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Número 271-272

Serie XXVIII

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Monasticismo: conocimiento y tiempo

MONASTICISMO: CONOCIMIENTO X TIEMPQ
POR
RUBÉN CALDERÓN BOUCHET
Catedrático de Historia de las Ideas, Políticas en la Universidad
de Meridoza (Argentina).
Sería obvio proponernos hacer una sucinta historia dél · mo­
nasticismo cuando abundan las enciclopedias que traen en po­
cas páginas resúmenes perfectamente realizados por las manos
de expertos especialistas. No siendo especialistas en este tipo de
estudios,
ni monje, sofamente puedci escribir, a prop6sito de los
monasterios, de
dos ·aspectos que no suélen ser examinados con
la debida atención y que no obstante han tenido un Ílnportantí­
simo papé! en el desarrollo de nuestra cultura.
Me refiero; en primer lugar, a la idea d,f conocimiento como
terapéutica espiritual y, en segundo lugar, a··la relación que guar­
da la religión cristiana· con d tiempo, en· el sentido inás profun,
do y cabal de .la noción.
Solamente una decadencia muy grande en las costumbres pue­
de habernos
. llevado a. una separación tan completa con . la. na­
tural orientación del conocimiento. Ya no sabemos para qué co­
nocemos, ni cuál es el verdadero rumbo de nuestro espíritu. Por·
causa de ambas ignorancias preguntarnos por el ·valor terapéutico
del
conocimiento puede parecernos un radical sinsentido.
El mundo griego no
solamente conoció cuál podía ser la dis­
posición natural de la inteligencia humana, sino·que también puso
en práctica· los···ejercicios espirituales adecuados para perfeocionar
el ordenamiento de 1a mente y conducirla a una sana ,relación
con .el universo. De este modo aseguró a fos hombres, el goce
de un saber que culminaba en el. encuentro, así fuera indireéto,
de la razón humana con la fuente divina, de la vida y mantenía
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la orientación de nuestro dinamismo específico, hacia aquello que
es
el objetivo de su fuerza ascensional.
Sabían
también que esta noble ejercitación del entendimiento
no curaba el cuerpo humano de todas las miserias que do ame­
nazan, pero ofrecía con -seguridad el ca:mitlo por donde debía
transitar el espíritu
para conocer el verdadero Ser y 'abrevar en
esa ciencia las energías necesarias para la conservación de una
sana existencia.
Hoy es habitual entre los sociólogos de la historia conside­
rar
el aporte sapiencial griego en un pie de igualdad con ,la re­
velación cristiana, como si fueran sendos productos
de dos ci­
vilizaciones distintas: la griega y la hebrea. Esta demasiado. di­
fundida opinión no toma suficientemente en cuenta 1¡ realidad
de Dios, ni su. capacidad para revelar al hombre fos designios
pr<;>videnciales que tiene reservados para . él. El espíritu ideoló­
gico,. que ha reducido el saber a una astuta respuesta a las so­
licitudes prácticas de la vida, desqeña, tanto la posibilidad de una
filosofía, como la existencia de la religión verdadera.
Cuando
examinamos, con. _la razón iluminada por la fo, la
relación entre
4 filosofía griega . y la revelación consumada en
Cristo, conviene siempre recordar la clara_ distinció11 hecha. por
la escolástica
entre la naturaleza y la gracia. Esta distinción pueqe
ser extendida a fa econolllÍa de la vida religiosa y en razón de
ella se puede hablar de una religión sostenida en el terreno de
exigencias naturales y de una religión que consiste en una parti­
cipación graciosa con la existencia divina que
excede en mu­
cho las tendencias
.de la naturaleza humana.
Nuestra
razón es dialógica y en buena filosofía no es_ posible
alcanzar su perfección fuera de la sociedad política. Es en ella
donde la participación
de la sabiduría común crea los Lizos de
una auténtica amistad
y de esa solidaridad sapiencial indispen­
sable para
que. la vida humana acceda a la verdad del ser. Es
muy cierto que •esta disposición natural del espíritu no constituye
lo qué hoy se llama una agrupación para la terapia psíquica, pero
si · bien
se observa es el camino saludable por antonomasia y . el
que trata de mancomunar e1 esfuerzo inteilectual en idéntica pra-
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xis iluminadora. Nuestra tendencia a unirnos en la ,mi.seria nos
ha hecho olvidar que existe Ja solidaridad en Ja alegría.
Los criterios para explicar
la. existencia de los monasterios
han recorrido todas las gamas interpretativas y, desde aquel ·que
insiste
en que la clausura comercial de Europa, como consecuen·
cia del dominio
musulmán del Mediterráneo, trajo la caída en
una economía de uso particularmente adecuada a la vida monás­
tica, hasta el que explota el favorecido tema de las frustraciones
sexuales, se inscriben una variedad
de explicaciones para con­
tentar todos los gustos. Nos limitaremos a señalar como
más pro­
bable aquel
que los mejores representantes del monasticismo tu­
vieron en cuenta . cuando ingresaron en la vida cenobítica: bus­
car la santidad en
el recogimiento de la plegaria permanente.
Guillaume de Saint Thierry
lo dijo con palab:ras que eximen
de todo comentario
y que son perfectamente fáciles de enten,der
cuando se es cristiano y no se tiene el espíritu asediado por ob­
jeciones modernistas: «La simplicidad santa es la voluntad
siem­
pre igual en la búsqueda del mismo bien ... La simplicidad, en
efecto, es la voluntad radicalmente vuelta hacia Dios y que pide
del Señor una sola cosa, buscándola· con ardor sin multiplicarse
en los vanos atractivos del siglo.
La simplicidad es también, en la
manera de vivir, la humildad verdadera, aquella que aprecia más
el testimonio de · la conciencia que la reputaci6n» ( 1 ).
Ese conocimiento que buscaban los monjes en la soledad de
la· contemplación se disrungufa de aquel . que se practicaba en las
escuelas por el carácter hondamente experimental. que lo alen­
taba.
Se trataba de acercarse a la fuente de la Sabiduría en. una
aproximación que preveía
el contacto místico, como si se tratara
de hacer efectivo lo que afirma la. liturgia tradicional cuando .él
mi.ni.stro responde al sacerdote que llega hasta el altar de Dios:
«Ad
Deum, qui laetilicat juventutem meam».
Si Dios nos ha creado sacándonos de la nada y nos recrea
con la
nueva vida de la Gracia, · no es de extrañar que los mon­
jes buscaran
una relación con El, que· suponía no solamenté la
(1) DECHANET, J, M.: Lettre d'Or, París, Desclée, 1956, pág. 5~:
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recepción ele un mensaje de saber transmisible a los demás se­
gún el método de la dialéctica teológica, sino también una dá­
diva ele amor que se podía coger y luego ense!iar por la · fuerza
ejempilar de una actitud de entrega total.
Hablamos
tan¡bién de «logoterapia» y no entendemos bien
si· el «logos» que \iebe curarnos es un simple parlamento sobre
la· ,higiene mental o es el «Logos» viviente en cuya fuente ali­
mentamos nuestro espíritu y alegramos la juventud del «nuevo
hombre» que renace de las
cenizas del viejo Adán.
Nuestra.
sociedad tradicional no solo. tenía conocimientos que
hemos
perdido, sino que mantenía vivos fos órganos capaces de
cumplir las funciones exigidas por la salud espiritual. No en
vano
cl ·primer ataque llevado por la revolución religiosa en el
siglo XVI fue c:ontra los monasterios, acusados de ser refugios de
holgazanes, cullndo cumplían la función terapéutica de mantener
el contacto sagrado con el Espíritu vivificador .
. Dom Jeán Leclercq, benedictino de Claraval, lo decía en ese
hermoso libro que tituló L'Amour des Lettres et le désir de
Díeu: «Esta experiencia , supone el cuidado de una vida espiri­
tual
llevada en una comunidad . cuyo propósito esencial es la
bósqueda de Dios. Supone la gracia propia ele quien quiere,. de­
sarrollat .su fe en el eamino de los adelantados. En los abades
supone también la gtacia. de comunicar .lo que esta experiencia
tiene ele inefable .. Es de orden ,carismático. San Bemarcfo pedía
a sus ,monjes que rogaran .para que él recibiera de Dios. lo que
debía comunicatles» (2).
Lo, gtiegos advittieton que la curación por el espíritu no era
para. todos. Había hombres· de tal modo sepultados en la mate­
rialidad de sus apetitos, inferiores o hasta
tal punto asediados
por las tribulaciones. del .. trábajo, que no encontraban ocio sufi.
ciente para practicar
con eficacia los ejercicios impuestos por
una sana organización
del saber. La religión · ,mplió con creces
las deficiencias de la terapéutica. lilósófica y puso las verdades sal­
vadoras no solamente a la altura de las inteligencias más senci-
(2) Op. cit., Editions da Cerf, París, 1957, pág. 203.
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llas, sino que también permitió, a los que vivían acosados por
una
dutl fabor, una relación sensible a través de. la liturgia con
las verdades que levantan
y .liberan d. espíritu.
La filosofía griega buscó el encuentro del. hombre con d cen­
tro divino e invocó una ,sabiduría aproximativa que barruntó, en
el claroscuro
. de las nociones negativas, esa realidad liberadora
que
se ofrecía romo el verdadero bien del intelecto, pero no
pudo asegurar, como lo hizo la fe religiosa, d encuentro defini­
tivo
y salvador con esa. misma realidad.
En el límite de estas dos corrientes espirituales nació la
gnosis, como suden hacerlo las tentaciones, para reclamar como
un fruto del esfuerzo racional, lo que la Gracia de Dios haría
posible al alma ya purificada del el"tOr, del pecado y la miseria.
El monasticismo
· nace casi junto con la gnosis, pero con la
voluntad decidida
de acentuar en el encuentro del alma con Dios,
el
valor de la Gracia Santificante. Los que han estudiado. sus
orígenes sin poner especial atención en la absoluta novedad
· de
la Nueva
Alianza establecida por Dios con el Sacrificio de Cris­
to, buscan sus antecedentes en los cultos egipcios, de Serapis, en
las escuelas filosóficas de Alejandría, cuyas. prácticas morales y
religiosas tenían un lugar ,preponderante.
En las comunidades
druídicas, órficas, neoplatónicas y hasta budista~ y bramánicas,
influidos constantemente por las , afinidades, que suponían entre
la religión y la literatura y la especial manera que tienen las in­
fluencias literarias de transmitirse de una a otra culiura. Ni si­
quiera los ejemplos tomados del monasticismo judío, como po­
dían ser aquellos de los esenios, terapeutas, naziritas· y recabitas
permitían· un cotejo· en cuanto
la comparación excedía aspectos
puramente exteriores: retiro, oración, claustro. El retiro a1 de­
sierto en la vida cenobítica era para los judírn; .una' manera de
acentuar su
expectativa mesiánica; en cambio, para los· cristia­
nos fue una forma de
comparecet, desde ese preciso .instante,
en la presencia del Señor.
Nuestra primera· conclusión
es que el· rnonasticismo se impo­
ne en la espiritualidad de nuestra civilización como un centro
que establece el contacto con la fuente salvadora y en la
ejerci-
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tación de una sabiduría que es, al mismo tiempo, intelectual y
mística, que
cura del ettor. y del pecado mediante un conoci­
miento donde se unen cl amór, la teología, 1a liturgia y el canto
a
la gloria del Eterno. Cura de la miseria por la aceptación go­
zosa de 1a cruz, tal como lo explica San Ambrosio en su De
fuga saecuU, 9, 57: «El Sumo Sacerdote murió por ti, fue cru­
cificado por
ti, para que tú te aferres a sus clavos. Verdadera­
mente El te asumió en su carne, a ti y a tus pecados».
Todavía
hay algo más y surge de la relación primordial
que guarda el cristiano con el tiempo.
Los monasterios se en­
cargaron de llevarla hasta. sus últimas consecuencias, no soilamen­
te por su disponibilidad de todo instante frente a la solicitud
del espíritu, sino ,también porque regularon de tal manera y
con tanta minuciosidad las horas del
día con el propósito de
hacer recordar en todo instante
la'. presencia del Altísimo que,
según los · buenos exégetas
del espíritu capitalista, «cuando la
eternidad dejó gradualmente de servir como
medida• y foco de
las acciones humanas», esta contabilidad del tiempo se
convirtió
en racionalizada preocupación por el ttabajo» (3 ).
Por supuesto que esta consecuencia no estuvo nunca en .el
espíritu monástico, como no está en el hombre prudente la exa­
geradá solicitud por los. asuntos temporales. En la vida de. Jas
civilizaciones, como en la de cada uno de nosotros, suoede · que
el
vicio brota de .. la virtud en .cuanto se ,pierde de vista el fin
sobrenatural de la existencia.
Cuando hablamos
del Reino de Dios se debe ,tener en cuen­
ta
.un. hecho fundamental: su presencia, su advenimiento actual.
Es indudable que ningún católico vivo tomó el término : en su
más pura aceptación teológica, pone .en duda )a. realidad de este
hecho,
ni. necesita mayores explicaciQ!lCS. para . advertir la pre­
sión misteriosa .. de lo que . solicita . diariamente en el Padrenues­
tro. Lo que puede ser menos habitual es que note, al Qlismo
tiempo, lo que distingue su disposición espiritual frente al .tiem­
po de la que tuvieron los paganos y los judíos.
(3) MuMFORD, L.: Técnica y civilizaci6n, Emecé, Buenos Aires, s/f.,
t. I, págs. 4:S y sigs.
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Para. los paganos la religión fue . más nostalgia que . esperan­
za, Lo esencial pertenecía a la Edad de Oro, al tiempo mítico
que
la liturgia resucitaba para devolver a los hombres, dentro de
lo que era posil:Jle, la juventud del principio, del momento pre­
ciso en que las cosas se hicieron por primera vez y fueron ofre­
cidas por los dioses en esa dádiva sin réplica que
el antiguo sa­
crificio ,trataba de satisfacer sin lograrlo.
El pueblo de Israel se formó bajo la impronta de la prome­
sa que lo arrancó para siempre al ritmo circular de los mitos y
lo arrojó en la vorágine de la historia, preparándole un futuro
que debía colmar su expectativa religiosa. Fue un pueblo intrín­
secamente sostenido por la esperanza y el anuncio jubiloso del
día
del Señor en la plenitud de su gloria. La Ley se fijó, con
todos los detalles
de su minuciosa preceptiva, para confirmar la
dignidad de su vigilante espera.
Para el pagano la historia era el tiempo que desgasta y con­
sume todas las cosas y en donde los efímeros solo pueden ensa­
yar la gloria
pasajera del gesto,
,porque prolonga la fama y per­
mite entrar en las sombras del Hades, dejando atrás
el recuerdo
de la hazaña.
El cristianismo es el advenimiento del Reino de Dios aquí
y ahora. La nostalgia del Paraíso es asumida en la ciudad de
Dios
y la promesa hecha a Abraham se está cumpliendo en el
preciso
instante en que las luces de la etenüdad disipan las tinie­
blas del tiempo caduco
y dibujan para el creyente. los contornos
de. un mundo nuevo. ¿No le dijo -Nuestro Señor al Buen La­
drón: «De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el Reino
de los iCelos»? ( 4).
Hoy mismo. Ni hacia atrás,
ni hacia adelante, ya. Tu última
decisión en el . trance de la muerte . es defuütiva y te abre las
puertas de la ciudad eterna para siempre. Para quienes· se e11>
cuentran en el tiempo de la historia, la opción guarda la misma
urgencia, como si estuvieran como Dimas·
crucificado y en el
instante se decidiera su suerte.
(4) Lucas, XVIII, 43.
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A partir del advenimiento de los estálnentos b¡¡rgueses a la
cabeza
de nuestra civilizaci6n, 'las preocupaciones de· índole ma­
terial. son las ónicas que cuentan, como si el hombre quisiers
hacer en el tiempo que pasa su habitaci6n definitiva.
Las diver­
sas
funciones sociales se diversifican de acuerdo con esas nece­
sidades y poco a poco desaparece el valor de fas· instituciones
destinadas a mantener
un vivo contacto con Dios. La Iglesia
pierde su vigencia
cultural y es reemplazada en la direcci6h. de
las
almas por los publicistas y escritores cuyos mensajes se ha·
cen cada día más groseros, en la misma medida que el espíritu
humano se cierra a las verdades de la fe .
. El mundo economicista, que por comodidad y uso llamamos
burgués,
sin · otra explicaci6n, tuvo siempre una inquina espe­
ci"1 contra los monjes. Como decía Billy Graham, el más gran­
de vendedor de productos divinos que hubo hace unos veinte
o treinta años en Estados Unidos, ponían las cosas de Dios muy
lejos
del alcance del· hombre comón, el más numeroso y el que
más compra. Es indudable que si se vive en el
umbml de lo
que ha de
suceder inmediatamente después de la muerte, no hay
necesidad de poner demasiado interés en una c6moda instalaci6n
sobre
la tierra.
Por mucho que nos preocupe formular
. un desacuerdo con
este padre
de la nueva Iglesia que es Billy, fa doctrina enseña­
da en fos monasterios estaba profundamente ligada a[ fundamen­
to de Ja predicaci6n de Cristo y fuera o no compatible con la
sociedad. de consumo, la vida
cristiana· fue concebida como una
separaci6n del mundo y del pecado, por
mucho que una y otra
cosa interesen a los promotores de la industria.
Si tomamos seriamente las palabras del profeta !salas:
« Vues­
tras . iniquidades cavaron un abismo entre vosotros y vuestro
Dios; vuestros pacados hacen que
El oculte su rostro para no
veros; porque vuestras manos
están manchadas de sangre y vues·
,tros dedos de iniquidades; vuestros labios hablan mentiras
y vues­
tras lenguas dicen maldades» (5), advertiremos que el monaste-
(5) Isalas, LIX, II, 3.
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río cumplía, en nuestra sociedad tradicional, ,la función de man­
tener en perpetua vigilia nuestra relación coil la .fuente de Agua
Viva,
para impedir que los pecados oscurecieran nuestra con­
ciencia hasta el punto de perder para'. siempre la acción que ejer­
ce Dios sobre las almas y que San Gregorio. Magno nombraba
con
e,opresiones que tenían el peso de una realidad sensible:
«Canto interior, ligero mufuiullo o palabra silenciosa pronun-
ciada en la interioridad
del corazón». ·
Debemos al monasticismo dos cosas que estimo fundamen­
tales para edificar una civilización que responda a las
exigencias
profundas de nuestro espíritu: · la práctica de un conocimiento
místico de Dios como fuente de eterno rejuvenecimiento
espi­
ritual y el llamado constante a dar una respuesta positiva a la
solicitud de
!a Eternidad que está. presente en todos y en cada
uno de
los momentos de nuestra vida.
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