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Número 383-384

Serie XXXIX

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Jordi Figuerola i Garreta: El bisbe Morgades i la formació de l'Església catalana contemporània

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]ordi Figuerola i Carreta: EL BISBE MORGADES
I LA FORMACIÓ DE L'ESGLÉSIA CATALANA
CONTEMPORÁNIA
,.,
Un excelente estudio sobre el controvertido obispo José Mor­
gades y Gili, nacido en 1826 en Vtllafranca del Penedés, titular de
las diócesis de Vich (1882-1889) y Barcelona (1899-1901). Después
de estas páginas, bien podemos decir que una figura importantísi­
ma
por diversos conceptos queda mucho más definida.
El libro, por supuesto, es morgadista y, por tanto, antiinte­
grista y catalanista, pero ciertamente con moderación.
El lector
podrá, advertido, aplicar las correcciones correspondientes. Sólo
un reparo grave. No se puede, al tratar de Morgades, eludir el
capítulo Verdaguer, de quien el obispo fue perseguidor y verdu­
go. Y
no vale la excusa de que ha sido asunto muy tratado. Las
escasísimas líneas que Figuerola dedica al tema son la única lagu­
na grave de
la obra. Seguramente por no dejar en muy mal lugar
al obispo de Vich.
Sacerdote activísimo de la diócesis barcelonesa
no se atisban
en él inclinaciones catalanistas ni político-dinásticas. Y todo hacía
pensar que el penitenciario Morgades iba para obispo. Un escán­
dalo
que le levantó el conde de Peñalver pudo hacer creer que
sus aspiraciones a una mitra se habían desvanecido, pero todos
los testimonios fueron favorables al canónigo y aquello se pudo
superar, aunque reapareceña una y otra vez para fastidiar en
momentos clave al villafranquino.
Urquinaona, nombrado obispo de la capital del Principado,
encontró
en él colaborador eficacísimo y, desde entonces, fueron
uña y carne. Y, como Urquinaona adoptó una cerrada postura
e) Publicacions de l'Abadia de Montserrat, Barcelona, 1994, 736 págs.
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anticarlista, Morgades se encontró en ella y la siguió. Después se
daría cuenta de que lo
que quería su obispo era también lo que
quería León XIII. Y, mejor que mejor. Pero nos parece mucho
más un oportunismo que un convencimiento.
El sacerdote Morgades fue a Roma en peregrinación en 1876.
Y, aunque Figuerola lo calla, esa peregrinación fue la carlista de
los Nocedal.
El odio aun no había nacido. Por eso nos inclina­
mos más por el oportunismo que por la convicción.
El nombramiento como obispo de Vich fue un gravísimo dis­
gusto para Urquinaona que se quedó sin brazo derecho. En aque­
lla lucha a muerte entre católicos, entre sacerdotes, y aun entre
obispos, Morgades tenia ya su puesto señalado. Y combatió,
denunció, aduló. . . Sus enemigos fueron primero Casañas
en
Urge! y después Catalá en Barcelona. Y siempre Sardá y Salvany,
Llauder y Nocedal. Quererle,
no le querían mucho los que en teo­
ría estaban a su lado. Ni Vilamitjana (Tarragona) ni Costa Forna­
guera (Lérida y después Tarragona). Aznar (Tortosa) contaba
poco y
no era de los suyos. Sivilla (Gerona), más. Pero el auso­
nense procuraba eludir enfrentamientos.
Si denunciaba a algún
hermano
-Casañas y Catalá-, era en cartas privadas al nuncio
y de modo hipócrita.
Todo ello queda bastante bien reflejado
en las páginas de
Figuerola, salvando, como hemos dicho, sus declaradas simpa­
tías. Buena aportación,
pues, para conocer mejor aquella contro­
vertida época en este punto que nos parece capital de la historia
de la Iglesia hispana.
En
una diócesis de tercera, como la que poseía, se fue
haciendo un nombre ante los sucesivos nuncios y, ruando uno
de éstos llegó a la Secretaria de Estado, ante él. En Madrid, Go­
bierno y representantes papales veían encantados
que en una
región de absoluta mayoría carlista en el clero, el de Vich estu­
viera callado
y, aparentemente, sujeto al obispo. Que, por otra
parte, se dedicaba a
una labor espléndida de conservación en
un museo del patrimonio eclesiástico diocesano, en lo que fue
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un pionero y por lo que merece gratitud de las posteriores
generaciones.
Por lo que hizo y por lo que enseñó que se podía
hacer. En esto no se le pueden regatear los elogios. Las hoy tan
alabadas "Edades del Hombre" u otras exposiciones análogas
tienen su origen y su padre
en Morgades. Yo no creo que fuera
un espíritu que se extasiara ante obras de arte entonces no valo­
radas. No nos parece un artista ni un hombre de esas sensibili­
dades. Pero comprendió
que eso tenía un valor y que debía
conservarse. Y utilizarse. Una vez más el hombre de sentido
práctico.
Y la reconstrucción de Ripoll. Tan discutida. Tan discutible.
Logro y fracaso de Morgades. Su amigo Urquinaona y su
ene­
migo Catalá tenían su Montserrat. Y él quiso su Montserrat. Más
por tener su monasterio, su Montserrat, que por un catala­
nismo visceral como el
que se daba en su amigo Collell.
Aunque evidentemente Ripoll
es pura historia de Cataluña. No
lo consiguió
porque Ripoll no es Montserrat. Pero ahí está
su Ripoll.
Que ciertamente impresiona. Sin vida. Voluntarista.
Pretencioso. Mentiroso. Tal vez
el error estuviera en no insta­
lar
una comunidad religiosa que diera vida a las piedras re­
creadas.
Ya en Vich, las intromisiones en la diócesis vecina, donde
era la cabeza y el más decidido apoyo de los escasos clérigos
"mestizos". Acusaciones tremendas de Catalá que él,
con su
acostumbrada habilidad procuraba volver a su favor. Su fideli­
dad a León XIII era la causa de todo. Según él. Y, por otro lado,
la postura condescendiente con el integrismo,
en oposición a
las tesis pontificias, del obispo de Barcelona. De lo demás
no
hablaba. ¿Había algo de verdad en las atroces imputaciones? La
sobrina enriquecida con el dinero de la Iglesia, los bienes aje­
nos apropiados...
El odio que se profesaban ambos obispos era
capaz de muchas cosas. ¿Hasta de la calumnia? No lo sabemos.
Sólo conocemos la verdad de las acusaciones. No si éstas eran
verdaderas.
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Collell, el genio maléfico de Morgades. Torras y Bages, tan
excelso por tantas cosas, y ciertamente por su virtud, pero con
tan inmensas responsabilidades en lo que hoy, a la vista de la
actual situación religiosa de Cataluña, podemos calificar de
inmenso fracaso. Bien sé la enorme distancia que existe entre
Sabino Arana y José Torras y Bages, entre la mente enferma del
uno y la clara del otro. Pero ambos quisieron, ante la España
apóstata y liberal, mantener
al menos unas Vascongadas católicas,
una Cataluña católica. Con el paso de los años y la desaparición
de los patriarcas,
en 1903 el vasco, el 1916 el catalán, la cosecha
de lo sembrado es penosa.
Renuncia Morgades
la archidiócesis de Burgos para la que era
el candidato de todos. Acepta la de Barcelona que, creemos, fue
lo
que toda su vida quiso. Y estalla el catalanismo con su pasto­
ral de enero de
1900. Una pastoral inoportuna e inútil porque en
todos los lugares de Cataluña donde era necesario, que era en
casi todos, se predicaba en catalán, se enseñaba el catecismo en
catalán.
Este hombre inteligente y calculador
se equivocó. Creyó
otra cosa. O se lo hicieron creer. Hasta el momento había acer­
tado
en todo. Siempre había triunfado porque siempre había
apostado
al caballo ganador. Que no digo fuera siempre el
mejor caballo.
No aceptar Burgos le
supuso no ser cardenal y perder una
ancianidad tranquila y venerada. Ahora perdió mucho más.
Madrid se le
echó encima: la Reina, el Gobierno, la oposición ...
Y, lo que fue más doloroso, el Vaticano también. Su amigo
Rampolla, Secretario de Estado, y el mismo Papa, volcado como
siempre
en apoyo de la dinastía restaurada y de "Doña
Virtudes".
La irritación vaticana se manifestó una y otra vez. Ahora la
postura de Morgades es más defensiva que obsequiosa, al con­
trario
que en cartas de otros tiempos, en las que ofrecía sumisio­
nes absolutas
no pedidas que, sin duda, confirmaban su papel de
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obispo adictísimo, aumentaban su cotización vaticana y dejaban
a sus adversarios
-también obispos-, en la reticencia ante las
directrices pontificias.
Desautorizado por quienes hasta ahora le habían sostenido y
en medio de una asquerosa campaña, que un clérigo al borde de
todas las traiciones, que pronto consumaría, le montó, paseando
su nombre por las calles de Barcelona como protagonista de un
inmundo folletín, "El divorcio de la condesa", que reabría muy
malos recuerdos del pasado, el corazón de Morgades se rompió
el 8 de enero de
1901.
Figura clave de la Iglesia catalana de aquellos días, y también
de la española, Figuerola
pone todo ello de relieve o, al menos,
con el suficiente relieve, para comprender mejor aquellos agita­
dos años. De los que tantos frutos aún
se recogen hoy. ¿Uno de
ellos? El que tan interesante libro esté escrito en catalán, con lo
que muchísimos españoles no tendrán acceso a él mientras que
si se hubiera publicado en español lo podrían leer todos los cata­
lanes. Evidentemente
no sostengo que no se publiquen libros en
catalán. No tengo ningún problema con esa hermosa lengua para
la que deseo lo mejor. Soy gallego de nacimiento y venero el
habla de
mi tierra. Creo que se me entiende perfectamente, ¿ver­
dad? Collell, Torras y Bages, Morgades
en su pastoral de 1900,
pues apenas se le encontrarán otros signos de catalanismo ... y
los monjes de Montserrat de hoy. La profecía de que Cataluña
será cristiana o no será, no se ha cumplido. Si hoy vivieran
Collell, Torras y Morgades seguramente también dirían: no es eso,
no es eso ...
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA C!G01'1A
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