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Número 223-224

Serie XXIII

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El mal de la democracia moderna. Del error a la autodestrucción. A propósito de los libros : Cuando la rosa se marchite, de Alain Peyrefitte y Comment les démocraties finissent , de jean-François Revel

EL MAL DE LA DEMOCRACIA MODERNA: DEL ERROR
A LA AUTODESTRUCCION
A propósito de los libros:
CUANDO LA

ROSA SE MARCHITE, de Alain Peyrefitte (
*)
y
CoMMENT LES DÉMOCRATIES FINISSENT, de Jean-Fran!;()iS
Revel
{**).
POR
EsTANISLAO CANTERO
La lectura de dos obras recientes de dos conspicuos demó­
cratas, Alain Peyrefitte y Jean-Fran!;()is Revel, me
llenaría de
regocijo

-a fuer de antidem6crata, convencido de que
la de­
mocracia moderna es el mal y
la muerte-- si no fuera porque,
desgraciadamente,
la enfermedad, el cáncer es ya tan grave, que
prácticamente casi no hay remedio al mismo y, en consecuencia,
estamos abocados a un mal aún mayor, que es la muerte abso­
luta de la sociedad en el comunismo.
Pese a todo, no cabe duda que a medida que
leia ambos
libros, me invadía una amarga alegría, por las conclusiones que
de ambos se derivan para todo lector que se despoje de los ante­
ojos ideol6gicos, que al tiempo que recortan y mutilan
la reali­
dad, no dejando ver más que una parte de ella, distorsionan
la
que permanece visible. Y estas conclusiones cónsisten, ni más
ni menos, en que la democracia moderna es un sistema que con­
duce a la destrncci6n de la sociedad sin posibilidad de evitarlo
a no ser renunciando a ella.
(*) Plaza y Janés, Esplugues de Llobregat, 1983, 382, págs.
(**) Grasset, París 2.• ed., 1983, 332 págs.
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EST ANISLAO CANTERO
Y es que ambas obras, escritas, repito, por ilustres demó­
cratas, confirman las doctrinas tradicional
y contrarrevoluciona­
ria que desde los orígenes de
la democracia moderna se han
opuesto a ella por considerarla errónea, falsa, destructiva de todo
orden social.
Y es que, aunque sus autores no lo digan
y pese a que no
lo quieran,
1a conclusión de los dos libros es la misma: la de­
mocracia moderna es errónea, falsa y lleva a la destrucción, in­
clnso de
la tnisma democracia.
Peyrefitte, en su libro, tras referirse al equívoco que deter­
minó el que Mitterrand y el partido socialista francés alcanza­
ran el poder, trata de
la política seguida en Francia desde en­
tonces por el socialismo, de los caminos que seguirá éste y de
aquello que a su juicio puede
y debe hacerse para devolver al
socialismo a la oposición.
Tanta en el análisis de las razones que dieron
el poder al
socialismo como en el de la política seguida por éste, Peyrefitte
coincide plenamente con la crítica efectuada con anterioridad por
Jean-Frarn;ois Revel

(
1).
Asi, el voto-sanción por razones de «derecha» (pág. 29) a
la política socialdemócrata efectuada por Giscard (págs. 29
y
243 ); el error y desconocimiento del electorado francés respecto
al programa socialista (pág. 39), propiciado por el doble len­
guaje utilizado por Mitterrand (pág. 40)
y por el engaño y la
ocultación sistemática del verdadero programa socialista (pági­
nas (41-50); la ausencia de todo realismo en el socialismo,
la
oposición entre los hechos, la realidad y la doctrina socialista
(pág.
54-57); las nacionalizaciones efectuadas por motivos po­
líticos
y no económicos, fruto del colectivismo profesado por
el socialismo francés (pág. 89); el control de la cultura y los
medios de comunicación (págs. 180 y sigs.
y 189 y sigs.); que
los males
y los fracasos son siempre culpa de la «derecha» (pá-
(1) Cfr. «Jean-Fran,;ois Revel: El Estado megalómano», por Estanislao
Cantero, en
Verbo, núm. 209-210, noviembre-diciembt 1.180.
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AUTODESTRUCCION DE LA DEMOCRACIA MODERNA
gina 220}; la colusión entre el socialismo y el comunismo en
el gobierno, fruto del programa común (págs. 48, 171 ). El aoálisis efectuado por Peyrefitte resulta acertado taoto
en lo que se refiere al equívoco mediaote el
cual el socialismo
llegó al poder en Fraocia, como en la crítica hecha a la política
desarrollada en Fraocia desde entonces. Los socialistas, para llevar a efecto sus doctrinas, sus dog­
mas, se proponen cambiar Fraocia y cambiar a los fraoceses, es
decir, cambiar las instituciones y cambiar las mentalidades. No
se trata de efectuar reformas, como acertadamente indica Peyre­
fitte, sino de hacer la Revolución. Para cambiar
Frahcia están,

en primer lugar, las nacionali­
zaciones, fruto del dogma colectivista del socialismo marxista
francés. Dichas nacionalizaciones conducen al desastre económi­
co (págs. 81
y sigs.) facilitado por la manipulación de los baocos
estatales y del crédito (pág. 92), instaurándose el dirigismo y
el desorden: «El dirigismo es lo queda de la autoridad, el des­
orden es lo que resta de la libertad» (pág. 97). Con raz6n in­
dica que «a este sistema ( ... ) no le pidamos prosperidad ni
progreso. Pero tiene posibilidades de triunfar en su terreno:
el
del poder ideológico» (pág 97). Esa tarea de cambiar Fraocia se verifica, también, al desha­
cer
el socialismo la unidad nacional. Para Peyrefitte, «el prin­
cipio de la democracia, según el cual deba la
minoría someterse
a

las decisiones de
la mayoría, aunque ésta sea de un solo voto,
no puede prevalecer sobre el principio de la indivisibilidad de
la naci6n» (pág. 99) y dado que «la democracia brinda a los
partidos, divisores por naturaleza, el escenario político ( ... ) en
la vida pública, la preocupación por la unidad se deja a la sola
conciencia de los políticos. A ellos incumbe
moderarse». «Pero
el desarrollo de los partidos marxistas ha endurecido las oposi­
ciones en nombre de la "lucha de clases", poniendo en peligro
la
armonía de

la propia nación» (pág. 99 ).
Y tal como Peyrefitte señala, Mitterraod se definió a sí mis­
mo como «presidente de la República socialista» (pág. 102) no
como presidente socialista de
la' República.

Lo que indica exacta
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ESTANISLAO CANTERO
y claramente cómo se pretende cambiar Francia en una repú­
blica socialista y cómo Miterrand resulta ser un presidente para
el partido, por lo que no es un presidente para la
uni6n sino
para la división
(pág. 105).
Cambio

de Francia que se ve claramente, también, en los
cambios y en las depuraciones efectuadas en las instituciones
(págs. 106 rsigs.). Por otra parte, el dogma socialista que iden­
tifica la libertad con el socialismo, determina que no haya más
libertad que la del socialismo (pág. 114 ), y así, se veriíica una
alarmante eliminación de las libertades locales (págs. 115-119),
de las libertades profesionales (págs. 119-120) y de las liberta­
des individuales (págs. 120-125), demostrándose con ello clara­
mente que la verdadera naturaleza del «socialismo a la francesa» es marxista, contribuyendo a ello
el grupo CERES que es un
absceso comunista generado por
el socialismo en su propio in­
terior (págs. 150-159).
Para cambiar a los franceses, los socialistas se han propuesto
efectuar una auténtica revolución cultural porque, «ya que los hechos se resisten, es preciso que las inteligencias se dobleguen»
(pág. 175), para lo cual hay que «cambiar las mentalidades», verificándose en la perspectiva socialista una identiíicación del
poder --del poder socialista, por supuesto--- con la cultura (pá­
gina 177).
Y para lograr ese cambio de mentalidades que lleve a los
franceses a aceptar el socialismo, es necesario apoderarse de la
enseñanza.. Para ello, hay que crear una sola escuela para todos
(pág. 180); hay que hacer desaparecer la historia de Francia (pá­
gina 184); hay que someter a los refractarios mediante la pre­
sión del

miedo, de modo que se produzca el sometimiento a las
directrices del partido (pág. 185), al tiempo que hay que extir­
par la euseñanza libre (págs. 186-187). Pero no hay que descuidar ningún medio que pueda imposi­
bilitar dicha tarea. Por ello, en el poder
político se

confunden
todos los demás poderes, eliminando los poderes de hecho. Y as!, Peyrefitte señala que
desde 1981,

poder y contrapoderes se
encuentran casi todos en un solo campo. El poder sindical, el
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AUTODESTRUCCION DE LA DEMOCRACIA MODERNA
económico en buena medida por efecto de las nacionalizaciones
(pág. 188) y el de la información a través del
dominio que
so­
bre el
mismo ejerce

el partido socialista en
la prensa y la tele­
visión (págs. 189
y sigs.), que de ese modo, se confunden con
el poder político, con el poder gubernamental. Por si fuera poco, el partido socialista resulta ser maestro
en
la utilización de métodos de desinformación (págs. 199-206 ),
en la utilización de técnicas de
intimidación (págs.
207-213) y
en
el arte de engañar (págs. 214-220 ), de forma que presenta
todo lo malo como procedente de la «derecha».
Tras el desengaño espontáneo producido a poco de insta­
larse el socialismo, manifestado en las elecciones parciales loca­ les, en los sondeos de opinión
y en las múltiples y variadas
manifestaciones de protesta contra el socialismo francés, ¿cuál
será el
camino que

éste seguitá? Peyrefitte analiza seis
cami­
nos

posibles.
La salida hacia la socialdemocracia; emprender el
camino de la «tercera fuerza», es decir, aliarse con el centro
abandonando el sistema mayoritario y volviendo al pernicioso
sistema proporcional; la alternativa entre el «sometimiento» de
Mitterrand a lo que el pueblo francés desea, abandonando el
camino socialista

emprendido o
la «dimisión» de Miterrand.
Peyrefitte confía poco o nada en que puedan emprenderse estos
tres caminos.
Pero quedan otras tres vías posibles, aún más perjudiciales
que las anteriores. La «explosión», debida a
la desintegración
de
la izquierda francesa, con las únicas salidas del referendum
o de
la radicalización; la vía de la «radicalización», constituida
por garantizar el poder por procedimientos paralegales, tal como se desprende de una hipótesis de trabajo del CERES, hipótesis
de trabajo planteada por ciertos elementos que detentan el po­
der y por
el propio Jefe del Estado (pág. 275). Radicalización
prevista para responder a un doble fracaso:
el de los hechos
económicos y sociales y
el de la opinión (pág. 276). Para ello
se efectuará la infiltración
y la inversión de los poderes de la
soberanía, de la justicia, de la Policía y del Ejército, lo que se
está haciendo ya (pág. 280), sin que ante ello quepa otra cosa
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ESTANISLAO CANTERO
que la guerra civil o la radicalización blanda, es decir, la acep­
tación pura y simple de un poder y un sistema no deseado pero
ante el cual hay que
doMegarse (pág. 283 ). ;
Queda,

por último, el último camino, el del establecimiento
de una democracia popular, producido al ser recuperada la ra­
dicalización por los comunistas (pág. 284 ), fruto de una sovie­
tización
exterior (pues

ante el desastre y
el fracaso de la polí­
úca interior y exterior francesa, ésta deberá encontrar su apoyo
en la URSS) y de una sovietización interior efectuada por el
partido comunista
con el
apoyo de la URSS.
No cabe duda que la descripción de los
males que

afligen
a Francia y de la negra perspectiva futura ante cuyo umbral se
encuentra Francia, efectuada por Peyrefitte es realista y acer­
tada. Su crítica al socialismo
y al futuro que el mismo prepara
para Francia es válida. Y no sólo respecto al «socialismo a
la
francesa». '
¿Pero qué propone Peyrefitte para salir de esa situación?
Para éste se trata de aceptar la legalidad y las reglas de juego,
haciéndose
la oposición transmisora de la «cólera» de la base,
permaneciendo cerca del pueblo, de las fuentes. del poder (pági­
na 288). La libertad ha de colocarse por encima de todo, ya que
«los caminos de la unidad nacional pueden encontrarse, si no
en los dogmas del liberalismo, por lo menos en la práctica y la difusión de
la libertad» (pág. 301 ).
Para
ello, Peyrefitte propone un proyecto para Francia en
cuatro terrenos· principales: político, económico, social y cultu·
ral. En . realidad, plantea las bases de un programa político que,
a su juicio, haga posible
el retorno al sistema democrático puesto
en peligro por el socialismo.
En el aspecto político, «la realidad debe seguir siendo el juez
de nuestras ideas. Es
la que nos impone el darle la espalda a
los sistemas» (pág. 302). Por ello, señala que no basta con re­
tornar al estado de cosas existente antes del 10 de mayo de 1981,
porque «antes del 10 de mayo habíamos sacrlficado demasiado a unas ideas falsas que nos minaban. Tenemos que redescubrir
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las ideas salvadoras: las de la autonomía, las del enraizamiento,
de las responsabilidades a medida del hombre» (pág.
303 ).
Así, en primer lugar, es preciso que el Presidente lo sea para
la unidad, «que se halle siempre en el estado político y moral capaz de ejercer su funci6n de árbitro y de recurso» (pág.
305 ).
Además, la reducci6n del mandato presidencial a un plazo más
breve de cinco años (pág. 305); la vigilancia del parlamento, ya
que el mal es la fuerza todopoderosa de los partidos que están
sometidos a una ideología (pág. 306 ); los reíerendums más
fre­
cuentes,

para que con esta extensión de la democracia directa,
el poder legitime el cambio
(pág. 307) y, finalmente, lograr el
consenso para las reglas comunes, para que los cambios esencia­
les
de la sociedad no estén sometidos al capricho de una mayo­
ría epis6dica» (pág.
308).
En el aspecto econ6mico, «es imprescindible hacer retroce­
der

el intervencionismo de Estado, que desborda hoy como río
en avenida» (pág.
315). En el social la revitalizaci6n de las res­
ponsabilidades (págs. 320-329). En lo cultural
se impone el re­
tomo a la escuela libre (pág. 333) y «la devoluci6n a los padres
de la realidad del poder educativo» (pág.
334 ).
Tal es, brevemente expuesto, el resumen de la crítica de Pey­
reíitte al socialismo francés y de las soluciones propuestas fren­
te a
él.
Sin embargo, la pregunta inmediata que cualquiera se hará
tras este desastroso balance
y que continuamente surge de la
lectura de las sucesivas páginas del libro, es la siguiente: ¿Para
eso, entonces, sirve la democracia? Porque Peyrefitte
no se

re­
fiere a una sociedad comunista ni autoritaria, sino democrática
por antonomasia. Y todos esos males que Francia padece no son
más que efecto del sistema democrático.
Así, Peyrefitte no constituye más CJ.ue una nueva edición,
continuamente repetida, del liberal y demócrata que se aíerra
a los principios que llevan a las oonsecuencias que tanto deplo­
ra. Y es que el problema está en que no se quiere ver la
rela­
ci6n de causalidad que liga lo que está ocurriendo en Francia a los principios de la democracia moderna.
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ESTANISLAO CANTERO
En efecto, ¿acaso ésta no se establece sobre el principio in­
tangible de que el-poder reside en el pueblo? ¿De que los Par­
lamentos son los representantes de ese pueblo, únicos capaces
de decidir y legislar? ¿ Y que estos se eligen por sufragio? ¿Que
una vez emitidos los votos, los resultados se deciden por ma­
yoría? Pues bien, Peyrefitte no quiere los resultados, pero no
re­
nuncia a los principios. Estos no se pueden tocar. Nos encon­
tramos, de ese modo, en el reino de la incongruencia y del con­
trasentido, por otra parte criticado sin piedad cuando se trata
del socialismo. ¿Por qué razones democráticfJS, «el principio de
la democracia según el cual deba la minoría someterse a las de­
cisiones de la máyoría, aunque ésta sea de un solo voto, no
puede prevalecer sobre el principio de la indivisibilidad de la
nación (pág. 99)». Desgraciadamente para las democracias, no
hay ninguna. Peyrefitte señala que el triunfo del socialismo en Francia es
fruto de un equívoco y que no existe la Francia socialista pro­
clamada por Mitterrand; de ahí que hable del «mandato
inexis,
tente»

(pág. 37), con el que Mitterrand quiere cambiar la socie­
dad. Y tiene razón en cuanto a la inexistencia de una Francia
socialista, aunque no desde la perspectiva liberal
y demócrata.
Porque la Francia democrática, por serlo, ha de aceptar también
ser socialista -al menos mientras éste mande-- a fuer de de­
mocrática. Aunque le pese. Por ello, aunque el contrato de los
electores con Mittetrand sea «un contrato tachado de dolo» (pá­
gina 50), no por ello cabe declararlo nulo por vicio de consen­ timiento
como Peyrefitte

plantea (pág. 50). Y ello porque en
el
sistema democrático los votos deciden, aunque no se sepa lo que
se vota.
Argüir como hace Peyrefitte que «los electores dejaron que
llegase
Fran~is Mitterrand
porque afirmaba ser el más apto
para curar los males que diagnosticaba con tanta seguridad»
y
que «este fue, precisamente, el mandato que le confirieron»
(pág. 52), es un argumento carente de toda lógica desde el punto
de vista democrático, para negar a Mitterrand con su
mayorí,
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AUTODESTRUCCION DE LA DEMOCRACIA MODERNA
socialista, legitimidad para realizar la política del cambio. Porque
en el sistema democrático no hay regla alguna que permita .ne­
garle a Mitterrand la legalidad para efectuarlo.
Los votos -la democracia-, el resultado de la elecci6n,
implica aceptar las consecuencias de esa elección, y asi, Mitte­
rrand, según este sistema, está plenamente justificado, del mis­
mo modo que en su momento Francia tuvo que soportar durante
el septenado de Giscard sobre todo, la política socialdem6crata
desarrollada y para la cual, según
la argumentaci6n de Peyre­
fitte, no estaba legitimado. El error 16gico no se encuentra en
Mitterrand y en la mayoria, sino
· en

Peyrefitte, aunque
él no
quiera verlo. Para ser liberal y dem6crata consecuente hay que
aceptar la legitimidad de esa política de la mayoría socialista.
Pero si se ven y se señalan con tanta precisión los múltiples
desastres a que conduce la política socialista, había que extraer
la consecuencia que se impone a toda visi6n no ideol6gica. El socialismo lleva al desastre, es cierto; pero, ¿por qué? Por el sistema que permite que esos desastres no puedan impedirse.
Por el sistema democrático. En consecuencia, habría que con­ cluir que lo que hay que hacer es cambiar el sistema.
· Pero

no
al sistema socialista solamente, sino al sistema que permite que
éste llegue y cuando llega que conduzca a Francia a la muerte:
la democracia moderna.
Sistema, que aunque el socialismo no hubiera llegado al po­
der, aun sin el, es malo. ¿Cómo puede ser bueno un sistema
que permite a la «derecha» hacer politica socialdem6crata sin
estar «legitimada» para ello? ¿C6mo puede ser bueno un siste­ ma que, como el mismo Peyrefitte indica, deja
la unidad nacio­
nal solamente a cargo de la
moderaci6n de los politicos? ¿Cómo
puede

defenderse un sistema que permite el engaño y el fraude
y la aceptaci6n obligada del mismo? Porque, ¿qué otra cosa se
encierra en estas palabras de Peyrefitte?:
«A decir

verdad, hace
tiempo que vivimos en la socialdemocracia; lo hacíamos sin sa­
berlo ( ... ) todos estos rasgos esenciales de la socialdemocracia
"clásica" caracterizaban la sociedad francesa de los años set eh-
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ESTANISLAO CANTERO
ta ( ... ) esta política no fue realizada por partidos llamados so-.
cialdemócratas»

(pág. 24 3 ).
Si como afirma Peyrefitte la vuelta al sistema proporcional
significa
la muerte por eutanasia de Francia (pág. 254) y por
otra parte,
el sistema mayoritario permite la actual muerte de
Francia, ¿cómo negarse a ver que el mal está en
el origen?
¿ Cómo cegarse y no ver que reside en la esencia misma de la
democracia
mode~na?
¿
Y

cómo no ver que las soluciones propuestas en el
pro­
yecto

para Francia no solucionan nada? En efecto, si la libertad,
entiéndase bien,
la libertad que profesa la democracia, ha de
ponerse por encima de todo, ¿cómo evitar tanto la acción libre
de toda traba del socialismo en el poder, como su vuelta en el caso de que se produzca el dudoso juego de la alternancia? Todavía no gobernaban los socialistas cuando antes del 10
de mayo se había «sacrificado demasiado a unas ideas falsas que
nos
minaban» (pág.

303 ). Tal confesión exige preguntarse por
qué esas ideas se instalaron y tjuién las trajo. La respuesta no es
otra que el sistema democrático.
¿Quién garantizará un Presidente para la unidad, «que se
halle siempre en el estado político
y moral capaz de ejercer su
función de árbitro y de recurso» (pág. 305)? Si tal Presidente
es necesario, habrá que apresurarse a establecer las garantías
precisas para ello. No puede
ser otra

la reflexión juiciosa. Pero
el mismo Peyrefitte confiesa: «No existen garantías» (pág.
305).
¿Entonces?

He aquí la solución inservible: «Tendremos los pre­
sidentes que nuestra vida cívica merezca». Luego también un
Presidente para el partido en lugar de un Presidente para la
unidad. No hay posibilidad de evitarlo. Ya ha ocurrido como advierte el mismo Peyrefitte. Y de nada sirve confiar en esa
«vida civica», pues la condición exigida por Peyrefitte para ello
estriba en que «en una Francia no dominada por sus pasiones
y más cuidadosa con sus responsabilidades y más concreta, los
candidatos intentarán devolvernos nuestra propia imagen y po­
dremos escoger aquel que le sea
más fiel» (pág. 305).

Esperanza
absurda y ridícula, pues nada garantiza, de un lado, que el can-
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AUTODESTRUCCION DE LA DEMOCRACIA MODERNA
didato permanezca fiel a lo que sus electores creyeron de él y
de otro, que unos electores elijan al candidato que responda
más a su propia imagen, pues ambas cosas se han dado en el
caso del Presidente Mitterrand,
tal como indica el mismo Pey­
refitte.
¿ Y quién garantiza que aun en el supuesto del retorno a
esa
«Francia no
dominada por sus pasiones
y más cuidadosa de
sus responsabilidades y más concreta», no pueda volverse a la
Francia del

9 de mayo? Porque es el caso que ya se ha pasado
de aquella Francia a esta otra. Y el retorno a la situación anterior
al 1 O de mayo, siempre dentto de la lógica de la democracia,
implica aceptar que el 10 de mayo, pueda también «retornar».
Y es que si «no existen garantías» es por culpa del sistema,
del sistema de la democracia moderna. Todo lo demás es en­
gañarse. Y de
nada servirán las soluciones reformistas propues­
tas por Peyrefitte. Si es necesaria
la vigilancia del Parlamento
-es decir, modificarlo--, que el órgano supremo de la nación,
porque lleva a Francia al caos, es, precisamente, a causa de
la
institución parlamentaria, es decir, de la democracia moderna.
Si el
mal está en la fuerza todopoderosa de los partidos, que
son los órganos de expresión de la voluntad popular, es a causa
de que el mal se encuentra en la institución de los partidos, es
decir, en la democracia moderna. Y si los partidos están some­
tidos a las ideologías y esto es malo, es porque el mal se en­
cuentra en las ideologías, que son las que sustituyen a los in­
tereses reales, es decir, que el mal está en la democracia mo­
derna. Y si hay que recurrir a referendums frecuentes es por­
que las instituciones democráticas no sirven.
Pero, además, ni éstos ni el consenso propuesto pueden arre­
glar nada. ¿Cómo informar con exactitud, sin engalío, para que
se pueda decidir con pleno conocimiento de causa?
Mitterranil
y

el socialismo
alcanzaron el
poder
y no creo que Peyreritte
acepte decir que antes del 10 de mayo la formación de la opi­
nión no eta libre. Y eSá votación equivale, en ese aspecto~ a un
referendum. Y en el caso de que se aceptara que no era 'libre la
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ESTANISLAO CANTERO
formación de la. opinión, ¿cómo se habla llegado a tal situación?
Gracias a la democracia moderna. Luego el mal está en
ella.
¿ Y para qué puede servir el consenso, sino todo lo más para
paliar algunos males inmediatos,
pero que indefectiblemente lle­
gatán más tarde? La aproximación al consenso se da con
el sis­
tema proporcional· y éste constituye, como indice Peyrefitte, la
muerte de Francia por eutanasia. ¿Cómo no ver, pues, que el
mal es la democracia misma?
Por otra patte, si como Peyrefitte afirma, «Francia está de­
masiado preparada, por tres siglos de estatismo, para sumirse
definitivamente en la sociedad
de los consumos colectivos» (pá­
gina 254 ), ¿cómo no ver que el estatismo ha sido sobre todo
fruto del sistema democrático? Y es que el mal está en los principios del 89, fecha fatídica,
a· los

cuales no sólo no se renuncia, sino que la ideología y la
mitología liberal
y demócrata -una ideología y una mitología
similar a la que se recrimina al socialismo-, se aferran a ellos
por encima de todo.
Así, combatir en nombre de la escuela libre la
educación
nacional propuesta por el socialismo francés, alegando contra
ésta la
institución pública impuesta por Jules Ferry, es desco­
nocer la

historia o falsear los hechos. Porque las leyes de Ferry
se
catacterb:aron por

su sectarismo anticatólico y la introducción
de una falsa «neutralidad» preludio
de la escuela única socialista,
y de la que ésta no es sino su última conclusión. Aquella neutra­
lidad no era más que una mentira con la que disfrazat
el desig­
nio de establecer una enseñanza anticatólica1 como lo afirmó ro­
tundamente el que fue Ministro y Presidente del Consejo, René
Viviani. Tanto aquella «neutralidad», al patecer tan cara a Peyre­
fitte, como esta escuela única de la educación nacional, son fruto
de los principios del 89. Principios que cree intangibles. De
ahí
que Peyrefitte ponga su fe en el restablecimiento de la libertad
~e la libertad de la democracia, por supuesto--, en «una
segunda

"noche del 4 de agosto", que libere a Francia y le de­
vuelva la República». Y
ahí está

la causa de que no se quiera
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AUTODESTRUCCION DE LA DEMOCRACIA MODERNA
ver que el mal está en el sistema, en la democracia moderna. La
noche del 4 de agosto de 1789, dice Peyrefitte, «abolió feuda­
lismos y privilegios, suprimió las órdenes y las corporaciones
para que no huibiera más que ciudadanos libres» (pág. 336).
Pero la realidad es
·muy diferente.

En esa infausta fecha se
abolieron las libertades concretas, y se entregó a los ciudadanos
al poder de la voluntad general, que ha llevado a Francia a sus
mayores desastres, entre ellos
el actual, criticado y rechazado por
Peyrefitte. No cabe
ningún renacimiento de la libertad, de las
libertades concretas auténticas si
el paradigma de las libertades
se sitúa en dicha fecha aciaga. ¿Cuál puede ser el final del camino recorrido por Francia?
La destrucción de Francia desde luego, pero también la destruc­
ción y la desaparición de la democracia como el mismo Peyre­ fitte señala. Y tal es también la lección a extraer del libro de
Revel. Si del libro de Peyrefitte se deduce que los males descritos
del socialismo en Francia, llegado al poder democráticamente,
obedecen a un mal interior del propio régimen democrático, ésta
es la tesis central del libro de Revel, aunque
él lo sitúe en el
exterior de la democracia. En efecto,
el último libro de J ean-Fran~ois Revel, Comment
les démocraties finissent,
no es propiamente un libro sobre el
auge progresivo del imperialismo soviético
ni sobre el continuo
deslizamiento de la política de las democracias a aceptar ese im­
perialismo que las lleva a su propia destrucción) aunque éste
sea el continuo discurso del libro.
No; el libro de Revel es un libro que plantea el mal radical
de la democracia moderna
--aunque él

no sustente esta verdad­
que la lleva a aceptar su propia destrucción, verdad esta últi­
ma que Revel expone y demuestra sin lúgar a dudas. Cuando menos, puede decirse que es un libro que demues­
tra
la radical y abosoluta incompetencia de las democracias mo­
dernas para tener una auténtica política exterior, para compren­
der al comunismo y para entender la política expansionista de
éste, que las hace aceptar, entre resignadas y complacientes,
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ESTANISLAO CANTERO
el que la URSS alcance la · dominación mundial total, con la
desaparición consiguiente
de todas las democracias absorbidas
por ella. No nos vamos a detener ni siquiera en resumir los datos
innumerables, desarrollados a lo largo
de 279 páginas, que Revel
utiliza para demostrarlo.
Tan. sólo

quiero fijarme en la tesis de
Revel porque muestra la necesidad de cambiar, de renunciar a
la democracia, so pena de acabar en el hormiguero comunista. Para Revel, «la salud política de la Europa no comunista
es satisfactoria». (pág. 15) y, sin embargo, está a punto de
pe·
recer, de desaparecer, ya que «la marca distintiva de nuestro
siglo será la hmnildad con que la civilización democrática ha
aceptado desaparecer y se las ingenia para legitimar la victoria
de su más mortal enemigo» (pág. 14 ). Y esto se debe a que la
democracia moderna «no ha sido construida para defenderse de
los enemigos exteriores que quieren su destrucción: sobre todo
cuando el más reciente
y el más temible de estos enemigos ex­
teriores es el comunismo»; y a que «por resolución
propia está
vuelta

hacia el interior», hacia sí misma, mientras que
«el co­
munismo, por
el contrario, por necesidad se desarrolla hacia el
exterior, ya que por constituir un fracaso social, es incapaz de
engendrar una sociedad viable» (pág. 11 ).
El comunismo es un
enemigo irreconciliable

de la democra­
cia, con la que ha entablado una lucha a muerte, y
la democracia
es· tan incapaz de defenderse que se entrega en sus brazos. Tal
es la demostración de Revel. Ahora bien, ¿por qué eso es posible? ¿Por qué
la democra­
cia

es incapaz de defenderse?
,:Por qué
no es capaz de compren­
der al comunismo
tal como éste es y se manifiesta? ¿Por qué
carece
de: una verdadera

política exterior, que no consista en
hacer la
polítita más favorable a

la URSS, su enemigo? ¿Dónde
habrá
'que buscár el

mal,
el error, qué determina esá incapaci­
dad?
En su
misma esencia. No

hay otra respuesta válida. ¿No
hay, entonces, remedio a
esté mal? ¿Dónde está la salida de este
callejón? · En abandonar el

sistema, en renunciar, por incapaz.
inoperante
y autodestructora a la democracia moderna. Y, sin
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AUTODESTRUCCION DE LA DEMOCRACIA MODERNA
embargo, Revel no extrae esta conclusi6n. Describe el mal, pero
no reconoce la causa que lo provoca. Si
la democracia no sirve,
lo inteligente, lo l6gico, será renunciar a la democracia. Para todo aquel que piense que el socialismo y el comunismo
son peores que la democracia moderna cierto pesimismo no de­
jará de embargarle. Pero el desastre no es inevitable: hay solu­ ción. El mal no es ineluctable. Hay que comenzar por denunciar el fraude que constituye la democracia moderna; pero, ¿qué
poner en su lugar? Al leer ambos libros recordaba, permanentemente, a otro
francés. A una mente preclata en la política y que
amó a

Francia
como pocos: Charles Maurras. Maurrás proclam6 durante toda su vida que
la República
carecía de política exterior y que no podría tenerla. Setenta y tres años después de
la publicaci6n de Kiel et T anger, Revel al
confirmarlo, le da la razón. Maurras proclamaba la necesidad de
una monarquía hereditaria, tradicional, antiparlamentaria y des­
centralizada. Casi ochenta años después de
la aparici6n de la
Encuesta sobre la Monarquía, Peyrefitte viene a darle la razón:
Un presidente para la unión: el
Rey. Una continuidad en lo
fundamental de Francia: hereditaria y tradicional. Una vigilan­
cia del parlamento y los partidos: antiparlamentaria. Un retorno a las libertades sociales, personales, econ6micas: descentralizada. ¿Qué falta, pues? La cuestión .esencial en
la que las otras
quedan ahogadas: la democracia. Ninguno de los dos autores
reconoce ese mal esencial que ellos mismos describen. Y, así, se
da el contrasentido de que, pese a afirmar como vimos que
hacía
Peyrefitte,

que en el aspecto político, «la realidad debe seguir
siendo el juez de nuestras ideas», son éstas las que se imponen a
aquéllas. En efecto, al negarse a ver que la realidad demuestra la
falsedad de la democracia, y querer mantener ésta a toda costa,
se hace

prevalacer la idea sobre la realidad. Con lo que tampoco
se es congruente con
aquella otra

afirmación del mismo Pey­
refitte, de que la realidad «es la que nos impone
el dar la es­
palda a los sistemas»,
pues el sistema democrático permanece
incólume. Así, la
demóciacia, pese
a no ser
más que una

idea
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ESTANISLAO CANTERO
falsa, como repetía Maurras, «triunfa» sobre la realidad, sobre
la naturaleza de las cosas. ¿Estaremos abocados a morir por el
«honor de la democracia»?
No quiero concluir,
sin embargo, sin rechazar una grave
acusación de Peyrefitte que atañe a la Iglesia católica .
. .
Afirma Peyrefitte que «a veces nos imaginamos que la fas­
cinación de
los cristianos por el socialismo es un fenómeno re­
ciente y que estará limitada a una categoría marginal,
la de los
"cristianos de izquierda". Pues no es así. Esta actitud tiene
raíces profundas en las mentalidades cristianas» (pág. 145).
Se­
ñalar

como raíces teológicas a Santo Tomás y a la Contrarrefor­
ma por condenar el beneficio resulta, cuanto menos, un desatino sin
límite. Es

ignorar por completo el pensamiento de Santo
Tomás, pilar básico de una doctrina por completo opuesta al
socialismo, como bien lo
han comprendido los llamados cristia­
nos por el socialismo y el marxismo que lo combaten con ahín­ co. ¿Cómo es posible
ver en la Contrarreforma las raíces teoló­
gicas de esa fascinación por el socialismo?
¿Cómo identificar

como raíces históricas las ideas
de la Re­
volución

Francesa con las del catolicismo? (pág. 146).
¿Cómo
meter
en

un mismo saco al heresiarca Marción, al condenado
Lamennais y al catolicismo? (págs. 145-146).
Peyrefitte no distingne y no
lo hace porque no quiere o por­
que

no sabe, entre el catolicismo y las doctrinas por
él conde­
nadas.

Y falsea
la historia. La Iglesia católica no se ha aliado
nunca con
la Revolución y siempre ha sido cruentamente per­
seguida por ésta por
oponerse a
ella. Y, ¿dónde encontrar una
mejor y más amplia refutación y condena del socialismo que en
la doctrina de
la Iglesia católica?
En cambio, Peyrefitte concede al socialismo, al socialismo
a
la francesa y marxista, que «para nosotros, los liberales, el so­
cialismo no
es el mal. Le reconocemos una inspiración noble.
un deseo de justicia» reduciéndole la condena del socialismo
a
que

«lo
malo· del

socialismo en Francia es que no reconoce lo
qtié hay

de bueno en los principios políticos de sus adversarios»
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AUTODESTRUCCION DE LA DEMOCRACIA MODERNA
(pág. 105). Tamaña incongruencia no se encontrará en la doc­
trina de la Iglesia. Pero ¡ay!, la democracia obliga a ello.
Claro que Peyrefitte tiene que mostrar aquí su antirromanis­
mo, claramente expresado en le
mal romain, segunda parte de
su libro
Le mal frangais (2), interpretación falsa y absurda de
la historia en la que superando
la tesis de Max Weber, señala
no sólo que el catolicismo, al contrario que el protestantismo,
es la fuente del retraso y de los males de los países latinos (3 ),
sino que además, la Contrarreforma es el origen del totalitaris­ mo ( 4 ), la causa
de la acentuación del mal romano (5).
Porque el mal no está
ahí, sino, precisamente, en el protes­
tantismo, origen de los principios de 1789. Ha quedado clara­
mente expuesto cómo la· democracia no tiene otro futuro que
la muerte. Pero los prejuicios son enormes. Y no hay forma de
abandonarlos. Porque
cuando la rosa se marchite es un desmen­
tido total a las previsiones para un renacimiento francés que
en 1976 Peyrefitte formulaba en
le mal fran,ais.
¿Por qué, si no, en 1983, hay que repetir un proyecto ya
enunciado en 1976 en
el último capítulo de el mal francés? (6).
En 1983, ¿qué queda de «el comienzo de un
consenso» (7) vis­
lumbrado en 1976? «Sin duda, por primera vez después de la Revolución, los
franceses se aproximan, poco a poco, a los dementas esencia­
les de un consenso» (8). Hoy, Peyrefitte nos dice que hay que
lograr ese consenso. Sin duda, y como vimos, porque los fran-
(2) Alain Peyrefitte: Le mal franfais, Pion, 1976, págs. 103-216. Hay
traducción española con
el titulo de El mal latino, publicado por Plaza
y Janés.
(3) Alain Peyrefitte: Le mal /ranfais, págs. 126-216.
( 4) «La Contrarreforma ( ... ) es un movimiento reacciona.río y tota~
litario,

en
d sentido exacto de las palabras», Alain Peyrefitte: Le tnül
franfais, pág. 169.
(5)
Alain Peyrefitte: Le _ mal /ranfais, pág. 169.
(6) Alain Peyrefitte:
Le mal franfais, págs. 473-493.
• (7) Alain
Peysefitte: Le mal franfais, pág. 467.
(8) Alain Peyrefitte:
Le mal franfais, pág. 467.
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ceses están, hoy, mucho más lejos de él que en 1976. En aquel
entonces, decía: «Por doquier la historia indica claramente cómo
la sociedad francesa
ha podido, poco a poco, escapar a sus gue­
rras de religión. Por la vía del buen sentido, del justo medio. Por reformas sin brusquedades, por progreso sin ruptura» (9).
¡Qué lejos queda 1976! En 1983, Peyrefitte nos dice que en
Francia está ocurriendo todo lo contrarío. ¿Dónde está, pues, el mal? No precisamente en el «mal»
romano. ¡Qué razón tenía Maurras al denunciar al protestantis­
mo como uno de los cuatro enemigos de Francia! Si
el denomiando «cristianismo de izquierda» se vuelca hacia
el socialismo no es por su doctrina cristiana, sino por las falsas
doctrinas que
la han sustituido; entre ellas la de la democracia
moderna. Seamos serios, no falseemos la historia y demos
a
cada

uno lo suyo.
(9) Alain Peyrefitte: Le mal fran~ais, pág. 468.
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