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Número 529-530

Serie LII

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Agustín Arredondo, S. J.

El padre Augustín Arredondo Verdú, de la Compañía de Jesús, falleció en Alcalá de Henares en la mañana del día 5 de septiembre pasado, con cien años de edad, ochenta y tres de Compañía y sesenta y seis de sacerdote. Madrileño de nacimiento, estudió el Bachillerato en el Colegio de Areneros, de donde pasó al Noviciado de Aranjuez en 1930, trasladándose con la proclamación de la República al de Chevetogne, en Bélgica, donde prosiguió el juniorado. Sólo al fin de la guerra vuelve a España, haciendo el magisterio en Vitoria y luego de nuevo en Areneros. El 42 empieza los estudios de Teología en Granada, donde en 1947 culmina la tercera probación, siendo ordenado sacerdote en 1948. De vuelta a Madrid estudia Ciencias Económicas en la Universidad, residiendo en la Casa de Transeúntes de Almagro y la Casa Profesa de Maldonado. Concluidos los estudios universitarios en 1951, comienza a trabajar en la revista de la Compañía Fomento Social, por un largo período que se extenderá hasta 1973, los últimos veinte años desde la Casa de Escritores de la calle Pablo Aranda, donde coincidió con el padre Eustaquio Guerrero, quien actuaría durante largos años como nuestro consiliario informal, tarea en la que precisamente le sucedió el padre Arredondo. En esos años empieza a enseñar en ICADE (instalado en el Colegio de Areneros, al que volvía pues) y en el Centro León XIII, que andando el tiempo se integrarían, respectivamente, en las universidades pontificas de Comillas y Salamanca. Entre 1973 y 2004 fue operario en el Centro Loyola y profesor de Sociología en el CUNEF. Es entonces cuando, cumplidos los noventa años, y tras haber sufrido algún problema de salud, deja la casa de la calle Almagro y se traslada a la Comunidad de San Ignacio, en Alcalá de Henares, para ancianos y asistidos. Al inicio, pensando pasar sólo la convalecencia, luego consciente de que debía permanecer allí. Donde ha muerto, orando pro Ecclesia et societate, sereno y consciente hasta el final. Los últimos años, cuando se le preguntaba por su estado, respondía invariablemente: «Deficiente, pero suficiente».

Mis recuerdos se remontan al año 1977, cuando empecé a frecuentar la sede de Verbo en la calle del General Sanjurjo. Siempre con su sotana, con faja, al estilo de la Compañía, llegando a veces en una vespa, más adelante caminando o en autobús. Rara vez faltaba y participaba activa aunque discretamente en las reuniones. También en las anuales, fueran dentro o fuera de Madrid, a las que acudía a veces –como a Barcelona– en autocar sin importarle la duración y la escasa comodidad del viaje. E incluso en las cenas de San Fernando, no obstante su arraigado hábito de recogerse pronto en la Comunidad. Cuando cumplió noventa años, en cambio, quisimos reunirnos con él para celebrarlo con una cena. No lo consistió. Presencia que no cesó desde Alcalá de Henares, remitiendo puntualmente los martes una serie de reflexiones que había colacionado durante la semana al objeto de alimentar la reunión. Se me ocurrió titularlas «Glosas complutenses», nombre que aceptó, y las compuso mientras estuvo con fuerzas para escribir, pues lúcido estuvo hasta el final. Creo que las últimas son de 2011. Influyó además decisivamente en un trance importante de mi vida, pues al terminar el Bachillerato estaba inclinado a postular la admisión en ICADE para hacer los estudios de Derecho y Ciencias Empresariales. El padre Arredondo fue firme. Me lo desaconsejaba con los tonos más severos, pues las doctrinas allí enseñadas no eran de fiar. Es verdad que él, que había sido profesor de la Casa, y había salido de ella no por su voluntad, tenía motivos personales para ofrecer ese consejo tan tajante y en el fondo imperativo. Pero no era lo que determinaba su juicio. Le hice caso, no para ir a sitio más seguro, pues el verdadero problema radicaba ahí… Pero a mí me conservó virgen para poder diez años después, terminada la licenciatura e ingresado en el Cuerpo Jurídico Militar, convertirme en profesor. De haber estudiado allí, dado lo tormentoso de los años aquellos y la actividad revoltosa que yo prodigaba, de seguro nunca hubiera podido terminar siendo profesor de ICADE. Donde más de veinticinco años después sigo con libertad suficiente.

Caso notable el de su perseverancia en la sustancia y las formas de la vieja Compañía, desmanteladas una y otras durante su vida. Cuando, tanto por procedencia social –de familia de la alta burguesía católico-liberal madrileña– como por forma mentis –suarista con la doctrina del mal menor grabada a fuego–, hubiera podido estar inclinado a asumir cuando menos algunos de los cambios. Todo lo contrario. Como ha contado Manuel de Santa Cruz en el obituario que le dedicó en el número 725 del quincenal pamplonés Siempre p’alante: «La invasión de disparates progresistas llegó hasta muy dentro de la Compañía de manera que afectó a la convivencia y concordia de sus comunidades. Un grupo de padres “graves” creó sigilosamente dentro de la misma Orden un movimiento de “resistencia” al malestar progresista, que acabó proponiendo la división de las residencias y conventos en dos grupos distintos: en uno se encontrarían solos los de la antigua observancia, y en otras comunidades se agruparían los “progres”. El proyecto llegó a las más altas instancias de la Orden y de la Santa Sede que acabaron rechazándolo. Así, el progresismo se apodero de la compañía que, precisamente en estos días se ve obligada a unificar todas sus menguadas provincias españolas en una sola. No hay que insistir en aclarar que el P. Arredondo formó parte de aquel movimiento de resistencia al progresismo para el que buscó dinero y otras ayudas discretas e inteligentes».

Requiescat in pace.

Miguel AYUSO