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Número 135-136

Serie XIV

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Gabriel Alférez Callejón, Asociaciones, Partidos y Acción Política

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tenciosa del colectivismo; de la bobaliconería que da por sentadas
las tesis más peregrinas, siempre que las avale el materialismo dia­
léctico, este

libro, sencillo y bien documentado, que indica sin aspa­
vientos ni análisis esotéricos la influencia rusa en los pueblos latinos
de allende el Atlántico, es ejemplo de
claridad, de

sensatez, de sere­
nidad. Y demuestra también algo
que muchos parecen haber dado
de mano: que
para examinar los problemas políticos y sociales no es
necesario apelar a la mitología
marxista, cuyas
leyes y criterios se
aplican a la realidad como medía a los viajeros el lecho de Procusto.
Theberge es de los historiadores que observan los hechos sin emplear
las fórmulas estereotipadas que tan útiles son para hallar pseodoso­
luciones y no pensar mocho:
lucha de
clases,
cultura burguesa,
super­
estructura, relaciones de producción, contradicciones económicas, con·
ciencia social, etc. Al menos para él no se convierte la historia en
soflama, ni

en
pasqoín, ni en burda imagen de prejuicios políticos.
MARIO SoRIA.
Gabriel AHérez: ASOCIACIONES, PARTIDOS Y ACCION
POLITICA (*).
Gabriel Alférez, prestigioso jurista y ya conocido de los lectores
de VERBO

por su
magnífico trabajo
"Los católicos y la política",
aparecido en esta Revista, acaba de publicar, bajo el título del épí­
grafe, un libro de enorme interés.
Y como la coincidencia del autor
de esta nota con su contenido es prácticamente total comenzaré por
seiialar una mínima discrepancia respecto al título elegido que creo
no

da idea suficiente del trabajo elaborado por Gabriel
Alférez.
Ciertamente tratan las páginas de este libro de asociaciones y par­
tidos políticos,
tema en estos días candente y controvertido. Pero el
propósito del autor es mucho más ambicioso y podría definirse como
una visión, desde el pensamiento tradicional católico, de la política
en su integridad. No con afanes exhaustivos y magisteriales sino para
dar
al ciudadano medio una brújula, hoy más necesaria que nunca,
que le permita caminar por el confnso mundo de la política perma­
neciendo fiel a
sus deberes

ciudadanos y a sus convicciones católicas.
Después de su
lectura, en

muchos puntos verdaderamente escla­
recedores, se imponen numerosas conclusiones que alivian el alma de dudas y perplejidades.
Y que comprometen al católico a una ac-
(*) Editora Nacional, Madrid, 1974, 206 págs.
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ción política consecuente con la propia naturaleza humana y por lo
mismo querida por el autor de esa naturaleza. El libro está dividido en tres partes y la enunciación del título
de cada una de ellas nos aproximará, en una primera instancia, a su
contenido. Son estas: l .
.Asociaciones políticas

en la legislación es­
pañola vigente
y sus diferencias con los partidos políticos. 11. Idea
de la representación orgánica. Ill. Los católicos
y la acción política.
Acerca de
las asociaciones políticas. el libro de Alférez es impres­
cindible para
tod¡, el
que se quiera acercar a este fenómeno que hoy
inunda
las páginas de la prensa y cuyos resnltados, hasta el momento
en que se redactan
las presentes líneas, más bien parecen el parto de
los montes. Recoge el autor las opiniones de mnltitud de personajes y per­
sonajillos sobre un tema del que tantos españoles se creyeron en
el
deber de opinar convirtiendo las tribunas de opinión en una autén­ tica feria donde todo parece venderse y comprarse con un olvido ab­
soluto
a fidelidades y a actitudes anteriores; Salvo honrosas excep­
ciones
creo que
un es
arriesgado calificar
de verdadero proletariado
intelectual

la exhibición
de opiniones
a la que hemos asistido en la
que exministros, periodistas
y aspirantes a encaramarse al carro del
poder rivalizan en mostrarse más asociacionistas que nadie mezclando
elementales verdades, que se les ocurrirían a estudiantes de educación
general básica, con sofismas y demagogias en busca
de clientelas
que
no aparecen por ningún lado.
La lectura de estas páginas, y de las referencias que en ellas se
indican, bastaría para justificar el libro de Gabriel Alférez que ex­
pone con
toda imparcialidad y sin comentario apenas por su parte,
el strep-tease político de gran
parte de
nuestra clase política. Si a
esto se añade que se recogen en apéndices varios documentos rela­
cionados con el tema se comprenderá la utilidad del libro al que nos
referimos para el mejor conocimiento de la prehistoria de las Aso­
ciaciones.
Pero todo ello tiene un interés muy relativo y no debe elevarse
de
la anécdota

a la categoría. Son de mucho
más valor las páginas
dedicadas a los partidos
y a su crítica que debían ser meditadas, como
cura de desintoxicación, por todo
kctor de
periódicos
y revistas es­
pañoles.
La parte más discutible del libro, las breves páginas en las que
se justifican las asociaciones como distintas a los partidos y como
posible cauce de
la necesaria participación social, es, por lo menos,
inteligente
y bienintencionada. Cosa más bien extraña en los escritos
similares a que otros nos tienen acosnunbrados en los que las
afir­
maciones teóricas no suelen superar la sandez y en los que los pro-
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pósitos de colar de maro.te los partidos al amparo de las asociaciones
resultan meridianos.
No es este el lugar de expresar mi propio pensamiento al respecto
que en este punto concreto tal vez discurriera por cauces algo dis­
tintos a los que
Alférez pretende

trazar. Pero apuntada esta diver­
gencia he de
añadir que la teoría de las asociaciones que Gabriel Al­
férez esboza, me parece de las más positivas que se han propuesto
a los españoles. Pretende una convivencia de hombres dignos y libres
que, aún creyendo personalmente que puede
lograrse mejor

por otros
senderos, quizá en estos tiempos inutilizados por los que se han ser­
vido de ellos para su lucro personal en vez de habilitarlos para que
sirvieran de andadura a todos sus compatriotas, merece ser tenida en
cuenta.
Con gran sencillez y claridad se adentra después el autor en el
campo de
la representación política testigo de tantas usurpaciones y
abusos de poder. Su crítica de la democracia es inapelable. No re­
curre a alambicados argumentos ni a eruditas investigaciones sino
que se mueve a ras de tierra apelando exclusivamente al sentido co­
mún. Se equivocaría de libro quien buscase aquí un abstruso tratado
de Derecho público, pues no ha sido esa
la intención del autor. Es
una obra dirigida a la masa de los lectores, que podrán encontrar en
ella_, con una terminología perfectamente asequible, las contestaciones
a los interrogantes que la política les plantea. Aunque esto requiere
una previa profesión de
fe en los componentes de esa masa que in­
tegra hoy el común de los ciudadanos. Si no son capaces de interro­
garse acerca de nada y sólo se alimentan de los tópicos que una pro­
paganda interesada hace circular, como muchos comportamientos pa­
recen demostrar, el libro de Gabriel Alférez sería inútil. Y el hombre
habría dejado de ser animal racional para encenagarse en el primer
término de la clásica definición cerrado para siempre a la trascen­
dencia y a la esperanza.
Frente al Estado demoliberal
alz, el autor la doctrina de los cuer­
pos intermedios en la que los hombres en lugar de ser números sin
importancia sometidos a todas las esclavitudes, son sujetos respon­
sables que se mueven en ámbitos conocidos y entrañables. Frente al
rebafio, conjunto de animales movidos o por el instinto o por el
pas­
tor, la ciudad de los hombres. Y, sin embargo, cuántos pretenden pre­
sentarnos al
rebafio, o tal vez , la piara, como modelo de organización
social No cabe duda de que las intenciones de algunos, aunque per­
versas,
encierran cierta

lógica. El afán de convertirse en pastores del
conjunto
animal resultante. Pero lo que resuita sobrecogedor es con­
templar como la inmensa mayoría de los mortales reclaman la irra-
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INFORJIIACION BIBLIOGRAFICA
ciona!idad creyendo que postulan la libertad y la dignidad de los
hombres.
Son de especial interés
las páginas dedicadas a los cuerpos so­
ciales básicos como la familia, el municipio, la profesión,
la empresa
y la región. Es sobre estas realidades como ha de hacerse una Cons­
titución
y no en la arena movediza del mito y la retórica. La consi­
deración que Alférez hace de estos cuerpos intermedios, con una
par­
ticular referencia a los fueros, es, dentro de su brevedad, singular­
mente esclarecedora. Si se prestase -atención a estas entrañables ins­
tituciones humanas, que todo el mundo siente en lo hondo del alma,
en lugar de esperat la salvación de construcciones artificiosas como
los
partidos, las
posibilidades de
un., convivencia
pacífica
y fecunda
estarían al alcance
de nuestro siglo xx.
Una vez trazado este esquema que no es abstracto y arbitrario
sino profundamente enraizado en
la naturaleza humana y en la ex­
periencia

de la historia, pasa
Alférez a

considerar
cuál debe
ser la
actitud de los católicos ante la política. .
Precisa el autor
cuáles son

las actitudes que clérigos y laicos deben
asumir frente a los acontecimientos políticos
y que sintetiza en las
siguientes proposiciones:
-La Iglesia no debe mezclarse en política.
-Los

clérigos, como ciudadanos, pueden
intervenir en
política,
pero no deben hacerlo, porque su criterio, incluso por el prestigio de que generalmente gozan, podría
coartar la legítima libertad

de
los fieles, o
interpretarse por

algnnos como la
doctrina oficial
de la
Iglesia, con perjuicio de esta misma.
-De ningnna manera pueden los clérigos presentar como obli­
gatoria determinada opción política entre varias
legítimas.
-
Con

mayor motivo, no pueden recomendar una opción polí­
tica contraria a la
doctrina de 'la Iglesia, y mucho menos estimular o
fomentar
la rebelión o la violencia, contraria al espíritu del Evangelio
y que sólo es admisible en contados supuestos de opresión y tiranía,
con

esperanzas de
triunfo· y siempre que el mal que se cause sea me­
nor que el que se pretenda remediar.
-La función espiritual del ministerio sacerdotal debe absorber
normalmente la plena ocupación de los clérigos.
- El asumir una funci6n directiva o de militancia activa en un
partido político es algo que debe excluir CUJ1lquier presbítero, a no
ser que en circunstancias concretas y excepcionales lo exija realmente
el bien de la comunidad, obteniendo el consentimiento del obispo,
consultado el Consejo presbiterio!,
y si el caso lo requiere, también
la Conferencia episcopal.
-Los

clérigos, como cualquier ciudadano, pueden elegir
cual-
ao~
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INFOR,MACION BIBU0GRAFICA
quier opci6n política, social o económica lícita, pero por espíritu evan­
gélico
y en beneficio de la unidad entre los cristianos, en ocasiones
pueden estar obligados a abstenerse del ejercicio de este derecho. Más
aún, deben procurar, en cualquier
caso, que su opción na aparezca
como la única legítima según la doctrina de la
· Iglesia.
-

El presbítero, testigo de las cosas
fututas, debe
mantener cierta
distancia de cualquier cargo o empeño público.
- Los presbíteros han de ayudar a los seglares a formarse una
recta conciencia, contribuyendo así a la instauración de un orden so­
cial más justO, siempre con medios conformes al Evangelio y exclu­
yendo la violencia de la palabra y de los
hechos como

contraria a la
doctrina cristiana. - Los presbíteros deben respetar la
auronomía propia

de los
se­
glares,

cuya madurez han de
tener en
gran estima cuando se
trara de
su

campo
específico.
-

No pertenece a la Iglesia, como comunidad religiosa y jerár­
qu,ica que

es, ofrecer soluciones cOncretas en
el "campo social, econó­
mico o político
pata la

justicia en el mundo. Pero su misión implica
la defensa y la promoción de la dignidad y de los derechos fundamen­
tales de la persona humana, dentr9, naturalmente, de su competencia.
- Los cristianos deben cumplir con fidelidad y preparación sus
deberes temporales, actuando como fermentO espiritual del· mundo
en la vida familiar, profesional, social,
culrural y polltica. A ellos roca
asumir

sus propias responsabilidades en todo este campo bajo la gnía
del Evangelio y de la doctrina social de la Iglesia, pero actuando se­
gún
su propia iniciativa y responsabilidad; sin implicar, por tanto, a
la Iglesia con su
conducra, aunque en cierto

modo la afecten al ser
miembros de ella.
Estos postulados,

procedentes, algunos casi literalmente, del Con­
cilio y del Sínodo de los obispos, deben servir de meditación a mu­
chos clérigos de hoy que parecen haber confundido su misión san­
tificadora con un verdadero liderazgo político. Y lo que es más grave,
propiciando soluciones que nada tienen que ver con la doctrina ca­
tólica y que en no pocas ocasiones le son radicalmente opuestas.
Concluye Gabriel Alférez señalando los derechos y los deberes de
los seglares en estos dfas, que resume del siguiente modo:
DERECH:05:
- Derecho a que la Jerarquía enseñe los principios qué han de
seguirse en los -asuntos temporales -sin introducir en un -magisterio
puntos de vista opinables
ni mucho menos soluciones técnicas.
- Derecho a que la Jerarquía no haga discriminaciones en el
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legítimo pluralismo de las soluciones aplicables a los problemas tem­
porales, sin mostrarse partidaria, ni pública ni privadamente, de una
determinada posición.
-Derecho

a que se reconozca a los que ejercen autoridad sobre
los asuntos temporales, su
autonoml.:t en la gestión de la cosa pública.
(Sin
ella, añadimos, la autoridad civil sería un simple acólito de la
religiosa.)
- Derecho a

que los juicios morales no se den sin la
garantía
de

que se haya conocido previamente
el dictamen de peritos.
-Derecho a

que en la emisión de juicios morales se proceda con
caridad evangélica
y, en consecuencia, que se haga advertencia previa
y reservada y en la forma que, según la doctrina tradicional de la
Iglesia, deben ser tratados quienes ejercen autoridad.
- Derecho a

que los obispos cuiden de que los
presbíteros, que
de

ellos dependen en la predicación, se mantengan dentro de su mi­
sión espiritual, respetando al
prójimo, sean

particulares o autoridades,
y sin invadir el campo propio de los seglares.
0mmRES:
-Conocer la doetrina social de la Iglesia. Hoy día no es sufi­
ciente un conocimiento superficial, sino que se precisa un estudio más
profundo que
abarque desde

las obligaciones profesionales a las po­
líticas, pasando por las propiamente sociales.
-Difundirla,

o sea, darla a conocer a los demás.
-Aplicarla,

dentro de
las lícitas opciones que permite una sana
libertad, como
han enseñado especialmente los últimos Pontífices.
Un libro, pues, de
la máxima actualidad y que todo cat6lico de­
bería leer

pausadamente
para recuperar esa brújula que parece ha­
berse perdido cuando se piensa en política
y en sus relaciones con
la religión.
FRANCISCO Jos:íi Fm\NÁNDEZ DE LA CIGOÑA.
Carlos Et,ryo: 14.000 MILLAS EN CARABELA POR LAS RUTAS DE
CoLÓN (*).
Se dice mucho ahora que los padres están preocupados porque la
formación de sns hijos jóvenes corre el riesgo de ser interceptada
por muchos
y grandes peligros. Es posible qne sea verdad; pero vemos
(*) 14.000 MILLAS EN CARABELA POR LAS RUTAS DE COLON,
por Car/oJ Eta.yo, Editora Nacional, 1975, 276 págs.
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