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Número 229-230

Serie XXIII

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Acción Española y el franquismo

ACCION ESP.AROLA Y EL FRANQUISMO
POR
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA GIGOÑA
La aproximación de Morodo a Acción Española (Morodo,
Raúl, Orígenes ideológicos del franquismo, Tucar Ediciones, Ma-,
drid, 1980), por muchos conceptos interesante, adolece de un
defecto de enfoque que hace que las pocas personas que hoy
conocen
de verdad lo que fue aquello se sientan con una inco­
modidad mental cierta y, aún reconociendo brillantes análisis, textos abundantes recogidos con bastante
honastidad, si bien
dentro de esas parcialidades inevitables en el más independiente
de los historiadores -y no atribuyo a Morodo tal título-, se
concluye la lectura diciendo: no es eso, no es eso ...
Lo he escrito (Femández de la Cigoña,
Franc:ísco José,

«En
el cincuentenario de
Acción Española, en Verbo, 201-202, ene­
ro-febrero de 1982). Se había escrito antes (Ansón, Luis
María,
Acción Española, Zaragoza, 1960). Y es preciso partir del hecho
del protagonismo absoluto de Eugenio Vegas en todo análisis
de
lo que fue aquel movimiento intelectual que realmente dio
una razón y un contenido al
alzamiento militar
de 1936.
Entiéodaseme bien. No pretendo decir que los militares que
se sublevaron llevaran en sus mochilas
· los

ejemplares de la re­
vista en
j.ulio de

aquel año.
La inmensa mayotía de ellos no había
leído ni un ejemplar de
Acción Española. La influencia, indu­
dable y de enorme peso, vino por otros caminos.
Acción Espa­
ñola
dio a la derecha tÚias bases doctrinales que justificaron su
resistencia al sacrificio y a la desaparición. Los valores en los que
esa derecha creía,
las fidelidades

que
en un
corazón viejo, can­
sado y
· desacostumbrado al

trabajo intelectual aún latían, se sin-
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rieron avalados por un grupo creciente de :figuras de la intelec­
tualidad española

y comprobaron, además, que esas gentes
sin­
tonizaban con importantes núcleos intelectuales del extranjero.
Y todo ello hizo que se volviera a creer, a pensar y a resis­
tir. De
ah( surgieron las condiciones objetivas de la sublevación
militar. Después confluyeron otras concausas. Mimetismos fas­
cistas y nacionalsocialistas, ayudas militares de otras potencias,
la superioridad de los cuadros del ejército sobre la improvisa­ ción guerrillera y anarquista, las virtudes de una clase media ca­talizada por una Iglesia beligerante
-y es

curioso que hoy se le
reproche una
actitud a

la que fue obligada y empujada
violen­
tísimamente

por
el saqueo, el incendio y el asesinato de cuanto
tenía alguna relación con lo
sagrado--,sobre
el analfabetismo
moral y cultural de unas masas que obraban movidas por ele­
mentales pasiones de resentimiento y odio ... Como decía, no descubro
na
esto. Pero
sin ello no se
entenderá nunca a
Acción Española. La sociedad cultural Ac­
ción Española, la revista, cuanto se propuso y fue, tiene un nom­
bre: Eugenio Vegas.
Lo demás es comparsa. Que no se me mal­
interprete. No cabe duda
_de que
en aquel
grupo_ intelectual
hubo
:figuras de

más envergadura que Vegas Latapie. Literatos,
oradores, poetas, dramaturgos, historiadores, periodistas ... La
nó­
mina -en sentido merafórico, pues allí nadie cobraba, ya que
si se pagaron algunas colaboraciones era
más para
atender
difí­
ciles situaciones personales derivadas del exilio o de la persecu­
ción política que como remuneración del trabajo
aportado--de
Acción Españdla es asombrosa. Y por muchos conceptos. Dos
de ellos saltan a la vista del observador menos perspicaz: lo
amplio de la misma y su diversidad de matices ideológicos.
Maeztu ( de la Academia Española y de la de Ciencias Mora­
les, embajador, diputado), Pradera ( del Tribunal de Garantías
Constitucionales, diputado), Calvo Sotelo ( Ministro, diputado,
Presidente de la Academia de Jurisprudencia
y Legislación), Sáinz
Rodríguez (
Aca
la Española y de
la Historia, catedrá­
tico, ministro, diputado), Montes (de la Española), Riber (tam­
bién de la Española), Pemán (Director de la Academia Españo-
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ACCION ESPAAOLA Y EL FRANQUISMO
la), Pemartín, Arrarás, Aguado, Eliseda ( de la Academia de Oen­
cias

Morales),.
Artíñano (catedrático),
Alcalá Galiana, Aunós
(ministro, embajador), Castro Albarrán (magistral de
Salamanca
y

de Madrid), Juan de la Cierva (inventor
del autogiro), Váz­
quez Dodero, Armando Durán ( de la Academia de Ciencias),
Enríquez de Salamanca, José Ignacio Escobar ( director de
La
Epoca), Carlos Fernández Cuenca (crítico de cine), el P, Gafo
(
alma de los sindicatos católicos), Galindo Herrero, Galinsoga
(director de
La Vanguardia), el P. Félix Garcia, O. S. A., el
P. Peiró, S. J., el general Garcia de la
Herrán, Garcia
Valdeca­
sas (de la Española, de Morales y Políticas y de Jurisprudencia),
Garcia Villada, S.
J. (ilustre historiador), Giménez Caballero,
Goicoechea

(ministro y Presidente
de la Academia de Jurispru­
dencia, de
la Academia Española), el cardenal Gomá, González
Amezúa ( de la Española), Emilio Hérrera ( que llegaría a ser
Presidente de la República en el exilio), Miguel Herrero,
Le.
querica (ministro, embajador), el marqués de Lozoya (académi­
co
de la Historia y de Bellas Artes, catedrático), Juan Ignacio
Luca de Tena ( director
de ABC, de la Academia Española),
Juan Antonio Ansaldo (laureado
individual), Esteban
Bilbao
( Presidente de las Cortes, ministro), Manuel Bueno, Corts Grau
(catedrático), Santiago Corta! ( Presidente de Acción Católica),
Rafael Garcia de Castro ( arzobispo de Granada), el P.
Guene:
chea, S. J., Ibáñez Martín (ministro, embajador), Menéndez Rei­
gada (obispo), Carlos Miralles (laureado individual), Julio
Pala­
cios ( académico .de la Española y de Ciencias, catedrático), Leo­
poldo Eulogio Palacios ( catedrático, académico de Morales), Puig­
dollers (catedrático), Juan Pujo! (director de
Madrid), Javier
· Reina (canónigo), Blanca de los Rios, el conde de Rodezno ( mi­ nistro), Ruiz del Castillo ( catedrático del Tribunal de Garantías Constitucionales, académico de Morales), Sánchez Mazas ( de la
Española), Marcial Solana, Vallejo Nájera, Jorge Vigón (minis­
tro), Eduardo Marquina (de la Española), Zacarías de Vizcarra,
Yanguas ( catedrático, embajador, ministro, académico de Mora­
les y de Jurisprudencia) ... Esta relación, ampliable, en la que cargos y laureles fueron
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA c:IGORA
en muchos casos obtenidos después, es lo suficientemente. expre,
siva

para precisar comentario. Pero si impresiona por
la exten­
sión, asombra
más, si

cabe, porque en ella
figuran personajes
de
todas las agrupaciones políticas que entonces existían en
la de­
recha: · CEDA, Renovación, Falange, Comunión Tradicionalista.
En
Acción Española depusieron discrepancias accidentales y
se unieron en una corporación entrañable y sin fisuras. Pues bien,
todo ello fue obra milagrosa de Eugenio Vegas Latapie. El los
buscó, uno por uno, mantuvo: la unión y movió desde la sombra todos los hilos semidictatorialmente. Y fue obedecido por todos.
Por ello resulta increíblemente mezquino que un personaji­
llo -y no me refiero sólo
al tamaño físico- que giró cual la
mariposa alrededor de la llama en tomo a aquel ambiente en
los años

de la República, movido de no sé qué rencores o
envi.
dias

mal digeridos, omite el nombre de Vegas entre los funda­
dores de
Aoción Española en un pobre artículo publicado re­
cientemente. Morodo
lo reconoce expresamente --«Vegas Lata­
pie,
artífice de esta obra»-, pero no conoce a la persona. Y
sin ello es muy difícil conocer
Acción Española. Este es el defecto
capital del libro que, por otra parte, tiene valores que no hemos
·
de

negar. No es
ese desconocimiento

de
extrafulr por
cuanto Eugenio
Vegas es hoy un gran ignorado en España. La aparición de sus
apasionantes
Memorias Políticas, cuyo primer volumen se en­
cuentra· ya

en las librerías, quizá contribuya a que este español
excepcional salga .algo de

la sombra en que voluntariamente se
recluyó tras el fracaso de sus ilusiones y esperanzas.
· Pero

el hecho es que el libro de Morodo está escrito desde
esa ignorancia y ello hipoteca gravemente el resultado. Desde el
mismo título:
Or!genes ideológicos del franquismo. Que nos
parece
inexacto. Porque
lo que fue Acción Española fue el ori­
gen, en el sentido que hemos dicho, del alzamiento de 19 36.
Identificar ese alzamiento con el ftanquismo posterior es simpli­
ficar demasiado, entendiendo que toda causa de una causa lo es
dr lo posteriormente causado. Lo que, si en ocasiortes es cierto;
extremarlo hace a Enrique IV de Francia responsable de la ac-
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ACCION ESPAF/OLA Y EL FRANQUISMO
tual Constitución española o a Rodrigo .de Triana del castrismo
de Fidel.
Qué duda cabe que el franquismo recogió ideas y, sobre todo,
personas de
Acción Española. Ello . es tan evidente que ni mere­
ce nos detengamos en ello. Pero
Acción Española -y ahí están
sus textos- pretendía un modelo político
y social que tenía
ciertas diferencias con el que se instauró en España cuando
las
citcunstancias

-y en particular el accidente que
costó· 1a vida
al

general Sanjurjo-- impusieron a Franco como Generalísimo
y Jefe del Estado.
Acción Española quería una monarquía hereditaria y efecti­
va como cúspide del sistema político. Franco instauró una mo­
narquía teórica en la que el titular tardó muchos años en deter­
minarse
y después de que se dieran esperanzas a varios preten­
dientes.
Aunc¡ue Franco,
posiblemente, tuviera
· claro
desde
el
primer momento quién iba a ser su sucesor. Esa monarquía na­
tural que el Caudillo ejerció estaba muy lejos de lo que
postula­
ba Acción Española. Y la monarquía que efectivamente le su­
cedió, lo mismo. Aunque fuera también muy distinta de la
qué
Franco

había querido para España.
Tampoco tenían nada que ver con los principios
y estilos
de
Acción Española los· modelos nazifascistas que se impusieron
en los primeros años del franquismo, precisamente cuando Se­
rrano y sus corifeos: Ridruejo,
Laín, Tovar, Mayalde,

Hoyos,
Neville, Torrente Ballester... detentaban, al servicio de Franco, el poder dictatorial. Las raíces de esa España, que
la derrota del
Eje· hizo inviable, se nutrían en tierras muy distantes de las de
Acción Español~.
El ortodoxo catolicismo de Acción Española tampoco inspi­
ró las posturas
totalitarias respecto

a la Iglesia de esos. primeros
tiempos, nacidas· de las
·mismas fuentes

nazifascistas. El catdenal
Gomá, prematuramente desaparecido, no hubiera tenido el
me,
nor

problema con un Estado que
se· inspirase

en los principios
de
Acción Españdla. Los tuvo, y serios, ·con las autoridades de
la España hacional. Y
el Vaticano también.
No fue, asimismo, consecuedcia doctrinal de·
Acdón Espa-
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
ñola el centralismo que se impuso a todas las regiones españo­
las desde la capital de la nación. Que hoy estamos pagando a demasiado alto precio. Ni la falsificación corporativa que
hizo
de

municipios y sindicatos una sucursal del poder, inutilizándo­
los para posteriores actuaciones previstas teóricamente en el mon­
taje del Estado franquista pero que, ante su escaslsitna implan­
tación
real, fueron incapaces de realizar el cometido previsto en
el «atado y bien
atado» problema

sucesorio.
Fuera de estas diferencias -no desdeñables-- hubo señala­
das coincidencias, claro está. Y, sobre todo, un trasvase de hom­
bres que aceptaron y se beneficiaron del franquismo. Y algunos
de qué manera. Pero este es un fenómeno
político muy

corriente que el mis­
mo Morodo señala en su libro respecto del Integralismo portu­ gués de Antonio Sarclinha. Y que lo mismo podríamos apuntar
de la CEDA. Los Arrajos y Martín Sánchez-Juliá dejaron tan solo a Gil Robles como los Areilzas, Lequericas, Pemanes y Vi­
gones a Vegas Latapie. Y con Hedilla ocurrió
lo mismo. Porque
fenómenos aislados como Giménez Fernández
o. Juan
Antonio
Ansaldo son excepciones que confirman la regla y que se
pro­
ducen

en
no· pocas

ocasiones más por peculiaridades de carácter
que por el mantenimiento de unos principios. Las sirenas del poder
tie~en demasiado

atractivo y suelen
arrastrar a la mayoría de los humanos. El caso de Sáinz Rodrí­
guez fue otro. Ministro de Franco por influencia de Serrano Su­
ñer, al cesar, se embarca en la oposición.
Quizá hubiera sido fi­
delísitno al Cauclillo de continuar en el cargo. Nosotros cree­
mos que sí.
El hecho es que, de la sublevación militar de 1936, nació
. una dictaidura que
duró casi cuarenta
años. Hasta
la muerte
de la persona que la encarnaba. Sus realizaciones materiales son
indiscutibles y España, que partía deshecha de una terrible
gne­
rra

civil, conoció un período de paz y desarrollo económico
·sin
parangón

en nuestra historia.
Suele ser un efecto de las dictaduras. No cabe duda que tam­
bién conoció defectos: abusos de poder, negocios poco limpios ...
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ACCION ESPAJWLA Y EL FRANQUISMQ
Son fenómenos que suelen acompañar a esos regímenes políti­
cos. Si bien nuestra, ya no tan joven, democracia -su vida es
más larga que la suma
de los dos períodos republicanos- nos
demuestra que tampoco están libres de esos defectos
· los
siste­
mas democráticos. Que, en ocasiones, y mucho me temo que la
nuestra sea una de ellas, los aumentan muy considerablemente ...
Pero el franquismo lo que sí confirmó es la regla áurea de
todo sistema de ese tipo: la incapacidad de sucederse. Las dic­
taduras se agotan con el carisma de quienes las detentali. Y sólo el terror puro y simple las hacen perdurar como ocurre
más
allá del Telón de Acero.
Señalada la discrepancia fundamental con
la tesis de Morodo
expondremos a continuación otras parciales, algunas de no poca
importancia. El capítulo 1.3:
Acción Española: apología y revi­
sión critica de la Dictadura
es una pura contradicción. De la lec­
tura del mismo, y de la realidad histórica, lo único que se de­
duce es que
Acción Española no tuvo nunca la menor veleidad
de resucitar la
e,;periencia primoriverista
que tan mal acabó.
Otra cosa es que, ante el caos republicano, se pudiera ·sentir al­
guna añoranza de los años tranquilos y prósperos de la Dicta­
dura. Pero nada más. Falta de conocimientos también, por parte de Morodo, de
hechos concretos. Por ejemplo es reveladora esta afirmación:
«Sáinz Rodríguez, colaborador de
Acción Española, ministro con
Franco -pero, el único ministro que . rompe con él, y se áuto­
exilia en Portugal...» (pág. 45)-. La ruptura de Sáinz Rodrí­
guez con Franco fue el cese que el Jefe del Estado le comunicó.
Hasta entonces no
bahía existido tal ruptura. Y el ·«autoexilio»,
en

1942, no fue tal sino la huida de España por parte
de Pedro
Sáinz

para evitar una orden de deportación a las Canarias. Y
lo
de único ministro que rompe con Franco habrá asombrado, sin
duda, a un hombre tan próximo a Morodo en
la oposición al
Gei¡eralísimo, en sus últimos años, como lo fue Joaquin Ruiz
Giménez Otro
error de bulto es adscribir
a Antonio
Goicoechea al
tradicionalismo (pág.
67); lapsus

verdaderamente
increíble por
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
tratarse de un politico de cierta notoriedad, ministro de Alfon­
so XIII. Como omitir entre los generales simpatizantes de
Ac­
ción Españdla a don Fidel Dávila (págs. 69-70 ). El tomo primero
de las
Memorias de Vegas, que Morodo ya conoce, pues public6
del mismo una recensión en
El P afr, es básico para escribir en
el futuro de
Acción Española y evitará muchos errores. Y pues­
tos a señalar omisiones;
entre los
títulos nobiliarios que Moro­
do considera como concedidos por Franco a personas que se
mo­
vieron,

más o menos, en la órbita
de Acción E_spañola no men­
ciona al que nos parece más capital,
el concedido para honrar
la memoria del que fue su director, el condado de Maeztu (pá­
ginas 72-73).
El desconocimiento del entorno lleva a Morodo a cometer
numerosos errores onomásticos: A Fuentes Pila le
llama Fuen­
tes Pilá (pág. 88 ), a José Ignacio Escobar, marqués de
las Ma­
rismas y a_ la muerte de su padre, de V aldeiglesias, le llama Ig­
nacio

(pág. 89), a
Martín Báguenas, Martínez (pág. 109); el
Lizarra mencionado (pág. 139) tal vez sea Lizarza; el Andes
al que se refiere (pág. 139) debe ser su hijo el marqués de
Eli­
seda;

Rebadet (pág. 151) es Rebatet; llama integralistas (pági­
na 180) a los integristas de Nocedal...
Es absolutamente excesivo calificar de «permanente» (pá­
gina 92) la colaboración de Ramiro Ledesma Ramos con
Acción
Española.
Fue bastante esporádica. Pienso que el jonsista que
más

contacto tuvo con
Acción Española fue Emiliano Aguado.
Fueron también frecuentes los de Giménez Caballero, si bien
esa relación fue pronto repudiada por los más conspicuos de !a
revista que demostraron por este curioso personaje verdadero
desprecio. La carta de Vigón al «apreciable Giménez» es bue­
na prúeba de ello.
Me parece de gran interés el estudio que Morado hace de las
influencias
extranjeras en Acción Española (págs. 149-232). Es,
en cambio, muy endeble
el de los maestros del tradicionalismo
español
(págs: 74-81 ).

La
intencionalidad del autor de
vincular
a Acción Española con· loo fascismos es evidente y reiterativa;
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ACCION ESPAROLA Y EL FRANQUISMO
sin embargo, el resultado, a nada que se lea con discernimiento,
es muy otro.
La vinculación de Acción Española con Acción Francesa es
indiscutible. Su
hilo conductor es Vegas Latapie, la única per­
sona dentro del grupo que conoda muy profundamente, y ad­
miraba,
· el

movimiento de Charles Maurras. Gracias a él
lo co­
nocieron los demás y alguno, como Calvo Sotelo, entró en con­ tacto directo con él durante su exilio en Francia. Pero
.la in­
fluencia

maurrasiana llegó tamizada por
el hondo catolicismo de
Vegas y

por sus lecturas de los clásicos de la contrartevolución
española: concretamente de Zeballos, el «Rancio», Vélez,
Do­
noso, Bahnes, Mella y sobre todos, Menéndez Pelayo. De abí que
no pueda hablarse
de un

simple mimetismo sino sólo
de una in­
. fluencia o más bien de una recreación. Y: esa influencia, sin
duda
la más poderosa de las llegadas del extranjero hasta el ex­
tremo

de
-que
su peso
específico se
aproxima
al cien
por cien,
no
tenía .

nada de fascista. Y no debe olvidarse que estamos en
los días álgidos del Duce.
La componente maurrasiana está en
un
horizonte 'ideológico absolutamente

diverso. Se
la podrá ca­
lificar de reaccionaria, de derechista, de ultra, de
lo que se quie­
ra. Pero no de fascista.
El segundo influjo, recibido también de primera mano y
éste a
rtavés del

marqués de Quintanar, fue el del integralismo
portugués de Antonio
Sardinha. También en la línea de Acción
Francesa
y tampoco fascista.
la influencia italiana, totalmente fascista ya, es impersonal.
Nadie en
el grupo era un especialista en Mussolini y sus doc­
trinas. Estaba la admiración por un Estado antiliberal, que ha­
bla llegado

a
la pacificación religiosa con los pactos de Letrán,
a un gran desarrollo económico ... Después del 18 de julio vino,
además, la ayuda militar. Su repercusión en
el Estado franquis­
ta de los primeros años fue evidente. Y su influencia en Fa­
lange. Pero en
Acción Española fue muy secundaria. Él respeto
y la admiración no impedían ver la sombra protectora del Duce sobre el rey. Y
ho era

esa
la monarquía que Acción Española
postulaba, aullque Ótros aspectos del sistema y, coilcretamente,
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGO/M
el corporativismo, fuesen asumidos sin reservas. Por todo ello
las traducciones de autores italianos son escasas y creemos que
su influencia también.
Respecto al nazismo, su influjo fue nulo como se constata
del mismo texto
de Morodo. No ha podido hacer referencia ni
a una sola traduoción de· un artículo nazi aparecido en la revis­
ta. El magisterio de Spengler, indudable
y reconocido, es ante­
rior al nazismo. Las refereocias a
González Oliveros
y Murillo
son a dos colaboradores muy marginales y de nulo peso en la
direoción de
Acción Española. Salvo eso sólo podrá espigarse
alguna frase admirativa hacia Hitler del que entonces se desco­
nocían sus atroces ex-cesos. Y junto a esas frases siempre reser­
vas por su actitud anticatólica como el mismo Morodo reconoce.
Las traducciones inglesas aparecidas en
la revista son de
ideología católica y conservadora; el influjo de Berdiaev, enton­
ces tan de moda, va también por otra línea distinta del fascis­
mo; las alusiones a Letonia, Polonia o Rumania son margina­
les ... y eso es todo. La búsqueda minuciosa e
interesada de Mo­
rodo

no
halló más.

Evidentemente porque no lo
habla ..
Concluyamos

ya. Libro interesante, escrito desde la otra
orilla. Con parcialidad pero también con cierta mesura. Y sobre
un tema que por cuarenta años resultó molesto al poder y sobre
el que
pesó la

conspiración del silencio. De un silencio
hipócrita
por

cuanto que muchos de los que disfrutaron de ese poder ini­
ciaron sus
barallas políticas

en
Acción Española,. Y porque ese
mismo poder nació, aunque luego siguiera otros rumbos,
de la
siembra que
Acción Española realizó con riesgo, sacrificio y
trabajo. Es curioso que los dos libros que sobre
Acción Española se
han escrito lo fueron desde la oposición al franquismo, si bien desde dos posturas tan distintas como
la de Luis María Ansón
y
la de Raúl Morado. Uno desde dentro de Acción Española y
el ótro desde fuera. Pero salvo esto apenas nada más. Mencio­
nes inevitables en obras que se refieren a la época pero absolu­ tamente insuficientes para tan importante movimiento. En la
escaslsima bibliografía hay que hacer también
referencia a

un
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ACCION ESPAROLA Y EL FRANQUISMO
excelente articulo de Javier Badia aparecido en las páginas de
Verbo e inexcusablemente a las Memorias de Eugenio Vegas que,
en su primer volumen, son verdaderamente las memorias de
Acción Española.
Y una última referencia a Morado. Su filiación respecto a
Tierno Galván le hace recoger un penoso texto del
mismo:
«Cuesta

trabajo. no considerarle
· un
pensador francés de tercera
fila que repite los tópicos más corrientes de su tiempo». Nada
menos que se refiere a Donoso Cortés. El sectarismo, en oca­ siones, no sólo ciega,. hunde en abismos de bochorno.
Y a desde la crítica constructiva un ruego a Raúl Morodo:
que no use un
término tan

atroz como
el de «austracista» para
referirse a la Casa de Austria. A
mí, al menos, me suena horri­
blemente.
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