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Número 383-384

Serie XXXIX

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Necesidad biológica de la Revelación

NECESIDAD BIOLÓGICA DE LA REVELACIÓN
POR
FERNANDO C!VEIRA ÜTERMIN
Este tema se sale un poco de lo corriente, ya que es, por su
propia naturaleza, en parte teológico, en parte filosófico y en
parte médico, como vamos a evidenciar en este estudio.
La "Revelación" es la llegada a nosotros de un conjunto de
saberes que no se adquieren por la ciencia, que son desbordan­
tes
del saber humano, que están por encima de él, y que se
refieren sobre todo a la vida.
Y la "vida" es fundamentalmente un movimiento de una clase
especial,
un movimiento inmanente: todo vivir es moverse: se
mueve todo en el organismo de la persona, nada de él está para­
do: la parada es siempre
la muerte. La diferencia entre la vida y
la muerte es simplemente el moverse y el dejar de moverse: el
corazón se está moviendo constantemente en nosotros: si en un
momento dado se detiene, la muerte se produce; el tracto diges­
tivo se mueve constantemente para lograr la alimentación de la
persona; los pulmones lo
hacen para aportar oxígeno; las células
que constituyen los órganos de la persona en sus componentes
se están moviendo constantemente; están tomando cosas
que les
entran del medio interno o intersticial y vuelcan
en él otras que
les sobran ya. Cualquier cosa que cojamos del organismo se está
moviendo constantemente y cuando se para es que la muerte ha
ocurrido. Eso quiere decir, por tanto, que el movimiento es un
elemento fundamental del vivir¡ tenemos que estudiar en qué
consiste y qué condiciones tiene.
Estos movinúentos se realizan
en la persona en dos niveles
distintos: de
una serie de ellos no nos damos cuenta: ocurren y
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no tenemos conocimiento de ellos; es decir, son inconscientes,
no pasan por la consciencia. Frente a ellos, tenemos los movi­
mientos conscientes.
Si cojo un vaso, me doy cuenta de que lo
cojo, hay algo en mí que me informa de lo que está sucediendo,
estoy consciente del movimiento que se está realizando.
Además,
para vivir, no solamente es imprescindible que exis­
tan estos movimientos tanto los conscientes como los incons­
cientes, sino que han de realizarse con arreglo a una misma "ley
general suprema para la vida" que es única y universal.
Esta ley que rige todo el movimiento tiene
una finalidad: todo
lo que se mueve
en el organismo, es decir, todo lo que constitu­
ye el vivir, se mueve con una finalidad: el conservarse y lograrlo
con la mayor perfección posible.
Toda
la fisiología que realizan las células, las vísceras, todo lo
que vive, ha de hacerlo con arreglo a esa ley suprema.
Si el híga­
do vierte glucosa
en la sangre, si el corazón se contrae, si el pul­
món nos aporta oxígeno, todo se hace con un fin: que viva el
cuerpo total: es la ley de la conservación.
Pero además, lo hace buscando lo más perfecto. No es
un
movimiento anárquico, es finalista: tiene específicamente como
fin buscar lo que más conviene para el vivir de la persona. Por
ejemplo, el corazón
no manda sangre a la buena de Dios y ahí
queda eso, sino
que manda exclusivamente la cantidad de san­
gre que tiene que mandar
en cada momento para que el funcio­
namiento total de la persona sea el mejor y no manda poco ni
mucho, sino toda la necesaria,
y solo la necesaria1 y lo mismo
podríamos ir diciendo respecto de todos los demás movimientos
que tienen cada una de las vísceras y células de un organismo.
Este movimiento1 sometido a esta ley, tiene, pues, dos ver­
siones: una consciente y otra inconsciente.
Su expresión en la vida inconsciente es lo que generalmente
se llama instinto de conservación.
En el consciente, nos damos cuenta de que se realiza y tiene
su expresión tnás conocida
en el movimiento de la persona com­
pleta en el ambiente en que esté: y es lo que se llama "conduc­
ta".
La conducta es la expresión del total movimiento vital de la
persona.
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¿Y cómo se hace y controla esta respuesta? La vida en este
aspecto está regida por una complicadísima central informática;
esto hoy,
con los descubrimientos y nuevas técnicas que se nos
enseñan, casi nos va pareciendo ya corriente. Hay un instrumen­
to cerebral que recibe una serie de aferencias exteriores a él; que
trabaja con ellas, que toma una resolución, que se convierte en
la acción: esto es la "consciencia".
¿Qué "aferencias" tiene la consciencia para cumplir esa ley
de la continuidad y de la perfección? Mencionaremos las más
importantes. Ante todo las
que nos producen de los sentidos.
Los cinco sentidos clásicos van informando a la consciencia de
todas las aportaciones que les corresponde informar: nos per­
miten ver con los ojos, evitar
poner el pie donde no debemos
para no caemos, etc.
Si pasamos lista a todos "los sentidos que nos pueden dar una
información el tema se nos alargaría innecesaria1nente.
A esa central maravillosa van a verterse también aferencias
afectivas, es
decir, conocimientos de la atracción cuyo estudio _es
francamente más complicado, por lo que no hacemos más que
nombrarlas. Aferencias de la memoria: en la consciencia se reci­
ben también recuerdos que
trae la memoria, esa serie de cono­
cimientos previos que en un momento determinado puede utili­
zar la consciencia. También muy importante: la inteligencia, es
decir, la capacidad de utilización lógica de los conocimientos
científicos de toda esa serie
de aferencias que a él le han llega­
do. También hay otra aferencia fundamental: el criterio moral, es
decir, la valoración del Bien y del
Mal. El criterio moral lo consi­
deramos como especifico de la especie humana; solo ella lo
tiene. A nuestra manera de ver es lo que realmente diferencia
total y absolutamente la especie humana de las demás especies
de seres vivos que existen en la Creación (el estudio de este tema
nos apartarla de nuestro cometido). Este criterio moral se realiza
con polaridad, de tal manera que
en todos los momentos la
consciencia
ha de elegir en las aferencias que ha recibido, cuál
es el Bien y cuál es el
Mal. Es problema tremendo el que nos
plantean los conceptos del Bien y del
Mal. Diremos que el Bien
es todo aquello, de todas estas aferencias que llegan a la
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consciencia, que está de acuerdo con esa Ley del mantenimiento
de la vida y su perfección. Es decir, del "no morir" y de la "feli­
cidad". Tiene una enorme trascendencia este problema y aquí
solo lo dejamos abierto. Porque
en contra de lo que se cree
muchas veces los conceptos del Bien y del
Mal (que se inicia ya
su aprendizaje
en los años primeros de la vida por caminos dis­
tintos)
no siempre son acertados y ello puede hacer que se elija
lo malo
en lugar de elegir lo bueno.
Cuando la consciencia ha reunido todas estas aferencias (y
otras que no mencionamos), cuando le han llegado tocia esta
serie de informaciones, se produce en ella una valoración com­
parativa cuali y cuantitativa de todas ellas, lo que se debe llamar
y llamamos la "lucha de motivos". Hay como
una discusión entre
éstos a ver quien es el
que tiene más razón, el que más debe
poder ayudar a cumplir esa ley de no morir y de que hay que
perfeccionarse al
máximo, que tiene en el gozo y en la felicidad
su máxima expresión.
Una vez que la conciencia ha "opinado" sobre aquellas afe­
rencias que ha recibido, cuánto pesa esto o lo otro, cuánto valo­
ra de aquí, cuánto de allá, etc., toma una resolución.
Esta capaciclad de hacer esto, es decir, de elegir, es la "liber­
tad"; que no es más que esto y que no es esa cosa pintoresca que
nos están inyectando, hipertrofiando, una cosa muchas veces
secunclaria. Es la capacidad de elegir (precisa y solamente) entre
aquellas aferencias
que el sujeto ha recibido.
Cuando ya ha tomado la consciencia esa resolución en virtud
de su libertad, la "voluntad" la pone en práctica y la "conducta"
es su expresión.
(Así, hemos expuesto qué es esa conducta que
decíamos anteriormente y qué valoración tenemos que hacer de
ella).
Este juicio, y esta decisión, están sujetos a "errores", que tie­
nen causas diversas y van a tnotivar numerosas acciones, muchas
veces erróneas, contrarias a la ley fundamental.
Hay errores
en las aferencias que recibe la consciencia. No
siempre le llegan todas las que necesita, y tiene que hacer un jui­
cio de valor (una lucha de motivos) sólo ante los conocimientos
que le han llegado, pero le faltan otros
y, por tanto, tiene que
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operar sobre unos datos insuficientes para que su juicio, su elec­
ción, sea la realmente buena, y por eso puede equivocarse y
hacer una que no sea precisamente la conveniente. Su juicio
valorativo, sobre todo por una situación afectiva en un determi­
nado momento (el amor, por ejemplo), hacen elegir una con­
ducta y seguir
un camino que no es el que encaja en esta ley de
perfección.
Entre las aferencias, hay también errores
en la formación que
esa consciencia haya adquirido en el tiempo anterior con res­
pecto a lo que es el Bien y a lo que es el Mal. Requiere deteni­
miento este hecho: el juicio
de conducta puede cambiar o se
cambia de hecho según esa formación recibida, es decir, según
esa instrucción
que se recibe sobre todo en la infancia. El con­
cepto del Bien y del
Mal es variable, es subjetivo muchas veces
y solo deja de serlo y se hace objetivo cuando
ha habido una for­
mación
en la vida anterior; de aquí la enorme importancia de la
enseñanza
en la juventud que hoy esencialmente se nos ha ido
de las manos, o lo que es
aún peor, se falsea.
¿Qué "consecuencias" tiene para la persona la situación actual
a este respecto? ¿En qué consiste el problema filosófico o doctri­
nal o práctico que actualmente domina? Fundamentalmente
en la
errónea valoración del Bien y del
Mal. Ejemplo bien expresivo es
el llamado "estado de bienestar" (que de estado tiene algo,
pero
de bienestar o no tiene nada, o tiene poco), y que consiste en ir
ofreciendo cosas a esa consciencia que le parezcan cada vez más
apetitosas, más productoras en ella de una situación de gozo, de
satisfacción, de permanencia. Pero por tener más cosas o porque
sean más apetitosas
no se es más feliz. ¿Por qué no se es más
feliz? Porque las apetencias van mucho más allá de las posibili­
dades de gozarlas, y entonces
en lugar de producir satisfacción,
crean envidia1 ambición, es decir, una situación de angustia y de
infelicidad. Hoy día, en la vida en que estamos, todos sufrimos
ese bombardeo terrible de llamar "bienestar" a tener más cosas,
y mejores, y como siempre hay otro
que las tiene más y mejores,
en lugar de servirnos de bienestar, nos sirve para desencadenar
la envidia (aunque la disimulemos algunas veces), pero no crean
felicidad duradera y si angustia vital.
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Otra consecuencia de eJlo es la "competitividad", es decir, el
afán de superar a otro para vencerle que tanto se maneja actual­
mente como una cosa estupenda, y es de rma forma de crear
angustia, es decir, de infelicidad. El mundo actual no está domi­
nado
por la "felicidad" sino por la angustia vital. En un estudio
comparativo de la sensación de felicidad del hombre del medio­
evo con la del mundo actual, se Jlegó a la conclusión de que el
hombre medieval era más feliz
que nosotros, y el mismo autor se
hada la pregunta ¿pero cómo es posible que esta gente fuera feliz
si no tenía radio, ni TV, ni teléfono, ni automóviles, no tetúa casas
casi para vivir, si comían tan mal? Bueno, pues a pesar de eso1
eran más felices que nosotros. ¿Por qué? Porque solo se tiene
envidia de lo
que se conoce y cuantas más cosas nos han hecho
conocer para supuestamente hacernos felices, y no hemos podi­
do disfrutarlas todas porque es imposible, y además dudosamen­
te nos hacen felices, la consecuencia inevitable es que se crea
angustia: la caracteristica de la civilización actual y qué dificil es
separarse de ella; prueba de eJlo es que la venta de psicofár­
macos, tranquilizantes, ansiolíticos, etc., es la más abundante que
se puede tener hoy día en una farmacia precisamente porque
todos los habitantes estamos sufriendo esa consecuencia del tipo
de civilización que padecemos: la angustia vital.
Otra prueba más de ello es que, a pesar de los
terribles ele­
mentos de represión que tienen hoy los estados modernos, el
número de crímenes aumenta constantemente; la injusticia de las
distribuciones es cada día más escalofriante, y así sucesivamente
podíamos ir viendo situaciones diversas. Hoy ya casi es muy raro
no tomar un psicofármaco.
Lo cierto es que biológicamente hablando no se ha logrado
ni la felicidad ni la superación de la muerte, es decir, vivimos bajo
una ley que nos hace desear la permanencia de la vida y la feli­
cidad mientras nos niegan los medios para lograr esos objetivos.
Esta situación, pensando con lógica, es absurda.
¿Cómo se puede pensar que hemos sido creados para vivir
una angustia vital y terminar en la muerte' Hagamos lo que haga­
mos, la realidad
de la vida es que biológicamente vivimos una
situación que hace imposible cumplir su ley fundamental. Res-
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pecto a la muerte, hay que decir que no hemos conseguido
nada, pues la realidad es que nos seguimos muriendo poco más
o menos cono antes y tampoco se ha logrado algo capaz de dar
la felicidad. Por lo tanto, es absurdo haber construido una per­
sona para darle
una ley de vida que le obliga a seguir un cami­
no y no haberle dado los conocimientos necesarios para cumplir
su objetivo.
Esto es totalmente inaceptable,
por eso aquí viene precisa­
mente la solución, que es la Revelación.
¿Qué es en el fondo la
Revelación'
Es la contestación divina necesaria a este problema.
Nos dice
que hay otra continuidad de la vida que la ciencia no
es capaz de dar y que está de acuerdo con esa ley profunda que
nos hace aspirar a vencer
la muerte; y nos dice también las nor­
mas para la felicidad, que
es alcanzable en vida en el mundo
actual
al que nos ha traído esa posibilidad. Sólo la norma vital de
la Revelación crea la felicidad, máxima en la vida terrena y defi­
nitiva en la eterna. Es decir, nos ha dado lo que los conocimien­
tos científicos no han podido dar: ese es un cometido funda­
mental de la Revelación.
Si este es cometido fundamental (sigo en el terreno de la
ciencia médica casi exclusivamente), ¿qué consecuencias se deri­
van para nosotros? La primera y fundamental que la debemos
conocer mejor: no la conocemos lo suficiente, es necesario estu­
diar más este problema
para estar cada día más informado; por
tanto, saber utilizarlo para lo que ha sido hecho, para garantizar­
nos la "Vida" eterna y para garantizar la "felicidad" también en
este mundo. No solo tenemos que conocerla, también es necesa­
rio ponerla
en práctica: y naturalmente esto es ya una conse­
cuencia
de esa "lucha de motivos" orientada en lo que es el Bien
y el Mal.
Estas afirmaciones están basadas en la norma evangélica, y
sugeridas por ella. Hay una frase de San Pablo que impresiona:
"No hago el Bien que quiero, sino el Mal que detesto". Esa es la
realidad vital biológica de
la persona, no hacemos siempre el
Bien que queremos¡ esta serie de aferencias se han impuesto
sobre nosotros y
no hemos hecho el Bien, sino que hemos hecho
el Mal (o la imperfección por lo menos). Aún hay otra frase tal
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vez más terminante: las palabras más trágicas que pronunc10
Jesucristo
en su vida apostólica fueron éstas dirigidas a San
Pedro: "Apártate de
mí Satanás, porque eso te hace hablar como
hombre y no como Dios", es decir, que la permanencia es esta
situación y
no aprovechar la "Revelación" es un error tremendo
que podemos cometer. Otra indicación: el fin de nuestra forma­
ción
en la Revelación tiene que ser "el hacer la vida honesta y
buena, sin determinarnos por afección alguna que desordenada
sea" (San Ignacio).
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