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Número 223-224

Serie XXIII

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Forjadores de México (IV)

FORJADORES DE MEXICO
(Continuación)
POR
NEMESIO RoDRÍ.GUEZ Lo1s
VII. El renacer de España en México.
Gracias a los apostólicos afanes de miles de santos m1S1one­
ros, como los nueve cuyas semblanzas acabamos de presentar
de modo tan somero, fue posible que en unos cuantos años se
integrara una nueva naci6n.
Y es así como en lo que fuera el valle de Anahuac y reinos
circunvecinos se forja una patria y se da el prodigio de que la
España católica se trasplante al México guadalupano y aquí se
produzca un admirable renacer. Cuando en los textos de historia oficial se estudia la evo­
lución del pueblo mexicano se suele hablar, con amplitud
y exa­
geración, de las culturas precortesianas con detalle
y marcado an­
tiespañolismo de la conquista; se habla luego, brevemente, de
la época colonial
y, otra vez, se vuelve a narrar con lujo de de­
talles y apasionanúentos tendenciosos las luchas de independen­
cia, reforma
y revolución.
En cambio, esos tres siglos, durante los cuales se forjó y
consolidó la nación mexicana son vistos con desdén, se pasa por
ellos como quien pasa pisando ascuas ardientes y para nada se
analizan trescientos años que fueron el fundamento del México
que hoy conocemos. Por eso es que le asiste toda
la razón a Carlos Pereyra cuan­
do nos dice que, «la vida colonial es otra galería subterránea
en la que desembocan numerosos túneles mal alumbrados. La
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organización virreinal y la magistratura, las instituciones econó­
micas y las eclesiásticas, la beneficencia, la pedadogía, las misio­
nes,
la ciencia, el arte y las letras, si se profundizan con el ahín­
co del investigador honrado, no dejarán mucho margen para el simplicismo declamatorio
y, sin embargo, en centenares de libros
popularizadores,
México pasa
de las glorias precortesianas a las
luchas de la libertad, saltando sobre los tres siglos de ignomi­
nia» (69).
Qué ·equivocados viven quienes menosprecian la que, pre­
cisamente, fue la época más brillante en la historia de la nación
mexicana.
Es necesario purificar nuestra historia, limpiarla de menriras
y de calumnias y reivindicar la figura, ejemplo y buenas obras
de personajes insignes a quienes México les debe todo. Ese no es sólo un deber elemental de justicia, sino de pro­
pia supervivencia, ya que un pueblo que no sabe honrar las ha­
zañas de los remotos antepasados jamás podrá hacer algo que sea digno de honra por sus remotos descendientes.
« Un pueblo sin historia sería semejante a un hijo expósito
que, ignorarido quiénes fueron sus progenitores y careciendo de
apellido y de familia, se encontrara deprimido en la sociedad sin
recibir la educación tradicional que se transmite de abuelos a
nietos, con el ejemplo y su consejo, que forman, a veces, el
único caudal moral de una persona ...
»La civilización de la sociedad mexicana no desciende de
aquellos antiguos indios bárbaros de los que no habría nada
de cultura que imitar, sino de España que la formó y educó.
dejándole, como uno de
tanto& legados,

el ejemplo de un acen­
drado amor a la patria. Así, pues, la historia de España es
tam­
bién nuestra historia, y las glorias de Viriato; de Alfonso I, el
Católico; de Alfonso, el Sabio; de Alonso Pérez de Guzmán, el
Bueno; de doña Isabel, la Católica; del cardenal Jiménez de Cis­ neros; de Carlos V; de don Juan de Austria; de Daoíz y Velar-
(69) Mixico falsificado, Editorial Polis, l." eclic., México, 1949, pá­
gina 22_
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de, y de otros más, nos pertenecen y debemos excederles o imi­tarlos cuando
menos» (70).
Una

nación la integran sus hombres, y cuando éstos son ilus­
tres, ni duda
cabe que

el brillo de
la gloria se extiende hasta el
confín más alejado de la patria. A México llega, en 1539, la primera imprenta, invento que
a las Colonias Inglesas (hoy Estados Unidos) llegó un siglo des­
pués. En 1551 se funda en
México la

Universidad, la
cual -junto
con
la de Lima, fundada en el mismo año- fue la primera de
América. El «Harvard
College» se
fundó en las colonias ingle­
sas en 1636, escuela donde sólo se enseñaba a leer, escribir
y
contar.
Esto es importante por la siguiente razón: las Universidades
requieren de colegios mayores y éstos, a su vez, piden la exis­ tencia de escuelas de primeras letras. Es decir, que las Universidades no pueden existir sino como
coronamiento de una amplia obra educativa. La Universidad es
el vértice de
la pirámide, en cuya base se encuentran los cole­
gios de primera enseñanza.
Monseñor Francis Clement Kelley nos dice que, «estaba Mé­
xico
tan lleno de escuelas y colegios mayores antes de las confis­
caciones --escuelas y colegios para niños y niñas, de labores
manuales, de artes
y oficios de todas clases- que bien se justi­
fica esta declaración arrasadora como fin del presente capítulo:
hasta ese día, jamás hubo sobre la faz de
la tierra país alguno
que, en tiempo tan corto, hubiese realizado tanto en favor de
la
educación» (71).
En lo que a cultura artística se refiere, don José Elguero nos
dice que «las artes y las letras florecieron en Nueva España,
desde fines del siglo
XVI y principios del XVII, hasta los últimos
días del régimen virreinal».
(70) Antonio Gibaja y Patrón> Comentario a las revoluciones sociales
de México, Editorial Tradición, 2.• edic_, México, 1973, tomo I, pág. 108.
(71) México, el país de los altares ensangrentados (traductor: Guiller­
mo Prieto-Yeme), Editorial Polis, l.' edic., México, 1939, pág. 96.
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«Cerca de cinco mil iglesias se construyeron en Nueva Es­
paña, que no sólo fueron
y son todavía testimonios vivos de la
fe, sino también centros de población y focos de cultnra. En
torno del templo agrupábase el pueblo; la afluencia de los fie­
les atraía a los comerciantes y, a poco, edificábase el villorrio, la villa
y la ciudad. Cosa semejante sucedía en las minas y, éstas
y las iglesias poblaron el territorio de agrupaciones humanas que
vivían bajo techos, progresaban materialmente y aveníanse, al
fin, a las prácticas y usos de la civilización» (72). En el siglo
XVII la Nueva España ocupó un lugar distingui­
do entre las naciones del viejo mundo y, con toda seguridad, el
primero entre las naciones de América.
Muchos mexicanos brillaron en Europa, no en segnndo lu­
gar, sino al mismo nivel y en ocasiones mejor que los miem­
bros europeos. En la época en que destacan grandes luminarias, como don
Carlos Sigüenza y Góngora -poeta, filósofo, historiador, anti­
cuario, crítico, matemático y astrónomo-; Sor Juana Inés de la Cruz -una de las glorias imperecederas de la Nueva España-;
Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza -uno de los poetas más no­
tables no sólo de México sino de todo el mundo civilizado--;
Fray Antonio de Monroy e Híjar -dominico nacido en Queré­
tano, a quien le cupo la gloria de ser arzobispo de Santiago de
Compostela-, etc. En el campo de la pintura destacan Miguel Cabrera· -cuyo
arte está a un nivel igual o superior de los mejores pintores
del barroco europeo--, Baltasar de Echave, Simón Pereins, etc. Las pinturas de esa época se caracterizan por la suavidad y
blandura que parecen inspiradas
· por

el ambiente dulce y tran­
quilo que se respira en el país. Como bien nos dice Jorge López Mocteznma, S.
J.: ,,Con­
quistadores

y misioneros, durante el siglo
XVI, van a echar una
especie de red de cultura europea sobre
la cnltnra indígena pre-
(72) España en los destinos de México, Editorial Jus, 3,-edic., México,
1962, págs. 39 y 40.
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existente y, poco a poco, ambas culturas se irán incluyendo mu­
tuamente. Advertimos en México un fenómeno que no se en­
cuentra en América del Sur, y consiste en
la presencia de los
maravillosos conventos del siglo
XVI, grandes, espaciosos, bellos,
testimonio
· de

una Iglesia audaz y apostólica que logró formar
comunidades indígenas, abiertas a un cristianismo nuevo que ce­
lebraba ante ias capillas abiertas el culto divino en lengua nahuatl.
«Ahora bien, a pesar de molestos retrocesos, la compenetra­
ción de ambas culturas continúa y se extiende hasta· el siglo XVII.
Este va a ser fundamental en México, pues en él se lleva a cabo
la fusión definitiva de las dos culturas y brota, como una pre­
ciosa flor,
la cúpula poblana, primer testimonio inequívoco de
la cultura recién nacida.
La cúpula poblana ya no es una sim­
ple copia de modelos españoles, tampoco es una construcción in­
dígena, es un producto del mestizaje cultural realizado en nues­
tro suelo.
«Esta sólida fusión de culturas nos va a dar una cultura nue­
va, rica y variada, pero algo limitada en su expresión» (73 ).
Expertos en temas artísticos mexicanos se muestran de acuer­
do al afirmar que uno de los ejemplos más perfectos de la sín­
tesis cultural mexicana --cristianización del arte pagano, le lla­
maríamos nosotros---- es
la iglesia de Tonanzintla, en el Estado
de Puebla.
La Iglesia de Tonanzintla no es ni indígena ni española,
es
mexicana. Ciertamente la hicieron los indios, pero ya esos in­
dios que
ia construyeron
estaban impregnados por el humanis­
mo cristiano que les habían infundido un Pedro de Gante, un
Vasco de Quiroga o un Fray Juan de Zumárraga.
Lo mismo podríamos decir de la maravillosa cruz que se en­
cuentra en el atrio del
c;,nvento de
Acolman. Ciertamente es el
símbolo máximo del cristianismo, pero ese símbolo, al ser
es­
culpido

por manos indígenas, recibió
la aportación que éstos
quisieron darle.
·
Cristianización

del arte indígena. Síntesis sublime que cons-
(73) Artículo publicado en. la Revista Juridica, núm. 3, juiio de Í971.
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NEMESIO RODRJGUEZ WIS
tituye la prueba más palpable de que la Fe de Cristo había ca­
lado hasta lo más profundo del alma de estos pueblos. Y fue así cómo el indio humilde y manso que se había
li­
brado de morir en la piedra de sacrificios, aceptó la doctrina de
amor que le trajeron santos misioneros, adoptó la civilización
occidental
y, en el momento de crear una obra de arte, lo hizo
con un estilo muy peculiar. La espiritualidad flotaba en el ambiente. Ni duda cabe que
la antigua España se había transplantado al Nuevo Mundo y re­
nacía en México con especiales características. «Los templos eran, naturalmente, no sólo el centro material
y espiritual
del pueblo, sino, en cuanto se podía, 'el orgullo lo­
cal'. Muchos fueron emplazados sobre los derruidos teocalis, como en Tlaxcala, Huejotzingo, Cbolula y Huexotla. Tenían grandes
atrios laterales y capillas exteriores para poder alojar los gran­ des concursos en los domingos y fiestas. Entre todos, los agus­
rinos procuraron suntuosidad, como lo revelan Acolman, E. de Mex., Actopan, Hgo. y Yuriria, Gto. »Para que los indios gustasen de
la pureza y elevación del
cristianismo, se procuraba rodear al culto divino de grande ma­
jestad
y esplendor, al que contribuían las orquestas, los cantores,
las procesiones y, fuera del templo, las danzas. Un 'teatro
re­
ligioso', de autos y coloquios, completaba las fiestas, dando la
enseñanza en el mismo divertimiento».
* * *
«Los pueblos fundados por los frailes eran, pues, un foco de
civilización para los indios, en el que aprendían a vestirse
y co­
mer mejor, a vivir en común, 'prestándose el socorro que deben
dar unos hombres a otros' y a tener una manera honesta y su­
ficiente de

qué sustentarse» (74 ).
Por su parte, el profesor Celerino Salmerón, nos dice que
(74) José Bravo Ugarte, S. J., Historia de México, Editorial Jus, 5.'
edición, México, 1970, tomo II, págs. 146 y 147.
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«las hermosísimas catedrales de la ciudad de México, de Pue­
bla, Guadalajara, Morelia, Zacatecas, Querétaro, León, Oajaca
y San Luis Potosí son muestra sublime de
lo que España impri­
mió en México. Hermosísimos templos son los de Taxco, en el
Estado de Guerrero; Tepotzotlán, en
el Estado de México; Santo
Domingo, en
el Estado de Oajaca. ¡En México, oír hablar la
lengua castellana, vivir la fe católica y contemplar sus monu­
mentos arquitectónicos coloniales es oír a España, contemplar su alma civilizadora y verse siempre en el terso y claro espejo de
la España inmortal!» (76).
Y va a ser precisamente en un clima de acendrado misticis­
mo cuando un agustino mexicano, Fray Miguel de Guevara, es­
criba un precioso soneto que constituye
el mas emotivo y sin­
cero acto de contrición que jamás se haya escrito: «No me mue­
ve mi Dios para quererte». Al respecto se han suscitado acaloradas discusiones, ya que
hay quienes lo atribuyen a Santa Teresa, a San Francisco Ja­ vier, a San Juan de la Cruz o lo consideran an6nimo.
La verdad es que el autor fue un mexicano, Fray Miguel de
Guevara, quien se cree que lo escribió en la primera mitad del
siglo
XVII.
México -la Nueva España del mar océano-daba ya bri­
llantes frutos en
el campo espiritual y sus virruosos saoerdotes,
nacidos en México, se colocaban a la altura de los mejores mís­
ticos españoles. Otro personaje digno de especial mención es el sacerdote
Bernardo de Balbuena, a quien -a pesar de haber nacido en
Valdepeñas (España) en 1562- se le considera espiritualmen­
te criollo por su gran identificación con la patria mexicana a
la
cual dedicó lo mejor de su obra. La obra principal de Bernardo de Balbuena es un hermoso
poema descriptivo de
la ciudad de México, titulado «Grandeza
mexicana»; poema que consta de ocho capítulos, que abarcan
(75) Artículo publicado en la Revista Iglesia-Mundo, octubre de 1982,
segunda quincena.
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todos sus aspectos: su clima, sus hermosas construcciones --or­
gullo de América-; sus floridos jardines, sus habitantes, las artes, las fiestas y las danzas.
Cuando la muy noble
y leal ciudad de México veía surgir
sobre su pantanoso suelo una grandiosa catedral, suntuosos pa­
lacios y bellísimas iglesias, surgía también un poeta que, con
amor y admiración, le cantaba a la metrópoli más importante del
Nuevo Mundo.
·
Al

decir de don Marcelino Menéndez y Pelayo, Bernardo de
Balbuena es
el primer

poeta genuinamente americano en su pro­
ducción, ya que fue el que con más entusiasmo y veneración le cantó a la naciente patria mexicana.
Este personaje constituye el primer caso de trasplante hu­
mano, de
asimilación total

por parte del inmigrado, con la pa­
tria que lo recibe.
Era la época en que no existían esas absurdas fronteras arti­
ficiales, creadas, bien por la ambición napoleónica o bien por el
imperialismo yanqui, que hoy dividen a los pueblos de Iberoamé­
rica; era la época en que todos los habitantes del mundo hispá­
nico se veían como hermanos, tanto en las provincias del Río de
la Plata, como en Filipinas o en la Nueva España.
No existían fronteras. Existía
la unión basada en la religión,
en el idioma y en el sentido trascendente de la vida.
Para que nuestros lectores juzguen por sí mismos y aquila­
ten el valor de esta joya literaria que con tanto amor y vehemen­
cia describe la grandeza de nuestra patria, citamos a continua­
ción unos cuantos versos:
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«México al mundo por igual divide,
y como a un sol la tierra se le inclina
y en toda ella parece que preside.
»Con
el Pirú, el Maluco y con la China,
el persa de nación, el scita, el moro,
y otra si hay más remota o más vecina;
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»con Francia, con Italia y su tesoro,
con Egipto, el gran Cairo y la Suría,
la Taprovana y Quersoneso de oro,
»con España, Alemania, Berbería,
Asia, Etiopía, Africa, Guinea,
Bretaña, Grecia, Flandes
y Turquía;
»con todos se contrata y se cartea;
y a sus tiendas, bodegas y almacenes
lo mejor destos mundos acarrea.
»Libre del fiero Marte y sus vaivenes
en vida de regalo y paz dichosa,
hecha está un cielo de mortales bienes
ciudad ilustre, rica y populosa» (76).
VIII. El tejedor de calumnias.
Siempre que se habla de la obra civilizadora de la Lglesia
católica en lberoamérica es muy común que entre los grandes
benefactores de estos
pueb'.os se

incluya el nombre del donúni­
<:o Fray Bartolomé de Las Casas. Se realza de tal modo la figura del
donúnico sevillano
que,
en ocasiones, se llega a opacar a figuras de gran valía1 como las
de un Pedro de Gante o un Vasco de Quiroga.
Hablemos, pues, brevemente de este personaje.
Fray Bartolomé de Las Casas nace en Sevilla, en 1474.
Siendo ya clérigo viajó a América
y en la Isla la Española ejer­
ce el oficio de doctrinero.
Alli pudo ver los excesos que algunos encomenderos come­
tían en contra de los aborígenes. Esto le indigna, renuncia a su
repartinúento y, a partir de entonces, se dedica a recorrer medio
(76) Grandeza mexicana, Editorial Porrúa, 2.' edic., México, 1975,
pá¡. 79.
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mundo hablando en contra de los abusos que · se cometían con
los indios. Fray Bartolomé habla
y escribe. Su obra principal es la «Bre­
vísima relación de la destrucción de las Indias», en la cual vuel­
ca toda su pasión en favor de
la causa que defiende.
Le designan Obispo de Chiapas, a donde llega en 1545. Per­
manece
allí poco tiempo y sigue trotando mundos, hasta que fa­
llece en Madrid un 18 de julio de 1566. Para poder aquilatar en su exacta dimensión la obra del Pa­
dre Las Casas, conviene acudir a historiadores cultos y sensa­
tos que hablan con fundamento de causa y no movidos por el
apasionamiento.-
Uno de estos historiadores que ha estudiado a fondo la obra
de Fray Bartolomé es nada menos, que don Ramón Menéndez Pida! quien, antes de entrar en el tema, nos explica lo siguiente:
« Yo tengo a gra'n fortuna no haberme enfrentado de pri­
meras con Las Casas solo, sino en comparaci6n con otros con­
temporáneos; no sufrí el fascinador encanto de la alabanciosa
sirena, porque llevaba taponados mis oídos con los esmerados
raciocinios de Fray Francisco de Vitoria y con los relatos sol­
dadescos de
Berna! Díaz del

Castillo; entonces Las Casas, al
lado de los grandes teólogos se achica extraordinariamente y, al lado de los conquistadores honorables, rezuma odio sañudo y
exageración falsaria» (77). Consideramos que el
Padre Las

Casas, durante toda su
vida,
tuvo

una obsesión de
la cual no se pudo librar ni en el mo­
mento de su muerte: para el dominico sevillano los indios son
unos ángeles, en tanto que los españoles son unos demonios.
Y, al situarse en un maniqueísmo tan absurdo, Fray Barto­
lomé se cierra a todo argumento razonable y, posesionado por
tan enfermiza idea, se dedica a viajar, escribir y predicar.
La obsesión le dominaba al igual que una droga a un vicioso
y ---<1 toda costa-quería hacer prevalecer su insensata opinión:
(77) El Padre Las Casas, Editorial Espasa-Calpe, l.' edic., Madrid,
1963, pág. X.
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la crueldad de los españoles era un atroz martirio sobre los iner­mes aborígenes del Nuevo Mundo.
Fue así que escribió su citada obra, «Brevísima historia de
la destrucción de las Indias», en la cual se despacha a gusto ata­ cando a España, al rey, al sistema jurídico hispano y a los espa­
ñoles residentes en América.
Y, para dar mayor énfasis a sus argumentos, recurre a un
procedimiento que convierte a su libro en una obra de nulo va­
lor histórico: el Padre Las Casas exagera de una manera fran­
camente increíble los acontecimientos, y esto nos hace pensar
seriamente que dicho clérigo era t1ll infeliz perturbado de sus
facultades mentales. Veamos algunos ejemplos de sus exagera­
ciones:
-Al hablar de la Isla Española o Santo Domingo, nos dice
que corren por allí treinta mil
ríos y
arroyos, doce de los cuales
son tan grandes
como el

Duero, Ebro y Guadalquivir, y veinti­
cinco mil de ellos son riquísimos en oro.
Viendo las cosas en su real proporción, observamos que en
dicha isla solamente hay dos
ríos principales,

cuyo curso tiene la
mitad o la tercera parte de largo que los tres ríos españoles men­
cionados.
-Cuando se refiere a la «maldad de los españoles», Las
Casas nos dice que los indios muertos por los conquistadores suman muchos
más de

veinticuatro millones.
Hay que hacer notar que si dicha afirmación fuese correc­
ta, actualmente no existiría ni un solo indígena en Iberoaméri­
ca, ya que el exterminio habría sido total.
Esto nos presenta al Padre Las Casas como un mentiroso
redomado. Ante esto, ¿Puede ser digna de crédito su obra? Pero dejemos a un lado el escaso o nulo valor histórico de
su obra y analicemos si
--<1 pesar de todo-- el inquieto domi­
nico actuó en realidad como un santo apóstol en favor de los
oprimidos indígenas. En la conducta de Fray Bartolomé existen dos gravísimas in­
congruencias que nos hacen ver cómo el ardiente celo del do-
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minico no estaba movido por el amor al humilde, sino, más bien,
por un afán agoísta de gloria y propaganda. 1. Cuando Fray Bartolomé se desplaza a través de la
Nue­
va

España, llevaba consigo dos o tres docenas de indios carga­
dos con pesados equipajes y sin pagarles absolutamente nada.
En cambio, otros viajeros usaban tres o cuatro indios a los que
tenían bien retribuidos. Aquí, Las Casas violaba flagrantemente la Ley Nueva 24,
la cual prescribía que no se cargase a los indios salvo en algunas
partes donde sea indispensable y nunca contra su voluntad. ¿Dónde quedó, pues, el acendrado amor de Fray Bartolomé
hacia los indios? 2. Las Casas no vaciló en recomendar que se trajesen al
Nuevo Mundo negros cazados a lazo en las costas del Aftica
occidental. Debido a esta recomendación muy pronto llegaron miles de negros en calidad de esclavos, los cuales se establecie­
ron en la zona del Caribe y fueron cruelmente explotados.
Si Fray Bartolomé amaba
tanto a

los desvalidos... ¿Acaso
. los

infelices negros no eran también hijos de Dios?
Las difamaciones, calumnias y exageraciones de Fray Barto­
lomé hicieron que un humilde misionero, de quien ya hemos
hablado -Fray Toribio Motolinía-, le escribiese una carta al emperador Carlos V, en la cual rebatía y desenmascaraba al do­
minico sevillano.
Nos habla Fray Toribio de cómo se realizó la conquista de
México, de la conducta que aquí siguieron los españoles, de los
primeros pasos que se dieron en el terreno de la evangeliza­
ción, de la figura de don Hemán Cortés y habla también del
poco celo misionero de Fray Bartolomé de Las Casas. Hablando del caso de un indio que había venido caminando
durante cuatro días para suplicar
el bautismo, nos dice Fray To­
ribio la actitud que tomó el Padre Las
Casas. Citamos
textual­
mente:
«Entonces yo, con otros frailes, rogamos mucho al de Las
Casas que bautizase aquel indio, porque venía de lejos, y des­
pués de muchos ruegos demandó muchas condiciones de apa-
:ns
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rejos para el bautismo, como si él solo supiera más que todos,
y ciertamente aquel indio estaba bien aparejado. Y ya que dijo que
lo bautizaría, vistióse una sobrepelliza con su estola, y fui­
mos con
él tres o cuatro religiosos a la puerta de la iglesia donde
el indio estaba de rodillas, y no sé que achaque se tomó, que
no quiso bautizar al indio, y dejónos
y. fuese.

Y o entonces dije
de Las Casas: ¡cómo!, Padre, ¿todos vuestros celos y amor
que decís que teoéis a los indios, se acaba eo traerlos cargados
y andar escribieodo vidas de españoles y fatigando a los indios, que sólo vuestra caridad traéis cargados más indios que treinta
frailes. Y pues uo indio no bautizáis ni doctrináis, bien sería que
pagaseis a cuantos traéis cargados y fatigados?» (78).
Pero, como atinadamente nos dice Alfonso Trueba: «Las
Casas tiene una estatua eo la ciudad de México; Motolinía no tie­
ne ninguna. Esto es explicable. A Las Casas se le honra no por­
que defendió a los indios, sino porque difamó a España y sir­
vió a los eoemigos del catolicismo» (
79 ).
Efectivamente, las exageraciones e incongrueocias de Fray
Bartolomé hubieran pasado sin peoa
ni gloria de no ser porque
los enemigos de España y de la Iglesia se basaron en sus afir­
maciones para crear lo que conocemos como «leyenda negra».
A fines del siglo XVI, «la destrucción de las Indias» gozó de
gran fama en Europa: desde la Unión de Utrecht, en
1579
---1,lianza de los protestantes contra España-, hasta el final de
la Guerra de los Treinta Años (1648) se hicieron treinta y tres
ediciones de dicha obra. Con tal propaganda
lo que se perseguía era fomeotar el odio
a España
y al catolicismo.
Como bieo nos dice Julián Juderías: «Europa se había en­
terado, en efecto, gracias al celo del Padre Las Casas y a sus
bien inteocionadas exageraciones, de que los españoles no sola­ mente eran crueles y despidados con los herejes de Europa, sino
(78) Carta al emperador, Editorial Jus, l.ª edic., México, 1949, pá­
gina
61.
(79) Doce antorchas, Editorial Jus, 3 ... edic., México, 1975, páginas
l!O y 101.
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que, llevando al Nuevo Mundo sus prácticas habituales, destruían
a los pobladores de aquellas regiones, mansos corderos, so co­
lor de evangelizarles, pero en realidad para apoderarse de sus tesoros. La semilla cayó en un surco preparado para recibirla y
la planta brotó lozana y espléndida: los mismos que mandaban
a sus piratas a América para destruir nuestros establecimientos,
escribieron terribles embustes acerca de la crueldad de los es­
pañoles, y los que no supieron fundar en aquellas comarcas nin­
guna colonia estable hasta un siglo después de nuestra llegada al
Nuevo Mundo, y cuando ya habíamos llevado a él todos los ade­
lantos de la época, incluyendo la imprenta, se horrorizaron de
que hubiéramos tenido que luchar con los caribes, mansos cor­
deros, y con los demás pueblos que se opusieron, como era na­
tural, a que los civilizásemos» (80).
Al tratar este punto, acertadamente nos dice Menéndez Pi­
da!: «Las Casas, sin esta función de su libro, verdadero desper­
tador e incitador de odios antihispanos, no hubiera sido más que uno de tantos historiadores de Indias. Nació a la luz de la
fama matando la fama de
la patria, como el vivorezno que al
nacer desgarra las entrañas de la madre. El mayor enemigo de
España no podia haber soñado un libro más a su propio gus­
to» (81).
Los enemigos de España y del catolicismo supieron apro­
vechar a las
mil maravillas la obra de este tejedor de calumnias.
La propagaron por millares e inundaron los mercados de una
Inglaterra anglicana y de una Europa protestante.
En
el siglo xrx, cuando en el mundo entero surge una vigo­
rosa reacción contra el colonianismo, observamos un hecho sin~
gular: todas las baterías del odio y de la intriga se concentran
contra España y contra la Iglesia, en tanto que se olvida
-o do-
(80) La leyenda negra, Editora Nacional, 15.' edic., Madrid. 1967. p,1.
gina
233.
(81)
El Padre Las Casas y Vitoria, Editorial Espasa-Calpe, 1.• edic ..
Madrid, 1958, pág. 38.
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lorosamente se pasa por alto--que, por ejemplo, la coloniza­
ción inglesa en Norteamérica fue cien veces más cruel que la
española. Menos mal que existen autores norteamericanos que no se
dejan llevar por la propaganda tendenciosa y que se adhieren con
fidelidad a la verdad histórica. Uno de ellos es Carlos F. Lum­
mis quien, al comentar este punto, nos dice lo siguiente:
«Algunas historias que han perdurado pintan a esa heroica
nación como cruel
para los indios; pero la verdad es que la con­
ducta de España en este particular debiera avergonzarnos. La legislación española referente a los indios de todas partes era
incomparablementé más extensa, más comprensiva, más sistema­
tica, y más humanitaria que la de la Gran Bretaña, la de las co­
lonias y la de los Estados Unidos todas juntas. Aquellos primeros
maestros enseñaron la lengua española y la religión cristiana a
mil indígenas
por cada

uno de los que nosotros aleccionamos en
idioma y religión. Ha habido en América escuelas españolas para
indios desde el año 1524» (82). Pero, infortundamente, la leyenda negra se propagó como
mancha de petróleo en un lago tranquilo. Al mismo tiempo la
masonería sembraba la cizaña por doquier presentando a Las
Casas como un héroe ya la España católica como una inhumana
opresora.
El infeliz fraile -quizás sin proponérselo--habla causado
un mal irreparable que aún hoy en
-día
perdura y que es causa
de un odio irracional contra España así como de un anticlerica­
lismo trasnochado. Posiblemente
habrá gentes

que piensen que -a pesar de sus
exageraciones- Fray Bartolomé logró remedir la triste situación
del indio. Están equivocados: el resultado de las campañas del Padre
Las Casas, por una parte, sólo sirvió para enconar los ánimos
(82) Los exploradores españoles del sjglo XVI (traductor: Arturo Cu­
yru;), Editorial Espasa-Calpe Argenrina, 1.• edic., Buenos Aires, 1945, pá­
gina 50.
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NEMESIO RODRIGUEZ LOIS
y, por la otra, dio por consecuencia que se expidieran una serie
de leyes que vinieron a estorbar la tarea civilizadora del indio y
que --a la postre-- tuvieron que ser derogadas por inaplicables. Asimismo Fray Bartolomé nunca aprendió las lenguas de los
indios ni se ocupó jamás en obras de evangelización, ni fundó hospitales para curarlos, pueblos para civilizarlos, ni escudas
para enseñarlos a leer.
El Padre Las Casas actuó como un verdadero agitador social
en pleno siglo
XVI.
Si hubiera vivido en nuestra época sería un compañero de
lucha de elementos como Méndez Arceo, ex-obispo de Cuema­ vaca; de Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal, de Arturo Lona,
obispo de Tehuantepec; de Leónidas Proaño, obispo de Riobam­
ba; de Helder Cámara, oblspo de Recife;
y de otros más que
en vez de apacentar el rebaño de Cristo lo que hacen es sembrar
odios y abrir las puertas para que lobos rapaces entren al redil.
Como dato curioso haremos resaltar lo siguiente: la obra de
Fray Bartolomé fue más demagógica que apostólica; defendió
a los pobres más
con palabras

que con hechos; y fue su figura
aprovechada para sembrar odios y divisiones. Y, según nos cuen­
ta Motolinía,

cuando un humilde indio
-de esos
que Fray Bar­
tolomé
decía defender-

le pidió el bautismo, el dominico se
lo negó.
Pues bien, de igual manera se comportó -por ejemplo-,
el camarada Méndez Arceo quien durante su triste gestión como
obispo de Cuernavaca fue más demagogo que apóstol; defendió
a los pobres más con palabras que con hechos; y fue su figura
controvertida aprovechada para sembrar odios y divisiones en el
seno de la Iglesia.
Todos recordamos cómo --a principios de 1581- Méndez
Atteo tuvo

un serio problema. laboral con el anciano campanero
de su catedral, a quien el obispo le retenía
el salario ... ¿Dónde
estaba
el amor de don Sergi:o por :os humildes?
De igual modo actúan todos aquellos obispos, monjas y clé­
rigos progresistas que toman al pobre por bandera pero lo único
522
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FORJADORES DE MEXICO
que prqvocan con su conducta es atizar el fuego de la hoguera
y utilizar a esos pobres que ellos dicen defender como carne de
cañón. Volviendo al Padre
Lás Casas.

Qué distinta fue la actitud
de otros frailes que sí amaron de verdad a los indios y que, para
protegerlos, no recurrieron ni a exageraciones ni a calumnias.
Hoy en día se recuerdan con amor, gratitud
y veneración los
nombres de Fray Pedro de Gante, de Motolinía, de Fray Juan
de Zumárraga, de Fray Domingo de Betanzos, de San Pedro Cla· ver,
de don Vasco de Quiroga, de los misioneros jesuitas que
fueron martirizados en la Sierra de los Tepehuanes, de Fray Juan
Bautista Moya, etc. Todos ellos fueron verdaderos apóstoles y santos varones,
cuya sola mención de sus nombres despierta un clamor unánime
de admiración universal. El historiador don Luis Medina Ascensio compara la labor
de don Vasco y de Fray Bartolomé
y al hacerlo nos da su opinión:
«Las Casas, que se proponía con verdadera obstinación que
se promulgasen leyes en favor de los derechos de los indios
de la América española, fue siempre la voz que tronaba en las
salas de la Carte de España. Mientras que don Vasco, sin dejar
de interceder por los indios, fue
el realizador fecundo de bené­
ficas obras sociales, muchas de las cuales aún subsisten ( como
el sistema de trueque de las artesanías de varias de las poblacio­
nes

de Michoacán).
»Si a Las Casas se le recriminó por haber favorecido la tam­
bién lamentable esclavitud de los negros (por considerar más
débiles a los indios americanos) o por haberse comprometido con
los oligarcas de La Española, o por
la publicación de su "Breví­
sima Relación" (con datos que él mismo conocía, mu_chos de
ellos verdaderos), don V asco sirvió de ejemplo para muchos obispos con ocasión del I Concilio Provincial Mexicano. »Si la admiración y gratitud hacia Las Casas tiene aún
di­
mensiones continentales, a don Vasco, sin que se le deje de re­
cordar en otras partes, se le ama aún con un amor profundo que
se transmite, corho una herenC:a indefectible1 de una genera-
523
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NEMESIO RODRIGUEZ LOIS
ción a otra, muchos pueblos michoacanos. En su labios, pero
más en sus corazones, suena todavía el nombre imperecedero
de Tata Vasco» (83). Otros abnegados misioneros que
--sin alharacas,
pero con
hechos tangibles y concretos- ayudaron en realidad al indio
fueron, por ejemplo, Fray Bernardino de Sahagún, Fray .Alonso de la
VeracrUll, Fray

Diego de Chávez y Fray Sebastián de Apa­
ricio.
Mucho se habla hoy en día de las civilizaciones precortesia­
nas y se dice que la barbarie hispanocatólica las
destruyó por
completo.

Con esto se aplica la tesis del cristianismo-veneno que
defiende Pawels y segúo la cual en
el momento en que el cato­
licismo entra en contacto con una
cultura la destruye.
Lo qne no saben o quizás dolosamente ocultan quienes esto
afirman es que si algo conocemos de
la vida y costumbres de
aquellos
pueblos, a la Iglesia precisamente se lo debemos y, con­
cretamente, al franciscano Bernardino de Sahagún, quien
estudió
a

fondo la antigüedad precolombina y nos legó una obra mo­
numental que sirve de consulta a los más exaltados indigenistas. Su obra se tirula:
Historia General de las cosas de la Nueva
España
y en ella se manifiesta Sahagún como el fundador de una
ciencia que hoy está de moda: la etnografía, o sea la ciencia que
tiene por objeto el
estudio y

descripción de razas o pueblos.
El Padre Sahagúo escribió esta obra por
instrucciones de su
superior el Padre Toral, provincial de los franciscanos, quien le
prestó toda clase de auxilio y le pidió que
la escribiese en na­
huatl. Martín Quirarte, historiador de tendencias liberales y nada
simpatizante de la Iglesia católica, al tratar esta obra investiga­
dora de los misioneros se ve obligado a reconecer lo siguiente:
«Los misioneros estudiaron la cultura, la historia, las cos­
tumbres, los dialectos de los indígenas no por una afán científico,
sino con propósitos más nobles. Querían conocer la psicología
(83) Las Casas y don Vasco, dos actitudes humanas, Editorial «Bue­
na Prensa»,

l.ª
edic., México, 1983, pág. 18.
524
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FORJADORES DE MBXICO
de los nativos para facilitar la predicación del cristianismo. En
múltiples ocasiones con menor o con mayor celo hicieron frente
a los conquistadores para impedir que atropellaran los derechos
de los vencidos o los privasen de su
libertad» (
84 ).
Así, pues, decir que los frailes destruyeron por completo la
civilización indígena no es más que un mito; por el contrario,
si algo sabemos de aquellos pueblos, a los frailes se lo debemos. Como dato digno de recordarse, diremos que el famoso «Po­
po! Vuh» que nos habla de la civilización maya lo debemos a
las investigaciones y
al celo mostrados por el dominico Francisco
Jiménez.
Lo que los frailes y conquistadores destruyeron hasta arrasar­
los por completo fueron los templos donde se sacrificaban seres
humanos y donde se rendía un culto satánico o deidades antro­
pófagas. Eso más que un acto de barbarie fue un acto de libera­ ción para estos infelices que vivían temiendo que de un momento
a otro fuesen a dar a la piedra de los sacrificios y que el
peder'
na! de un topiltzin les arrancase el corazón.
Otro fraile que mucho
"hizo por
difundir la
cultura en
la
Nueva España fue
el agustino Fray Alonso de la Veracruz quien
se trajo todos sus libros y fundó en México las primeras biblio­
tecas públicas de que se tiene noticia. También es digna de realce la obra del agustino Fray Diego
de Chávez quien, en pleno Bajío, edificó
el bellísimo convento
de Y
uriria y

a quien se debe la construcción de la enorme la­
guna del mismo nombre con la que se abastece de agua potable
y de regadío a toda aquella región. Consideramos que Bernardino de Sahagún, Alonso de la Ve­
racruz
y Diego de Chávez hicieron más por el indio, prestándole
servicios y civilizándole que todo lo que pudiera haber hecho
Fray Bartolomé dando gritos, calumniando y recorriendo medio
mundo. Por otra parte, para nadie es un secreto que el Padre Las
Ca-
(84) Vúi6n panorámica de la Historia de México, Editorial Libros de
México, 4.• edk., México, 1974, pág. 14.
;2.5
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sas no fue capaz de permanecer en su di6cesis ni siquiera seis
meses; la dejó abandonada, pues le interesaba más andar difa­
mando e intrigando que dedicarse de lleno a los sacrificios que
suponen la evangelización firme y constante. Otro personaje digno de recordar es el famoso Padre Fran­
cisco de Tembleque quien, para abastecer de agua potable a las comunidades indígenas de
los alrededores

de Otumba, construyó
un acueducto de 48 millas de longitud que aún hoy en día es
una de las maravillas de México. Ardua labor que le llevó diecisiete años de trabajo y que
su­
puso

cruzar tres profundos barrancos. Pero logró su objetivo:
los humildes indios de los alrededores ya no pasarían sed ni
es­
tarían

expuestos a infecciones. El buen Padre Tembleque les
había traído, junto con el Evangelio, el preciado líquido que
tanto necesitaban. Y ya que hablamos de misioneros que fueron también bene­
factores sociales sin
· necesidad

de andar en intrigas palaciegas y
difundiendo embustes, hablaremos ahora de un santo
varón, cuyo
cuerpo

incorrupto aún se conserva
y que está a un paso de ser
canonizado. Desde la Galicia multiverde y soñadora de donde tantos emi­
grantes han partido en busca de un horizonte más prometedor
para sus hijos,
llegó a

tierras de la Nueva España un hombre
honrado y trabajador que respondía al nombre de Sebastián de
Aparicio. Como tantos gallegos que hasta aquí han venido, Sebastián
se dedicó a la agricultura y al acarreo de las mercancías.
En 1572, a los 70 años de edad, determina dejar todos sus
bienes y consagrarse al servicio de Dios por lo cual pide el hábito
en el convento de San Francisco. Fue un verdadero apóstol de la caridad que siempre tuvo
un
pedazo de

pan y un poco de consuelo para los indios que
hasta él se acercaban. Pero, además, fue un benefactor social ya que a él se debe
la construcción del camino que une a la ciudad de México con
la ciudad de Zacatecas.
526
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FORJADORES DE MEXICO
Las carretas tiradas por un par de bueyes que aún en nues­
tros días utilizan los indios de nuestros pueblos son hijas de
aquella que
utilizó el

bueno de Fray Sebastián de Aparicio y
que
-como todos sabemo&-son

algo típico de la lluviosa Ga­
licia. Entrega su alma a Dios el 25 de febrero de 1600. En
vida
y

después de muerto obró muchos milagros, tanto así que el
Papa Pío VI lo declaró Beato. Su cuerpo incorrupto se conserva
en una urna de cristal que está en una capilla del templo de
San Francisco de Puebla. «Por de pronto, aquí dejamos a Sebastián de Aparicio como
el acondicionador del carro europeo, es decir, el inventor de la
carreta nuestra; como el primer maestro de agricultura, como · el
primer organizador de la ganadería, como el primer constructor
de caminos, como el primer charro. »¿Qué pedestal podemos ofrecerle que supere al que for­
men estos datos?
»Un mexicano

ejemplar, 'sin miedo y sin tacha'. Un
me,d­
cano

que nos nació en Galicia, que nos recogió por España, du­
rante treinta y un años, toda su preparación celosamente elabo­ rada para venir y darla aquí, a todo lo largo de una vida lon­
geva, casi de siglo (1502-1600), siempre radiosa
de enseñanzas,
en siembra permanente por sus dos tercios, hasta en el instante
de dar su último aliento» (85).
Al contemplar a estos héroes que son santos y que, en ver­
dad, ofrendaron su vida por amor a sus semejantes, a quienes
incorporaron a la civilización occidental y cristiana, vemos cómo
personajes del
estilo de
un Fray Bartolomé de Las Casas más
que dignos de desprecio son dignos de compasión. Lo malo fue que los enemigos de España y de la Iglesia su­
pieron aprovechar la obra calumniosa de este infeliz, difundirla
hacia los cuatro puntos cardinales, endiosar la figura de este do­ minico y ocultar los méritos de quienes sí fueron apóstoles
santos.
(85) Contado Espinosa, Fray Sebastián de Aparicio, primer caminero
mexicano, Editorial Jus, l.ª edic., México, 1959, págs. 64 y 65.
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Resultado: la leyenda negra que tantos males ha causado y
sigue causando a quienes formamos parte del mundo hispánico. En el capítulo siguiente hablaremos de
la obra de un reli­
gioso -por cierto, compañero de hábito de Fray
Bartolomé-­
quien,

con hechos y no con calumnias, puso
las bases para que
a los habitantes del Nuevo Mundo se les reconociera la calidad
de seres racionales.
(Continuará).
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