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1989

589-1789

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La persecución religiosa en la Revolución Francesa (1789-1794)

LA PERSECUCION RELIGIOSA EN LA REVOLUCION
FRANCESA
(1789-1794)
POR
LUIS LAVAUR
Tan arduo resulta identificar a nadie que niegue la intensidad
del malestar socioeconómico detectable a fines del
siglo XVIII por
la geografía de la nación más rica, culta y poblada de Europa,
como
localizar a nadie que pudo en aquel tiempo prever las con­
secuencias que en el orden político y religioso se iban a derivar
de la apertura de aquellos Estados Generales, convocados por
real orden en Versailles.
Solemnizado
el evento una mañana de mayo de 1789 con
ceremonias de ancestral raigambre, inicióse con un Te Deum
en la iglesia de Saint Louis, seguido de la procesión del Espíri­
tu Santo. De gran vistosidad el discurrir del millar largo de di­
putados,
én el que ordenadamente, y al son de bandas militares,
flamear de banderas y repique de campanas, presididos por
· el
Santísimo portado por el arzobispo de París, desfilaron, muy
conscientes de su jerarquía, en primer lugar, los 308 represen­
tantes del clero,
el Primer Estado, tras ellos los 285 de la no­
bleza y, en último lugar, los 625 diputados del Ter=o. Todos
con un cirio encendido en
la mano y cerrando la marcha la Corte
en pleno con
la familia real al frente.
La procesión por dentro.
A despecho de tan pías apariencias, pronto se vería la natu,
raleza cutánea del orden exquisito y soberano de la brillante
inauguración. Los. diputados se reunían separados por parece-
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Fundaci\363n Speiro

LUIS LAVAUR
res conflictivos, en absoluto debidoS a disensiones insuperables
entre el
ttío de brazos o Estados. No era, pues, cuestión de lu­
cha de clases, como hasta hace poco insistió en mantener una
escuela historicista, para quien la lucha en cuestión constituye
la clave explicativa de· todas las cosas. Las batallas, y en fla­
grante incumplimiento de las tareas encomendadas a aquella asam­
blea, se librarían en el campo de las creencias y de las ideolo­
gías. Empeñado un bando, el más consciente y mejor organiza­
do, en el triunfo de los postuladoS de una «philosophie a la
mode», enraizada en la mente de los miembros componentes de
los tres Estamentos. Con entidad probablemente minoritaria en
cada caso, pero eficaz. Unificada su conducta parlamentaria orien­
tada
a'I logro de unas metas muy precisas, tendentes bajo el
signo de 1a modernidad a subvertir no sólo el orden polltico y
fiscal vigente sino
t~bién el religioso y moral.
La primacía del Tiers.
Respetando un uso tradicional, y de acuerdo con el regla­
mento,
loS tres brazos habían comenzado sus trabajos por se­
parado, cuando el Tercer Estado planteó la primera escaramuza,
de régimen interno en apariencia y visos de tratarse de una
mera cuestión de orden, afectando a la estructura externa de la
propia asamblea. Llevando la iniciativa una no tan reducida parte
del clero, muy politizado, protagonizando de modo decisivo una
serie de episodios primerizos, que habrían de desembocar en la
Revolución por antonomasia.
Escenificado el acto primero en el seno del Tercer Estado,
cuando esgrimiendo el argumento de superior representación
po­
pular, en base a su condición mayoritaria, formuló la pretensión
ante el rey de que a modo de afluentes
se les incorporaran los
estamentos eclesiásticos y el de la nobleza. Aspiración que, dada
su composición, encontró cierto
eco favorable en el estamento
religioso
integmdo, gracias al liberal reglamento electoral ela.
borado por
el gobierno, por un elevado número de párrocos y
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PERSECUCION RELIGIOSA EN LA REVOLUCION FRANC;ESA.
abates, más ilustrados que pastorales, en sintonía con algún
que otro gran prelado, como los arzobispos de Aix
y Burdeos,
partidarios de profundas reformas liberales en
la iglesia france­
sa, algunas más que justificadas ...
Aquel plan de fusi6n tuvo un estratega principal: su inspira­
dor. Result6 ser
un clérigo diputado del Estado Llano, el abate
Sieyes, autor del famoso folleto: «¿Qué es el tercer Estado?
Nada. ¿Qué debe serlo? Todo». Todo un programa de actua­
ción para cuya ejecución contó con la entusista cooperación de
otro eclesiástico. Del tránsfuga eviterno, y luego perejil de to­
das las salsas políticofrancesas,
el mundano monseñor T alleyrand­
Perigord, obispo de Autun.
Entre los diputados eclesiásticos de los Estados Generales
existía una peligrosa desuni6n puesta de relieve
al comenzar las
defecciones en la incotporaci6n
de miembros del tercio ecle­
siástico al Tercero o Llano. Primero el
13 de junio de 1789 y
en forma de goteo.
Rompiendo
el hielo tres curas del estamento eclesiástico,
seis más al siguiente día, entre ellos; el luego influentísimo, y
no siempre pata bien
el abate Grégoire y diez más el día 16.
Todos del bajo clero, y de seguro que motivados en su mayoría
por una grave deficiencia apreciable en
la estructura superclasista
de
la Iglesia francesa, traducida en la total imposibilidad de as­
cender a jerarquías eclesiásticas de cierto nivel, de no perte­
necer en origen a altas cunas o nobles linajes.
La pugna entre ambos 6rdenes qued6 resuelta el 19 de ju­
nio al decidir el eclesiástico, por 149 votos contra 137, depo­
ner su actitud y doblegarse a la del Tercer Estado. Episodio
merecedor de un historiador
cat61ico de la Iglesia la calificáci6n
siguiente: «El primer acto formalmente revolucionario, por
se­
ñalar una resoluci6n de desobediencia a la autoridad real, fue
llevada a cabo por el bajo clero».
Tampoco favoreci6 lo
más mínimo a una autoridad puesta
en entredicho, que el ejemplo de buena
patte del brazo eclesial
fueta prestamente imitado por parte del nobiliario,
al incotpo·
rarse, al frente de cuatenta y siete de ~us aristocráticos adeptos,
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LUIS LAVAUR
el duque de Orléans, primo carnal del rey y Gran Maestre de
la francmasonería. De modo y manera que, cuando el 27 de
junio de 1789, corta el rey por lo sano al ordenar que de forma
global el clero
y la nobleza obedezcan, el requerimiento del Es­
tado Llano, deja de ser propio seguir hablando de unos Estados
Generales dedicados a unas reformas como objeto de
sus traba­
jos, sino del surgimiento de
un 6rgano ejecutando un paso más
hacia una meta denominada con un término cada vez más .audi­
ble por París y provincias: hada una Revoluci6n. Que comienza
a definir sus perfiles cuando motu .propio los tres estamentos
fusionados
se constituyen en Asamblea Nacional.
Una decisi6n de enorme trascendencia,
y dado el proceso de
su gestaci6n, nada
más propio que los diputados-asambleístas no
tuvieran empacho en reconocer
el papel crucial desempeñado
por el clero en la operación, eligiendo
el 3 de julio como su
primer presidente al arzobispo de Vienne,
Le Franc de Pompi­
gnac, cargo más tarde también desempeñado, y por méritos in­
discutidos, por monseñor Telleyrand .
. De aquí que, adelantándose a sucesos de ineluctable aconte­
cer, una revista católica madrileña
-« Vida Nueva»-en tran­
ce bicentenario, no errara al apostillar respaldada por
lo, he'
chos: «La Revoluci6n pagó con la guillotina los servicios pres,
tados por el clero».
Por
más que hubiera sido más justo limitar la prestación de
aquellos servicios a la
cooperación efectuada por cierta parte del
clero.
De un sector de la clerecía que hoy se autodenominaría
«progresista» o algo similar: en todo caso de clérigos adheridos
entonces,
y por la puerta falsa, a círculos «éclairés». Distingo
preciso para dejar a salvo
y en su lugar las ejemplares conductas
ulteriormente seguidas, de cara a una Revoluci6n en marcha, por
una considerable parte
del sacerdocio francés.
La Declaración de Derechos.
Bien sabida la histórica trascendencia de aquella «Declara­
ción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano», aproba-
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PERSBCUCION RELIGIOSA EN LA REVOLUCION FRANCESA
da por la Asamblea el 20 de septiembre de 1789, y elaborada
por una comisión de juristas
de -solvencia y categoría, como se
dice en su preámbulo, «en presencia y bajo los auspicios del Ser
Supremo».
Expresión ésta de un espíritu moderado cuya comprensión
precisa tener
presente el ambiente en el que se generó. En
la
paz imperante en el Real Sitio de Versailles: quiere decirse
que distantes
sus redactores de un París en ebullición y ebrio del
triunfalismo derivado de la
-toma del arsenal custodiado en la
mole de
La Bastilla. Conviene observar en el estilo de su texto
y articulado su patente inspiración en los principios doctrinales
de la nueva república norteamericana, influjo
ya reconocido en
la sesión del
27 de julio por el arzobispo de Burdeos, al preconi­
zar la redacción de la famosa Declaración como «una noble idea
concebida en otro hemisferio, que
debería ser prontamente tras­
plantada en el nuestro».
Impensable que en la enumeración de derechos del pueblo
francés consignada en el célebre documento quedara omitido el
tema religioso. Cuestión abordada en el artículo 10, pero de
modo singularmente comedido
y como al sesgo:
«Nadie debe ser molestado en
sus opiniones, incluso
religiosas, en tanto que su manifestación no turbe el orden
público establecido por
la ley».
Se observará que en esta redacción, propuesta por el conde
de Castellane,
y aceptada tras prolongada discusión, que el asun­
to se aborda
embebido en una declaración genérica sobre opi­
niones, por lo que
más que una declaración de libertad religiosa
resulta
s_er una expresión de tolerancia condicional, limitada por
ley.
Lo que da pie a modernos analistas para no otorgar al texto
otro alcance que expresión de cierta lenidad legal acerca de
criterios sin trascender el marco confesional de una indiscutida
religión oficial del reino. Por otra parte, aparecía en
sintonía con
una situación de hecho, perfectamente verificable con
tan_ sólo
dar un vistazo a las librerías del reino, exhibiendo gran
parte
de las obras de Voltaire, Diderot, D'Alambert y Holbach. La am-
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LUÍS LAVAUR
bigüedad del texto, probablemente intencionada, se halla subra­
yada
por el rechazo de las propuestas formuladas en el pleno
de la comisi6n por el conde de A vray, y del obispo de Char­
tres, propugnando la inserci6n
en la Declaración de alguna obli­
gaci6n respecto a Dios y a
la religi6n: propuestas desestimadas
por ser consideradas por la mayoría como deberes,
por tanto, sin
lugar
en la Declaración de Derechos en corso de elaboración.
De modo y tal como quedó la Declaración,
si bien sus reper­
cosiones en el caropo político fueron demoledoras, significando
la transformación en
sti esencia del Antiguo Régimen, no puede
decirse en lo que a la Iglesia respecta que en la Asamblea de
V ersailles se desarrollara contra ella acción hostil alguna.
Con
toda probabilidad contra el deseo de muchos de los dipotados,
que permanecieron a
la espera de ocasiones más propias para
sus idearios.
Que fatalmente tardarían poco en presentarse.
De Versaillea
a París.
La Revolución da un paso gigantesco y se · perfila con mayor
acritud a raíz. de las jornadas del 5 y 6 de octubre de 1789, coan­
do las .tiorras y viragos de rompe y rasga de los barrios bajos de
París, movilizadas por Marat y Maillard, forman la vanguardia
de una marcha monstruo desde
la capital a Versailles: en teo­
ría;
para pedir a los reyes -¡y de qué manera!-el pan y los
alimentos que faltaban
en París.
Tras tremebundos episodios violentos seguraroente presentes
en la mente del lector, la victoria del
lumpen es rotunda. Las
turbas regresan en triunfo con la familia real ( con «el panadero,
la panadera
y el marmitón», como los llaman) secuestrada, y
bien visibles desde las ventanillas de los carruajes de la comitiva
real las
cabezas de algunos guardias reales clavadas en picas. Ya
en París, los reyes quedan de hecho prisioneros en su palacio
de las Tullerías, donde al poco les sigue la Asamblea en pleno,
abandonando el sosiego' de Versailles.
Aquel
triunfo de la anarquía organizada sobre la autoridad
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PERSECUCION RELIGIOSA EN LA REVOLUCION FRANCESA
real supuso que la Revolución estaba servida. Y aún más, asis­
tida por una importante consecuencia que trasciende el signifi­
cado episódico del rapto de
la real familia. Consistente en que
la Asamblea, trasladada a París, va a ser muy diferente de la
convocada
en Versailles a causa de la incomparecencia de fama­
yoría de los diputados moderados, quienes abandonaron sus pues­
tos, aterrados por las escenas presenciadas en
el Real Sitio. Se
l,abía, así, creado la condición necesaria para materializarse lo es­
crito por el marxista Matbiez y corroborado por el sentido co­
mún: que es en la mente de sus actores donde en primera ins­
tancia
se fraguan las revoluciones. En efecto. El aserto quedó pro­
bado cuando al darse las circunstancias idóneas afloró en el par­
lamento el denso substrato anticlerical encapsulado en la filo­
sofía política de muchos
de los diputados en activo, quienes,
puesta
su mira en «!'Infame» de Voltaire, no tuvieron escró­
pulo alguno, respecto a la Iglesia, en saltarse a la torera más de
un precepto de la aún reciente «Declaración de Derechos».
Milagro que no hubiera ocurrido lo expuesto, al quedar abier­
to un campo muy receptivo para sus
programas, una vez elevado
el rango de la Asamblea, y a instancias de Mirabeau, del rango
de Nacional al de Asamblea Constituyente. Y ahora instalada en
el ojo del huracán
.. En un París por cuyas calles imponían su ley
unas facciones revolucionarias, armadas hasta los dientes, y con
franco acceso, siempre, a la sala donde celebraban
sus sesiones
los diputados desde entonces llamados constitucionales.
El despojo de la Iglesia.
No deja de ser curioso que la primera cuestión con la que
debieron enfrentarse aquellos constitucionales no fuera la
Cons­
titución en proyecto, sino con el problema que motivó en su día
la convocatoria de los Estados Generales. La desastrosa situación
de la Hacienda Pública, y agravada hasta límites insostenibles
trás
varios meses de revueltas y anarquía fiscal, rampantes por
todo el
país. Fracasadas cuantas fórmulas se arbitraron para ali­
viar · el problema, hubo de comparecer una vez más el obispo
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LUIS LAVAUR
Talleyrand con una solución simple y perfecta, a costa de la
Iglesia. Su fórmula se reducía a confiscar la totalidad de los bie­
nes de la Iglesia franoesa, ciertamente cuantiosos, para con ellos
enjugar el ingente déficit público sobre
el que, como dijo Mira­
beau en un discurso efectista como todos los suyos, «gravitaba
el repulsivo espectro de la bancarrota».
La entidad de la proposición hizo que se abriese un debate, en
el que desde el punto de vista que aquí interesa, el abate Maury
profetizó con la elocuencia que le distinguió: «queréis que los
bienes de los pobres vayan a manos de los especuladores». Sin
quedarse corto, el conde de Montlosier,
,tl variar la puntería ,e
increpar a quienes por razones políticas buscaban el empobrecí·
miento de la Iglesia como institución, con un párrafo memorable:
«queréis arrojar a los obispos de
sus palacios, pero se refugia­
rán en las
chozas de los pobres a quienes han alimentado: les
quitaréis su cruz de oro, pero tomarán una cruz de madera;
y
es una cruz de madera la que ha salvado a la tierra».
Por falta de buena oratoria no quedó. Pero esfuerzos bal­
díos contra una solución económica que contaba además '"con
el visto bueno de los librepensadores y las logias, sin olvidar los
sueños de algunos diputados rentistas,
y de sus representados,
relamiéndose de plaoer con tan sólo pensar en los beneficios nu­
merarios a extraer de la gigantesca operación de trasvase de bie­
nes propuesta por Talleyrand.
Hasta por fin asestarse,
el 2 de noviembre de 1789, y por
vía legal, el primer golpe frontal de la Revolución contra la
Iglesia, al aprobarse por 568 votos contra 346 (más de 300
diputados moderados optaron por permanecer «ausentes») la ley
de expropiación de todos sus bienes.
En los manuales históricos, y transcribimos textualmente los
términos de
la ley en cuestión, el expolio confiscatorio acostum­
bra figurar conceptuado en
el sentido de que las pertenencias de
la Iglesia «quedaban a la disposición de la Nación», un «to pa'al
pueblo» que sonaba la mar de bien y adobado con connotacio­
nes patrióticas por si fuera poco. Hoy se sabe que la frase
es de
Mirabeau, redactor del proyecto de Talleyrand. El subterfugio
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PERSECUCION RELIGIOSA EN LA REVOLUCION FRANCESA
léxico usado con el fin de soslayar el término de expropiación,
y sin
indemnizaci6n previa, diligencia prescrita para estos su­
puestos por el artículo 17 de la Declaraci6n de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano.
Porque, de hecho, y como de seguido
se vio, el patrimonio
de la Iglesia francesa, mayormente integrado por bienes raíces
y
vastas extensiones agtopecuarias, en lugar de quedar «a dispo­
sici6n de la Naci6n», qued6 a la de un parlamento sectario, com­
prometido a que -el Estado tomara a su cargo los sueldos de to­
das las jerarquías del clero
y los gastos del culto, pero sin arbi­
trar a
c;ambio de tan fabulosa adquisici6n provisiones concretas
para
el mantenimiento de la multitud de asilos, hospitales, es­
cuelas y otras instituciones benéficas a cargo de la Iglesia desde
tiempos casi inmemoriales. Obligaciones de
difícil asunci6n por
parte de un Estado en vías de disoluci6n,
y agtavado el desas­
tre financiero que padecía a causa del fracaso de la operaci6n
de los «asignados».
El papel moneda inventado por los consti­
tucionales,
con cargo al tesoro acabado de expropiar, y usado
por los particulares para adquirir en las reventas la riqueza con­
fiscada. Un arbitrio generador de una
inflaci6n cr6nica que arrui­
n6 a las ciudades
y enrriqueci6 a un campo. poblado por muchos
avisados especuladores rurales, adquirentes en las almonedas de
una riqueza, según Pierre Cbaunu,
vendida a la décima parte de
su valor, devaluaci6n inevitable dada la oferta masiva de tie­
rras
(1).
El desalojo de los monasterios,
La Constituyente prosigui6 publicando normas reguladoras
sobre una Iglesia depauperada, econ6micamente sometida al
Es­
tado. Cumplido este objetivo, la nueva legislaci6ri se manifiesta
( 1) Un episodio de nocivos efectos para la economía francesa, que
cuatro décadas después tuvo a bien imitar casi al pie de la letta, y con
resultados parecidos, en plena prímeta guerra carlista, nuestro ilustre desa­
mortizador, Alvarez Menclizábal.
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LUIS LAVAUR
abiertamente anti-religiosa. ·Inició la ofensiva el decreto de 15
de febrero de 1790, dirigido contra las órdenes monásticas, cier0
to que no muy populares algunas, en una fase poco floreciente, y
muy denostada por los ilustrados, del clero regular francés.
En
su parte esencial, el decreto estableció la libertad de abandonar
sus conventos a cuantos religiosos tuvieran tal deseo, dictando
providencias para su ejecución, así descritas
por un historiador
del tema:
«Los oficiales municipales se presentaron en las casas
religiosas y preguntaron a cada uno o a cada una de los
miembros de las comunidades
si deseaban salir o quedarse.
Quienes abandonaran
el claustro recibirían una indemniza­
ción para vivir. Los religiosos
fieles serían agrupados, mez­
cladas todas las órdenes, en las casas conservadas. En cuan­
to a los monasterios abandonados, serían puestos en ven­
ta, a título de bienes nacionales» (2).
El relativamente crecido número de religiosos acogidos a esta
disposición encuentra atenuante en haber quedado los monaste­
rios privados de
las rentas precisas para .sostenerse, aparte de la
hostilidad oficial mostrada hacia aquella clase de establecimien­
tos. Suceso muy divulgado el que
38 monjes de los 40 residen­
tes en la celebérrima abadía de
Cluny la abandonaran, siendo
tanto o más revelador del estado de la cuestión que
la cuantía
de la defección el hecho de
no llegar al medio centenar los mon­
jes albergados entonces en la grandiosa casa matriz de la orden
benedictina. Es de justicia resaltar, en cambio, y volviendo
la
página, lo poco dispuestas que se mostraron las religiosas al
abandono de sus empobrecidos conventos, pese a las presiones
ejercidas para que lo hicieran:
«Entre las monjas la persevei-ancia fue casi unarume,
ejemplar. Las carmelitas respondieron a los comisarios: 'El
yugo del Señor nos
es dulce', y las salesas: .'Pedimos vivir
(2) DANIEL RoPS1 La Iglesia de las revoluciones~ Barcelóna, 1962.
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PERSECUCION RELIGIOSA EN LA REVOLUCION F[f.ANCESA,
y morir en el estado santo y dichoso que abrazamos sin
coacciones, que
ejercemos con celo y que constituye la
única felicidad
de. nuestros días'» (3 ).
El decreto anterior halló digno complemento en otro todavía
más agresivo por su injerencia en las consecuencias de los De­
rechos del Hombre y del Ciudadano. En nombre de la libertad,
no sólo quedó prohibido el pronunciamiento de votos monásti­
cos, una manera eficaz de esterilizar vocaciones, sino que a par­
tir de entonces, y con efectos retroactivos, los votos de los re­
ligiosos que no renegaran de su condición carecerían de efectos
civiles, pudiendo; por
tanto, además de renunciar a su estado,
casarse, heredar·
y practicar cualquier acto jurídico.
Toda intención de suavizar tan arbitrarias disposiciones por
parte de los diputados eclesiásticos, y de algunos otros nominal­
mente creyentes, resultó inútil. Lícito suponer
lo arduo que hu­
biera sido implantarlas de no haber renunciado en 1 713
la
Santa Sede al más firme apoyo para defender sus derechos, cuan­
do accediendo a solicitud formal y reiterada de las cortes borbó­
nicas de Francia, España
y Nápoles, el franciscano Oemente XIV
disolvió
la Compañía de Jesús.
De momento los constitucionales quedaron a la espera de
ocasión oportuna para ultimar la
.. operación: la disolución en
Francia de todas las órdenes religiosas. Objetivo
qµe no tardarían
en cumplir con facilidad suma
y sin oposición audible. Por el.e
pronto · se enfrentaron con un asunto de máxima. gravedad.
La Constitución civil del clero.
Expoliada la Iglesia francesa de sus bienes y derechos, ga­
rantía de su independencia frente al poder civil, sus ministros
habían quedado relegados a la condición
c\e funcionarios, o ser-·
vidores del Estado que les pagaba sus emolumentos. Esta situa­
ción requería una reforma o reordenación de las relaciones entre
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LUIS LAVAUR
ambos poderes. Tarea que una Asamblea dedicada a la redacción
de una Constitución, enconmendó a una comisión llamada
ecle­
siástica, compuesta por expertos, quienes tras semanas de discu­
sión presentaron el
pro}'ectO de una ley denominada -y con ra­
zón-Constitución civil del clero.
A juicio
de algunos canonistas, favorables al sentido de la
Revolución, el espíritu
de aquella ley no albergaba intenciona­
lidades anti-religiosas, pese a dejar bien claro en su
articulado su
aspiración básica: someter
el poder eclesiástico al poder civil,
desligándolo
-de la autoridad de Roma. Una aspiración de cierta
solera en ciertos círculos intelectuales franceses, en concordan­
cia con las doctrinas del galicanismo
-no ausentes en la Espa­
ña de entonces bajo el
· membrete de regalismo-rescoldo en el
caso francés de aquel jansenismo nacionalista y antivaticanista,
que tanto tensó las relaciones de parte del clero francés con
Roma, en las postrimerías del reinado de Luis XIV.
Aprobada por la Asamblea del 12 de junio de 1790, la
ley
presentaba algunos aspectos bien vistos por parte del clero. Pudo
pasar que,
so pretexto de uniformidad administrativa, refundiera
las históticas ciento treinta y seis diócesis en ochenta y tres
-una por departamento-y que cada diócesis fuera dividida
en parroquias en relación con su población,
y muy bien visto
por
el bajo clero el que se les asignara unos sueldos bastante
decorosos de acuerdo con
la categoría de su parroquia. Otro
cantar de diferente diapasón el que a través de dicha Constitu­
ción la Asamblea resolviera estas cuestiones por su cuenta, sin
intervención ni consulta alguna con la. Santa Sede, incumpliendo
unilateralmente las normas convenidas en el Concordato de 1516.
La disensión llegó al máximo nivel al· llegar a la ruptura total
con Roma al prescribir que obispos y párrocos fueran elegidos
directamente por el pueblo,
no precisamente por los fieles, pu­
diendo participar en
la elección como votantes los habitantes
en cada
diócesis o parroquia: fueran católicos, protestantes, ju­
díos o simplemente ateos. Estas normas significaban la instau­
ración de un ordenamiento jurídico que, además de conculcar
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PERSECUCION RELIGIOSA EN LA REVOLUCION FRANCESA
importantes derechos de la Iglesia, quebrantaba su unidad en
cuanto a Francia
afectaba.
Alguien se lo hizo saber así al pobre Luis XVI, quien si
bien había dejado de
gobernar, trató de desempeñar lo más
airosamente posible el oficio de reinar que
le asignaron. De ahí
que, sostenido por una catolicidad en momento algnno por su
conducra desmentida, al serle presentada a firma
la «Constitu­
ción civil del clero», tuviera los arrestos suficientes para demo­
rar su sanción por espacio de casi medio año, hasta el 16 di­
ciembre de 1790.
Una dilación que de poco valió. En el primer aniversario de
la toma de la Bastilla se celebró un inmenso festival en el
Campo
de Marte, realizado· por una misa oficiada por Talley­
rand
-aún no excomulgado---a cuyo final más de 200 clérigos
ascendieron
al altar para jurar acatamiento a la Constitución
civil del clero. Hechos
así hacen que tal vez no exagere en de­
masía el católico Octave Aubry, en su «Historia» y al referirse
al bajo clero, «que luchó por la Revolución hasta el punto de
poder decirse que sin su ayuda no
se habría realizado la Revo­
lución misma».
El 27 de noviembre de 1790, una propuesta formulada por
el obispo T alleyrand y elevada al rango de ley, dispuso que
el
elemento clerical de la Asamblea prestara juramento a la Cons­
titución en cuestión. Tras semanas de debate, el estamento
ecle­
siástico ofreció un espectáculo de cierta diguidad, al presrar
juramento, y pese a considerables presiones, únicamente cuatro
obispos, entre ellos los de Orleans y Vienne, y 70 curas, por
descontado que con los abates
Sieyes y Grégoire en cabeza.
La persistencia del silencio papal, unido al caramelo de suel­
dos y ,prebendas para los sumisos, contribuyó a que por el
resto del país juraran acatamiento a
la ley un total de siete
obispos nada
más y unos 1 O .000 curas de un censo de unos
70.000, y bastantes frailes exclaustrados. No
pocos con reser­
vas mentales explícitamente consignadas con la fórmula restric­
tiva «en la medida en que ello no me suponga un conflicto con
mis convicciones religiosas».
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LUIS LAVAUR
En aquel momento se consumó algo tan grave como la divi,
sión del clero francés en dos bandos enfrentados. En juramen­
tados o constitucionales, y· en refractarios, como llamaron a los
obedientes a Roma los políticos y el anticlericalismo popular
en auge.
Entre otros problemas, la aplicación de tan revolucionaria
ley suscitó
el de la consagración de los nuevos prelados, susti­
tutos
de los «insermentés» o fieles a Roma. De difícil solución
al no disponer de obispos resueltos a saltarse el código canónico
y otorgar por sí y ante sí la investidura episcopal a los aspiran­
tes designados por
el Estado, y no considerarse dotados de po­
testad tal los acabados de nombrar. Círculo vicioso roto al
ofrecerse a romperlo uno de los antiguos, el obispo Talleyrand,
como de costumbre, jamás remiso a cometer un sacrilegio por
más gordo que fuera. El 24
de febrero consagró a dos nuevos
obispos apóstatas pero constitucionales,
sin quedar a la zaga
animado por tan alto ejemplo el obispo Juan Bautista Gobel,
coadjutor del obispado de Belfort, consagrando a 36 más,
ob­
teniendo en premio a su colaboración el arzobispado de París.
Vista la generosidad de la oferta, poco
tard.,ron en cubrirse
la totalidad de las diócesis con prelados de nuevo cuño, sin que
fuera incidencia excepcional el salto de más de un curita
sabi­
hondo y modernista desde una modesta parroquia o vicaría a
ocupar una sede episcopal.
Una vez instalada en sus puestos la nueva jerarquía, se pro­
cedió
al obligado trámite de expulsar de sus templos y parro­
quias, y con máximo rigor, a todos los curas refractarios, ocu­
pando su lugar los de la nueva hornada constitucional. El trán­
sito no fue coronado por el éxito. Puede más bien hablarse de
fracaso debido a mantenerse
la mayoría de los fieles vinculados
a
sus sacerdotes obedientes al Papa de Roma. Quienes de mo­
mento pudieron seguir ejerciendo su sacro ministerio en gran­
jas, almancenes, y otros habitáculos, con tal de cumplir la obli­
gación de fijar en el exterior de los locales un
. letrero que
. advirtiera: ·«Edificio consagrado al culto religioso por una so-
ciedad privada. Paz y Libertad».
362
Fundaci\363n Speiro

PERSECUCION RELIGIOSA BN LA REVOLUCION FRANCESA
En el ínterin, Roma había permanecido silenciosa. Como.neu­
ttal. Investigadores con acceso a los archivos vaticanos ·confir­
maron en su
día la creencia en la causa de la demora de la reac­
ción
pontificia. La amenaza de ser ocupado por los ejércitos fran­
ceses el gran enclave de la ciudad de Aviñón y territorios
cir­
cundantes, parte integrante de los Estados Pontificios: suceso,
al fin y a la postre, consumado, dada la voracidad territorial de
la Revolución.
Hasta que por último, y
en. virtud de los breves del 11 y 13
de marzo de 1791, Pío VI se decidió a condenar la Constitución
Civil del Clero,
y disposiciones concordantes, excomulgando a
los responsables de su promulgación. Un acto que tuvo dos
con­
secuencias inmediatas. El que se retractaran de su juramento
bastantes clérigos de la nueva iglesia estatal y que el cisma abier­
to por la Constituyente tomara estado oficial, declarándose
el
gobierno francés enemigo del de Roma y adversario del clero
obediente a la Santa Sede.
La escisión del clero entre «jureurs», o apóstatas, y los cu·
ras llamados «refractarios», no pudo menos de tensar el pro­
blema religioso, al aminorar las posibilidades
de. concertar algu­
na especie de resistencia eclesiástica popular de entidad,
capaz
de oponer un frente común contta las demasías antirreligiosas
revolucionarias en constante incremento. Ilustta la relevancia de
esta escisión el que fuera la
culp.,ble de hacerle protagonizar a
Luis XVI un dramático episodio
de gravísimas consecuencias ul­
teriores.
Era notorio entte sus próximos que el buen rey nunca se per­
donó haber sancionado con su real rúbrica
la Constitución Civil
del Clero, tanto así que jamás recibía sus auxilios espirituales
de no ser de sacerdotes fieles a Roma. Este hecho, magnificado,
se.hizo de conocimiento general el lunes santo de 1791,
al diri­
girse el rey discretamente en coche, desde las Tullerías a Saint
Cloud, para celebrar
allí, casi en privado, la tradicional Pascua
Real, recibiendo la comunión de manos
de un cura refractario.
Pero alguien
se preocupó de alertar al populacho del designio
real, impidiéndole salir de palacio un espantoso motín,
viéndose·
363
Fundaci\363n Speiro

LUIS LAVAUR
obligado por imposición de la Asamblea, a asistir el siguiente día
a
la misa de Pascua, oficiada por un cura constitucional.
El golpe fue de extrema
dureza para la dignidad y la con­
ciencia del
rey. Herido en sus más íntimas convicciones, resol­
vió finalmente aceptar un plan repetidas veces propuesto y
re­
chazado, realizándolo en la noche del 20 de junio, al huir disfra­
zado con su familia, hacia
la libertad o el ejército de los emigra­
dos. Descobierto
y detenido en la etapa nocturna de Varennes,
y reintegrado a Paris con enorme escolta,
la seguridad y el pres­
tigio del monarca sufrieron irreparable deterioro, y la Revolu­
ción un impulso más hacia metas extremas.
La Constitución de 1791.
Aprobada en septiembre de 1791, por una Asamblea toda­
via dominada por la sombra de Mirabeau,
y sancionada y jurada
por un rey virtualmente prisionero, el articulado de
la primera
Constitución francesa preservaba la monarquia, tras suprimir
la
absoluta para dar paso a la constitucional, configurando un Es­
tado fuertemente unitario eliminando de cuajo toda clase de
autonomías regionales, muy numerosas a la -sazón.
Definidas las relaciones entre la nueva Iglesia y el Estado en
la Constitución Civil del Clero, la Constitución propiamente
di­
cha se ocupa poco del tema. Hubo algunos intentos de que de­
clarara su texto a la religión católica oficial del Estado. Notoria,
por inesperada, la enmienda en este sentido presentada en abril
de 1790 por el diputado
cartujo Dom Gerle, curiosa mezcla de
ardiente catolicismo, fervoroso jacobinismo
y se dijo que franc­
masón. Todo posible en aquellos revueltos tiempos. Pero su
propuesta de declarar a
la fe católica religión oficial no fue ad­
mitida a discusión, con un pretexto de innegable sutileza. Por
considerar
qué «la adhesión de la Asamblea a la religión católica,
apostólica
y romana ,no podía ponerse en duda».
Más éxito ·recibió la proposición de los eclesiásticos Sieyes y
Talleyrand, al decrerarse el 7 de mayo de 1791 la libertad de cul-
364
Fundaci\363n Speiro

PERSECUCION RELIGIOSA EN LA REVOLUCION FRANCESA
tos, consignada en el título primero de la Constitución al de­
clarar: «los ciudadanos tienen el derecho de elegir o esooger a
los ministros de
sus cultos». Incluidos, claro está, los del culto
constitucional, quienes figuran aludidos en
la Constitución al de­
clarar el oompromiso de la Nación «de sufragar los gastos del
culto», sin
existir otros con acceso a aquellos fondos que los
miembros de
la-Iglesia desvinculada de Roma.
Evitemos, en su valoración,
la improcedencia de reputar en
su conjunto de negativa la labor de la Constituyente.
De gene­
ral· aceptación la supresión o racionalización de la maraña de ve­
tustas normas administrativas y judiciales que regían, y no para
bien, la sociedad del antiguo régimen. También consecharon
pa­
rabienes, novedades tales como la adopción, en octubre de 1790,
del sistema métrico decimal, tendente a
unificar y agilizar las
relaciones y actividades de un reino demasiado
diverso para el
gusto de los ilustrados, mostrándose complacida la masa de cam­
pesinos acomodados que aumentaron la extensÍ6n de sus tierras
tras adquirir las de la Iglesia a precios de saldo.
De no tomar en consideración· el espinoso problema religio­
so creado por aquellos legisladores, y un pa.lpable deterioro de la
economía nacional, no parece arriesgado afirmar, respecto a aquel
momento, la satisfacción por el nuevo estado de cosas exterio­
rizado por una parte sustantiva del buen pueblo francés, produ­
cida por el
experimento revolucionario.
Terminadas sus tareas,
el 20 de septiembre la Asamblea
Constitucional
se declar6 disuelta, tras adoptar las _medidas rie·
cesarlas para la inmediata elección de otra que desarrollara en
leyes específicas los principios establecidos en
la recién estrena­
da Constitución. Nota curiosa el
qu~ para borrar en la nueva
, todo resabio estamental,
se acordara la ineligibilidad para el nue­
vo cuerpo legislativo de nungún diputado que formó parte de
los Estados Generales, y de su heredera, la Asamblea aC11bada de
ser disuelta.
365
Fundaci\363n Speiro

LUIS LAVAUR
La Legislativa y la Comuna.
El 10 de octubre de 1791, en plena crisis econom1ca con su
correspondiente agitaci6n social, se reúne la nueva Asamblea.
La forman un número inferior de diputados
al de la Nacional
y carece de figuras políticas conocidas y de fuste, excluidas por
decisi6n de la anterior Asamblea.
Se ven muchas caras nuevas y
ni que decir tiene que la católica
grey, mayoritaria eo el país, ca­
reci6 de representación parlamentaria en aquel concurso presumí,
blemente democrático. Las violentas tácticas electorales de los
«clubs» extendidos por todo el país se encargaron de mantener­
los distantes de las candidaturas, sin salir elegidos
más clérigos
que veintiuno, todos juramentados
y de tendencias jansenistas o
enciclopedistas.
En un contexto primordialmente mesocrático -no . exacta­
mente burgués que dirían los
marsistas-la ausencia de los
Brazos o Estados tradicionales quedó sustituida por la
. etnergen­
cia de las facciones o partidos políticos. Si no en el sentido mo­
derno del término, naturaleza tal cual como quizás con humor
involuntario los
definió .el «Diccionario de la Academia France­
sa» (ed. de 1786): «la unión
de varias personas contra otras que
tienen un interés contrario».
Agrupados en sus «clubs» los partidarios de la Revoluci6n,
jugaren importante papel en ella al condicionar fuertemente, des­
de sus reductos extraparlamentarios, la labor legislativa ·de la
Asamblea. Bien instalados, al trasladar sus sedes originales. des­
de cafés y figones a los mejores conventos de París expropiados
por el Estado. Los
más radicales, con Robespierre camino de
situarse
en cabeza, toman .su nombre de jacobinos por domici­
liarse en el

convento dominico
de Saint Jarob, en la tue de Saint
Honoré, mientras Hébert, Marat
y luego Danton se acomodaron
vecinos a
la Sorhona, en el monasterio de los franciscan¡,s, o
«cordeliers», tocándole
al de los «feuillants», o cistercienses, alo­
jar al de momento numeroso «club» de los moderados, que
si­
guen a Bamave y al ex-marqués de Lafayette. Por la punta de
366
Fundaci\363n Speiro

PERSECUCJON RELIGIOSA EN LA REVOLUCION FRANCESA
sacrilegio que pudo-tener, de seguro que no desentonó de su re,
volucionario sentido del humor autodenominarse jacobinos, cis­
tercienses y franciscanos, quienes actuarían como enemigos ju­
rados de aquellas órdenes, y de todas las demás ..
Constituido el gobierno con los «feuillants», su ineficacia y
deserciones pronto les hizo acreedores a ser sustituidos por los
girondinos, de tendencias republicanas, con abundancia de rous­
sonianos y volterianos en sus filas, quienes estimaron oportuno
para sus intereses políticos, y sacudir la apatía reinante, decla­
rar la guerra preventiva a Austria, posesora de los Países Bajos:
y en medio de la euforia general.
Durante su gestión, ni
la situación bélica ni el estado catas­
trófico de la economía les indujo a desacelerar
la producción de
legislación anti-religiosa, demasiado prolija
y reiterativa, de aho­
ra en adelante, para reseñarla
al completo. Destacables los decre­
tos del 14, 17
y 18 de agosto de 1972, disponiendo la clausura
de los conventos supervivientes,
y disolviendo las órdenes reli­
giosas sin excepción alguna. Y el del 17 de
octubre, suprimiendo
las facultades de Teología del Colegio de Navarra, y la de la
Sorbona, vista la negativa de sus profesores a prestar el
· riuevo
juramento
«a la Libertad y a la Igualdad», impuesto el 14 de
agosto a todos los eclesiásticos
y el juramento cívico, prescrito
en el artículo 5 del título
II de la Constitución, actos calificados
por ellos de apóstatas
y cismáticos.
Crecientemente debilitada la autoridad de la legislativa, el
vacío creado incitó a llenarlo prestamente por
los «clubs» más
radicales. De modo efectivo,
al crearse una facción dirigida por
Danton, ministro de Justicia, con la colaboración de un violento
locoide,
más petiodista que médico en la ocasión, Marat, y apo­
derarse a principio de agosto de 1792 del Ayuntamiento de Pa­
rís. Es la Comuna insurrecciona! regida por Danton
y Petion
como alcalde, derivando su enorme poder ejecutivo
al caer bajo
su autoridad la guardia nacional
y las bandas armadas de los
«sans culottes».
Como institución típicatnente .revolucionaria, que eleva,,. el
número de sus, diríamos, concejales, de 144 a 288, se ;mostró
367
Fundaci\363n Speiro

LUIS LAVAUR
visceralmente republicana y anticlerical, ejetciendo sensible in­
flujo
en el tono de vida de la capital. Asumió por las bravas am­
plias competencias legislativas, que le permitieron prohibir pro­
cesiones y toda manifestación externa
de cultos. Se trató de un
ataque contra el clero oficialista que encontró eco en diversas
disposiciones de la Asamblea, éstas de alcance nacional. Pese a
todos los pesares, cabe señalar que hasta aquel momento apenas
hay constancias de ataques, dignos de nota, contra la vida o in­
tegridad física de miembros del cleto.
Las matanzas de septiembre.
Por poco tiempo. El númet0 y zafiedad de los periódicos an­
ticlericales que se publican · proporcionan base suficiente para in­
tuir lo poco que iba a tardar la punta de lanza de la Revolución
en transformar en hechos su creciente odio contra el trono y el
altar.
Tocóle sufrirlos primero a la realeza en la tetrible jornada
del 10
de agosto de 1792. Siguiendo directrioes cuidadosamente
elaboradas en la Comuna,
el «lumpen» parisino entra en acción
tomando
al asalto el palacio de las Tullerías, su objetivo capital.
No sin antes asesinar en horribles condiciones a la guardia
sui­
za: la única fiel al rey y condenada a la indefensión ante el ata­
que por orden del monarca. La Comuna corona su triunfo en­
cerrando como prisionero, y en la tétrica mole del Temple, y
bajo su custodia, a Luis XVI y su familia.
Despejado el campo para
la actuación del pueblo soberano,
se prooede de seguido a practicar detenciones masivas de
desafec­
tos, abundando el encarcelamiento de religiosos en unos cuan­
tos conventos. Ellos serán las víctimas propiciatorias de las lla­
madas «matanzas de septiembre»,· perpetradas del 2 al 9 de aquel
mes. Con innegables analogías con las realizadas en noviembre
de 1936 en el Madrid republicano. Y no sólo por su brutalidad,
sino porque al igual que en Madrid, haberse esgrimido en París
como pretexto para el asalto a las cárceles, noticias de los
avan-
368
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PERSECUCION RELIGIOSA EN LA REVOLUCION FRANCESA
ces de los ejércitos conttartevolucionarios, sobre todo las nue­
vas
de la caída de V erdun, siendo recibidas las tropas extranje-
ras por los· verduneses como libertado~. ·
Exacerbando hasta el paroxismo el pánico creado en una masa
culpable de graves. excesos, el hecho de no cesar Marat. de repe­
tirles en su «L'Ami
du Peuple» consignas de este talante:
«Ciudadanos, antes de retiraros suprimid
a vuestros ene­
migos. Caed sobre los que
tienen coche, criados vestidos
de seda. Entrad en las cárceles, asesinad a los nobles, a los
sacedotes, a los ricos. No dejéis tras vosotros más que san­
gre
y cadáveres».
Estas incitaciones emitían
una mensaje con claridad meridia­
na.
La conveniencia de adoptar una precaución por si alcanza­
ban la capital las tropas en progresión; caso en el que sería in­
conveniente dejar vivos testigos
de sus crímenes. Confeccionadas
en el Ayuntamiento listas de víctimas
y verdugos, éstos a raz6n
de seis francos wr cabeza y día, sonó la hora del asalto de las
cárceles, pereciendo en la masacre unas 1.300 personas,
entre
ellos los 191 clérigos asesinados en la prisión de los Carmeli­
tas, contándose entre los sacrificados el destituido
y legítimo
arzobispo de París
y los obispos de Saintes y Beauvais. Y en
condiciones expuestas
en el expediente de su beatificación, pro­
movido en
1988 en su favor, por monseñor Lustiger, cardenal
arzobispo de París: «Prefiriendo
la muerte antes de quebrar su
comunión con el Papa o ser infieles al sacerdocio
confei.ido por
la Iglesia» ( 4 ).
Ante los acontecimientos de París, una Asamblea desprovista
( 4) El hecho de tener las matanzas de '.París su réplica en varias ca­
pitales provincianas, incita a emparejarlas en el campo de las analog{as re­
volucionarias con los 228 presos políticos asesinados en Bilbao, sede un
gobierno aut6nico del PNV, en un
pufíado de horas del 4 de enero de
1937. Y no pereciendo más en los asaltos a los.conventos-prisi6n '.potquC
Dios no quiso, e· impedirlo la heroica resistencia de algunos presos blan­
diendo ladrillos y boteUa. de agua: (relación nominal de los aSéSinadoacen
El Correo Españornl .Diario Vasco, Bilbacr, .. dofuíng,t, 4 de enero de 1987).
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LUIS-.-LAVAUR. ·
de. toda autoridad siguió ,rdelante con su decisión. de convocar
ot¡,a con un mandato más representativo, y cediendo a exigen­
cias de los «clubs», implantando al efecto el sufragio universal.
Pero .descaradamente indirecto. Los votantes, sin urnas ni
pa­
peletas, en asambleas y de viva. voz, eligieron a los· electores efec,
tivos a mano alzada.
).,
La 'Convención girondiriii.
Fresca aún la sangre· vertida en las matanzas septembrinas,
se reunían el 20 del mismo mes, en un edificio adyacente a las
Tullerías,. 371 ·miembros de los 903 elegidos por una parte muy
reducida del electorado., Significativo el 'término de Convención
adoptado· para denominar
á aquella Asamblea. Un obvio ameri­
canismO, -usado en un sentido tan poco francés, constituía un
claro homenaje, tintado de simbolismo, a la Convención que,
reunida en 1787 en .Filadelfia, alumbró la prestigiosa Constitu­
ción de los Estados. Unidos. ·Documento que los convencionales
franceses tuvieron muy presente en el cumplimiento de su misión
principal.
. El de redactar para Francia una nueva Constitución,
por resultar inaplicable la aprobada el ño anterior a las nuevas
circunstancias y de otras a punto de producirse.
Compuesta
la Convención por un aplastante número de abo­
gados, adoptó como . pro\l'idencia inicial la abolición de la mo­
narquía y la· proclamación de la República -eso sí-única e
indivisible, y comenzó
sus tareas en todo momento mediatizadas
las
legislativas .por fa coerdtiva 'presión ele la Comuna y los
«clubs».
C.rractetiza a esta. primera fase de la Convención el notable
influjo de los girondinos,
así llamados los representantes de las
provincias periféricas, donde la exaltación revolucionaria pecaba
de tibia eh contraste con la i~perante en París. No obst.rnte, en
la. pugna parlamentaria por el poder los. minoritmos girondinos
¡tl¡:apzaron saliente pteeminenc;ia gracias .al apoyo de los votos de
«la· Llanura», una coálición mayoritaria de grupos .moderados,
370
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PERSECUCION RELIGIOSA. EN LA REVOLUCION ·FRA.ÑéESÁ
más preocupados cada vez por el creciente poder de «la Mon­
taña».
La coalición de los radicales jacobinos, liderados por Dan­
ton y Robespierre,
deis abogados provincianos elegidos diputados
por París.
Los ánimos estuvieron tensos y crispados en
la Convención
y en el país. En riada contribuyeron a serenarlos la psicosis gue­
rrera generada por la mala marcha de las operaciones militares.
Situación de inseguridad que encontró reflejo en la tónica de
algunos decretos de la Convención, sin faltar los que por vía
legal· coustituyeron. un ataque a la Iglesia fraucesa fiel a Roma
y
a
sí misma. Sin duda cargados de un mordiente especial por
resultar negligible el efecto de
las medidas anteriormente vota'
das contra el clero «refractario», por ser este clero infinitamen­
te mejor aceptado por importantes segmentos de
la sociedad fran­
cesa, que volvió
la espalda al constitucional, condenado a ofi­
ciar en templos prácticamente vacíos y con escasa demanda para
su ministerio sacramental.
Una situación embarazosa para el poder, constituyendo un
intento de corregirla el principio inspirador el decreto del 20 de
noviembre, tendente a
la eliminación de aquel clero insumiso,
en tan estrecha simbiosis con el pueblo creyente. A tal fin
se
imprimió una vuelta más a la tuerca de la opresión, prescribiendo
que quienes no prestaran el juramento cívico de rigor, quedarían
privados no sólo del sueldo compensatorio asignado por el Es­
tado ( una especie de seguro del paro) a
Jos ,de ,su coridicióri, sirio
también de sus derechos civiles, quedaodo sujetos a la vigilancia
de
las autoridades, pudiendo ser condenados en caso de incum­
plimiento a dos años de prisión.
Dada la exigua respuesta a tan drástica provisión, hubo de
aprobarse otro
décreio, a instancia girondina, en virtud del cual
todo sa=dote denunciado por un mínimo de veinte ciudadanos
de no haber prestado el juramento en cuestión, serfa proscrito
y expulsado del país. Resolución· abocada a incrementar, aún más
si cabe, el número
de· saéerdotes emigrados. Muéhos a Inglaterra,
bastantes a Suiza, y no pocos a Valencia y a Barrelona, a «la Co·
blenza
del Sur~, como en sus «Reflexiones sobre Cataluña»
371
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LUIS LAVAUR
(1989), denomina Vallet de Goytisolo .a la capital del Princi­
pado. En aquella Convención dominada por los girondinos, y
con­
vertida en tribunal de justicia, tuvo lugar el juicio y condena a
muerte de Luis XVI, que tantas simpatías extranjeras restó a
la Revolución en
los ambientes en que la tenía.
Al poco la Convención perdió gran parte de la escasa legiti­
midad obtenida en los comicios, al quedar su potencial represen­
tativo seriamente disminuido, arrollado por el empuje del
ro­
dillo jacobino en pleno auge, y escorarse hacia la izquierda con
la
caída y eliminación del por un tiempo floreciente grupo par­
lamentario de los girondinos, a quienes Robespierre y sus afines
jamás perdonaron no haber votado en pleno en favor de la eje­
cución del rey.
Operación llevada a cabo en la jornada
-una de tantas­
del 2 de junio de 1793, mediante una movilización de las hues­
tes de «sans culottes» de la Comuna, aprobada por el ministro
Danton. Apoyadas las turbas por artillería de la guardia
nacio­
nal, irrumpieron a mano armada en el salón de sesiones de la
Convención, cumpliendo sin oposición alguna el objetivo asig­
nado. Llevarse presos a los diputados girondinos nominados, a
voz en grito, por el ejecutor del golpe: el diputado Marat.
Una Constitución inédita.
En una Convención dominada por los jacobinos pudo ya ulti­
marse la Constitución, preparada por una comisión de compe­
tentes juristas, presididos
por el joven Saint Just, redactada y
puesta la vista en la Constitución de
los Estados Unidos por el
marqués de Condorcet, una de las figuras francamente atractivas
en la nómina revolucionaria, .pronto víctima de una de las pur­
gas antigirondinas que no cesaban.
La Convención aprobó la Constitución el 14 de junio de 1793
(afio 1) dos meses después de establecerse los implacables tri­
buna:les revolucionarios que siguieron mandando seres a la muer-
372
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PBRSBCUCION RELIGIOSA EN LA REVOLUCION FRANCESA
te con el sistema e,q,editivo que les era propio. Resultó plebis­
citariamente refrendada por 1.900.000 votos, de un censo de
más de siete millones. Un abstencionismo harto explicable en
razón del rechazo fomentado por
el clero «refractario» y la en­
demia contra-revolucionaria en la que . se hállaban inmersas vas­
tas extensiones de una República en guerra con media Europa.
Una
vez consignada la violenta discrepancia del espíritu de
la Constituci6n con el signo de gran parte de la labor legislativa
de la Convenci6n, justicia obliga a admitir que como las consti­
tuciones soviéticas, y aquella que para
la Guinea Ecuatorial re­
dactó nuestro García Trevijano por encargo del presidente Ma­
cias, leída la francesa del año I no suena mal del todo. Ni mu­
cho menos. Establece principios de acento tan americano
como
«el derecho a la felicidad de todos los ciudadanos», y considera
a la propiedad privada como un derecho natural previo a toda
organizaci6n social.
Nada extraño que tan sacro respeto por la propiedad,
cofü­
tante en todo el ordenamiento jurídico de la Revolución, pro­
vocara tan justificado escándalo y· desazón · en Carlos Marx como
en
su tiempo en Robespierre. Obviamente, al no discernir el agi­
tador alemán el porqué del ¡,recepto. No pensó en que de lo
que
se trataba era no poner en un brete a la caterva de revolu­
cionarios enriquecidos con bienes
y terrenos de la Iglesia y Ja
nobleza, adquiridos por cuatro cuartos, o unos miles de «asig­
nados» devaluados.
En cuanto a la Iglesia, y pese al carácter laico de aquella
Constituci6fi,
no es imposible pudiera en principio considerar
su aceptación. No
es que poco se mencionara en su preámbulo al
Ser Supremo, declarándose a la moral y a la virtud esenciales a
la sociedad, aparte de ofrecer posibilidades de someter a adecna­
do desarrollo, en la práctica, el artículo VII de los nuevos De­
rechos Humanos, entronizados al frente de la Constituci6n, al es­
tablecer: «el libre ejercicio de los cultos no podrá ser prohibido».
Un derecho, en realidad y dadas las circunstancias, o condi­
ciones objetivas que diría un marxista, cuyo ejercicio resultaba
para los católicos imposible
de todo punto. Una de tafitas con-
373
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LUIS Ltl.VA.UR.
tradicciones de aquella Constitución, · tan celebrada por cierto
tipo de jurista más adepto
.en lo legal a la hojarasca del texto
que al rábano de su aplicación.
De «engañabobos» la calificó Pie,
rte Gaxotte en su siempre. interesante y desmitificadora «Histo­
ria». Y con razón.
Por encarnar aquella Constitución una de las
más abultadas e inconsecuentes tragicomedias de aquella Revo•
lución. .Desde el momento en que la Convención acordó aplazar
su vigencia «hasta la paz», depositando aquel bonito texto como
una reliquia, en una hornacina instalada tras la poltrona del pre­
sidente de la Convención.
La Conven~ión y el Comité.
La tónica revolucionaria de la Convención y el ambiente de
los «clubs» se radicalizaron considerablemente a
partir de mar­
zo
de 1793, a consecuencia de la insurtección llamada de La
Vendée, por más que aquella auténtica.guerta civil, con un .fuer,
te componente . religioso, también se librara por vastas comarcas
de Bretaña
. y Normandía.
El poco espacio que dedicaremos a tan sobresaliente gesta
contrarrevolucionaria no excluye el cumplimiento de la obliga·
ción de subrayar la base popular de
un alzamiento que estalló al
grito de «Viva la Religión», liderado por jefes militares
de ex­
tracción tan plebeya como el guardabosques Stofflet, el carrete­
ro Cathelineau, acauclillando unas mesnadas campesinas
mal ar­
madas, que prendidos a sus
pechos escapularios del Sagrado Co­
razón, integraron un ejército denominado «Armée Catolique et
Royal».
Un levantamiento, con obvias analogías con el carlista de la
primera
guerra; contra el que la Convención envió, en sucesióri,
generales de máximo prestigio,
al frente de unidades de renom'
bre, para tratar de ahogarlo .en un genocidio estremecedor.
Esta serie
de .revoluciones contrartevolucionarias, repetidas
por diversas partes del país, .fue la causa determinante de que el
6 de i,bril de 1793 se constituyera el poderoso y temido Comité
374
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PERSBCUCION RELIGIOSA EN LA REVOLUCION' 'FRANCESA
de Salud Pública, él braw ejecutivo; y pronto ·bastante más; de
la Convención, poseedor por· delegación
de todos los poderes
fácticos de aquella Asamblea.
Se trató de un órgano teórica­
mente colegiado, ,compuesto
por nueve miembros, y luego por
doce, que funcionó de hecho como el auténtico
gobierno de Fran°
cia y con resoluciones indiscutidas por. respaldarlas con el man­
do de los ejércitos de la· Revolución que le fue asignado por la
Convención. Al dictado del jacobinismo imperante,
la, Convención ,endu­
rece su legislación contra
la Iglesia; por no decir contra la re­
ligión, pues sus disposiciones apuntan .tanto contra el clero «re-.
fractario» como contra el constitucional engendrado por la pro·
pía Revolución. Hay descretos, como uno de. febrero de 1793,
gratificando con cien libras a quien .denuncie
a, un cura incum­
pliendo una, sentencia
9e destierro, mientras. que el 1 de .marzo
se. decreta proscripción perpetua, y ~onfiscación .de los bienes,
de todo sacerdote
em,igrado, llegándose en . el propósito de no
dejar resquicios Hbre.s al limite de condenar a muerte, en el
plazo de 24 horas, a cuanto sacerdote condenado a
depqrtación
fuera
hallado en suelo francés. El 22 de abril se tira por la ace­
ra de en medio acordando la deportación a Guayana de todo sa­
cerdote, juramentado o no, no condenado a muerte por los tri­
bunales, en muchos casos por su avanzada edad.
Guerra contra Cristo.
En el «preámbulo» de su «Histoire», Jules Michelet -y ya
entonces-se planteó un candente interrogante, que afecta -y
a ello vamos--a la esencia metafísica, al primum mobile de
ciertas violencias y prácticas
de· aquella revolución.
«¿Es cristiana o anticristi~na la , Revolución?" Se preguntó
el
eminente historiador a punto de empezar a historiarla. Su res­
puesta
es categórica. «Oui, la Révolution de 1789 fut antichre­
tienne». Y añade: «entre otras razones, por oponer a la religión
de la Gracia la religión de la Justicia».
· ,
375
Fundaci\363n Speiro

LUIS LAVAUR
Tras pasar de largo sobre la religión de la justicia, invocare­
mos otras razones menos abstractas, que con la elocuencia .de los
hechos abonan su aserto. Ninguna con más brutal contundencia
que aquel
movimiento que estalló bien mediado 1793, llamado
de «desfanatizacióm> por sus agentes,
y de descristianización por
historiadores modernos de toda la
gama ideológica.
En la exaltación iconoclásta del Terror se había quedado
corto por consumado aquel
«Ecraser !'Infame» archirreiterado
por Voltaire como objetivo capital del
philosophe. Sin eximir­
le de responsabilidad en los efectos de su consigna, haber per­
dido vigencia el deísmo de Voltaire
por insuficiente. La anárquica
intolerancia reinante exigía idearios
más destructivos y fuertes.
Había llegado la hora de
los-sin Dios. De los seguidores de Di­
derot, de Helvetius,
y del excesivamente olvidado barón d'Hol­
bach, aquel riquísimo ilustrado que con fervores de misionero del
nihilismo dedicó fortuna
y talento a publicar un voluminoso
acopio de obras, predicando
el ateísmo puro y duro como nor­
ma vital y una recusación visCeral de lo CÍ-istiano.
Por otra parte, era inevitable que del seno de una revolu­
ción desmadrada surgiera
un afán de erradicar de la sociedad
civil toda huella religiosa. Lo que dio origen a una ofensiva des­
cristianizadorá radical y sin concesiones, cuyo banderín de par­
tida se agitó en
la propia Convención. Justamente, al decretar
la abolición de todo culto, «fuera católico, constitucional, pro­
testante o judío», y ordenando «la destrucción de
tod"5 Jas ense­
ñas religiosas que
se hallen en las carreteras, plazas y lugares
públicos». Consecuencia obligada de todo
lo anterior el que el
5 de octubre de 1793 la Convención decretara la abolición en
Francia de
la Era Cristiana, sustituyéndola por la republicana.
Una sociedad declarada pagana por decreto requería un
ca­
lendario pagano, también. Necesidad declarada por el diputado
poeta Fabre d'Eglantine, quien en plan
legislador expuso ante
la Convención
la exigencia «de borrar de la memoria del pueblo
los domingos, además de los santos, fiestas e imágenes por largo
tiempo veneradas, fuentes de sus enormes errores religiosos,
376
Fundaci\363n Speiro

PERSECUCION RELIGIOSA EN LA REVOLUCION FRANCESA.
siendo preciso sustituir estas visiones de la ignorancia con las
realizaciones de la
raz6n».
Aquellos imperativos de la raz6n quedaron en materia ca­
lendaria satisfechos al implantarse uno verdaderamente revolu­
cionatio compuesto por un comité influido por
el poeta. Dividía
el año en doce meses de treinta días cabales y cada uno en tres
décadas en lugar de semanas, declarando festivo
el décimo, el
«decadi», dedicado a ceremonias
cívico-patri6ticas, con cierta
aura litúrgica, en
absoluto deseada con toda probabilidad. Por
apuntar la mutación a sustituir el viejo descanso dominical por
el pagano «decadi».
Hasta los días cambiaron de nombre
y apellido, y en lugar
de conmemorar a santos
y festividades religiosas, se les hizo
recordar, exprimiendo los diccionarios, virtudes, frutos, aperos
de
labranza y héroes de la· Historia Romana (de la era repu­
blicana, por supuesto).
De nada les vali6 a los meses ostentar en todas las lenguas
europeas nombres laicos a
más no poder. Y a puestos a cambiar,
les rebautizaron con denominaciones euf6nicamente líricas, acor­
des oon
la climatología imperante, resultando los brumatios, ter­
midores, ventosos, floreales, pradiales, etc., tan adheridos ya a
grandes acontecimientos revolucionarios. Un calendario que se
mantuvo en vigor hasta
el 1 de enero de 1806: bastante más
tiempo que
la vida de su inventor, cuya ca~a, y por razones
totalmente ajenas a su invento, termin6 en la cesta de la gui­
llotina.
Esta clase de acuerdos parlamentarios tuvieron, por su viru­
lencia y
extensi6n, imprevistas repercusiones en la acci6n anti­
crisriana desarrollada por las bandas armadas de los
«sans-eulot­
tes» y «euragés», siguiendo directrices de la Comuna de París,
con sede en el Ayuntamiento.
Destacando
el papel y responsabilidad en aquella operaci6n
el de Jacques Héhert,
el sucesor y heredero de Marat, dueño y
redactor del «Pere Duchesne», el periódico de mayor tirada de
Francia ( distribuida gratuitamente parte de su edición),
rezuman­
do sus páginas un ateísmo obsceno e incitaciones al asesinato de
377
Fundaci\363n Speiro

LUIS LAVA.UR
eclesiásticos. Bien lo advirtió en ocasión de la ejecución de la
reina: «Henos libros de 1a monarquía en virtud de la santa Gui­
llotina:
,ihora os .toca a vosottos, buenas gentes de la sotana ... ».
Por falta de objetivo mejor, los hebertistas dirigieron su in­
quina contra los miembros de
la Iglesia constitucional, al fin y
al cabo gente de sotana. Ninguno más eminente que Gobel, el
arzobispo
apóstata de · París. Lo suficiente para que una comi­
sión de la facción ]e. visitara para obligarle, de seguro que con
mínimo esfuerzo, a abandonar el palacio arzobispal y cesar en
sus
funciones; Por miedo, o lo que fuera, el prelado se· prestó
a dar un golpe de gran efecto al personarse pocos días
después,
y en procesión o cortejo, en la Convención, áCOmpañado de trece
vicarios
y algunos sacerdotes juramentados para, en la mesa de
la presidencia depositar mitra, báculo y pectoral. Gesto premiadó
con el gorro frigio con el que se tocó, pronunciando para agra­
decer tal honor unas palabras que no cayeron en saco roto: «en
adelante no debe
de existir otro culto público y nacional que el
de la Libertad y santa Igualdad».
Por lo visto
Hébert y sus gentes estimaron conveniente no
perder tiempo
en· poner en práctica la sugerencia del ex-prelado.
Tres. días más tarde,, y con una importante representación de la
Convención, tuvo lugar la consagración de la catedral de Notre
0
Dame al culto -y así como suena-de la diosa Razón.
. Y con ceremonias de gran fuste. Erigiéndose en el presbiterio
una

montaña de cartón piedra, con bustos de Voltaire, Rousseau
y Benjamin
Franlolin, vinculadísimo éste con las logias masó­
nicas de la capital, trono para que una bailarina de la opera,
Mlle. Maillart, envuelta en una bandera tticolor y sobre
sus
cabellos un gorro frigio, fuera venerada como Notre-Dame de la
Liberté (al igual que el homenaje rendido en una iglesia de
Burdeos a la española Teresa Cabarrús). Poco después,
y por
decisión
de la Comuna, todas las iglesias de París quedaron dedi­
cadas al culto de
fa diosa Razón, con una especie de saturnales
a modo de liturgia: «masearades», al parecer del disciplinario
Robespierre, quien
seguía muy · de cerca y con muy malos ojos
aquellos· acontecimientos.
378
Fundaci\363n Speiro

PERSECUCION RELIGIOSA EN LA REVOLUCION · .FRA'J,fCE.$A-
lmpulsada por hebertistas y afines, la oleada descristianiza­
dora alcanzó en provincias niveles aún más demenciales que en
la capital. Apoyados en el decreto de la Convención, supriririendo
t<¡da clase de cultos, Íos «désfanatizadores» sé dedicaron: a su­
plantar el culto cristiano con otro revolucionario de verdad. El
del exterminio.
Cerraro~, cuando no arruinaron, las poc~s igle­
sias aún abiertas servidas por el clero constitucional. Desapare­
cieron objetos litúrgicos de valor, incendiándose altares y confe­
sionarios,
no sin dedicar algunos templos supervivientes al cul.to
de la diosa Razón. Los nombres de ciertos pueblos y ciudades;
de connotación religiosa o real, los cambiaron por topónimos
exentos de semejantes taras. Entierros, bodas y hasta bautizos,
con nombres mitológicos o similares, devinieron laicos
y, 'sin
excepción,
oficiados por alcaldes y concejales en el mejor de los
casos, desarrollándose una acción concertada para eliminar d
clero constitucional, incitándoles a obispos y clérigos a · casarse,
no pocas
veces empleando métodos coercitivos;
Sin que, no obstante el éxito de aquella furiosa campaña lo­
grara pasar· más allá de relativo en ]o fundamental. Lo asegura,
entre
otros, un autor muy inscrito en la ortodoxia revolncióc­
naria:
«A pesar de la violencia de la . corriente descristianiza.
dora, y aunque hubo pocos lugares donde no sufriera
al:
guna interrupción, el culto no fue en ningún momento su,
primido
en toda Francia, Era imposible,Ja masa rural es,
taba demasiado abrazada a su vieja religión y a sus ros:
tumbres tradicionales» (5).
En efecto y sin duda alguna. Sin vacilar el buen cristiano no
tarda en reaccionar como buenamente puede contra aquella pet·
secución, a costa de grandes riesgos y sacrificios. Conforme,
basado en testimonios de primera mano, puntualizó con emocio­
nante grafismo un jesuita conquense de los proscritos en Italia
por decisión
de nuestro Carlos III:
(5) PIERRE Ba1zoN, L'lglise et la RBvalution franraíse, Par!s, 1904.
379
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LUIS LA.VAUR
«Con escándalo nunca visto ni oído, hemos visto que
la Francia católica repentinamente ha renunciado, no sólo
al catolicismo, sino también al cristianismo, y que en sus
poblaciones, en que antes era único, público
y majestuoso
el culto de la religión cristiana, ahora, el labrador que la
quiere conservar, de su caballeriza hace
templo, adorando
ocultamente en ella
la Santa Cruz y, después, por miedo
de ser
mártir cristiano, la esconde en su pajar» (

6
).
El "Gran Terror".
Al socaire de aquella exasperada persecucion, Robespierre
maniobra para situarse en posición de cabeza. Paso a paso.
Data
el decisivo del 27 de julio de 1793, al ser elegido miembro
del Comité de Salud Pública, donde despliega su acreditada capa­
cidad táctica para hacerse con el mando del Comité que le su­
pone
el control de la Convención.
Dadas las tendencias totalitarias de la ideología de
la últi­
ma promoción de dirigentes de la Revolución, es natural que
como un experimento de laboratorio, ésta alcanzara su culmen,
o verdadera naturaleza, en
la fase llamada por los mismos que
la regían de «la Grande Terreur».
Desatado no por las preocupantes noticias de extensiones
de
la insurrección de la Vendée, pues llegaban excelentes noti­
cias de triunfos de los ejércitos de la república en todos los
frentes. Obedeció a razones puramente políticas, que el
5 de
septiembre de 1793 una Convención, muy disminuida en dipu­
tados
y totalmente dominada por el jacobinismo robespierrista,
adoptara
el acuerdo -dicho sea con sus propias palabras-«de
mettre la Terreur á l'ordre du jour».
Esta declaración institucional de terrorismo estatal tuvo in-
(6) LORENZO HERVÁS Y PANift.JRo, Causas de la revoluci6n de Fran­
cia en el año 1789, y medios de que se han valido para efectuarla los ene­
migos de la religi6n y del Estado, Roma, 1083. En sus Heterodoxos {libro
VI, cap. II), Menéndez y Pelayo indica que hubo una edición anterior,
espa.fiola, con el título Revolución religionaria y civil de los franceses.
380
Fundaci\363n Speiro

PERSECUCION RELIGIOSA EN LA REVOLUCION FRANCESA
mediato complemento legal en un terror judicial fundamentado
en
.Ja Ley de Sospechosos votada en la Convención el 27 de sep­
tiembre de 1793. A tenor de las seis categorías de «suspects»
en ella establecidas,
es un hecho que dentro de su ámbito de
aplicación quedaba incursa la casi totalidad de la población fran­
cesa. De manera especial los católicos y sacerdotes, fueran cons­
titucionales o refractarios, especialmente mencionados en
com­
pañía de la nobleza.
La virulencia intrínseca a la ley quedó grandemente poten­
ciada por otra votada el 10 de junio de 1794 (ley del
21 Prai­
rial) suprimiendo
las más elementales garantías juridicas para los
encausados en los tribunales revolucionarios,
al eliminar de la
vista de las causas el defensor y los testigos y lin¡itar el veredicto
del tribunal únicamente a
la absolución o a la condena: a muerte
por descontado. Pena que gravitaba sobre
·1as cabezas de los más
de 8.000 sospechosos que por aquellas fechas malvivían, haci­
nados sólo en Paris, en unas 130 prisiones, aguardando la com­
parecencia en tribunales de rapidísima eficacia. ·
Fueron las jornadas de apogeo de .la guillotina, operando por
media Francia a ritmo enloquecido. Inaugurada el 5 de
abril de
1792, ejecutando en la plaza de
la Greve a algunos reos de de­
recho común. Convirtiéndose para siempre aquel macabro ju­
guete inventado por el médico-diputado Guillotin, en el mejor
símbolo de la Revolución.
En nada desentonó con la consigna imperante de la «éga­
lité» el signo democrático inherente a la naturaleza del instru­
mento, al instaurar un modo idéntico de matar a todos los
con­
denados, principio bien puesto de relieve en las ejecuciones del
rey y de la reina. También
podrá hablar en favor del invento su
tendencia, no menos igualitaria, al eliminar las diversas formas,
a la cual más brutal, de asesinar,. antes empleadas por los revo­
lucionarios
siclidos de madre. Con su implantación cesaron de
pender «les aristocrates a la lanterne», como
deeían con su ame­
nazante canción del «<;:a ira ... », y dejaron de verse pasear por
las calles, clavadas en la cuchilla de una pica, la cabeza de al-
381
Fundaci\363n Speiro

W1S.LA.Jl'AUR
gún desgraciado, o desgraciada, .. degollado en el patio de un con'
vento-cárcel o en la vía pública,
Con la guillotina como protagonista estelar la Revcilución
se confeccionó una escenografía propia para sus muertes. Pre,
senciadas, sobre todo las de París, por multitudes advertidas de
la fecha y hora del espectáculo, en especial las a cargo de la gui­
llotina instalada en la plaza de la Revolución (hoy, y desde Na­
poleón, de la Concordia). Más activa, aunque menos céntrica; fa
montada en la barriobajera plaza de la Nación, donde hubo asien·
tos de pago, en carromatos. situados
al efecto, y a modo de una
plaza de toros,
el tendido de las. «tricoteuses», poblado por un
nutrido grupo de matronas espectadoras haciendo calceta.
Com­
pletaban el escenario las tropas mandadas por el cervecero San­
terre, con su coinpañía d.e tambores. Redoblando en el momento
cumbre del ritual. Al mostrar el verdugo a la pleble,
y prendida
por
los cabellos, la cabeza chorreando sangre que arrojaría, en
pos de la siguiente, al cesto donde
se amontonaban las demás.
Varias provincias alcanzaron la altura de París en el episodio
de «la grande Terreur», dependiendo el
grado de inclemencia
éµ buena medida de la calaña del comisario político enviado por
el Comité de Seguridad General, y dotado de amplísimos poderes
por la Convención.
Destaca entre los
más implacabales un ex-padre· del Orato­
rio, Fouché, encargado de extraer a Lyon del poder de los contra.
revolucionarios, que se habían apoderado de · la rica e impar·
tante ciudad, ganándose
el sobrenombre ele «le mitrailleur»,
por
el uso generoso que hizo de la artillería para mandar al otro
mundo a varias tandas de prisionaros.
Otro comisario notable por su inquina antirréligiosa el con'
venclonar
Jnan Bautista Carrier, un psicópata encargado de cooc
perar en las operaciones contra la insurrección de la Vendée. Co­
metido' ejecutado manteniéndose Jo más distante posible de los
cam¡,os de batalla. De preferencia, en la bella ciudad de Nantes,
que como
todas las frartcesas, ·sufría entoncés agudas penurias en
abastéclmiento ·de alimentos.
El comisario Carrier
peús6 aliviar la carencia reduciendo 'la
382
Fundaci\363n Speiro

PERSECUCION RELIGIOSA EN LA REVOLUCION. ·FRANCESA
demanda. Con esta idea en mente resolvió reducir la población
carcelaria, fijando sus ojos, para . iniciat el experimento, en los
muchos sacerdotes, ancianos en su mayoría, encarcelados en los
Capuclúnos, por rehusar a prestar ,«el juramento cívico» tan co­
mentado en este trabajo. Carrier, ideó un procedimiento de ín·
qole técnica para materializar sus planes. Un invento personal
conocido en
la historia con el nombre de las «noyades» progra·
madas en las aguas del río Loire, que pasa por Nantes. Eligió
para ello una gabarra amplia y de poco calado, encargando a una
empresa carpintera practicar en las bodegas,,
b~jo la linea de flo­
tación, unos grandes orificios, tapon8dós' cori lln~s compÜ~rtás
arrancables desde el exterior.
Terminados los preparativos, en la noche del 15 de noviem­
bre de 1793,
y casi sin previo aviso, se sacaron de su prisión a
94 sacerdotes,
maniatados de dos en dos, y despojados de todas
sus pertenencias, con
el pretexto de trasladarlos a otra prisión:
a mejor vida hubiera sidó más exacto.
· No parece preciso detallar las escenas que se desarrollaron
cuando remolcada la gabarra cerca de la
desembocadura del gran
río,
se abrieron a ,martillazos las compuertas, hundiéndose el
ataúd flotante en las gélidas aguas del Loire.
Los detalles
aquf. omitidos se supieron después y con abso­
luta minucia, al declararlos ante unas autoridades ya receptivas,
el único que se· salvo de la «noyade». El P. Julien Landeau,
quien logró llegar hasta una orilla, nadando con· el cadáver de
un viejo fraHe amarrado a su muñeca (7). ·
Animado por el éxito de la primera, Carrier siguió aplican­
do
fa misma técnica para montar «noyades» fluviales por Angers,
Lava!, contándose finalmente por
millates el númerc> de ahoga­
dos;· seglares en su mayoría, por decisión de quien al siguiente
año
perdería literalmente la cabeza segada por la guillotina.
·Por aquel tiempo, y en castigo de
sus creencias, 850 religio,
sos y sacerdotes encerrados en los . Pontones· de Rochefort, en
la gran base
marítima atlántica, protagonizaron uo episodio cé-
' (7)'' Una narración documentada y cihaustiva. del episodio· en G. LE-
NOTRE, La preÍníef'e · noyadi de N~nt~s, Párfs,. -:1951.
383
Fundaci\363n Speiro

LUIS LA.V.AUR
lebre en los anales de la tortura. Encarcelados a. partir de fe­
brero de 1794, en tres barcos poco antes dedicados a la trata
de negros, fueron de tal magnitud las condiciones infrahumanas
a las que le sometieron
sus guardianes, que al recobrar su liber­
tad,
como tantos otros, a la caída de Robespierre, s6lo una cuar­
ta
parte había sobrevivido a los rigores de la llamada «guillo­
tina seca».
El martirologio del Terror.
Proyectadas contra aquel satánico baño de sangre, destacan
con luz ultraterrena las muertes de quienes perecieron a manos
de los paladines de
los Derechos Humanos, simple o esencial­
mente
por una manera de pensar y sentir sobre lo trascendente,
por un credo religioso.
Razón de peso aquella actitud ante la
vida
para erigirse como las más apetecidas víctimas por el credo
de aquella revolución.
Bajo el régimen jacobino,
el creyente no revolucionario no
encontró clemencia alguna en unos tribunales tendentes a resol­
ver si
los procesados seguirían viviendo o no en materia de
minutos. Sin consideración alguna a circunstancias personales.
De nada le valieron sus ochenta años a la abadesa de Montmar­
tre para librarla del patíbulo, ni
su condición de octogenario le
impidió
al abate de Solignac-Fenelon, fundador de la obra de los
Pequeños Saboyanos, dejar de predicar
su fe desde la carreta
que le conducía al cadalso. Más a redropelo
de los principios
jacobinos,
el que su condición de trabajadora de nada le sirviera
a Germaine Guyon, costurera de
76 años, culpable del crimen
de no entregar a
dos dominicos ocultos en su casa, y encima
solicitar al tribunal (y consegnirlo, claro está) morir con ellos.
En las actas de aquellos tribunales abundan constancias de
que en numerosos sacrificados su fe les infundió actitudes ante
la muerte comparables a todos los efectos con las registradas
en
las Actas de los Mártires de los pritrieros siglos de la era
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PERSECUCION RELIGIOSA EN LA REVOLUCION FRANCESA
cristiana. En la era revolucionaria, testimonios directos procla­
man la serena dignidad con que la, inmensa
mayoría de los con­
denados. al cadalso por cristianos afrontaron sus últimos mo­
mentos.
Admirable, incluso desde una estética del bel morire, los
últimos momentos de
Maclame Elisabeth, la joven y piadosísima
hermana de Luis XVI.
La única de la real familia que rehusó
abandonar Francia, permanenciendo
al cuidado de sus pequeños
sobrinos, los hijos del soberano. Ejecutada
en mayo de 1794.
La última de las veintitrés aristócratas, damas en su mayoría,
que antes de ir muriendo, y una a una, hicieron una reverencia
--diríase que versallesca-en homenaje póstumo a la hermana
del rey. Quien sin perder sonrisa
ni compostura, sentada en
una banqueta a guisa de trono, esperó su turno recitando
el De
profundis
a guisa de adiós. Con templanza equiparable a la de
cualquiera de aquellas ursulinas de V alenciennes, quienes. antes
de devolver su alma al Creador, tras cantar el
Te Deum, oraron
por sus verdugos.
Exigencias de aprovechamiento de espacio aconsejan termi­
nar una relación fácil de prolongar, con un excelso
paradigma
de aquel violento tránsito de inocentes a la eternidad. Cumpla
tal fin el conocido holocausto de las dieciséis carmelitas de
Compiégne (
el convento completo) reas del delito de permane­
cer
contra lege en su monasterio y mantener relación epistolar
con parientes suyos, emigrados en la otra orilla del Rhin.
Al siguiente día de comparecer ante Fouquier Tinville, todo
un espectáculo de sereno patetismo
ant_¡, la muerte el desplega­
do aquella mañana del 12 de julio, por los rezos y
cánticos de
las dieciséis monjas,
crUllando en carreta de bueyes por medio
París, desde la
Conserjería a la plaza de la Nación, la Vía Do­
lorosa de los morituri. Disfrutando de un privilegio raro enton­
ces para religiosos asesinados, al poder todas, y por un fortuito
casual, vestir su hábito carmelitano. Culminando su testimonio
de fervor
aJ ascender al patíbulo cantando el Veni Creator y la
Salve Reina, y renovar individualmente su voto monástico, mien-
385
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'LUIS. LAVAUR
tras una a una segaba la cuchilla sus vidas: incluida, y a sus 78
años, la de la
hermana Carlota de 'la Resurrección (8).
Grandioso contrapunto a tan trágicos sucesos
el espléndido
comportamiento de una parte del clero, que
pese a tantos pe­
sares decidió cumplir con sus
.deberes permaneciendo en el epi­
centro de la persecución, con obvio riesgo de su vida. Disfraza­
dos algunos de los
más jóvenes de soldados revolucionarios,
circulando por las calles de París
con sable y bigotazos, aten­
diendo a su sagrado ministerio estacionándose
al pie de los ca­
dalsos, para con sigilo impartir con un gesto apenas perceptible
una absolución plenaria a los condenados.
Los hubo quienes dis­
frazados de buhoneros o curiosos, se apostaban a las puertas de
las cárceles, para beneficiar de
Ja misma manera las almas de
quienes rumbo al patíbulo salían de la prisión en las lentas
ca­
rretas descubiertas tiradas por bueyes. Nunca faltaron por bos­
ques, áticos y cuevas otros que celebraron el santo sacrificio y
administraron el sacramento del bautismo o del matrimonio, no
sin pasar alguna vez el audaz sacerdote del altar a la gnillotina.
Llegado
el momento, la curia vaticana debió decidirse a su­
perar escrúpulos de molestar el laicismo impetante en ciertas
instituciones del Estado francés, y el culto a su Grande Révo­
lution,
y comenzar a honraT a sus propios mártires. Rompió el
fuego en 1906 el papa Pío X be"atificando a las carmelitas de
Compiégne, iniciando en 1929 la Iglesia un proceso de beati­
ficación, altamente merecido, en favor de Madame Elisabeth,
la
angelical hermana de Luis XVI, mostrándose· las diócesis de la
costa atlática particularmente sensibles en esra ·materia. El obis­
po de
La Rochelle introdujo causa de beatificación para ciento
dos religiosos de los muertos en los Pontones de Rochefort, en
base a un testimonio de fe de la categoría de las «Resoluciones»
que los cautivos redactaron
y juraron llevarlas a la práctica. En
1984 fueron beatificados noventa
y nuetié seglares de los dos mil
¿,
(8) Una escena cuya grandeza narró maravillosamente la alemana
GERTRUD VoN LE FORT, en su novela 1A última del pa_tibtdo, en -ia que
en 1949 encOntró inSpiraci6n para sus impresionantes Diálogos de Carme­
litas el autor francés Georges Bernanos.
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PERSECUCION RELIGIOSA EN LA. REVOLUCION FRANCESA.
fusilados doscientos años antes por Carrier en Angers, existiendo
preparativos en curso para conmemorar, en 199 3, los centenares
de religiosos ahogados por la Revolución dos
siglos antes en
aguas del Loire.
Las ejecuciones de religiosos no deben ocultar un hecho de­
moledor para las ínfulas de una revolución, cuyos exegetas no
cesan de buscar justificación para 1)!us crímenes. Fútil intento por
no tenerse en pie el argumento principal.
El de que la mayo­
ría de las víctimas del Terror integraran las llamadas clases opre­
soras del pueblo, tesis totalmente anulada por trabajos estadís­
ticos
realizados sobre el tema. Fiables por concienzudos los es­
tuclios del americano Donald Greer, los cuales demuestran con
el debido apoyo documental,
el porcentaje de artesanos, gentes
humildes, pequeños traficantes de artículos racionados y de sol­
dados rasos, condenados por
loLtribunales populares, porcentaje
altísimo en comparación a un 6,5
% del clero y a un 8,5 %
de la nobleza y alta burguesía, víctimas de la última pena.
Pérdidas artísticas.
Aparte de los casos esporáclicos de vandalismo que se clieron
desde los inicios de la Revolución, las pérdidas más notables en
el plano del arte sacro
se registraron de noviembre de 1792 a
julio de 1794, en la fase violenta de la descristianización. Un
buen estímulo para la destrucción se produjo al decretar en 1793
la clausura de las iglesias, ordenando fueran desprovistas de sus
campanas
. y techumbres de metal coq destino a las fábricas de
material de guerra, sufriéndose
al mismo tiempo destrucciones. de
imagineria, vidrieras y otros objetos de culto.
Con referencia exclusiva a monumentos de primera magnitud
procede consignar
la profanación, en octubre de 179 3, de la
basílica de Saint Denis, panteón de los reyes de Francia, some­
tiendo a una casi destrucción·, su bello conjunto de sepulturas,
arrojando los restos reales a la fosa común. Al mismo tiempo
387
Fundaci\363n Speiro

LUIS LAVAUR
desaparece el riquísimo tesoro de orfebrería de su magno relica'
río, mientras las techumbres de sus naves inician su curso hacia
la ruina al arrancarles
sus cubiertas de plomo.
Aún peor suerte sufrieron ilustres edificios desaparecidos en
su totalidad, destino reservado en Tours a la basílica de su santo
patrón San Martín. Y por la
abadía de Cluny, una de las más
grandiosas de la cristiandad, clausurada en 1790, y derruida a
pko y pala de 1793 en adelante, por disponerlo así el municipio,
vendiendo años .después los restos, como material de derribo, a
un
tendei-o de Macon.
Pocas cartujas quedaron indemnes, y no desde luego la de
Champo!,
,en Dijon, panteón de los duques de Borgoña. La cate­
dral de Chartres estuvo a punto de desaparecer, como desapare­
cieron las catedrales de Arras y Cambray.
Excesivos para su enumeración los templos que sufrieron en
su interior los vandalismos propios de su consagración al culto
de la diosa
Razón. De gran volumen los perpetrados en Notre
Dame de París, y no sólo en su interior, pereciendo estrellados
contra el pavimento las 28 estatuas de reyes, en piedra, ornando
los altos de las
tres entradas de la fachada principal, amén de
muchos ottos destrozos que
le costaron años de restauración a
Viollet-le-Duc.
Negativas también para el
patrimotÚo artístico francés las
consecuencias derivadas de la supresión
de· un elevado número
de obispados, por conllevar la desaparición o
ruina de unas cuan­
tas catedrales. Aunque por fortuna
hubo edificios, como la aba­
día del Mont. St. Michel, que se salvaron por quedar, como la
montaña normanda, dedicados a prisiones o cuarteles.
Incidiendo en esta línea de supervivencias,
es posible que
la hermosísima basílica de Santa Genoveva, patrona de París,
construida por Luis XV, subsista intacta por dedicarla la Cons­
tituyente, a la muerte de Mirabeau. el 2 de abril de 1791, a ser­
vir de panteón, al original estilo romano, con el objeto de vene­
rar a los semidioses de la Revolúción, función que sigue anun­
ciando una inscripción esculpida entonces en su frontis: «Aux
grands hommes, la Patrie reconnoissante». En su interior,
ade-
388
Fundaci\363n Speiro

PERSECUCION RELIGIOSA EN LA REVOLUCION FRANCESA
más de los restos mortales de Mirabeau, se entronizaron los de
Rousseau y hasta los de Marat, y como es habitual en
los cam­
bios de religión, no sin antes quemar en la plaza de la Greve
los venerados restos de Santa Genoveva.
De seguro, ningún cadáver llegó al panteón revolucionario
con el boato y prosopopeya dedicados al de Voltaire. Con una
liturgia análoga por
sq fausto a la programada por la Iglesia para
recibir en su seno reliquias merecedoras de altísima veneración.
Valga recordar que la urna conteniendo las cenizas del gran anti­
clerical llegó al panteón sobre una carroza tirada por dieciséis
ca­
ballos blancos, y escoltada por nueve doncellas de buen ver y es­
cueto vestir, simbolizando a las musas.
En hechos de este pelaje debió inspirarse el activista Régis
Debray ( «Le Monde»,
11 de julio de 1989), para afirmar con
ufanía de «sans-culotte» trasnochado: «La Revolución reempla­
zó el reino de Dios con la religión de la patria, con sus mártires
y su liturgia».
No
sé si robustecería o debilitaría su aserto, sin duda correc­
to, de haber añadido que por algún tiempo, muy breve por cier­
to, la religión de la patria sería reemplazada por otra. Por otra
ideada por un hombre
más o menos de su ideología. Por un per­
sonaje hasta hace nada con mando en plaza en el panteón uni­
versitario del marxismo-leninismo, quien como si fuera un im­
puesto, impuso a los franceses una nueva religión, por ministe­
rio de
la ley.
Una religión para ateos.
Sucedió aparentemente en el momento peor. En 1793 y con
el Terror campando por
sus respetos. Al alcanzar el Estado en­
gendrado por la Revolución su punto de sazón. Poseedor ya, y
en plenitud, de los rasgos distintivos que desde 1917, y con el
apellido marxista, ostentarán los regímenes instaurados por el
mundo por la fuerza y bajo
los auspicios del modelo francés.
Son fenómenos esencialmente idénticos, con pocas variantes.
389
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,.
LUIS LAVAUR
En todos ellos, como en su prototipo, cae el poder en manos de
una élite resuelta a transformar una sociedad ajustándola a unos
idearios igualitarios. Con resultas invariablemente similares harto
conocidas. Opresión política
y social, hipertrofia burocrática,
atraso económico, militarismo rampante y ruina moral. Y en un
contexto ateo.
Precisamente el rasgo que de verdad repuguó a Robespierre.
El aventajado alumno (becario) de los Padres del Oratorio, del
aristocrático colegio parisino de Louis le Grand,
había contem­
plado,
al igual que Danton, con seria preocupación, los desmanes
anticristianos llevados' a efecto por ]as turbas dirigidas por Hé­
bert y Chaumette, por repe]erle, a fuer de deísta ilustrado,
la
indisciplina f la zafiedad de aquella ola ateísta que asoló gran
parte de Francia.
«El ateísmo
es cosa de aristócratas, no del pueblo», había
proclamado Robespierre una y
otr~ vez en la Convención. Más
explícito en su declaración en su «club» de los jacobinos, el 26
de marzo de 1792,
rul reconocer el apoyo espiritual que encontró
en el Ser Supremo -fueron sus palabras--para poder soportar
las insidias, intrigas y ataques desencadenados contra
él en la
Asamblea Constituyente: «Comment aurai-je pu soutenir des tra­
vaux qui sont au-dessus de
la force humaine, si je n'avais point
élevé mon ame a Dieu?» (9).
AJ modo de su maestro, Rousseau, y también al de Voltaire,
Robespierre no concebía pudieran
el pueblo o una sociedad vi­
vir de modo civilizado sin el freno de una religión como factor
de cohesión social. Razón de su decisión de insertar en su pro­
grama de gobierno un plan inaudito, en circunstancias que sólo
un autor surrealista hubiera podido imaginar.
Imporuendo a
contracorriente de una Francia en la pleamar de su fiebre revo­
lucionaria, una religión. Pudo realizar el milagro
al dominar los
resortes
del poder y desembarazarse, con la complicidad de la
guillotina, de sus más próximos rivales. Impelido, en parte, por
(9) En GEORGES LEFEBVRE, A le mémoire de Robespierre, París, 1958.
390
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PERSECUCION RELIGIOSA EN LA REVOLUCION FRANCESA.
una razón política que cree desvelar el historiador marxista Al­
bert Soboul:
«Aunque Robespierre no favoreciera el catolicismo creía,
en realidad, que la abolición del culto era una falta polí­
tica.
La república tenía ya bastantes enemigos, sin nece­
sidad de que también se alzara contra ella una gran parte
de las masas populares vinculadas a la religión tradicional».
Esto en cuanto
al frente interno. Sin olvidar la conveniencia
de, con vistas al exterior, aplacar a ciertos círculos del mundo
intelectual en los que los primeros pasos de
la Revolución ha­
bían inspirado tanta simpatía, anulada luego por los fratricidas
baños de sangre
y el exterminio de disidentes.
Lo mismo ocurrió con
la cuestión religiosa. Bien estuvo la
mal disimulada complacencia con que en algunos países protes­
tantes fue visto el cisma entre católicos provocado por el invento
del clero oficialista y constitucional. Hasta que la fobia antirre­
ligiosa de la Francia jacobina, y su escoramiento hacia el ateís­
mo, resultaran lejos de París
anomalías demasiado estridentes
para aquellos tiempos.
Por
las razones que fueran, pero acordes con su credo pa.r­
ticular, Robespierre decidió la consagración de Francia a una
nueva
religión de su invención; y · abogado hasta el tuétano, re­
suelto a implantarla en forma de ley, pese a rechazar la filosofía
de los deístas ilustrados toda religión positiva. Curiosamente, sin
fundamentar
la suya en el capítufo «De la religión civil», el úl­
timo del «Contrato Social» de su maestro Rousseau, capítulo en
el que
se consigna la conveniencia de condenar a muerte al in­
cumplidor de
las leyes morales del Estado, precepto obedecido
de notorio modo y al pie de la letra por su
discípulo. Quien
para su proyecto religioso se inspiró en otra obra de Rousseau,
mucho
más leída que el Contrato antes de la Revolución. En
el
Emilio, texto del que Robespierre . destiló una religión teís,
ta y dogmática, informada en el orden moral -la gran preocu­
pación del
Incorruptible--por una especie de sincretismo entre
la ética cristiana
-sin Cristo, por supuesto----y las «virtudes»
391
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LUIS-LAVAUR
de la ciudadanía romana (republicana, por descontado) vista a
través de Plutarco, naturalmente.
Pertrechado con estos principios logró
,lo que diríase impo­
sible. Que aquella desmelenada
Convención, que no inucho antes
había
decretado la abolición de toda clase de cultos y creeocias,
volviera sobre
sus pasos y el 7 de 'mayo de 1793, y por aclama­
ción, aprobara una especie de religión de Estado definida en los
quince
artículos de una ley con aires de catecismo, redactada por
Robespierre. Una religión, al menos en principio, susceptible
quizás de haber sido,
si no aceptada en todas sus parres, aguan­
tada al menos sin gran dificultad a la espera de mejores tiem­
pos, por aquella parre de la Francia creyente en momento
alguno
protegida por Robespierre, pues no en vano el primer artículo
de la ley en . cuestión constituía una dogmática y resonante
de­
claración de fe al rezar de esta manera:
«El pueblo francés reconoce la existencia del Ser
Su­
Supremo y la inmortalidad del alma».
La creencia en la inmortalidad del alma tenía su trascenden­
cia política y la intervención del Ser Supremo su lógica. El
re­
conocimiento oficial de su existencia resolvía el problema de la
«fratemité», pues mal podía hablarse tanto 'como se hablaba de
la hermandad entre los hombres del
mund_o, sin la existencia de
un padre común. Más arduo conciliar tau altos ideales con
el
hecho de segar la guillotina cabe.zas, aquellos días, con más ve­
locidad que nunca. De todos modos, y en cumplimiento de
acuerdo
al efecto, el texto del primer articulo acabado de trans­
cribir quedó divulgado por casi toda Francia por medio de
in­
finidad de carteles y pasquines, e inscritos en el frontis de igle­
sias, algunas no hacía mucho dedicadas
_al contraculto de la dio0
sa Razón.
La fiesta del Ser Supremo.
Algo manca o incompleta parecería una religión de no do­
tarla de un calendario festivo. No pecó por ese lado la de Ro-
392
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PERSECUCION RELIG10SA EN LA REVOLUCION FRANCÉS.A
bespierre al comprender el artículo 4.0 de su ley un buen surtido
de fiestas nacionales. Desde las que conmemoraran efemérides
tales como
la ejecución del rey y la toma de la Bastilla, hasta
las .festividades del Pudor, de
la Frugalidad, de la Fidelidad
Conyugal y muchas
más. Serie inaugurada con un gran festival
cívico-religioso, en París y en provincias, a la gloria del Ser Su­
premo.
Descripciones y láminas de la celebración ilustran
el acierto
de Chesterton al opinar: «la Revolución francesa estuvo forma­
da de virtudes cristianas enloquecidas». Testigo, el magno
acon­
tecimiento que tuvo lugar en París, el jueves 8 de junio de 1794
(años antes hubiera sido
el día del Corpus Christi). Como de
costumbre en estos trances, lo escenificó el pintor David, con
arreglo a una elaborada liturgia, en la que ofició de Pontifex Ma­
ximus el propio Robespierre, presidente de la Convención. Dan­
dy hasta el final, vestía frac azul, blanco pantalón, cinturón tri­
color y sombrero emplumado sobre la peluca
-rizada y empol­
vada meticulosamente-, quizás la única que se veía en París, y
zapatos de alto tacón para realzar su reducida estatura.
Se inició la ceremonia con una especie de homilía, leída des­
de una especie de trono por el propio Robespierre, entonándose
a continuación
el himno «Padre del universo, suprema inteligen­
cia
... », compuesto ex profeso para tan alta ocasión. Acto segui­
do el Incorruptible descendió de su sitial, para prender fuego a
una
estatua combustible del Ateísmo, apareciendo en su interior,
incólume pero tiznada de hollín, otra de la Sabiduría, ritual con
visos de significar el fin de la campaña de descristianización.
Como era de rigor dada la significación del día, signió una pro­
cesión desde las Tullerías hasta el Campo de Marte,
al otro lado
del Sena. Solemne y espectacular,
actuando tres bandas milita­
res, cien tambores,
y una estatua ,de la Libertad tirada por diecio­
cho
bueyes. Tras de ella, y recibiendo los aplausos de una in­
mensa multitud, desfiló Robespierre con un ramillete de espigas
de trigo en la mano.
Así
y todo ... , inmposible no parar mientes en las dosis de
ironía y paradoja infusas en el
hecho de que le tocara actuar de
393
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LUIS LAVAUR
artífice de tamaño sometun1ento y homenaje de la Revolución
a la religión, al considerado por la historiografía izquierdista
como
la más pura encarnación del espíritu revolucionario.
En cuanto a las motivaciones de aquella insólita medida de
Robespierre hay variedad de tesis con pretensiones
de resolver
el enigma
y explicarla. Sigue siendo mi favorita la formulada
por un eximio analista
de aquellos acontecimientos:
«La Revolución
>10 satisfada la necesidad eterna del alma
humana, siempre sedienta, siempre ávida de Dios» (10).
· Frase revestida de especial significado por proferirla un ag­
nóstico, dantonista de pro y furibundo anticlerical, si bien pro·
fundo conocedor de la problemática humana.
El festival del Ser Supremo, asombro de propios y extraños,
marcó el momento cumbre de la vida del tirano.
Su apoteosis.
Y a muy poca distancia de su caída.
Mas no sin haberse llevado
por delante a una considerable cantidad de correligionarios.
Antropofagia revolucionaria.
Tantos y tan repulsivos fueron en conjunto los horrores in­
tegrantes de la Grande Révolution que, de considerarla en blo­
que, como un sueño
de la razón, deviene, a veces, inexplicable
por irracional. En pos de una dilucidación escatológica del gran
acontecimiento,
tal vez pudiera solventatse la dificultad acogien­
do el raciocinio a la interpretación formulada en su día por el
profundo pensador conservador, Joseph de Maistre, quien tras ex­
plorarle sus dentros la consideró como «una catástrofe satáni­
ca», permitida, dirigida
y hasta deseada por la Divina Providen­
cia (11).
Teoría que halla
cierto soporte de pasat revista a las sór-
(10) JuLEs MICHELET, Histoire de la Révolution franfaise, París, 1847-
1862.
(11} JosEPH DE MAISTRE, Considerations su~ la France, Lausanne,
1796.
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PERSECUCION RELIGIOSA EN LA RBVOLUCION -.FRANCESA
didas circunstancias en que terminaron sus vidas, breves por lo
general, los cabecillas de la revuelta,

trámite que induce a detec­
tar en sus muertes la impronta
de la acción justiciera de una
autoridad supraterrena.
De pasar con ánimo comparativo, de los perseguidos a los
perseguidores, y evocar los episodios de canibalismo cainita per­
petrados en sus entremuertes por las facciones revolucionarias,
no se busquen altos ideales ni sacrificios fecundos. Eliminar un
obstáculo en la carrera hacia el poder absoluto constituyó el
móvil capital del exterminio de los girondinos, consumado por
Robespierre con la ayuda de Danton
y de sus «cordeliers».
Instalado
al frente del Comité de Salud Pública, el aboga­
dillo de Arras prosiguió, con mejores medios, y en rápida se­
cuencia, el proceso autofagocitario de la Revolución. Dirigiendo
su vista, de verde mirar según
se dice, primero a su izquierda,
decidió meter en vereda a
la insumisa Comuna privándola de
sus jefes. El energómeno periodista, Hébert, y su acólito, el
sanguinario Cbaumette, un joven homosexual caudillo de la te­
m;bJe chusma de los «sans-culottes», turiferarios ambos de los
cultos a la diosa Razón y de otros excesos anti-religiosos que irri­
taron lo indecible a Robespierre. Resuelto a ajustarles las cuen·
tas,
se las compuso para hacerles comparecer ante un tribunal
revolucionario acusados de indebida apropiación de fondos, don­
de les concertaron una cita inexorable con
la guillotina. Ironías
del destino que de aquel lote de guillotinados formara
. parte el
no hacía tanto tiempo monseñor Gobel, el arzobispo apóstata
de París (12).
Rumbo hacia
el control de la Convención, escenario de la
diobólica eficacia de su estudiadísima oratoria, Robespierre puso
sus exterminadoras miras
en uno de los grandes de la Revolu­
ción. En
el aparentemente invulnerable Danton, «el Demóste­
nes francés». Bastante vulnerable en aquella ocasión, como jefe
del movimiento de los llamados
-y no elogiosamente por los
(12) Suerte de la que supa distanciar$C el siempre escurridizo Talley­
rand, poniendo, como O:iateaubriand, océano por medio emigrando vía
Inglaterra, a los Estados Unidos, nada menos.
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LUIS -L:A.VAUR
seguidores de Robespierre-- «indulgentes», por su crítica actitud
respecto a las dimensiones homicidas del Terror.
Mide la di­
mensi6n del influjo de Robespierre en la Convención, el que sin
oposición de entidad, Danton
y sus valiosos seguidores, acusa­
dos, y no del todo sin fundamento, de cohechos y negocios tur­
bios, terminaran sus días como hacía tan poco los intransigentes
hebertistas. Integraron aquella expedición al averno, además del
brillante Camilo Desmoulins, gentes como
el general alsaciano
Westermann, jefe de una de aquellas autodenominadas «colum­
nas infernales», dedicadas a
la masacre de católicos vendeanos.
Hubo ejecuciones, como
la de Philippe Egalité, antes duque
de Orléans, cuyo recuerdo induce a pensar en que en paralelo
con una justicia ciega o enloquecida, actuó otra que dio su me~
reciclo al más odioso responsable del la muerte de su primo,
Luis XVI, y en función de representante de los numerosos
re­
volucionarios que prefirieron apuñalarse antes de enfrentarse con
la guillotina, valga la triste figura de Jacques Roux, el ex-sacer"
dote y profesor de seminario, inventor de una teología de la li­
beración «avant la lettre», sanguinaria en extremo, puesta en
práctica como jefe de los violentos «enragés».
Operación compleja entresacar entre tan gran cúmulo de
víc­
timas otro tipo de personalidades merecedoras, por su categoría
humana, al menos de una respetuosa mención. Podrían ser objeto
de distinción tal, entre tantos otros,
el eminente químico Lavoi­
sier,
el poeta Chenier o Malesherbes, el ex-ministro de Luis XVI,
guillotinado a los
73 años, en compañía de su hija y de sus nie­
tos, reo del delito de haber actuado como abogado defensor del
rey, en el memorable juicio ante la Convención en pleno.
Los que a hierro matan ...
Así las cosas, hasta hacerse justo y necesario les llegara su
San Martín al propio Robespierre y a su equipo de extermina­
dores. La insospechada facilidad con que
se realizó la caída del
sanguinario caudillo, produciendo una notabilísima rectificación
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PERSECUCION RELIGIOSA EN LA REVOLUCION -FRANCESA
en el curso de la Revolucióu, tuvo razones explicativas. Su razón
de ser. Por de
pronto, los drásticos procedimientos utilizados por
el tirano para sus triunfos políticos, privando a su poder de
apoyos idóneos. Tras granjearse
la hostilidad de las turbas he­
bertistas y de los deudos de los girondioos, se ganó la inquina
del anticristianismo militante con aquella instauración, en pleno
Terror, del culto al Ser Supremo, una de las pocas cosas que le
censura su biógrafo, Georges Lefevbre, ardiente robespierrista y
marxista conspicuo, por «eriger ses convictions métaphisiques en
loi de la République».
Dada la situación, faltaba un golpe
de gracia para derribarle.
El mismo
se lo asestó y con otra de sus leyes, a los dos días
de celebrarse la gran festividad. La ley del 22 Prairial ( 1 O de
junio) hecha votar y aprobar por medio de su sicario Coutbon.
Una
disposición que dilataba las atribuciones de los tribunales
revolucionarios, hasta el punto de poder enviar a la muerte a
cualquier ciudadano sin necesidad de juicio.
Un error táctico de Robespierre que hubo de pagarlo caro,
por la alarma, nada injustificada por otra parte, que sembró
en­
tre la plana mayor de sus últimos partidarios. Jacobinos de pro
todos, y con espeluznantes actuaciones en provincias, como Ba­
rrás, Fouché y Tallien, sintieron con sobra de motivos amena­
zadas sus vidas. Y así, hasta el 27 de julio de 1793: el 9 de
Thermidor. Cuando la pasividad o complacencia de un pueblo
ahíto de tanta sangre derramada, y la complicidad
de parte de la
guadia nacional, el grupo de conspiradores demostró·
poseer fuer­
zas bastante para acabar con la dictadura de Robespierre, con
tan sólo impedirle
en la Convención el uso de su atma mejor.
Simplemente. Retirándole a grito pelado y tumultuosamente el
uso de la palabra.
Al día siguiente terminaban la dictadura y la vida de Rohes­
pierre al perecer con ciento cuatro de sus secuaces. Bastaron
tres días de aplicación de la guillotina a los guillotinadores para
dar un frenazo
al homicidio revolucionario y dar paso a la reac­
ción «tbermidoriana».
* * *
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LUIS LA.VAUR
A despecho de las apariencias, librémosnos de incurrir en la
arbitrariedad de dar por terminada la Revolución con la desapa­
rición de Robespierre, por más
de encontrar, diligencia tal, só­
lido respaldo en la periodización empleada por Michelet y Louis
Blanc en
sus respectivas «Histoires», y sin olvidar -bueno fue­
ra-el punto de vista marxista y bolchevique sobre el tema.
La Revolución, con sus principios y bastantes de sus exce­
sos, siguió vigente por espacio de varios años. Hasta el adveni­
miento de Bonaparte, su liquidador. El hecho de concluir este
trabajo
con la muerte del Incorruptible aspira a encontrar jus­
tificación en el cambio de actitud de la Revolución respecto a los
católicos. Cierto que las relaciones de los thermidorianos y los
del Directorio con la Santa Sede fueron muchas
veces turbulen­
tas, amén de continuar viva por algún tiempo la pugna entre el
clero cismático con el auténtico. Episodios
sobre los que prima
un hecho decisivo.
Estriba en dejar de practicarse desde el poder
persecuciones religiosas
y cesar de considerarse delictiva la condi­
dón sacerdotal católica, apostólica y romana. Razón suficiente
para
dar por concluida esta revisión.
No sin antes señalar un fracaso de los muchos que cosechó
aquella Revolución. Expuesto éste. a través de la rapidez con
la que una sustantiva parte del pueblo francés retomó públi­
camente a
sus prácticas religiosas, tan pronto desaparecieron del
primer plano de la escena política unos parlamentarios
y diri­
gentes que, con dudosa representatividad popular
y por espacio
de cuatro revolucionarios años, trataron de hacer renegar a tan
tos franceses de su religión.
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