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Número 135-136

Serie XIV

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Regionalismo y unidad nacional

REGIONAIJSMO Y UNIDAD NACIONAL
POB.
MLLB. YVONNE FLOUR.
Una asombrosa paradoja domina la actualidad política enun gran
número de nuestros países: la izquierda, tradicionalmente, es cen­
tralizadora y jacobina, mientras que la descenrralización y el respeto
de las diversidades regionales son las resis favoritas de las corrientes
del pensamiento contrarrevolucionario. Hoy en día, esras resis regionalísras
suscitan en

los
espíritus un
nuevo eco. Las reivindicaciones autonomistas rara vez tuvieron úna
tal virulencia en su expresión, y una ral extensión en su manifestación.
En Gran Bretaña discuten
la actual unidad del Reino, Escocia, Irlanda
y País de Gales. En Canadá, la provincia de Quebec desea afirmar
vigorosamente su propia identidad. Bélgica se encuentra
tan desga­
rrada entre flamencos y walones, que hasta su misma existencia y la
estabilidad de su porvenir político están amenazadas. En Francia,
después de Bretaña, el País Vasco y
la pretendida "Occitania", a su
vez,
son

Córcega, y
más tarde Alsacia, las que entran en crisis •..
Pues bien, ahora los movimientos regionalistas se vuelven hacia
organizaciones que
recurren a

la "izquierda" -partidos del tipo
clásico o grupos
revolucionario,,_ para buscar en

ellas el soporte
ideológico
y político de su acción. Un periodista del diario Le Monde
lo señalaba en el mes de diciembre último: "El mowmiento b,et6n
h•
hecho saltar el

cepo
en el que, hist6ricdmente, lo lema atrr.,pado
,,,,. vieia derecha kadidonalista .. . Ha rolo definitivamente con un
pasado comprometedor y hoy
se refuerza con todos aquellos que, en
la izquierda, o en la exlrema izquierda, descubren la realláad b,eto,,.
a lravés de
.la, luchas socitdes" (1).
(1) Le Monde, 28 de diciembre de 1973.
7H
Fundaci\363n Speiro

MLLE. YVONNB FLOUR
De esta afirmación se hace eco el grito de llamada de los militan­
tes del
F. L. B. (2) llevados ante el Tribunal de Seguridad del Estado:
"Pedimos a la izqmerda tradicional que, por fin, asuma su respon­
sabüidad histórica: cambiar la
vida, o sea, destruü-lo que constituye
un obstáculo para
la liberación de las clases populares en Francia ...
en suma, que sostenga nuestra lucha

de
liberaci6n nacional" (3).
En este caso surge una pregunta: ¿en qué se ha transformado el
regionalismo, al pasar así del pensamiento católico contrarrevolucio­
nario a la ideología revolucionaria? Un temible equívoco pesa en
adelante, tanto sobre la cosa en sí, como sobre la palabra.
La región se ha transformado en un arma. La revolución, igual
que había atacado sucesivamente a todos los cuerpos sociales, ata.ea
hoy -a_ la misma nación que, según Maurras, es "el más vasto de los
círculos comunitarios que es s6lido y complelo en lo 1empora/,". De
acuerdo con una táctica probada
y dentro de un movimiento dialéc­
tico, opondrá
la pequeña nación a la grande.
Se opondrán así
"las culturas élnicas" a la "cultura del poder".
La poesía de Glenmor, el arpa de Alan Stivell, suscitan cada vez un
interés mayor.
En el País Vasco se abren escuelas para enseñar su
_lengua, ~to a. los niños como-a los adultos, e incluso una Univer­
sidad de verano en San Juan de Luz. Compañías de teatro .de aficio­
nados presentan espectáculos en
lengua de
oc. Vayamos con cuidado:
el fin perseguido no es cultivar agradablemente la reminiscencia fol­
klórica, ni

incluso operar un retorno a
las fuentes de la pequeña patria.
"Hablar bret6n no tiene nada de reaccionario. Por el contrario,
es un acto polltico", declara un autonomista bretón (4). Y un auto-
(2) Frente de 1iberaci6n de Bretaña. Después de un atentado cometido
el 18 de enero último
contra el
centro
dé . tal aso te.tapia de

Concarneau
(Le
Monde, 3-4 de febrero de 1974).
(3)
Combat, 5 de febrero de 1974.
(4) Guy Caro, conversación relatada por H._Deligny, Le Monde, 31 de
agosto
de 1972. Miembro de la
dirección política

nacional del P. S. U. desde
junio de 1971 a
diciembre de

1972 como· responsable de la comisión
«mino.
rías nacionales», G. Caro, ·-en

noviembre de 1973, abandona el P. S. U., al
que estaba adherido desde mayo de 1968,
para-combatir «en el

seno de las
luchas del pueblo bretón a la vez por el socialismo
y contra el centralismo
parisino:. (Le Monde, 21 de noviembre de 1973) .
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REGIONALISMO Y UNIDAD NACIONAL
nomista vasco formula esta otra declaración: "Para mi et leat1'o es
1111 arma" (5). Según las propias palabras de sus más fervientes par­
ticipantes, el combate cultural es indisociable del combate económico
y político.
O>mbate económico:

la lucha de las
minorías es
una lucha
contra
la

sociedad de consumo,
contra el
capitalismo imperialista y
centra­
lizador.
Los

conflictos sociales son la
ocasión para favorecer

una
roma
de

conciencia de clase: la huelga del "Joint
Fran~is" es la primera
huelga

nacional
brerona. La

extensión de las solidaridades hace el
resto.
"En 1968, después de la disolución de las organizaciones autOno­
mistas,
se escribía en el
diario º'Liberation", nosott'os dijimos: "Somos
todos iudios alemanes". Ha llegado el momento de decir: "Somos
todos vascos, bretones, corsos, indios de todos los &olores, y descoloni­
zaremos la ÜQrra" (6).
Descolonizar, la palabra es esencial. Según Jean-Paul Sartre, "et
combate
por las emias es &omparábte at combate por la independen­
cia de Argelia" (7). O>mbate político, por lo tantO. Así es como, del
respeta de

las legítimas
libertades, se
pasa a una reivindicación de
independencia, que nunca en la historia habían profesado las provin­
cias reunidas bajo la corona francesa. Así es como se vuelve contra
la
misma nación el legítimo resentirnientO de las pequeñas naciones
dañadas en sus libertades, resentimienro fundado en los muy reales
abusos del
centralismo estatal.
Es necesario romper este círculo infernal. Pues bien, el trabajo
de reconstrucción política
comienza . con

un
esfuerw de
precisión
en
el vocabulario. En efecro, lo que hay que denunciar en el origen
de este desvío es la excesiva juridicidad que tiende a confundir a la
nación con el
Estado que la representa. El Estado es nna organización
jurídica
y política, nna potencia política que goza de autOnomía ju­
rídica. El Estado no
es, por tanto, la nación; solamente es su órgano.
( 5) Le Monde, 6 de agosto de 1971.
( 6) Le Monde,
1 de febrero de 1974.
(7) Prefacio -del libro de Gisele
Halimi, consagrado al proceso de los
autonomistas vascos (1971).
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MU.E. YVONNE PLOUR
La nación, romunidad viviente enraizada en el pasado y proyectada
hacia el porv.enir, es una realidad social infra-jurídica infinitamente
más rica -realidad no política en su esencia, decía Pío XII- (8).
Luego puede desarrollarse y expansionarse -hay que insistir en ello­
fuera de
una expresión
estatal que
le sea propia. Negarlo es reducir
el hecho nacional a un puro hecho jurídico y político, y, en ese caso,
es reconocer al Estado como única fuente de toda
la vida social. Es,
también, exasperar los

antagonismos nacionales, explotados como me­
dios
para fines políticos.
Pues tal es el proceso al que asistimos. Al unitarismo del Estado
se opone el unitarismo de
la región. Al jacobinismo nacional, un neo­
jacobinismo provincial.
El contexto

político general no por ello se
encuentra modificado: así es corno, para cierws tecn6cra.tas, la regio ..
nalización presenta simplemente la ventaja de permitir una planifi­
cación más eficaz, al hacerse su elaboración y su aplicación en el nivel
intermedio de
la región. Las . perspectivas siguen siendo las mismas.
A este respecto, nos parece reveladora cierta declaración de un hom­
bre político
de izquierda:
"La Europa de las Regiones es la forma contemporánea de la Eu,
ropa de las Nacionalidades de 1848" (9).
Podemos vaticinar el resultado ...
Así,
pues, entre los partidarios de
la centralización a ultranza,
como entre
los mantenedores de la independencia a toda costa, se
vuelven a encontrar
las mismas concepciones políticas: la nación to­
mada como un absoluto,
la nación,
pequeña o grande, entidad abs­
tracta y monolítica. También es necesario insistir: es imposible en­
cerrar la

infinita riqueza del
h~ho nacional

en una definición abs­
tracta y reducir a un principio único los elementos que la constituyen.
Así pasa con la unidad de lengua: elemento fundamental, sin duda, de
la conciencia común, pero que por sí sólo no es ni suficiente, ni en
todo caso exclusivo. La unidad americana se formó en la lucha contra
la dominación británica, a pesar de la comunidad de lengua. A
la
(8) Mensaje de Navidad de 1954.
(9) Dominiq-ue Tadée, consejero cul.tural del Partido Socialista, «la Gau­
che et les Nationalitaires», Le Monde, 28 de diciembre de 1973.
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RBGIONAUSMO Y UNIDAD NACIONAL
inversa, nadie puede discutir la realidad de la unidad helvética, a
pesar de la diversidad lingüística de Suiza. Igual ocurre, e incluso aún
más, con la ideología de la raza. La realidad concreta de las naciones
és infinitamente diversa. Las circunstancias históricas, los imperativos
geográficos, la

comunidad de intereses económicos o políticos
y los
lazos espirituales tienen en dicha realidad su puesto, que cada
veo:
es

diferente. Vemos entonces lo que podemos
pensar de

aquellus que,
·
para justificar su voluntad de independencia, pretenden oponer, por
ejemplo,
el "Celtismo" a la "Romanidad".
Deberemos

renunciar a proposiciones
. tan simplistas si queremos
romper el
antagunismo iosoluble

de
la pequeña y de la gran nación,
que se presta al
juegu de la dialéctica revolucionaria. Tanto para de­
limitar la parte legítima que se puede conceder a las libertades pro­
vinciales,
como
para buscar los dementos que fundan la unidad na­
cional, es

necesario
borrar toda defin.icióo a priori, todo espíritu de
sistema,
y volver solamente a
la experiencia, al respeto de la diversi­
dad de lo real. Unicamente a este precio será posible mostrar cómo
las
pequefías naciones

pueden ser, a la vez, según
la fórmula de Jean
Madiran, "imegradtu y a,,t6noma.r" (10), autónomas en el plano de
su propia
vida nacional,

e integradas en la
soberanía de
un Estado
más vasto.
Eso será lo que intentaremos hacer, deduciendo sucesivamente los
beneficios de las diversidades provinciales
para la nación, y los be­
neficios de la unidad nacional para las provincias.
Por

lo
tanto, desarrollaremos

dos proposiciones
fundamentales:
1." proposición: La diversidad de las provincias reanima la vida de
la nación por entero.
2." proposición: La unidad nacional constituye la garantía del
pleno desarrollo de las provincias.
(10) llinéraire11 febrero de 1961, 4, rue Garanderes, 75006 París.
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MI.LB. YVONNE FLOUR
I. Diversidad de las provincias, condición para la vida, de la
nación.
Como ya hemos dicho, diversidad de las provincias, desarrollán­
dose

una al lado de
otra, en

el seno de un mismo Estado. Si, pero
con
la condición de que este Estado no sea la República de los Jaco­
binos. Pero entonces resulta que esta proposición contradice los prin­
cipios en los que se fundan la mayor parte de nuestros Estados mo­
dernos, pues, en efecto, éstos, al aplastar a las provincias con el peso
de su tutela, asfixian en la misma nación las .fuentes de toda vida
social. A estos daños del centralismo estatal se oponen los beneficios
de
. una verdadera descentralización,

fuente de un desarrollo armonio­
so y
equilibrado que

reanima,
á la vez, a los particularismos y a la
unidad.
AJ Los abusos del centralismo estatal.
Por una extraña contracción, los abusos del ceritralismo estatal se
multiplican por todas partes, a la vez que se desencadenan los movi­
mientos separatistas. Tenemos muchos
ejempló, de
ello.' Michel Uldry
ha demostrado cómo, con ocasión de una tentativa de reforma de la
enseñanza de inspiración revolucionaria, faltó poco para que Suiza
perdiera sus autonomías cantonales, y cómo, gracias a los recursos
de un sistema político respetuOso con la naturaleza de las cosas, pudo
ser
recha2ada esta
ofensiva, aunque por muy
poco margen (11).
El General La.ne ha descrito la acción
centralizadora que,
en los
Estados Unidos, despliega el Tribunal Supremo en dominios tan fun­
damentales como
la enseñanza, también, o el aborto (12). En Alema­
nia, recientemente, el Gobierno Federal, deseoso asimismo de impo­
ner una reforma de la enseñanza, ha tenido que restringir los poderes
de los
Liinder (13).
728
(11) Actas de Lausanne, 1973, l'Educalion des homme1, p. is,.
(12) Op. ci1., p. 92.
(13) Le Monde, 19 de febrero de 1974.
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REGIONALISMO Y UNIDAD NACIONAL
Bastan estos pocos ejemplos para permitirnos d._,cir la notable
convergencia de estos fenómenos. Convergencia, en pritner lugar, en
el espacio: ningún país se libra de ella, cualquieta que sea la forma
política que revista su Estado. Estados federales
y Confederaciones son
también
alcanzados. Esta

tendencia
cenrtalizadora se
extiende incluso
en el plano internacional,
y así se ha podido hablar de una verdadera
revolución mundial de la enseñanza, orquestada por la U.N .E.S.C.O.
Realmente la convergencia no es menos impresionante en los obje­
tivos elegidos (13 bis).
Es necesario buscar la explicación de todo esto, pues no puede
ser fruto del
azar. Por

el contrario, viene impuesto por la lógica in­
evitable de la ideología democrática, nacida de Juan Jacobo Rous­
seau. En efecto, en ese estado de naturaleza mítica que precede a la
vida social no existe ninguna realidad más que el individuo. El ciu­
dadano,
liberado de toda atadura natural, no es ni fuerte ni débil,
ni
patrón ni

campesino, ni bretón ni provenzal, sino ese hombre que
José de
Maistre decía

que
no había
encontrado
jamás (14). Mediante
el contraste social, por el cual aliena a la comunidad todos sus dere­
chos, se transforma en ese
ser de

pura razón,
detentador de
una
par­
cela de la voluntad general, parte indivisible de un todo.
"Y al hacerse la alienación sin reserva, escribe Rousseau, ningún
asociado tiene ya nada que reclamar" (15).
Luego no existe ningún intermediario entre el individuo y el Es­
tado. Ningún grupo social consigue que se le reconozca existencia
autónoma fuera del mismo Estado.
A partir de ese momento, éste
extiende su dominación, sin límites
ni estorbo,- sobre esa multitud de
individuos aislados. Sobre la ruina de
las solidaridades naturales, se
levanta el Estado totalitario.
¿Quieren la demostración? Bastará con observar cómo se des-
(13 bis) Cf. Permanences núm. 98, marzo de 1974, pp. 17..48,
(14) «No hay hombres en el mNndo. Durante mi ·vida he 11isto frtinceses,
italianos, rusos ... Sé incluso, gracias a Montesr¡uie11, r¡Ue se puede ser persa.
Pero en
cuanto al hombre, declaro no haberlo encontrad.o ;amás en mi vida,
y si existe, no lo sé». Citado-por Jean Ousset --en «Patria, Nación, Estado»,
p. 12. Speiro, S. A. Madrid.
(15) El contra/o social. Libro. I, Cap. 6.
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MLLE. YVONNE FLOUR
arrolla esta lógllla implacable en la historia de Francia, a partir de la
Revolución. El impulso inicial se dio en la noche del 4 de agosto,
durante la
cual se abolió toda la variedad de estatutos de las ciudades
y de las provincias. La obra fue rernatacla en 1791, mediante el de­
creto de
Allarde y

la ley
Le Cbapelier, que, de golpe, abatieron aquel
bosque de cuerpos intermedios
que cubría a

Francia
y al Antiguo
Régimen. Su inevitable corolario fue la reforma administrativa de
Pluvioso del año vm, que
Bonaparte presentó

al Consejo de Estado
en estos expresivos términos:
'"Estamos ái-spersos, sin sistema, sin -reunión, sin contacto. Granos
de arena. So/Mnente tendremos República si arrojamos en el suelo
de Francia algunos bloques de granito".
Por tanto, el prefecto será todopoderoso.
He
ahí cómo
se organizó en Francia la dictadura de la burocracia,
hasta
llegar al

último pupitre de escuela de la última aldea. Pues
una
vez destruidos

los fundamentos naturales de
la unidad de la Na­
ción,
aparece en

seguida la necesidad. de reconstruirla.
Pero ya
sólo
puede renacer de una
igualdad artificial y

abstracta, cuyo precio será
la uniformidad.
En efecto, la revolución necesitaba apoyarse en un aparato cen­
tralizadór para forzar el

medio, en una Francia que, en
gran parte,
permanecía ttadicionalista
y católica. La significación de esta lucha
aparece
claramente en

el debate que, durante todo el siglo
XIX, en­
frentó a los defensores· de la
libertad de enseñanza con los partidarios
del

monopolio de la Instrucción pública.
lo que estaba en juego no
era más que, precisamente, la unidad nacional. Jules Ferry lo afirmó
en varias ocasiones: ésta sólo renacerá de la aceptación por todos de
los principios nacidos de la Revolución (16).
Ahí tenernos

por qué el Estado,
poco seguro de su propia legiti­
midad, tiene la intención de fundarla en un consentimiento logrado
gracias a la formación dada en
la escuela. Nada menos neutra y menos
"liberal" que la
política de

la III República en este dominio. Los
(16) Cámara de los Dipumdos, 20 de diciembre de 1880, J. O. 12,
p. 93. Cf. Antoine Prost, Histoire Je l'enseignement en Frante, A, Colin,
1968, p. 195.
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REGIONAUSMO Y UNIDAD NACIONAL
maestros tendrán que hacerse profesores de republicanismo. Este go­
bierno laico y anticlerical, trabajando sin descanso por arrancar los
fundamentos de la Unidad Espiritual de la nación, no
tenía más
sa­
lida que forjarla mediante la fuerza y que imponer su ideología por el adoctrinamiento.
Son conocidas
las consecuencias de tal política: el Estado usurpa
las funciones que pertenecen a la nación, o sea, a la iniciativa de los ciudadanos, o de los grupos de ciudadanos, que la componen. Des­
compuesto, degenera en estatismo y se sale sin cesar de su papel para
mezclarse en lo que no le concierne, mientras que se desinteresa de
su cometido. El resultado es que fracasa en todas partes. Hablando
con mayor precisión, ya no hay Estado, ya no hay más que adminis­
traciones. La tecnocracia llega a ser reina, e ignorando las realidades
más elementales, tritura,
nivela y

escarnece todos los días lo real con
su voluntad de plegarlo a normas planificadas.
Esta hipertrofia de

la
administración conduce a la disolución de
las responsabilidades, y
por
eso, a la asfixia lenta de las provincias. Ya en 1896 escribía Ba­
rrés: "Lo que eme 'Y exalta a los hombres de una misma gene,aci6n
ya no se hace olr en los departamentos, f,01'que los habitantes ya no
se alr81Jen a escuchar más que a la adminiswaci6n".
De ahí viene esa bulda de las élites locales que "suben" a la ca­
pital, esa hemorragia de hombres, denunciada a menudo, que llega a
tal extremo que se
ha podido hablar de un desierto francés.
"Quien dice libertad real, han escrito, dice autoridad. La libertad
provincial crea el poder de las autoridades sociales que viven y re­
siden en el mismo /ug,w" (17).
Por un a conlf'llrio necesario, la situación contrapuesta produce el
efecto inverso. El aplastamiento de
las libertades provinciales, bajo
el
laminado del

Estado
centrnlizador, destruye
las autoridades locales,
pero, sobre todo, destruye el gusto por
estas libertades concretas en
aquellos

mismos a qnienes corresponde ejercerlas. Ahora bien, según
Tucídides, la

fuerza de la ciudad no está
ni en sus murallas ni en sus
navíos, sino en el
caclcter de

sus hombres. Pero, ¿y si ya no hay hom-
(17) Ch. Maurras, Mes idée.r politiqúes,-p. 51.
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MUE. YVONNE FLOUR
bres? En este caso la herencia se pierde por falta de herederos, y todo
un patrimonio cultural y espiritual queda así abandonado.
A las provincias no les queda
más que

el sentimiento de su frus­
tración, y a la nación sólo le queda un soplo de vida. Se ha querido
que fuese una e indivisible,
y se la ha sometido al duro régimen de
la uniformidad, cuando no puede vivir
más que

si es diversa. Res­
taurarla, respetando esta diversidad, es lo que permite la descentra­
lización.
B) Beneficios de la descentralización.
Efectivamente, ¿qué es la nación? Una comunidad de hombres
vivos,
más organizados y constituyendo una multitud de grupos. Su
existencia es función de su vitalidad. Para volver a dar vida a la na­
ción, así puesta anémica, hay, en primer lugar, que reanimar a esos
intermediarios naturales entre ella. y los individuos que son las pro­
vincias. Hay, por consiguiente, que favorecer el desarrollo de las li­
bertades. Pues, después de
la familia, la educación de los hombres se lleva
a cabo en el país en donde
habitan. Para
vivir y para forjar su per­
sonalidad, los usos,
las tradiciones y todas esas influencias más sentidas
que
explicadas, les prestan mucho
más auxilio
que las frías máximas
de una legislación universal (18). En esto hacemos nuestra la
ensefianza de

Simone Weil:
"Cada ser humana tiene necesidad de una multitud de ,alces. Tie­
ne necesidad de recibir ú, casi tota/,ülad de su vida moral, intelectual
y e,piritual a· través de los medios de los que naturdmente forma
parte"
(19).
Desde este punto de vista, hay por lo menos dos dominios en los
(18) El desarraigo de estos jóvenes cuya aventura cuenta Barrés comienm
bastante

antes de su trasplante fuera de tierra lorenesa.
Comienza désde el
lic_eo de
Nancy, bajo

la
féro.la de s_u profesor, «este sargento iostnictor que
comunica
a unos reclutas una -teoría elaborada en las alturas». Cf.
ler Déra~
cinés, p. 29.
(19)
Z:Enracinement, Ed. G 732
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REGIONAUSMO Y UNIDAD NACIONAL
que el medio provincial parece irreemplazable. En primer lugar tene­
mos la educación de
las responsabilidades sociales, cívicas y políticas,
y el gnsto por las libertades efectivamente ejercidas. Así como la cen­
tralizaci6n se nos ha presentado, · hace poco, como la consecuencia
inevitable del liberalismo desenfrenado heredado del siglo XVIII,
ignalmente la descentralización es, por su parte, el más segnro y más
eficaz antídoto contra el individualismo,
y, mejor que lo hace la pro­
liferación de funcionarios, resulta capaz de suscitar vocaciones de
servidores de la nación, que, en las instituciones regionales, podrán
desempeñar un papel a su medida, y que, por su conocimiento del
medio, gozarán de una autoridad mayor, proporcionada a su enraiza­ miento en el cuerpo sociaL
Pero, sobre todo, es en· las provincias en donde se puede adquirir
el sentido de los bienes a preservar, a promover y a defender. El amor
a
la patria no es una pura elección de la razón. Ante todo es un afec­
to del corazón, y, en este sentido, todo patriotismo
-y tal vez de­
biéramos decir todo humanismo--comienza por ser expresamente
local y particular. Ciertamente, este lazo afectivo merece ser regulado
y ordenado por la razón y, por consigniente, educado. Pero precisa­
mente, como la patria no es una figura mitológica sino que es esa
"ciudad carnal" de la que habla Charles Pégny, no se educa el patrio­
tismo mediante el discurso de un maestro. Sirve bien
poco predicarlo.
El
objeto de

esta educación consiste en enseñar cómo los intereses
de
la provincia pasan por los de la nación, y en hacer del particula­
rismo provincial un elemento del patriotismo nacional. Pues en donde
se encontrará la fuerza necesaria para servir dignamente a la patria
común, será volviendo a cada patria particular. "Francés porque pro-
11enzdl", decía Mistral.
Las provincias son así los intermediarios naturales entre los in­
dividuos y
la nación, mas con la condición de volver a crear nueva­
mente condiciones de vida espiritual. Se comprende entonces la im­
portancia de la salvagnardia de las culturas particulares de las pro­
vincias, tanto para la educación cívica de las hombres, como para su
educación intelectual, moral y espiritual Según la bellísima fórmula
de Alejandro Soljenitsin:
"Cada una de ellas tiene el resplandor de
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MLLE. YVONNB PLOUR
un colorido único, cada una es el reflejo p,,r#cular de la intend6n
creadora de Dios"
(20). Así, pues, es necesario proteger las lenguas
de las provincias. Los dialectOS locales han sido
proscritOS de
las es­
cuelas y sistemáticamente persegnidos. Ahora bien, la lengna es lo que
enraiza a los hombres en sus tradiciones y constituye, en el interior
de la pequeña patria, . un elemento fundarnental de concordia y de
unidad. Por eso los dialectos deberan de volver a encontrar su puesto
legítimo en la enseñanza, en la radio y en la televisión, al lado de la
lengna nacional, cimiento de la unidad superior de la
nacióa Se ha
podido decir que son las humanidades del pueblo. Mistral observaba
que

la enseñanza exclusiva del francés en las escuelas vacía los cere­
bros provenzales de la mitad de lo que contendrían cultivados de
otra forma.
La misma necesidad del retorno a lo real se hace aún más impe­
riosa en el dominio económico. En efecto, la política económica queda
condenada a la ineficacia
cuando las decisiones se toman en el fondo
de una oficina, sin tener para nada en cuenta los datos naturales
y
humanos. No se pueden aplicar las mismas normas de prnductividad
de Beauce que en Savoya.
La elección de una política de industriali­
zación exige que no sea determinada pasando por encima de la
cabeza
de

los interesados. El desarrollo no es factor de progreso más que
cuando se hace con
y en provecho de las poblaciones autóctonas, y
cuando permite reabsorber ese éxodo que compromete el porvenir
« de las regiones. Incluso, aparte del aspecto estrictamente institucional
de este problema, los elementos esenciales para una renovación con­
sistirán en una solidaridad fuertemente sentida, y en la actitud de
las élites locales, económicas y políticas, aceptando asumir los riesgos
y empeñar su responsabilidad. En este dominio el papel del Estado es el de árbitro cuando estallan los conflictos, o cuando están en
juego los intereses generales de la nación.
Aun así,

es deseable que
intervenga con conocimiento dé causa en lugar de partir de normas
tecnocráticas preestablecidas. Por eso, las élites de las provincias de­
berán de encontrar su lugar entre las élites de la
nacióa A

este res­
pecto, podernos
exteriorizar ciertas

dudas sobre
la eficacia de la re-
(20) Discurso por el premio Nobel 1972, 5.! parte.
734
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REGIONALISMO Y UNIDAD NACIONAL
ciente reforma regional de Francia, pues ocurre lo inverso. En las
instituciones nuevamente constituidas, las fuerzas vivas de la región
sólo representan un papel muy restringido, ya que el puesto esencial
corresponde a los representantes de los grandes partidos políticos na­
cionales.
La restauración económica y la restauración cultural suponen, cier­
tamente, las libertades polfticas. Pero en este dominio no
pod"'110s
dar reglas, a no ser una sola: huir del igualitarismo abstracto, instru­
mento de nivelación. El resto es asunto de los hombres políticos, o
quizá de los sabios. Por ejemplo, no nos corresponde proponer una
delimitación de las regiones. Se trata de buscar las comunidades de intereses y de comprobar las afinidades naturales. En todo caso, no
se trata de crear nuevamente un pasado
ya acabado. Las regiones están
por definir y, digámoslo, por inventar. Tampoco nos corresponde
trazar a p,iori la frontera de las competencias entre el Estado y la
región. El grado de
integración de

las regiones en
el seno

del Estado
Central puede variar según las circunstancias históricas
y polfticas.
Un ejemplo nos
hará comprenderlo mejor. Después de la libe­
ración

dicen que
Ramadier, entonces
Presidente del Consejo, había
propuesto
un· estatuto

garantizando
las libertades escolares en Bretaña
y eo Vendée. Dicha propuesta fue rechazada por la autoridad ecle­
siástica debido a que la libertad de enseñanza · debería de set, o para
toda Francia o para nadie. Es muy dudoso que de esa forma. hayan
sido bien defendidas las libertades, los bretones, los franceses
y la
Iglesia. Tal es el fruto de la nefasta pasión por la igualdad.
Sin embargo, existe un lúnite
para esta libettad, intangible esta
vez, si no queremos que la diversidad sea sinónima· de una verdadera
desintegración del ordeo social y político, análogo a lo que fue el feudalismo. He ahi por qué, término a término, opondtemos des­
ceotralización orgánica a autonomía política.· La palabra autonomía
por sí sola resulta peligrosarneote equívoca
y, a meoudo, es utilizada
para

designar el separatismo más absoluto. Unida al término polftica,
que el leoguaje moderno casi siempre entieode eo seotido estricto,
no tiene más significación -que una reivindicación de independencia
y sobetanía. Por el contrario, en la misma etimología de la palabra
735
Fundaci\363n Speiro

MLLE. YVONNE FWUR
"descentralización' se afirma la necesidad de ligarse a un centro. La
descentralización orgánica, es decir, económica, administrativa y cul~
tura!, lleva a su término la solidaridad de la provincia y de la nación:
el Estado, reducido a sus funciones propias, resulta reforzado. La Na­
ción, fortificada con el desatrollo de los grupos diversificados que
la
constituyen, ~ncuentta de nuevo una cabeza libre y un cuerpo vigo­
roso. Entre ella y las provincias se afirma no ya un antagonismo, sino
una verdadera afinidad. La libertad de las provincias tiene, como com­
plemento natural, una unidad nacional más fuerte y más viva.
11. La unidad de la nación, condición para la vida de las
provincias.
"Franda
es la condición para la vida de mi Provenza, decía un
felibre,
Francia primero". Efectivamente, la enseñanza constante de
la historia es que las pequeñas naciones, mediante la integración en
una comunidad más vasta, encuentran un equilibrio económico y po­
lítico que asegura el completo desatrollo de su vida propia, así como
la prosperidad de sus habitantes. Además, por el solo hecho de ser
una, esta comunidad mM vasta trasciende las diferencias
y les propor­
ciona la apertura a una
cultura mAs amplia y a valores rus univer­
sales,
mientras que

los períodos de división de las grandes unidades
políticas han sido
pata el

mundo fuente de males considerables. Dos
clases de consideiaciones constituyen así, simultáneamente, las . con­
diciones y los beneficios de la legítima unidad: la prosperidad, nacida
de factores políticos; la
apertnta a
una
cultnta más amplia,

nacida de
factores espirituales.
A)
Factores políticos

de la unidad nacional.
En el origen de
toda sociedad se encuentra la protección que el
más fuerte otorga al
mAs débil. En compensación, este último con­
siente en obedecer. De ese modo fue como se constituyeron los Es­
tados.
Pata numerosas

naciones, demasiado débiles para atendet por
736
Fundaci\363n Speiro

REGIONAUSMO Y UNIDAD NACIONAL
si mismas a su propia supervivencia, la independencia hubiese sido
la
guerra perpetua,
mientras que la rutela de un
Estado más
fuerte
representó la estabilidad.
La rolectividad, ron su sola existencia, es,
para sus miembros, seguro de
paz y garantía de las libertades.
Seguro de
paz, pues la historia está llena de desasrres ronsecutivos
a la atomización de las
grandes naciones, fuertes y respetadas. Esa
fue la suerte de varios países de Europa cuando, a partir de 1848,
rriunfó el principio de las nacionalidades. Fue la
"'primavera de los
pueblos". Una verdadera epidemia de guerras y revoluciones. Esas
luchas
sangrientas romenzaron a

quebrantar el imperio de los
Habs­
burgo. Caso dificil de un Estado que reagrupaba en su seno naciones
tan dispares por el origen, la civilización
y la historia. Su unidad,
sin duda, era vulnerable. ¿Pero cuáles fueron las ronsecuencias de su
esrallido? Choques feroces de antagonismos nacionales en
los Bal­
canes que pusieron
al mundo a sangre y fuego, y que, además, deci­
dieron su servidumbre.
Hoy, esos pueblos, antaño tan ferozmente
celosos de su independencia, han caído bajo la dictadura soviética y
sufren un yugo mucho más
rudo que

la rutela del Imperio
ausrriaco.
Su

desmigajamiento permitió la
expansión del
rolonialismo soviético.
Tal es, por tanto, el primer fruto de
las Unidades nacionales: la
paz internacional Pero resulta que,_ a veces, la paz internacional tiene
un equilibrio precario. Por eso la paz interior, la paz social, rranqui­
lidad del orden, es un bien
más precioso. La unidad romana nos pro­
porciona

un ejemplo notable. Durante cinco siglos fue para el mundo
sinónimo de esa
paz, hasta tal punto que no era designada más que
ron el nombre de
"Pax Romana'". En efecto, Roma, a pesar de algunas
ideas adquiridas, no estableció su poder por la fuerza. Su ejército
nunca se rompuso de más de tteinta legiones (21). No tenía ni una
guarnición en el interior del territorio. No trajo consigo una dicta­
dura militar; rrajo un orden. Un orden que no eta tamporo el de
una burocracia asfixiante y tiránica, siendo ínfimo el
nómero de
funcionarios

imperiales (22). Pocos
Estados fueron

menos totalitarios,
(21) Fuste! de Coulanges, Histoire des institutions politique.r, París, Ha­
chette 1877, tomo I, p. 48.
(22)
< 737
Fundaci\363n Speiro

MLLE. YVONNE FLOUR
menos cuidadosos de modelar a su imagen a los pueblos oonquistados
y

más
respetuOSOs ron su

personalidad. Roma no destruyó ninguno
de los cuerpos políticos existentes. Cada pueblo conservó sus propias
leyes, sus jucisdicciones, sus magistratutas locales
y toda su vida inte­
rior. Los usos, las libertades, las tradiciones continuaron
y, simultánea­
mente,
ooncedió la

ciudadanía. Galos, españoles
y africanos mandaban
las legiones y gobernaban
las provincias, e incluso, algunos llegaron
al poder supremo. Y los romanos
podían decir a aquellos a quienes
habían sometido:
"Participái,s del imperio con nosotros" (23).
Por consiguiente, Roma, reinó en el mundo durante cinco siglos,
porque dutante cinoo siglos el mundo amó al Imperio Romano. Con
la
paz trajo el trabajo y la opulencia. Tertuliano describe las trans­
formaciones que resultaban de ello:
"El m,,,.,Jo se hace cada día más etdtwado 1' más rico. Los de­
siertos de
antaño se transforman en rientes domhúos. Se /a/,,-a donde
solo habla bosques. Se siembra donde solo había arenas,
y se secan
los pantanos" (24).
Ahí tenernos lo que fueron los dones de Roma al mundo anriguo.
La misma regla -fundar la autoridad real en los servicios pres­
tados a la nación- inspira oonstantemente a la monarquía en esa
obra de
!asga duración que es la unidad francesa, nuestro segundo
ejemplo. La noción de bien
oomún proporciona,
a la vez, el
funda­
mento y los límites del poder real. Philippe de Beaumanoir, autor de
oosrumbres del
siglo
XIII, definió su esencia:
"El Rry puede hacer nuevos establecimientos, pero deberá cui­
dar mucho de hacerlos
por causa. razonable 1 para común p,o-
11echo, ,y con tal de que no sea, -ni contra Dios, ni contra las buenas
costuml,,.es" (25).
En la antigua Francia, el provecho oomún es inseparable de las
libertades. El Rey se convierte así en el protector de los municipios,
blo. No nombraba una multitud de ¡,,eces. In&lu.ro no se encargaba de todos
lo.r cometidos de la policía. Aún menos ittzgaba necesario, para gobernar a la
sociedad, dirigir la educación de la ;uventud». Fuste!, op. cit., p. 91.
738
(23) Tácito, Historia, N, 74. Citado por Fustel, op, cit., p. 59,
(24) Tertuliano, De Anima, en Fuste!, op. cit., p. 308.
(25) Ph. de Beaumanoir,
Coutumes de Beau-vaisis, 1515.
Fundaci\363n Speiro

REGIONALISMO Y UNIDAD NACIONAL
su Señor natural, como dicen los autores de costumbres. Ciertamente,
no en forma absoluta y sin discernimiento, pues, ante todo, es el ár­
bitro supremo entre los cuerpos,
igual que entre los individuos, sino
en
tanto que

sea conforme con el bien del reino. Las provincias, li­
gadas a la Corona y que durante mucho tiempo constituyeron un con­
junto político ·distinto, merecieron la solicitud real aún
más que los
municipios. Conserva.ton sus costumbres, pues, en derecho privado, el
Rey no legisla, o casi. Consetvaron sus instituciones: su Parlamento
o su Consejo soberano, sus estados provinciales particulares, su auto­ nomía de gestión financiera. El impuesto tenía que ser consentido
por los estados provinciales, y este consentimiento era tan poco teó­
rico que Luis XIV vio, por tres veces, cómo le era rehusado por los
Estados de Languedoc. Estos privilegios de las provincias, tan varia­
dos que el
Rey habla de más buena gana de "sus pueblos" que de
"su" pueblo,

no les son otorgados, pero si les son discutidos.
Lo que
une a la provincia con la Corona es un
lazo contractual que obliga a
ambas
partes. Para

un Jean
Bodin, teórico del poder real en el si­
glo
XVI, la monarquía legítima se distingue de la monarquía arbitra­
. ria

porque en ella el monarca
está obligado
a garantizar a sus súb­
bitos sus
libertades naturales

y la propiedad de sus bienes.
Así es

como, poco a poco, la autoridad de los
reyes se
afirma,
só­
lidamente asentada en el consentimiento popular. Sin duda, en la elección de los medios para imponerla por encima de los grandes
feudatarios, los
Caperos fueron

ante todo empiristas. Pero jamás se
vio que una provincia, después de hecha francesa, quisiese dejar de serlo.
Así tenemos

el conocido ejemplo de Guyena que, devuelta por
el
Rey de Francia al Rey de Inglaterra, en 1360, por el ttatado de
Bretigny, protestó arrogantemente contra esta cesión. Más tarde,
Luis XIV, al penetrar en Alsacia, exclamaba:
"Nuestra gloria seria imperfecta, si duefi-0 de las ciudades po,-la
fuerza de nuestras armas, no conquistásemos los corazones de los que
las habitan con la suavidad de nuestro dominio" (26).
Así, desde el municipio hasta el vínculo que une las provincias
(26) F. Garisson, Histoire des institNlion.r et faits soda11x, París, Les
cours de Droit, 1967-68, .P. 899.
739
Fundaci\363n Speiro

MLLE. YVONNE PLOUR.
con la Corona, pasando por las Universidades y las Corporaciones, el
contrato de asociación se extiende a
todo el
edificio de la vida.
Re­
fuerza

la solidaridad orgánica de un
grupo unido
por intereses comu­
nes, con
fa fe del juramente empeñado de hombre .a hombre. Cons­
tituye la
estructura profuoda
de una sociedad compleja que se
pre·
senta

como una multitud de Repúblicas que prosperan bajo
la pro­
tección

del Rey. De ahí aquella notable unidad en la diversidad de
la antigua Francia. De ahí, también, la afinidad que existe entre esta
sociedad y la
monarquía:
"La Reakza, escribe Jacques Bainville, extendía las libertades como
si eso le fuese natural".
Realizaba una armonía política y social que constituía la admira­
ción

del mismo
Maquíavelo (27).
Sin

duda, hubo crisis. Y en los períodos de crisis la diversidad
tiende a predominar sobre la unidad; la paz y la prosperidad desapa­
recen, las libertades se transforman en instrumentos
al servicio de
intereses particulares, antes que al servicio del interés nacional, y la
armonía es sustituída por tensiones dolorosas. Efectivamente, si bien
los intereses políticos y económicos a veces pueden unir, los bienes
materiales, como nos ensefia el Evangelio, dividen con más seguridad
aún. Por eso en los períodos de crisis se ve que los únicos
funda.roen~
tos de la verdadera unidad sólo pueden ser espirituales.
B) Factores espirituales de la unidad nacional.
No hay más verdadera unidad que la espiritual, pues solamente
un principio espiritual es capaz de trascender las diferencias que por
sí mismas son factores de división.
El primerísimo de estos principios y el más evidente justamente
es lo que se llama la conciencia nacional. Supone que, más allá de las
pequeñas comunidades, se forja el sentimiento de un "Nos común".
Este sentimiento no es consecuencia de una simple decisión volun-
(27) J. Bainville, Histoire de France, en venta en el dub du Livre
Gvique (C. L. C.).
740
Fundaci\363n Speiro

REGIONALISMO Y UNIDAD NACIONAL
taria. No se puede improvisar una nación prescindiendo de las cos­
tumbres
y de los hábitos, o sea, sin la ayuda del tiempo. Esto no quie­
re decir que el pasado sea el único capaz de engendrar esta conciencia.
Por el contrario, el destino que se trata de forjar en conjunto es el
porvenir. Por consiguiente, son la inminencia de un peligro
y las
pruebas que hay que
afrontar las

que suscitan la preocupación por la
necesaria unidad. Las provincias de los Estados Unidos siempre com­
partieron una misma lengua y vivieron bajo organizaciones muy se­
mejantes, pero, sin embargo, no se federaron hasta el día en que
tu­
vieron que luchar contra el mismo opresor. Aún es mejor el ejemplo
de Suiza, ya que este país
reúne elementos muy dispares
por el origen,
la lengua e incluso la religión. Fueron necesarios nada menos que tres
siglos de combates
para fundir estos elementos en la unidad: lucha
contra el Imperio Germánico, a
la que los cantones se fueron uniendo
uno a uno, pero también luchas internas con ocasión de las guerras
de religión, y reconciliaciones.
Además, el tiempo por sí
sólo no puede

unir nada sin el trabajo
de un federador que concentre las energías. En las horas más sombrías
de nuestra historia, cuando parecía que Francia
iba a disolverse, cuan­
do incluso todo parecía
estar perdido, residió en

el Rey la
esperanza
de la independencia y de la unidad nuevamente encontrada. Carlos VII
que casi no puede
salir de Bourges, Enrique IV que se ve obligado
a poner sitio a su propia capital, encarnan el porvenir. Juana de Arco
lo comprendió mejor que nadie;
para salvar a Francia es necesario
exaltar a la Realeza, y para salvar a la Realeza sólo un gesto importa:
hacer consagrar al Rey. en Reims. Con esta consgración, Francia en­
cuentra nuevamente
la condición para su independencia y el instru­
mento de su salvación.
Se ha devuelto la confianza a todos. Juana
restaura la realeza en su esencia, que consiste en ser un verdadero sa­
cerdocio. Ahí está el principio -puramente espiritual- de la auto­
ridad real que
la coloca por encima de todos, y mediante lo cual re­
concilia a los franceses.
Es todo el problema del Príncipe, del poder
supremo -cualquiera que sea la forma de gobierno-- y, sobre todo,
del espíritu que le
anima.
Este ejemplo ensefía que fa preocupación por el interés inmedia-
-¡4¡
Fundaci\363n Speiro

MLLB. YVONNE PLOUR
to resulta impotente para cimentar la unidad nacional Los intereses
particulares, más apremiantes y opuestos, pronto hacen que se separen
los que parecían tener tantas re.rones para unirse. La conciencia. de
un destino
común,_ que todos reconocen, únicamente nacerá de un
principio superior de vida espiritual, de una creencia a la
cual todos
se adhieren. He aquí por qué la agresiva dureza de un interés nacio­
nal comprendido en
forma excesivamente egoísta, en lugar de servir
a la nación, le resulta fatal
El mismo movimiento inicial en que se
funda el amor
a la patria termina en el amor a lo humano y a lo uni­
versal (27 bis).
Enraizarse
y. desarrollarse no són actitudes contradictorias, sino
que, .por el contrario, -
SOn las condiciones complementarias para un
equilibrio viviente.

Sólo mediante
esto, las
pequeñas naciones
encon­
trarán en la unidad de la gran nación la condición para su expansión
y para su progreso.
Roma, mejor que nadie, tuvo ese gusta por lo universal, y supo
reconocer, en los pueblos que había sometido, lo que le faltaba para
su perfección (28).
A cambio de ello por todas partes lleva consigo las semillas de la
civilización. Bajo
su poder tutelar 1a tierra se cubre de monumentos,
de remplos, de teatros,
y también de escuelas. Todo eso no fue obra
de una colonización realizada por los mismos romanos, sino obra de
los pueblos conquistados que así se hicieron romanos, no por la san­gre, sino por la lengua,
las artes y todos los hábitos del espíritu.
"No fus con.recusncia, dice Fuste! de Coulanges, ni de las exigen­
cia, del venced comprtmdie,on que la
civilización valla má, que la barbarie" (29).
(27 bis) «No el egoismo, no el patrioterismo y el-repliegue sobre sí,
escribe Jean Ousset, sino la ascensión a 1m hof'izonte más t)asto y siempre más
elevado».
(.28} «Supo, dice Montesquíeu~ tomar la espada a

los
elr11scos, la caba­
lleria
a los númidas .. , y a Atenas la,s reglas de s11 poesia y las leyes de su
arte».
(29)
Hfrtoire des institutions politiques, París,

Hachette
'1877, T.
I,
p. 71.
742
Fundaci\363n Speiro

RBGIONAUSMO Y UNIDAD NACIONAL
"La Civüizaci6n romana, añade, no era para ellos una civilizaci6n ex­
tranjera, sino que era la de su raza, era
la de la misma humanidad" (30).
Roma, por este sentido de lo Upiversal, supo integrar todas las
riquezas del mundo antiguo. Frecuentemente la herencia romana es
presentada hoy como
la fuente del centralismo abusivo, del unitarismo
artificial

y del espíritu de sistema. Históricamente no es completa­
mente falso que
la referencia al derecho romano haya servido, en la
época moderna, para justificar una pasión unitarista, forma degene­
rada sin duda del gusto por
la unidad. Ello es debido a que esra he­
rencia nos ha
sido trasmitida

a través del prisma deformante de una
filosofía racionalisra. Buen ejemplo de lo que puede
la letra que ma­
ra cuando se ha perdido el espíritu que vivifica. Pero nada hay
más
extraño

al pensamiento romano. Nadie mejor que Roma tuvo el sen­
tido de
la adecuación a lo real, de la infinira variedad de la contin°
gencia ordenada
a la unidad necesaria. Por ello Rorria fue, durante
cinco siglos,
segón Plutarco, "el ancla que mantiene en el puerto al
mundo azotado por
las tempestades", la patria única de todos los
pueblos,
"Unica totius mundi civilas':O
Si tal fue la grandeza de la Roma de los emperadores, de los admi­
nistradores y de los jueces,
¡ cuánto más grande es aún, por ser más
universal, la Roma eterna de los sacerdotes y de los Papas! En este
sentido el catolicismo es el único verdadero fundamento de toda uni­
dad.
En él encuentran su perfecra armonía la diversidad de las patrias
carnales y
la unanimidad de su espíritu.
"La Iglesia de Jesucristo, expone Pío XII, como fidellsima depo­
sitaria de la 1JÍ1Jifitante sabiduría dwma, no pretende menoscabar o
menospreciar las características particulares que constituyen el módo
de ser de cada pueblo; caracterlsticas
que con raz6n defienden los
pueblos religiosa
y celosamente como sagrada herencia. La Iglesia
busca
la profunda unidad, configiwarla por un amor sobrenatural, en
e/que todos los p1,eb/os se e¡erciten intensamente; no busca una uni­
formidad absoluta, exclusivamente externa, que debilite las fuerzas
naturales propias"
(31).
(30) op. ,;,., p. 11.
(31) Pío XII, Encíclica Summi Poitfificalus, 1939, Doctrina pontificia.,
Documentos
políticos, p. 771, B. A. C.
74;
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MUE. YVONNB PWUR
Unanimidad no ideal, armonía no teor1ca, sino enraizada en la
inteligencia de los seres y de las cosas. En la vida de los pueblos,
comenta también Juan XXIII (32), la Iglesia no es una institución
impuesta desde
fuera. Informa

toda la vida social, y mediante
ella,
todo Jo que tiene algún valor se refuerza y se ennoblece. De ahí los
inmensos beneficios
que trae la inserción de la Iglesia en la vida de
las naciones.
Mas la universalidad del carolicistno sobrepasa infinitamente los
limites de
la unidad nacional
La Iglesia enseiia que, aunque el bien
de las naciones sea el primero de los bienes políticos, no es el sobe­
rano
biea Enseiia también la complementariedad de las naciones para
el bien supremo de los pueblos. Existió una época en la cual, antes
que francés, italiano o germano, el hombre era ciudadano de una ci­
vilizaci6n general que tenía su 1engua, su espíritu, sus costumbres,
su fe • . . sin ninguna preocupación por el limite de los Estados; y el
género humano está menos unido hoy que bajo San Luis, cuando todas las coronas cristianas estaban
federadas bajo la tiara (33).
Si todas
las tentativas de reconstruir esta unidad perdida, una tras
otra se confiesan impotentes en remediar el mal que pretenden curar,
¿no será acaso porque se ha buscado conseguirlo teniendo como único
fundamento la unión
siempre precru,ia de

intereses puramente
mate­
riales?

¿y porque no ae
ha sabido, o nci se ha querido, encontrar el
único principio espiritual capaz de apoyarae en
las diversidades na­
cionales y trascenderlas? No hay
unidad nacional, y no habrá supra­
nacionalidad,
más que

en y por la Santa Iglesia de Roma. Tal es la
doble profesión de fe del incrédulo Maurras al recitar el símbolo apli­ cado a sus dos cualidades de ciudadano francés y de miembro del gé­
nero humano.
"Soy Romano desde el momenlo en que tengo abundancia en mi
se, hist6rico, intelectual y moral. Soy Romano, porque si
no

lo
fuese,
no tendria ya casi
nada de francés. Pero otros intereses más generales,
si no
más tljJremiantes, me imponen una ley que me hace senlwme
todtWla
más Romano. Soy Romano en la medida en que me sienlo
744
(32) Juan XXIII, Mater el Magfrtra,
(33) Maurras, Kiel et Tanger, p. 328.
Fundaci\363n Speiro

REGIONAUSMO Y UNIDAD NACIONAL
hombre. Soy Romano por todo lo positivo de ,m ser. Soy Romano,
roy
humano, dos proposiciones idénticas'" (34).
Nuestras unidades nacionales se han constituido así lentamente en
el curso de los siglos. Son fruto, no del
azar, sino
de una
larga y
pa­
ciente labor, obra de la volunrad y de la inteligencia del hombre. Hoy
sufren un terrible asalto.
Lo que muchas generaciones han edificado
pacientemente basta una generación de demoledores
para ,abatirh
No podremos, sin falta grave, subestimar lo que está en juego: la
fragilidad de la c1vilizaci6n es
tal que sus más elevados frutos están
expuestos a perecer cuando pierde su asiento material: el orden, la
autoridad y las instituciones políticas. Esta es la célebre advertencia
de Chales Péguy
. .. La catedral vale más que la muralla. Pero, ¿qué 1B
oc,,,,-e a la catedral si
la muralla llega a ceder?'".
Al

trabajo, pues.
La unidad política y 1a· unidad espiritual de nuestras ciudades es­
tán en nuestras manos. Es urgente emprender la
obra de
volver a tejer
los
lazos vivientes que unen a los individuos y a los pueblos con su
patria,
y de suscitar y formar élites capaces de reanimar las comuni­
dades provinciales
y de restaurar la Unidad Nacional. El camino para
nosotros

está
claro, y también lo está la salvación de nuestras ciudades
en la realeza universal de Cristo, fin último,
pero también primer
fundamento de toda política
. .. Porque la piedra que desecharon los
constructores, ésta vino a ser piedra angular»
(35).
(34) Le di/eme de Mar, Sangnier, N. L. N. 1906, p. XXVIII. Cf. Fiche
F. V.
J. núm. 4, en venta en el C. L. C.
Ver tambien F. Natter et C. Rousseau, De la po/itique natnrell_e au Na­
tionali.rme intégral, Textos escogidos de Ch. lú,urras, Vrin 1972, p. 260 (en
venta en el C. L. C.).
(35) Mt. 21, 42.
745
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