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Número 515-516

Serie LI

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Jürgen Habermas-Eduardo Mendieta, La religione e la politica. Espressioni di fede e decisione pubbliche

Jürgen Habermas-Eduardo Mendieta, La religione e la politica. Espressioni di fede e decisione pubbliche, Bolonia, Ed. Dehoniane Bologna, 2013, 43 págs.

El multipremiado sociólogo y filósofo alemán Jürgen Habermas no requiere de mayor presentación. Sus libros circulan por el mundo a la velocidad de la luz con traducciones a casi todas las lenguas; los periódicos repiten reportajes y condensan sus pareceres sobre cualquiera materia que guste de opinar. Y aunque no haya escrito novelas –que se sepa– se ha convertido en best-seller, lo que ya no es buen síntoma.

En la última década Habermas se ha interesado por la persistencia de las religiones en la esfera pública al punto que algunos, como Nicholas Adams (Habermas and theology, Cambridge, Cambridge University Press, 2006) se ha dedicado a descifrar si, a los títulos que ostenta, no cabría agregar el de teólogo. Después de su recordado debate con el entonces cardenal Ratzinger (que comenté en estas páginas: Verbo, núm. 457-458 [2007], págs. 631-670) ha producido una incontable cantidad de textos, artículos y libros que tienen como tema central y/o lateral la religión o lo religioso. El que ahora reseñamos es una entrevista que el profesor norteamericano –pues es allí en donde enseña– Eduardo Mendieta le hiciera en 2001. De haber sido otro el autor no merecería una nueva publicación, pero tratándose de Habermas y sabiendo de la avidez por consumir sus ocurrencias, el negocio se hizo público.

Habermas trata de explicarnos cómo la religión es un dato que permanece en la época post-metafísica, no obstante su contenido secularizador; y de qué manera la filosofía ha de dialogar con ella en términos post-seculares. Muchos conceptos enmarañados y demasiadas ideas atrabiliarias surgen en la boca de Habermas, lo que requeriría de un mayor espacio del que permite esta recensión para ponerlos al alcance del vulgo, incluso de un diccionario de terminología habermasiana que él no parece dispuesto a ofrecernos (por ahora) y que este crítico no está dispuesto a escribir por razones de higiene mental.

Baste a los lectores conocer sus tesis para colegir si vale la pena aquella tarea:

 

Primero: vivimos una época de pensamiento post-metafísico (es decir, de no objetivación del saber) que asume como fundamental la secularización (esto es, la separación de fe y saber), pero que labora en un ambiente global post-secular, una situación en la cual la razón secular y la conciencia religiosa devenida reflexiva, entran en diálogo.

Segundo: la secularidad post-metafísica y post-secular se presenta como tal en nuestra época «axial», caracterizada por la interculturidad especialmente agitada por la politización de los conflictos religiosos y por la babel de religiones debida, principalmente, a la afluencia de las nuevas inmigraciones post-coloniales.

Tercero: que este nuevo tiempo «axial» ha puesto a las religiones en el tapete, lo que nos demanda que la razón secular dialogue con ellas, siempre que se purguen de todo contenido fundamentalista.

 

¿Cómo explica Habermas estas tesis?, o, mejor dicho, ¿por qué tender un puente amistoso entre la filosofía y la religión? Pues bien, porque, como ha dicho en otras ocasiones, la democracia vive de fundamentos que no le pertenecen, de creencias, valores y prácticas que conciernen al mundo de la vida, especialmente a las ideologías y las religiones. De ellas el Estado democrático de derecho toma la savia que lo legitima. Luego, de no construirse ese puente, las democracias serán cada vez más débiles y eso no puede permitirse porque se arruinarían los supuestos de nuestra modernidad: la autonomía individual (los derechos humanos) y la colectiva (la soberanía popular).

Pero, ¿qué tienen las religiones que aportar al sostenimiento de las democracias? He aquí el genial descubrimiento de Habermas: ritos solidarios que no existen en las prácticas cívicas. Las religiones son fuentes anacrónicas y perdurables de solidaridad. Eso es lo que el sabio alemán entiende por religión: nada que vincule al hombre con Dios, sino lazos que hacen más estrecha y comprometida la relación del hombre con el mundo.

Como, sin embargo, hay tendencias religiosas que apartan al hombre del mundo o lo ponen en pugna con él, no toda religión crea solidaridad y por lo tanto debe el Estado liberal ponerles un filtro por el que pasen sólo las que le sirven y se atasquen las inútilmente peligrosas.

Esto dice Habermas en la entrevista, lo mismo que en el debate con Ratzinger, o con Flores d’Arcais, o en el libro Entre naturalismo y religión, o en tantos otros papeles que no vale la pena traer a cuento.

En fin, ahorremos tiempo al lector. La mezquina concepción de las religiones de Habermas no autoriza a considerarlo un teólogo. Basta esta consideración para escapar rápidamente de las vidrieras en que se ofrece su libro. Cabe, además, otro motivo, para salir corriendo: su solución a los problemas de la legitimidad democrática –que no es sino el de los liberales de siempre, incluidos los católicos– es muestra evidente de su indigente pensamiento político. Tanta pobreza franciscana no amerita ni medio minuto de nuestro tiempo.

Juan Fernando SEGOVIA