en el mismo hombre, por
obra y gracia del hombre.
Por ello toda cuestión humana es política (Tutto
e politica,
Grarnsci). Y el cristiano, por su fe individual, actuará en el senti­
do de los tiempos cuando coopere a la tarea de inculturación
humana. No es la fe la
que levanta templos y universidades, sino
la fe del hombre, que ahora definitivamente se descubre como
fe
humana en sí misma. Una nueva consagración, la del hombre y
sus derechos.
Los que proclama el hombre como consecuencia
de su autorredención en esta tierra, que es el único cielo, como
horizonte a c01,1quistar en la tierra plena de promisión efectiva.
No otro mundo, sino este mundo. No otra redención, sino esta
redención.
La Democracia se reviste, así, de fe, de esperanza y de cari­
dad. Se cree en la Democracia. Se espera en la Democracia.
Descarisa toda la voluntad, incluso como afectividad, en la De­
mocracia.
La Democracia es la religión de la humanidad nueva.
876
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COMPROMISO DE LOS CATÓUCOS A LA LUZ DEL D. C. APOSTOLICAM ACTUOSITATEM
En este sentido, la Democracia es una teoría y una praxis,
como gnosis de salvación
por el conocinúento racional, en su
vertiente
de inmanencia, largamente expuesta. Aunque ningún
intento de fundamentación como el que llevara a cabo Spinoza
en el XVII, y del que depende, directa o indirectamente, y por
supuesto la praxis de nuestros días, todo desarrollo posterior. El
núsmo Tierno Galván lo habría sintetizado al declarar que
"Rousseau parece, incluso en sus intentos filosóficos, un Spinoza
trivializado" (Ternos, 1966, pág. XXIV). ¿Qué es la Democracia
para Spinoza?
Para Spinoza
no hay más realidad que la que elabora el pen­
samiento en cuanto activo. Por lo tanto, la sola razón. Pero, aten­
ción, en cuanto la razón se sabe a s!núsma, en el culmen de todo
conocimiento y sin
poner nada en lo real, una y la núsma cosa
en la única substancia o naturaleza o dios. Por ello todo lo que
pone la actividad pensante -"En el principio era la acción",
Fausto, de Goethe--no es sino la núsma acción que despliega la
única substancia o naturaleza o dios
en su autocausación. De
aquí que todo pensanúento, autocausado, sea referido a
la natu­
raleza autocausante, y
no quepa contraste con realidad alguna ni
con otra actividad de pensamiento; pues
uno y otro, no es que
procedan de la única substancia, sino que son igualmente uno
con la única substancia en su infinidad de atributos, aunque sean
reducidos a
res cogitans y a res extensa, y a la infinidad de los
modos
(natura naturans y natura naturante). De ahí que, a su
vez, necesariamente haya de declararse lo
que por la manifesta­
ción libre y liberada del pensanúento
en cuanto mera declaración
de voluntad formula natural y espontáneamente el propio sujeto
"individual". Por ello comentará que
la Democracia es el más
absoluto de los regímenes políticos
(Tractatus Politicus; cap. XI),
en cuanto nada la detiene y todo lo conforma. Este todo alcan­
zará al
núsmo corazón humano, la conciencia y la afectividad,
como modo de que el pensanúento, y el proceso de autolibera­
ción, se socialice,
en orden a evitar la perversión de los carnales.
Esto es, aquellos que sostienen el ser-en-sí de las cosas, como
distintas del pensanúento que las engendra, plurales y no tanto
autocausadas cuanto causadas
por otra realidad, según qué,
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EVARISTO PALOMAR MALDONADO
cómo y cuándo; y que se muestran como limitadores de la acción
de la naturaleza sobre sí misma. Pues si todo
en la naturaleza es
natural,
por naturaleza no hay mal. A no ser percepción parcial,
que, en cuanto parcial no da razón desde la única naturaleza. La
cuestión se resuelve por la integración de cada una de las razo­
nes
en el todo de la sola Razón Natural, según que nos sabemos
manifestación y solo manifestación de la misma. Por esta misma
razón, todo pensamiento
que afirme un en-sí real fuera de la
mente, pervierte los datos de la naturaleza al tomar como criterio
de verdad una realidad ajena y extraña a la del propio pensa­
miento.
La libertad de pensamiento ha de quedar así consagrada,
de modo que el régimen político devenga efectivamente demo­
crático,
en cuanto nada es sino por la acción que despliega la
acción democrática desde el ejercicio totalmente absoluto del
poder, todo
ha de ser conformado por el poder democrático, la
justicia,
la religión, la economía, la cultura ... Y, ¿de qué serviría
si no ligara a la misma conciencia personal?
No hay nada más contrario a la razón
que ligar ésta a la
percepción sensitiva de los sentidos. No hay nada más pertur­
bador de la Razón Natural que la fe. Por supuesto la fe natural.
Pero la misma
fe sobrenatural, ¿qué es sino la dependencia
máxima a que puede ser sujeta la razón de un individuo libre?
¿Es que puede haber, por principio, fe sobrenatural alguna, si
por principio no hay, ni puede haber trascendencia alguna,
puesto
que todo es una y la misma naturaleza? ¿Qué es un indi­
viduo libre? Aquel
que no depende sino de la sola Razón
Natural. Luego, la Razón Natural lleva a cabo
una obra de natu­
raleza, conforme a la sola Razón, que es la única substancia o
naturaleza o dios, cuando libera de la fe, del conocimiento en
fe, para pasar a gobernar el pensamiento por lo autoconscien­
te.
Sí, la Democracia es fuente de liberación salvífica para el
hombre, cuando
le educa para vivir conforme a la Naturaleza y
le muestra
que el bien y el mal es lo que muestra o declara la
sola naturaleza
por el pensamiento racional de los hombres
liberados de toda realidad
que no sea la que ellos mismos
declaran. Porque, y esto
es lo determinante, toda acción demo­
crática, en cuanto libre autocausación de la única naturaleza o
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COMPROMISO DE LOS CATÓLICOS A LA LUZ DEL D. C. APOSTOLICAM ACTUOSITATEM
substancia, siendo lo único, es la única fuente de todo, y por lo
mismo es lo único que da razón de bien.
La fórmula de la Democracia se concretará en la voluntad de
todos a la vez, que
por su praxis se corrige con la voluntad
mayoritaria. Aunque
no toda declaración de voluntad se ajusta a
ello. Sólo aquellas declaraciones de voluntad que tienden a libe­
rar
al hombre de toda dependencia. Un ejemplo, a estos efectos:
Si un ciudadano pide para sus hijos educación religiosa muestra
ser
un sujeto dependiente, y según el marco social, habrá que
ayudarle a él y a su hijo a liberarse de lo que los mantiene en
dependencia y como siervos. Un primer plano lo logra la ley
democrática, por la que se vincula a la voluntad de todos a la
vez. Un segundo plano,
en lógica estricta, lo será el restringir el
alcance social
de la fe. Y ha de observarse que la educación
implica
per se una tarea social. Sólo en cuanto la educación
racional los sumerja
en la referencia a la Voluntad Colectiva o
Voluntad General, se harán libres y serán
por fin libres, pues ya
no tendrán una visión parcial, sino racional en cuanto democrá­
tica. La fe deviene privada; la Democracia ocupa lo público. Lo
público ante todo ha de inculcar necesariamente la condición pri­
vada de la
fe. Esto es, en cuanto la fe toca a la elaboración del
individuo y afecta
al sentimiento, que es fuente de falsedad.
¿Habrá mayor tiranía que
un individuo o individua diga a alguien,
ya desde pequeño lo
que tiene que creer y lo que no, lo que
tiene que obrar y lo que no? ¿No observaremos en la misma fami­
lia
un lugar de perversión, donde el afecto cobija la dependencia
del pensamiento? ¿Habrá algo más contrario a la naturaleza
que
una comunión vital, donde la palabra testimonia la propia vida;
algo más deletéreo
que una comunión familiar? Por el afecto,
muere la libertad de pensamiento.
Se da aquí un error por equívoco. Y es que se presenta la
Democracia identificada con participación política. Son asocia­
ciones de ideas que funcionan dialécticamente,
en su sentido
hegeliano.
Así, un ciudadano sujeto a su obispo por su fe cristia­
na
no tendña capacidad de decisión. Muchos pastores de la grey
han sufrido, por esta vía, la sorpresa de ser acusados de inter­
vención en el ámbito de lo político ante cuestiones sociales, edu-
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EVARISTO PALOMAR MALDONADO
cativas, sanitarias, económicas, etc. Por supuesto las mismas refe­
ridas a temas como el divorcio o el aborto u otras. Esta cuestión
habría
que profundizarla. Pero aquí hablamos de Democracia y
democracia. Una cosa es la Democracia, que se opone a toda rea­
lidad-en-si. Esta Democracia se apoya explícitamente
en un ateís­
mo o incluso antiteismo militante y consciente, aunque sea sólo
a medida de lo humano. Incluso por ello da libertad de pensa­
miento.
Se manifiesta especialmente hostil a toda trascendencia
personal. No tolera la conciencia personal.
Es de un alcance bru­
tal, y se reviste de llamadas a la ética ... Piénsese que del mismo
Spinoza, su desarrollo teórico fundamental se cobija
en una obra
que lleva por titulo Etica, y que la fundamentación teórica de la
Democracia se recoge bajo el titulo de Tratado Teológico-Político,
de cuyos veinte capítulos, los quince primeros tienen por objeto
demostrar que la Sagrada Escritura
no es revelación divina, sino
palabra humana, y que
en manera alguna podría inspirar o regir
la vida humana bajo ningún aspecto.
La participación política es otra cuestión. Que pueda expre­
sarse bajo el término democracia puede ser relativo, aunque
desde
la consideración del anhelo de los pueblos a intervenir en
las decisiones públicas, y todavía es más, desde la mera conside­
ración natural de las cosas
no deja de ser obvio que es conforme
a lo que exige la comunidad política rectamente organizada.
¡Ya
quisiéramos que en nuestra propia Patria hubiera verdadera parti­
cipación política y social, verdadera representación con mandato
imperativo y juicio
de residencia, auténtico juego social a todos
los niveles! Aquí se encierra toda una tarea política
que empren­
der, y una cultura política y social en la que trabajar. La efectiva
igualdad de las personas.
La efectividad libertad de las personas.
El pesar y ponderar las contribuciones, en sus manifestaciones
plurales de la misma vida social.
La comunidad universal de pue­
blos ... Pero la Democracia es otra cosa.
Es lo absoluto, sin serlo
metar1Sicamente. Es la apariencia que toma los atributos que no le
corresponden. Es lo que determina el bien y el mal, y por ello
directamente inmoral; negadora de la condición personal del ser
humano y de la conciencia.
Se opone directamente a la fe del
Dios de la revelación, del antiguo y del nuevo Israel.
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COMPROMISO DE LOS CATóLICOS A LA LUZ DEL D. C. APOSTOLICAM ACTUOSITATEM
5. Breve memoria histórica
La cultura política y jurídica que labró la Constitución de
1978, muy extendida
en la Universidad del anterior régimen, no
era ya una cultura política y jurídica cristiana. Esta cuestión viene
de más lejos, y sin la acción del Estado liberal, a través de regí­
menes sucesivos desde 1833, e incluso
en parte antes, a 1936, no
podría entenderse. Una cultura labrada fuera de la Iglesia que
pensaba ya el orden temporal en una especie de deísmo res­
pecto a las cuestiones políticas, o claramente de dualismo,
teniendo
en cuenta la realidad social. Se entienden asi muchas
cosas,
por ejemplo, que fueran los hombres del Régimen, en sus
diversas familias, los que hicieran la transición política hacia la
Democracia
(cf. Otero Novas, Nuestra Democracia puede morir,
1987). Estos hombres eran y son católicos. Tuvieron incluso
apoyo jerárquico. Y también se entiende
que Dios y su Cristo
fueran expulsados del
orden politico, pues lo político es cosa
humana. Y en lo humano Dios no interviene, según ellos pien­
san, por principio y por fin. A ellos debemos el hecho histórico,
sin medida ni parangón, de la secularización de los pueblos de
España. Admitido el presupuesto desde la gnosis salvífico-política,
todas las consecuencias vienen
por sí solas. Lo cual es de lógica.
La más impactante de todas es la contribución "cristiana", de
muchos cristianos clérigos
y seglares, a secar la conciencia cris­
tiana a través de una educación que se impone contra la concien­
cia cristiana.
En los centros públicos, salvo excepciones, muchas
de ellas heroicas de testimonio cristiano, a los
cristian·os se les
quita la fe, se hace la mofa de la fe y se pervierte su conciencia
cristiana y humana. Tocar solo el tema educativo sería cosa densa
y extensa. Súmese todo lo relativo a la persona, la familia, la
sociedad, la cultura, los
mass-media en sus manifestaciones plu­
rales, las mismas proyecciones políticas y
con sus respectivas
luchas y enfrentamientos,
que halla un común acuerdo en el con­
senso de silenciar, del silencio respecto
de lo único absoluto
como realidad, Dios y su manifestación salvífica
en Cristo-Jesús,
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tal y como nos lo entrega la Madre Iglesia por sus pastores y
ministros, por los seglares consagrados o no, en matrimonio o
célibes.
Es obvio que en la transición se confundieron cosas. Una de
ellas, y
no pequeña, la sustitución de un Régimen personal y de
partido
con la desconfesionalización. Todavía sería más grave el
repudio del Régimen
por su confesionalidad, desde una distor­
sión muy extendida de la doctrina católica. Esto
no lo apunta­
ba el Concilio. Que se diga en nombre del Concilio, es otra
cosa. También hay quien invoca la Sagrada Escritura contra
Dios. O
una determinada tradición eclesiástica contra la Iglesia
de Cristo.
Es falso, contra el Concilio, la desconfesionalización
del Estado. Pero
si se pide la desconfesionalización del Estado,
será lógico admitir
que los crucifijos sean retirados de la escue­
la. ¿O los mantendremos por manifestación culturaP Es más. A
una desconfesionalización del Estado ha de seguir una descon­
fesionalización social, salvo la tolerancia que requiere, al menos
por ahora, el folclore. Pues solo en cuanto la sociedad no sea
confesional, podría practicarse libremente la religión según la
conciencia individual. Y desde el
punto de vista social, ¿qué ha
de regir el obrar humano? ¿la conciencia religiosa o la concien­
cia social? As!, por la norma social (cf. Kant, Principios meta­
físicos de la ciencia del
Derecho; Kelsen, Teoría pura del dere­
cho; Bobbio, El tiempo de los Derechos; Alzaga y AA.VV.,
Comentarios a la Constitución Española; Peces-Barba, La
Constitución Española de 1978) somos invitados a despojarnos
de todo lo
que no sea una fe que engendre nuestro pensa­
miento libre, y con tal
que no suponga querer ligar los actos
sociales del hombre.
Un compromiso público de los católicos exige, ante todo, un
compromiso católico.
Esto es, una vida cristiana. Una vida en la
Iglesia. Una fe de arraigo apostólico, según nos la dan los legíti­
mos Pastores, como sucesores del Colegio Apostólico y
en comu­
nión con Roma, maestros de la Fe y celosos del rebaño, como el
Buen Pastor. Exige vivir la misión de la Iglesia como Reino de
Cristo, abierta a evangelizar toda la vida del hombre y todos los
aspectos de
la vida humana, no por la fuerza del hombre, ni sólo
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por la persuasión humana, ni tan siquiera por el esfuerzo racio­
nal... Sino
en cuanto a lo que es el vivir, conforme a lo que
somos, hombres, nuestra vocación humana que es la vida divina
de Cristo. Y de ello la misma tarea social, como animación cris­
tiana del orden temporal, que principiando
en la Verdad de la fe,
desde la fe y la razón iluminada por la fe, sana las mismas estruc­
turas.
La vida de la persona humana, el reconocimiento de la ins­
titución matrimonial, la sociedad familiar, la escuela, las leyes, la
administración de justicia, la sanidad, el mundo del trabajo y la
empresa,
la economía, la comunidad política, la comunidad uni­
versal de pueblos ... Todo cuanto de bueno, hermoso y justo hay
en el mundo ha de entrar en la Iglesia para que viva y sea vivi­
ficado con el dedo divino de la Redención de Cristo, y
que revis­
te y manifiesta de hecho situaciones plurales como plurales
son
los pueblos, las culturas y las lenguas. A esto somos convocados
por nuestra incorporación a Cristo. A edificar, como edifica el
amor; a no destruir ni a escindir, como destruye, escinde1 rompe
y rasga el odio. Sólo Dios es amor, y de su amor vive el hombre.
Sin el Dios de amor
no hay ni cabe esperar sociedad de concor­
dia y amor.
Sin Jesucristo, rostro palpable del Dios vivo, no hay
civilización humana.
Que en cuanto humana encierra un princi­
pio de universalidad.
Lo universal es lo católico, que respeta,
integra, une, sana y salva.
Un compromiso, no sólo de los católicos, pues, sino un com­
promiso católico, esto es, con la Fe, el magisterio y la doctrina
católica
en la tradición de la Iglesia. Una praxis pública, social y
política, en su caso, católica, como tarea de animación cristiana
del orden temporal. Como tal despliegue en lo público va regido
por dos aspectos,
que de hecho van muy ligados, la preocupa­
ción
por la libertad de la Iglesia en orden a evangelizar, y es toda
la Iglesia
la que es convocada al anuncio del Evangelio; y la pre­
ocupación
por el bien común de la comunidad política. El bien
requiere descansar
en la verdad. Y la verdad descansa en el ser
de las cosas.
El ser del hombre, el ser de Dios. El ser del Dios­
con-nosotros, el Verbo eterno del Padre cuyo Esp!ritu de Verdad
se nos da
en gratuidad, para todos y quien sólo nos salva en este
mundo.
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6. Conclusiones
l. La vocación cristiana participa de la misma vocación de la
Iglesia: Evangelizar el Reino de Cristo y ordenar el conjunto
de las cosas creadas bajo Cristo como Cabeza.
2. El cristiano al participar de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey,
por el bautismo, está llamado a ejercer su sacerdocio por la
consagración del mundo y su ofrecimiento a Dios; su profe­
cía
por el testimonio de la verdad en la palabra y en las
obras; su realeza
por su dominio sobre el mal y en cuanto
enseñorea conforme a su orden propio el conjunto
de las
cosas creadas y redimidas
en Cristo, desde Cristo y en orden
a Crisro.
3. Los seglares cumplen su tarea, cuando guiados por su única
conciencia cristiana, en comunión con sus pastores en fe y
moral, testimonian a Dios por sus obras y cristianizan las rea­
lidades temporales todas, incluida la comunidad política y la
comunidad universal de pueblos, y
en la propia autonomía
de las realidades creadas
por Dios, bajo su propia responsa­
bilidad, como miembros
de la comunidad política.
4. La Democracia no toca al plano de la fe salvífica: nos salva­
mos
por los méritos de Cristo, quien nos justifica por la gra­
cia del bautismo y nos lleva a las buenas obras, sanando y
elevando nuestra condición natural, y en colaboración con la
gracia sanante y justificante.
5. La Iglesia lee en el término democracia dos contenidos. Bajo
el primero, y
en el plano de la animación cristiana del orden
temporal, la comunidad política
en cuanto abierta· a la parti­
cipación y representación política y a las libertades políticas
y sociales, siempre concretas; lo que supone
una recta y ver­
dadera concepción del hombre, y una recta y verdadera con­
cepción de la natural condición moral
de todo ser humano.
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El hombre no es fuente primera de la ley moral. Tampoco de
la ley positiva. Y las leyes, fuera de la moral o contra
la
moral, hacen violencia al hombre y a la comunidad social y
política. Bajo el segundo significado, la Democracia como
gnosis encierra
ya, desde sus postulados monistas, una con­
notación totalitaria: niega la realidad personal, niega el orden
moral objetivo, niega toda trascendencia, disuelve
la fe sobre­
natural
en la mera socialización humana.
6. La Constitución de 1978 se explica desde la ausencia de una
cultura política y jutidica cristiana y que se realiza fuera de la
Iglesia. Resultado de la transición politica, labrada
por los
mismos hombres del Régimen anterior,
que eran y son cató­
licos. Concluye una historia bajo el signo de la secularización
de la comunidad politica
que reduce el ámbito de la Iglesia
a la intimidad de lo privado. Desde la consideración de los
pueblos de España manifiesta una ruptura trágica para con
nuestra historia como comunidad evangélica presidida
por
Cristo y bajo los sucesores de Pedro y el Colegio Apostólico.
Es contra el Concilio Vaticano II la cacareada desconfesiona­
lización de los pueblos y los Estados, e ilusorio y contra Dios
y toda
la tradición cristiana que pueda darse libertad religio­
sa sin principio en Cristo.
7. Solicito que para el Pueblo de Dios que peregrina en España
se aplique el Concilio Vaticano
II, en comunión con Roma y
en todas sus consecuencias: la vida de fe, esperanza y cari­
dad, en orden a la evangelización personal y pública, y en la
misión de la única Iglesia de Cristo, dando testimonio con las
palabras y las obras del único Salvador
que nos ha sido dado,
Cristo-Jesús, descansando toda la confianza en Él mismá,
pues sabemos de quien nos hemos fiado.
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