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Número 265-266

Serie XXVII

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Precisiones acerca de la palabra jansenismo

PRECISIONES ACERCA DE LA PALABRA JANSENISMO
POR
MAru:o SoRIA
El término «jansenismo» y los derivados de él ( «jansenista»,
«jansenizar»,
etc.), a lo largo del tiempo y

a causa del uso
ex-.
cesivo, han terminado perdiendo buena parte de su significado.
Esto lo observan tratadistas que
no coinciden en ideas religiosas
y políticas, pero sí están conformes en reconocer dicha ambigüe­
dad semántica; por ejemplo, Menéndez Pelayo y Joel
Saug­
nieux ( 1 ). A menudo, jansenismo se entiende como sin6nimo de
regalismo, volterianismo, deísmo, aunque sin perder su sentido
de filiaci6n respecto
di' Jans.enio. Término, pues, cuyo empleo
parece· puramente polémico, sin contenido preciso, casi como su­
cede en nuestra época con la palabra «fascismo», simplemente
denigratoria y
que solo de forma remota indica la relaci6n con
el sistema político italiano que
la hizo nacer.
No obstante, los
autores continúan empleándolo, a sabiendas
del embarullamiento que con ello se causa: De este modo,
el
polígrafo santanderino sostiene expresamente que en España no
hubo jansenistas, al menos
en el sentido de ser discípulos con­
victos y confesos de Jansenio
o de Quesnel; que «el jansenismo
de algunos más bien debiera llamarse hispanismo
en el mal sen­
tido en que decimos galicanismo ... ; el mayor número no eran,
en el fondo de su alma, tales jansenistas ni regalistas, sino vol­
terianos puros y netos, hijos
disimulados de -la impiedad france­
sa, etc.» (2). Todo
lo cual no impide que don Marcelino encabe-
(1) MENtm>EZ Y PELA.Yo: Historia de los h.eterodoxos españoles, Ma­
.drid, 1956; SAUGNmux: El iansenismo español del siglo XVIII. Elementos
y fuentes (en francés), Oviedo, 1975.
(2) MlmHNDEZ y PELAYO: Op. cit., vol. II, pág. 475.
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MARIO SORIA
ce el extenso capítulo segundo del libro sexto de la obra citada
con el titulo de
Jansenismo regalista en el siglo XVIII, ni que
. califique de jansenistas a infinidad de personajes, pese a preve­
nir acá y allá, inconsecuentemente, contra su propia denomina­
ción abusiva. Sintomática resulta la caracterización misma que
de los jansenistas
presuntos hace, asimilándolos a los seguidores·
primeros del obispo de Iprés, porque también los españoles son
demasiado austeros, odian mal disimuladamente
al Pontificado,
incuban el espíritu cismático, «acarician la
idea de iglesias na­
cionales» y aborrecen a .los jesuitas (3). Aparte de que habría
que determinar si todos estos rasgo; son comunes a ambos gru­
pos, definir por tales trazas una escuela es casi como llamar hom­
bre a
un. orangután, fundándose en que éste a ratos se yergue
sobre sus patas traseras
y, durante la noche, cabe confundirlo
con. un ser humano.
Si el autor de los «Heterodoxos», eco en este punto de cier­
tos apologistas (Rafael de
Vélez, Fernando de Zeballos), y a des­
pecho de sus advertencias y distinciones, confirma el embrollo,·
tampoco
los tratadistas posteriores han desenmarañado la made­
ja.
Partida_rios y adversarios del gran santanderino siguen las
pisadas de éste. Así, pretende el
ya citado Saugnieux ser el jan­
senismo «uno
y múltiple» ( 4 ), Proteo inaprehensible, por lo
tanto, del cual --'--Observamos nosotros-podría decirse casi todo
sin temor
·de equivocarse nunca, pero también sin posibilidad
nunca de acertar.
Saugnieux distingue, es cierto, regalismo y
jansenismo, y lo hace con nitidez mucho
m"Yor que Menéndez
y Pelayo; .in<;luso reprocha a éste el haber confundido ambas
corrientes, reduciendo
la segunda a la primera (5). Sin embargo,
incide en los .mismos erfores que· intenta refutar, cuando Sostiene
que los regalistas españoles son "realmenté jansenistas (6); dis­
tingue el jansenismo en dos especies: dogmática y espiritual, una,
(3) Loe. cit.
(4) SAUGNIEUX: Op. cit., pág. 49.
(5) Op. cit., págs. 60, 64 y sigs.
(6). Op. cit., pág. 93.
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PRECISIONES ACERCA VE LA PALABRA JANSENISMO
y administrativa y política, otra (7); habla de ministros españo­
les afiliados al regalismo jansenista ( 8 ); encuentra que los jan­
senistas consideran
análogo al suyo el deseo de liberación gali­
cano (9); concibe al jansenismo español como resurgimiento, en
cierta
forma, del erasmismo ·(10); establece un curioso ir «al
jansenismo por las luces» (
11) y, en suma, profesa la existencia
de un jansenismo tan variable y acomodaticio a las modas
de
cada época, que, en el caso del dieciochesco, ha perdido prácti­
camente su originalidad, constituyéndose
e¡:i tributario o apéndice
de un
sinfín de ideologías ( 12). Los jansenistas resultan, pues,
igual que para Menéndez
y Pelayo, sectarios del regalismo, del
racionalismo, del galicanismo y hasta de la constitución presbi­
teriana de la Iglesia.
Otro especialista en estos temas, el doctor
Andrés Barcala, limítase a repetir las apreciaciones del anterior,
yendo a la
zaga, igualmente, del escritor montañés ( 13 ), no obs­
tante juzgar con unas cuantas fra¡;es desdeñosas la ingente obra
de don Marcelino
(14).
Sin embargo, si la pasión no cegara a veces hasta a los más
sesudos estudiosos, habría sido fácil advertir que no ~s posible
fusión ni confusión entre
- en la· omnipotencia de
la gracia, la depravación del hombre a
causa . del pecado original
y de las culpas personales, el amor de
(7) Op. cit., pág. 86.
(8) Op. cit. pág. 84.
(9)
Op. cit.; págs. 79 y sig.
(10) Op. cit., págs. 11, 97 y .sigs.
(11) Op. cit., pág. 32.
(12) Op. cit., págs. 53 y sig.
(13) Censuras inquisitoriales a las obras de Pedro Tamburini, Madrid,
1985, págs. 20 y sigs.
(14)' Huelga observar que no solo entre los historiadores se ha acre­
ditado ·el error. El padre Coloma1 por ejemplo, también usa impropiamen­
te la denominación y termina disparatando. Así, no obstante reconocer no
haber
sido nunca en España el jansenismo otra cosa que volterianismo, im­
puta el ser sectaria simultáneamente de una y otra doctrinas a la célebre
condesa de Montijo, llama «conventículo jansenista», el salón de esta dama,
etcétera. ( «Retratos de antaño», cap. 16, en Obras compl_etas,, Madrid, 1960,
págs. 786 y sig.).
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MARIO SORIA
Dios como fiorma suprema de vida, la moral ascética, la caridad
del prójimo,
la fuga.del mundo en cierto modo (15), y --de otro
lado--urt . sistema que propugna fa confianza ilimitada en la
raz6n, un optimismo a prueba de cualesquiera horrores o catás­
trofes, una inexhausta curiosidad por cuanto
sea material y sen­
sible, y el deseo de dominar las fuerzas naturales para mayor
urilidad y placer del hombre. Así, pues, rematadamente absurdas
hay que juzgar
afirmaciones como la del diccionario «Espasa»
en su artículo
«Jansenjsmo», donde se afirma que los discípulos
del obispo de
Iprés incitaron a deístas y gobernantes contra la
Iglesia, no se sabe si pretendiendo los primeros suicidarse
doc­
trinalmente; o creyendo que los déspotas ilus.trados y sus men­
tore.s impíos necesitaban de incitación o consejero para dar rien­
da suelta a su arbitrariedad y a su inquina
..
Puesto que el interés por · el jansenismo continúa vivo en
Francia,
habiendQ. incluso sociedades dedicadas al estudio de esta
doctrina y de
sus vicisitudes, y puesto que crece sin parat el nú­
mero de libros que· tratan de los diversos aspectos de dicha
escuela teológica y de los mil personajes relacionados con ella,
y como, por otra parte, en E.spaña y en Italia, aunque con me­
nor intensidad, también se manifiesta tal interés, particularmente
entre
los estudiosos del siglo XVIII y de las reformas que por
entonces sufre la sociedad española, no parece ocioso precisar
el sentido de la palabra
y lo que se esconde detrás de lo .que
no es· polisemia, sino simplemente confusión. De· este asunto
conversé con mi querido y sabio amigo Francisco José Fernán­
dez de
la Cigoña, leyendo el articulo que él había escrito acerca
dd liberalismo y sus relaciones con la Iglesia española en 1a­
época de Carlo.s UI, publicado en Verbo (16); pero; como suele
(15) Renato TAVENEAUX: Jansenismo y préstamo con interés, París,
1977, pág. 90. La idea de una sociedad cristiana, fundada en la caridad,
una actividad económica mesurada y la morigeraciótl de costunihres, ex­
pónela el oratoriano Santiago José DuGUET en su Formación del príncipe
o tratado de
las virtudes y deberes de un soberano ( eh francés), Leyden,
1739; Lómhes, 1739, 1740, 1743.
(16)
Verbo, núm. 261-262, págs. 203 y sigs.
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PRECISIONES ACERCA DE LA PALABRA JANSENISMO
ocurrir en asuntos tan discutidos y discutibles, no nos pusimos
de acuerdo respecto de la imprecisión de marras,
si bien a am­
bos nos pareció digno de meditación el problema.
¿Qué es,
entonces, jansenismo? ¿Quién es jansenista?
La respuesta obvia
es que así se llama el seguidor de las teo­
rías de Cornelio J
ansen (latinizado Jansenius, castellanizado Jan'
senio ). Pero una respuesta aparentemente_ tan sencilla nos mete
de lleno en un berenjenal, puesto que habría que determinar
primero ,cuál es, indiscutiblemente,
la doctrina que hizo famoso
al obispo de Iprés. Así, las célebres cinco tesis que condenó la
bula «Cum occasione», de 1653,
y en las cuales se afirma condel;l­
sarse la enseñanza de Jansenlo en su «Augustinus», casi todos
los llamados jansenistas las rechazan, o bien las rechazan en el
sentido que les da la bula, aunque las admitan en otro, supues,
tamente .ortodoxo. Sin mencionar, además, la argumentación de
quienes abrazan todas las tesis del
· teólogo holandés, peto re­
prueban las cinco proposiciones por no expresar
-según ellos­
con fide4dad el pensamiento jansenista; trátase de la distinción
entre el derecho (las proposiciones son heterodoxas) y el !¡echo
(no están contenidas en el «Augustinus» ). Entonces, quizá sea
mejor caracterizar
al jansenista y el jansenismo conforme a as­
pectos menos rebatibles.
Advirtamos, en primer lugar, que esta corriente teológica,
nacida en Flandes (Jansenio
· era profesor lovaniense) y· propaga­
da
en Francia a lo largo del siglo XVII, se preocupa principalí­
simamente, por no decir que de manera eJ{clusiva, de asuntos so­
teriológicos y morales. La gracia actual y su efectividad, las con­
secuencias del pecado original,
la predestinación, el libre albedtío,
el criterio moral legítimo, la. administración de la penitencia,. la
forma de cumplir los mandamientos, especialmeJ;lte el primero;
. la doctrina auténtica

de
San Agustín y · su autoridad en teología,
son algunos de los temas
acerca de los cuales discuten jansenis­
tas
y antijansenistas. Otras materias que toquen la eclesiología,
política,
plan de estudios teológicos, misticismo, etc., resultan
secundarias, aunque no
se hallen ausentes, por ejemplo, de los
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MARIO SORIA
escritos polémioos de Arnauld y de los de Nicole (17). Cabe, por
lo tanto, concluir, que jansenista
es el adepto de cierto número
de ideas, tesis, opiniones
y tendencias muy características, cuyo
común denominador
es un concepto pesimista del hombre, con­
cepto nacido a la vez de la experiencia y del dogma cat6lico, y
la ponderaci6n de la actividad divina, de su omnipotencia, de los
deberes que tiene el cristiano para con Dios. Todos los asuntos
litigiosos señalados los resuelve el jansenismo en el sentido que
acabamos de indicar.
Llama
la atención el que todavía en 1713, cuando tlemente
XI condena mediante la bula « Unigenitus» ciento una proposi­
ciones extraídas de las «Reflexiones morales del Nuevo Testa­
mento», libro escrito por el oratoriano Pascasio Quesnel y
con­
siderado como una especie de quintaesencia doctrinal jansenista,
qui2á con tanto derecho como los infolios de monseñor de Iprés,
todas esas proposiciones
atañan a la disputa soteriol6gica y mo­
ral que ya agita más de medio siglo a los franceses. Parece claro,
por lo tanto, que _el jansenismo está, siquiera durante los cien
años primeros de su historia, confinado dentro de límites doctri­
nales muy
estrechos, sin rebasarlos más que excepcionalmente,
en
el caso de personas aisladas.
Sin embargo, la caracterizaci6n de esta escuela
se complica
durante el siglo
XVIII a causa de la cantidad de te6logos, fi!6so­
fos, moralistas y políticos · que se apellidan jansenistas, o que así
los apellidan, y que vistos de cerca muoho difieren de los anti­
guos. Algunos de los neojansenistas;. ciertamente, siguen com~
partiendo las tesis originales como en el caso de Pedro T amburini;
pero añaden a sus convicciones acerca
de la gracia eficaz y el ri­
gorismo pretensiones · de reforma social, política y eclesiol6gica
extrañas a cuanto puede uno encontrar en las obras de San
Ci­
rán, Amauld, Pascal o Nicole. Del te6logo bresciano citado ob­
serva Barcala que no defiende tanto las teorías características del
(17) Juan LAPORTE: La doctrine de Port Royal: LA morale d'apres
knauld, l, París, 1951, págs. 171 y sigs.; Pedro N1coLE: Refutaci6n de
los principales errores quietistas, París, 1695.
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PRECISIONES ACERCA DE LA PALABRA JANSENISMO
«Augustinus», cuanto ideas jurisdicci,onalistas derivadas del ga­
licanismo y del parlamentarismo francés ( 18). '
Especialmente
llamativo resulta el apoyo que, para llevar a
cabo' tales prop6sitos reformadores, buscan del _poder secular los
jansenistas tardíos. El ya citado Tamburini
es uno de los inspi­
radores
más notorios del gran duque Leopoldo de Toscana, al
cual le proporciona argumentos par~ las tropelías que, so pre­
texto de purificación de instituciones y costumbres, realiza en
daño de la Iglesia aquel príncipe (19). No menos
eficaz como
instrumento de la política granducal es otro llamado jansenista,
el obispo de Pistoya, Escipi6n Ricci, más que vivero de justifi­
caciones teóricas,
como T amburini, subal_terno que disciplinada­
mente lleva a cabo los planes
de Leopoldo. Indefinidamente po­
drían multiplicarse los ejemplos de escritores españoles, portu­
gueses, alemanes,
italian_os y frances\'8, .religiosos o seglares, que
secundan a los déspotas ilustradosy,
al mismo tiempo, llámanse
o los llaman discípulos de Jansenio.
Decíamos que
choca el contraste entre la actitud de estos
tratadistas, tan
obsequiosa con la autoridad civil, y la de los jan­
setristas del siglo xvu, ·cuyo descontento por la intromisión real
en los asuntos eclesiásticos llega hasta denunciar como intrínse­
camente nocivo para
la Iglesia el Concordato de 1516, entre
León X y Francisco
I, conforme al cual se le concede al monar­
ca el derecho .de nombrar prácticamente iodas las dignidades ecle­
siásticas del reino, derecho que da origen a infinitos abusos y
que
sin duda contribuye .a la multiplicaci6n de la funesta raza
de los prelados cortesanos (20). Igualmente, cuando la disputa
(18) BARCALA: Qp. cit.,. pág. 28.
(19) BARCALA: Op. cit., págs. 29, 31 y sigs.
(20) Renato TAVENEAUX: «L'éveque selon Pott Royal», apud Chro­
niques de Port Royal, Paiís, 1983, núm. 32, págs. 24, 32. A decir verdad,
no soló los prelados expresamente seguidores de Jansenio desean librar a
la Iglesia del yugo civil. · Esteban de Vilazel, obispo de Saint Brienc, que
muere· en 1641 y representa un espiritualismo exigente q1,1e poco después
también se manifestará en el jansenismo, predica delante de Luis XIII. cort
una libertad y un v.alor asombrosos y prcipugna sin ambages la derqgaciórt
del aciago éoncordato (BRBMOND: Historia literaria del sentimiento reli~
gioso en Francia, París, 196~,-vol. VII, pág. 207.
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entre Inocencio XI y Luis XIV acetca de las franquicias y las
regalías eclesiásticas, los jansenistas
se ponen al lado del papa
contra
el rey, y no por oportunismo ni por odio a un petsegui­
dor implacable, sino
como. consecuencia lógica de doctrinas que
ensalzan
el sa<:erdocio hasta el extremo de sostenet el abad de
San Cirán que el poder secetdotal es el máximo de que puede
gozar
el hombre, y que si dicho poder se acrecentara todavía un .
punto, convertiríase el ser humano en Dios (21).
La crítica del gobietno no significa, empero, que sean los hi­
jos espirituales de Jansenio conspiradores, como opinan ciettos
agentes del cardenal Mazarino (22),
ni tan refractarios .al poder
real
como reacios a sometetse a determinadas decisiones de la
Santa Sede, como cree el Rey Sol (23 ); eventualmente opuestos
a la política mundana, despótica
y patriotera de la casa de Bor­
b6n, · nos discrepan en ·ello de cuanto sostienen ilustres católicos
del siglo xvrr, deseosos
de establecer la paz entre los príncipes
cristianos:
el cardenal de Berulle, Fenelón, sor María Coronel
de
Agreda, el propio Jansenio en su «Mars gallicos», libelo
contra la ambición
y las agresiones de Richelieu. Y tampoco pa­
recen proclives a revoluciones
y tumultos (24 ). A las leyes in-
(21) San ClllÁN: Diversos pensamientos sobre el sac~docio, § 525,
apud. ÜRCIBAL: LoS ofigenes _del .';ansenis,,;o, voL _ V (La éspiritualidad de
San_ Cirán y sus es'critos piadósos inéditos), París,· 1962, _pág. 228. Detalles
del conflicto entre el rey y el papa ·pueden hallarse, por ejemplo, en la
obra de León MEmroN, publicada en . 1893: Documents relatif aux rap­
ports du clergé auec la royauté de 1682 a 1705.
(22) Paula }!NSEN: El cardenal Maz.arino y el movimiento ;ansenista
francés, París, 1967, págs. 34 y sig., 58 y sig.
(23) Duque de San Simón: Memorias, Angers, 1954, vol. III, pági­
na 324.
(24) El abate Bremond, poco proclive a disimular cualquier fallo, de­
fecto o circunstancia reprobable del jansenismo, no señala otro conspira­
·oor o, más bien, otro ánimo inquieto entre los seguidores del Augustinus,
que el señor de San Gil, perteneciente a la comunidad · laica recluida en
el monasterio de Puerto Real de Campos (op. cit., IV, pág. 250. El dato
lo toma de Sainte-Beuve). Todavía hoy se halla enire los jansenistas esa
:fidelidad institucional, como _es el caso de Cecilia GáZier, autora de un
bello libro acerca de· algunas damas protectoras de las monjas de Puerto
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PRECISIONES ACERCA DE LA PALABRA JANSENISMO
justas no se. les debe obediencia -afirma Antonio Arnauld-,
pero no está permitido sublevarse contra el legislador; solamente
cabe incumplirlas
y explicar al soberano, mediante «tres hum­
bles
remonstrances», ese incumplimiento (25).
Correlativamente a la
crítka de la autoridad secular nos to­
pamos con cierta desconfionza jansenista respecto de la Santa
Sede.
J ansenio y su amigo San Cirán son ultramontanos, desaprue­
ban
el intento galicano de disminuir la · autoridad pontificia; el
primero en sus tesis,. en más de un lugar de su famosa obra y en
su testamento, irrestrictamente acata las digposiciones •=•­
nas (26 ). Pero pocos años más tarde Antonio Arnauld ya restrin­
ge el poder papal, si bien no supeditándolo a las resoluciones ais­
ládas de los concilios ecuménicos, ni mucho menos a las de los
nacionales, sino a la tradición eclesiástica toda, aplicando
Ios prin­
cipios que magistralinente desenvuelven,
él en la «Defensa de la
tradición y de los santos
padres» y en la «Perpetuidad de la fe»,
·y Bossuet mediante su «Historia de las variaciones de las iglesias
protestantes».
Hay que reconocer, sin embargo, que incluso esa
justa 'defensa de la tradición empieza siendo ambigua. Para
col­
mo, en el prologo del libro arnaldiano «De la frecuente comu­
nión»,
el sobrino de San Cirán, Martín de Barcos, tiene la des­
graciada idea de igualar la autoridad, en la comunidad cristiana
primitiva,
de San Pedro y San Pablo; esa tesis de la iglesia bi­
céfala recibe lógicamente un sofión romano (27).
Con el transcurso del tiempo
la tendencia tradicionalista . va
cediendo
poco a poco el campo a la apología de las meras deci­
siones
de las asambleas eclesiásticas, casi como si la autoridad
Real. La escritora, aun tratándola con la máxima simpatía~ no deja de ~
procharle a la señora de Longueville, una de las biografiadas, sus activi­
dades revolucionarias durante la Fronda, ni escatima el aplaudir ·su con­
vérsión doble: a las ideas de Jansenio y a la adhesión monárquica (Cecilia
GAZmR: Les be/les amies de Port Royal, París, 1954, págs. }4 y sigs.).
(25) Apologia en favor de los cat6licos, citado por LAPORTE: .Op. cit.,'·
I, pág. 175. Cfr., también, ARNAULD-NICOLE: L6gica, Parli, 1981, Hb. III,
cap. 12.
(26) BREMOND: Op. cit., IV, págs. 108 y sigs.
(27) DÉNZINGER: Encbiridion symbolorum, § 1.999, Bascelona, 1%3.
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doctrinal más alta y el gobierno supremo de la Iglesia radicasen
en esa especie de senado intermitente, en sus dictámenes y
aser­
tos, sin atender a la aprobad.6n o reprobación vaticanas. Y más
lejos se deslizan. los tratadistas, concediendo al príncipe la facul­
tad de convocar los concilios de marras, sosteniendo también la
licitud del «exequatur» en algunas circunstancias y atribuyendo
al Estado competencia para legislar sobre el
matrimonio (28).
Con
todo, injusto e inexacto sería identificar el tradicionalismo
teológico de unos con
los principios regalistas y febronianos de
los otros. Si, como hemos observado, todavía en 1713 el janse­
nismo, representado por las «Reflexiones morales sobre el Nue­
vo Testamento», de Quesnel, mantiene la inspiración original,
ésta
-repetimos-se bastardea al correr del siglo, vale decir,
que algunos jansenistas van prestando mayor y mayor atención
a ideas que en principio sonles ajenas. Así ocurre con
la iglesia
cismática de Utrecht, donde, a la par que declina
la influencia de
los disclpulos franceses de Puerto Real ( o Port Royal, nombre
de la abadía cisterciense cuyas dos casas, una en París y otra en
el campo, habíanse convertido en foco del jansenismo galo),
aumenta la simpatía por
el racionalismo y el presbiterianismo,
ro­
zándose en ocasiones la doctrina de los socinianos (29). De for­
ma pareja se pierde el interés por los asuntos propiamente dog­
máticos. Cuanto más un jansenista se inclina a las teorías de Ri­
cher, de Pedro de la Marca o, más modernamente, de Van Es­
pen, más lejos hállase, a nuestro juicio, de San Cirán, de Pascal,
de la madre Angélica, y tanto menos tiene derecho de titularse
seguidor
de Jansenio.
Por 1750
ya se. esbozan dos escuelas o tendencias: el janse­
nismo francoflamenco, contando en él a ciertos profesores lova­
nienses contemporáneos
de Jansenio, y el jansenismo hispanoita­
liano,
cuyas características principales son la enemiga a la Santa
Sede,
el repudio de las devociones populares, la hostilidad a las
órdenes religiosas, la: íntima unión del trono y el altar, o mejor
(28) Theologia lugdunensis, Lión, 1780, vol. I, págs. 424 y sigs., 457
y
sig., 480.
(29) TAVENAUX: Jansenismo y prJstamo con interés, pág. 83.
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PRECISIONES ACE.RCA DE LA PALABRA JANSENISMO
dicho, la supeditación total del último al primero; la seculariza­
ción de la sociedad, so pretexto de reforma eclesiástica. Algunas,
pocas, de estas peculiaridades encuéntranse,
como ya observamos,
incluso en la «Teología lugdunense», publicada en 1780 y en
1784, pero que procede de
un medio muy distinto del de los
reformadores
de Madrid, Lisboa o Florencia.
Instructivo
resultáría a este respecto comparar la doctrina y
la labor pastoral de los obispos franceses agustinianos· (Fitzjames,
Montazet, Soanen, Colbett de Croissy (30
), Caylus, Bossuet de
Troyes
... ) con .]a de los obispos predominantemente regalistas,
y
verificar si los primeros son sobre todo pastores de almas,
mientras que los otros
se limitan a disfrutar de las prerrogativas
de su cargo o
se dedican más a la reforma social y económica que
a la predicación evangélica.
La misma comparación y con idénti,
co fruto cabría hacer en España.
La adulteración doctrinal produce la división no solo en las
ideas, sino también en las personas, entre quienes podemos lla­
mar jansenistas puros
y los contaminados de regalismo, suponien­
do que no sean estos
últimos meros regalistas aficionados a alar·
dear de jansenismo por aquello de oponerse a toda opinión,
ad­
vertencia o juicio procedente de Roma. Se ha observado que mu­
chos regalistas españoles, semivolterianos a veces, tienen gran
cintidad de libros jansenistas en su biblioteca. Ese fondo nutrido.
de tales obras, suponiendo que sus dueños las leyeran, ¿indica
realmente
afición de los reformistas dieciochescos al agustinismo,
o solo
afán de saborear frutos prohibidos cuyo efecto resulta nulo
en semejan
té clase de lectores? ¿Cree alguien realmente que son .
estos eruditos a. la violeta defensores, conforme. a los· teólogos
que guardan en sus anaqueles, de la gracia necesitante (31),
pa­
ladines de la teoría agustiniana .de los dos ·amores (32), asertos
(30) Sobrino de Juan Bautista Colbert, Saugnieux hace al obispo her-
mano del ministro de Luis XIV: op. cit:, pág. 187, .
(31) Tbeologia lugdunensis, Li6n, 1784, III, págs. 129 y sigs. ·
(32) JANSENio: Augus¡inus, tomo III, libro IV, cap. I; San. GIRAN:
La gracia, apud. ÜRCIBAL: op. cit., V, págs. 246 y sig.; PASCAL: Cartas.
provinciales, XVIII, pág. 778, Buenos Aires,_ 1948; Theologia lugdunen-
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MARIO SORIA
de no bastar únicamente el temor para la obtención del perdón
de los pecados (33), cautelosos en
el uso de la razón, pues el
abuso de la misma,
como advierte G,ispar Juenin, lleva en línea
recta
al laxismo? (34). ¿O rio militan más bien todos ellos en
las
filas del estatismo y la secularización de la sociedad, enemigos
de los jesuitas no por.
la moral relajada que injustamente se atri­
buye a toda la orden, sino por las teorías políticas de Suárez,
Mariana y Belarmino? ¿Qué de común hay entre 'el petimetre
Meléndez V aldés, discípulo de Anacreonte, declamatorio y vago,
y Pascal, místico, tal
vez santo, defensor del amor de Dios con­
tra algunos moralistas laxos, despreciador del racionalismo en la
persona de Descartes? ¿Qué, entre Nicole, tradicionalista fervo­
roso igual
que su colega y' amigo Arnauld; revelador implacable
de cuantos defectos, vicios o errores
se esconden en los actos
aparentemente
más virtuosos, verdadero La Rochefoucauld de­
voto, y Olavide, nutrido del chabacano optimismo de su época,
idólatra de las ciencias naturales,. enemigo de cualquier especula­
ción
filosófica o teológica? Sin embargo, en la biblioteca de «Ba­
tilo» figuran los «Pensamientos» pascalianos, y en la del refor­
mador peruano los «Ensayos morales» de Pedro Nicole (35).
En
fin, ¿cómo es posible que a ninguno de esos hipotéticos janse­
nistas
se les haya ocurrido, no digamos reeditar la obra magna
del maestro, aunque eso no habría sido
difícil mediante un pie
de imprenta falso, pero ni siquiera adquirirla para que figurase
junto a las
de los discípulos, y para leer y meditar los graves pro­
blemas planteados por el autor?
La simbiosis contra natura de regalismo y jansenismo en nin­
gún otro acontecimiento resulta
tan palmaria como en el sínodo
sis,. 111, pág. 159. Sin ia precisión propia de obras técnicas. como las an­
teriores, fray Luis de Le6n sostiene lo mismo en sus Nombres de Cristo,
págs. 566 y sigs. de las «Obras completas cas'tellanas», Madrid, 1959.
(33) Juan Bautista de NEERCASSEL: Amor paenitens, Venecia, 1785.
vol. I, pag. 218 y paSsim.
(34) Gaspar JUENIN: De locis theologicia, .Valencia, 1790, págs. 505
y sig.
(35) SAUGNIEUX: Op. cit., págs. 116, 119 ..
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PRECISIONES ACERCA DE LA PALABRA JANSENISMO
de Pistoya (septiembre de 1786), inspirado por los teólogos ·a
sueldo del gran duque Leopoldo. La mitad aproximadamente de
los cánones de
dicha asamblea promulgan la doctri1,a de Ques­
ne1. Los restantes están inspirados por la política secularizadora
de ese Habsburgo que, igual que
su hermano José en los domi­
nios imperiales y en Flandes,
realiza una labor que nada tiene
que envidiar a la legislación anticristiana posterior. La supresión
de fiestas religiosas, la reducción de órdenes monásticas y la tra­
ba impuesta a la admisión de novicios, la restricción de las aso­
ciaciones benéficas, la desnaturalización de la liturgia, la prohibi­
ción de devociones populares, la tendencia
a constituir una igle­
sia semicismática, todo indica que estamos
no. solo a mil {eguas
de la concepción jansenista .auténtica, sino en las antípodas de
la misma. El jánsenismo sirve en este caso, no sabemos si a cien­
cia y conciencia de los corifeo, del sínodo (y sirve también en la
mayor parte de los casos en que designa ideas o personajes de
la
época), .como artimaña para pasar de matute una averiadisima
mercancía, regalista o volteriana.
La revolución francesa escinde a los jansenistas igual que es­
cinde al pueblo francés primero y después a muchas otras nacio­
nes europeas.
Lo mismo que hay en España, en Nápoles y en la
propia Francia aristócratas partidarios de
la revolución, e igual
que en cada
país unas regiones defienden sus instituciones civi­
les y religiosas,
en tanto otras se alzan contra ellas, unos janse­
nistas decláranse contrarios a
la subversión aunque otros, como
el obispo Escipión Ricci y
el abate Grégoire, lleguen hasta cele­
brar
la constitución civil francesa del clero, supeditación absoluta
de
la iglesia a la autoridad secular. Los redactores del periódico
jansenista «Nouvelles Ecclesiastiques», que aparece durante casi
un siglo, desde 1728 a 1803,
y en el cual se combate a la par
contra los jesuitas y la filosofía racionalista, se dividen en 1790
a causa de un artículo en elogio de
la constitución de marras; los
disidentes editan otra
j>ublicación, antirrevolucionaria, con el. tí­
tulo de «Nonvelles
Eclesiastiques ou Mémoires pour servir a
l'histoire de la
coqstitution prétendue civile du cletgé», que Jo ..
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MARIO SORIA
gra mantenerse hasta el 4 de agosto de 1792, pocos días antes
del asalto a las Tullerías
y la caída de la monarquía (36).
La actuación del convencional Armando Gástón Camus, sec­
tario rabioso a cuya iniciativa débense la confiscación de los bie­
nes de
los emigrados y la expoliación del clero regular, y que,
cuando el juicio de Lúis XVI, vota
la condena a muerte, sin
apelacióh, del monarca, se ha aducido
con frecuencia como tes­
timonio de la enemiga jansenista al catolicismo (37); pero, ¿qué
se dirá, entonces, del ya mentado abate Grégoire, obispo cons­
titucional de Blois, que en una de sus pastorales cuenta entre
los
~ártires de la fe cristiana al arzobispo de Arlés, Juan María
Dulau, asesinado
en el convento parisiensé del Carmen, así como
al abate de Fenelón y a las célebres carmelitas de Compiegne,
ejecutados
en la guillotina? (38). La escisión producida en el
jansenismo o, mejor dicho,. su desnaturalización es análoga a
cuanto
ocurre en gran párte de la sociedad europea del siglo XVIII.
El cambio de · ideas y costumbres, el auge de las especulaciones
políticas, la creencia _inconmovible en la bondad natural del hom­
bre,
el prestigio de las ciencias naturales, la clifusión del raciona­
lismo y del .materialismo,
la crítica y hasta la hipercrítica de la
religión y las instituciones eclesiásticas, el descrédito de las filo­
sofías espiritualistas de é~a anterior (metafísica platonizante y
escolástica aristotélica), etc., altetan hasta corporaciones y gru­
pos que por su índole deberían haber quedado indemnes.
Menéndez
y Pelayo comete la equivocación de interpretar' el
jansenismo genuino basándose en su versión
hispánoitaliana, vale
decir que restringe toda una escuela teológica a aspectos adven­
ticios, puramente políticos
y eclesiológicos. Muchos estucliosos
lo
han seguido peclisecuamente, no obstando el estar en otros
,puntos en desacuerdo con el · maestro .. Pero -como esta interpre-
(36) Agustín GAZIER: Historia del movimiento ·;ansenista, París, 19241
vol. II, págs. 141 y sig.
(37) PASTOR: Historia de los papas, Barcelona, 1961, wl. 30, páginas
100, 115-118, 129, 141, 142; Juan RoGER: Ideas pollticas de los católi-
cos franceses, Madrid, 1951, pág. 61. . .
(38) Agustín GAZIER: Op. cit., II, págs. 148 y sig.
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PRECISIONES ACERCA DE LA PALABRA JANSENISMO
tación del jansenismo no es la única ni la más acreditada, cabe
señalar la existencia de dos escuelas al respecto: la primera ve
en las teorías del
obispo de Iprés solo o principalmente una co­
rriente teológica y moral; la más opuesta que cabe al racionalis­
mo y al humanismo exagerado, escuela representada por Orcibal,
Agustín Gazier, Laporte, Gouhier, Cognet, Goldmann, Cecilia
Gazier, Sainte Beuve, los redactores de las «Chroniques de Port
Royal», etc. Enrique Bremond, no obstante su antipatía
al jan­
senismo, también lo estudia desde
el punto de vista religioso. La
otra escuela se atiene casi exclusivamente a la política, a la po­
lítica eclesiástica y mundana, no estando tampoco horra de la
peste sociologizante.
La subordinación del aspecto propiamente
religioso a las intrigas ministeriales, las ambiciones de los prín­
cipes, las utopías económicas, las pseudointerpretaciOnes iacio~a­
listas, la oposición de unas clases sociales a otras; esa subordi­
nación desvirtúa la esencia del debate,
ignora lo que entre ma­
nos se tiene y reduce por último la religión a superfetación de
la
· economía y la historia social.
Terminemos mencionando un piadoso deseo de
Voltaire, de­
seo escrito en carta a Helvecio, de
11 de mayo de 1761: habría
que arrojar al mar a todos los jesuitas -<;on sendos jansenistas col­
gados del cuello, o estrangular al último jesuita con los intesti­
nos del último jansenista ( como
es s"bido, Diderot populariza y
amplía la «delicada» ocurrencia).

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