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Número 223-224

Serie XXIII

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El arte de comprender la historia

EL ARTE DE COMPRENDER LA HISTORIA
POR
JOSÉ ÜRLANDIS
Catedrático de Historia del Derecho
de la Universidad de Navarra
Procopio de Cesarea es, sin duda, la figura liteiaiia más .im­
portante

de aquel Siglo de
Oro de la civilización bizantina que
fue la
edad del emperador Justiniano. Procopio, que cultivó con
igual
maestría la
apología cortesana en
el. tratado «De las Cons­
trucciones»
y el libelo político en la «Historia Secreta», hada una
juiciosa advertencia en el prefacio de la «Historia de
las Gue­
rras»,

su
gran obra, en la que trató de ser sencillamente histo·
riador: «El atributo fundamental de un orador debe ser la sa­
gacidad; el de un poeta, la inventiva; el de un historiador, la
verdad» .. La verdad histórica tan sólo puede alcanzarse como fruto de
un esfuerzo en el que ha de conjugarse la objetividad
y el afán
de comprender. Las crónicas medievales solían preocuparse so­
lamente de aquélla
y, así, un Gregorio de Tours, relata sin in­
mutarse
-y también sin escandalizarse--los episodios más atro­
ces

en que fue pródiga la historia de la Francia merovingia. Los
«ilustrados» del siglo
XVIII -un Montesquieu, pongamos por
caso-- no sabían, en cambio,
· «historiar» · sin

formular a cada
paso juicios
críticos, cargados

de negras tintás, sobre el «fana­
tismo»
y la «crueldad» de los «tiempos obscuros», que serían
para ellos todos los que siguieron al
final del mundo romano
clásico. Modernamente, los hisioriadores no se conforman con
una descripción, aunque sea exhaustiva,
de los hechos ni acos­
tumbrari,
tampoco, a

formular juicios
morales acerca

de ellos:
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Fundaci\363n Speiro

]OSE ORLANDIS
pretenden entenderlos, para comprender también así a los hom­
bres que
fueron sus protagonistas.
El

esfuerzo por
comprender el
pasado es un noble empeño
y supone, a la vez, un nuevo avance desde el punto de vista de
la metodología lúst6rica; peto no deja de tener sus riesgos. El
principal de ellos es la tentación de aplicar a la lústoria una «cla­
ve» de validez
universal y obtener, de ese modo, una determi­
nada
-y preconcebida- «versión» de la misma. La «lectura»
del pasado con
clave marxista
ha dado lugar a la interpretación
materialista de la historia, que ha estado de moda en muchos
ambientes durante las últimas décadas. El
materialismo preten­
de

hallar en causas de índole económico-social la explicación
unívoca e infalible de los grandes fenómenos que
han determi­
nado

la
dinámica de

la historia humana. Estos factores habrían
tenido un peso
tan grande en el devenir de los siglos que la úni­
ca concepción de la historia que merecería el nombre de «cien­
tffica» sería

aquella que les
atribuyera una
absoluta primada.
Las explicaciones
simplistas, de

aparente validez universal,
tienen el aliciente· de
lo fácil y dispensan, además del trabajo,
siempre engorroso, de discurrir por cuenta propia.
Peto la
difi­
cultad estriba
-como advertía

el maestro Sánchez Albornoz en
su discurso sobre «Historia
y libertad»--en que las soluciones
simplistas no siempre resultan válidas. Es evidente que aconte­
cimientos históricos de primer orden, como la difusión del Cris­
tianismo, la expansión del Islam, la
Reconquista o el descubri­
miento de América no obedecieron a motivaciones de índole eco­
nómico-social, ni se explican de modo medianamente satisfac­
torios por los principios del cientifismo materialista. La quiebra
de
1a interpretación materialista de la historia, que se hace pa­
tente en
cuento' se
desciende del plano de los principios al te­
rreno de las realidades concretas, sugiere la conveniencia de
re­
visar los errores que pueda haber · en sus planteamientos más
elementales. Ha ocurrido, tal vez,
guida historiografía

marxista, al consi­
derar los fenómenos del pasado, no ha sabido siempre distinguir
con suficiente claridad entre lo que en ellos tiene razón de causa
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Fundaci\363n Speiro

EL ARTE DE COMPRENDER LA HISTORIA
y razón de efecto. Las Cruzadas, por ejemplo, que fueron la ma­
yor empresa colectiva de la Europa medieval, tuvieron en su
origen un móvil tan espiritual y «poco interesado» como la
libe­
ración

de Tierra Santa, en manos de los infieles; pero eso

excluye

que de
las Cruzadas se derivasen consecuencias eco,
nómicas

tan importantes como la multiplicación de las
relacio'
nes

cometciales entre el Oriente y el Occidente
meditetráneos,
Nadie

negará tampoco la importancia económica que tuvo el
fenómeno de las petegrinaciones a Compostela. Pero la
razón
que

impulsó a los petegrinos de toda Europa a
caminar hasta
la

lejana Galicia fue el atractivo que ejetcía sobre ellos el
sepub
ero del Apóstol: no el deseo turístico de alojarse en las hospe­
derías o el
afán de negociar en las tiendas de los cometciante~,
aunque

hosterías, hospitales y barrios
de mercadetes surgietar¡
a

la veta del
Camino de

Santiago, al calor de las
petegrinach
nes

que fueron un fenómeno esencialmente religioso y que
n perdiei:oh
este

caráctet por el hecho de tener repercusiones
eco,
nómicas muy notables.
La comprensión de la historia -lo estamos viendo- es un
arte difícil que exige limpia honestidad intelectual, para no de;
jarse aprisionar por apriorismos ni limitaciones escolásticas;
Exige también un esfuerzo para entendet a los protagonistas del
ayer tales cual fueron, sin pretender asignarles la mentalidad
dJ
ciertos

hombres de hoy
ni atri'buirles las motivaciones que pue'
-' dan pesar en el ánimo de un materialista moderno. Tal sólo así
-con honestidad y esfuerzo-- el
. historiador
se revestirá
de
aquel

atributo
de veracidad que le pedía Procopio de Cesarea
y lo que escriba merecerá con justicia el nombre de historia.
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