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Número 517-518

Serie LI

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Gonzalo Fernández de la Mora, El crepúsculo de las ideologías

Gonzalo Fernández de la Mora, El crepúsculo de las ideologías, 8ª ed., Hildesheim, Georg Olms Verlag, 2013, 230 págs.

Gonzalo Fernández de la Mora y Mon (1924-2002), embajador de España, numerario de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, fundador de la revista Razón Española, entre otras muchas cosas, es una de las personalidades intelectuales y políticas más interesantes de la segunda mitad del siglo XX. Desde una peculiar perspectiva liberal, de cuño conservador y elitista, dio vida a un pensamiento que denominó razonalista y que constituye –en efecto y pese al discreto enmascaramiento– un tipo de racionalismo. Precisamente con el título de Razonalismo, se le ofreció en 1995 por amigos y discípulos un festschrift con ocasión de su septuagésimo aniversario. En algunas ocasiones honró las páginas de Verbo con su colaboración.

El libro que quizá le haya dado más fama es el que ahora se reedita por séptima vez. Y no se trata tanto de una octava edición –señala en el extenso y erudito estudio introductorio Carlos Goñi Apesteguía– como de una edición crítica que busca, de un lado, mostrar la génesis de los textos incluidos en la obra (bien porque aparecieron con anterioridad en periódicos y revistas, bien porque surgieron de la polémica suscitada con motivo de las sucesivas apariciones) y, de otro, ponerlos en relación con los desarrollos ulteriores de su pensamiento. Eso lleva a un doble sistema de citas que asegura la presentación acribiosa pero que dificulta la lectura. Así pues, el activo y el pasivo de toda edición crítica: ofrece mucha información al tiempo que hace más penosa y menos diáfana la lectura.

La tesis del crepúsculo de las ideologías, funcional –como ha explicado el profesor Danilo Castellano– a la singular coyuntura de la España franquista y expresión también de la preocupación racionalista de su autor, aparece hoy algo desleída, ante la visión de la decadencia de las ideologías canónicas compatible con la exasperación de lo que Dalmacio Negro ha denominado modo de pensamiento ideológico. Esto es, «las ideologías» habrían sufrido una crisis que en cambio no habría afectado a «la ideología». La propia tecnocracia propiciada por Fernández de la Mora no dejó de ser –según demostró el inolvidable Juan Vallet– sino una ideología.

En el fondo del pensamiento de Fernández de la Mora y su razonalismo está el entendimiento instrumental del Estado. Que es contrario a la concepción clásica de la política para la que el Estado (o mejor, la comunidad política), en sí, en sus formas y en su dinamismo de constitución y ejercicio, como entidad eminentemente humana que es, definida por el bonum commune, no debe concebirse en modo alguno –ha escrito en estas páginas el filósofo tomista Victorino Rodríguez, O. P.– como un artefacto, como un producto utilitario, moralmente indiferente. El fin humano que lo define lo califica intrínsecamente en su constitución o naturaleza; el bonum commune, como veremos más adelante, implica, primordialmente, bienes honestos (cultura, virtud, paz); la política ha de ser ante todo prudencia gubernativa y justicia legal que «mira al bien común como propio objeto» (Santo Tomás, Suma teológica, IIII, 58, 6r). Por eso –seguía el padre Rodríguez– «no comprendo que el agudo y admirado crítico político don Gonzalo Fernández de la Mora, en su Discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, baya hecho una valoración meramente utilitaria del Estado: “Al Estado no se le valora formalmente, sino materialmente; no por un prejuicio, sino por unos resultados; no por su origen, sino preferentemente por su ejercicio... La bondad de un Estado se mide por su capacidad para realizar el orden, la justicia y el desarrollo Esto es lo que exige la propia naturaleza instrumental del artefacto político por excelencia” (Del Estado ideal al Estado de razón, pp. 89-90, Madrid 1972)».

Pese a que ya se dedicó una tesis doctoral al pensamiento político de Fernández de la Mora, sus insuficiencias cuando no deficiencias hacen deseable un nuevo estudio de conjunto, que destaque sus valiosas aportaciones (más en el orden de la pars destruens que en el de la construens) junto con las debilidades también palpables, como las que –con toda simpatía– hicieron notar en su día Danilo Castellano, Miguel Ayuso o Rafael Gambra.

Juan CAYÓN