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Número 223-224

Serie XXIII

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Ecología, ecologismo y política

ECOLOGIA, ECOWGISMO Y POLITICA
POll
JAVIER URCELAY ALONSO
«Cuando se haya cortado el último árbol,
cuando el último río se halle envenenado, una
vez capturado el último pez, os daréis cuenta
de

que
no se

puede
comer dinerox,.
Origen del ecologismo.
(Pancarta firmada por Greenp,eace).
«Seamos realistas: exijamos lo imposible».
(Slogan ecologista).
lNTRODtJCCIÓN.
El origen del término «Ecología» suele atribuirse al biólogo
alemán

Ernst Haeckel (1834-1919), quien en 1869 lo emplea por
primera vez para designar a la rama de la biología que estudia
las relaciones de un organismo con su medio ambiente inorgá­
nico
u orgánico (1).
La Ecología como ciencia es, pues, relativamente reciente.
En rigor, su origen como tal data de 1930, al ponerse fin a la di­
visión, sin

sentido, enrre Ecología Vegetal
y Ecología Animal y
sentarse las bases definitivas de la Ecología General como cien­
cia integradora y
de síntesis.
El paso de
la Ecología de serena disciplina científica, restrin­
gida al ámbito académico, a objeto de encendidas
controversias,
(1) Ramón Margalef, Ecologla, Ed. Omega, S. A., Barcelona, 1974.
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JAVIER URCELAY AJJONSO
se produce cuando se toma al hombre como objeto de sus inves­
tigaciones. El hombre que se integra en un determinado ecosis­
tema, con el que establece relaciones de interdependencia; que
ejerce una acción susceptible de modificar los equilibrios natu­ rales; que es capaz, en fin, de poner en riesgo su propia super­
vivencia sobre el planeta.
Existen, desde este pun~o de vista, una serie de rasgos carac­
terísticos de nuestra época que, junto a otros más coyunturales,
como la escasez energética, han servido para conformar la lla­
mada «crisis ecológica» en lo que al hombre se refiere. Factores como el expolio acelerado de los recursos naturales,
con
la desaparición de especies silvestres, la deforestación y de­
sertizaci6n de amplias zonas o la esquilmación de los recursos
minerales
y energéticos. O como la contaminación del medio, no
sólo de ambiente urbano, sino aun de ríos, costas y mares (2).
O incluso como el problema de la superpoblación en algunas zo­ nas de
la tierra, con una población mundial que en el Neolítico
necesitaba 1.500 años para duplicarse y hoy lo hace en menos
de
35 años, alcanzando ya un total de 4.000 millones de seres
humanos ... Todo ello ha representado para la Ecología. como disciplina científica, una crisis de método
y competencia en la
que aún se encuentra inmersa.
Así, pues, las razones operantes de la extensión de la actual
«conciencia ecológica», por utilizar la expresión de Edgar Mo­
rin, no han sido otras en origen que la propia realidad deplora­
ble que nos envuelve, realidad de destrucción
y saqueo de la na­
turaleza y degradación de la biosfera. Y no sólo del medio am­
biente físico-químico, sino también, y quizás de forma más de­
terminante, del medio ambiente social y cultural, que ha lleva­
do, en plena «era de
la abundancia» y «era del confort», a un
creciente deterioro de
la «calidad de vida» del hombre y a un
profundo vacío existencial.
(2) Sirva de ejemplo la noticia ·aparecida estos días en la prensa sobre
el aumento de temperatura media en todo d mundo prevista para la - pr6-
xima década, consecuencia del acúmulo de dióxido de carbono en la at­
mósfera.
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ECOWGIA, ECOLOGISMO Y POUTICA
Paralelamente a todo lo anterior, ha tenido lugar, durante los
últimos años, una efectiva divulgación
-y a veces deforma­
ción- de los principios de la Ecología, o mejor aún, de algnnos
de los principios aportados por esra ciencia;
y, basándose en
ellos, mejor o peor comprendidos, una extensión de esa «con­
ciencia ecológica», concretada en tres puntos:
-Lo que llamamos medio ambiente, naturaleza o entorno,
constituye un ecosistema, es decir, un conjunto de ele­
mentos vivos e inorgánicos que están interrelacionados.
Todo ser vivo, incluido el hombre, es un sistema abierto,
a la vez autónomo y dependiente del ecosistema.
Y, tercero, las agresiones a
la naturaleza pueden desbor­
dar
la capacidad de autorregulación de los ecosistemas,
amenazando con consecuencias imprevisibles a todos sus
integrantes, incluido el hombre, morador cosmopolita de
un único gran ecosistema que es el «planeta azul».
En definitiva, una extensión de la consciencia de que no es
posible un crecimiento sin límites conforme al actual modelo de
desarrollo, que olvida que la tierra es finita en espacio y en re­
cursos naturales.
La fuentes divulgadoras de todos estos planteamientos fue­
ron, en primer lugar, un número creciente de científicos
y natu­
ralisras que desde las revistas científicas
y, más eficazmente, desde
poderosos medios de comunicación,
han transmitido su inquietud
por el deterioro de los ecosistemas que estudiaban. Surgieron así, bajo su impulso, un buen número de Fundaciones e Institu­
tos para el estudio
y conservación de la naturaleza y, en particu­
lar, de determinados ambientes o especies en riesgo de extinción.
El empuje definitivo para toda esta inquietud por el tema
medio ambiental
ha provenido en estos últimos años, sin em­
bargo, de la proliferación de los
· llamados
grupos ecologistas,
que, con mayor o menor repercusión, han sido vehículos de «con­
cientización» y denuncia.
Los primeros grupos ecologistas pueden encontrarse ya al
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final de la segunda guerra mundial. En ese momento coincide
una cierta aceleración en
la incidencia de la acción humana sobre
los ecosistemas naturales. Es el momento de la introducción de
nuevos cambios tecnológicos en
la agricultura con los fertili2an­
tes,

plaguicidas, etc., en
la industria, con la fabricación a gran
escala de nuevos productos de síntesis, y en los transportes.
Los grupos ecologistas
comienzan a

multiplicarse cuando el
deterioro de
la calidad de vida empieza a afectat a una cantidad
creciente de la población, e incluso a
las propias industrias, a
través
de problemas como el agotamiento de las materias primas
o la contaminación excesiva.
Son todas estas condiciones, existentes sobre todo eo los
países más desatrollados, las que constituyen el humus sobre el
que va a aparecer y desarrollarse
lo que hoy conocemos como
ecologismo, cuyo punto de partida puede encontrarse resumido
en
la sentencia de M. Bookchin: «Los desequilibrios que el hom­
bre
ha causado en el mundo natural tienen su orgien en el mundo
social».
·
Se

admite, pues, como postulado inicial, una relación causa
efecto: los actuales problemas
ecol6gicos son

sólo efectos o
sín­
tomas cuya causa se halla en el actual modelo de producción,
consumo y ocio. Todos ellos se basan en un modelo de desarro­
llo económico que tieoe como fin la optimización del
P.· N. B.,
que

define a la actual sociedad como «sociedad de consumo» y
transforma en sinónimos, de forma abusiva y mixtificadora,
fo­
dustrialización, desatrollo y progreso, y todo presidido por el fe­
tiche
de
la producción ( 3 ).
Es asl, a

partir de la utilización de la Ecología para el análi­
sis de la intervención humana en las sociedades industriales,
cuando, perdiendo rigor, se transforma eo «Ecología política»
y
empieza a interesar más allá de los clrculos científicos.
Al ser abordada desde
la óptica de las actividades económi­
cas y sociales, la Ecología
política pasa
a ocuparse de las condi-
(3) R Villar y B. Espinet, Ecologia, ecologismo y movimiento ecólo­
gista, Zona Abierta, 21, 1971.
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clones de la actividad económica y de los límites que ésta debe
respetar. Es también precisamente a partir de ese momento cuando la
Ecología puede ser instrumentalizada por grupos que pretenden
influir sobre el modelo socioeconómico
y las condiciones de vida,
desbordando a aquellos que se preocupan exclusivamente por
la
extinción de ciertas especies, la destrucción de algunos ecosiste­
mas o la contaminación de su barrio.
Segón lo

dicho, es cierto que el ecologismo no surge de una
simple moda, o de la mente de unos cuantos intelectuales
pre­
tenciosos

de elaborar entre cuatro paredes nuevas soluciones para
la humanidad. Para su elaboración ideológica, toma como punto
de arranque un cúmulo real de problemas aparecidos de la propia dinámica de las sociedades desarrolladas, como Carlos Marx tomó
en su tiempo las condiciones del proletariado en Inglaterra tras
la revolución industrial. El problema, igual que en el caso del
marxismo, será de nuevo, como iremos viendo, la interferencia
en el proceso lógico de una apriorismo filosófico o político -el
idealismo dialéctico hegeliano y el materialismo de Feuerbach en
el caso de Marx-que precondiciona la resolución del problema
y hace a la larga olvidar el punto de partida, para instrumentali­
zarlo finalmente al servicio de la Idea.
'Nacimiento y desarrollo del movimiento ecologista.
Las primeras reacciones ante la problemática ecológica, sur­
gen de problemas puntuales que llevan a diversos grupos de per­ sonas, más o menos afectadas, a luchar contra atentados flagran­
tes a sus condiciones de vida o de trabajo. A principios de los años 60
el ecologismo era una simple
respuesta

a problemas locales, ajena a cualquier otra pretensión
política. Se
trataba generalmente

de agricultores que se queja­
ban de los daños causados por industrias contaminantes cercanas,
de los habitantes de zonas costeras afectadas por mareas negras o de vecinos protestando contra las condiciones
de. vivienda

de
su barrio.
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Poco a poco con estos grupos, que luchan por intereses con­
cretos, próximos
y a veces contradictorios. se va a ir mezclando
un sector de universitarios vinculados a la enseñanza o a la in­
vestigación, alarmados por la degradación de los medios natura­
les. De este modo se formaron grupos muy activos, integrados
por bi6logos, agrónomos, montañeros, etc., junto a simples aman­
tes de la vida natural, con iniciativas proteccionistas que, bien
acogidas inicialmente por los poderes públicos, fueron sensibili­
zando a sectores cada vez más
amplios de

la población y debili­
tando la creencia irracional en la bondad intrínseca del llamado
progreso. Algún tiempo más tarde, y en parte impulsado por la «moda»
nuclear o desastres como
el de Seveso o .el Torrey Canyon, algu­
nos· físicos y químicos comenzaron a denunciar los peligros aso­
ciados al uso de ciertas tecnologías, colaborando a la aparición
de un amplio movimiento de contestación que, especialmente e1,1
el caso de las centrales nucleares, se extenderá rápidamente.
Los estudios, propuestas y declaraciones de todo este conglo­
merado heterogéneo de técnicos y «expertos», irán estableciendo
la base aglutinadora de los elementos dispersos, facilitando su
convergencia.
El que una parte de estos sectores carezca en absoluto de pro­
pósitos políticos o incluso forme equipos de trabajo al servicio
de diversos Gobiernos, como el Club de Roma, no impedirá
que
otro sector, procedente de ideologías de izquierda radical, pase a
militar activamente en d ecologismo, y utilice para sus fines
incluso los estudios e informes más asépticos y menos politi­
zados.
Tras el estallido revolucionario de mayo del 68,
gran nú­
mero de militantes políticos y sindicales juveniles, desllusionados
con la práctica de sus partidos y organizaciones, se unieron al
movimiento ecologista. Encabezados por Daniel Cohn-Bendit y
otros destacados líderes procedentes de las barricadas de
Nan­
terre; aportaron al naciente ecologismo su militancia marxista o
libertaria, al mismo tiempo que una determinada experiencia
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ECOWGIA, ECOLOGISMO Y POLITICA
política que evitará, en gran medida, la lenta integración del eco­
logismo dentro del sistema. Junto a todos estos afluentes, otros sectores, vinculado.s
en­
tre

sí por el amor a la naturaleza, pero cuya perspectiva no iba
más
allá de pequeños sectores de iniciados, descubren en el eco­
logismo la corriente que enmarca sus inquietudes, De este modo
se irán acercando médicos y curanderos homeopáticos, vegeta­
rianos y macrobióticas, ciclistas, nudistas, montañet<>s y toda una
pléyade de visionarios, inadaptados y exotéricos que condicio­
nan la heterogeneidad irreductible del
movinúento ecologista,
Pero

todo ello ya bajo
la conducción estratégica del activismo po­
lítico de extrema izquierda.
La cementación progresiva de todo este conjunto de aluvión
tiene lugar, sobre todo, por la oposición antinuclear. Es por en­
tonces, abril de 197 5, cuando un grupo antinuclear de Arthus,
ciudad danesa
al este de la península de Jurlandia, crea el fa.
maso slogan de «Nuclear, no, gracias» sobre un sol sonriente, que
pronto

se
convertiría, traducido
a más de cuarenta idiomas, en
el símbolo de la solidaridad internacional del movimiento anti­
nuclear. Hoy, los derechos de comercialización del «sol sonrien­ te» en todo
el mundo, han permitido a la OOA (Orgauización
para
la Información sobre la Energía Nuclear), de Dinamarca,
crear una fundación internacional, la WISE (Servicio Mundial
de Información sobre la Energía), con sede en Amsterdam y de­
legaciones en distintos países, incluso España ( 4 ), dedicada
a
financiar y fomentar la oposición antinuclear en los países occi­
dentales.
A partir del análisis
de las derivaciones de la problemática
tecnológica, el ecologismo comienza a elaborar la crítica de los
modelos económicos vigentes, pasando poco a poco a una actua­
ción cada vez más política, que desborda pronto los problemas
iniciales

de simple defensa del medio ambiente.
De forma pau­
latina
y bajo la inspiración de los sectores radicales, el ecologis-
(4) La sede de la WISE en España se encuentra en la calle Bruc, 26-2.',
Barcelona-10.
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mo se convierte . en una ideología de transformación global de las
condiciones sociales, fuertemente impregnado de esencias auto­
gestionarias.
La historia del ecologismo es así la historia de dos procesos.
Por una parte, el de la extensión de la ecología a la totalidad de
los problemas económicos, políticos
y sociales, es decir, el paso
de una disciplina científica a la elaboración de una teoría de com­
prensión del

mundo y acción sobre el mundo.
Y, por otro lado,
el paso de asociaciones que tenían actividades parcelarias, a un
movimiento unitario, autónomo y político (5). La presentación del socialista René Dumont como candidato
ecologista a la presidencia de la República en
las elecciones fran­
cesas de 1974 sirvió,
al menos publicitariamente, para extender
el ecologismo como un reguero de pólvora, facilitando al tiem­
po
el diálogo con militantes de partidos y sindicatos. En 1977
el movimiento ecologista volvió a presentarse en Francia a las
elecciones municipales. En algunas zonas obtuvo hasta un 15
%
de los votos emitidos. El programa presentado es fácil de resumir:
la alternativa no puede buscarse en simples parches o en apara­
tosos discursos catastrofistas ( una nota muy característica de los
ecologistas norteamericanos). Sólo una actuación radical frente al
actual conjunto de problemas y al sistema que los origina, jun­
to a
la búsqueda de alternativas viables de modelo de produc­
ción, de sociedad y de vida, puede producir resultados reales. «Es,
pues, necesario pasar de la lucha por la defensa de la naturale­
za a una lucha revolucionaria, que tiene que partir, sin
duda;
de la puesta en cuestión del capitalismo y de su hermano ge­
melo el socialismo desarrollista
y autoritario, haciendo del eco­
logismo el motor de
la transformación social ( 6 ).
La consolidación del ecologismo sobreviene, de forma defi­
nitiva, como consecuencia del triunfo electoral en 1982
del Par-
(5) Declaraciones de B. Lalonde a F. Sabbah, en Triunfo, 2 de ju­
lio de 1977.
( 6) H. da Cruz, Ecologismo y sociedad alternativa, Ed. Miraguano,
Madrid, 1979.
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ECOLOGIA, ECOLOGISMO Y POLITICA
tido Verde de la República Federal de Alemania, al lograr si­
tuar 27 diputados en el Parlamento Federal. Es el partido «verde» alemán uo conglomerado de ecologis­
tas y «alternativos», que van desde las lesbianas, a los partida­
rios de la alimentación macrobiótica y los pacifistas, comanda­
dos por los líderes revolucionarios Petra Kelly y Rolf Bahro. Este heterogéneo mosaico que forman sus bases, hace casi
imposible lograr la implantación de una mínima disciplina or­
ganizativa, así como de consolidar uoa estructura burocrática mí­
nima, indispensable para su funcionamiento como partido. Para superar estas dificultades y la diversidad ideológica de sus com­
ponentes, los «verdes» elaboraron en el Congreso de Sindelfin­
gen, que precedió a la celebración de las elecciones, uo programa
de compromiso que les permitiera superar ese
5 % de votos ne­
cesarios para ingresar en el Buodestag. El proyecto, elaborado
por el ala «reformista», contaba con uo preámbulo del sector
revolucionario o «fundamentalista», que
explicába los

propósi­
tos del movimiento a largo plazo, temporalmente postergados
por el objetivo prioritario de lograr representación parlamen­
taria. Las reivindicaciones inmediatas, como «moratoria nuclear»
y jornada laboral de 35 horas, se presentaban sólo como un pri­
mer paso. A largo plazo el proyecto propugnaba, en cambio,
«uoa revisión

total
del sistema económico, que deberá respetar
las necesidades humanas
y no estar orientado hacia el creci­
miento industrial». Como consecuencia del espectacular incremento de votos en
Alemania, el poder de los ecologistas se consolida en toda Euro­
pa, donde se convierte en una alternativa política que oscila,
se­
gún los cuándos y los dóndes, entre el parlamentarismo más ho­
norable y la guerrilla urbana más violenta. Los
«reformistas~
utilizan la ecología para reclamar uo crecimiento económico «dul­
ce». Los radicales denuocian la civilización industrial en bloque. Por otra parte, el ecologismo pasa a interesar a los políticos
del voto como uo aspecto social de gran fuerza electoral. Todos
los partidos se interesan ahora por el problema ecológico, a
la
búsqueda del mayor número de papeletas electorales para la rifa
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del poder. El ecologismo se ha convertido así, en cierta mane­
ra, en una moda electoral indispensable si se quiere proyectar
una imagen moderna y juvenil sobre el electorado. Incluso se
han llegado a promover partidos ecologistas de orígenes poco
claros, con el único objetivo de restar votos en las urnas a for­
maciones adversarias.
La instrumentalización geopolítica del movimiento.
Pero no han sido los partidos políticos los únicos pescadores
oportunistas en aguas revueltas. Otros intereses de mayor alcance tratan hoy de instrumentalizar a gran escala el movimiento
eco­
logista,

principalmente a través de la explotación de su vertien­
te pacifista y antinuclear. En 1981 el Forum Atómico Español denunció públicamente
las fuentes de financiación de los grupos antinucleares. Según su
presidente, Alfonso Alvarez de Miranda, tanto los países del te­
lón de acero como diversas fundaciones -americanas apoyan con
sus fondos las capañas que en Europa se oponen a las nucleares.
En base a una serie de documentos acreditativos, citó los nom­
bres de Breznev, Gadafi y las Fundaciones Rockefeller y Kapell­
man, entre otras. Destacó, además, la perfecta coordinación inter­
nacional que hace descartar
la supuesta espontaneidad. Así, por
ejemplo, explicó que los enfrentamientos violentos registrados
en
la Alemania Occidental fueron provocados desde la República
Democrática. En el último año, tras el éxito electoral del movimiento verde
Die Grunen en la República Federal Alemana, han cobrado gran
importancia la Fundación Russell y el European Nuclear Disar­
mament. Con ellos se encuentra estrechamente relacionado, en
España, el «Comité de Acción por la Paz y el Desarme» (CAPD), a través del «Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad»,
integrado por militantes cercanos al PSOE. También forma par­ te del CAPD
la Federación de Amigos de la Tierra (FAT), de
inspiración anarquista, que durante el Gobierno de U. C. D. re-
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ECOLOGIA, ECOLOWSMO Y POUTICA
cibió una subvención oficial de siete millones de pesetas de la
Dirección General del Medio Ambiente (7), y que forma por su
cuenta parte de otra curiosa malla internacional, la «Federación
Internacional de Amigos
de la Tierra».
En estos días, con motivo de la anunciada instalación en
Europa de

los nuevos misiles de la OTAN, la propaganda so­
viética juega hábilmente con
los terrores

soterrados a un hipo­
tético holocausto nuclear, manipulando en silencio
el movimien­
to ecologista-pacifista con el objetivo de lograr una ventaja mili­
tar destacada a favor de la URSS, poseedora de los misiles SS-20.
Por toda Europa occidental una onda pacifista recorre las ca­
lles a favor del desarme unilateral. Al
movimiento pacifista, o mejor «unilateralísta», se une un
creciente número de clérigos progresistas, tanto católicos como
protestantes. En Holanda nueve confesiones protestantes encau­
zan sus actividades antinucleares a través del Consejo Interecle­
sias de Paz (!KV), bajo
el estímulo de la Gran Iglesia Refor­
mada, respaldadora del desarme unilateral. En Italia varias organizaciones cristianas, como Pa:x Christi,
Justicia y Paz, grupos de sacerdotes franciscanos y Cristianos
por
la Paz, figuraron entre los convocantes de la manifestación
antimisiles OTAN, celebrada en Roma
el 22 de octubre de 1983,
en unión del Partido Comunista y el partido ultraizquierdista
Democracia Proletaria. Las actitudes pacifistas sirven, obviamente, a la causa sovié­
tica y sus servicios secretos han trabajado concienzudamente por
potenciarlas. En el quinquenio 1976-1981 se calcula en veinte
mil millones de pesetas
el dinero invertido por la Unión So­
viética en estimular y teledirigir los movimientos pacifistas euro­ peos (8). Supervisado por miembros del Politbu:ró y dirigido por Leonid Mitrofanovich Zamyatin,
el aparato de propaganda so­
viético utiliza las organizaciones fachada, en su mayoría grupos ecologistas que parecen independientes, pero que, de hecho, es-
(7) Revista Verde, núm. 1, 1983.
(8) E.
Hughes, Selecciones del Reader's Digest, diciembre de 1981.
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tán financiados y controlados directamente por la URSS. En
ellos, como en la mayoría de los grupos pacifistas principales, hay
centenares de comunistas orientados por Moscú, que han logra~
do moldear su política.
Entre ellos, el más importante quizás sea el Consejo Mun­
dial de la Paz, con sede en Helsinki y organizaciones asociadas
en 137 países (9). Una nueva edición de la estrategia
«Pax» en­
sayada

hace años contra la Iglesia Católica ( 10). En junio
de
1983 esta organización filocomunista celebró en Praga la gigan­
tesca «Conferencia por la Vida, la Paz y Contra la Bomba
Ató­
mica»

en medio de gran efecto propagandístico. El montaje es­
tuvo a punto de volverse contra los organizadores como un
«boomerang», el retirarse la delegación germanooccidental inte­
grada por dos diputados «verdes», en protesta por los excesos apreciados contra los derechos de la prensa
y la libertad de ex­
presión (los delegados retirados fueron los diputados G. Pott­
hast
y H. Dann y el dirigente «verde» W. Oswalt).
Por su parte, el ministro británico de defensa, Michel Hesel­
tine, ha lanzado duros ataques contra la «Campaña Pro Desarme
Nuclear» ( CND ), influyente organización pacista en Gran Bre­ taña, dirigida por el sacedote católico Bruce Kent
y formada
por unos 30.000 miembros, a la que el Gobierno acusa de estar
dominada por comunistas
y hacer el juego a la política nuclear
de la Unión Soviética. M. Heseltine facilitó a los periodistas una
lista de miembros del partido comunista
y ex-comunistas mili­
tantes de grupos trostkistas entre los dirigentes de la CND, es­
pecificando apellidos y cargos. Un buen número de los 50 inte­
grantes del Consejo Nacional son miembros del P. C. Duncan Rees,
· organizador

nacional
de la CND formó parte
del periódico comunista
Morning Star. Su antecesora en el pues­
to, Sally Davidson es, igualmente, comunista declarada. Se ex-
(9) En Espafia la representación la ostenta el «Comité por la Pa2»,
impulsado

por
Herri Batasuna, y en el que figura Alfonso Sastre (El Pals,
26 de junio de 1983). '
(10) Ver El Affaire Pax, Ed. Acervo, Barcelona.
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explica así por qué la propaganda antinuclear de la CND tiene
una marcada tendencia prosoviética.
El mismo caso puede señalarse en la campaña de la !KV ho­
landesa contra la homba de neutrones,
coordinada indirectamen­
te

por los colaboradores del embajador de la URSS, Alexandr
Josifovich Romanov, condecorado poco después con la Orden
de
Lenin, y el corresponsal local de la Agencia T ass, Vadim Va­
silyevich
Lconov, a través del líder comunista Nico Schouten.
O en el llamado «Llamamiento Krefeld» contra los nuevos
misiles nucleares Pershing II y Crucero, promovido por la Unión
Alemana para la Paz (DFU), organización fachada soviética fun­
dada por el agente J osef Weber. Recientemente el caso fue
de­
latado por uno de los colegas de Weber, el ex-comunista Klaus
Roehl, ex-director de la revista
Konkret y ex-esposo de la terto­
rista Ulrike Meinhof, al declarar que el
dinero para
la funda­
ción de la DFU, en 1960, vino directamente de Alemania Oriental. La manipulación comunista del pacifismo alemán, denunciada
por el Ministro del Interior, Zinunerman, no ha tenido más
re­
medio que ser reconocida por el propio Heinrich Boll, uno de
los santones de las recien_tes manifestaciones por el desarme, al
llamar la atención sobre la excesiva influencia de los miembros
del DKP (Partido Comunista Alemán) (11). ·
Otro tanto podría afumarse del Movimiento de la Paz fran­
cés. Su administrador, Yves Choliere, procede de la Federa­
ción del PC de París, de cuyo Comité Federal fue miembro du­
rante el período
estaliniano, mientras

que su secretario, Roger
Meyer, otro conocido prosoviético, fue miembro del Consejo de
Redacción de
France-Nouvelle, semanario central del PC fran­
cés durante los primeros años 70, y colaborador de los
Cahiers
du Comunisme,
publicación mensual del Comité Central del
PC francés ( 12).
Como concluye E. Hughes, desde la ventajosa posición del
Kremlin, el creciente impulso de la campaña pacifista para im-
(11) ABC, 19 de octubre de 1983.
(12)
El Alcázar, 26 de noviembre de 1!181.
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pedir el despliegue de misiles de la OTAN, ofrece espléndidas
oportunidades para alcanzar los vitales objetivos soviéticos: di­
vidir a los miembros de la Alianza
Atlántica, reducir o eliminar
la influencia norteamericana en Europa y «finlanclizar» toda la
zpna.
«Al final -esc;l"ibía el ABC en un editorial del 17 de no­
viembre de 1981-+ es necesario recurrir a la simplicidad para
enunciar la simple realidad: hay una sociedad, a un
lado de la
frontera alemana, con respetables niveles de libertad y bienes­ tar, y hay otra, del otro lado, donde no hay libertad y se vive mal.
La
Unión Soviética

querría invadir las democracias indus­
triales del oeste por muchas razones, sin olvidar aquellas de
tono menor que enunciaba una asociación de damas británicas:
«Quieren instalarse en nuestros cines y nuestros restaurantes,
pero no como viajeros, sino como ocupantes ...
».
«Hay una enorme máquina ---continúa ABC-que funcio­
na para preparar esta ocupación, y aquí no deben despreciarse
las actividades laterales, no militares, pero indispensables: la
amalgama ideológica,
la confusión informativa, la mezcla de pro­
pósitos. A los ecologistas se unen los libertarios, el leninismo se
une a la helioterapia y los· antinucleares hacen frente común con
los vegetarianos: todos abogan por la paz y la libertad, y se
oponen a la 0T AN. Todo termina con la quema de una ban­
dera americana». En definitiva, se trata de la instrumentalización de los movi­
mientos pacifistas, a los que Lenin tildaba de «corrientes liberal­
burguesas», como medios psicopolíticos. Los ya catorce jóvenes
pacifistas conttarios al rearme, tanto del Este como del Oeste,
expulsados de la República Democrárica Alemana hasta el mo­
mento, confirman que las autoridades comunistas entienden el
pacifismo como un nuevo caballo de Troya. En el interior del
bloque soviérico cualquier conato debe ser sofocado.
Se trata
de evitar, sin duda, un peligroso contagio de los «grupos paci­
fistas 'oficiales», creados para la exportación del pacifismo a los
países de

Europa Occidental.
El objetivo último de toda esta estrategia lo definió el ge-
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ECOLOGIA, ECOLOGISMO Y POLITICA
neral Bernard Rogers, Comandante en Jefe de las fuerzas aliadas
en Europa, en recientes declaraciones: «El Gobierno soviético
aspira a dominar el mundo sin tener que sacar a las tropas de
sus cuarteles».
Como explica Francisco Félix Montiel (artículo en ABC del
26
de junio de 1983 ), la política de «pax» del Kremlin es, en
esencia, un programa heredero de Lenin. Los soviéticos, siguien­ do a su maestro, transforman el famoso
postulado de

Clausewitz
-«la guerra es la política continuada por otros medios»-y lo
interpretan invirtiendo los términos, según sus métodos y su
doctrina: «la política es la guerra continuada por otros medios».
Una guerra de la que los pueblos occidentales, ideológicamen­
te desarmados, no deben tener ni la más ligera sospecha. Una
guerra que debe desarrollarse, mientras sea posible, con
el pri­
vilegio de su carácter unilateral. Porque el éxito depende, en
buena medida, de que este nuevo tipo de agresión sea ignorado
por
el enemigo.
Es como contribución a esta estrategia soviética a través
del pacifismo, cómo el ecologismo es asumido por los partidos
comunistas occidentales. El ecologismo es, además, un medio re­
novado de encender la dialéctica social
y la lucha de clases en
las naciones libres. Luego, «en cas~», las cosas serán, como siem­
pre, muy distintas: no hace mucho tiempo que los periódicos
europeos filtraban la noticia de la detención de ecologistas en
Moscú, Leningrado
y Ucrania.
La marxistización del ecologismo.
Y es así, con la confluencia de toda esta diversidad de ma­
teriales, como el ecologismo ha
ido pasando a convertirse en
una forma de analizar
la política, como la política es el prisma
que los ecologistas emplean para analizar la Ecología. A ello ha acompañado un esfuerzo de los «teóricos» para elaborar progre­
sivamente una definición ideológica del ecologismo, a partir de
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JAVIER URCELAY ALONSO
sus postulados propios y recurriendo, una y otra vez, a las mu­
letas ideológicas del marxismo
y el anarquismo.
Tras las obras de autores como Paul Ebrlicb, Edward Golds­
mitb o el propio informe al
Oub de

Roma sobre «los límites
del crecimieuto», de carácter fundameutalmeute técnico, otros
autores van acercando el ecologismo al socialismo marxista o
autogestionario, siguiendo con las ideas una trayectoria similar
a la que va sucedieudo a nivel de confluencia y preseucia polí­
tica eu las calles. Barry Commomer, nacido eu Brooklyn, eu 1917, y
conside-­
rado

como el ecologista norteamericano de teorías más progre­
sistas,
'es «uno

de esos cieutíficos que en pleua crisis oficial del
marxismo, conociendo deficieutemente la obra de Marx, redes­
cubre el socialismo». A través de sus tres libros clásicos
---«Cieucia y

superviven­
cia>?, «El círculo que se cierra» y «La escasez de energía»-­
apunta hacia el socialismo como ese «orden económico y so­
cial que más puede ayudarnos eu la alianza con la naturaleza».
En su pensamiento, el socialismo sería esa «nueva racionalidad»
económica que es preciso buscar. Por ello nadie puede eludir el
deber de transformar el sistema capitalista «con objeto de que
deje de constituir una ameuaza para el progreso social». El periodista económico Micbel Bosquet represeuta todavía
un paso más: «el socialismo será ecol6gico o no será».
Procedeute del semanario Le Nouvel Observateur y co-direc­
tor de la revista Les Temps Modernes, Micbel Bosquet es, sin
duda, uno de los principales teóricos del ecologismo radical y del
socialismo autogestionario eu los países industriales. En su obra
Ecologla
y libertad, Bosquet plantea su crítica ecologista al so­
cialismo clásico, que «ha luchado contra los efectos del desarro­
llo capitalista, pero no ha elevado el nivel de lucha hasta exi­
gir un desarrollo diferente. Ha impugnado los efectos del cre­
dmieuto económico,

la repartición injusta de los frutos de ese
crecimieuto, pero casi nunca la calidad
y finalidad de ese creci­
miento».
En su libro El socialismo difícil, firmado con el pseudónimo
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ECOLOGIA, ECOLOGISMO Y POUTICA
de Andre Gorz, propone una reformulación del socialismo, cuya
superioridad sobre el capitalismo debe basarse no en la mayor
habilidad en la aplicación de la lógica productiva, sino «en la
liberación del trabajador al nivel
del acto productivo y de las
relaciones de producción». El periodista francés contribuye
así, desde el ecologismo, a
la definición de una nueva estrategia para la izquierda en su
lucha por el socialismo. Y es esta perspectiva, ciertamente, una de las que, desde nuestro punto de vista, le confiere mayor in­
terés al terna del ecologismo. Hasta cierto punto sus plantea­
mientos pueden venir a representar un cierto viraje en la estra­
tegia de la Revolución, que trate de aprovechar un creciente «es­
tado de espíritu» de las personas de nuestro tiempo para reem­
plazar a las desgastadas alternativas de la izquierda clásica. La
Utopía alimenta la Revolución, pero siempre y cuando se inserte
en el «estado de espíritu» de las gentes. Hoy
la utopía del pa­
raíso proletario pierde su enganche con las inquietudes del hom­
bre del último tercio del siglo xx. El verde
edén de la armonía
con la naturaleza puede ser su sustitución.
Es, precisamente, en la elaboración de esa «utopía conviven­
cial» o «sociedad alternativa», donde destaca especialmente la obra de Ivan Illich, el sacerdote apóstata que constituye, por
encima de cualquier otro, un misterioso caso en nuestro tiempo
de identificación personal con los itinerarios de la Revolución.
Nacido en Viena, en 1926, aunque hay quien señala su lugar
de nacimiento en la ciudad yugoeslava de Spalato, en 1925 ( 13 ),
de ascendencia judía, estudió sucesivamente en Florencia, Roma
y Salzburgo, Tras ser ordenado sacerdote, pasó a Norteamérica, donde fundó el Centro de Información Intercultural que, en
1961, daría lugar al Centro de Información y Documetación
( CIDOC), de Cuernavaca (México). Desde su fundación hasta su desaparición en 1976, el CIDOC de Illich fue, hajo la protec­
ción de Monseñor Méndez Arceo, un foco clave de la conspira-
( 13) No es este el único aspecto oscuro de la biografía de tan singu­
lar personaje.
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ción progresista en la Iglesia que siguió al Vaticano II. En 1969 I van Illich había abandonado el sacerdocio tras repetidas amo­
nestaciones del Santo Oficio. En los años
70 Illich reaparece como «uno de los principales
inspiradores de las actuales cotrientes ecologistas», a través de
la crítica del «crecimiento institucional» de las sociedades avan­
zadas, desarrollada en sus libros
Energía y equidad, Némesis
médica, Un mundo sin escuelas
y La convivencialidad.
Illich aplica sus análisis a tres instituciones, que son para él
fundamentales en el normal desenvolvimiento de las sociedades
industriales: el transporte, la medicina
y la escuela. Tras ella
emergerá, en el pensamiento heterodoxo de Illich, la «utopía
convivencia!», en la que «la creatividad
de una persona no im­
ponga jamás a otra un trabajo, un consumo o un conocimiento
obligatorio (14).
Y de Illich a Marcuse, autor con otros varios de Ecología y
Revolución, y a R. Garaudy, que publica, desde las mismas bases
utópicas, su obra Una nuevd civilización.
¡No en vano se ha dicho que «los ecogestionarios tienen mu­
chas posibilidades de ser los herederos directos de todas las uto­
pías "lúcidas" que han intentado aportar nuevos enfoques a la
tan manoseada convivencia humana»! ( 15).
El rastreo de las fuentes ideológicas del ecologismo nos lleva,
pues, aceleradamente, a la órbita de la filosofía marxista.
A ella
se acerca
el ecologismo radical, según de la mano de quién, con
sumisión o espíritu crítico.
En la imperiosa necesidad de darse a sí mismo corporalidad
ideológica, el ecologismo acudirá a beber a las aguas envenena­
das del marxismo.
Y no porque tuviera que haber sucedido así
necesariamente, que también podría haberlo hecho del límpido
río de la tradición contrarrevolucionaria, y probablemente con
(14) Miguel Gil, !van Illich: la utopla convivencia!, Zona Abierta, 21,
1979.
(15) Articulo firmado por Taller de Estudios Libres, en la revista Ozo­
no, núm. 22, julio de 19n.
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ECOWGIA, ECOLOGISMO Y POUT[CA
mayor coherencia, sino por un acto reflejo inconsciente de sus
propios militantes, en su
mayotía provirúentes
de una militancia
ultrai,:quierdista.
Los

ecologistas más devotos de Marx, descubren en la base
del ecologismo la «contradicción», en su sentido marxiano, entre
el hombre y la naturaleza, cuyo proceso dialéctico estaría gene­
rando las distintas tomas
de postura de las diversas clases so­
ciales. Confían así en el materialismo dialéctico como herra­
mienta para la obtención de un conocimiento «científico» -tam­
bién en la terminología marxista- y la consiguiente síntesis su­
peradora, en forma de «una propuesta de actuación que bene­
ficiase a la mayoría de la humanidad». Existe,
sin embargo, otro sector del ecologismo que, a me­
dida que avanza en sus planteamientos, expresa sus sospechas
de que el propio instrumento marxista de interpretación, pueda
«no dar la medida» necesaria ante el problema ecológico. De los esfuerzos de unos por apurar la potencialidad mar­
xista y rebuscar en las fuentes, al abandono casi apriorístico de
otros, da la sensación de que, más que de rejuvenecer
el mar­
xismo ( tarea que para los propios marxistas está resultando ine­
ludible ), se trata de superarlo en cierto modo, utilizándolo, con­
trastándolo
y completándolo (16).
Los ecogestionarios o el ecologismo anarquista.
Entre los sectores más críticos a la dogmática marxista fi.
guran, en lugar destacado, los ecologistas procedentes de una
militancia anarquista, que componen quizás la fracción más ac­
tiva del movimiento.
El pensamiento autogesúonario ha encontrado, aparentemen­
te en el ecologismo, la solución al callejón sin salida en el que se
encontraba encerrado desde hace medio siglo, adoptándolo con
(16) Pedro Costa Morata, Economía capitalista, desarrollismo y cri­
tica ecologista, Zona Abierta, 21, 1979.
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decisión y convirtiéndolo en eje tanto de su elaboración ideo­
lógica, como de su nueva estrategia política. Desde mayo de 1968, 'ha sido el anarquismo el que ha dado radicalidad y co­
lorido al movimiento ecologista. El anarquismo pretende usar la Ecologia como instrumental
metodológico científico para basar en ella algunos conceptos
fun­
damentales del pensamiento autonomista. Del mismo modo como
Marx empleó en sn
día el instrumental metodológico de la teo­
ría económica

liberal inglesa de David Ricardo.
En
algún sentido, el anarquismo reclama ahora para sí la
ciencia ecológica, a la que ve como fruto indirecto de su in­
fluencia.
La ciencia no es nunca neutral, como tampoco la técnica o
la historia ( 17). Cualquier teoría científica implica multitud de
puntos de partida, necesita una teoría previa. Múltiples facto­ res temperamentales, culturales o ideológicos exteriores a la teo­
ría, «tiñen» el color del cristal con que se mira. Los anarquistas se agarran a esta realidad para explicar que,
así como Darwin
y el evolucionismo han nacido del caldo cul­
tural del capitalismo del siglo XIX, y a su vez sirve ahora de
justificación «científica» a su sistema competitivo
y ley del más
fuerte,
así la

Ecología puede haberse gestado
y popularizado a
partir del «clima mental» del pensamiento libertario. El planteamiento anarquista no deja de ser ingenioso. ¿Por
qué Darwin, al mirar la naturaleza, sólo quiso ver las relaciones
predatorias, ignoró las de cooperación y construyó su teoría evo­ lutiva basada sólo en la competencia y la lucha por la vida?
La
respuesta es que Darwin había enfocado los procesos biológicos
evolutivos a través del cristal del pragmatismo liberal inglés, adaptando al campo de la evolución
la teoría económica de Adam
Smith sobre la competencia en el mercado: el motor de la evo­
lución animal es una especie de economía biológica en un mun­ do
de competencia perfecta. Habría sido la teoría de Malthus
(17) Ver el artículo de Vladitniro Lansdorff-Galagane, en Verbo, nú­
mero 133-134.
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ECOLOGIA, ECOLOGISMO Y POLITICA
sobre la población -y esto parece cierto-la que habría ins­
pirado a Darwin su teoría de la lucha por la vida y la selección
del más dotado como mecanismo último de la evolución de las
especies. Por sus condiciones ideológicas y culturales, Darwin no
ha­
bría

prestado atención más que a una parte de la realidad bio­
lógica, dejando de lado las relaciones simbióticas y cooperativas, cuya presencia y transcendencia en el mundo natural es, al me­
nos, comparable al de las interacciones competitivas y preda­
torias.
El acento precisamente en los aspectos de interrelación, de­
pendencia mutua
y «solidaridad» entre los componentes del eco­
sistema es lo característico de la Ecología, que podría
.hora ser­
vir

así de «base científica» y «modelo natural» que respaldara
las tesis del comunismo libertario. Al fin y al cabo, se recuerda
.hora, ya

Kropotkin en su
Ayuda mutua, escrito en 1902, sugería que el anarquismo su­
ponía el estadio
final en
el desarrollo de la cooperación como
factor evolutivo. Luis Racionero expone así lo que es el gran descubrimiento
del anarquismo renovado (18):
«Lo que se ha dicho para las
especies

biológicas es igualmente aplicable en teoría económica
y sociología: la competencia de empresas lleva, a largo plazo, al
monopolio, es decir, a la desaparición del pez pequeño engullido
por
el tiburón multinacional. Esto, que está sucediendo en eco­
nomía, porque
el sistema se ha basado en la competencia, no ha
sucedido en biología, lo cual demuestra que la teoría de Darwin
deja variables fuera y que hay otros factores que contrarrestan
la competencia, por ejemplo, la simbiosis, la cooperación entre
especies.
El concepto de ayuda mutua o cooperación, propuesto
por los anarquistas como principio de organización social, tiene
su base en la naturaleza, en la evolución biológica, en mayor
grado que
el principio de lucha competitiva».
(18) L. Racionero, Pensamiento libertario y ecologia, Zona Abierta, 21,
1979.
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A partir de este hallazgo, el anarquismo cimentará en él sus
principios fundamentales de ayuda mutua y cooperación, auto­ nomía local descentralizada y el de organización en pequeñas
comunidades de escala humana. Los anarquistas emprenderán la relectura «ecológica» de sus
fuentes, tratando de demostrar que los precedentes más explí­
citos del recurso a la «lógica de
la naturaleza», para elaborar una
crítica social, se encuentran precisamente en los pensadores anat~
quistas, que buscaban en la naturaleza el componente de «bon­
dad» capaz de ser enfrentada a la «ley perversa de los Estados». El anarquismo pretende así reclamar como propias las vir­
tualidades del moderno movimiento ecologista, que no sería más
que la definitiva formulación del pensamiento autogestionario y
su sociedad utópica, «sin jueces ni verdugos», eclipsada hasta
ahora por inevitables adherencias históricas. La tradición ideoló­
gica del comunismo libertario vendría a desembocar en un eco­
logismo ya implícito en la obra de sus pensadores. La idea de libertad de Bakunin tendría, según lo anterior,
un contenido puramente ecologista. La libertad es el ecosistema: «Cada hombre que conocéis
y con el cual os halláis en relacio­
nes contribuye a haceros lo que sois, a constituir vuestra per~
sonalidad. Por consiguiente, si estáis rodeados de esclavos, aun­
que seáis el amo, de dejáis de ser también un esclavo». Esta simple frase del rival de Marx sentaría, en su nueva
lectura, la base de
la «ecogestión». El ecosistema es el conjunto
de interrelaciones

de los habitantes de un mismo medio natu­
ral: todo influye mutuamente, las rdaciones son recíprocas y la
libertad no puede ser un privilegio, sino un componente co­
munitario.
Aún más explícito estaría el ecologismo en Koprotkin, otro
anarquista ruso, al descubrir que es «el «apoyo mutuo» el prin­
cipio de toda comunidad animal: los animales no viven en co­
munidad por
reglas morales,

sino por instinto de supervivencia.
Este mismo impulso hace que la solidaridad sea regla de super­
vivencia y regla ptioritaria en la naturaleza. A partir de ahí,
Koprotkin cree que las comunidades autoabastecidas forman
.el
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ECOLOGIA, ECOLOGISMO Y POUTICA
modelo social más acorde con los modelos animales -y, en par­
ticular, con el
de las hormigas, que él había estudiado-. Sin
leyes ni Est.ados, sin nociones autoritarias «artificiales» del bien
y del mal, la naturaleza indica cuál es la verdadera aspiración del
hombre en busca de su libertad: «Una sociedad es un conjunto
de orgaoismos que se esfuerzan por satisfazer las necesidades de
cada individuo y por cooperar, al mismo tiempo, al bienestar
de la especie».
He ahí la convergencia con
el ecologismo: hay que buscar
la satisfacción de las necesidades naturales del individuo.
El llamado Taller de Estudios Libres expone en siete pun­
tos, las líneas programáticas del ecologismo radical de inspira­
ción aoarquista (19):
l. Desplazamiento de la gestión económica y social estatal
a sistemas colectivos autónomos
y descentralizados.
2. Adaptación de los modos de producción y organización a las necesidades de cada colectividad.
3. Desaparición

del gigaotismo económico, industrial
y es­
peculativo. Cada colectividad puede funcionar a partir
de los medios necesarios a su propio ámbito, en inter­
acción con las restaotes comunidades.
4. Traosportar la gestión a la propia colectividad, acabaodo con los graodes monopolios estatales
y multinacionales
y los tecnócratas que los rigen. ·
5.

Abaodono de la educación como especialización tecno­ crática, para llegar a un concepto de aprendizaje
y es­
cuela total, al modo de las comunidades gremiales, sin
rupturas con la vida cotidiana.
6. Utilización de energías de tecnología libre
y «blanda»,
no
contaroinantes, inagotables y no monopolizables.
(19) Taller de Estudios Libres, «La ecogestión, tecnoacracia del fu­
turo», en revista Ozono, núm. 22, 1977.
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JAVIER URCELAY ALONSO
7. Una nueva dimensión del trabajo integrado y del ocio, para romper con la opresiva unidimensionalidad del sis­tema consumista. Todo ello de acuerdo con las mismas
necesidades la la colectividad.
En medio de esa terminología pródiga en calificativos sono­
ros, típica de la literatura izquierdista, se
contienen en · estos
sie­
te puntos los principales ejes de la crítica ecologista a la so­
ciedad actual: aotiproductivismo
y aotitotalitarismo. En defini­
tiva, aoticapitalismo furibundo, al que se hace responsable de
haber creado la religión del crecimiento,
y su consiguiente paraíso,
la «sociedad de consumo ilimitada para todos», auténtico
«cán­
cer

que ha proliferado en el plaoeta chupaodo sus propias en­
trañas» (20).
Crítica del productiviamo y la sociedad de comumo.
Es precisamente en la crítica de la sociedad consumista, una
vez cribada de tópicos maniqueístas
y tics marxistoides, donde
el ecologismo adquiere sobre todo rasgos de lucidez, que le acer­
cao una y otra vez a los plaoteamientos del pensamiento tradi­
cionalista. Así, por ejemplo, cuaodo H. da Cruz
señala, con
acierto,

que «el
continuo contacto

del hombre con el medio na­
tural le lleva a respetar sus leyes como única forma de sobrevi­
vir», no se
da cuenta de que la prolongación de esas «leyes»
naturales también al orden social, moral y político es justamente
lo que compone el Derecho Natural, cuyos requerimientos debe igualmente respetar
el hombre «como única forma de sobre­
vivir».
Las páginas del aoarquismo resultan especialmente valiosas
en este tema (21 ). Ha sido el voraz proceso de industrialización, basado en
una economía

de recursos no renovables
y consumo
(20) A. Embid, «Los urbanitas van de culo», en la revista El Eco~
logista, núm. 1, 1979.
(21) Humberto da Cruz, Ecologismo y soci,daá alternativa, Mira­
guano, Madrid, 1979.
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ECOLOGIA, ECOWGISMO Y POUTICA
masivo de «capital natural» del planeta, el que, lejos de contri­
buir a la emancipación de la vida humana, ha conducido a
w1
modelo de vida cada vez más inviable y vacío de sentido (22).
Como consecuencia del crecimiento de los grupos humanos,
su concentración en grandes ciudades industriales y la creciente
división del trabajo, se va dando un alejamiento de la
vida hu­
mana
de los condicionamientos naturales.
Las sociedades más agresivas dentro de la línea apuntada
-Europa a partir
del siglo xv muy en particulat-fueron do­
minando el mundo, imponiendo
así mismo
una visión etnocén­
trica y antropocéntrica en el campo ideológico. Como consecuencia
de todo este proceso, se hace dogma la
idea
de que es económicamente positivo todo aquello que pro­
duce un beneficio cuantitativo, dejando de lado todo lo cualita­ tivo, que es considerado como extraeconómico. Se tiende así a
una identificación abusiva entre crecimiento y desarrollo, tra­
ducidos ambos en un permanente aumento del PNB, en el que se confunden actividades útiles e inútiles, y se borran los desequi­
librios entre regiones, sectores y clases sociales. Un accidente de
coche, por ejemplo, ayuda en este sentido a aumentar el PNB, al contribuir a una mayor utilización de bienes y servicios (grúa,
talleres, etc.), por lo que indirectamente
pasa a

computarse como
un factor de progreso. El modelo económico vigente no busca satisfacer del mejor
modo las necesidades humanas, sino producir e incitar a consu­
mir aquello que resulta más rentable para los detentadores de los
medios de producción. El proceso de industrialización y urbanización crean necesaria­
mente un modelo de sociedad, un modelo tecnológico y una or­
ganización del territorio congruente con sus fines. En este sen­ tido, concentración y centralización industriales y proceso de
(22) C. Castoriadis elabora a este respecto una curiosa teoría de las
razones
por las cuales, a pesar de todo, se mantiene la adhesión de la gente
al sistema, permitiendo su supervivencia. Ver V. Castoriadis, De la ecolo­
gla a la autonomia, Mascarón, Barcelona, 1982, págs. 21, 22, 27, 28, 29
y 55.
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JAVIER URCELAY ALONSO
concentración y especialización geográficas, no son accidentes ca­suales del sistema, ni tampoco el único _modelo de desarrollo
para
satisfacer las necesidades humanas, sino simplemente necesida­
des del actual sistema capitalista de producción, y de su hermano
gemelo, el socialismo productivista, El único objetivo perseguido
es la perpetuación del crecimiento de la producción que haga
posible,
á su vez, la acumulación constante de capital,
Aun a fuerza de abusar, no me resisto a transcribir algunas
páginas clarividentes de Humberto da Cruz, uno de los ecologis­ tas radicales de mayor interés: Las empresas gigantes
-y

las aglomeraciones industriales
im­
plican concentraciones inevitables de la población, a las cuales
vienen a unirse las provocadas por las necesidades de servicios de todo tipo y, por lo tanto, el éxodo de la población del cam­
po y la desaparición de las comunidades rurales, A esto contri­
buye igualmente la industralización de
la agricultura y la depen­
dencia del campo en relación a la ciudad, que llevan a que éste
aparezca, en muchos casos, como un subproducto de las necesi­
dades urbanas, y pierda su entidad autónoma, Las zonas rurales pasan a ser abastecedoras de productos para
las ciudades, con la consecuente subordinación de sus habitantes
a intereses externos.
Aquellas zonas no utilizadas agrícolamente, se destinan al
esparcimiento de los habitantes de las ciudades, particularmente
de sus capas medias y superiores. Así, asistimos a la transforma­
ción de los restos «naturales» del territorio en cotos de caza,
zonas destinadas a deportes de montaña y deterioradas costas
urbanizadas para tomar absurdamente el sol y bañarse durante
unas cuantas semanas al afio.
A las antiguas sociedades rurales, de pequeño tamaño, de
enorme densidad de relaciones humanas directas, de tecnología simple y división social y
técnica del

trabajo relativamente senci­
lla, sucede
la sociedád urbana con todos sus problemas, que supe­
ran ya claramente a los beneficios que ofreoen a sus habitantes,
Las grandes ciudades crean un ambiente artificial lleno de humos_
y ruidos, produciendo un clima propio, donde la vida se desarrolla
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ECOLOGIA, ECOLOGISMO Y POLITICA
en medio de una gran tensión. Al margen de los problemas de
contaminación, los obstáculos a un tipo de vida aceptable se mul­tiplican por la zonificación, que lleva a que las viviendas de los
trabajadores se sitúen en sucesivos cinturones, generalmente aleja~
dos de los lugares de trabajo, y que obligan a pasar varias horas
al día en los medios de
. transporte
La

escasez de zonas verdes y la dedicación casi exclusiva de
las calles a la circulación rodada, unidas al cansancio, al escaso tiempo libre, a la televisión y al fin de semana de «huida de la
ciudad» en minigrupos familiares, llevan a que las relaciones so­
ciales se enrarezcan y empobrezcan, con la consecuente redúcción
,le-las relaciones «de necesidad», institucionalizadas, y al indivi­
dualismo más lamentable, que elimina las relaciones de
ayuda
mutua, amistad, etc.
Con esta reducción de todo tipo de vida mínimamente comu­
nitaria, los individuos se ven obligados a recurrir a las grandes, instituciones del Estado para suplir los problemas que antes re­
solvían por
sí mismos.
Si tenemos en cuenta que el hombre pasa a depender de ins­
tituciones estatales y para-estatales para trabajar, consumir, edu­
carse, defenderse de las enfermedades ... ,
y que esta institucio­
nalización de las relaciones le lleva a aceptar, cada vez más
fácilmente, que otros decidan en su nombre, nos encontramos
con todos los ingredientes que conforman una sociedad totali­
taria, aunque formalmente se proclame todo el respeto a las liber­
tades
y las instituciones democráticas.
La disolución de la sociedad civil por la omnipresencia del
Estado, se transforma así en una de las más graves consecuencias
sociales del industrialismo productivista.
En esta línea, la mayoría de las instituciones políticas no
cumplen otra función que la de consolidar este estado de cosas. En concreto el régimen parlamentario, modelo de democracia
industrial burguesa, se limita a llevar a los ciudadanos a elegir
representantes cada cuatro o cinco años, para que aquellos deci­
dan en su nombre y, sin consultarles1 casi permanentemente. La
práctica totalidad de los partidos políticos-- se limitan a inten-
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JAVIER URCELAY ALONSO
tar permancer o llegar al poder, entendido éste como el control
del aparato del Estado, rigiendo desde él las diversas institucio­
nes sin ponerlas en causa.
El bloqueo sistemático de las iniciativas ciudadanas y popu­
lares, para adecuar o cambiar las instituciones que les oprimen,
por parte de los omnipotentes aparatos burocráticos, hace inope­
rante todo intento de evitar la tendencia a la centralización es­
tatal, única vía que permite no el retorno ----0pción retrogada
con la que se pretende interesadamente identificar a los
ecologis.
tas---,

sino el avance hacia una sociedad libre
y diversificada.
Hasta aquí Humberto da Cruz. Sus ideas parecen sacadas de
El silencio de Dios, de nuestro admirado Rafael Gambra, y a
buen seguro coinciden también con las de
Sociedad de masas y ·
derecho de Vallet y la larga serie de autores contrarrevolucio­
narios que denuncian la disociedad
y deshumanización engendra­
dos por la Revolución (23). El propio C. Castoriadis, director de
Socialismo o Barbarie,
reconocía la posibilidad de jugar a preguntar, ¿quién lo ha es­crito?,
o. ¿lo
suscribirías?, con algunos de estos textos, admitien­
do estar de acuerdo con pasajes enteros de obras de «reaccio­ narios» como Bonald
y De Maistre: «en efecto --confiesa Cas­
toriadis-,
suscribiríamos alguno; porque describen un mundo
tradicional -real o imaginario, no importa- en el que las co­
munidades aldeanas eran comunidades de verdad; los seres hu­
manos tenían

sentimientos humanos, el sentido de las obliga­
ciones sociales,
el sentido de la honestidad, etc., en el que los
señores, lejos de ser unos simples explotadores, constituían uno
de los polos de toda una red de contraprestaciones
y de obliga­
ciones mutuas. Por lo demás, no todo es falso en esas descrip­
ciones, aunque, evidentemente, las dimensiones de la explota­
ción
y de la opresión están voluntaria o involuntariamente es­
condidas». Los ecologistas extienden su crítica del productivismo
cápi-
(23) En este sentido ya una sugerencia similar se encuentra en la mag­
nlfka revisi6n
sobre

el pensamiento de Schumacher, publicada por
J. A.
Santos, en el número 209-210 de
Verbo.
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ECOWGIA, ECOLOGISMO Y POLITICA
talista a sus efectos a uivel planetario. Son los grandes benefi­
ciarios del sistema urbano industrial los que, para aumentar sus
dividendos, crean Estados por encima del Estado, organizan
la
rapiña sistemática del Tercer Mundo a través de las multinacio­
nales
y uuiformizan, para controlarlos mejor, los modelos de
desarrollo
y de vida en las diversas zonas del planeta. Se impide
así el desarrollo equilibrado que permitiera a los países pobres
salir de su miseria.
La explotación salvaje de materias primas,
el monocultivo para la exportación, la implantación de las in­
dustrias más contaminantes
y despilfarradoras de recursos, cro­
nifican la miseria de los países pobres y, simultáoeamente, per­
miten, e incluso determinan, la posibilidad de supervivencia del sistema en las zonas más desarrolladas. Y todo ello frente a
la paradoja de que con los recursos uti­
lizados en

la actualidad, e incluso con menos en ciertos
campos,
la humauidad podría tener cubiertas sus necesidades elementales,
a condición de no pretender reproducir el esquema de vida de
Estados Unidos a nivel planetario. Como plantea M. Bookchin
en su libro
Por una sociedad ecol6gica, sería posible «... co­
meuzar a brindar comida, techo, abrigo
y uua amplia gama de
comodidades, sin devorar el precioso tiempo de
·la humauidad y
sin disipar su reserva invalorable de energía creativa en traba­
jos puramente mecánicos».
Es sólo la «lógica capitalista», señala M. Bosquet, en Eco­
logia y politica, la que «impide fabricar y hacer accesibles a todos
ropa, utensilios, electrodomésticos
y vehículos fáciles de repa­
rar,

económicos en energía
y que duren toda una vida, aumen­
tando

simultáneamente
el tiempo libre y la cantidad de bienes
de uso. Podríamos, pues, vivir mejor produciendo menos.
La pobre­
za

se produce
y se reproduce como parte de un sistema que obli­
ga a un consumo superfluo
y a una economía despilfarradora.
«La salida de la presente crisis no resultará, pues, obviamente,
del crecimiento a toda costa, lo
cual es también válido para lcis
países del ámbito socialista, que no han escapado, más que en
contadas ocasiones, a esta misma lógica».
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JAVIER URCELAY ALONSO
Los riesgos del planteamiento reformista: el "tecnofascismo".
La lucha contra esta lógica capitalista, y contra las minorías
beneficiarias que la promueven, es así el objeto fundamental de los ecologistas. El debe enmarcar cada una de las campañas con­
cretas que promueven, desde la oposición a una autopista hasta
la defensa de un parque natural. Es así como debe entenderse la
oposición antinuclear, convertida por sus implicaciones en un
símbolo del ecologismo.
M. Bosquet lo explica una vez más en su
Ecología y política:
«El programa nuclear no procede de una elección técnica: pro­
cede de una opción política, ideológica y de
civilizacíón. Las

cen­
trales nucleares no son medios al servicio de fines que se po­
drían alcanzar por otras vías; son medios que predeterminan
los fines a alcanzar e imponen un cierto tipo de sociedad irre­
versiblemente, excluyendo cualquier otro».
La opción nuclear es
un símbolo porque los ecologistas ven encubierta, bajo sus apa­ riencias técnicas, al peor de sus enemigos, a la «lógica»
y las
tendencias del capitalismo mundial. «Sin la lucha por tecnologías diferentes, la lucha por
una
sociedad

diferente será en vano», sustenta M. Bosque!. Una so­
ciedad mastodóntica, se argumenta, donde trescientas o cuatro­ cientas multinacionales impongan su voluntad, basada en un es­
quema energético electronuclear, será necesariamente centraliza­
da, represiva y empobrecedora. Sólo una tecnología que permita
el control de la producción por los interesados, fácilmente uti­
lizable
y que sirva de base a una gran autonomía de las colecti­
vidades locales
y regionales, puede sentar las bases de una so­
ciedad diferente» (24). Para los ecologistas radicales, sólo una lucha ecológica basa­
da en una alternativa social revolucionaria impedirá caer en un reformismo qne puede servir más para sostener el sistema pro­
ductivista que para superarlo. En sus previsiones,
llegarii un día
(24) H. da Cruz, op. cit.
4%
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ECOLOGIA, ECOLOGISMO Y POLITICA
en que las imposiciones ecológicas sean tan evidentes -------.tl menos
los aspectos de escasez de recursos,
. contaminación,

etc.- que
d
capitalismo

procurará integrarlas en un nuevo moddo que
le per­
núta subsistir.

En parte es lo ocurrido tras
d primer

informe
al
Club de Roma, al comenzar d capitalismo a sentar las bases para
un replanteanúento, de modo ordenado,
de sus formas de do­
minación. Replanteamiento que llevará a
lo que los ecologistas
radicales denominan tecnofascismo, cuyas características serían
una mayor centralización dd poder mundial, una nueva división
internacional
dd trabajo
y la producción, un intervencionismo
militar creciente para «defender» las inversiones y, en definiti­
va, la persistencia
dd hambre

en los países menos desarrollados
y un aumento
dd paro

en los más desarrollados. «El control de­
mocrático de la vida,
d tecnofascismo,

sería de este
modo una
salida que

preservaría un cierto equilibrio ecológico, pero a costa
del placer mismo de vivir». A juicio de Bosquet, la alternativa ecologista es claramente
incompatible con la racionalidad capitalista, pero también lo es
con el moddo socialista, si éste utiliza las núsmas herramientas.
Con el agravante para este último de que, al concentrar mayor
poder en el Estado, el riesgo de incurrir en el «tecnofascismo»
es mucho mayor. Al fin y al cabo en esa dirección apuntan las
bases para una revisión
dd comunismo

a la luz de los proble­
mas ecológico-sociales planteadas por Wolfgang Harich en su
libro
¿Comunismo sin crecimiento? .. al proponer un Estado en el
que una aristocracia revolucionaria garantizase despóticamente
«un metabolismo sano entre la sociedad y la naturaleza».
La competencia revolucionaria.
A pesar de los planteamientos revolucionarios del ecologis­
mo radical, o precisamente por ello, hay quien observa «proble­ mas de jurisdicción» entre ecologismo y marxismo. No en vano
Marx empieza un capítulo del
Manifiesto Comunista pasando re­
vista a los representantes
de lo que él llama «soci~lismo reac-
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JAVIER URCELAY ALONSO
cionario, que criticaban al capitalismo mientras alababan la so­
ciedad
«mas humana»

del Antiguo Régimen.
Las
rdaciones entre

marxismo-leninismo y ecologismo ra­
dical pueden ser un buen ejemplo de aqudlas relaciones simul­ táneas de «apoyo mutuo» y de «competencia» que los viejos
ácratas descubrían

en
la naturaleza. Por · una parte se ayudan.
Y a vimos
el interés soviético en apoyar las campañas pacifistas
y ecologistas. O, como cuando en la España de los primeros
años setenta, la ecología se
utilizó como

vehículo de los comu­
nistas para establecer vínculos con la poblaci6n e incrementar su
influencia social ( 25 ). Por otra parte,
el marxismo-leninismo ortodoxo (sic) reaccio­
na agresivamente frente al «intento de crear una ideo~ogía eco­
lógica o hacer del ecologismo una ideología sustitutiva de la lu­
cha de clases como motor de
la historia». Desde su férteo dogma­
tismo condenan la presentación, por parte de una «ideología an­ tipopular», de la contradicción secundaria hombre-naturaleza
«como una cortina de humo, como si la lucha de clases debiera
suspenderse ante la gravedad de la amenaza de destrucci6n de la
naturaleza». Justifican así que muchas personas, que «desean
ponerse al lado de las clases populares en la contradioción prin­
cipal (capital-trabajo), muestren una postura reservada o resa­
biada ante los temas ambientales» (26 ).
Paccino y Tibaldi llegan a definir la ideología ecologista como
«un invento de la patronal o del poder que busca superponerse
.integrativamente o/y sustitutivamente a otras ideologías cuyo tiempo'ya ha pasado ... , tratando de desviar hacia los problemas
ecológicos ( que existen, pero son síntomas) el discurso crítico
que debería hacerse sobre la sociedad».
La crítica marxista-leninista se centra, pues, en la denuncia
(25) De aquellos años procede la fundaci6n de AEORMA (Asociación
Española para
la Ordenación y Reforma del Medio Ambiente) a cargo, en­
tre otros, de un nutrido grupo .de_ miembros del Partido Gomunis_ta, en­
ca~ado
por Ramón Tamames.
(26) Declaraciones de L. Fernández Galiano, dirigente del PTE, en
la revista Ozono, núm. 22, julio de 1977.
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ECOLOGIA, ECOWGISMO Y POUTICA
del intento de «neutralizar» las «contradicciones sociales», acom­
pañadas o no de problemas ecológicos. Este es, en
última ins­
tancia, el fondo de la tumultuosa interpelación de una joven oyen­
te en la .Mesa Redonda celebrada en la Universidad de Louvaine­
la-Neue, con la presencia de Cornelius Castoriadis y Daniel
Cohn­
Bendit.

La joven protestaba porque «el término lucha de clases
no
ha sido pronunciado ni una sola vez», porque se hablaba de
individuos, «como en plena Revolución francesa», a pesar de
que «esta noción es una noción burguesa», en
vez de

hablar de
solidaridad de clases,
y porque, en definitiva, «todos los proble­
mas de
la polución, etc., son simplemente un aspecto de la ex­
plotación

capitalista, al igual que la jornada de trabajo, el hecho
de tener

que ir a trabajar, los salarios, etc.». El movimiento
eco­
logista, continuó la joven, es un movimiento burgués porque
parcela la lucha del proletariado. «La ecología, como modelo que
se opone al marco global del capitalismo es, efectivamente, una
parte del programa del proletariado, pero no
lo es ni como as­
pecto único ni como aspecto parcial» (27).
Contra esta acusación del
marxismo-leninismo, los

ecologis­
tas radicales se revuelven, echando en cara a la izquierda su
«miopía reformista y economista» y, en definitiva, su conserva­
durismo. Si los trabajadores intervienen sólo secundariamente
en la lucha ecologista, a pesar de ser los más afectados, no es
consecuencia de la orientación pequeño-burguesa del movimien-.
to, sino del «conservadurismo» e «integración en la lógica del
sistema» de los sindicatos y partidos obreros, incapaces, salvo
excepciones, de situar y responder al verdadero problema plan­
teado:
«el productivismo, la concentración de los medios de pro­
ducción
y la centralización política, que tienden a hacer del Esta­
do
el motor del cambio, pretendiendo representar la toralidad
de la vida cotidiana, he ahí problemas reales a los que la iz­ quierda parece no ver» (28).
(27) C. Castoriadis, D. Cohn-Beodit y el público de Louvain-la-Neuve,
De la ecología a la autonomía, Ed .. Mascarón~ Barcelona, 1982.
(28) H. da Cruz, op. cit.
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La superioridad del socialismo sobre el capitalismo, decía
Andre
Gon:, no
puede situarse por más tiempo en
la mayor ha­
bilidad en la aplicación de
la lógica productivista, sino «en la
liberación del trabajador al nivel del acto productivo y de las
relaciones de producción».
La crítica y las alternativas al actual modelo de vida y de
producción tienen que ir unidas a un replanteamiento de los
propios objetivos de
la producción y de la forma de alcaozarlos.
Separar estas dos cuestiones es, en la opinión de los ecologistas,
uno de los grandes errores de la izquierda clásica, que pretende
modificar las condiciones de trabajo y de vida sin poner en cues­ tión sus bases tecnológicas y su modelo
de consumo. «Si la iz­
quierda tradicional persiste en esta linea de análisis -apuntaba
B.
Lalonde-, por

mucho que desee subjetivamente
evitarlo; nos
llevará por otros caminos a la misma solución tecnofascista que
el capitalismo avanzado» (29).
CONCLUSIONES _,INALES.
El ecologismo es un fenómeno reciente y heterogéneo, al que
puede considerarse en etapa de gestación,
y en cuyo seno existen
todavía multitud de elementos discordantes. No obstante, des­
pués de lo expuesto, es posible extraer algunas conclusiones que
quizás merezca la pena destacar.
En primer lugar, el nacimiento del ecologismo tiene sus cau­
sas en la indiscutible degradación del medio ambiente,
la crecien­
te escasez de recnrsos naturales y
el deterioro de la calidad de
vida en los países industrialmente más desarrollados. Todo ello
operando sobre sociedades en las que previamente se
han popula­
rizado algunos de los principios aportados por la ciencia ecoló­
gica, labor que aún continúa con intensidad e.reciente. En este sentido, y de continuar las actuales circunstancias,
(29) Declaraciones de B. Lalonde a F. Sabbah, en Triunfo, de 3 de
julio de

1977.
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ECOWGIA, ECOLOGISMO Y POLITICA
es previsible que la situación empeore aún más en los próximos
años, y ello traiga consigo una conciencia pública todavía mayor
del problema ecológico.
Las repercusiones

inmediatas más concretas de este fenóme­
no son el aumento espectacular del voto ecologista, con el des­ pertar de todos los oportunismos y
la tentativa de instrumen­
talización geopolítica y
militar a cargo de la política expansio­
nista de la Unión Soviética. En segundo lugar,
la existencia real de nexos estrechos entre
modelo de sociedad y desarrollo y tipo de relaciones del hombre
con el medio natural, da lugar al nacimiento de una disciplina bautizada como Ecología política, de contornos difusos, pero
llamada a ser, en cualquier caso, marco de una importante re­
flexión sobre el sentido y los límites del progreso en relación
con la calidad de la vida humana. La tercera conclusión, y más importante, es que
la identidad,
ideológica del ecologismo, se está construyendo a partir de la
filosofía marxista o, en el mejor de los casos, del anarquismo autogestionario,
y ello no como un hecho necesario, sino por la
pereza intelectual y política de los demás. Se quejaba M. Gil hace algunos años (30) de la parálisis
intelectual de la izquierda en
el momento en que más verti­
ginosamente evolucionaba
la sociedad, que ha producido un pro­
fundo desgarre entre
la izquierda y la colectividad. Desgarre
que el escritor consideraba acentuado por las debilidades teóri­
cas y políticas de
la izquierda, y por su escasa o nula permeabili­
dad hacia lo que le rodea.
Si esto es así en la izquierda, ¡ qué no podría afirmarse res­
pecto a los que no son izquierdistas! Al menos ellos tienen cons­
tancia del hecho, y la autocrítica de M. Gil es una prueba. El ecologismo se levanta como bandera revolucionaria por­
que a pesar de su parálisis, debilidad
y falta de permeabilidad,
han tenido aún curiosidad y reflejos suficientes como para que
(30) B. Gil, El imperativo ecol6gico y la izquierda en España, 7.cma
Abierta, 21, 1979.
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no les pasara desapercibido un fenómeno nuevo que tan rápida­
mente crecía a su lado. Sin embargo, si como dice P. Costa Mora ta ( 31 ), la procla­
ma verde es «un rechazo dirigido a una sociedad alienada y
ne­
crófila»,
y

se inscribe «en el marco de una sociedad industrial,
donde las experiencias políticas progresistas parecen haber ago­ tado toda posibilidad de prolongación» (32), probablemente hu­
biera que haberla entendido como una oportunidad
de la con­
trarrevolución. Quizás como la mejor oportunidad de nuestro
siglo para mostrar la inviabilidad del proyecto revolucionario,
lo espúreo de sus soluciones y lo necesario de una reconciliación del mundo moderno con
el orden natural y cristiano.
Castoriadis reconocía la convergencia de su crítica con
la
de los reaccionarios como Bonald o De Maistre, pero marca tam­
la diferencia sustancial, porque afecta al espíritu, mientras que
en lo que coincide es en la forma. La diferencia «está esencial­
mente en que ellos piensan y dicen que todo cuanto hay
que
hacer

por la ecología, sólo puede darse en una sociedad jerar­
quizada ... Mientras que, para nosotros1 todo cuanto decimos
sobre la ecología únicamente alcanza su sentido en el contexto
de un movimiento más amplio». Patricio Randle pone el dedo en la llaga y parece contestar
a Castoriadis. No existió contaminación mientras el hombre guar­
dó celosamente las leyes del orden natural y se preocupó por la
búsqueda de principios jurídicos inmutables. No se trata de una simple casualidad. La desnaturalización del ambiente humano es
en
el fondo una consecuencia de la desnaturalización de la vida
espiritual, cultural, social y psicosomática que tienen orígenes
más profundos que
la mera industrialización, la tecnología o las
grandes concentraciones urbanas. De acuerdo que es el capitalismo
el desencadenante de la
crisis ecológica, pero sólo en la medida en que éste es expresión
(31) Pedro Costa Morata, artículo en prensa.
(32) Rafael Gómez Pérez, El desafio cultural, BAC popular, Madrid,
1983.
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ECOLOGIA, ECOLOGISMO Y POLITICA
en la vida econonuca de lo que el liberalismo es en. la política
y, sobre

todo, de lo que el racionalismo es en la filosofía. ¡Esa
es la importancia de las ideas que, lejos de ser entes abstractos
limitados al pensamiento, llegan, tras encarnarse, a determinar los
aspectos más concretos
y cotidianos de nuestra existencia!
La contaminación del ambiente no es sino el eco remoto del
racionalismo -¡de la Revolución francesa si me apuran!- del
divorcio fomentado por
él entre la realidad y la raz6n, por el
que ésta se impone sobre aquélla en creaciones ideológicas ar­
tificiales sin fundamento en la esencia
de las cosas, sin ontolo­
gía
alguna.
Por eso nada más contradictorio para servir de soporte filo­
sófico a un verdadero ecologismo que el marxismo, el último de­
lirio del racionalismo, que se propone subvertir el orden social
mismo
y la
propia naturaleza del hombre. El marxismo
es. por
su esencia antimetafísica el factor contaminante de mayor trans­
cendencia de nuestro mundo,
el elemento corrosivo por antono­
masia que sólo puede contrarrestarse afirmando lo más básico y
sólido que se puede hallar en la sociedad y que es el orden na­
tural.
El ecologismo autogestionario llega en ocasiones a merodear
el iusnaturalismo. Con la simple lógica de las cosas en la mano
hubiera podido llegar a él, si se hubiera liberado de sus aprioris­ mos materialistas. Porque en la base de toda construcción cul­
tural hay una concepción del hombre. La frustración del ecolo­
gismo autónomo es que su concepción del hombre no va más
allá de la de un animal inteligente, el último eslabón evolutivo
de la escala zoológica. Leíamos el programa del Taller de Estudios Libres: «Frente
a las historias de bebés-focas
y aves rapaces en trance de extin­
ción, surge una propuesta amplia para transformar la cotidianei­
dad humana, un llamamiento para recuperar
~I derecho

del indi­
viduo a la armonía con su entorno: la autogestión». La naturaleza de un ecologismo «desnaturalizado» por la
ideología revolucionaria va quedando a la vista. No se trata ya
de solucionar la degradación del entorno natural o la deshuma-
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JAVIER URCELAY ALONSO
nización de las ciudades, como no se trata en el marxismo de me­
jorar
la condición de los trabajadores. Eso sería «poner parches»,
que incluso puede hacerlo el capitalismo. El objetivo se ha he­
cho independiente y es ya otro. «Se trata de crear una nueva
conciencia cultural en la gente» (
3 3 o,

como ·expresaba Casto·
riadis, de hacer una «transformación radical de la sociedad». Una vez más aparece al final del camino la tremenda
reali­
dad:

sólo la Revolución es el objetivo de sí misma. La realidad
no es nunca más que un pretexto que se torria para ponerla en
marcha. El pensamiento revolucionario es binomial. En él no
existen más que dos ideas en desarrollo dialéctico: la Revolu­
ción y la Utopía. La Utopía, que llega en algunos ecologistas a enunciados
gro­
tescos:

«La esperanza ecológica consiste en confiar que los
es­
fuerzos

de individuos
y grupos que intentan una real adecuación
de su vida a los ritmos de la naturaleza, llegarán a provocar una mutación
genética que

hará desaparecer al actual hombre
agre­
sivo y destructor, creando un hombre nuevo en armonía con su
entorno» (34 ).
La Revolución, que es siempre la aspiración de suplantar a
Dios en su poder creador, la
pretensión del
hombre de hacerse
a sí mismo desde sí mismo. La idea late en las frases de Casto·
riadis: «La idea de otra sociedad, la sociedad autónoma) no su­
pone solamente la autogestión, el autogobiemo o la autoinsti­
tución; exige además otra cultura, en el sentido más profundo
del término, otro modo de vida, otras necesidades y otras orien­
taciones de la vida humana. Decimos que estamos en contra del
modo de vida contemporáneo, lo cual significa estar en contr,i
de

casi todo lo que existe,
y no sólo de la construcción de tal o
cual central nuclear, que es únicamente un aspecto de
enési­
mo orden».
La Revolución, que es la Idea hegeliana, siempre en proceso
(33) Declaraciones de J. Jiménez, de AEORMA, a la revista Ozono,
núm. 22, julio de 1977.
(34) Artírulo de Oriol Alb6, en Integral, núm. 21.
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BCOLOGIA, ECOLOGISMO Y POLITICA
dialéctico, alumbrando la realidad. Es el consciente servicio a
esta Revolución, con mayúsculas,
el que mueve a Cohn-Bendit
a poner en guardia a sú.s compañeros contra ciertos ecologistas
que, en su búsqueda de la naturaleza, se acercan también al des­
cubrimiento de una naturaleza en
el hómbre, y como tal esencia:
e

invariable. Contra este conato de
reflexión ontológica

y meta­
física sobre el ser reacciona de inmediato Cohn-Bendit en nom­
bre
de la dialéctica: «se plantea la cuestión de la naturaleza hu­
mana. En una fracción de ecologistas podemos encontrar perso­
nas que dicen, por ejemplo: «en una sociedad ecologista ya no
habrá homoxesuales, porque la naturaleza humana es, en rea­ lidad, bisexual: corremos
el riesgo -prosigue Cohn-Bendit­
de llegar a este tipo de aberraciones. Yo repito que la lógica, o
la reflexión ecologista, limita el campo de mi utopía,
y que la
reflexión sobre los movimientos sociales, las libertades, etc, li­
mita el campo de la ecología. Una sociedad sin conflictos no me
interesa,
la sociedad buena y segura tampoco. Eso sería tedio
mortal, algo verdaderamente horrible. Lo que yo quiero es algo
que desborde dinamismo por todas partes» (35). Otra vez, pues, aparece clara la divisa de los hijos de la Re­
volución: la transformación permanente, el cambio por el cam­
bio, el desarrollo dialéctico de
la Historia, la aversión a todo
lo que sea orden, estabilidad, a todo lo que haga referencia al
ser. Otra vez el
hilo conductor que pone en conexión a todos
los revolucionarios del mundo moderno, de Marx a Hitler, de MaoTse Tung a Daniel Cohn-Bendit. Rindiendo culto a un dios
cuyos sacrificios pueden ofrendarse indistintamente sobre el cuer­ po del proletariado, de la raza, de
la revolución cultural o de la
Ecología.
Y acabo sin más. El cristianismo debe iluminar la actual vuel­
ta del hombre a la Naturaleza, para que mirando a ésta se des­
cubra a sí mismo, y descubriéndose a sí mismo, se encuentre de
nuevo a Dios, su Creador
y Señor.
«Una manu sua faciebat opus ... ». Pongámonos pues a la obra.
(35) Ver J. Ousset, El marxismo-leninismo, Ed. Speiro, Madrid.
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