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Número 139-140

Serie XIV

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La raíz del error, ¿en el entendimiento o en la voluntad? Ante el fracaso de la filosofía moderna

LA RAIZ DEL ERROR
en los encuentros y stands, y, especialmente; en los foros, orientttdos
en cuatro direcciones, muy polémicas hoy:
a) Las relaciones humanas en la empresa.
b) La sociali2ación: actualmente en boga e invttdiendo cttda
d/a más ámbitos y en mayor grttdo.
C) La familia en la sociedad actual, que también sufre los ata­
ques socializante.r ;unto a tas corriente.s disolvente.s, confluyendo am­
bos en aislar individuos que masificddos son .objeto de/ sodalismo es-
tatal. ..
d)

Y el
análisis de
la
actual invasión de ideas marxistas en los
manuales de

historia,
que la deforman y falsean su perspectiva, que
no

debemos perder sino
recuperar, para que nos sÍr1la de experiencia
y enseñanza confirmándonos los principios de nuestra doctrina.
Como prólogo a la primera de estas cuatro cue.rtiones, orientada.r
a una labor práctica, publicamos también -después del estudio antes
señalado-
una
exposición del
Centre d'Etudes des Entreprises, que
anticipa
la

dirección en torno
a la cual desarrollarán

sus
furos nuestros
amigos Patrie Jobbé Duval y Jacques Leroy. También conviene leerla,
y meditar s11 contenido, antes de nue.rtra Reunión.
LA RA1Z DEL ERROR, ¿EN EL ENTENDIMIENTO
O
EN LA VOLlJNTAD?
ANTE EL FRACASO DE LA FILOSOFÍA MODERNA.
Poa
LUCAS GARCÍA•BO.RREGUBRO
El mundo moderno no sufre que se le hable de sus errores; mu­
cho
menos sufre
que se le hable de sus pecados.· Gústele o no, el
error es un hecho
y el pecado también.
Hasta ahora hemos culpado a la filosofía, a .sus desviaciones y
errores, el malestar del mundo.
Y hay que tener él valor de culpar
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Fundaci\363n Speiro

LUCAS GARCIA-BORREGUERO
en bloque a esta nefasta filosofía, porque ella, en sus ideas fundamen­
tales, está envenenada
y envenenando cuanto toca. "La filosofía mo­
derna
-dice e'l Padre Klimke en su Historia de k, Filosofía--, con­
sid~a
no

en cuestiones
particulares, sino

en el conjunto de solu­
ciones a los problemas del mundo; del hombre
y de Dios, ha sido
un completo fracaso". Por eso se ha dicho con reiteración que el
problema del mundo es una cuestión metafísica, no sólo de meta­ física general, sino también, como hemos visto, de metafísica
especiaL
donde

entran en juego el mundo, el hombre y Dios. Pero a la me­
tafísica es de justicia concederla un tumo a consumir en su propia
defensa. El hombre es quien hace metafísica,
buena o mala metafísi­
ca; si el hombre no fabrica
la verdad, él es quien la va descubriendo
y ordenando poco a poco, en sus líneas generales, primero, y en sus
matices particulares, después.

Con
permiso del pensamiento moder­
no heterodoxo, sea de signo idealista o voluntarista, el hombre no es
el autor de
la verdad. El hombre puede estar en la verdad lógica,
por la

adecuación del entendimiento a las cosas, en las cuales se
halla radicalmente la verdad; puede asentir a lo falso, caer en el
error. La evidencia nos muestra en primer término la limitación de
nuestro entendimiento afectado de innumerables ignorancias.
Es un
hecho innegable. Ignorar, empero, no es errar; por esa raz6n el en­
tendimiento humano, en medio de sus limitaciones, puede ser
infali­
ble; de hecho lo es siempre que el objeto se le muestra conveniente­
mente y no es obstaculizado en sus
funciones y actividades. En este
sentido, es cierta la afirmación aristotélica de que el entendimiento
es siempre rectO. Se impone, pues, esta afirmación: el entendimiento,
por sí mismo, de
ninguna manera
es causa del error; cuando yerra
--y la experiencia nos ensefia que el entendimiento yerra con la­
mentable frecuencia, incluso en materias de gran entidad-la semi­
lla
y causa de sus errores le son extrínsecas. Para que la mente instale
a la falsedad en el trono de
la verdad, aquélla ha de presentársele con
vestido de reina, disfrazada de verdad,
sub specie veritaús; el enten­
dimiento es

siempre
la facultad de la verdad, sea esta verdad real o
existimada. Tampoco las cosas son causas del error; ellas son totalmen­
te verdaderas, se identifican con su propia naturaleza, con su ser, que
siempre es verdadero. Si la verdad lógica es la adecuación o confor-
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Fundaci\363n Speiro

LA RAIZ DEL ERROR
midad del entendimiento con la cosa y, en el sentido explicado, el
entendimiento es

infalible y
las cosas verdaderas, ¿cómo es posible
el error? ¿Cómo es posible
un juicio en que el predicado no· con­
venga al

sujeto? Por supuesto, se
dan cosas cuya natoraleza tiene
derta complejidad, que oscurece su clara visióñ; y hasta guardan
unas con otras cierra similitud, una aproximación tal que sumerge
como

en una zona de sombra lo que
en ellas

mismas es nítido contor­
no. Por supuesto
también que

el entendimiento
humano es más flaco
de lo que ciertas conquistas por él realizadas pueden hacer pensar,
flaqueza que sube de punto
si se atiende a la herida causada por el
pecado original; en la actual economía nuestro entendimiento, sobre
flaco, es un herido. Pero esa dificultad de las cosas
y esa delgadez
constitucional
y morbosa del entendimiento sólo son causas
remotas,
tal vez sólo ocasiones y condiciones del error. La causa próxima, la
que influye

inmediatamente en el entendimiento para que
éste emita
un

juicio falso y caiga en el ,error, es la voluntad.
En efecto, única­
mente

el objeto evidente y la
facultad espiritual

que llamamos
vo­
luntad pueden determinar a ~ mente a un asentimiento; -si no es, pues,
el objeto evidente quien lo impone, es la voluntad quien lo impera. La voluntad, que está ordenada a
,la promoción y conquista del bien
conveniente al hombre entero, necesita: que le estén sometidas, aunque
en diverso gtado, las demás facultades humanas, el entendimiento
inclusive;
la voluntad, a quien pertenece el fin del hombre, tiene el
deber
y el derecho de mover a las potencias encargadas de suminis­
trar los medios
para el fin. Ella impone al entendimiento, en las
cosas no evidentes, un asentimiento
que rebasa , lo
que
éste percibe.
Sin

duda que en ese asentimiento impuesto
hay una extralimitación
de

la voluntad,
·un abuso y ,violencia de la voluntad sobre el enten­
dimiento.
La voluntad tiene' la facultad de elegir y elige, elige aquel
asentimiento. Si en esta elección
;obra bien
o
mal, si es pecado o no
es pecado imponer el error, es
ya otra cuestión, una muy importante
cuestión.
Es doctrina corriente entre los teólogos que Adán, en el estado
de inocencia, no era sujeto
de, error. En ese estado no existía ningún
mal y el error es un mal del entendimiento. En ese estado Adán no
hubiera sabido
nada opinando; todos sus conocimientos hubieran
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LUCAS GARCIA-BORREGUERO
sido ciertos. De ahí que San Agustín diga que el error no pertenece
a la naturaleza del hombre
mi como salió de las manos de Dios, sino
del . hombre ya
castigl!do. De
esta doctrina
podemos llegar
a esta
conclusión: a
lo menos el primer error es pena del pecado; y a esta
otra: de hecho en
la vida del primer hombre antes que el error se
dio el pecado ¿Nos autorizan estas conclusiones para
generalizar,
afirmando

que a todo error le
acompaña el
pecado? Rotundamente
podemos afirmar que
todo error imp,-udente tiene razón de pecado.
Si
resultara que todo error es imprudente, entonces sí que podíamos
llegar a la
generalliación. Y ¿cómo puede
no ser imprudente el
error? El
error no

es simple ignorancia; a
ella el entendimiento afia.
de un acto; emite un juicio,_ una sentencia falsa acerca de _lo que
ignora, y esto -dice Santo Tomás (De MIilo, q. III, a. 7)-no se
hace
sine praesmnptiofl8, sin imprudencia y ligereza, máxime -<ÚÍa­
de el Santo- en cosas donde hay peligro de errat. El entendimiento
que yerra no tiene
por sí mismo motivos suficientes pata el error
ni los puede encontrat en las cosas en que yerra. Su estado es un
estado de indiferencia e inercia del cual le saca la voluntad, im­
perándole un

acto de adhesión falsa, y
esto no por motivos intelec­
tuales suficientes y legítimos; que entonces no se daría el error, como
es obvio. .Sin embatgo, la voluntad no deja de tener sus motivos:
son. sus

simpa
das y antipatÍas, sus
filias y sus
fobias, sus codicias,
amor y miedo, sus amores y horrores, su vanidad, su
pereza, sus
intereses

bastardos, sus pasiones ... En la ciénaga de estos bajos fon­
dos se
incuban los. errores,

sobre todo cuando
éstos versan sobre ma­
terias que
postulan y entrañan un determinado estilo de vida práctica,
una exigente norma de conducta.
La influencia de la voluntad y de la mala voluntad sobre el en­
tendimiento es atestiguada
por pensadores de las más divergentes
tendencias.
"La maldad -dice Aristóteles en su Et/e,, a Nicómaoo­
engafia con relación a los principios prácticos, de modo que es a
todas luces imposible ser juicioso cuando no se es bueno". Así ha­
blaban también Deseattes, La Bruy~re, Rousseau, Tomás Merton •..
Por,
citar algunos

cuyos testimonios tenemos
a mano
y que omitimos
porque todos
expresan las mismas ideas. Nos interesa más recoger
algunos
testimonios de la Sagrada Escritura donde se ve clara la
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Fundaci\363n Speiro

LA RAIZ DEL ERROR
influencia de la mola voluntad sobre el entendimiento. En San Juan
(3, 18-21) leemos:
"El que cree en

El
-el Hijo

de
Dioo-no
es
juzgado (condenado); el que no cree
ya está juzgado, porque no creyó
en el nombre del Unigénito Hijo de Dios. Y el juicio (de condena­
ción) consiste en que vino la luz al.mundo, y los hombres
amaron más

las tinieblas que la
luz, porque sus obras eran malas. Porque
todo el que obra
mal, aborrece la luz, y no viene a la Juz, porque
sus obras no sean reprendidas. Pero el que obra la verdad, viene a
la
luz, pera que sus obras sean manifestad~, pues están hechas en
Dios".
La conclusión,de estas palabras es ésta: según es la ética es o
puede ser la metafísica. Ellas explican también el misterio de la in­
credulidad de los hombres.
En sus discusiones con los judíos Jesús repite esas ideas en estos
términos terribles:
"El. que
es de Dios,
oye las palabras de Dios
(Jo. 8, 47). Pot eso vosotros no las oís, porque no sois de Dios". No
sois de Dios moral
y espiritualmente; sois descreídos porque sois pe­
cadores. El mismo
Jesils concreta alguna de
,las causas de la
incre­dulidad. "¿Cómo podéis

creer vosotros
- los judíos- (Jo. 5,
44) que

recibís la
gloria_,, unos
de otros y no
buscáis la
gloria del
Unico?" Se apunta en ese versículo a la soberbia, ambición y vana­gloria, raiz última de todo pecado. ,Fue el pecado de los ángeles y el
pecado de
nuestros primeros

padres. Dice
San Agustín que el ángel,
caído por la soberbia,
pasó ese 1mismo ciliz a Adán. Y por supuesto,
nuestro primer padre lo pasó también a sus hijos. Pretendió
Adán la divina semejanza~ eriti.r .ricut düJ~seréis conio dioses. Ser, como Dios, la norma del bien y del mal; · ser su propia ley y gozar de autonomía
con respecto a1la ley de Dios. Es más, ser, como Dios, su propio fin y felicidad; bastarse a sí mismo pera alcanzar con sus solas fuerzas
naturales ese fin y esa felicidad. Si se
,nos permite
cierto desenfado
en
la expresión, diremos que Adán en ese mal paso de su vida se
movía,en una

atmósfera auténticamente laica, se adelantó
a su
tiem­
po, preludió a Protágoras, era un kantiano ... ; aunque también se
puede decir que el laicismo es un
fénómeno de

regresión a
Adán, en
su

primer pecado
y que la filosofía moderna, en su esquema, es
eminentemente
retrógrada, satánica,
luciferina.
¿Cómo, sin
un
gran pecado que le sirva de base, se puede explicar que esta filosofía haya
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Fundaci\363n Speiro

LUCAS GAR.CIA-BORRBGUERO
negado no sólo las verdades contenidas en el depósito de la revelación
cristiana,

sino
t;am.bién las grandes verdades de orden natural, objeto
de la razón? ¿Cómo una filosofía inserta en el marco geográfico y
cultural de la Cristiandad se 1ha tornado herética y atea? Si la fe no
se pierde de buena fe, si Dios no abandona si
antes no
es
abando­
nado, ¿c6mo de nuevo se ha dejado raptar esta Europa y la cultura
occidental
pot el jupiterino toro de la paganía? ¿C6mo la Europa
cristiana,
lustrada con

aguas bautismales, ha vuelto al
t-obolium
de Juliano el Apóstata, y la que cantó en sus aclamaciones medievales
el
Cbnstus vincit entona hoy un Requism aeternam Deo? ¿Cómo ha
podido perder de vista a Dios? Este es el gran problema y tragedia
de nuestro mundo: la
pétdida de

Dios.
San Pablo, escribiendo a los Romanos (1, 18), nos dice que las
aberraciones de la mente no se
explican sin la intervención de una
voluntad perversa. "Se
r~ela, en efecto, la cólera de Dios desde el cie­
lo contra toda impiedad e injusticia de
los hombres que oprimen la
verdad con la injusticia. Porque
el conocimiento
de Dios existe claro
en ellos, puesto que Dios se
Jo manifestó. Pues los (atributos) invisi­
bles de Dios se hacen visibles por
la creación del mundo, conocidos
por la inteligencia en sus
obras: así

su etetna potencia como su divi­
nidad; de
suerte que

son inexcusables. Por cuanto habiendo conocido
a Dios, no Je
glorificaron como

a Dios, ni le hicieron
gracias, antes
se
desvanecieron en sus pensamientos
y se entenebreció su insensato co­
razón.
Alardeando de sabios, se embrutecieron, y trocaron la gloria del
Dios inmortal por un simulacro de imagen de un hombre corrup­
tible,
y de volátiles, y de cuadrúpedos, y de reptiles". El Apóstol
habla

de los gentiles
y afirma que son culpables ante el tribunal de
Dios; que son inexcusables, no
precisamente los
que no
aicanzan el
conocimiento

de Dios a
través de
las criaturas, pues da por su­
puesto que todos Je poseen, sino los que oprimen
y como ahogan lo
verdad claramente conocida con la injusticia de sus obras. De
esa in­
justicia

arranca asimismo la ulterior
degradación del hombre que en
la idolatría llega a su punto
más bajo. Pero los ídolos, en muchos
casos, eran ,las pasiones

del hombre deificadas. Uno se pregunta qué
diría el Apóstol, que

hablaba así de los gentiles, del mundo del
siglo
XX, viéndole

curvado no ante ídolos de oro o de plata, sino
1160
Fundaci\363n Speiro

LA EMPRBSA, EL HOMBRB Y EL TRABAJO
ante ídolos fabricados en todos los delritm pasiooales; o qué diría de
tanto iotelectual heterodoxo
el sabio, que llamó "iogénitamente ne­
cios", y por consiguiente, tontos de remate, "a todos los hombres en
quienes se halló
el desconocimiento de Dios" (13, 1). Seguramente
que pronunciaría
la misma terrible sentencia: son inexcusables. son
más culpables que los
antiguos gentiles.
LA EMPRESA, EL HOMBRE Y EL TRABAJO
Desde hace cierto tiempo, existe _una preocupadón a t_odos los niveles
acerca de la reforma de la empresa. ·uamamos la ate11ción de nuestr~s ami­
gos-sobre el valor dé la declaración siguiente: es la det director de una
empresa que emplea mrh de 2.000· -personas, y muestra el tipo de-reforma
que
se puede hacer
en la
emp,·esa para desarrollar un ambiente humano en el
cual las aspiracione.r de lo.s hombres se coniugan con las exigencias de una
efir:acia en el trabajo.
Damos las gracias al Centre d'Estudes des Entreprises que nos ha autori­
zado
a publicar este

texto
publir:ado en el ndmero 29 (agotado) de

CEE
INFORMATION bajo el titulo: «Ambiente humano de la., empresas y eficacia de
la producción».
Todos los empresarios que encontramos están preocupados por
la mejora del ambiente social de su empresa y del rendimiento de su
producción. Estos imperativos les parecen muchas veces antinómic;os.
La ex­
periencia que hemos
realizado en

nuestras empresas
ha tratado, sin
embargo, de poner en obra todos estos datos en un conjunto sencillo,
coherente
y eficaz.

Empezada
hace ya unos quince afios, perseguida
con
paciencia
y prudencia, puesta en-marcha muy progresivamente,
ha sido aplicada a todos los niveles. Unas reformas bastante radicales
introducidas primero en
la fabricación han sido . proseguidas hasta
los departamentos administrativos,
con el
fin de obtener una unidad
de conjunto que, en su sencillez, es la condición de una buena gestión.
Esta experiencia de más de quince
afios fue

puesta a prueba en
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