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Número 517-518

Serie LI

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Bernard Dumont, Miguel Ayuso y Danilo Castellano (eds.), Iglesia y política: cambiar de paradigma

Bernard Dumont, Miguel Ayuso y Danilo Castellano (eds.), Iglesia y política: cambiar de paradigma, Madrid, Itinerarios, 2013, 334 págs.

A partir de 2009 un grupo de autores, colaboradores de las revistas Catholica (París) Instaurare (Udine) y Verbo (Madrid), y en buena medida de las tres, abrieron una línea de trabajo y discusión común sobre la vertiente política del II Concilio Vaticano, sobre todo en clave de futuro. El punto de partida no era otro que la constatación del fracaso de la pretensión consagrada por aquél de acordarse con el mundo, de la que en cambio ha resultado la exasperación de la cristianofobia.

Los autores se han atenido para su estudio a tres exigencias metodológicas. En primer lugar, se han centrado casi en exclusiva en las relaciones entre la Iglesia y la política. En segundo término, se ha dado por sentado que la intención conciliar, también en el ámbito político, fue la de la «reforma», mezcla de continuidad y discontinuidad. Finalmente, en el examen se han privilegiado los factores endógenos.

Consta de cuatro partes que se desarrollan en doce capítulos, orgánicamente trabados. En la primera, «Principios y efectos», Juan Fernando Segovia traza el panorama de la línea reformista conciliar en materia política, Julio Alvear examina la opción fundamental de la libertad religiosa, mientras Miguel Ayuso aquilata las consecuencias iusfilosóficas y Christophe Réveillard las prácticas. Mons. Barreiro, finalmente, subraya algunas dificultades dogmáticas a través del ejemplo de la fiesta de Cristo Rey. La segunda, «En segundo plano», presenta a través de José Miguel Gambra la doctrina contemporánea de la dignidad humana y la tradición lamennesiana por medio de Giovanni Turco. En la tercera, «Callejones sin salida», John Rao analiza el americanismo, Gilles Dumont las «nuevas» teologías políticas y Danilo Castellano la imposible «otra» modernidad. Finalmente, en «Aperturas», Sylvain Luquet avista el bien común como necesaria finalidad de la política y Bernard Dumont avizora el cambio de paradigma imprescindible ante el desfondamiento y la inanidad de la actitud política de la Iglesia durante los últimos decenios.

La introducción nos anticipa ya sus conclusiones: «Entre los designios del II Concilio del Vaticano probablemente el más señalado fue reconciliar a la Iglesia con el mundo moderno. De algún modo los demás podrían reconducirse fácilmente a éste. De ahí que el examen de las consecuencias que ha producido en el ámbito social o político sea de gran relieve. Desde luego que tal intención, desde un ángulo puramente humano, resultaba perfectamente comprensible, pues –en primer lugar– la Iglesia se había opuesto a la revolución liberal durante siglo y medio sin haber conseguido vencerla. Además, en segundo término, los cambios sociales producidos en los decenios inmediatamente anteriores y solidificados al fin de la segunda guerra mundial, dificultaban enormemente que tal victoria pudiera producirse. En honor a la verdad, muchos eclesiásticos antes de haber sido derrotados ya estaban vencidos en su interior. Ante una tal situación, empeñarse en seguir la senda fracasada se antojaba absurdo. Y parecía obligado iniciar una nueva estrategia, cuando menos una táctica renovada. Sin embargo, tal perspectiva se ha resuelto en la pura rendición. Que, como a los principios no puede afectar sin incurrir en apostasía, en buena parte de los casos se ha limitado a una conmixtión incoherente que ha conducido a una coexistencia inestable y, a la corta más que a la larga, a la parálisis. Así pues, la nueva estrategia, definida en función de una operatividad táctica, y sin más que algunos ajustes en doctrina, ha resultado un fiasco. Este libro, de un lado, lo demuestra al tiempo que enlaza este final con los motivos que están detrás del mismo. Pero no se limita a tal análisis, sino que busca abrir caminos para la imprescindible reconstrucción de la doctrina política de la Iglesia y del derecho público eclesiástico en nuestros días. Lo que, sin las previas y necesarias tareas de desbroce, resulta imposible».

Estamos ante un libro importante, que debiera tener un amplio eco. El filósofo y –como le gustaba reconocerse– cronista Jean Madiran, recientemente fallecido, en estas mismas páginas, reflexionaba hace poco sobre el fin del MASDU, acróstico con que el abate Georges de Nantes se refería a la «nueva» Iglesia, reconvertida en un Movimiento de Animación Espiritual de la Democracia Universal. Desde luego que, con todas las debilidades que se quiera, tal pareció el designio en materia política del pontificado de Benedicto XVI. Pero, en cambio, en los primeros pasos del de su sucesor, han aparecido de nuevo signos preocupantes. El pasado 27 de julio, ante la clase política del Brasil, se refirió a «la contribución de las tradiciones religiosas, que desempeñan un papel fecundo de fermento en la vida social y de animación de la democracia», así como destacó que «la convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia del factor religioso en la sociedad, favoreciendo sus expresiones concretas». Es difícil, en tan pocas líneas, levantar tantos temas trascendentes y con tan poco cuidado: la reducción de la religión a factor de animación de la democracia, la equiparación de la religión católica con las infidelidades y la afirmación sin discernimiento de la laicidad del Estado. Cierto es que ninguna de esas tesis es nueva, pues podrían documentarse sin dificultad en textos de sus inmediatos predecesores. Llama la atención, eso sí, la desenvoltura con que se expresan. De modo que el libro que reseñamos adquiere todo su valor y actualidad.

Juan CAYÓN