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Número 135-136

Serie XIV

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El derecho como privilegio. Igualitarismo y sociedad injusta

EL ÚLTIMO ARTÍCULO DEL PROFESOR MlcHELE F. ScuccA (.) •
EL DERECHO COMO PRIVILEGIO
lgua/Jtarismo y sociedad injusta.
Si se admite que los conceptos principio de autoridad y autono­
mía individual se oponen
y excluyen, y cualesquiera ley moral y prin­
cipio son limitativos o negativos de
1a libertad y toda recompensa
honestamente obtenida, así como también
la inteligencia, generan
discriminaciones intolerables
y deben ser perseguidos como enemigos
públicos; si se
acepta el

igualitarismo absoluto, resulta que todos
tie­
nen

derecho a todo sin la obligación de rendir cuentas a nadie del
ejercicio de tales posibles e imposibles derechos. Resulta asimismo
que no existe ya nada a lo cual
--aunque sea

con
la violencia- no
se pueda aspirar a tener derecho.
Se reclama, sobre todo, el derecho
de tener
derechos, cada vez más de.-echos, frente al deber de ser lo
más
rectos pnsible.
Pero si el derecho es ley racional y
la justicia otorga a cada uno
lo suyo, de modo que manteniendo
la justicia se mantiene la sociedad
civil; si es una facultad reconocida
la de obtener y usar un bien por
el bien personal
y el de la comunidad; si es reivindicación y defensa
de los derechos personales o inherentes a
la persona en cuanto tal; si
es también afirmación
y ejercicio de la libertad, el reconocimiento
de los derechos resulta un acto de sacrosanta justicia. Añádase que la
ley es parte de este derecho y que éste sirve para juzgar a la ley
misma, de la cual es fundamento y asimismo fin. Si no es así, si
el
derecho y la ley no son éstns, sino aquellos que hoy se pretende vio­
lentamente que sean, la sociedad ya no se erguirá firmemente sobre
sus
pies, vacilará e, incapaz de sostenerse, se inclinará, y estropeada,
se arrastrará.
A cada derecho corresponde un deber: al derecho al trabajo, el
deber de prepararse para aquello que se desea hacer, para poder des­
pués hacerlo
bien, con empeño
y amor; al derecho al estudio, el deber
de estudiar con aplicación y método, utilizando, con buena voluntad,
(*) El 16 de febrero La Nación, de Buenos Aires, publicó la última
colaboración -habitual desde hace años- de nuestro querido amigo el Pro­
fesor Sciacca ( e. p. d.) que nos honramos en reproducir .
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MJCHELE F. SCIACCA
la inteligencia de que cada uno dispone; al derecho de poseer esro
o aquello, el deber de ganarlo
y de merecerlo. Sí, la razón y también
la conciencia deben aprobar y reconocer el deber, sin el cual el as­
censo es sólo violencia; pero tales aprobación y reconocimiento son
dados por la correspondencia derecho-deber: reconozco mi deber por­
que
es éste
y no otro y lo hago porque lo reconozco como uno de
mis derechos. Igualmente, el
derecho· del
superior al mando se funda
sobre el deber de que su voluntad sea justa; ésta su justa voluntad,
es un derecho mío, pero él, a su vez, me obliga a obedecerle y a cum­
plir con mi deber. Un hombre sin deberes hacia Dios
y hacia sus
semejantes se coloca en la situación de no ser más sujeto de derecho
y de no poder reclamar derechos: son los deberes los que ligan a un
hombre a los otros hombres, los que sostienen a una sociedad
-co­
menzando por la familia-. Sin deberes y sólo con derechos, el hom­
bre está "liberado"
respecto de todo y de todos, vive escondido en
medio de los
otras. Las razones por

las cuales se realizan algunas cosas
y otras no, se anulan, escribe Ros.mini, "en ese sistema en el cual
el deber no existe y la obligación moral no es otra cosa que la inclina­
ción al placer". Hoy vivimos en un contexto social en el que reclaman rodos los
derechos, hasta los más absurdos,
y en el que no se puede pronunciar
en cambio
la palabra deber, como si ésta fuese una blasfemia y un
intolerable
arropello a

la
libertad personal.

Así se minimiza
y se pisotea
no solamente cualquier obligación moral
y cualquier principio de jus­
ticia, sino
también la

legalidad e incluso los más tolerables usos socia­
les, con un mínimo de corrección formal. No podría ser de otro modo.
Es jusro que la ley codifique el derecho al trabajo como propio
de cada ciudadano, pero si se exige un puesto sin estar preparado para el tipo de trabajo elegido
y deseado, y si, estando preparado, no
se desea trabajar o se trabaja mal con perjuicio para la sociedad que
espera el correlativo para reconocer aquel derecho y su ejercicio, se
rebaja el deber del trabajador y del ciudadano, del hombre. Lo mismo
puede decirse sobre el derecho al estudio: una vez exigido, ese derecho exige por su
parte que

el "exigidor'" estudie y "rinda" para si
y para
los demás; que no "pretenda" inscribirse en una escuela para no es­
tudiar
--a veces impidiendo a los otros que estudien-y obtener
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BL DERBCHO COMO PRJVILEGIO
igualmente un titulo. Pues, en verdad, lo que ese exigidor pretende,
en nombre del
derecho del

pueblo a la plena ocupación
y al pleno em­
pleo, es obtener un
puesro desde

el cual pueda continuar sin trabajar,
ocupado solamente en
usnrpar, sin estar preparado, otro lugar rodavía
más airo para "ganar" más

y
hacer cada vez menos
y peor.
Reflexionemos un
momenro, en

beneficio no digo de la
patria,
para no incurrir en condenaciones, sino, por lo menos, de nosotros
mismos. Excluido el primer deber en nuestro último ejemplo -el de
estudiar- e inseparable como es del derecho al estudio, se precipita
inexorablemente, como una avalancha, una serie de derechos sin .sen­
tido que trituran a la sociedad en un engranaje fatal. En efecw, con­
quistado
el derecho al estudio sin el deseo de
estudiar, se
agrega el
de no estudiar -las excusas suman
miles--y se niega a los demás,
para no

ser "sobrepasados" por los "infatigables sirvientes del siste­
ma", el derecho-deber de
hacerlo. Sobre

esta base se
reclatna el
dere­
cho al titulo y por
tanro a la "promoción en masa" y, obtenido el
diploma, se grita contra la desocupación o se exige, siempre excep­
tuándose a sí propio de cualquier serio empeño, el reconocimiento
del derecho a un "puesro" con ulteriores derechos y ascensos. Esta
escala de derechos sin sentido es
la ruina de la sociedad.
Ahora bien, "privilegio" significa "excepción a
la ley" en bene­
ficio de una persona o de una institución,
esw es, un "favor'" que sin
motivos justificados, desliga a quien lo recibe de cierws pesos y obli­
gaciones. El privilegio así entendido es siempre odioso: crea una con­ dición especial
para un

prepotente que genera
otros prepotentes
y
privilegiados, conculcadores de los derechos de los otros. Pero ¿qué
es un derecho que, no obstante estar reconocido, se exime, en la per­
sona a la cual le es reconocido, de cumplir el deber que a ese detecho
corresponde?
Es un privilegio. Así, constituye un privilegio el ejer­
cicio del derecho al trabajo
para quien
no
trabaja o trabaja mal,
y un
privilegio el ejercicio del derecho
al estudio en el momento mismo
que quien concurre a una escuela no se siente obligado a esrudiar.
Pero una sociedad de privilegios y de privilegiados es el modelo de la
sociedad injusta que se empeña
-y se agota en ello- en la carrera
desenfrenada

del privilegio y tiende a constituirse como una jungla
de injusticias satánicas porque sólo destruyen.
Es la sociedad que se
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MICHELE P. SCIACCA
destruye a sí misma, pero que, como todas las sociedades injustas,
clama contra la injusticia y los privilegios
y anhela enviar a la horca
a los privilegiados, es decir, a quienes
han trepado más alto, para que
dejen sus puestos
a los que están colocados en un escalón más bajo.
Es la sociedad del resentimiento y de la envidia, del odio, del asesino
oculto. Por otra parte, el juego de los privilegios o
la carrera de las in­
justicias previas a! salto, ha tomado siempre la forma y se ha rea­
lizado siempre como el juego de la cortupción.
En efecro, sólo me­
diante
la corrupción -el favoritismo y la clientela, el dinero pasado
por debajo de la mesa, etc.- se obtienen privilegios, esto es, recono­
cimientos injustos de derechos que no esperan y excepción de todos
los deberes que no sean aquellos que imponen los favoritismos y las
clientelas, los propios de la connivencia, la complicidad
y otras leyes
de
mala vida. El juego del privilegio se juega en el garito de los co­
rruptos y corruptores, y éstos, a su vez, se mueven en el seno de una
sociedad formada como una. Babel de la corrupción endémica en el
sentido etimológico de la palabra, o sea, "propia de un pueblo", en la
cual higiene y vacunas terminan por alimentar la cultuta de los bacilos. Pero, en el fondo, ¿qué mal hay si, hasta
cierto punto,

a fuerza
de privilegios y de injusticias, de Corrupción, llegamos a ser todos
iguales en este lupanar del que ascienden los tentadores aromas del
dulce suburbio, de la vida de las tabernas, con las trotacalles sobre
nuestras rodillas? No vale realmente la pena contraponer a todo ello
el anhelo de una existencia honesta
y virtuosa, piadosa y justa para
cuanta criatura llega a este mundo. Yo no contrapongo nada, Dios me
libre; digo solamente que una sociedad en la que todos sean iguales en los privilegios no es más
tal sociedad sino una anarquía sin los
ideales del anarquismo, y que, carente de gobierno, no puede tener
ninguno, como no sea el gobierno de los privilegios y de la corrup­
ción elevados a sistema de gobierno: una sociedad donde no existen
ciudadanos ni hombres, puesto que nadie sabe gobernarse a sí mismo
ni obrar de acuerdo con principio alguno.
La igualación en
la anarquía de los privilegios: he ahí un modo
de vida inédito, que será conocido póstumamente, tras la muerte de
toda vida humana.
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