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Número 515-516

Serie LI

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Arnaud Imatz, Juan Donoso Cortés. Théologie de l'historie et crise de civilisation

Arnaud Imatz, Juan Donoso Cortés. Théologie de l’histoire et crise de civilisation, París, Cerf, 2013, 250 págs.

Arnaud Imatz (1948), doctor en ciencias políticas, es un conocido publicista, autor de numerosas obras, buena parte de ellas volcadas sobre el mundo hispánico. En esta ocasión nos ofrece una selección de textos de Juan Donoso Cortés, cuidadosamente anotados y a los que precede una introducción de cerca de noventa páginas. A la historia de la fama de Donoso Cortés se refería, con motivo del bicentenario de su nacimiento, en estas mismas páginas, Miguel Ayuso. Y en la misma, Francia ocupaba un lugar de honor, a comenzar por la temprana edición de sus obras completas (aunque en puridad no lo fueran) emprendida por el gran apologista católico Louis Veuillot, director de L’Univers, con quien Donoso tuvo una estrecha amistad. Y siguiendo, cerca de nosotros, por la edición del Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo, sin lugar a dudas la obra más relevante del Donoso maduro, iniciativa del mismo Arnaud Imatz al que debemos el libro que presentamos a nuestros lectores.

Miguel Ayuso, en el artículo citado, resume muy bien las dificultades de aproximación a la obra donosiana: «La vida y la entera ejecutoria de Donoso aparecen marcadas por una profunda evolución. Que comienza con el joven liberal tout court que hace amistad con Quintana. Que muda hacia el liberalismo doctrinario del partido moderado en la parte central de su vida. Y que concluye con el alejamiento total respecto de cualquiera de las escuelas liberales al tiempo que con el abrazo de la verdad católica íntegra. Sin embargo, la presentación anterior de su transformación, de un lado, quizá resulte sumaria en exceso y, de otro, no alcance a exhibir totalmente su condición de inacabada. Se hace preciso, pues, distinguir entre la conversión religiosa y la intelectual y política. La primera, para empezar, y en sus propias palabras, debe relativizarse: “Yo siempre fui creyente en lo íntimo de mi alma; pero mi fe era estéril, porque ni gobernaba mi pensamiento, ni inspiraba mis discursos, ni guiaba mis amores”. Hoy sabemos lo que supusieron en tal sentido la muerte de su hermano Pedro y el trato de Santiago Masarnau. La segunda, por más que haya quien prefiera subrayar la continuidad sobre la ruptura, resulta más palmaria. En una de sus cartas a Montalembert lo resumió Donoso en dos trazos geniales: “Mi conversión a los buenos principios se debe, en primer lugar, a la misericordia divina y después al estudio profundo de las revoluciones”. Por eso, aunque se puedan distinguir los niveles, también deben considerarse en su conmixtión. En este sentido es dado caracterizar su evolución como una evolución con signo y, al mismo tiempo, una evolución truncada. Empezando por esto último, el cambio no aparece completo en el orden intelectual. La coyuntura del tiempo y las características de su formación lo impedían de modo súbito. Algunas de las objeciones que se le han levantado en cuanto al fideísmo y el tradicionalismo filosófico, en general exageradas, se explican así como límites de un pensamiento que está madurando fuera de las categorías en que había comenzado a forjarse. Pero tampoco en el orden político era posible un cambio total que sólo podría haberle conducido a los predios del carlismo, contra el que sin embargo guardaba un pesado lastre patético difícil de arrojar por la borda de una sola vez […]. Ahora bien, apuntadas las cautelas, no puede dejar de observarse tampoco el neto signo que marca su peregrinar y que se instala en la teología de la historia y de la política. Porque no se queda en la crítica de un gobierno o de un régimen concreto. Como tampoco se limita a afirmar sin discernimiento el remedio de la dictadura. Contra Schmitt lo observaron muchos, mi maestro Eugenio Vegas Latapie por ejemplo, al destacar que la dictadura donosiana es sólo un remedio provisional y urgente al servicio de una legitimidad permanente y estable que no es otra que la monarquía tradicional».

En este sentido, la introducción de Imatz, que demuestra un conocimiento notable de la cultura y la historia españolas, aunque en ocasiones maneje categorías discutibles, tiene en cuenta estos distingos al tiempo que evita algunos de los reduccionismos más frecuentes. El propio título ubica adecuadamente a nuestro autor en el seno de la teología de la historia ante una crisis de civilización. De ahí nace precisamente su condición de maldito, que excede de las motivaciones de las luchas políticas y se inserta en el odium theologicum: «Volver a descubrir el principio religioso, denunciar el impasse del progresismo, proclamar que toda cuestión política y humana supone y envuelve una gran cuestión teológica, profesar que una sociedad pierde pronto o tarde su cultura tras haber perdido su religión, afirmar que la crisis de nuestra civilización tiene por causa el rechazo del catolicismo, ¿no son crímenes imperdonables a los ojos de tantos ideólogos sectarios?».

La selección de textos que realiza Arnaud Imatz, muy acertada, comprende los grandes discursos (el de la dictadura, el de la situación de Europa y el de la situación de España, respectivamente de 1849 y 1850, los dos últimos), la carta al cardenal Fornari para la preparación del Syllabus (1852), la correspondencia con el conde de Montalembert (1849), la carta a los redactores de El País y El Heraldo (1849), la carta al director de la Revue Des Deux Mondes (1852), algunas comunicaciones diplomáticas de 1851 y pensamientos extraídos de distintos textos del período 1842-1851. Incorpora también una sustanciosa bibliografía donosiana. En resumen, no podemos sino complacernos con la aparición de esta obra, que agradecemos al hispanista Arnaud Imatz.

Juan CAYÓN