Índice de contenidos
Número 135-136
Serie XIV
- Textos Pontificios
- Estudios
- Actas
-
Notas
-
Notas críticas en torno de la distinción entre izquierdas y derechas. A propósito del libro de Jorge Martínez Albaizata. I. El sentido hacia la derecha y el sentido hacia la izquierda a través de la historia
-
Notas críticas en torno de la distinción entre izquierdas y derechas. A propósito del libro de Jorge Martínez Albaizata. II. Perspectivas, clásica y actual, para situar la izquierda y la derecha
-
- Información bibliográfica
- Ilustraciones con recortes de periódicos
- Crónicas
Autores
1975
Jaime Theberge, Presencia soviética en América Latina
INFORMACION BIBLIOGRAFICA
Jaime Theberge: PRESENCIA SOVIETICA EN AMERICA
LATINA
El estadounidense Jaime Theberge, director de estudios latino
americanos e hispánicos del centro d~ esrudios estratégicos e inter
nacionales de la universidad de Georgetown (Washlngron), tiene en
su haber tres libros acerca de la influencia rusa en Iberoamérica:
Poder naval ,oviético en el Caribe, R11sia en el Caribe y, el último,
Presencia soviética en América del Sm, traducido .recientemente en
Santiago de O,i!e y publicado por la editora nacional de ese país,
Gabriela Mistral.
Breve es esta obra, de -no más de ciento cincuenta páginas; de
estilo claro, sumamente sencillo en ocasiones. La traducci6n no siem
pre resulta tan fluida como sería de desear, y en ella se encuentran
construcciones for-zadas, barbarismos como "Guyana", en vez de "Gua
yana", y giros calcados del original inglés. Asimismo, puédense des
cubrir
ciertas inexactitudes que se deslizaron al trasladar la obra a
nuestro idioma, alguna de ellas importante, que seguramente
serán
corregidas
en las ediciones siguientes: nos referimos concretamente
a las páginas 36
y 3 7 de la versión castellana, donde el término inglés
bülion se traduce por billón. Si se recuerda que el primero tiene, en
la lengua de Shakespeare, los dos sentidos nuestros de mil millones
y de un millón de millones, o sea, propiamente un billón, se adver
tirá el error, que hace-incongruente el texto. Mil millones es la tra
ducción exacta.
Pero todo esto es pecca:ta minuta. V ea.mas la sustancia.
En los diez capítulos de que consta el libro se analizan los ante
cedentes del influjo rnso en Iberoarnérica hasta la guerra mundial
de 1939, la actividad de la diplomacia soviética, el comercio
y la ayuda
económica que presta Moscú,
los· vínculos
que unen
al Kremlin con
los partidos comunistas locales, la subversi6n
y el espionaje, las rela
ciones con Cuba, Perú
y Chile; termina el escrito con un resumen
de la política moscovita
y varias preguntas acerca del porvenir.
El Wstoriador norteamericano describe, asimismo,
la política fluc
tuante, solapada, de la Unión Soviética; su prodigiosa adaptabilidad:
temporibus callidissime .rervientes,-las formas vatias con que actúa;
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el efecto que en el imperialismo ruso tiene la actitud amistosa de
Washington, etc. A veces, debido a los mil aspectos de ese tortuoso
caminar, a sus retrocesos, a su avance titubeante, el lector de Theber
ge
se desconcierta: ¿Tiene realmente Rusia el propósito de dominar
a lberoamérica, o sólo pretende debilitar en
ella la preponderancia
estadounidense? ¿Cúal es, en definitiva, el método
preconizado para
conseguir
ese fin: la persuasión o la violencia? ¿Les interesa verda
deramente a las potencias rivales señorear el ámbito hispanoamerica
no, con sus ingentes
riquezas, su
población díscola, su política en
agraz, salvadas
las excepciones de rigor? Todas estas dudas y otras
que
surgen de la
lectura de Presencia ,oviética en América del Sur,
tiene que respondérselas el lector solo, y con cierta dificultad. No
señalamos con esto una deficiencia grave de la obra del profesor de
Georgetown. Recuérdese que, si en general es innegable el imperia lismo ruso, y que el mismo puede rastrearse desde el propio origen
del ducado de Moscovia, de tal modo que la historia toda de ese pue
blo no sea
mis que las vicisitudes de una indefinida expansión, que
probablemente sólo a mediados del siglo
xv, con
la caída de
Cons
tantinopla en poder de los turc0s, empieza a tornarse consciente;
también es innegable que, cuando se racionaliza tal afán de con
quista, no puede menos de fijarse metas asequibles y útiles. En el
caso de Europa no cabe duda de que someter a Alemania, por ejem
plo, o
neutralizarla, equivaldría
a anular definitivamente un peligro
cuya trascendencia bien conocen los rusos, y del que no se hubieran
salvado de no haber sido por la intervención anglosajona. Si no estas
rawnes, otras,
entre las cuales esté probablemente la de aprovechar
la técnica
y la laboriosidad de las poblaciones de allende el Vístula,
pueden indicarse para el avasallamiento de Italia, Inglaterra, Fran
cia, etc. Amén de que no se les escapa a los estadistas rusos que la
libertad de las naciones limítr0fes constituye · para los países de la
Europa oriental una tentación permanente de sacudir el yugo bol
chevique. Pero, en el caso de América, ¿están tan claros los motivos? El
desprestigio que
entralíaría para Estados Unidos el triunfo del co
munismo en ese vasto continente, o
la victoria de un nacionalismo
a ultranza, con la secuela de
ingentes confiscaciones
de capital nor
teamericano
y, lo que serla peor, la derrota de una concepción de la
política y
de la
vida que, pese a un sinnúmero de defectos, sigue ani
mada por el viejo humanismo occidental, ¿ bastan para aguijonear
la ambición del oso moscovita en el Nuevo Mundo? Probablemente sí, aunque se manifieste Theberge cauto al afirmarlo y observe con
acierto que, en todo caso, tal política no sólo depende de los planes
de la Casa ·Blanca y del Kremlin, sino de los iberoamericanos mismos,
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que pueden impedir la expansión comunista o, por el contrario, fa.
vorecerla, dándole un sentido mundial que sin tal circunstancia no
tendría.
Sea lo que fuere de todo ello, es irrefutable que, desde 195 3, año
de la muerte de Stalin, ha ido aumentando la intervención soviética
en
los países
iberoamericanos o,
por lo menos, el interés del
K,;emlin
por
aquellas latitudes, independientemente del influjo
real•. Cuando,
a
fines de 1958, se instaura el gobierno de Fidel Castro, ponen los
rusos una pica en Flandes; en los
alios siguientes,
la guerrilla
cam
pesina
altera la situación de numerosos países y parece que va a
re
petirse
por todo el continente el
caso cubano, hasta
que, en 1967, la
muerte de Ernesto
Guevara da,
de manera definitiva, al
traste con
tales
esperanzas. En cuanto a la guerrilla
urbana, especie
de pariente
pobre de las partidas rurales, su fracaso en Brasil y, sobre
todo, en
Uruguay, hace de la expectativa
fundada en ella cuentas galanas. Por
último, en
1970, se
diría que
de una estrategia distinta, la del frente
popular chileno o coalición de
socialistas, comunistas,
católicos
encan
dilados
por el colectivismo y algunos grupos de izquierda moderada,
iba a recoger Moscú una
pingüe cosecha;
en 1973, también ese
sueño
se desvanece, con una repercusión sumamente grave que indica The
berge, a saber, qt1e demostró el malogro chileno resultar inviable una
coalición semejante
en Francia e Italia, donde ya se proyectaba
lle
varla a cabo (pág. 118). Ahora sólo queda un medio mucho menos
seguro: apoyar a las dictaduras militares, siempre que se manifiesten
proclives al ultranacionalismo, y haciendo la vista gorda a sus incon
secuencias.
De un análisis detenido de la actividad de Rusia y de los partidos
comunistas en
Iberoamérica, surge a la luz algo que puede ser muy
útil no sólo
para aquellas naciones, sino también para los europeos
occidentales, que hace algunos
alios consideraban
desdeliosamente a
los países de ultramar y trataban de justificar la subversión en los
mismos aduciendo
el atraso político y económico de algunos de ellos,
pero que de súbito se
han percatado de que los amenaza precisamen
te el peligro del que se creían inmunes, y que el enemigo no se des
deña de
emplear a este lado del Atlántico las mismas armas con que
luchó en la otra orilla. En
efecto: Moscú ha echado mano de cuanta
artimalia creyó adecuada para adueliatse del poder o tener siquiera
el papel de
eminencia gris:
participación en elecciones democráticas,
bien presentando sus propios candidatos, bien respaldando a otros que
le
eran propicios;
subversión
armada contra
un régimen representa
tivo; guerrillas; alzamiento, so pretexto de derrocar a una dictadura
* Los hechos parecen demostrarlo.
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derechista; apoyo al naciona!iSlllO; coquetea con la Iglesia católica;
respaldo a regímenes izquierdistas como el de Goulart y el de
Allende, que deberían
haber desembocado,
lógicamente, en
el bolche
viquismo duro y puro;
coalición con
conservadores y liberales, si
veía
un
rival demasiado vigoroso en los
naciona!isras, que
no fue otra cosa
lo que ocurriera durante el gobierno primero del general Perón, etc.
Esta táctica multiforme, sin contar los medios semimilitares que em
plea Rusia, tales
como la
navegación constante de barcos suyos por
el Caribe, llena cinco capítulos del libro, del quinto al noveno. Corno el balanceo de la política moscovita no siempre les parece
oportuno a los impacientes, a los que llamaban gráficamente los
chilenos terrnocéfalos, es inevitable que éstos prefieran
cortar por lo
sano y desarrollar su propia estrategia, que en este
caso es
sencilla
mente levantarse en armas, sin
esperar a
que hayan madurado lo que
llaman los marxistas, con su pedante jerga
catacterfstica, condiciones
objetivas
y subjetivas de la revolución, es decir, las circunstancias per
sonales y sociales favorables
para una
sublevación.
De este desacuer
do fueron fruto las agrias
disputas entre
los grupos más exaltados y
los cazurros partidos comunistas, entre un Pide!
Castro deseoso
de
acreditar su magisterio en toda América, y una Rusia que
tenla que
tentarse
la ropa antes de emprender algo que
inquietara a
los Estados
Unidos. En los capítulos quinto,
sexto y
séptimo refiere Theberge los
pleitos y zaragatas de
las diversas facciones y del déspota cubano con
sus protectores.
Amén de este cuadro que pinta el autor y que nosotros hemos
resnmido
aquí en
muy pocas palabras, se describen los otros medios,
pacíficos, de
que se vale la
Unión Soviética para extender su influjo,
a saber, diplomacia y comercio.
Las relaciones diplomáticas llevan aparejada una nube de funcio
narios cuya tarea es no sólo averiguar todo lo averiguable del
país
donde
estuvieren
destacados, sino inmiscuirse en
su política, econo
mía, sindicatos,
ejército, etc.,
fomentando
el descontento e incluso,
cuando se preste a ello la ocasión, suscitando revueltas y atizándolas.
En las páginas 47 y 48 da el profesor de Georgerown una lista de
representantes rusos en
Iberoamérica expulsados,
desde 1946 a 1973,
por espiar y soliviantar.
En las notas de la. página 48 se completa la
referencia. Que esto no sólo en América sucede, lo prueban los miem
bros de la embajada rusa a los que echara de Inglaterra lord Hnme, y
que
hablan colmado
hasta la paciencia de la
flemática y
hospitalaria
isla británica.
El otro aspecto de esta guerra sin ca!íones es el comercio y la
ayuda económica. A decir verdad, esta última no la prodiga Rusia,
como lo experimentó a costa suya Salvador Allende. No es difícil de
800
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comprender a qué se debe tal cicatería: compromisos más urgentes,
en particular los del Oriente Medio; estrecheces domésticas;
escasez
de.
moneda
extranjera convertible o, simplemente, falta de rentabili
dad de las inversiones susodichas. Significativas son las cifras. Desde
1954 a 1972, los créditos y subvenciones que acordó el Kremlin a
Iberoamérica sumaban 548 millones de dólares, sin contar lo prestado
a
La Habana. Los empréstitos a los países citados eran tan sólo el siete
por ciento de lo que se otorgó
dnrante el
mismo lapso a
otras na
ciones: Africa fue agraciada con el quince por ciento;_ Asia recibió
treinta y ocho, y a Oriente Medio fue a parar el cuarenta por ciento.
Otros datos curiosos pueden
encontrarse en
las tablas que incluye
Theberge en su obra (págs. 34, 40 y 42). Por lo que al comercio se
refiere, éste es muy escaso: baste indicar
que, en
1972, la participa
ción de Iberoamérica, exceptuando a
Cuba, en
el comercio soviético
era de 0,6 por ciento. En
196o, lo
fue de 0,7; subió hasta 1,1 por
ciento en 1966. Pero la tacañería se vuelve generosidad cuando se trata de La
Habana, cuyo intercambio comercial con Rusia
alcanzó en
1972 el
3,2 por ciento de las transacciones de este país. Por otro lado, a fines
del afio siguiente, 1973, sumaba la asistencia económica y militar
dada a la Perla de la Antillas desde 1960, siete millones de dólares,
y en 1972 ascendía
la deuda
comercial cubana a dos mil trescientos
millones (pág. 36).
Añadamos, en
fin, que aun de esa raquítica liberalidad no es oro
todo lo que reluce: por ejemplo, entre 1958 y 1965, costaron a los
países semidesarrollado.s los artículos importados de Rusia, de quince
a veinticinco por ciento más de lo que hubieran costado de comprar
los a las naciooes occidentales. En cambio, por convenios
bilaterales,
pagó
la Unión Soviética del
diez al
quince por ciento menos
del pre
cio
vigente en el mercado mundial, por las mercancías
importadas de
las naciones
productoras de materias primas (pág. 33). A esta espe
culación, del más
puro cuño capitalista, se une el retraso en recibir
los empréstitos en efectivo, remesas en especie o créditos, a causa,
sobre todo, de los engorrosos trámites burocráticos; la calidad inferior
de muchos productos rusos entraña también otro inconveniente, puesto
que es necesario adquirir los de la Unión Soviética, aunque en otra
parte los haya mejores o más baratos, sin contar la tutela política y
económica en que se hunden al cabo los que, no queriendo rendir
parias a
la técnica occidental,
huyen del fuego para caer en
las bra
sas. (Cf. especialmente las págs. 45 y sigs. y 93 y sigs., acerca de la
supeditación cubana.)
En medio de la invasión de obr-as marxistas; de tanto sociólogo,
economista y político infectado con la terminología engolada y pre-
,. 801
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tenciosa del colectivismo; de la bobaliconería que da por sentadas
las tesis más peregrinas, siempre que las avale el materialismo dia
léctico, este
libro, sencillo·
y bien documentado, que indica sin aspa
vientos ni análisis esotéricos
la influencia rusa en los pueblos latinos
de allende el
Atlántico, es
ejemplo de
claridad, de sensatez, de
sere
nidad. Y demuestra también
algo que muchos parecen haber dado
de mano: que para examinar los problemas políticos y sociales no es
necesario apelar a la mitología
marxista, cuyas
leyes
y criterios se
aplican a la realidad como medía a los viajeros el lecho de Procusto.
Theberge es de los historiadores que observan los hechos sin emplear
las fórmulas estereotipadas que
tan útiles son para hallar pseudoso
luciones y no pensar mucho: lucha de clases, cultura burguesa, super
estructura, relaciones
de producción, contradicciones económicas,
con
ciencia social, etc. Al menos para él no se convierte la historia en
soflama, ni en
pasquín, ni
en burda imagen de prejuicios políticos.
MARIO SoRIA.
Gabriel Alférez: ASOCIACIONES, PARTIDOS Y ACCION
POLITICA (*).
Gabriel Alíérez, prestigioso jurista y ya conocido de los lectores
de VERBO
por su
magnifico trabajo
"Los católicos y la política",
aparecido en
esta Revista, acaba de publicar, bajo el título del épí
grafe, un libro de enorme interés. Y como la coincidencia del autor
de esta nota con su contenido es prácticamente total
comenzaré por
señalar una
mínima discrepancia respecto
a:I título elegido que creo
no
da idea suficiente del trabajo elaborado por Gabriel Alíérez.
Ciertamente
tratan las
páginas de este libro de asociaciones y par
tidos políticos,
tema en estos días candente y controvertido. Pero el
propósito del autor es mucho más ambicioso y podría definirse como
una visión, desde el pensamiento tradicional católico, de la política
en su integridad. No con afanes
eorhaustivos y magisteriales sino pata
dar
a:I ciudadano medio una brújula, hoy más necesaria que nunca,
que Je permita caminar por el confuso mundo de la política perma
neciendo fiel a sus deberes ciudadanos y a sus convicciones católicas.
Después de su lectura, en muchos puntos
verdaderamente escla
recedores, se imponen numerosas conclusiones que alivian el alma
de dudas y perplejidades. Y que comprometen al católico a una ac-
(*) Ec!ítora Nacional, Madrid, 1974, 206 págs.
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Jaime Theberge: PRESENCIA SOVIETICA EN AMERICA
LATINA
El estadounidense Jaime Theberge, director de estudios latino
americanos e hispánicos del centro d~ esrudios estratégicos e inter
nacionales de la universidad de Georgetown (Washlngron), tiene en
su haber tres libros acerca de la influencia rusa en Iberoamérica:
Poder naval ,oviético en el Caribe, R11sia en el Caribe y, el último,
Presencia soviética en América del Sm, traducido .recientemente en
Santiago de O,i!e y publicado por la editora nacional de ese país,
Gabriela Mistral.
Breve es esta obra, de -no más de ciento cincuenta páginas; de
estilo claro, sumamente sencillo en ocasiones. La traducci6n no siem
pre resulta tan fluida como sería de desear, y en ella se encuentran
construcciones for-zadas, barbarismos como "Guyana", en vez de "Gua
yana", y giros calcados del original inglés. Asimismo, puédense des
cubrir
ciertas inexactitudes que se deslizaron al trasladar la obra a
nuestro idioma, alguna de ellas importante, que seguramente
serán
corregidas
en las ediciones siguientes: nos referimos concretamente
a las páginas 36
y 3 7 de la versión castellana, donde el término inglés
bülion se traduce por billón. Si se recuerda que el primero tiene, en
la lengua de Shakespeare, los dos sentidos nuestros de mil millones
y de un millón de millones, o sea, propiamente un billón, se adver
tirá el error, que hace-incongruente el texto. Mil millones es la tra
ducción exacta.
Pero todo esto es pecca:ta minuta. V ea.mas la sustancia.
En los diez capítulos de que consta el libro se analizan los ante
cedentes del influjo rnso en Iberoarnérica hasta la guerra mundial
de 1939, la actividad de la diplomacia soviética, el comercio
y la ayuda
económica que presta Moscú,
los· vínculos
que unen
al Kremlin con
los partidos comunistas locales, la subversi6n
y el espionaje, las rela
ciones con Cuba, Perú
y Chile; termina el escrito con un resumen
de la política moscovita
y varias preguntas acerca del porvenir.
El Wstoriador norteamericano describe, asimismo,
la política fluc
tuante, solapada, de la Unión Soviética; su prodigiosa adaptabilidad:
temporibus callidissime .rervientes,-las formas vatias con que actúa;
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el efecto que en el imperialismo ruso tiene la actitud amistosa de
Washington, etc. A veces, debido a los mil aspectos de ese tortuoso
caminar, a sus retrocesos, a su avance titubeante, el lector de Theber
ge
se desconcierta: ¿Tiene realmente Rusia el propósito de dominar
a lberoamérica, o sólo pretende debilitar en
ella la preponderancia
estadounidense? ¿Cúal es, en definitiva, el método
preconizado para
conseguir
ese fin: la persuasión o la violencia? ¿Les interesa verda
deramente a las potencias rivales señorear el ámbito hispanoamerica
no, con sus ingentes
riquezas, su
población díscola, su política en
agraz, salvadas
las excepciones de rigor? Todas estas dudas y otras
que
surgen de la
lectura de Presencia ,oviética en América del Sur,
tiene que respondérselas el lector solo, y con cierta dificultad. No
señalamos con esto una deficiencia grave de la obra del profesor de
Georgetown. Recuérdese que, si en general es innegable el imperia lismo ruso, y que el mismo puede rastrearse desde el propio origen
del ducado de Moscovia, de tal modo que la historia toda de ese pue
blo no sea
mis que las vicisitudes de una indefinida expansión, que
probablemente sólo a mediados del siglo
xv, con
la caída de
Cons
tantinopla en poder de los turc0s, empieza a tornarse consciente;
también es innegable que, cuando se racionaliza tal afán de con
quista, no puede menos de fijarse metas asequibles y útiles. En el
caso de Europa no cabe duda de que someter a Alemania, por ejem
plo, o
neutralizarla, equivaldría
a anular definitivamente un peligro
cuya trascendencia bien conocen los rusos, y del que no se hubieran
salvado de no haber sido por la intervención anglosajona. Si no estas
rawnes, otras,
entre las cuales esté probablemente la de aprovechar
la técnica
y la laboriosidad de las poblaciones de allende el Vístula,
pueden indicarse para el avasallamiento de Italia, Inglaterra, Fran
cia, etc. Amén de que no se les escapa a los estadistas rusos que la
libertad de las naciones limítr0fes constituye · para los países de la
Europa oriental una tentación permanente de sacudir el yugo bol
chevique. Pero, en el caso de América, ¿están tan claros los motivos? El
desprestigio que
entralíaría para Estados Unidos el triunfo del co
munismo en ese vasto continente, o
la victoria de un nacionalismo
a ultranza, con la secuela de
ingentes confiscaciones
de capital nor
teamericano
y, lo que serla peor, la derrota de una concepción de la
política y
de la
vida que, pese a un sinnúmero de defectos, sigue ani
mada por el viejo humanismo occidental, ¿ bastan para aguijonear
la ambición del oso moscovita en el Nuevo Mundo? Probablemente sí, aunque se manifieste Theberge cauto al afirmarlo y observe con
acierto que, en todo caso, tal política no sólo depende de los planes
de la Casa ·Blanca y del Kremlin, sino de los iberoamericanos mismos,
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que pueden impedir la expansión comunista o, por el contrario, fa.
vorecerla, dándole un sentido mundial que sin tal circunstancia no
tendría.
Sea lo que fuere de todo ello, es irrefutable que, desde 195 3, año
de la muerte de Stalin, ha ido aumentando la intervención soviética
en
los países
iberoamericanos o,
por lo menos, el interés del
K,;emlin
por
aquellas latitudes, independientemente del influjo
real•. Cuando,
a
fines de 1958, se instaura el gobierno de Fidel Castro, ponen los
rusos una pica en Flandes; en los
alios siguientes,
la guerrilla
cam
pesina
altera la situación de numerosos países y parece que va a
re
petirse
por todo el continente el
caso cubano, hasta
que, en 1967, la
muerte de Ernesto
Guevara da,
de manera definitiva, al
traste con
tales
esperanzas. En cuanto a la guerrilla
urbana, especie
de pariente
pobre de las partidas rurales, su fracaso en Brasil y, sobre
todo, en
Uruguay, hace de la expectativa
fundada en ella cuentas galanas. Por
último, en
1970, se
diría que
de una estrategia distinta, la del frente
popular chileno o coalición de
socialistas, comunistas,
católicos
encan
dilados
por el colectivismo y algunos grupos de izquierda moderada,
iba a recoger Moscú una
pingüe cosecha;
en 1973, también ese
sueño
se desvanece, con una repercusión sumamente grave que indica The
berge, a saber, qt1e demostró el malogro chileno resultar inviable una
coalición semejante
en Francia e Italia, donde ya se proyectaba
lle
varla a cabo (pág. 118). Ahora sólo queda un medio mucho menos
seguro: apoyar a las dictaduras militares, siempre que se manifiesten
proclives al ultranacionalismo, y haciendo la vista gorda a sus incon
secuencias.
De un análisis detenido de la actividad de Rusia y de los partidos
comunistas en
Iberoamérica, surge a la luz algo que puede ser muy
útil no sólo
para aquellas naciones, sino también para los europeos
occidentales, que hace algunos
alios consideraban
desdeliosamente a
los países de ultramar y trataban de justificar la subversión en los
mismos aduciendo
el atraso político y económico de algunos de ellos,
pero que de súbito se
han percatado de que los amenaza precisamen
te el peligro del que se creían inmunes, y que el enemigo no se des
deña de
emplear a este lado del Atlántico las mismas armas con que
luchó en la otra orilla. En
efecto: Moscú ha echado mano de cuanta
artimalia creyó adecuada para adueliatse del poder o tener siquiera
el papel de
eminencia gris:
participación en elecciones democráticas,
bien presentando sus propios candidatos, bien respaldando a otros que
le
eran propicios;
subversión
armada contra
un régimen representa
tivo; guerrillas; alzamiento, so pretexto de derrocar a una dictadura
* Los hechos parecen demostrarlo.
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derechista; apoyo al naciona!iSlllO; coquetea con la Iglesia católica;
respaldo a regímenes izquierdistas como el de Goulart y el de
Allende, que deberían
haber desembocado,
lógicamente, en
el bolche
viquismo duro y puro;
coalición con
conservadores y liberales, si
veía
un
rival demasiado vigoroso en los
naciona!isras, que
no fue otra cosa
lo que ocurriera durante el gobierno primero del general Perón, etc.
Esta táctica multiforme, sin contar los medios semimilitares que em
plea Rusia, tales
como la
navegación constante de barcos suyos por
el Caribe, llena cinco capítulos del libro, del quinto al noveno. Corno el balanceo de la política moscovita no siempre les parece
oportuno a los impacientes, a los que llamaban gráficamente los
chilenos terrnocéfalos, es inevitable que éstos prefieran
cortar por lo
sano y desarrollar su propia estrategia, que en este
caso es
sencilla
mente levantarse en armas, sin
esperar a
que hayan madurado lo que
llaman los marxistas, con su pedante jerga
catacterfstica, condiciones
objetivas
y subjetivas de la revolución, es decir, las circunstancias per
sonales y sociales favorables
para una
sublevación.
De este desacuer
do fueron fruto las agrias
disputas entre
los grupos más exaltados y
los cazurros partidos comunistas, entre un Pide!
Castro deseoso
de
acreditar su magisterio en toda América, y una Rusia que
tenla que
tentarse
la ropa antes de emprender algo que
inquietara a
los Estados
Unidos. En los capítulos quinto,
sexto y
séptimo refiere Theberge los
pleitos y zaragatas de
las diversas facciones y del déspota cubano con
sus protectores.
Amén de este cuadro que pinta el autor y que nosotros hemos
resnmido
aquí en
muy pocas palabras, se describen los otros medios,
pacíficos, de
que se vale la
Unión Soviética para extender su influjo,
a saber, diplomacia y comercio.
Las relaciones diplomáticas llevan aparejada una nube de funcio
narios cuya tarea es no sólo averiguar todo lo averiguable del
país
donde
estuvieren
destacados, sino inmiscuirse en
su política, econo
mía, sindicatos,
ejército, etc.,
fomentando
el descontento e incluso,
cuando se preste a ello la ocasión, suscitando revueltas y atizándolas.
En las páginas 47 y 48 da el profesor de Georgerown una lista de
representantes rusos en
Iberoamérica expulsados,
desde 1946 a 1973,
por espiar y soliviantar.
En las notas de la. página 48 se completa la
referencia. Que esto no sólo en América sucede, lo prueban los miem
bros de la embajada rusa a los que echara de Inglaterra lord Hnme, y
que
hablan colmado
hasta la paciencia de la
flemática y
hospitalaria
isla británica.
El otro aspecto de esta guerra sin ca!íones es el comercio y la
ayuda económica. A decir verdad, esta última no la prodiga Rusia,
como lo experimentó a costa suya Salvador Allende. No es difícil de
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comprender a qué se debe tal cicatería: compromisos más urgentes,
en particular los del Oriente Medio; estrecheces domésticas;
escasez
de.
moneda
extranjera convertible o, simplemente, falta de rentabili
dad de las inversiones susodichas. Significativas son las cifras. Desde
1954 a 1972, los créditos y subvenciones que acordó el Kremlin a
Iberoamérica sumaban 548 millones de dólares, sin contar lo prestado
a
La Habana. Los empréstitos a los países citados eran tan sólo el siete
por ciento de lo que se otorgó
dnrante el
mismo lapso a
otras na
ciones: Africa fue agraciada con el quince por ciento;_ Asia recibió
treinta y ocho, y a Oriente Medio fue a parar el cuarenta por ciento.
Otros datos curiosos pueden
encontrarse en
las tablas que incluye
Theberge en su obra (págs. 34, 40 y 42). Por lo que al comercio se
refiere, éste es muy escaso: baste indicar
que, en
1972, la participa
ción de Iberoamérica, exceptuando a
Cuba, en
el comercio soviético
era de 0,6 por ciento. En
196o, lo
fue de 0,7; subió hasta 1,1 por
ciento en 1966. Pero la tacañería se vuelve generosidad cuando se trata de La
Habana, cuyo intercambio comercial con Rusia
alcanzó en
1972 el
3,2 por ciento de las transacciones de este país. Por otro lado, a fines
del afio siguiente, 1973, sumaba la asistencia económica y militar
dada a la Perla de la Antillas desde 1960, siete millones de dólares,
y en 1972 ascendía
la deuda
comercial cubana a dos mil trescientos
millones (pág. 36).
Añadamos, en
fin, que aun de esa raquítica liberalidad no es oro
todo lo que reluce: por ejemplo, entre 1958 y 1965, costaron a los
países semidesarrollado.s los artículos importados de Rusia, de quince
a veinticinco por ciento más de lo que hubieran costado de comprar
los a las naciooes occidentales. En cambio, por convenios
bilaterales,
pagó
la Unión Soviética del
diez al
quince por ciento menos
del pre
cio
vigente en el mercado mundial, por las mercancías
importadas de
las naciones
productoras de materias primas (pág. 33). A esta espe
culación, del más
puro cuño capitalista, se une el retraso en recibir
los empréstitos en efectivo, remesas en especie o créditos, a causa,
sobre todo, de los engorrosos trámites burocráticos; la calidad inferior
de muchos productos rusos entraña también otro inconveniente, puesto
que es necesario adquirir los de la Unión Soviética, aunque en otra
parte los haya mejores o más baratos, sin contar la tutela política y
económica en que se hunden al cabo los que, no queriendo rendir
parias a
la técnica occidental,
huyen del fuego para caer en
las bra
sas. (Cf. especialmente las págs. 45 y sigs. y 93 y sigs., acerca de la
supeditación cubana.)
En medio de la invasión de obr-as marxistas; de tanto sociólogo,
economista y político infectado con la terminología engolada y pre-
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
tenciosa del colectivismo; de la bobaliconería que da por sentadas
las tesis más peregrinas, siempre que las avale el materialismo dia
léctico, este
libro, sencillo·
y bien documentado, que indica sin aspa
vientos ni análisis esotéricos
la influencia rusa en los pueblos latinos
de allende el
Atlántico, es
ejemplo de
claridad, de sensatez, de
sere
nidad. Y demuestra también
algo que muchos parecen haber dado
de mano: que para examinar los problemas políticos y sociales no es
necesario apelar a la mitología
marxista, cuyas
leyes
y criterios se
aplican a la realidad como medía a los viajeros el lecho de Procusto.
Theberge es de los historiadores que observan los hechos sin emplear
las fórmulas estereotipadas que
tan útiles son para hallar pseudoso
luciones y no pensar mucho: lucha de clases, cultura burguesa, super
estructura, relaciones
de producción, contradicciones económicas,
con
ciencia social, etc. Al menos para él no se convierte la historia en
soflama, ni en
pasquín, ni
en burda imagen de prejuicios políticos.
MARIO SoRIA.
Gabriel Alférez: ASOCIACIONES, PARTIDOS Y ACCION
POLITICA (*).
Gabriel Alíérez, prestigioso jurista y ya conocido de los lectores
de VERBO
por su
magnifico trabajo
"Los católicos y la política",
aparecido en
esta Revista, acaba de publicar, bajo el título del épí
grafe, un libro de enorme interés. Y como la coincidencia del autor
de esta nota con su contenido es prácticamente total
comenzaré por
señalar una
mínima discrepancia respecto
a:I título elegido que creo
no
da idea suficiente del trabajo elaborado por Gabriel Alíérez.
Ciertamente
tratan las
páginas de este libro de asociaciones y par
tidos políticos,
tema en estos días candente y controvertido. Pero el
propósito del autor es mucho más ambicioso y podría definirse como
una visión, desde el pensamiento tradicional católico, de la política
en su integridad. No con afanes
eorhaustivos y magisteriales sino pata
dar
a:I ciudadano medio una brújula, hoy más necesaria que nunca,
que Je permita caminar por el confuso mundo de la política perma
neciendo fiel a sus deberes ciudadanos y a sus convicciones católicas.
Después de su lectura, en muchos puntos
verdaderamente escla
recedores, se imponen numerosas conclusiones que alivian el alma
de dudas y perplejidades. Y que comprometen al católico a una ac-
(*) Ec!ítora Nacional, Madrid, 1974, 206 págs.
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