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Número 229-230

Serie XXIII

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Gonzalo Ibáñez Santa María: Persona y derecho en el pensamiento de Berdiaeff, Mounier y Maritain

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los orígenes del proceso. Excelente libro que debe ser continuado.
Quedan aún muchos
periodos de la historia mejicana que Abas­
cal debe
-tiene--que

esclarecer.
FRANCISCO ]OSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA.
Gonzaw lbáííez: PERSONA · Y DERECHO
EN EL PENSAMIENTO DE BERDIAEFF, MOUNIER
Y MARITAIN (*)
Este libro es una traducción al castellano de la tesis que su
autor presentó, bajo la dirección de Michel Villey, en la Univer­
sidad de Derecho, Economía y Ciencias Sociales de París. El
tema que en
él se propone estudiar Gonzalo Ibáñez se restringe
a las doctrinas jurídicas y políticas de los tres autores que
el
título cita. Sin embargo, para una adecuada exposición y ctítica
de

tales doctrinas, se ve obligado Ibáñez a profundizar en las
concepciones metafísicas --especialmente en la teoría de la
per­
sona-que defienden Berdiaeff, Mounier y Maritain. Con ello
entiendo que nuestro autor no -hace sino recorrer el mismo ca­
mino que siguieron los intereses de Maritain, el más importante
de los personalistas, pues, como ya señaló Palacios en cierta
ocasión,
la metafísica mariteniana de la pers,;,na surgió como
justificación de sus teorías sociales, en vez de ser ésta conclu­
sión de aquélla:
El libro de Ibáñez se detiene primero en
la exposición de
las circunstancias históricas en que surgieron los sistemas del
personalismo y de los antecedentes doctrinales inmediatos que
permitieron su desarrollo y enorme repercusión. En esta parte
vemos cómo penetraron las ideas modernas en el pensamiento
católico y los esfuerzos de la Iglesia para evitar su avance, hasta
la extraña pirueta · de una parte ;del neotomismo que, nacido
para revitalizar en las fuentes del Aquinante la filosofía cris­
tiana, acabó aceptando tesis liberales y sirviendo de inspiración
al personalismo.
· .
La segunda parte, más extensa que las demás, resume y or­
dena la obra de los tres autores personalistas más destacados y
conocidos: Nicolás Berdiaeff, Manuel Mounier
y Jacobo Mari­
tain. Esta parte expositiva tiene. la virrud de hallar un hilo con­
ductor para ordenar la maraña de ideas de cada uno de estos
(') Ediciones de la Universidad Católica de Chile, 1984.
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escritores. Dicho hilo. tiene un cabo eo la concepción casi dualis­
ta del.
hpmbre, eo
cuyo seno conviven la persona, polo
de la
libertad

y de la natural bondad humana, y
el individuo, polo
del determinismo corporal y, feudo de las pasiones, que se ma­
nifiesta y recibe apoyo en la organización social existente hasta
hoy. Pasa luego por la teoría moral según la
cual ·debe el hom­
bre despojarse de la opresión de la individualidad para que la
persona, una
vez adquirida

su completa
libertad, venga
a reali­
zarse pleoa
y santameote. Porque los actos de la persona, libre
de espurias

interfereocias, son necesariamente bueoos. Finalmente,
el otro cabo se eocuentra en
las doctrinas

sociales, que por un
lado rechazan la organización social contemporánea y, por otro,
preconizan su · sustitución por un orden comunitario, integr_ado
más por personas que por individuos, donde la norma de unidad
sea el amor y no la ley.
Aunque todas estas ideas se hallan de alguna manera en
·cada
uno

de los adalides del personalismo, sus obras tieoen un carác­
ter muy desigual. Nicolás Berdiaeff, personalista eo la última etapa de su vida, más. que un filósofo es un apologista, que res­
ponde apasionada y
desmecli
las situaciones que le
tocó vivir. Manuel Mounier es, en cambio, un activista y un
propagador del personalismo que gusta de las frases rimbom­
bantes y llamativas pero ayunas de contenido. Jacobo Maritain
. es

finalmeote quieo, gracias a un profundo conocimiento de San­
to Tomás y de sus comeotaristas, logró
•dar al

personalismo
el
carácter de un sistema filosófico de gran agudeza y precisión.
Nada tieoe, pues, de extraño que
Ibáñez se
ocupe con mucho
mayor detalle de este último que
'de Berdiaeff y Mounier.
La última parte del libro está d doctrinas personalistas y, con especial énfasis, de las teorías de
Maritain. No es posible resumir en pocas frases todas las agudas
objeciones que pone
Ibáñez a

cada aspecto del pensamieoto ma­
riteniano. Me limitaré, pues, a los dos dardos que lanza nuestro
autor contra el corazón del humanismo integral en cuanto filo­
sofía de la sociedad. Como la sociedad es un todo compuesto
en última instancia de hombres, las críticas más punzantes de Ibánez se dirigeo una a la concepción del hombre
y otra a la
concepción del todo social mantenidos por Maritain.
La teoría del hombre poseedor del doble aspecto individual
y personal es rechazada por nuestro autor, llevando dicha doc­
trina a sus últimas consecuencias tanto eo el terreno moral como eo el pol!tico. El individuo es el polo material
y a la vez socia­
ble del hombre. La persona es el
ládo espiritual,

origen de cuan-
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to de bueno hay en el hombre, y a la vez aspecto por el cual el

hombre es un todo de valor absoluto, superior a cualquier
fin de la sociedad. La lucha interior del hombre, empeñado
en refrenar

sus pasiones, es la contienda que mantiene la persona
contra las tendencias de la individualidad. Ibáñez señala, ha­
ciendo una crítica que atañe a todos los
maniqueísmos de

este
tipo, que la lucha no se produce entre el cuerpo y el espíritu,
sino dentro del espíritu mismo, de forma que el pecado es siem­
pre del espíritu y no de la carne. Es más '-,---y aqui es donde
lleva Ibánez el maritenismo a sus últimas consecuencias-, si
la moralidad consiste en la liberación del lado corporal,
¿ qué
mejor

solución que el suicidio para alcanzar la liberación defi­
nitiva?
Más nos interesa la crítica, por sus consecuencias últimas,
del dualismo en el terreno social. El hombre, según
Maritain, forma parte 'de una sociedad en cuanto individuo, pero en cuan­
to persona es ajeno a toda
razón de
parte, respecto del todo so­
cial. Mas como el hombre está atado a un cuerpo -nunca deja
de ser individuo-- siempre será parte de una sociedad, que con­
trariará a su aspecto personal. Por tanto, la única actituicl cohe­
rente de la persona consistirá en hacer permanente revolución
del orden social.
Críticas como las precedentes, aunque muy efectivas, siempre
distorsionan las doctrinas a que se refieren. Veamos, pues, las
más aquilatadas objeciones que del concepto de sociedad, como
totalidad compuesta de todos, ofrece Ibáñez.
Según Maritain,

el individuo se
ortlena a la sociedad y la sociedad se ordena a la persona. En efecto, Maritain dice, usando
una expresión de Santo Tomás, que a
la persona le repugna la razón de parre. Cosa que interpreta, distorsionando el pensa, miento

del
!doctor Angélico,
como si
la persona no fuera en
cuanto
tal parte de la sociedad. La persona es, pues, un todo
de valor absoluto, de lo cual se sigue, en primer lugar, que hay
derechos no relativos o dependientes de la
sociedad en

que vive
(los derechos humanos) y, en segundo
lugar, que

la sociedad es
un todo (social) compuesto de
·todos (las

personas).
Según esto, se pregunta Ibáñez,
¿cómo se

ordena la activi­
dad del hombre hacia Dios? No evidentemente en cuanto in­
dividuo, pues éste
se ordena

a la sociedad. Sí, en cambio, en
cuanto persona. Mas como
la persona no se ordena a la socie­
dad, resulta en buena lógica que obrar en beneficio de la socie­
dad no es ordenar
la actividad hacia Dios.
A esta distinción en los ordenamientos de los actos huma-
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nos opone Ibáfiez la concepci6n tomista del orden qne sitúa al
hombre
dirigido hacia
Dios en todos sus actos, tanto en los que
se ejercen para bien de
la comunidad como en los que son aje­
nos a
ella.
Por otra parte, con gran agudeza resalta Ibáñez las contra­
dicciones a que da lugar, en
la filosofía social, la separaci6n ma­
riteniana entre individuo
y persona. Si la sociedad se ordena a
la persona, que como tal no forma parte de
la sociedad, cabe
preguntar, ¿a qué persona se ordena la sociedad? Habría que aceptar de forma ut6pica que es posible una sociedad donde no
choquen los derechos que por su naturaleza propia correspon­
den a cada persona.
¿C6mo pueden,

por ejemplo, evitarse los
enfrentamientos entre las personas que tienen cada una dere­
cho a participar activamente en la política?
La respuesta que da Maritain a esta dificultad consiste en
establecer
una teoría del acuerdo práctico entre las diversas ten­
dencias dentro de una sociedad. Pero si la primacía se otorga
al acuerdo, los cat6licos habrán de ceder inmediatamente en sus
convicciones especulativas para no: romper el acuerdo. De esta
manera, «paso a paso, se ha virado hacia un sincretismo ideo­
l6gico, vacío como todos los sincretismos y listo para ser llena­
do por los
detentadores del

poder»
(III, III, pág. 164 ).
En suma, sí el lado espiritual del hombre no forma parte
de la sociedad
y tiene por definici6n cierto número de derechos
anteriores a cualquier sociedad en que viva,
¿c6mo establecer
el

reparto justo de los bienes que satisfagan tales derechos?
¿D6nde
r.ner los

límites
del derecho a la propiedad y del de­
recho a a libre expresi6n? La armonía se hace imposible en la sociedad, pues las limitaciones del derecho se producen s6lo por
el lado inferior y más indigno del hombre -el individuo-- que
es quien se ordena a la sociedad.
El error de Maritain está en el centro mismo de su doctrina.
«El derecho ( ... ) s6lo es posible
en el marco de una sociedad
política. No existe vida jurídica propiamente tal
ni en un mítico
estado de naturaleza previo al estado social, ni en el caso en que
se ponen los personalistas, es decir, de personas independientes
en relaci6n al todo»
(III, IV, pág. 195).
Maritain ha querido, pues, deslindar
lo que del hombre se
dirige a la sociedad
y lo que tiene a Dios por meta. Laudable
intento contra los totalitarismos que, sin embargo, falla por sus
bases. «Nuestra integraci6n en la sociedad no es total no por­ que, por algún resquicio, debiéramos escapar a
la vida social
para no dejar de ser «personas», sino porque, integrándonos a
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esa vida, ella no agota --11unque lo quiera- nuestras posibili" dades

de ser» (III, IV, pág. 198).
La obra de Ibáñez resulta, en su conjunto, muy ilustrativa
por su patte expositiva y de gran profundidad por sus
críticas. Lástima que, en ocasiones, aparezcan galicismos que muestran
su origen de traducción del francés. Se echa, por otro lado, de
menos que el autor no haya expuesto las relaciones históricas
entre los

tres adalides del personalismo que estudia; pues, leído
el libro, quedan en absoluta obscuridad las
influencias que

en­
tre ellos se dieron y las diferencias y similitudes de pensamiento
quedan por lo menos en
la penumbra.
JOSÉ M!GUEL GAMBRA.
Nemesio Rodríguez Lois: LA CRUZADA QUE FORJO
UNA PATRIA
(*) .
Los lectores de Verbo ya conocen al joven intelectual cató­
lico Nemesio Rodríguez Lois a través de la serie de attículos apatecidos recientemente en
la revista bajo el título de Los for­
¡adores de

México.
Mejicano de alma hispana, que es la más alta y limpia manera
de ser tnejicano, dice de
él Salvador

Abascal. Y yo puntuali­
zaría: que_ es la única mariera de ser verdaderamente mejicano.
Pues en esa alma hispana está la piedra angulár del Méjico tra­dicional y ella es, precisamente, lo que en ciento cincuenta años
de historia sectaria han querido arrancar, con métodos en oca­
siones realmente bárbatos, los mejicanos yankis, los mejicanos
masones, los mejicanos comunistas.
El alma hispana no fue sólo el alma conquistadora, que esa
existió
también en
los Pilgrims Fathers o en Buffalo Bill. Ni
tampoco el alma dvilizadora. Aunque ésta fuera inexistente en
las colonias que
llegaten a

Massachusetts o a Virginia. El alma
hispana fue, sobre todo, el alma evangelizadora que hizo de la
América que conquistó y civilizó una
-América

profunda y esen­
cialmente católica.
Y de áhí el odio de los unos. Y la continuidad en la por­
fía católica
de los otros. Nemesio Rodríguez
Lois está, sin duda,
por este trabajo, por su continuada lucha en
la prensa, por las
varias obras publicadas, en el Estado
Mayor del bando católico
(") Editorial Tradición, México, 1977 (Í'.' edic.), 303 págs.
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