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Número 135-136

Serie XIV

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La crisis está «más allá»

LA CRISIS ESTA "MAS Al.LA" (*)
POI!
LOUIS SALLERON
Cuando hoy en día se habla de crisis, se piensa en la crisis eco­
nómica. Sus

temas principales son la inflación, el
paro, la energía.
Esta crisis existe, pero ni tiene relación, ni guarda proporción
con la crisis verdadera, que se sitúa mucho
más allá de los fenóme­
nos económicos;
también podría decirse que

está "a este lado", o
"subyacente", o en "el interior". Se
ttata de

la crisis total,
radical y
absoluta

de la sociedad política, dando al epíteto "política" su sen­
tido pleno. Igualmente correcto sería llamarla crisis de la civiliza­
ci6n, o crisis del hombre, puesto que son los fundamentos mismos
del orden social los que están en quiebra.
En nuestro país [ el del autor, Francia}, esta crisis se manifiesta
desde hace un año de manera explosiva en los hechos
y en las leyes.
La disgregación social está presente en todas partes, lo mismo si se
ttata de

la inseguridad general que de
revueltas y

dramas carcelarios,
o manifestaciones en el ejército, o de la contestación universal.
En
unos meses, se han admitido e¡¡ el ámbito legal las regulaciones más
liberales del mundo para la contracepción, el aborto y el divorcio.
El presidente
Giscard d'Estaing
continúa
tenazmente su
ttiple po­
lítica de
socializaci/m en la distribución, dmghmo en la producci6n,
y liberalismo integral en la, costumbres. Sin duda su espíritu alberga
algún gran designio. Para cualquier observador, ese gran designio
no aparece sino como una voluntad de afirmar su poder dividiendo
(*) Creemos de la mayor actualidad y de gran clarividencia la crítica conw
tenida en este artículo, debido a la pluma de nuestro admirado amigo Louis
Salieron y publicado en ITINERÁIRES 192, de abril 1975, que nos honramos
publicándolo traducido
al castellano para los lectores de VERBO.
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LOUIS SALLERON
a la oposición, que acaso sea la mayoría, cualquiera que sea el precio
que por ello
haya de hacer pagar el pa!s real
Pueda ser que haya en ello un repliegue estratégico con vistas
a un

nuevo
control posterior.
Quisiéramos poderlo espetar. Pero es
imposible
encontrar el

menor indicio capaz de alimentar esa
espe­
ranza. No es posible reconstruir una sociedad justa y libte utilizando
indefinidamente

la filosofía
y los métodos del socialismo. La licencia
ilimitada en el ámbito de
las costumbres y de las opiniones no es
más que

una
caricatura de

la libertad. Combatida con un dirigismo
socializante en

el ámbito de la economía, no puede sino
desembocar
en

un régimen autoritario de tipo expresamente socialista que
será,
rtas el comunismo soviético y el de las democracias populares, una
forma nueva de
toralitarismo.
• • •
Quisiéramos exponer aquí una observación acerca de la considera­
ción del liberalismo como la fórmula deseable de los
regímenes po­
líticos.
El liberalismo es la doctrina de la libertad erigida en principio
regulador de la vida social.
Todo el mundo está de acuerdo en que la libertad es el bien más
precioso del hombre.
Pero está por definir en qué consiste, as! como
las condiciones de su ejercicio. Cuando todo va bien, no se piensa en
ello, porque no se suele notar que en la práctica conlleva ciertas li­
mitaciones.
Se disfruta de la libertad de ir y venir, de tener opiniones
diferentes,
de
participar en
actividades. diversas,
de comprar, de ven­
der, de alquilar, de elegir profesión, etc.
Esta libertad comedida pa­
rece natural, tanto en su contenido como en sus límites. Pero, precisa­
mente, no es natural, es el resultado de las costumbres, apoyadas por las
leyes, que son una herencia de un régimen no liberal, de un régimen
de autoridad, es decir, de un régimen que instituía numerosas liber­
tades, pero en nombre de principios ligados a una religión, o, si se
prefiere decirlo as! (menos profundamente], a una filosofía de la
sociedad.
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LA CRISIS ESTA «MAS ALLA»
Esto se ve en todos los regímenes políticos occidentales que se
han convertido en "liberales" al
final del siglo XVIII y en el siglo XIX.
Cuando Francia se hizo liberal, en 1789, disfrutaba, aproximada­
mente, de todas las
libertades que la Revolución ha alardeado haber­
las instituido. Pero esas libertades habían sido el fruto,
lentamente ma­
durado,

del cristianismo. Las nuevas leyes las confirmaron, confiriéndo­
les un carácter principal
y absoluto. Si ese carácrer no les hizo dege­
nerar
inmediatamente en licencia, es porque existían unas costumbres
que creaban una especie de ley costumbrista que definía el conteni­ do de esas
libertades y les trazaba sus límites.
Sin embargo, poco a poco, el principio de la
libertad tendió
a
hacerles
saltar unos límites que· no tenían otra fuente de justifi"cación
que la mera relación de las .fuerzas sociales. Pero, un día, hasta la
misma noción

de límite llegó a parecer absurda. Las nuevas leyes
giscardianas acaban de informarnos que
eran, efectivamente, absur­
das, y que si el día de mañana la sociedad debe de morir por su
culpa, será salvada por
la fuerza suprema del Poder político, del Es­
tado, que

le impondrá obligaciones y prohibiciones, pero sin más
título que el interés y la
voluntad del

mismo poder, que tiende a con­
fundir el bien común con su bien propio, necesariamente concebido
bajo el punto de vista del propio poder. Si los
Estados Unidos,
que a menndo son considerados, y se consi­
deran ellos mismos, como el país de
la libertad por excelencia, han
podido erigir el liberalismo en dogma, ha sido gracias a unas cos­
tumbres religiosas que, no siendo de muy alto nivel, han sido
hasta
una época muy reciente, extremadamente rigurosas. Aunque se les
tache de puritanismo, de fariseísmo o de hipocresía, no por ello han
dejado de constituir un c6digo social que fue lo bastante fuerte para
contener la violencia del desarrollo industrial.
El "lo que se suele hacer" y "lo que no se suele hacer", es en el
liberalismo el residuo de
la moral enseñada e instituida por la auto­
ridad de regímenes precedentes que confesaban unas verdades religio­ sas y metafísicas.
Cuando la lógica de
la libertad ilimitada consigue hacer saltar los
tabús
del "lo que se suele hacer"
y "lo que no se suele hacer", la
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LOUIS SALURON
licencia y la anarquía, emprenden su carrera. Entonces la sociedad se
disuelve, o bien es rehecha por la mano de hierro del Poder.
• •
Todo el Occidente está dando este giro. Es la única oportunidad,
pero la verdadera oportunidad, del comunismo, que se presenta como
el único régimen político que se
halla material e ideológicamente per­
trechado para reconstruir, en nombre del materialismo ateo, un orden
social. Orden social que, por otra parte, es falso, porque es contrario
a la naturaleza del hombre y de la sociedad, y que por eso esrá con­
denado finalmente a fracasar, pero que es capaz de mantenerse cierto tiempo si no se Je opone
un. orden

verdadero.
Las leyes giscardianas han hecho comprender a muchos esta ame­
= que pesa sobre la sociedad francesa. Aunque por otra parte,
nada se trasluce porque los medios de comunicación social están en
manos de los depositarios de la ideología decadente. Cada vez más,
la sociedad del silencio se pregunta cómo se puede salir de esa si­
tuación_ Marce!
Oement

habla
de la "contra-cristiandad" naciente. Cierta­
mente, de eso se trata. Aquí el dtama alcanza su cima. Porque la
propia Iglesia desfallece. Especialmente, entre nosotros, un episcopa­
do colegiadamente apóstata,
se convierte

eo cómplice de la barbarie
que nos invade.
La Jerarquía, mediante la falsificación de sus oficinas,
de sus capellanías, de su catequesis y de su liturgia, termina por des­
truit lo que quedaba de cristiandad, de civilización cristiana.
¿Sobrepasaternos esta
"crisis'.'? La razón no permite pensarlo fría­
mente. Pero hay
lo invisible. Hay ese fermeom en las concieocias
que presentimos, y que incluso encontramos un poco por todas partes.
También hay que esperar en esa opinión, crecieote, de que la única
alternativa frente a la civilización cristiana es el comunismo, que se
empieza a conocer mejor, y que da miedo, que horroriza.
Tengamos, pues, esperanza. Pero el esfuerzo que hay que realizar
será inmenso.
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