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Número 271-272

Serie XXVIII

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Homilía en la Misa del 4 de diciembre de 1988 en la XXVII Reunión de amigos de la Ciudad Católica

-¿por qué no?-le diga que eran amigos de la Ciudad Católica
y que aquí seguimos, al frío, en. las trincheras, sus amigos, sus
hermanos, pelesndo las batallas
de Cristo Rey, el todopoderoso,
el omnipotente Señor de cielos y tierra.
Que él nos envíe, no nuestro relevo, pues cobardía sería aban­
donar el combate, sino nuevas
compañías que cubran los huecos.
Y si no quiere darnos una próxima victoria, que seguramente por
nuestros pecados no nos merecemos, nos mantenga el calor de la
esperanza, la firmeza
de la fe y el amor a Él hasta el día en que
nos llame.
Con
tan buenos ejemplos como en su bondad nos ha dado y
con
tan excelente y todopoderoso capitán oa animo a que saquéis
el mayor fruto de este XXVII congreso y continuéis poniéndolo
al servicio de aquel a quien todo poder se le ha dado en el cielo
y en la tietra.
HOMILIA DE LA MISA DEL 4 DE DICIEMBRE DE 1988
EN LA XXVII REUNION DE AMIGOS
DE LA CIUDAD CATOLICA
POR EL
R. P. A=IN ARREDONDO, S. J.
Todo este tiempo de adviento es de esperanza optimista, por
los grandes bienes que el pueblo
cristiano prevé que recibirá de
la primera venida de Cristo en la Navidad, que próximamente
viviremos;
y de la última venida al fin de los tiempos, cuando
venga a realizar la liquidación definitiva de este mundo. En or­
den a esta última venida están dispuestos los bienes que el hom­
bre consigue
con la primera. Y en orden a la primera y la última
viviá el pueblo escogido, antes de la venida del Mesías, todo el
alborozo de su liberación del destierro.
Es hoy el profeta Baruc en los días de la cautividad, en el si­
glo VI antes de Cristo, compañero de penas a modo de secretario
del
gran profeta Jeremías, quien habla a Jerusalén, y en ella a
todo aquel pueblo de
Dios, y en ellos a nosotros los de después,
exhortándonos a
dejar el luto y a vestirnos de fiesta; a subir en
la ca"oza real y a· confiar en ese Dios de misericordia que ha
mandado que se explanen los montes elevados y se llenen los
ba"ancos hasta hacer llano el ca.mino de la repat,iaci6n. llegará
la hora de nuestro rescate, el tiempo de la gracia, la etapa deci-.
siva de la gloria.
Y llega abundantemente para nosotros la misericordia seis sf,
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glos después, en tiempo de Tib~o, de Pilato, de Herodes, de
Anás
y de Caifás, ,según nos ha dicho el Evangelio leido, en el
que se quiebra el solemne marco histórico de San Lucas, que pa­
rece va a proseguir presentándonos un campeón real decidido a
restaurfJf' su imperio externo en aquel pueblo, e implanta en cam·
bio
las exigencias internas necesfJf'ias de nuestra pfJf'te pfJf'a lograr
ese reinado, verdaderamente sui generis, en el cual nos liberemos
internamente de toda esclavitud.
Resulta que el al/4nfJf' los senderos y elevfJf' los valles de Baruc
es recogido por el mismo evangelista, que nos enseña no ser otra
cosa que la conversión pfJf'a el perdón de los pecados predicada
por
el Precursor.
Así también después de la venida del Mesías lo da Pablo a
entender, en
la segunda lectura leída, a sus amados fieles de Ma­
cedonia, a los primeros europeos que visitó, por cierto, cuando
merced a
un macedonio que vio en sueños pidiéndole ayuda pfJf'a
su pueblo, abandonó su plan de internfJf'se de nuevo en el Asia
Menor, atraviesa el Bósforo (año 50 ó 51), y enciende la fe en
esa Europa que por tantos siglos conservfJf'ia su cristianismo autén­
tico, que
ansia ahora nuestro Sumo Pontlfice como pauta directriz
y maestra de la Europa que se está haciendo.
La última venida se enc_uentra frecuentemente esperada en los
escritos de Pablo. «El que
ha inaugurado entre vosotros una em­
presa buena,
la llevará adelante hasta el dla de Cristo Jesús»; «así
llegaréis
al dia de Cristo limpios e irreprochables»; interna con­
versión· constante
«cargados de frutos de ;usticia», que es en lo
que
ha de consistir nuestra prepfJf'ación a ambos aavientos.
Tal es
la disposición de. ánimo que se vive estos dias a lo lar­
go y ancho de la Iglesia. Y en esa extensión sagrada del dilatado
reino visible de Cristo, nos vemos nosotros, reunidos con;unta­
mente con todos los creyentes pero con un tipismo especial, que
nos
ha traldo aqui estos dias a vivir aqui nuestra esperanza es­
pecial, nuestro optimismo singular, nuestro adviento tipico. So­
mos conscientes del eco paulino de que inauguramos hace tiempo
esta «empresa buena»; que tratamos aqui de
cfJf'garnos de nues­
tros
«frutos de ;usticia» adquiriendo y viviendo la doctrina autén­
tica, la verdad orientadora, la palabra enseñada por Cristo y la
Iglesia a un mundo que la necesita pfJf'a su salvación, y que nunca
logrfJf'á encontrar en otra parte. También el mundo espera esa
venida de Cristo de la que somos heraldos en nuestro adviento;
que sembramos
con nuestro .ideal y nuestros títulos de Ciudad
Católica, Speiro, Verbo; y que suplicamos dia a dia, y hoy en esta
celebración, que
no de¡e de ir convirtiéndose de esperanza en
realidad.
También
en otro aspecto va transformándose con el paso del
tiempo en realidad nuestra esperanza, triste
y ¡ubilosamente a la
vez. También la segunda venida de Cristo, la definitiva, ha teni-
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do su cumplimiento este año en varios de nuestros amigos y com­
pañeros queridos, que alegraron un tiempo nuestra esperanza con
la suya, porque esperaban lo mismo que nosotros, y con nosotros
participaban de esta misma verdad y vida. José Antonio García
de .Cortázar, Germán Alvarez de Sotomayor, Javier Bocanegra,
Sebastián Mariner, Joaquln Garcla de la Concha, Luis Vitoria y
Manuel Gómez nos alegran hoy con el triunfo que esperamos
hayan logrado; y por ellos ofrecemos este sacrificio de perdón,
por si lo necesitaran, y de acción de gracias por el premio que
hayan conseguido. .
En fin, animados de este esplritu de adviento siga el Señor
alentando nuestra
ilusión, conserve nuestra unanimidad e inspire
nuestro
quehacer, «para procurar su gloria, el bien de las almas
y nuestra propia santificación», como le pedimos en nuestras reu­
niones ordinarias, instaurando el reinado de Cristo en la sociedad
humana, y
construyendo piedra a piedra la Ciudad Católica.
EL PODER DIVINO-HUMANO
Extracto de la Homilía del Rvdo. P. MANuEL MARTÍNEZ CANo en la Misa
del lunes 5 de diciembre de 1988.
El poder de la oración.
Queridos amigos y hermanos mios en los purísimos Corazo­
nes de Jesús y Maria: a/recibir el programa de esta XXVII Reu­
nión de amigos de la Ciudad Católica, cuyo tema central es el
poder, instantáneamente pensé que
si se me ofrecla la oportuni­
dad
de dirigiros la palabra, también yo os hablarla del Poder,
del poder divino-humano de la
oración, del poder de esa fuerza
sobrenatural originaria de toda vida de perfección cristiana, de
toda vida de santidad.
Y aquí me tenéis
dispuesto a animaros a una vida de oración
que colme los anhelos de vuestras almas. Si no lo consigo, si no
consigo despertar vuestro interés
para que intensifiquéis y per­
feccionéis la vida de oración, que bien sé yo que practicáis,.:per­
deríamos una ocasión preciosa de asentar el primer fundamento
de nuestro ideal, que es el Reinado Social de Nuestro Señor Je­
sucristo. Y Dios Nuestro Señor nos pedirá a todos buena cuenta
de ello.
El poder de la oración no es otro que el mismo poder divi­
no, porque as! lo quiso Dios Nuestro Señor: «Todo cuanto pi­
dáis con fe en la oración, lo recibiréis». Efectivamente, San Juan
Crisóstomo enseñaba que: «No hay hombre más poderoso en el
mundo que el que reza».
«Conozco a uno -decía San Juan Maria Vianney-que es
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