Índice de contenidos
Número 265-266
Serie XXVII
- Textos Pontificios
-
Estudios
-
Una lectura metafísica de la encíclica Sollicitudo rei sociales
-
Revolución del 68: veinte años
-
Precisiones acerca de la palabra jansenismo
-
Perversión y conversión. Especial consideración de las religiosas
-
El liberalismo y la Iglesia española. Historia de una persecución: Antecedentes: III. El reinado de Carlos IV (I)
-
Un libro mártir
-
- Actas
-
Información bibliográfica
-
Francisco Canals Vidal: Sobre la esencia del conocimiento
-
Maria Adelaide Raschini: Prospettive rosminiane
-
Pier Paolo Ottonello: Strutture e forme del nichilismo europeo
-
General Jean Delaunay: La foudre et le cancer
-
Salvador Abascal: Tomás Garrido Canabal: sin Dios, sin curas, sin Iglesias
-
Fernando Rivera Barroso: Año 2000
-
- Crónicas

Autores
1988
Revolución del 68: veinte años
REVOLUCION :PEL 68: VEINTE AAOS
POR
}ORGE USCATESCU
Es difícil buscar la fórmula más adecuada para celebrar los
veinte años de una «revolución» que tuvo en Sll,día, y después,
un amplio
eco, y cuyos protagonistas de uno u otro lugar de
Occidente y Oriente son ahora ministros en sus respectivos go
biernos o, por Jo menos -y esto último no los menos aveni
dos-, parlamentarios europeos. Todo ello para recordar la fa
mosa frase de Mirabeau en vísperas de la celebración de otra
revolución, ella
sin duda alguna importante, la Revolución fran
cesa del 89: «un jacobino ministro no es un ministro jacobino».
Con esta consideración preliminar,
al recordar la clamorosa
efemérides, nuestra pluma
se desliza hacia un modo de evocación
algo distinto.
Un modo que, en su día, reconoocámoslo, no com
partimos, aunque, estando en París en los días del famoso mayo
francés, nos
¡,xtrañó la «fuga» de De Gaulle a Alemania, sin duda
asustado, para pedir ayuda a Massu. Ayuda que llegó junto con
la
de Waldeck-Rochet, a quien en el desfile «oceánico» de los
Campos Elíseos, Cohn Bendit
había llamado «crapulle stalinien
ne»;
Lo que hizo que, «antiguos de Argelia» y comunistas se pu
sieran, en aquella ocasión, al
lado del general.
Pero volvamos al punto
de vista «distinto». De ello nos per
catamos a
fines del 69. Quisimos evocar el hecho hace pocos
meses, al
conmemorar en Génova al filósofo italiano Michele Fe
derico.
Sciacca. En efecto, la Navidad de 1969 nos traía, acom
pañados por dos afectuosas dedicatorias festivas, dos libros de
Sciacca que conservan aún su -frescura y actualidad: «La chiesa e
la
-civil ta -moderna» y «Gli arieti contro la vertica,le». Toda la
«inteligentzia» europea de aquel año
se sentía profµndamente,
escandalosamente, preocupada por la rebelión universitaria del
año precedente. No solamente Marcuse, profeta efímero
de aque
lla gente joven, sino hombres de Estado como De Gaulle o es-
631
Fundaci\363n Speiro
JORGE USCATESCU
critores como Malraux, artistas como Jean-Louis Barrault, prota
gonista del famoso episodio del «Odeón», o filósofos como
Ugo
Spirito, Foucault o Deleuze, todos quisieron «leer» algo en aquel
acontecimiento. Nada de todo esto
.en los dos agudísimos y ac
tualísimos libros de .Sciacca. Yo mismo, que al tema había consa
grado en 1968 un"libro de cierto
éxito, «Proceso al humanismo»,
busqué en los libros de
Sciacca un punto de vista suyo sobre
aquel hecho y no lo encontré. Ninguna alusión. Sabiendo con
cuánto interés
Sciacca · iba al encuentro de la actualidad, cono
ciendo
su espíritu polémico frente a aquella actúalidad, aquella
ausencia
me pareció significariva, dada la autoridad que siempre
artibuía yo a todo lo que dijera y pensara sobre asuntos de nues
tro tiempo el
fil6sofo de Génova, orgulloso de su origen sicilia
no, griego en el más alto sentido del término. Aquel silencio de
Sciacca. Aquel silencio decía a todos que aquel fenómeno, al cual
algunos conceden todavía cierto valor, no estaba destinado a te
ner consecuencias importantes.
Al volver a leer
ahora, veinte años después, aquellos dos li
bros de Sciacca llenos de inteligencia penetrante, de vivacidad y
de infinitas sugerencias e ideas y pensando que su publicación
por Marzorati, el editor fiel de Sciacca, había tenido lugar. en
plena
revuelta de la juventud universitaria europea y . en plena,
para siempre, inexplicable, «revolución cultural»
china provoca
da por un Mao · decrépito, y también en plena «primavera de
Praga», su silencio sobre esta materia nos parece
todavía más
significativo. ¡Cuánta distancia entre actitud, de profunda· res
ponsabilidad y distanciación, y la actitud mantenida en la misma
época por
Raymond Aron, sociólogo importante, profeta libe
ral tantas veces convocado y evocado durante los últimos años,
que en
la rebelión estudiantil veía la señal indiscutible de la
«crise
de la civilisation». En 1977, en su libro «Plaidoyer pour
une
Europe décadente», Aron volvía al mismo tiempo con inte
rés y desdén a la «revolución estudiantil
de 1968», mientras otro
escritor
político francés, mucho más joven que Aron, más que
ello, integrado antes en la Sorbona del 68, hablaba ni
más ni
menos que de una «Europa difunta».
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Fundaci\363n Speiro
REVOLUCION DEL 68: VEINTE AROS
Grande fue la distancia de Sciacca de aquel espectacular pro
ceso, implícitamente
· considerado por él como un fenómeno de
superficie. En
efecto, los rebeldes de aquella hora serfiln en bue
na parte los· tecnócratas de hoy. Nada de «la imaginación al
poder» o de «seamos realistas: exijamos lo imposible». Los ne
gadores sorbonianos de la democracia, .combatientes del nihilis
mo y émulos de la Comuna, serfiln los defensores del voto y de
la democracia comunitaria y tecnocrática de hoy, animada por
ímpetus ttiufalistas. Entonces Sciacca no buscaba signos de cri
sis en el mayo parisiense. El discípulo moderno de San Agustín
buscaba, agustinianamente, los problemas de la cultura eutopea
en crisis en
los dominios profund~ de la interioridad. El tiempo
y el recuerdo han podido demostrar que su reflexión, fuera de
aquel contexto pasajero y desotbitado, era certera y permanente.
La revolución del 68 fue, en efecto, espectacular, Pareció
conmover los cimientos de una sociedad asentada sobre los
valo
res de la técnica, del consumo y de la disuasión, pero no fue así.
La crisis económica de los años 70 nada tiene que ver con. ella
y jóvenes que a ella
pertenecj.eron, asimilados plenamente
a la
tecnocracia, contribuyeron a
superárla. Aquellos pocos días de
mayo parecieron conmover al mundo, pero-en realidad no lo con
movieron. Los problemas del hombre y de la cultura, la misma
idea de Europa que sigue en tnaJ:Cha hacia su necesaria unidad,
corresponden a esquemas distintos de los que entonces se traza:
ron con indiscutible resonancia. ta sangrienta Comuna de Pa
rís,
un siglo antes, había servido de imagen a los jóvenes uni
versitarios que movilizaron grandes masas en
el mayo del 68.
Pero mientras la Comuna de París será una página permanente
en la historia de
los' movimiento~ sociales, la «revolución» del 68
no lo será. Lo significativo de su época habrá que buscarlo en
otros terrenos. Sobre todo en el mundo de la interioridad
del
hombre. El único que podrá hacer que conserve su humanidad.
El único capaz de demostrar, como decía Michele Federico Sciac,
ca, que en épocas de grandes angustias individuales o colectivas
se puede perder en Austerlitz y se puede vencer en Waterloo.
633
Fundaci\363n Speiro
POR
}ORGE USCATESCU
Es difícil buscar la fórmula más adecuada para celebrar los
veinte años de una «revolución» que tuvo en Sll,día, y después,
un amplio
eco, y cuyos protagonistas de uno u otro lugar de
Occidente y Oriente son ahora ministros en sus respectivos go
biernos o, por Jo menos -y esto último no los menos aveni
dos-, parlamentarios europeos. Todo ello para recordar la fa
mosa frase de Mirabeau en vísperas de la celebración de otra
revolución, ella
sin duda alguna importante, la Revolución fran
cesa del 89: «un jacobino ministro no es un ministro jacobino».
Con esta consideración preliminar,
al recordar la clamorosa
efemérides, nuestra pluma
se desliza hacia un modo de evocación
algo distinto.
Un modo que, en su día, reconoocámoslo, no com
partimos, aunque, estando en París en los días del famoso mayo
francés, nos
¡,xtrañó la «fuga» de De Gaulle a Alemania, sin duda
asustado, para pedir ayuda a Massu. Ayuda que llegó junto con
la
de Waldeck-Rochet, a quien en el desfile «oceánico» de los
Campos Elíseos, Cohn Bendit
había llamado «crapulle stalinien
ne»;
Lo que hizo que, «antiguos de Argelia» y comunistas se pu
sieran, en aquella ocasión, al
lado del general.
Pero volvamos al punto
de vista «distinto». De ello nos per
catamos a
fines del 69. Quisimos evocar el hecho hace pocos
meses, al
conmemorar en Génova al filósofo italiano Michele Fe
derico.
Sciacca. En efecto, la Navidad de 1969 nos traía, acom
pañados por dos afectuosas dedicatorias festivas, dos libros de
Sciacca que conservan aún su -frescura y actualidad: «La chiesa e
la
-civil ta -moderna» y «Gli arieti contro la vertica,le». Toda la
«inteligentzia» europea de aquel año
se sentía profµndamente,
escandalosamente, preocupada por la rebelión universitaria del
año precedente. No solamente Marcuse, profeta efímero
de aque
lla gente joven, sino hombres de Estado como De Gaulle o es-
631
Fundaci\363n Speiro
JORGE USCATESCU
critores como Malraux, artistas como Jean-Louis Barrault, prota
gonista del famoso episodio del «Odeón», o filósofos como
Ugo
Spirito, Foucault o Deleuze, todos quisieron «leer» algo en aquel
acontecimiento. Nada de todo esto
.en los dos agudísimos y ac
tualísimos libros de .Sciacca. Yo mismo, que al tema había consa
grado en 1968 un"libro de cierto
éxito, «Proceso al humanismo»,
busqué en los libros de
Sciacca un punto de vista suyo sobre
aquel hecho y no lo encontré. Ninguna alusión. Sabiendo con
cuánto interés
Sciacca · iba al encuentro de la actualidad, cono
ciendo
su espíritu polémico frente a aquella actúalidad, aquella
ausencia
me pareció significariva, dada la autoridad que siempre
artibuía yo a todo lo que dijera y pensara sobre asuntos de nues
tro tiempo el
fil6sofo de Génova, orgulloso de su origen sicilia
no, griego en el más alto sentido del término. Aquel silencio de
Sciacca. Aquel silencio decía a todos que aquel fenómeno, al cual
algunos conceden todavía cierto valor, no estaba destinado a te
ner consecuencias importantes.
Al volver a leer
ahora, veinte años después, aquellos dos li
bros de Sciacca llenos de inteligencia penetrante, de vivacidad y
de infinitas sugerencias e ideas y pensando que su publicación
por Marzorati, el editor fiel de Sciacca, había tenido lugar. en
plena
revuelta de la juventud universitaria europea y . en plena,
para siempre, inexplicable, «revolución cultural»
china provoca
da por un Mao · decrépito, y también en plena «primavera de
Praga», su silencio sobre esta materia nos parece
todavía más
significativo. ¡Cuánta distancia entre actitud, de profunda· res
ponsabilidad y distanciación, y la actitud mantenida en la misma
época por
Raymond Aron, sociólogo importante, profeta libe
ral tantas veces convocado y evocado durante los últimos años,
que en
la rebelión estudiantil veía la señal indiscutible de la
«crise
de la civilisation». En 1977, en su libro «Plaidoyer pour
une
Europe décadente», Aron volvía al mismo tiempo con inte
rés y desdén a la «revolución estudiantil
de 1968», mientras otro
escritor
político francés, mucho más joven que Aron, más que
ello, integrado antes en la Sorbona del 68, hablaba ni
más ni
menos que de una «Europa difunta».
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Fundaci\363n Speiro
REVOLUCION DEL 68: VEINTE AROS
Grande fue la distancia de Sciacca de aquel espectacular pro
ceso, implícitamente
· considerado por él como un fenómeno de
superficie. En
efecto, los rebeldes de aquella hora serfiln en bue
na parte los· tecnócratas de hoy. Nada de «la imaginación al
poder» o de «seamos realistas: exijamos lo imposible». Los ne
gadores sorbonianos de la democracia, .combatientes del nihilis
mo y émulos de la Comuna, serfiln los defensores del voto y de
la democracia comunitaria y tecnocrática de hoy, animada por
ímpetus ttiufalistas. Entonces Sciacca no buscaba signos de cri
sis en el mayo parisiense. El discípulo moderno de San Agustín
buscaba, agustinianamente, los problemas de la cultura eutopea
en crisis en
los dominios profund~ de la interioridad. El tiempo
y el recuerdo han podido demostrar que su reflexión, fuera de
aquel contexto pasajero y desotbitado, era certera y permanente.
La revolución del 68 fue, en efecto, espectacular, Pareció
conmover los cimientos de una sociedad asentada sobre los
valo
res de la técnica, del consumo y de la disuasión, pero no fue así.
La crisis económica de los años 70 nada tiene que ver con. ella
y jóvenes que a ella
pertenecj.eron, asimilados plenamente
a la
tecnocracia, contribuyeron a
superárla. Aquellos pocos días de
mayo parecieron conmover al mundo, pero-en realidad no lo con
movieron. Los problemas del hombre y de la cultura, la misma
idea de Europa que sigue en tnaJ:Cha hacia su necesaria unidad,
corresponden a esquemas distintos de los que entonces se traza:
ron con indiscutible resonancia. ta sangrienta Comuna de Pa
rís,
un siglo antes, había servido de imagen a los jóvenes uni
versitarios que movilizaron grandes masas en
el mayo del 68.
Pero mientras la Comuna de París será una página permanente
en la historia de
los' movimiento~ sociales, la «revolución» del 68
no lo será. Lo significativo de su época habrá que buscarlo en
otros terrenos. Sobre todo en el mundo de la interioridad
del
hombre. El único que podrá hacer que conserve su humanidad.
El único capaz de demostrar, como decía Michele Federico Sciac,
ca, que en épocas de grandes angustias individuales o colectivas
se puede perder en Austerlitz y se puede vencer en Waterloo.
633
Fundaci\363n Speiro