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Número 521-522

Serie LII

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Pierre de Lauzun, Finance: un regard chrétien. De la banque médiévale à la mondialisation financière

Pierre de Lauzun, Finance: un regard chrétien. De la banque médiévale à la mondialisation financière, París, Éditions Embrasure, 2013, 275 págs.

El autor de este interesante ensayo, egresado de la célebre École Nationale d´administration (ENA) hace ya más de treinta años, ha repartido su carrera entre el servicio al Estado francés como alto funcionario (entre otros destinos, en la Dirección General del Tesoro) y el sector privado (pasó por el grupo Goldman Sachs), hasta recalar en la Federación Bancaria Francesa –equivalente a nuestra Asociación Española de Banca (AEB)– donde es hoy Director General Delegado. Es miembro de l´Académie catholique de France (foro católico de reciente fundación en el país vecino) y autor de anteriores libros como L´Évangile, le chrétien et l´argent (Cerf, 2004) o Christianisme et croissance économique (Parole et Silence, 2008).

Su personalidad y preocupaciones intelectuales, en la encrucijada de la economía moderna con las humanidades católicas, hacen evocar, entre nosotros españoles, a figuras como José Larraz (con carrera repartida, igual que Pierre de Lauzun, entre lo público y lo privado); o Rafael Termes, fundador precisamente de la AEB (sobre el modelo francés) y cuyo discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en 1992 acerca de la Antropología del capitalismo, y el libro de igual título al que ese discurso dio lugar, siguen constituyendo una pieza clásica de la defensa del capitalismo por liberales de signo católico. Pero Lauzun me parece más cercano a Larraz, quizá incluso –idealmente (no obstante la distancia de décadas)– a los tiempos de Larraz (los de una economía todavía templada por consideraciones superiores), que no a Termes en su adhesión calurosa y sin fisuras al capitalismo hoy dominante.

El libro responde perfectamente a su título, en tanto mirada cristiana que se pasea sobre las cuestiones financieras, remontándose a luces y ejemplos de la Sagrada Escritura (de los Evangelios, sobre todo), pasando por la evolución histórica (dos capítulos dedica al tema clásico de la usura) y la doctrina social pontificia desde León XIII, para desembocar en la hipertrofia globalizada de nuestros días, con el funcionamiento de los modernos mercados financieros y la crisis abierta en 2007. No es pues obra académica (con frecuencia las fuentes citadas no lo son de primera mano), no responde a una investigación minuciosa y una exposición detallada; se trata más bien de un ensayo al estilo y con el genio tan propio de autores franceses, rico en reflexiones y sugerencias interesantes, donde es dable encontrar valiosos puntos de apoyo y orientaciones sobre los cuales proseguir la tarea.

Al comienzo de este nuevo libro Lauzun vuelve a llamar la atención, como ya hizo en L´Évangile, le chrétien et l´argent, sobre las numerosas parábolas en que nuestro Señor Jesucristo se sirve de ejemplos tomados de la vida económica (en concreto financiera: deudas, talentos, réditos) o de la modalidad de juicios y cálculos que le es característica (las vírgenes prudentes, el hallazgo del tesoro escondido, la busca del denario perdido, etc.), sin condenarlos en bloque. Esos comentarios inteligentes del autor le permiten asentar algunas sólidas afirmaciones de principio, en resumen, que nuestra religión católica no es una variedad antisocial de angelismo desencarnado, ni tampoco de comunismo; al contrario, lo que encontramos en los Evangelios es una economía de propiedad privada y de intercambios, desigual, donde el trabajo debe remunerarse, las deudas deben satisfacerse, mas de manera razonable; donde el dinero es el patrón de medida de los intercambios –trabajo inclusive; donde la inversión es buena y debe rendir abundantemente, el cálculo económico es racional y se justifica por sus resultados. Pero todo ello subordinado, he aquí la enseñanza crucial, al valor infinito de la gloria eterna: el razonamiento económico, si se limita a este mundo, nos conduce a una inmensa frustración, puesto que el único fruto de todos nuestros esfuerzos será, en definitiva, perderlo todo; la única verdadera acumulación, la única racional, está en el otro mundo; y ello incluso, antes de todo imperativo moral ¡por puro cálculo financiero! (observación provocadora que nos trae a la memoria la apuesta de Pascal).

Esta reflexión inicial resulta decisiva en todo el curso del libro, varias veces se vuelve sobre el mismo punto: el mal no está de suyo en las instituciones de una economía descentralizada (en último término, sólo la planificación soviética constituye una real alternativa), sino en el espíritu mundano (cada cual está en su derecho para buscar su solo beneficio de tejas abajo, sin ninguna otra consideración; espíritu propiamente capitalista, añado yo) que puede animarlas. Es un criterio de base que comparto. Ahora bien, los liberales de signo católico (el citado Termes, toda una caudalosa corriente hoy dominante) dejarán esa necesaria rectificación moral en exclusivas manos de la virtud personal, al menos en teoría (no siempre, ni por todos, se acepta la lógica inexorable de principio tan funesto), como si el bien común no la exigiera ni fuese nunca asunto del poder político. Mientras que Lauzun, si bien (hijo de su tiempo) da por buena la separación entre religión y política en base a la errónea interpretación –hoy vulgar– de las palabras de Cristo («Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios»), no por ello deja de reconocer competencia al Estado, que habrá de ejercer con cautela y moderación, en relación con esa rectificación moral.

Cuando el autor pasa a ocuparse de la cuestión clásica de la usura, lo hace en términos poco respetuosos con el análisis tradicional, sin advertir que la distinción entre interés compensatorio y lucro por la sola causa del mutuo permite seguir dando razón católica de toda la evolución homogénea que en esta materia de teología moral se ha producido; y en términos, en cambio, demasiado complacientes con los abultados tipos de interés que hoy se practican en mucha financiación al consumo. Y cuando pasa revista a las enseñanzas sociales pontificias desde León XIII hasta nuestros días, si bien reconoce que en esta materia financiera las graves palabras de Pío XI en Quadragesimo anno (1931) siguen constituyendo la referencia fundamental, quizá por un prurito de contemporaneidad postconciliar dedica muchas más páginas a textos imprecisos y siempre teñidos de personalismo, los cuales poca luz arrojan, extraídos del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (2004) y de la encíclica benedictina Caritas in veritate (2009).

Es en el terreno de las cuestiones y sugerencias prácticas donde el libro, más cuanto más avanza su recorrido, cobra mayor interés. Así cuando, en base a la concepción tradicional del precio justo como aquel que resulta de la común estimación, pone en relación la actividad de los mercados financieros con esa determinación de un precio justo; de manera similar, se me ocurre, a como en derecho pretensiones y razones contrapuestas contribuyen de modo dialéctico a la fijación de lo justo; y por lo cual no es lícito, concluye Lauzun a este respecto, jugar con movimientos de bolsa a sabiendas de su irracionalidad, calculando que uno mismo será más astuto que los demás para vender en el pico más alto antes de que la burbuja estalle.

O cuando reiteradamente señala que las leyes, tanto mercantiles como fiscales, deberían favorecer las inversiones a largo plazo y en acciones, en detrimento de los movimientos a corto plazo y sobre valores de deuda. Pues el endeudamiento masivo, tanto de los gobiernos como de las empresas y las familias, se considera por el autor (que alude aquí al problema monetario, pero no entra a debatirlo) el mayor mal económico de nuestro tiempo; quizá junto con las remuneraciones desproporcionadas de los altos ejecutivos, «de lejos los principales beneficiarios de la evolución de los últimos veinte años, bastante más que los accionistas», puesto que «crear» o «maximizar valor para el accionista» (mantra empresarial de nuestros días, y si algo se maximiza forzoso será que otro algo –empleo y sueldos ordinarios– se minimice) «lejos de poner un bozal a los altos ejecutivos, ha sido para ellos una inesperada ocasión de fortuna».

En suma, un ensayo de lectura recomendable, en un campo donde se echan de menos aportaciones como ésta del autor, a la vez católicas y bien informadas.

Juan Manuel ROZAS