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Número 517-518

Serie LI

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José Manuel Cuenca Toribio, Iglesia y cultura en la España del siglo XX

José Manuel Cuenca Toribio, Iglesia y cultura en la España del siglo XX, Madrid, Actas, 2012, 520 págs.

El profesor Cuenca Toribio (1939), catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Córdoba, es autor de amplísima bibliografía. Que naturalmente es desigual. Pero en ella hay obras verdaderamente importantes y la que ahora comentamos es una de esas. Sin duda está entre sus libros más logrados. Y más trabajados.

Figura por propios méritos entre los contemporeneístas más reputados, con dedicación especial, aunque no exclusiva, a la historia de la Iglesia de los dos últimos siglos (XIX y XX). Y en ese campo pocos llegan a igualarle. Y tal vez ninguno.

Tiene además la enorme ventaja de que es un historiador no ideologizado por lo que sus libros no son adoctrinadores por voluntad del autor. Expone los hechos y que cada lector extraiga las consecuencias que quiera. Él no las impone. Aunque naturalmente tenga su sustrato ideológico. No es un historiador marxista, que sigue habiéndolos, ni tampoco un pedisecuo del meapilismo. Ni tiene que responder ante las jerarquías eclesiásticas sino sólo ante su propia conciencia de historiador. Otra característica suya es su bonhomía, que a mí personalmente me parece excesiva. Reconozco no obstante que no es mala cualidad aunque me sea tan ajena. Y que no pocos de sus colegas no le han agradecido cuando podía haberles pulverizado. A lo más, un pellizco de monja que, quienes le hemos seguido mucho, llegamos a apreciar que el pellizcado no es santo de su devoción.

Este libro es de abanico amplísimo. En historia nunca se puede decir que está todo, pero en esta obra está muchísimo. En el índice onomástico se citan casi mil quinientos nombres. Lo que da idea de la magnitud del estudio y de su tratamiento. Que, además, no es sólo fruto de la investigación sino también de no pocos conocimientos personales. Creo, por tanto, que estamos ante un trabajo sumamente importante y esclarecedor.

Y, ahora, mis reservas. La principal es que el libro de Cuenca destruye su tesis. Cosa que por otra parte me alegra mucho. Sostiene el doctor Cuenca Toribio que el influjo en la cultura de la Iglesia en ese siglo fue escasa. Incluso hasta podríamos decir que mediocre y agarbanzada. Y de la lectura de su obra resulta todo lo contrario. Creemos, y en eso le daríamos la razón, que esa inmensa aportación cultural no fue recogida por los detentadores de la «intelectualidad» pero eso no resta nada al valor de lo aportado. Que Ortega fuera adversario del catolicismo, no digamos ya la Institución Libre de Enseñanza, que la conspiración del silencio ocultara todo lo que la Iglesia estaba aportando a la cultura, no demuestra más que el sectarismo de sus oponentes y no la inexistencia de la aportación. Y bastantes de los silenciadores debían no poco a esa cultura que la Iglesia difundía. Aunque lo negaran y la combatieran. Pero, como ya he dicho, el libro de Cuenca desmonta su propia tesis. Que, vuelvo a repetir, sería aceptable si juzgáramos sólo por el nulo reconocimiento de sus adversarios y sus publicaciones.

Y ya descendiendo a cuestiones concretas me parece excesiva la valoración de las Conversaciones de San Sebastián. Acertadísimo, en cambio, el análisis de la deriva de Razón y Fe. E inapelable. No es ni sombra de lo que había sido. Discrepo también de algunas valoraciones personales del autor. Pero ya he dicho que Cuenca tiende a valorar a todo el mundo. Las de Jesús Iribarren o Cirarda me parecen excesivas. La de García Escudero, para mí, irritante. Tengo de él un pésimo concepto. Similar al que me merece Calvo Serer, que, por amabilidad, también excesiva, de Cuenca, aparece en el libro.

Me sorprende que para persona tan conocedora del «catolicismo social» como lo es el autor, de lo que queda sobrada constancia en su bibliografía, la cuestión tenga escaso protagonismo en el libro que comentamos. Rovirosa, por ejemplo, me parece recordar que no es citado. Ni Arboleya.

Pero eso, y algunas cosas más, no desmerecen el valor del libro que, vuelvo a insistir, lo juzgo extraordinario. Me parece uno de los textos más acabados del profesor Cuenca. De lectura necesaria para quien quiera conocer mejor el siglo XX y el protagonismo de la Iglesia en el mismo. Como la obra de la Ciudad Católica recibe adecuado tratamiento en sus páginas, parece obligado sumar otro motivo de gratitud desde estas páginas.

Francisco José FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA