Índice de contenidos
Número 109-110
Serie XI
- Textos Pontificios
- Actas
- Estudios
- Jornadas
- Congresos
- Información bibliográfica
- Crónicas
-
Ilustraciones con recortes de periódicos
-
I. El llamado «capitalismo monopolista de Estado»
-
II. Los irresponsables
-
III. El respeto y la respetabilidad
-
IV. El progreso técnico y económico, el mayor bienestar, emparejados con una decadencia de la calidad humana
-
V. Consecuencias del éxodo rural
-
VI. Camino hacia el socialismo, inevitablemente abocado al fracaso
-
VII. El drama del socialismo
-
VIII. Visto y oído en Checoeslovaquia
-
IX. Y ¿en Rusia?... El grito de Solzhenitsin
-
X. Además… hay escasez de alimentos en la URSS
-
Autores
1972
De Maquiavelo a Hobbes: Una nueva configuración de la vida social
DE MAQUIAVELO A HOBBES:
UNA NUEVA CONFIGURACION DE LA VIDA SOCIAL
POB.
MANUEL FERNÁNDEZ EsCALANTE.
Lo característico del Estado es la tendencia a la concentración y la
organización del poder ( l), lo cual implica la supresión de otras ins
tancias públicas que pueden ensombrecer con su presencia esta concen
tración de poder,
lo cual implica asimismo -gradualmente--- la des
aparición de instancias intermedias de poder y de influencia entre el
ciudadano-súbdito y la esfera superior política. Pero esa esfera supe
rior del poder, este gran Leviatán cuya omnipotencia sin frenos ahora lamentan todos, ha surgido, en la teoría y en la práctica, en el plano
de lo real
y en el de lo racional, como «reacción>> contra un proceso de
.corrupción
--
y desde la rica comple
jidad social
de la Baja
Edad Media
europea. El Estado, como for
tísima acumulación
de poder anuladora de poderes intermedios, surge
pues -tanto en la mente de su primer retratista de estilo como en la
realidad política «efectiva»- a manera de «antídoto fuerte» contra
«la anarquía>>, como contraveneno contra la corrupción. El hecho evidente de que este remedio haya desbordado su originaria necesi
dad histórica constituye ya otra cuestión (2).
* • *
( 1) Sobre esto me remito a mi estudio Concentración de poder y vo
luntarismo en la implantación del Estado moderno, en «Anales de la Univer
sidad
Hispalense»,. 1966.
(2)
Un problema conexo sobrevendría al tratar la posibilidad
-abs
tracta puesto que no se produjo- de la <
dieval conservando muchos de los elementos de su
variadísima contextura
-la
del
«desorden»- insertos profundamente en las raíces de su «vitali
dad».
La respuesta vendría apoyada sobre dos argumentos aproximativamen-
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Fundaci\363n Speiro
MANUEL FERNANDEZ ESCALANTE
Pues, en efecto, la creación del «Estado Moderno» (3) supone
una nueva forma de relación social, inevitable
y proporcionada al
grado pretendido de acnmulación de poder para detentar el «mono polio
de la violencia», según la definición maxweberiana. La noción
de «Estado Moderno»
-y particularmente desde la Revolución fran
cesa con sus consecuencias procapitalistas-proburguesas--. exige una
nueva relación con los súbditos del nuevo poder político «concentra do
y organizado» de una manera igualmente «nueva» que no «inten
ta>> o «pretende» ya la justicia, según la tradición aristotélico-tomis
ta, sino la eficacia. El nuevo poder tenderá, por su propia dinámica,
a suprimir los lazos que unen a los hombres entre sí, transformán
dolos en «individuos»,
al. tiempo
que procurará debilitar los poderes
intermedios existentes entre aquéllos y su centro de referencia, el
te imbricados. 1.Q) Que la realidad vital medieval sobrevive con mucho a la
inauguración oficial del Renacimiento por los historiadores especialistas; por
ejemplo y concretamente, la rica variedad gremial ----con las obligadas y co
nocidas fluctuaciones- pervivirá hasta la Revolución Francesa
y en algunos
territorios alemanes, y desde luego
en España,
algunas décadas más. Más
concretamente en España, ·para no
ir más lejos, hasta las leyes desamortiza
doras que acarrearán la total
pmletarización del
pueblo, otrora protegido, en
lo posible, por una trama
histórica de libertades concretas. 2.Q) La experien
cia histórica muestra la dificultad de «reformar» sin destruir. Por buscar un
obligado y consabido paradigma piénsese en la
Reforma#on luterana, comen
zada por :un teórico intento de «volver a los orígenes» y «detener la corrup
ción». Pues bien, contra sus mortíferos efectos para la Cristiandad medieval
surgÚá una
«Contrarreforma»
(Gegenreformation) y no una, permítase la
figura, «Prerreforma»; es
decir, se
daba por sentado en
la misma expresión, el
heého irreversible
de su existencia, al tiempo que se reconocía la necesidad
de combatirla superándola, eliminando los motivos iniciales ( subjetivamente
desorbitados por los «reformadores»,
pero esto
constituiría otra amplísima
cuestión) que, reunidos en una <
y a su propagación. De la
ffiisma manera
que no se dan Pre-maquiavelistas
sino Ariti-maquiavelistas; la misma
«intentio» de
las expresiones parece as
pirar ya
a colocarlas en el curso de los acontecimientos.
(3) Estado moderno, como «Estado-de-origen-renacentista», en cuanto una
nueva manera más «objetiva» más
«fría» de
tratamiento de la realidad po
lítica, en genera:l y
de la relación política gobernante-súbdito en particular
( cf. en términos muy generales los muy conocidos y nunca bien ponderados;
J. Burckhardt: Kultur der Renaissance im Italien y A. von Martín: Soziologie
der
Renaissance).
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Fundaci\363n Speiro
DE MAQUIAVELO A HOBBES
Estado, «lo Stato», término que no quiere decir en un principio
-por ejemplo en Maquiavelo-, sino los imperantes
y su séquito.
El Estado tiende a «concentrar
y organizar» desde su peculiar
ámbito la relación_ política
g~bemante-gobernado, pero
esta concen
tración acarrea
la supresión o el atenuamiento de las relaciones po
líticas no estatales -las _<
un proceso conocido y lo suficientemente trazado por Gierke o Her
mann Heller, para que
re~ulte obvio
insistir sobre él.
Pues bien, el gran espectador y relator -pues como actor no se
le concedieron las oportunidades que constantemente reclamaba- de
este período de crisis en el
cua:l aparecen
estas «nuevas» relaciones
«objetivas», «frías», entre los súbditos
y los gobernantes es Niccoló
Machiavelli, Secretario de la República de Florencia, pequeño buró
crata, aspirante a la grandeza pagana por encima del bien o del mal
y de la cual sólo pudo participar «sub specie litteraria» en las largas
veladas de San Casciano envuelto simbólicamente en la
púrpU.Ca ma·
jestuosa
con la
cual invocaba a sus grandes espíritus familiares. Por
una extraña paradoja, esta profunda renovación de la
«manera>> de
aprehender
la realidad
pc,litica no
viene proyectada desde la mente
fantástica o exaltada de un revolucionario, sino del
calmoso y frío
talante
de un convencido tradicionalista, para el cual la
antigüedad
romana __;los tiempos áureos vanamente pretendidos de enraizar con
el caótico presente- lo es todo, mientras la realidad coactual ita·
liana,
a la cual asiste con amargura --pálida sombra del infalible
mundo antiguo al cual quisiera retrotraerla-,. no es nada en sí
mis·
ma;
a lo más, remotamente considerada como pálida Mímesis
del
pétreo
mundo
romano, paradigmático, roya paternidad evoca para
avergonzar a sus
contemPoráneos itálicos.
Con Horado también él
pudiera decir a sus frívolos lectores :
«Aetas parentum prior aius tulit
Nos requiores,
mox· daturos
Progeniem vitiosorem»
Maquiavelo,
de5de este
plano, no puede ser considerado sino como
un «reaccionario», lo
cual, por otra parte, para todo PolitikerJdenker
es W1a opción sin duda brillante. Verdaderamente, como afirma Carl
• 981
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MANUEL FERNANDEZ ESCALANTE
Schmitt, no hay teoría política digna de nombre tal que no parta de
un profundo pesimismo sobre la naturaleza humana dañada
y sus
consecuencias hacia el grupo. Si es consecuente con este pesimismo
sobre la «naturaleza» -y, por lo mismo, - sobre fa Conducta de sus
coetáneos-, el ·tratadista científico· de la política y, en un escalón
inferior, el pragmático de la misma, el gobernante, se apresurarán
a colocar
Ias suficie1ites barreras ante esta mala naturaleza y sus de
rivados, si no quiere ser tachado de incauto el primero, para mantener
se en su situación de imperio el segundo. A ambos pues, al teórico
de la política como al protagonista
-o beneficiario si se quiere'-de
la
misma, alcanzan las advertencias maquiavélicas.
• • *
La primera advertencia maquiavélica, desde cilyo distanciamien
to irónico la ciencia política m_edieval queda radicalmente ignorada
-no menospreciada o combatida sino sencillamente obviada-, se
cen
tra en su propósito, explícito, de ceñirse rigurosamente a <
chos», a lo que es observable, a
lo que en realidad «ocurre». Por lo
mismo quedará fuera del marco de sus reflexiones
lo que «no ocu
rre», o sea lo que «podría ocurrir» o lo que «era mejor. que» ocu
rriese. Sin que por esto
--contra lo
que habitualmente se afirma por
los antimaquiavelistas de
turno-se deje de reconocer la posible, e
incluso probable, superioridad del orden ideal, del
-varn~ a
lla
marlo así en términos desgastados por los iusfilósofos- «deber» ser sobre el
factum, el «siendo», de los ·aci:>ntecimientos.
Mas, únicamente, el discurso maquiavélico va a tratar sobre este
«siendo», sobre
fa realidad «efectiva» de la política; del resto no
intenta hablar siquiera, ni a favor ni en contra. En este sentido las
mismas palabras,
texru.ales, del secretario
florentino
dejarán ambos
extremos puntualizados con
,claridad : «Mi intento
-escribe en el
capítulo
XV del Príncipe-es escribir cosas útiles a quienes las
lean, por
lo que juzgo más conveniente decir la verdad tal cual es,
que como se
·ima8ina; pues rhuchos ·han visto en
su
imagi.Ó.ación re
públicas
y principados que
jamás existieron·
en la realidad. Tanta es
la distancia entre como se ;iv~ y como se debería vivir, que quien
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Fundaci\363n Speiro
· DE MAQUIAVELO A HOBBBS
prefiera a fo que se hace lo que debetía hacerse, más· camina hacia
su ruina que hacia su consolidación, y el hombre que quiere ·portarse
en todo como bueno, por necesidad fracasará entre tantos que no lo
son, necesitando el príncipe que quiere conservar el poder estar dis
puesto a ser bueno o no serlo,
según las
circunstancias» ( 4).
Esto por lo que atañe al «realismo»
de la política maquiavélica,
en cuanto al supuesto «inmoralismo» del florentino, sus propias y an
gustiadas palabras nos darán razón de la ligereza con que una línea de superficiales hermeneutas -para
admirarse unos,
para horrorizarse
otros- ha caído sobre sus párrafos para difamarlos. Después de aconsejar -para quien haya decidido
seguir la
vida pública, no se
olvide esta importantísima acotación- como acreditados por la
éx
periencia histórica los procedimientos del rey Filipo de Macedonia,
que de gobernar un pequeñó Estado pasó a
ser dúeño de
toda Grecia,
_añade «los que escribieron su historia dicen que trasladaba· los hom
bres de una provincia a otra, como los pastores Conducen los gana
dos. Son estos medios
cruelísilnos, no
sólo
a:ntitristianos, sinó
inhu
manos ; todos debeu evitarlos, préfiríeudo
la vida de ciudadano a no
ser rey a cOsta de tanta destrucción de hombres: Quien no· qúiera se
guir este buen camino y desee conservar· Ia·domiriación; necesita eje
cutar dichas maldades. Los hombres,
sin· embargo,
escogen uu tér
mino medio, que es perjudicialísimo, porque no saben ser ni com
pletamente buenos, ni completamente malos,
segón. vamos
a demos
trar en
el siguiente capíiulo» (5), ¿dónde está. entonces el «inmoralis
mo» maquiavélico? El discurso del f!oreutino -brevísimo y cortante
según su costumbre- plantea con rigor y prácticamente
a simultáneo
( 4) Príncipe, XV, in initio.
(5) Discorsij !-XXVI, in fine: «Sono questi modi crudelissimi e nimici
d' ogni vivere non solamente cristiano ma u.mano; e debbegli qualunque uomo
fuggire, e volere piuttosto virere privato che re con tanta rovina degli uo
mi~i; nondimeno colui che· non· vuole pigliare quella prima via del bene,
qúando si voglia mantenere
con.viene Ché enfri in· questo
male. Ma
gli no
ou
mini pigliano certe vie
del mezzo che sono dannossisime; perche non sanno
essere né tutti cattivi né tutti
buoni: come
nel seguente capitolo per esemplo
si
mosterrá»: Cfr, N. Machiavelli: 1l Principe e Discorsi, a cura di Sergio
Bertelli, Feltrinelli,
Milano, 1960, l.ª ed., pág: 194 (Uno príncipe nouvo, in
una cittá ó provincia presa dá lui, debbe /are' ogni cosa nuova,).
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MANUEL FERNANDEZ ESCALANTE
el eterno tema de la disyunción entre ética y política. Veamos pues,
los medios -puramente técnicos como tales medios--exp~icados en
el parágrafo anterior como consejos a un Príncipe
nuevo Si quiere
mantenerse -Maquiavelo sobreentie¡1de que todos los poderosos
quieren mantenerse, pero no todos saben
y pueden-van seguidos de
una severa advertencia, ética, insoslayable : «son estos medios -es decir
los únicos aptos para el fin propuesto-- cruelísimos, no sólo anti
cristiános sino inhumanos» - -es decir, contra el derecho natural
común a los hombres, no sólo contra la explícita doctrina de la
Iglesia de Cristo-- y todos deben evitarlos prefiriendo una vida pri
vada a la pública; esto queda muy claro. Pero si no se hiciera la elec
ción en este sentido explícitamente aconsejado -sinceramente o no-
por el florentino, es decir, si se prefiere la vida pública o de la gloria
y del poder a la vida privada, constitutivamente no desfavorable a
la
observancia de la moral natural y cristiana, entonces, pero sólo en este
último caso, al poderoso o aspirante a serlo no le queda otra vía que
la de la imitación de los ejemplos históricos -acreditados empíri
camente, quiere esto decir-, aducidos en favor de las tesis de la
cmeldad de la faísedad y, en general, del menosprecio del derecho
na.tura!, a
todo lo largo de la lección política explicada por Maquia
velo. El esquema maquiavélico podría reproducirse más gráficamen
te así:
a)
b)
984
Exigencia ética.-Es preferible ser ( «moralmente» hablando) ciu
dadano particular a Imperante PORQUE este
último se verá obligado (si quiere mantenerse,
por supuesto) a cometer toda suerte de «malda
des». Maldades que
el mismo Maquiavelo pre
senta, neutralmente, en forma de «Repertorio».
fuicio lógico.-Mas si (y en esta condición radica el gozne de
todo el razonamiento maquiavélico) finalmente
se opta por la vida pública -en cuanto tal abo
cada a
la gloria y a la pugna-y por la vocación
de imperar, no hay otra alternativa sino elegir
el repertorio de
«maldades» ofrecido
en sus
textos. Tertium non datur. ¿Dónde aparece en
tonces el famoso «inmoralismo» del florentino?
Fundaci\363n Speiro
DE MAQUIAVELO A HOBBES
Lo que si aparece, sin embargo, es la ~icisión radical entre la vida
pública -en la cual no es posible observar las reglas de la moral
natural-y la vida privada; escisión característica de un nuevo uni
verso mental simultáneo a la política «objetivada» de poder rena
centista.
El atenerse a las reglas morales -tanto «naturales» como explí
citameote cristianas- es
preferible, dice el propio Maquiavelo, a lo
contrario.
Aquí la
valoración resulta asimismo explícita
y no cabe ig
norarla, mas esta elección del lado
"de la
«vida moral» -perfecta
meote distinguida
y valorada por Maquiavelo- es imposible para
quien, previamente, opte por la vida «pública». En ningún caso, como
puede verse, se ignoran
las precedencias de valores ; únicamente se re
conoce, con impotencia, la imposibilidad de aplicar tal precedeocia «objetiva» en el desarrollo total de la
existeocia humana
en «este muo
do de abajo». Los valores se escinden juoto con los dos planos de la
actuación mundanal del hombre; uno, el privado, orientado a la
vida. «individuab> ( a
«lo particular»
diría un neohegeliano), con sus
pequeñas satisfacciones de la vida familiar y de relación comunal,
Otro, el público, orientado hacia «lo generab>, hacia la gloria, el
poder
y la aclamación, en suma, hacia la retórica. Que Maquiavelo
profese, instintivamente, honda simpatía hacia este mundo de la vida
pública es otro problema, resultado de uoa tendencia emotiva por la
gloria terreoal que, como hemos visto, no altera la valoración explí cita -escrita de su puño
y letra y nuoca mejor dicho esto- de la
«vida moral» sobre la «vida inmoral o amorab> ( 6). Esta escisión entre los dos plaoos de la vida
del hombre
en la
tierra caracterizará decisivamente la relación social gobernante-gober
nado a partir del Renacimiento. Los súbditos del príncipe maquiavé
lico no son ya los «seres humanos», criaturas divinas y participantes
(6) Tal Ve2:: -como opina Marce! de Corte--haya sido Pico de la
Mirándola quien mejor tradutca esta
«~scisión» del
hombre moderno, frente
a
la «compactividad» moral, digámoslo así, del hombre medieval, en el tan
cita.do DiscurJO sobre la dignidad del hombre (vid. Marce! de Corte: L'homme
contre lui· méme, Nouvelles éditions Latines, París, 1962, pág. 188).
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MANUEL. FERNANDEZ ESCAL.ANTE
del orden c6smico ron un °firme lugar de dignidad -al menos te6·
rico- en la rdaci6n política,
lugar garantizado durante siglos por el
derecho natural cristiano
y por la costumbre sedimentada . por la his
toria, sino
)os seres dobles, dinámicos y peligrosos, intuídos por la
agudeza de &oto y Ockham, dibujados por el análisis hist6rico de
Maquiavelo y sometidos por el terror y
el engaño reflejados en las
enseñanzas del
florentino. Los
hombres, para el nuevo tipo de
im
perante renacentista, no son sino _como se muestran en «la Historia»,
como aparecen concretamente en
s1;1s páginas.
Por ello debe supo
nérselos, preventivamente, como «malos y dispuestos a emplear su
maldad natural · siempre que la ocasi6n se lo permita. Si dicha pro
pensión
está oculta algún tiempo, es por razón ignota y por falta de
motivo para mostrarse; ·pero el tiempo, maestro de todas las verda
des, la pone pronto de manifiesto» (7). Sobre la maldad efecti
va de la naturaleza
humana, la opinión del florentino es termi
nante:
«los hombres
hacen
el bien por fuerza, pero cuando gozan de
medios
y libertad para ejecutar el mal, todo 1o penetran de confu
. sión y de desorden» ( 8).
El súbdito del príncipe maquiavélico es el súbdito bajo-medieval:
Barones inqÚietos,
Comerciantes apocadoS o explotadores, monjes am
biciosos, eclesiásticos corrompidos
y plebe envilecida sin amor a la
grandeza· y a la gloria. Amantes unos del pillaje y del robo a pe
queña escala, disminuíd~s los otros en "el mantenimiento de una es
casa zona de influencia y de seguridad basada en la fragmentación
«ad intra»
del
poder político
con
la consiguiente imposibilidad de su
proyección «ad extra>>; ejfmi:Io típi~o dé ambas condiciones, los
estadós de Italia antes de la «calatá>> del rey de Francia. La deca
denciá d, los reinos italianos obedece a
la pérdida de la «Virtú». No
hay orden y
río hay
eficacia porque hay demasiada libertad, y donde
hay demasiada libertad «todo se llena de confusión
y de desorden».
Maquiavelo es
el ·primer tecnócrata <
-(7) Discors,~ 1-111.
(8) lbld.
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DE MAQUIAVELO A HOBBES
eficacia en el sentido más puntiforme, la. eficacia militar. Son «las
buenas
armas» las que atraerán el oro, es decir, «la prosperidad»
económica y no a la inversa. Para Maquiavelo
la infraestructura del
poder politico y su estructura no se diferencian en absoluto. Del
orden nace la eficacia, de
la eficacia los buenos _ resultados militares,
y de éstos el dinero que no es «el nervio de la guerra». En ningún
caso se sigue la escala inversa.
En _general, y a nivel «diario», el
«buen orden» mantiene igualmente la estabilidad económica
del
Estado
(9).
El Príncipe maquiavélico, Príncipe demasiado malo
y avisado
para ser «real» y por lo tanto, en buena medida, creación estética
---<¡uiere decirse, sin atender a «resistencias» más reales y comproba
bles que el carácter sin fisuras imaginado por el florentino-, tiene,
no obstante, dos modelos coactuales a la contemplación del propio
Maquiavelo; uno triunfante y el otro derrotado, y I_os dos1 no se
olvide, son españoles. Fernandq de Aragón, el Católico según el
mismo quiso ser llamado -triunfador en todas sus Empresas le lla mará Baltasar Gracián-
y César Borgia -al que «sólo el azar» pudo
despeñar- el cual consiguió «le permaneciese fiel la Romaña du
rante un mes». La mezcla paradigmática de los dos imperantes --o
mejor dicho de un imperante perfecto y de un aspirante a serlo, fra
casado- permiten dudar de la sinceridad de los ejemplos aducidos o
de la otrora frecuente imparcialidad del florentino cuya
vista-pa
triótica
se precipita tras el fallido intento de los Borja para unificar el
centro de Italia.
Sea como fuere la nueva «manera» de entender la «relación po
lítica» deja «para siempre>> transmutada la correlativa «téoría polftica».
Frerite a los súbditos, perezosos, ingratos, pérfidos y, en suma, «des
ordenados» --es decir con peligrosa tendencia a transitar desde la li
bertad
a la ineficacia-los nuevos «Príncipes perfectos»· -tal Fer
nando de Aragón- circulan desde una <
aún, arrastrando en su camino glorioso -por la fuerza o por el frau-
(9) Son típicas, a este respecto, las consideraciones, ·tan conocidas, sobre
el modo de
recaudar el dinero para el -gasto público en Florencia. Vid., en
este sentido, igualmente, Dfrcorsi, II-10: «El dinero ·no es el nervio de la
guerra com~ generalmente se cree&,
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MANUEL PERNANDEZ ESCALANTE
de- a la masa inerte de los obedientes incapaz para imaginarse ning(m
destino
colectivo superior a su felicidad doméstica. Los hombres -ma
los, ingratos, codiciosos- van a recibir un «huevo trato» para «corre
girlos» en su tendencia a
la corrupción, la disgregación y, en suma, a
la
Anarquía. Y va a ser
precisamente en
el «territorio» europeo más
amenazado por la disgregación bajo-medieval, la península ibéri.
ca (10), donde va a surgir-y no imaginariamente---
el Príncipe per
fecto: Cruel
y valeroso siempre, audaz o prudente según le conviene,
sincero o falso conforme la situación aconsejable, cumplidor o no
de
su
palabra en los Tratados según interese a la seguridad del Estado,
pero en cualquier caso «Justiciero», es decir, anulador de los poderes
intermedios de todo tipo ---------eclesiásticos o laicos--, que oprimen sin
garantizar, enigmático y amenazador; todas las cualidades, en suma,
a las que César Borja opt6 sin terminar de conquistarlas. El ejemplo
histórico aparece
tan «concreto», tan «reab>, que Maquiavelo --de
mala
gana como puede verse en las descripciones del Rey de Ara
gón e incluso permitiéndose el lujo de «moralizar» en torno a su «doble conducta»- no puede resistirse a la transcripción. En todo caso,
y aun «prima facie» como resultado de la represión
del «desorden», la «Sociedad» ha quedado escindida con bastante
claridad del «Estado», que aparecerá progresivamente
----en cuanto
«Apparatum>>----·
cómo sólido vínculo para reprimir los
«decaimien
tos» anárquicos producidos
en el desenvolvimiento de aquella por la
«mala naturaleza» de los hombres que
la componen cuando son
«abandonados» a sus tendencias «naturales», orientadas siempre hacia
lo
más «fácil»:
hacia «el desorden».
El Príncipe y
su,s secuaces, con.scientes
de esta floja «mala natu
raleza» humana, operarán sobre ella conociendo sus resortes
más
generales, y, el más importante de ellos, y de consecuencias ulteriores
más graves, será no depender jamás del amor o de la amistad de los
(10) Sobre el grado increíble de disolución de la relación política: rey
(poder central)- súbditos, en Castilla, a fines del xv, vid. José Cepeda
Adán: En torno al concepto del Estado en los Reyes Católicos, Madrid, C.
S. I. C., 1956 (especialmente, pág. 94 y sigs., con el común anhelo de un
«nuevo poder» que termine .con la
anarquía semi-feudal).
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Fundaci\363n Speiro
DE MAQUIAVELO A HOBBES
súbditos ( afectos «subjetivos» y como tales arbitrarios), sino de un
factor
«objetivo»
y como tal graduable: el temor.
La política se convierte en una técnica de «manejo» y control del
súbdito -malo por naturaleza según la experiencia confirma- al
cual, sólo
la consideración de la «fuerza concentrada» exhibida por
el Estado ------con la consiguiente potencia represiva ad intra y proyec
ción gloriosa ad extra-puede mover a la observancia -por «el
esfuerzo»-
de un «orden»
superio:é a
sus elementales conveniencias
«particulares».
* * *
Tampoco es más optimista la imagen que de sus congéneres se
ha forjado Thomas Hobbes; nacido en un clima de terror (11), el
t~or al
desorden
y, en último término, a la anarquía, es decir, a la
lucha de todos contra todos, le impulsará a reclarnar la necesidad im
periosa
del Estado
y la justificación «racionab> de su existencia.
Hobbes va, con todo, mucho más allá, en su necesidad de expli
cación,
-que su
predecesor en la lucha contra las ocsuras fuerzas anár
quicas. No se olvide, sin embargo, que para Maquiavelo la anar quía es el resultado de un proceso de disgregación siempre posible en
cuanto se aflojan los lazos itnperiosos del poder, una
decadencia,
-por otra parte inevitable, periódicamente- desde un pasado de .es
plendor.
Para Hobbes, en cambio,
la anarquía es un estado «origina
rio»; de
posible rebrote siempre
y supuesto lógico para montar su en
tera teoría «panestatal». El Príncipe maquiavélico combate con
la
crueldad y la doblez contra las fuerzas oscuras de la disgregación, pero
no se preocupa en modo alguno por justificarse. La evidencia de su
misión se le aparece con tal brillante claridad que su inventor no se toma la molestia de racionalizarla desde supuestos
teóÍ:-icos superiores
a
los instrumentales. La eficacia del Estado -en contraste con
la pu
lulación
de los pequeños tiranos anteriores ejemplificados en los
ani-
(11) En una autobiografía, que, ya anciano, escribió en dísticos lati
nos nos dice que a la vez que él, y como hermano gemelo, su madre ·trajo
al mundo al Terror (dr. F. TOnnies: Vida y doctrina de Thomas HohheI,
Rev. de Occ., Madrid, 1932, pág. 28).
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MANUEL PERNANDEZ ESCALANTE
quilados por César Borja en la Romaña- justifica su correspondiente opresión sobre los súbditos, siempre inenor, en cualquier
casC?, que 1a
proveniente de la suma de toda la jauría de los pequeños poderosos
-los
«principin'i»-anteriores a la nueva relación política, los cua
les -y una vez exterminados ha podido verse con más claridad aún-,
oprimían sin
garantizar (12).
Implícitamente,
«in nuce»,
en el propio Maquiavelo se halla tra
zado el postulado que Hobbes explicitará y hará famoso de la rela ción directa existente entre obediencia
y protección, Tanta cantida~
de
obediencia puede exigir el Soberano -el Estado- cuanta protec
ción puede proporcionar. En esta cuestión, como en tantas otras, desde la visión pesimista antropológica hasta la consideración del Es
tado como un producto «artificial». del ingenio y del esfuerzo hu
mano -reconocidos conjuntamente como
Virtú en la obra del floren
tino-, Hobbes no hace sino
trazar la
raya
y obtener la suma de mag
nitudes explícitamente maquiavélicas.
* * *
Tanto Maquiavelo como Hobbes han dedicado todo su esfuerzo
inteJecru.al a
combatír contra el fantasma
de la anarquía, es decir, el
«desorden»
y la ausencia de un centro común de- referencias. Un
centro común conformado por una acumulación de poder : poder
«injustificado» desdeñosamente
por el
florentino, «justificado» tra
bajosamente por el filósofo inglés a través de la remota
figura de
un
contrato
·:(13), pero en ambos casos reclamado como una necesi
dad antes lógica
-«evidente»--que «moral».
(12) Para Hobbes, escribe TOnnies, existe una analogía completa entre
las condiciones sociales
y políticas. En_ los .dos, medios prospera el tipo hu
mano ansioso de poder, libre de escrúpulos, arbitrario y que actúa como lo
que es (dr. F.
TOnnies, op. cit., pág. 117).
(
13) Hóbbes
resume las dos
fases lógicas
de la «justificación» del poder
en Francisco Suárez --autor como .es sabido notorio en la época de formación
del filósofo de
Malmesbury-el
«pactum societatis» y el «pactum subjec
tionis», en una sola, simultánea. El «pactum societatis» acarrea, por sí mismo,
constitutivamente, la necesidad del sometimiento. Resultaría absurdo un «acuer
do». de las
con4iciones mutuas
en que la relación Soberano-súbditos va a des
arrollarse, fuera
de la condición general ya ~xpresada Obediencia-Protección.
990
Fundaci\363n Speiro
DE MAQUIAVELO A HOBBES
Tanto Maquiavelo como Hobbes han sentido -casi se pudiera
decir sufrido--- la necesidad de un fuerte
núcleo de
poder
capaz de
resistir
los poderes intermedios
y servir .de referencia directa a los
súbditos, evitándoles sujeciones mediatas. Para Maquiavelo resultará
preferible
la existencia de un poder supremo, aunque r~ce en oca
siones el terror
-tal la dominación de César Borja en Romaña ex
perimentada como un alivio por los antiguos
súbditos de
los peque
ños barones «pre~estatales»-, pero que efectivamente, o así lo cree
él, protege ( recuérdese la hábil sentencia ejecutada contra el rigu
roso Ramiro del Orco), al incierto destino de la patria
italiana en
manos
de muchos «pequeños poderosos», ninguno
lo suficientementé
fuerte empero para lograr la «Empresa» de la unificación. Para Hobbes, que ha elaborado el concepto más «filosóficamen
te» -sobre todo si se compara con el tono «provocativo» de la re
lación maquiavélica-, será, asimismo preferible la existencia de un núcleo de poder fuertemente centralizado, defensor de «todos»
y crea
do por el supuesto consentimiento de «todos», a
la situación prece•
dente de lucha omnia contra
omnes (14).
Para el filósofo de Malmes-
Si el súbdito tratara en algún momento ulterior de oponerse a un mandato es
tatal se
coó.tradice con
su promesa anterior inclusa en
el pacto de asociación
y cae en la injusticia. (Así en Levjathan, XIV. De cive, III, 3). Asimismo
debe recordarse cómo Rousseau intehta también «racionalizar», desde el plano
laico al que pretende ceñirse, la «necesidad» de la autorid'ad
y su total acep:
tación
desde fuera de la premisa
non est potestas nüi a Deo, Ya en el capítulo
tercero del «Contrato social» nos dice el ginebrino cómo el más fuerte nunca
lo será bastante como para ser siempre dominante ·si no puede transformar su
fuerza en derecho y la obediencia de los súbditos en deber. Ningún kantiano
mejoraría este «quid pro quo». ¿Deber hacia a quién? ¿Exigido por quién? ¿Premiado por quién? .. Este
error es menos disculpable si tenemos en cuenta
que Rousseau no es precisamente un predecesor de Alfred. de Yigny. Es
fre .
.
cuente aludir a las relaciones existentes entre la teoría del estado de natu· raleza
precontractual roussoniano
y el de Hobbes. Cpmo es sabido el egoís·
mo «precontractual» en la teoría de Rousseau no es activo como en la de Hobbes sino pasivo. (Sobre analogías y diferencias en los dos autores, cfr. el
estudio ya clásico de Ernst Cassirer:
Das _Problem /, J. Ro11ssea11 (en Arr:hiv
für Gesr:hir:hte
der Philosophie, vol. 41, 1932).
(14) Ya
Hobbes se
ha preocupado de salir
al paso de quienes le atgu·
menten
sobre la total ausencia de libertad- en que el contrato swne al súbdito,
cuya existencia queda asegurada, es
cierto, mas
a cambio de confiarla total- 991
Fundaci\363n Speiro
MANUEL PERNANDEZ ESCALANTE
bury el «reino de la libertad» precontractual -es decir el reinado del
«dei:echo nahirab> del
más fuerte aprendido en
Tucíd.ides-era,
sen
cillamente, Wl estado incivil y peligroso, imposible de soportar -ni
aun como perspectiva-, por la inmensa mayoría de los hombres ·(15).
Para
Maquiavelo, desde su_ atalaya de conocedor de la historia, la
li
bertad es, ---<:omparablement.,_, el prólogo de la disgregación.
La idea del Estado como «monopolio de la fuerza de coacción»
surge, pues, correlativamente, en dos agudos talentos, preocupados
ambos ante la perspectiva del «desorden», cada uno desde sus pro
pios «motivos»: el de la «grandeza», Maquiavelo; el de la segutidad
-más modestamente--Hobbes. Sería inútil, sin embargo, para los
defensores intelectuales de las diques hoy gobernantes en muchos de
los
países conocidos -las cuales, como los barones bajo-medievales,
oprimen, a veces saquean,
y, en todo caso, exigen obediencia sin pro
porcionar a cambio la correspondiente dosis de protección- invocar
la memoria de los dos ilustres antecesores en auxilio doctrinal del
dominio, tan «efectual»,.de sus mecenas.
mente en manos del titular de · Ia Soberanía. Su respuesta. se concentra en la
concisa referencia
a-los h~cho.r, habitualmente expresivos por sí mismos, de
los hombres. Toda constitución _política presenta
inevitables defectos,
piensa
Hobbes, desdefiables empero si se piensa en los horrores y la miseria de una
guerra
civil o
en
la perpetua inseguridad del estado de naturaleza anterior
al pacto, sin ninguna referencia superior,. sin un poder político supremo que
monopolice la coacción impidiendo el robo
y la violencia particular de los
«naturalmentes fuertes» ( en este sentido, por ejemplo,
el cap. XVIII del
Leviathan),
(15) Las teorías «voluntaristas», y más en el mundo moral de la Re
forma, · prosiguen
su trayectoria histórica de sometimiento incondicional al
Poder civil, trayectoria cuyo
apogeo culmina
en la adhesión y participación
propagandística de la Iglesia luterana alemana al lado del Reich en la pri
mera guerra mundial, con
el descrédito proporcional sobrevenido al término
de
la misma. Compárese con el esfuerzo realizado por el pensamiento cató
lico tradicional para dotar de una esfera «objetiva» de libertad a los súbditos
y, a la vez, crear algún freno doctrinal ante la posible figura del Tirano.
992
Fundaci\363n Speiro
DE MAQUIAVELO A HOBBES .
ADDENDA
Correspondiendo a lo adelantado en las primeras páginas de este
trabajo, cabe señalar la vertiente «positiva>> -desde el
pensamien
to «anárquico» nunca se admitiría como «progresiva»-del «rigoris
mo» o cinismo ultrarrealista de Maquiavelo como Katechón seadari
zado
ante «el desorden». Sin embargo, sus soluciones drásticas, como
todo remedio «cortante», pueden producir
daños irreparables
cuan
do estirpan
la corrupción tan radicalmente que aniquilan, para si
glos, la posibilidad de rehacer la primitiva realidad objeto del pro
ceso de corrupción sin meditar su posible salvación desde otros mé
todos; pues el remedio ideal, qué duda cabe, no es amputar, sino
sanar, aun cuando esto último resulte menos dramático. Es la esté tica maquiavélica sin embargo quien impulsa el razonamiento, -mucho
más retórico
que político-, del
<
límites» cuando se trata
-en último término-- del Destino
-supremo
de
la Patria, pues esto
es más fácil de pronunciar que de efectuar. Mas, en todo caso,
la
grandeza de la aspiración maquiavélica para los casos desesperados, es mucho más estimable, desde el mundo de valores cristianos, que
el
sórdido utilitarismo de Hobbes, cuya lógica, implacable desde el pos
tulado del valor supremo de
la vida física sobre cualquier otra ins
tancia, se quiebra cuando es el propio Soberano -garantía última de la conservación de aquélla
y de su disfrute, a cambio de la merma
de libertad que ello suponga- quien exige su riesgo o su sacrificio. Maquiavelo ha escindido, sin duda,
el mundo de valores cristiano
medieval al elevar a
la categoría de Idea la posibilidad de disociar
la «actuación» del «impulso moral» humano en dos planos perfecta
mente desentendidos entre sí. Pero en la aspiración maquiavélica a
«la grandeza»
y al dominio y detención del proceso decreciente de la
Historia, motivado por la baja condición de la inmensa mayoría de
los hombres, late un eco -por lejano que sea
y envuelto que aparez
ca en la ingenua púrpura de un paganismo de ocasión- de aspira
ciones inevitablemente cristianas como serían_
la «Regeneración», o
la «Salvación». Es la cualidad poética del pensamiento maquiavé
lico, unido al resentimiento por la impotencia de la Nación italiana
,, 993
Fundaci\363n Speiro
MANUEL FERNANDEZ ESCALANTE
para realizarse como Estado ñnico y temible, lo que arrastra su ima
ginación y su deseo -más que-su matemático entendimiento-- tras
la finalidad sin finalidad de un Estado sin quiebras ni debilidades
cuya máxima motivación es mantenerse.
Por el contrario, es desde el sórdido y fríamente razonado egoís
mo de Thomas Hobbes de donde se arremete de frente contra el
centro mismo de la idea moral cristiana de la importancia de la con
ducta del hombre hacia sus semejantes como capital para su realiza
ción final, conducta imposible siquiera de plantear partiendo
de una
jerarquía valorativa basada en la consideración de la vida «animal»
como supremo bien a solicitar. Considerada paralelamente, la resolu
ción maquiavélica de enfrentarse a las potencias oscuras del «des
orden» y de la disgregación con la violencia proporcionada a su fase
de progreso, resulta, en comparación, «espíritu.ah> y tal vez apro
vechable al presentar una faz eterna de la lucha del hombre por dominar
«el azar y la necesidad».
Por supuesto, el tránsito desde esta actitud «Etica» a la pura ne
gación de toda libertad en nombre de la eficacia es un riesgo posible
y, de hecho, en muchas ocasiones consumado. El recorrido desde la
anarquía a un pseudo panestatalismo invocado para enmascarar un
monopolio _del poderío sin la más remota finalidad de servicio al bien
común, posee un evidente dinamismo, endógeno a su propio 'trazado,
siempre difícil de evitar; ello sin embargo no es culpa fundamental
de Maquiavelo sino de algunos discípulos aventajados que lo adelan
taban sin nombrarlo, como tan sngestivamente ha mostrado Burn
ham (16). Es difícil impedir la marcha del péndulo que marca lapo
larización de la:s· situaciones históricas de un extremo al opuesto; Ma
quiavelo escinde el viejo orden contemplado en la Edad Media al
prescindir de la Etica como elemento al margen de la trama política,
salvo en cuanto pretexto moralista, es decir, como· un componente
más de
la eficacia: Hobbes elabora u.na nueva moral política jus_ti
ficando el poder sin límites · del Soberano en la conservación primor
dial de la vida física de cada súbdito. El resultado final del plan-
(16) James Burnham_: Los maquiavelistas: DefensoreJ de la libertad,
Buenos Aires, ed. Emecé, 1945.
994
Fundaci\363n Speiro
DE MAQUIAVEW A HOBBES
teamiento hobbesiano abocará finalmente al más «desencantado» po
sitivismo jurídico. Con todo, anotado
lo anterior, convendrí.a insistir en la escasa co
rrespondencia existente entre los gobernantes al uso y los invocados
por nuestros dos autores. Entre los primeros no podríamos reconocer
ni el
afán de grandeza o el odio hacia la corrupción característicos del
Príncipe maquiavélico, ni tampoco -siquiera como «mínimum de
corosum>> del gobernante para los súbditos- la ruda coherencia de
la proporción obediencia-protección supuesta por Hobbes como nú
cleo «desilusionado» de la relación política -la única relación se
gún él verificablernente «política»---- existente entre el Soberano y
los súbditos.
995
Fundaci\363n Speiro
UNA NUEVA CONFIGURACION DE LA VIDA SOCIAL
POB.
MANUEL FERNÁNDEZ EsCALANTE.
Lo característico del Estado es la tendencia a la concentración y la
organización del poder ( l), lo cual implica la supresión de otras ins
tancias públicas que pueden ensombrecer con su presencia esta concen
tración de poder,
lo cual implica asimismo -gradualmente--- la des
aparición de instancias intermedias de poder y de influencia entre el
ciudadano-súbdito y la esfera superior política. Pero esa esfera supe
rior del poder, este gran Leviatán cuya omnipotencia sin frenos ahora lamentan todos, ha surgido, en la teoría y en la práctica, en el plano
de lo real
y en el de lo racional, como «reacción>> contra un proceso de
.corrupción
--
jidad social
de la Baja
Edad Media
europea. El Estado, como for
tísima acumulación
de poder anuladora de poderes intermedios, surge
pues -tanto en la mente de su primer retratista de estilo como en la
realidad política «efectiva»- a manera de «antídoto fuerte» contra
«la anarquía>>, como contraveneno contra la corrupción. El hecho evidente de que este remedio haya desbordado su originaria necesi
dad histórica constituye ya otra cuestión (2).
* • *
( 1) Sobre esto me remito a mi estudio Concentración de poder y vo
luntarismo en la implantación del Estado moderno, en «Anales de la Univer
sidad
Hispalense»,. 1966.
(2)
Un problema conexo sobrevendría al tratar la posibilidad
-abs
tracta puesto que no se produjo- de la <
variadísima contextura
-la
del
«desorden»- insertos profundamente en las raíces de su «vitali
dad».
La respuesta vendría apoyada sobre dos argumentos aproximativamen-
979
Fundaci\363n Speiro
MANUEL FERNANDEZ ESCALANTE
Pues, en efecto, la creación del «Estado Moderno» (3) supone
una nueva forma de relación social, inevitable
y proporcionada al
grado pretendido de acnmulación de poder para detentar el «mono polio
de la violencia», según la definición maxweberiana. La noción
de «Estado Moderno»
-y particularmente desde la Revolución fran
cesa con sus consecuencias procapitalistas-proburguesas--. exige una
nueva relación con los súbditos del nuevo poder político «concentra do
y organizado» de una manera igualmente «nueva» que no «inten
ta>> o «pretende» ya la justicia, según la tradición aristotélico-tomis
ta, sino la eficacia. El nuevo poder tenderá, por su propia dinámica,
a suprimir los lazos que unen a los hombres entre sí, transformán
dolos en «individuos»,
al. tiempo
que procurará debilitar los poderes
intermedios existentes entre aquéllos y su centro de referencia, el
te imbricados. 1.Q) Que la realidad vital medieval sobrevive con mucho a la
inauguración oficial del Renacimiento por los historiadores especialistas; por
ejemplo y concretamente, la rica variedad gremial ----con las obligadas y co
nocidas fluctuaciones- pervivirá hasta la Revolución Francesa
y en algunos
territorios alemanes, y desde luego
en España,
algunas décadas más. Más
concretamente en España, ·para no
ir más lejos, hasta las leyes desamortiza
doras que acarrearán la total
pmletarización del
pueblo, otrora protegido, en
lo posible, por una trama
histórica de libertades concretas. 2.Q) La experien
cia histórica muestra la dificultad de «reformar» sin destruir. Por buscar un
obligado y consabido paradigma piénsese en la
Reforma#on luterana, comen
zada por :un teórico intento de «volver a los orígenes» y «detener la corrup
ción». Pues bien, contra sus mortíferos efectos para la Cristiandad medieval
surgÚá una
«Contrarreforma»
(Gegenreformation) y no una, permítase la
figura, «Prerreforma»; es
decir, se
daba por sentado en
la misma expresión, el
heého irreversible
de su existencia, al tiempo que se reconocía la necesidad
de combatirla superándola, eliminando los motivos iniciales ( subjetivamente
desorbitados por los «reformadores»,
pero esto
constituiría otra amplísima
cuestión) que, reunidos en una <
ffiisma manera
que no se dan Pre-maquiavelistas
sino Ariti-maquiavelistas; la misma
«intentio» de
las expresiones parece as
pirar ya
a colocarlas en el curso de los acontecimientos.
(3) Estado moderno, como «Estado-de-origen-renacentista», en cuanto una
nueva manera más «objetiva» más
«fría» de
tratamiento de la realidad po
lítica, en genera:l y
de la relación política gobernante-súbdito en particular
( cf. en términos muy generales los muy conocidos y nunca bien ponderados;
J. Burckhardt: Kultur der Renaissance im Italien y A. von Martín: Soziologie
der
Renaissance).
980
Fundaci\363n Speiro
DE MAQUIAVELO A HOBBES
Estado, «lo Stato», término que no quiere decir en un principio
-por ejemplo en Maquiavelo-, sino los imperantes
y su séquito.
El Estado tiende a «concentrar
y organizar» desde su peculiar
ámbito la relación_ política
g~bemante-gobernado, pero
esta concen
tración acarrea
la supresión o el atenuamiento de las relaciones po
líticas no estatales -las _<
mann Heller, para que
re~ulte obvio
insistir sobre él.
Pues bien, el gran espectador y relator -pues como actor no se
le concedieron las oportunidades que constantemente reclamaba- de
este período de crisis en el
cua:l aparecen
estas «nuevas» relaciones
«objetivas», «frías», entre los súbditos
y los gobernantes es Niccoló
Machiavelli, Secretario de la República de Florencia, pequeño buró
crata, aspirante a la grandeza pagana por encima del bien o del mal
y de la cual sólo pudo participar «sub specie litteraria» en las largas
veladas de San Casciano envuelto simbólicamente en la
púrpU.Ca ma·
jestuosa
con la
cual invocaba a sus grandes espíritus familiares. Por
una extraña paradoja, esta profunda renovación de la
«manera>> de
aprehender
la realidad
pc,litica no
viene proyectada desde la mente
fantástica o exaltada de un revolucionario, sino del
calmoso y frío
talante
de un convencido tradicionalista, para el cual la
antigüedad
romana __;los tiempos áureos vanamente pretendidos de enraizar con
el caótico presente- lo es todo, mientras la realidad coactual ita·
liana,
a la cual asiste con amargura --pálida sombra del infalible
mundo antiguo al cual quisiera retrotraerla-,. no es nada en sí
mis·
ma;
a lo más, remotamente considerada como pálida Mímesis
del
pétreo
mundo
romano, paradigmático, roya paternidad evoca para
avergonzar a sus
contemPoráneos itálicos.
Con Horado también él
pudiera decir a sus frívolos lectores :
«Aetas parentum prior aius tulit
Nos requiores,
mox· daturos
Progeniem vitiosorem»
Maquiavelo,
de5de este
plano, no puede ser considerado sino como
un «reaccionario», lo
cual, por otra parte, para todo PolitikerJdenker
es W1a opción sin duda brillante. Verdaderamente, como afirma Carl
• 981
Fundaci\363n Speiro
MANUEL FERNANDEZ ESCALANTE
Schmitt, no hay teoría política digna de nombre tal que no parta de
un profundo pesimismo sobre la naturaleza humana dañada
y sus
consecuencias hacia el grupo. Si es consecuente con este pesimismo
sobre la «naturaleza» -y, por lo mismo, - sobre fa Conducta de sus
coetáneos-, el ·tratadista científico· de la política y, en un escalón
inferior, el pragmático de la misma, el gobernante, se apresurarán
a colocar
Ias suficie1ites barreras ante esta mala naturaleza y sus de
rivados, si no quiere ser tachado de incauto el primero, para mantener
se en su situación de imperio el segundo. A ambos pues, al teórico
de la política como al protagonista
-o beneficiario si se quiere'-de
la
misma, alcanzan las advertencias maquiavélicas.
• • *
La primera advertencia maquiavélica, desde cilyo distanciamien
to irónico la ciencia política m_edieval queda radicalmente ignorada
-no menospreciada o combatida sino sencillamente obviada-, se
cen
tra en su propósito, explícito, de ceñirse rigurosamente a <
lo que en realidad «ocurre». Por lo
mismo quedará fuera del marco de sus reflexiones
lo que «no ocu
rre», o sea lo que «podría ocurrir» o lo que «era mejor. que» ocu
rriese. Sin que por esto
--contra lo
que habitualmente se afirma por
los antimaquiavelistas de
turno-se deje de reconocer la posible, e
incluso probable, superioridad del orden ideal, del
-varn~ a
lla
marlo así en términos desgastados por los iusfilósofos- «deber» ser sobre el
factum, el «siendo», de los ·aci:>ntecimientos.
Mas, únicamente, el discurso maquiavélico va a tratar sobre este
«siendo», sobre
fa realidad «efectiva» de la política; del resto no
intenta hablar siquiera, ni a favor ni en contra. En este sentido las
mismas palabras,
texru.ales, del secretario
florentino
dejarán ambos
extremos puntualizados con
,claridad : «Mi intento
-escribe en el
capítulo
XV del Príncipe-es escribir cosas útiles a quienes las
lean, por
lo que juzgo más conveniente decir la verdad tal cual es,
que como se
·ima8ina; pues rhuchos ·han visto en
su
imagi.Ó.ación re
públicas
y principados que
jamás existieron·
en la realidad. Tanta es
la distancia entre como se ;iv~ y como se debería vivir, que quien
982
Fundaci\363n Speiro
· DE MAQUIAVELO A HOBBBS
prefiera a fo que se hace lo que debetía hacerse, más· camina hacia
su ruina que hacia su consolidación, y el hombre que quiere ·portarse
en todo como bueno, por necesidad fracasará entre tantos que no lo
son, necesitando el príncipe que quiere conservar el poder estar dis
puesto a ser bueno o no serlo,
según las
circunstancias» ( 4).
Esto por lo que atañe al «realismo»
de la política maquiavélica,
en cuanto al supuesto «inmoralismo» del florentino, sus propias y an
gustiadas palabras nos darán razón de la ligereza con que una línea de superficiales hermeneutas -para
admirarse unos,
para horrorizarse
otros- ha caído sobre sus párrafos para difamarlos. Después de aconsejar -para quien haya decidido
seguir la
vida pública, no se
olvide esta importantísima acotación- como acreditados por la
éx
periencia histórica los procedimientos del rey Filipo de Macedonia,
que de gobernar un pequeñó Estado pasó a
ser dúeño de
toda Grecia,
_añade «los que escribieron su historia dicen que trasladaba· los hom
bres de una provincia a otra, como los pastores Conducen los gana
dos. Son estos medios
cruelísilnos, no
sólo
a:ntitristianos, sinó
inhu
manos ; todos debeu evitarlos, préfiríeudo
la vida de ciudadano a no
ser rey a cOsta de tanta destrucción de hombres: Quien no· qúiera se
guir este buen camino y desee conservar· Ia·domiriación; necesita eje
cutar dichas maldades. Los hombres,
sin· embargo,
escogen uu tér
mino medio, que es perjudicialísimo, porque no saben ser ni com
pletamente buenos, ni completamente malos,
segón. vamos
a demos
trar en
el siguiente capíiulo» (5), ¿dónde está. entonces el «inmoralis
mo» maquiavélico? El discurso del f!oreutino -brevísimo y cortante
según su costumbre- plantea con rigor y prácticamente
a simultáneo
( 4) Príncipe, XV, in initio.
(5) Discorsij !-XXVI, in fine: «Sono questi modi crudelissimi e nimici
d' ogni vivere non solamente cristiano ma u.mano; e debbegli qualunque uomo
fuggire, e volere piuttosto virere privato che re con tanta rovina degli uo
mi~i; nondimeno colui che· non· vuole pigliare quella prima via del bene,
qúando si voglia mantenere
con.viene Ché enfri in· questo
male. Ma
gli no
ou
mini pigliano certe vie
del mezzo che sono dannossisime; perche non sanno
essere né tutti cattivi né tutti
buoni: come
nel seguente capitolo per esemplo
si
mosterrá»: Cfr, N. Machiavelli: 1l Principe e Discorsi, a cura di Sergio
Bertelli, Feltrinelli,
Milano, 1960, l.ª ed., pág: 194 (Uno príncipe nouvo, in
una cittá ó provincia presa dá lui, debbe /are' ogni cosa nuova,).
983
Fundaci\363n Speiro
MANUEL FERNANDEZ ESCALANTE
el eterno tema de la disyunción entre ética y política. Veamos pues,
los medios -puramente técnicos como tales medios--exp~icados en
el parágrafo anterior como consejos a un Príncipe
nuevo Si quiere
mantenerse -Maquiavelo sobreentie¡1de que todos los poderosos
quieren mantenerse, pero no todos saben
y pueden-van seguidos de
una severa advertencia, ética, insoslayable : «son estos medios -es decir
los únicos aptos para el fin propuesto-- cruelísimos, no sólo anti
cristiános sino inhumanos» - -es decir, contra el derecho natural
común a los hombres, no sólo contra la explícita doctrina de la
Iglesia de Cristo-- y todos deben evitarlos prefiriendo una vida pri
vada a la pública; esto queda muy claro. Pero si no se hiciera la elec
ción en este sentido explícitamente aconsejado -sinceramente o no-
por el florentino, es decir, si se prefiere la vida pública o de la gloria
y del poder a la vida privada, constitutivamente no desfavorable a
la
observancia de la moral natural y cristiana, entonces, pero sólo en este
último caso, al poderoso o aspirante a serlo no le queda otra vía que
la de la imitación de los ejemplos históricos -acreditados empíri
camente, quiere esto decir-, aducidos en favor de las tesis de la
cmeldad de la faísedad y, en general, del menosprecio del derecho
na.tura!, a
todo lo largo de la lección política explicada por Maquia
velo. El esquema maquiavélico podría reproducirse más gráficamen
te así:
a)
b)
984
Exigencia ética.-Es preferible ser ( «moralmente» hablando) ciu
dadano particular a Imperante PORQUE este
último se verá obligado (si quiere mantenerse,
por supuesto) a cometer toda suerte de «malda
des». Maldades que
el mismo Maquiavelo pre
senta, neutralmente, en forma de «Repertorio».
fuicio lógico.-Mas si (y en esta condición radica el gozne de
todo el razonamiento maquiavélico) finalmente
se opta por la vida pública -en cuanto tal abo
cada a
la gloria y a la pugna-y por la vocación
de imperar, no hay otra alternativa sino elegir
el repertorio de
«maldades» ofrecido
en sus
textos. Tertium non datur. ¿Dónde aparece en
tonces el famoso «inmoralismo» del florentino?
Fundaci\363n Speiro
DE MAQUIAVELO A HOBBES
Lo que si aparece, sin embargo, es la ~icisión radical entre la vida
pública -en la cual no es posible observar las reglas de la moral
natural-y la vida privada; escisión característica de un nuevo uni
verso mental simultáneo a la política «objetivada» de poder rena
centista.
El atenerse a las reglas morales -tanto «naturales» como explí
citameote cristianas- es
preferible, dice el propio Maquiavelo, a lo
contrario.
Aquí la
valoración resulta asimismo explícita
y no cabe ig
norarla, mas esta elección del lado
"de la
«vida moral» -perfecta
meote distinguida
y valorada por Maquiavelo- es imposible para
quien, previamente, opte por la vida «pública». En ningún caso, como
puede verse, se ignoran
las precedencias de valores ; únicamente se re
conoce, con impotencia, la imposibilidad de aplicar tal precedeocia «objetiva» en el desarrollo total de la
existeocia humana
en «este muo
do de abajo». Los valores se escinden juoto con los dos planos de la
actuación mundanal del hombre; uno, el privado, orientado a la
vida. «individuab> ( a
«lo particular»
diría un neohegeliano), con sus
pequeñas satisfacciones de la vida familiar y de relación comunal,
Otro, el público, orientado hacia «lo generab>, hacia la gloria, el
poder
y la aclamación, en suma, hacia la retórica. Que Maquiavelo
profese, instintivamente, honda simpatía hacia este mundo de la vida
pública es otro problema, resultado de uoa tendencia emotiva por la
gloria terreoal que, como hemos visto, no altera la valoración explí cita -escrita de su puño
y letra y nuoca mejor dicho esto- de la
«vida moral» sobre la «vida inmoral o amorab> ( 6). Esta escisión entre los dos plaoos de la vida
del hombre
en la
tierra caracterizará decisivamente la relación social gobernante-gober
nado a partir del Renacimiento. Los súbditos del príncipe maquiavé
lico no son ya los «seres humanos», criaturas divinas y participantes
(6) Tal Ve2:: -como opina Marce! de Corte--haya sido Pico de la
Mirándola quien mejor tradutca esta
«~scisión» del
hombre moderno, frente
a
la «compactividad» moral, digámoslo así, del hombre medieval, en el tan
cita.do DiscurJO sobre la dignidad del hombre (vid. Marce! de Corte: L'homme
contre lui· méme, Nouvelles éditions Latines, París, 1962, pág. 188).
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MANUEL. FERNANDEZ ESCAL.ANTE
del orden c6smico ron un °firme lugar de dignidad -al menos te6·
rico- en la rdaci6n política,
lugar garantizado durante siglos por el
derecho natural cristiano
y por la costumbre sedimentada . por la his
toria, sino
)os seres dobles, dinámicos y peligrosos, intuídos por la
agudeza de &oto y Ockham, dibujados por el análisis hist6rico de
Maquiavelo y sometidos por el terror y
el engaño reflejados en las
enseñanzas del
florentino. Los
hombres, para el nuevo tipo de
im
perante renacentista, no son sino _como se muestran en «la Historia»,
como aparecen concretamente en
s1;1s páginas.
Por ello debe supo
nérselos, preventivamente, como «malos y dispuestos a emplear su
maldad natural · siempre que la ocasi6n se lo permita. Si dicha pro
pensión
está oculta algún tiempo, es por razón ignota y por falta de
motivo para mostrarse; ·pero el tiempo, maestro de todas las verda
des, la pone pronto de manifiesto» (7). Sobre la maldad efecti
va de la naturaleza
humana, la opinión del florentino es termi
nante:
«los hombres
hacen
el bien por fuerza, pero cuando gozan de
medios
y libertad para ejecutar el mal, todo 1o penetran de confu
. sión y de desorden» ( 8).
El súbdito del príncipe maquiavélico es el súbdito bajo-medieval:
Barones inqÚietos,
Comerciantes apocadoS o explotadores, monjes am
biciosos, eclesiásticos corrompidos
y plebe envilecida sin amor a la
grandeza· y a la gloria. Amantes unos del pillaje y del robo a pe
queña escala, disminuíd~s los otros en "el mantenimiento de una es
casa zona de influencia y de seguridad basada en la fragmentación
«ad intra»
del
poder político
con
la consiguiente imposibilidad de su
proyección «ad extra>>; ejfmi:Io típi~o dé ambas condiciones, los
estadós de Italia antes de la «calatá>> del rey de Francia. La deca
denciá d, los reinos italianos obedece a
la pérdida de la «Virtú». No
hay orden y
río hay
eficacia porque hay demasiada libertad, y donde
hay demasiada libertad «todo se llena de confusión
y de desorden».
Maquiavelo es
el ·primer tecnócrata <
(8) lbld.
986
Fundaci\363n Speiro
DE MAQUIAVELO A HOBBES
eficacia en el sentido más puntiforme, la. eficacia militar. Son «las
buenas
armas» las que atraerán el oro, es decir, «la prosperidad»
económica y no a la inversa. Para Maquiavelo
la infraestructura del
poder politico y su estructura no se diferencian en absoluto. Del
orden nace la eficacia, de
la eficacia los buenos _ resultados militares,
y de éstos el dinero que no es «el nervio de la guerra». En ningún
caso se sigue la escala inversa.
En _general, y a nivel «diario», el
«buen orden» mantiene igualmente la estabilidad económica
del
Estado
(9).
El Príncipe maquiavélico, Príncipe demasiado malo
y avisado
para ser «real» y por lo tanto, en buena medida, creación estética
---<¡uiere decirse, sin atender a «resistencias» más reales y comproba
bles que el carácter sin fisuras imaginado por el florentino-, tiene,
no obstante, dos modelos coactuales a la contemplación del propio
Maquiavelo; uno triunfante y el otro derrotado, y I_os dos1 no se
olvide, son españoles. Fernandq de Aragón, el Católico según el
mismo quiso ser llamado -triunfador en todas sus Empresas le lla mará Baltasar Gracián-
y César Borgia -al que «sólo el azar» pudo
despeñar- el cual consiguió «le permaneciese fiel la Romaña du
rante un mes». La mezcla paradigmática de los dos imperantes --o
mejor dicho de un imperante perfecto y de un aspirante a serlo, fra
casado- permiten dudar de la sinceridad de los ejemplos aducidos o
de la otrora frecuente imparcialidad del florentino cuya
vista-pa
triótica
se precipita tras el fallido intento de los Borja para unificar el
centro de Italia.
Sea como fuere la nueva «manera» de entender la «relación po
lítica» deja «para siempre>> transmutada la correlativa «téoría polftica».
Frerite a los súbditos, perezosos, ingratos, pérfidos y, en suma, «des
ordenados» --es decir con peligrosa tendencia a transitar desde la li
bertad
a la ineficacia-los nuevos «Príncipes perfectos»· -tal Fer
nando de Aragón- circulan desde una <
(9) Son típicas, a este respecto, las consideraciones, ·tan conocidas, sobre
el modo de
recaudar el dinero para el -gasto público en Florencia. Vid., en
este sentido, igualmente, Dfrcorsi, II-10: «El dinero ·no es el nervio de la
guerra com~ generalmente se cree&,
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MANUEL PERNANDEZ ESCALANTE
de- a la masa inerte de los obedientes incapaz para imaginarse ning(m
destino
colectivo superior a su felicidad doméstica. Los hombres -ma
los, ingratos, codiciosos- van a recibir un «huevo trato» para «corre
girlos» en su tendencia a
la corrupción, la disgregación y, en suma, a
la
Anarquía. Y va a ser
precisamente en
el «territorio» europeo más
amenazado por la disgregación bajo-medieval, la península ibéri.
ca (10), donde va a surgir-y no imaginariamente---
el Príncipe per
fecto: Cruel
y valeroso siempre, audaz o prudente según le conviene,
sincero o falso conforme la situación aconsejable, cumplidor o no
de
su
palabra en los Tratados según interese a la seguridad del Estado,
pero en cualquier caso «Justiciero», es decir, anulador de los poderes
intermedios de todo tipo ---------eclesiásticos o laicos--, que oprimen sin
garantizar, enigmático y amenazador; todas las cualidades, en suma,
a las que César Borja opt6 sin terminar de conquistarlas. El ejemplo
histórico aparece
tan «concreto», tan «reab>, que Maquiavelo --de
mala
gana como puede verse en las descripciones del Rey de Ara
gón e incluso permitiéndose el lujo de «moralizar» en torno a su «doble conducta»- no puede resistirse a la transcripción. En todo caso,
y aun «prima facie» como resultado de la represión
del «desorden», la «Sociedad» ha quedado escindida con bastante
claridad del «Estado», que aparecerá progresivamente
----en cuanto
«Apparatum>>----·
cómo sólido vínculo para reprimir los
«decaimien
tos» anárquicos producidos
en el desenvolvimiento de aquella por la
«mala naturaleza» de los hombres que
la componen cuando son
«abandonados» a sus tendencias «naturales», orientadas siempre hacia
lo
más «fácil»:
hacia «el desorden».
El Príncipe y
su,s secuaces, con.scientes
de esta floja «mala natu
raleza» humana, operarán sobre ella conociendo sus resortes
más
generales, y, el más importante de ellos, y de consecuencias ulteriores
más graves, será no depender jamás del amor o de la amistad de los
(10) Sobre el grado increíble de disolución de la relación política: rey
(poder central)- súbditos, en Castilla, a fines del xv, vid. José Cepeda
Adán: En torno al concepto del Estado en los Reyes Católicos, Madrid, C.
S. I. C., 1956 (especialmente, pág. 94 y sigs., con el común anhelo de un
«nuevo poder» que termine .con la
anarquía semi-feudal).
988
Fundaci\363n Speiro
DE MAQUIAVELO A HOBBES
súbditos ( afectos «subjetivos» y como tales arbitrarios), sino de un
factor
«objetivo»
y como tal graduable: el temor.
La política se convierte en una técnica de «manejo» y control del
súbdito -malo por naturaleza según la experiencia confirma- al
cual, sólo
la consideración de la «fuerza concentrada» exhibida por
el Estado ------con la consiguiente potencia represiva ad intra y proyec
ción gloriosa ad extra-puede mover a la observancia -por «el
esfuerzo»-
de un «orden»
superio:é a
sus elementales conveniencias
«particulares».
* * *
Tampoco es más optimista la imagen que de sus congéneres se
ha forjado Thomas Hobbes; nacido en un clima de terror (11), el
t~or al
desorden
y, en último término, a la anarquía, es decir, a la
lucha de todos contra todos, le impulsará a reclarnar la necesidad im
periosa
del Estado
y la justificación «racionab> de su existencia.
Hobbes va, con todo, mucho más allá, en su necesidad de expli
cación,
-que su
predecesor en la lucha contra las ocsuras fuerzas anár
quicas. No se olvide, sin embargo, que para Maquiavelo la anar quía es el resultado de un proceso de disgregación siempre posible en
cuanto se aflojan los lazos itnperiosos del poder, una
decadencia,
-por otra parte inevitable, periódicamente- desde un pasado de .es
plendor.
Para Hobbes, en cambio,
la anarquía es un estado «origina
rio»; de
posible rebrote siempre
y supuesto lógico para montar su en
tera teoría «panestatal». El Príncipe maquiavélico combate con
la
crueldad y la doblez contra las fuerzas oscuras de la disgregación, pero
no se preocupa en modo alguno por justificarse. La evidencia de su
misión se le aparece con tal brillante claridad que su inventor no se toma la molestia de racionalizarla desde supuestos
teóÍ:-icos superiores
a
los instrumentales. La eficacia del Estado -en contraste con
la pu
lulación
de los pequeños tiranos anteriores ejemplificados en los
ani-
(11) En una autobiografía, que, ya anciano, escribió en dísticos lati
nos nos dice que a la vez que él, y como hermano gemelo, su madre ·trajo
al mundo al Terror (dr. F. TOnnies: Vida y doctrina de Thomas HohheI,
Rev. de Occ., Madrid, 1932, pág. 28).
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MANUEL PERNANDEZ ESCALANTE
quilados por César Borja en la Romaña- justifica su correspondiente opresión sobre los súbditos, siempre inenor, en cualquier
casC?, que 1a
proveniente de la suma de toda la jauría de los pequeños poderosos
-los
«principin'i»-anteriores a la nueva relación política, los cua
les -y una vez exterminados ha podido verse con más claridad aún-,
oprimían sin
garantizar (12).
Implícitamente,
«in nuce»,
en el propio Maquiavelo se halla tra
zado el postulado que Hobbes explicitará y hará famoso de la rela ción directa existente entre obediencia
y protección, Tanta cantida~
de
obediencia puede exigir el Soberano -el Estado- cuanta protec
ción puede proporcionar. En esta cuestión, como en tantas otras, desde la visión pesimista antropológica hasta la consideración del Es
tado como un producto «artificial». del ingenio y del esfuerzo hu
mano -reconocidos conjuntamente como
Virtú en la obra del floren
tino-, Hobbes no hace sino
trazar la
raya
y obtener la suma de mag
nitudes explícitamente maquiavélicas.
* * *
Tanto Maquiavelo como Hobbes han dedicado todo su esfuerzo
inteJecru.al a
combatír contra el fantasma
de la anarquía, es decir, el
«desorden»
y la ausencia de un centro común de- referencias. Un
centro común conformado por una acumulación de poder : poder
«injustificado» desdeñosamente
por el
florentino, «justificado» tra
bajosamente por el filósofo inglés a través de la remota
figura de
un
contrato
·:(13), pero en ambos casos reclamado como una necesi
dad antes lógica
-«evidente»--que «moral».
(12) Para Hobbes, escribe TOnnies, existe una analogía completa entre
las condiciones sociales
y políticas. En_ los .dos, medios prospera el tipo hu
mano ansioso de poder, libre de escrúpulos, arbitrario y que actúa como lo
que es (dr. F.
TOnnies, op. cit., pág. 117).
(
13) Hóbbes
resume las dos
fases lógicas
de la «justificación» del poder
en Francisco Suárez --autor como .es sabido notorio en la época de formación
del filósofo de
Malmesbury-el
«pactum societatis» y el «pactum subjec
tionis», en una sola, simultánea. El «pactum societatis» acarrea, por sí mismo,
constitutivamente, la necesidad del sometimiento. Resultaría absurdo un «acuer
do». de las
con4iciones mutuas
en que la relación Soberano-súbditos va a des
arrollarse, fuera
de la condición general ya ~xpresada Obediencia-Protección.
990
Fundaci\363n Speiro
DE MAQUIAVELO A HOBBES
Tanto Maquiavelo como Hobbes han sentido -casi se pudiera
decir sufrido--- la necesidad de un fuerte
núcleo de
poder
capaz de
resistir
los poderes intermedios
y servir .de referencia directa a los
súbditos, evitándoles sujeciones mediatas. Para Maquiavelo resultará
preferible
la existencia de un poder supremo, aunque r~ce en oca
siones el terror
-tal la dominación de César Borja en Romaña ex
perimentada como un alivio por los antiguos
súbditos de
los peque
ños barones «pre~estatales»-, pero que efectivamente, o así lo cree
él, protege ( recuérdese la hábil sentencia ejecutada contra el rigu
roso Ramiro del Orco), al incierto destino de la patria
italiana en
manos
de muchos «pequeños poderosos», ninguno
lo suficientementé
fuerte empero para lograr la «Empresa» de la unificación. Para Hobbes, que ha elaborado el concepto más «filosóficamen
te» -sobre todo si se compara con el tono «provocativo» de la re
lación maquiavélica-, será, asimismo preferible la existencia de un núcleo de poder fuertemente centralizado, defensor de «todos»
y crea
do por el supuesto consentimiento de «todos», a
la situación prece•
dente de lucha omnia contra
omnes (14).
Para el filósofo de Malmes-
Si el súbdito tratara en algún momento ulterior de oponerse a un mandato es
tatal se
coó.tradice con
su promesa anterior inclusa en
el pacto de asociación
y cae en la injusticia. (Así en Levjathan, XIV. De cive, III, 3). Asimismo
debe recordarse cómo Rousseau intehta también «racionalizar», desde el plano
laico al que pretende ceñirse, la «necesidad» de la autorid'ad
y su total acep:
tación
desde fuera de la premisa
non est potestas nüi a Deo, Ya en el capítulo
tercero del «Contrato social» nos dice el ginebrino cómo el más fuerte nunca
lo será bastante como para ser siempre dominante ·si no puede transformar su
fuerza en derecho y la obediencia de los súbditos en deber. Ningún kantiano
mejoraría este «quid pro quo». ¿Deber hacia a quién? ¿Exigido por quién? ¿Premiado por quién? .. Este
error es menos disculpable si tenemos en cuenta
que Rousseau no es precisamente un predecesor de Alfred. de Yigny. Es
fre .
.
cuente aludir a las relaciones existentes entre la teoría del estado de natu· raleza
precontractual roussoniano
y el de Hobbes. Cpmo es sabido el egoís·
mo «precontractual» en la teoría de Rousseau no es activo como en la de Hobbes sino pasivo. (Sobre analogías y diferencias en los dos autores, cfr. el
estudio ya clásico de Ernst Cassirer:
Das _Problem /, J. Ro11ssea11 (en Arr:hiv
für Gesr:hir:hte
der Philosophie, vol. 41, 1932).
(14) Ya
Hobbes se
ha preocupado de salir
al paso de quienes le atgu·
menten
sobre la total ausencia de libertad- en que el contrato swne al súbdito,
cuya existencia queda asegurada, es
cierto, mas
a cambio de confiarla total- 991
Fundaci\363n Speiro
MANUEL PERNANDEZ ESCALANTE
bury el «reino de la libertad» precontractual -es decir el reinado del
«dei:echo nahirab> del
más fuerte aprendido en
Tucíd.ides-era,
sen
cillamente, Wl estado incivil y peligroso, imposible de soportar -ni
aun como perspectiva-, por la inmensa mayoría de los hombres ·(15).
Para
Maquiavelo, desde su_ atalaya de conocedor de la historia, la
li
bertad es, ---<:omparablement.,_, el prólogo de la disgregación.
La idea del Estado como «monopolio de la fuerza de coacción»
surge, pues, correlativamente, en dos agudos talentos, preocupados
ambos ante la perspectiva del «desorden», cada uno desde sus pro
pios «motivos»: el de la «grandeza», Maquiavelo; el de la segutidad
-más modestamente--Hobbes. Sería inútil, sin embargo, para los
defensores intelectuales de las diques hoy gobernantes en muchos de
los
países conocidos -las cuales, como los barones bajo-medievales,
oprimen, a veces saquean,
y, en todo caso, exigen obediencia sin pro
porcionar a cambio la correspondiente dosis de protección- invocar
la memoria de los dos ilustres antecesores en auxilio doctrinal del
dominio, tan «efectual»,.de sus mecenas.
mente en manos del titular de · Ia Soberanía. Su respuesta. se concentra en la
concisa referencia
a-los h~cho.r, habitualmente expresivos por sí mismos, de
los hombres. Toda constitución _política presenta
inevitables defectos,
piensa
Hobbes, desdefiables empero si se piensa en los horrores y la miseria de una
guerra
civil o
en
la perpetua inseguridad del estado de naturaleza anterior
al pacto, sin ninguna referencia superior,. sin un poder político supremo que
monopolice la coacción impidiendo el robo
y la violencia particular de los
«naturalmentes fuertes» ( en este sentido, por ejemplo,
el cap. XVIII del
Leviathan),
(15) Las teorías «voluntaristas», y más en el mundo moral de la Re
forma, · prosiguen
su trayectoria histórica de sometimiento incondicional al
Poder civil, trayectoria cuyo
apogeo culmina
en la adhesión y participación
propagandística de la Iglesia luterana alemana al lado del Reich en la pri
mera guerra mundial, con
el descrédito proporcional sobrevenido al término
de
la misma. Compárese con el esfuerzo realizado por el pensamiento cató
lico tradicional para dotar de una esfera «objetiva» de libertad a los súbditos
y, a la vez, crear algún freno doctrinal ante la posible figura del Tirano.
992
Fundaci\363n Speiro
DE MAQUIAVELO A HOBBES .
ADDENDA
Correspondiendo a lo adelantado en las primeras páginas de este
trabajo, cabe señalar la vertiente «positiva>> -desde el
pensamien
to «anárquico» nunca se admitiría como «progresiva»-del «rigoris
mo» o cinismo ultrarrealista de Maquiavelo como Katechón seadari
zado
ante «el desorden». Sin embargo, sus soluciones drásticas, como
todo remedio «cortante», pueden producir
daños irreparables
cuan
do estirpan
la corrupción tan radicalmente que aniquilan, para si
glos, la posibilidad de rehacer la primitiva realidad objeto del pro
ceso de corrupción sin meditar su posible salvación desde otros mé
todos; pues el remedio ideal, qué duda cabe, no es amputar, sino
sanar, aun cuando esto último resulte menos dramático. Es la esté tica maquiavélica sin embargo quien impulsa el razonamiento, -mucho
más retórico
que político-, del
<
-en último término-- del Destino
-supremo
de
la Patria, pues esto
es más fácil de pronunciar que de efectuar. Mas, en todo caso,
la
grandeza de la aspiración maquiavélica para los casos desesperados, es mucho más estimable, desde el mundo de valores cristianos, que
el
sórdido utilitarismo de Hobbes, cuya lógica, implacable desde el pos
tulado del valor supremo de
la vida física sobre cualquier otra ins
tancia, se quiebra cuando es el propio Soberano -garantía última de la conservación de aquélla
y de su disfrute, a cambio de la merma
de libertad que ello suponga- quien exige su riesgo o su sacrificio. Maquiavelo ha escindido, sin duda,
el mundo de valores cristiano
medieval al elevar a
la categoría de Idea la posibilidad de disociar
la «actuación» del «impulso moral» humano en dos planos perfecta
mente desentendidos entre sí. Pero en la aspiración maquiavélica a
«la grandeza»
y al dominio y detención del proceso decreciente de la
Historia, motivado por la baja condición de la inmensa mayoría de
los hombres, late un eco -por lejano que sea
y envuelto que aparez
ca en la ingenua púrpura de un paganismo de ocasión- de aspira
ciones inevitablemente cristianas como serían_
la «Regeneración», o
la «Salvación». Es la cualidad poética del pensamiento maquiavé
lico, unido al resentimiento por la impotencia de la Nación italiana
,, 993
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MANUEL FERNANDEZ ESCALANTE
para realizarse como Estado ñnico y temible, lo que arrastra su ima
ginación y su deseo -más que-su matemático entendimiento-- tras
la finalidad sin finalidad de un Estado sin quiebras ni debilidades
cuya máxima motivación es mantenerse.
Por el contrario, es desde el sórdido y fríamente razonado egoís
mo de Thomas Hobbes de donde se arremete de frente contra el
centro mismo de la idea moral cristiana de la importancia de la con
ducta del hombre hacia sus semejantes como capital para su realiza
ción final, conducta imposible siquiera de plantear partiendo
de una
jerarquía valorativa basada en la consideración de la vida «animal»
como supremo bien a solicitar. Considerada paralelamente, la resolu
ción maquiavélica de enfrentarse a las potencias oscuras del «des
orden» y de la disgregación con la violencia proporcionada a su fase
de progreso, resulta, en comparación, «espíritu.ah> y tal vez apro
vechable al presentar una faz eterna de la lucha del hombre por dominar
«el azar y la necesidad».
Por supuesto, el tránsito desde esta actitud «Etica» a la pura ne
gación de toda libertad en nombre de la eficacia es un riesgo posible
y, de hecho, en muchas ocasiones consumado. El recorrido desde la
anarquía a un pseudo panestatalismo invocado para enmascarar un
monopolio _del poderío sin la más remota finalidad de servicio al bien
común, posee un evidente dinamismo, endógeno a su propio 'trazado,
siempre difícil de evitar; ello sin embargo no es culpa fundamental
de Maquiavelo sino de algunos discípulos aventajados que lo adelan
taban sin nombrarlo, como tan sngestivamente ha mostrado Burn
ham (16). Es difícil impedir la marcha del péndulo que marca lapo
larización de la:s· situaciones históricas de un extremo al opuesto; Ma
quiavelo escinde el viejo orden contemplado en la Edad Media al
prescindir de la Etica como elemento al margen de la trama política,
salvo en cuanto pretexto moralista, es decir, como· un componente
más de
la eficacia: Hobbes elabora u.na nueva moral política jus_ti
ficando el poder sin límites · del Soberano en la conservación primor
dial de la vida física de cada súbdito. El resultado final del plan-
(16) James Burnham_: Los maquiavelistas: DefensoreJ de la libertad,
Buenos Aires, ed. Emecé, 1945.
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DE MAQUIAVEW A HOBBES
teamiento hobbesiano abocará finalmente al más «desencantado» po
sitivismo jurídico. Con todo, anotado
lo anterior, convendrí.a insistir en la escasa co
rrespondencia existente entre los gobernantes al uso y los invocados
por nuestros dos autores. Entre los primeros no podríamos reconocer
ni el
afán de grandeza o el odio hacia la corrupción característicos del
Príncipe maquiavélico, ni tampoco -siquiera como «mínimum de
corosum>> del gobernante para los súbditos- la ruda coherencia de
la proporción obediencia-protección supuesta por Hobbes como nú
cleo «desilusionado» de la relación política -la única relación se
gún él verificablernente «política»---- existente entre el Soberano y
los súbditos.
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