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Número 271-272

Serie XXVIII

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Ciencia y Fe

CIENCIA Y FE (*)
POR
VICENTE Josf FERNÁNDEZ BURGUllÑO
Introducción.
La publicación el 10 de marzo de 1987 de la lntrucción de
la Congregación
para la Doctrina de Fe «Sobre el respeto de la
vida humana naciente y la dignidad de la procreación» ( 1) des­
pertó una fuerte polémica, cuyos. ecos todavía perduran_ En la
revista de divulgación científica · Conocer, su director pu)>licaba
un artículo de título significativo, «El Vaticano contra el pro­
greso» y un encarte
en la página cuatro, «Revive el proceso a
Galileo» que
c;ra toda · una premonición de la . forma en que iha
a ser analizada
la referida Instrucción (2).
En dicho encarte, entre otras cosas, se podía leer: «Hace
menos de cuatro siglos, a Galileo le quiso quemar
fa Inquisición
por hereje ... , el Vaticano reincide con un tema en el que, upa
vez más, muestra s~ de~conexión con la realidad del mundo ac­
tual: la fecundación artificial y otras formas novedosas de. ejer­
cer
la sexualidad y la procreación humanas ..• Se erige así el Va­
ticano en el único haluarte de la ética, como si la opinión de
los hombres que rigen los destinos de la Iglesia ( todos célibes
y,
por tanto, más bien profanos en temas de ¡exualidad y procrea-
(*) El autor ha tenido a bien reelaborar esra ponencia recogiendo las
enseñan.zas pontificias posteriores. a su exposición en la XXV Reuni6n.
( 1) «Sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la
procreación•, en Mundo Cristiano, Madrid, 1987. ·
(2)• Conocer, núm, 52, mayo de 1987, págs. 4 y 16-21. Un punto de
vista similar es el del artículo: «El Vaticano se enfrenta: a los científicos
en la guerra de la genética», en Tiempo, 23 de mano de 1987, páginas
124-127.
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ci6n) fuese más informada y docta que la de ios propios científi­
cos» (3).
A la hora de abordar, aunque sea sucintamente, el comple­
jo entramado de relaciones entre la ciencia y la fe, la ciencia y
la creencia, las reflexiones que nos suscita el escrito citado nos
acercan, como punto de partida, a romo es percibida .cotidiana­
mente la realidad que nos ocupa. Sin pretender ser exhaustivos,
podemos adelantar algunas premisas previas:
-El recurso a los t6picos, concretamente al caso Galileo
que se nos presenta, una vez más, como paradigma indiscutible
que preside cualquier reflexión sobre ciencia
y fe ( 4 ).
-La apreciable y frecuente confusi6n de ideas entre la éti­
ca y el progreso científico.
-
El desconocimiento prácticamente absoluto sobre teolo-·
gía y magisterio de la Iglesia (5).
(3) }:ÉRÓME LEJEUNE respondió a mu~has falsas y tendenciosas inter­
pretaciones de la instrucción en las páginas de· L'Homme Nouveau dd 3
de mayo de 1987.
( 4) Son numerosos los trabajos recientes sobre Galileo; de ellos, los
hay que continúan girando sobre los mismos t6picos y supuestos; otros, en
cambio, tienden con mayor objetividad a dar una explicación, dentro del
contexto histórico de la época, más acorde con la realidad de los hechos.
La propia Iglesia no ha permanecido al margen de ello, y buena prueba
son las palabras de Juan Pablo II: «Deseo que teólogos, sabios e historia­
dores, animados por un espíritu de sincera colaboración, Profundicen en·
el examen del caso Galileo, y con reconocimiento leal de las culpas, cual­
quiera que sea el lado del que provengan, hagan desapareeer laa descou­
fianzas que, a causa de este asunto, todavía· son, para muchos esp{citus, un
obstáculo para la concordia fructuosa entre ciencia y fe, entre la Iglesia.
y el mundo. Doy todo mi apoyo a esta tarea, que podrá honrar a ·1& ver­
dad de la fe y de la ciencia y abrir la puerta a futuras colaboraciones».
Discurso _a la Academia Pontificia de l_as Ciencias, 10 de noviembre de
1979, AAS, núm. 11; 1979, págs. lc:464-1.465.
(5) JuAN LUIS RUIZ DE LA l'EÑ'A ha escrito a este respecto: « ... la
increíble incultura teológica de la clase cjentffica, que endosa en la cuenta
de la creencia én general, y dé la creencia cristianá en particular, facturas·
desorbitádas que hacen aún más precaria · su poco envidiable situación».·
Teo/ogla de la creaci6n, Ed. Sal Terrae, 1986, pág. 204. '
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Ante esta situaci6n, no es extraño que se haya desarrollado
lo que podríamos llamar un positivismo vulgar, que domina
nuestra realidad cotidiana y que debe de analizarse adecuadamen­
te antes de
entrar a dilucidar la situaci6n presente del diálogo
ciencia y
fe. Juan Luis Ruiz de la Peña ( 6) ha definido perfec­
tamente las características de este positivismo, quizás demasia­
do
exagerado y falto del adecuado rigor intelectual, pero presen­
te en el
acervo cultural de muchos de nuestros conciudadanos.
SegtÍ11 dicho positivismo, «los creyentes lo somos por moti­
vaciones varias, entre las que no se incluye, sino que se excluye
positivamente, la raz6n. Una cosa es la fe y otra la raz6n; una
cosa es 1a religiosidad y otra la racionalidad. La dialéctica creen­
cia-ciencia se plantea así con una franqueza casi provocativa. Los
dos polos de esa dialéctica pueden ser ulteriormente
explicitados,
por ejemplo, con formulaciones parecidas a ésta: la creencia per­
tenece a un orden de discurso precritico, arracional, subjetivo, in­
verificable, insolvente. La ciencia produce un discurso crítico,
racional, objetivo, empíricamente contrastable
y, por tanto, fiable.
De otra parte, la dialéctica se complica por el hecho de que
ciencia
y creencia convergen sobre los mismos objetivos: origen,
esencia
y destino de la realidad de la vida, del hombre. Son, pues
(o así al menos lo parece), instancias competitivas;
de donde se
sigue ,la tentaci6n irresistible de considerar la creencia como ava­
tar previo de la ciencia, caducable por· ende cuando ésta irrumpe
en la cultura, y de declararla, al
d!a de la fecha, fuera de la ley
por inútil, falsa y nociva. La creencia
es inútil: sería necio con­
tinuar aferrándose a ella cuando no cumple
ya ninguna funci6n
te6rica o práctica.
La creencia es, además, falsa: la única forma
(6) JuAN LUIS Rmz DE LA Pl!ilA: op. cit., cap. 7, págs. 201-217. Las
reBexi.ones de Ruiz de la Peña toman como punto de partida el siguiei;¡te
texto de Javier de Sadaba: «Se podrá ser creyente por originalidad, deses­
peración, inercia o quién sabe qué tipo de conveniencia... Si a nivel per~
sonal alguien, razonablemente instruido, sigue siendo un creyente, se da
por supuesto que esa misma persona, en cuanto normal y partícipe en los
clnones teóricos y prácticos vigentes, orientará su vida prescindiendo de
tal religiosidad». JAVIER SADAEA: El atelsmo en la vida cotidiana, Madtid,
1980, pig. 39.
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de saber auténtico es el saber científico; el solo logos razonable
es
el de la racionalidad empírica. La creencia es, en fin, nociva:
suministra informaciones
mitificadas, es alienante · y evasionista,
desalienta la investigación» (7).
A:hora bien, aunque este positivismo vulgar sea rechazado
habitualmente por
el hombre de ciencia, sigue empapando a la
sociedad moderna y a la cultura ncí propiamente científica ( 8 ), y
no es fruto exclusivo del tiempo en que vivimos; se ha ido pre­
parando a
lo largo de los siglos a través de múltiples vicisitudes
que es necesario . reseñar, aunque sea brevemente, en los últi­
mos doscientos años.
Según Masi y Alessanclri, «en la civilización cristiana, la ne­
gación de Dios y de la · religión, basada en supuestos datos de
las ciencias de la naturaleza, se fue preparando, poco a poco,
desde comienzos del Renacimiento hasta desembocar en el ateís­
mo militante de los enciclopedistas del siglo XVIII, e incluso más
(7) JUAN LU1S Ruiz DE LA PEÑA: op. cit., pág. 202.
(8) Este fen6meno ha sido puesto de manifiesto claramente por Juan
Pablo
II: «La situación de la cultura actual, dominada por los métodos y
la forma: de pensar propios de las ciencias naturales, y fuertemente influen-'
ciada por las corrientes filos6ficas que proclaman la validez exclusiva del
principio de verificación empfri'ca, tienden a dejar en silencio la dimen­
sión ttascendental del hombre"; y, pot eso! 'lógicainente, a omitir o· negar
la cuestión de Dios y de la revelacióri cristiana». JUAN PABLO 11: Discurso
a los profesores de teología de la Universidad Pontificia de Salamanca, el
1 de noviembre de 1982, en, L'Osservatore Romano, núm. 4.5 (723), 7 de
noviembre de 1982.
También
el Concilio Vaticanó II había hecho referencia a esta situa­
ción: «La turbación actual de. los espíritus y la ttansfonnación de las con­
diciones de vida están vinculadas a una revolución global más amplia, que
da .creciente importancia, en la formulación del pensamiento, a las ciencias
imitemáticas y. naturales y a las que tratan del propio hombre; y en el
orden práctico a la técnica y a las ciencias de ella derivadas. La .. n~6n
de Dios o de la religi6n no.constituyen, .como en épocas pasadas, un hecho
ins6lito .o itidividual;_hoy en día,·en efecto, se presentan no rara vez como
exigencia del progreso científico y .de un ·cierto humanismo nuevo». Con­
cilio Vaticano 11: Gaudium et spes, 5 y 7.
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RAZON Y FE
tarde, tras el ulterior desarrollo de la ciencia, en la segunda mi­
tad del siglo xrx» (9).
Es
un largo camino que comienza en el siglo XIII con el aris­
totelismo heterodoxo de Siger de Brabante. Es el principio del
racionalismo
moderno, más tarde acrecentado con el conceptua­
lismo
de Occam, el humanismo renacentista y la reforma pro­
testante. Más tarde, en los siglos XVI y XVII, se produce el trán­
sito de
la mentalidad racionalista a las ciencias experimentales,
priniero en Copémico, Leonardo, Kepler y Galileo y después en
Descartes, Newton, Gassendi y Boyle, hasta llegar, en el si­
glo XVIII, a los hombres de la enciclopedia, Offroy de la Mettrie,
Holbach, Helvetius
y, sin ninguna duda, Voltaire, Diderot, Mau­
pertuis
y D' Alambert.
Pero fue en el siglo x1x cuando la separación entre ciencia y
fe se hace inconmensurable, fundamentalmente por la conjun­
ción de tres corrientes principales: ateísmo
científico, monismo
materialista y materialismo marxista.
- Preparado
por la filosofía positivista de Comte, se desa­
rrolla el ateísmo fundamentalmente en los campos
de la física
y la biología. «La ciencia traspasa sus límites y conviértese en
metafísica,
en la cual viene negada toda la realidad no experi­
mentahle. Es la ciencia quien debe decidir sobre Dios, sobre re­
ligión, sobre moral y sobre milagros, siendo fácil comprender
en qué
sentido irán las decisiones: todo cuanto la ciencia expe­
rimental no demuestra es destituido de fundamento y, por ende,
eliminado» (
10).
Jaime Moleschott, Carlos Vogt y Luis Büchner formularon
el ateísmo materialista sobrepasando los limites de las ciencias
naturales y alcanzando
to.dos los campos que puede recorrer la
sabiduría humana. Su
influencia puede seguirse en los trabajos
de muchos científicos de su época, como: Huxley, Sergi, Le Dan­
tec, Lombroso,
Gall, etc.
- Paralelamente a
los. autores citados se desarrolla la teo-
(9) R. MAsr y M. ALESSANDRI: Religión, ciencia y filoso/la, Editorial
Litúrgica Española, 1961, pág. 15.
(10) R. MAsr y M. ArESSANDRI: op. cit.,·pág. 17.
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ría de la evolución que, a partir de la biología, se extiende ·rá­
pidamente al campo específico de otras ciencias, alcanzando en
muchas de sus formulaciones un monismo materialista irreconci­
liable con la Creación y con Dios.
Buffon, Laplace, Lamarck, Spencer y Darwin van sucedién­
dose en esta corriente, aportando cada uno de ellos un
paso ade­
lante hasta que Emest Haeckel concluye en un remedo de evo­
lucionismo matetialista, mecanicista y ateo.
Este mismo autor,
en la cumbre de lo que no debe hacer un
científico, sobrepasa los justos
limites de la ciencia y propugna
una nueva religión, basada en la ciencia, al fundar
en Jena el
«Deutscher Monistenbund», asociación cuyo fin «era situar cual
fundamento de la concepción del mundo y de
la vida práctica, a
la ciencia considerada en su continuo progreso: así se perseguía
un laicismo total en la vida humana y la eliminación de toda re­
ligión revelada -en especial de la religión cristiana-respecto
de toda
la vida humana» ( 11 ).
-En Ja misma época se va a desarrollar el materialismo
marxista, que busca una justificación
teorético en el materialis­
mo ateo de base científica.
Tomando de Hegel la
dialéctica y de Feuerbach el materialis­
mo, surge
el materialismo dialéctico que Engels aplica a las cien­
cias, especialmente en
su «Dialéctica de la Naturaleza». En este
texto, Engels enfrenta continuamente religión y
fe a la ciencia,
acudiendo a los argumentos
mil veces utilizados de pretéritos
conflictos, incluido el caso Galileo. De esta forma, con el pro­
greso de la ciencia, la necesidad de Dios para explicar lo que
ocurre en la naturaleza, va siendo cada vez
. menor hasta que
quede fuera del mundo material y deje de ser necesario. Todo
ello basado, tanto en la cosmogonía, con las obras de Newton,
Laplace y Sergi, como en
la biología evolucionista de Darwin.
«En suma, que la materia eterna
se desenvuelve dialéctica­
mente, según un principio etemo autónomo y que,
para explicar
la naturaleza, no
hay necesidad ni de la espiritualidad de Dios;
(11) R. MAs1 y M. AL!lSSANDRI: op. cit., pág. 19.
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la materia, con el principio de automoción, bástase a sí misma.
El progreso de
la ciencia experimental, concluye Engels, refuta
plename;nte
d idealismo, para afirmar el materialismo dialécti­
co» (12).
La continuación lógica de este entramado sistema la va a
representar, en el siglo xx, el Círculo de Viena, que
se propuso
eo.presamente la tarea de combatir y aniquilar la Metafísica y la
Teología en nombre de
la ciencia, llevando a la filosofía de la
ciencia a un callejón sin salida en el que el sueño de la
razón
solo conduce a fantasmas y monstruos ( 13).
Monstruos y fantasmas que conviven con nosotros y deli­
mitan, en
gran medida, la visión que de la realidad tienen mu­
chos hombres de ciencia, que, a su vez, influyen poderosamente
en
la marcha de nuestra civilización.
Crisis de la ciencia.
El siglo xx está caracterizado por una sorprendente acelera­
ción histórica en todos los contextos que nos hace vivir en un
constante torbellino. Este fenómeno se debe, en
gran medida, a
los avances continuos de la ciencia, en
prácticamente todos sus
campos, e impregna tanto
la cultura como la vida cotidiana. Esta
situación da lugar a que
la civilización actual pivote sobre una
ciencia en desarrollo exponencial y sobre una técnica, de ella
de­
rivada, que, sin duda, han ayudado y ayudan a la promoción hu­
mana, pero que, por otra parte, han creado demasiadas
expecta­
tivas que no han podido cumplirse. Este hecho, unido a la ame­
naza potenciirl o real que algunos adelantos científicos plantean
y a la falta de respuesta a muchos interrogantes sobre los más
profundos sentimientos y anhelos del ser humano, la han con­
ducido a una profunda crisis; crisis científica y crisis tecnológica.
(12) R. MAs, y M. ALESSANDRI: op. cit., pág. 21.
( 13)
Un buen resumen de la historia, actividades y desanollo del pen.
samiento en torno al Círculo de Viena se encuentra en MARIANO ARTI­
GAS: Ciencia, Raz6n y Fe, Mundo Cristiano, 1985, págs. 101-121.
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Esta crisis «se debe, en cierta medida, a que no se valora
convenientemente las ciencias
en el plano te6rico y a que se uti­
lizan incorrectamente sus resultados en el plano práctico» (14).
Esta doble disyuntiva que gravita sobre
el mundo moderno
puede ser iluminada por nuestra fe cristiana, ya que, a partir
de ella,
se pueden señailar claramente las causas de la misma y
buscar los remedios más adecuados. Y
es en esta perspectiva en
la que vamos a centrar
el núcleo de nuestra exposiciún, analizar
el punto de vista del Magisterio de la Iglesia, especialmente re­
ferido al pontificado de Su Santidad Juan Pablo II, que se ha
dirigido en múltiples ocasiones y con meridiana claridad al mun­
do de
la ciencia y de la cultura, formando un completo cuerpo
doctrinal en la materia que nos ocupa (15).
Juan Pablo
II, recogiendo lo expuesto en otros pontificados,
ha realizado en este tema, como en otros muchos, una amplia
e ingente tarea de clarificaciún y sistematizaciún que supera con
mucho las aportaciones precedentes, y que no solo
se limita a
confirmar
el Magisterio previo, sino que lo actualiza y profun­
diza con una valentía
y decisiún encomiables. Sin ninguna duda
creemos que, dejando libre
!a mente de prejuicios, cualquier hom­
bre de buena voluntad, creyente o no, puede encontrar en los
textos de
Su Santidad la luz necesariá para disipar sus dudas y
temores y un camino abierto para ser recorrido por la ciencia al
servicio de la humanidad.
(14) MARIANO ARTIGAS: op. cit., pág. 145.
(15)
Juan Pablo JI ha explicado, en más de una ocasión, su interés
por el mundo de Ja cultura y de la ciencia: en primer lugar, por una raz6n
hist6rica, ya que la Iglesia ha estado presente en la fundación de institu­
ciones· universitarias y· científicas. En segundo lúgar, por una razón per­
sonal del propio Juan Pablo JI, ya que una gran parte de su labor ante­
rior al pontificado fuo dirigida a la onsefianza univorsitaria. Por último,
una raz.ón más profunda y universal, y es la pasi6n común del mundo de
la ciencia y de la Iglesia por la verdad y el hombre; mejor aún, por la
vordad del hombre. JuAN PAJ1to II: Alocuci6n a los profesores univorsi­
tarios en el centro cultural anexo al convento de Santo Domingo, en L'Or­
servalore Romano, núm. 17 (695), 25 de abril de 1982.
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¿Son incompatibles .la ciencia y la fe?
Juan Pablo· II ha expuesto, con palabras claras y precisas, la
necedad de seguir considerando incompatibles a la · ciencia y a
la fe,
ya que, aun reconociendo taxativamente que a lo largo de
la historia ha habido ásperos
conflictos y frecuentes malentendi­
dos entre la Iglesia y la Ciencia (16 ), «hoy en día es evidente,
al menos
para cuantos observan con atención las cosas, que es­
tas dificultades no pueden ya constituir obstáculo alguno» ( 17 ).
Y ello porque «el foso abierto entre ciencia y fe está salvado
por la exposición, cada
. vez más. convincente, de los resultados
científicos, de una parte, y ,por la profundización creciente de la
teología, que ha liberado el contenido de la fe de elementos so­
cio-históricos acumulados en las diferentes épocas» (18).
Todo
lo cual no es óbice para que, a veces, exista un gran
abismo entre la opinión de
muchos científicos y la forma como
algunos temas conflictivos son presentados a la opinión pública,
ya que «por desgracia se debe admitir que esta distinción entre
los campos
de. aplicación todavía no es aceptada por la opinión
pública. Sucede, incluso, que responsables
y presentadores. de. los
(16) De estos conf!icto5 nos habla el Concilio Vaticano II: ~Entre
dos afirmaciones contradictorias -eD.unciadas una por la fe y otra por la
razón humana-es preciso elegir; no pueden ser ambas verdaderas .. Por
eso, en aquel contexto cultural, con unas ciencias que intentaban conocer
la realidad de las cosas,
la oposición fe-ciencia. tenía un alcance serio y
planteaba una. opci6n evitable. También es cierto que la elección no ofre­
cía muchas dudas: Dios nunca podría manifestar, en su Revelaci.6n, nada
opuesto a la realidad por El mismo . creada y qu,e los científicos tratan de
captar. La investigación metódica en todos los _campos del saber, si está
re.atizada de una forma auténticam~te cientffica y conforme a las normás
morales, nunca será en reaiidad contraria a-la fe, porque las realidades
profanas y las de la fe tienen su o.rigen en un mismo Dios».-Concilio Va­
tic811'0 11: Gaudium et spes, núm. 11.
(17) JUAN PABLO II: Discurso a los cuatrocientos con¡¡resistas del Mo­
vimiento Internacional «Pax Romana», el 13 de septiembre -de. 1982, en
L'Osservatore Romano, núm. 39 (717), 26 de septiembre de 1982.
(18)
!bid.
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medios de comunicación, o sienten dificultad en admitir esta di­
ferenciación de competencias en el amplio campo de la realidad,
o la contestan categóricamente» (19).
Esta es, probablemente, una de las dificultades
más ásperas
y difíciles de solventar, la manera en que
es presentada la reali­
dad
científica y la opinión del Magisterio de la Iglesia, más aún
cuando «la antigua pregunta por
la relación entre ciencia y fe
no ha quedado superada ·por el desarrollo de las ciencias mo:
dernas; al contrario, precisamente, en un mundo cada vez más
científico, descubre toda la importancia y la fuerza vital que en­
cierra» (20).
Estas dificultades no pueden, en ningún caso, llevarnos,
como
desgraciadamente es frecuente, a adoptar una posición de recha­
zo a todo aquello que tenga que ver con la ciencia, ya que, como
ha explicado Juan Pablo 11, «no ·hay ning6n motivo para ver
nuestra cultura técnica y
científica como algo contrario al mun­
do creado por Dios. Es evidente que el conocimiento
científico
puede ser utilizado, tanto para el bien como para el mal. Quien
investiga sobre los efectos
del veneno podrá emplear ese cono­
cimiento, bien para salvar o bien para matar. Pero debe estar
perfectamente claro
el punto de referencia al que debemos mirar
para distinguir
el bien del mal. La ciencia técnica, orientada a
la transformación del mundo, se justifica por su servicio al hom­
bre y
a~ humanidad» (21).
Tampoco hay que rechazar el progreso debido al adelanto
científico, porque no puede decirse que «el progreso haya ido
demasiado lejos cuando todavía viven muchos hombres, pueblos
enteros, en condiciones deprimentes o incluso inhumanas, que
pueden ser mejoradas con
la ayuda dé los conocimientos técnico­
científicos. Ante nosotros hay todavía tareas inmensas a las
cuales no nos podemos sustraer. Llevarlas a cabo
es un servicio
(19) !bid.
(20) JuAN PABLO II: Ante doscientos representantes del mundo uni­
versitario, profesores y alumnos, en la Catedral de Colonia, el 15 de no­
viembre de 1980.
(21) !bid.
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de fraternidad para con el prójimo; pues a él, como necesita­
do,
· 1e debemos esa obra de misericordia que socorre su necesi­
dad» (22).
Autonomía y libertad de la ciencia.
Planteada así la cuestión y comprobada la necesaria concor­
dia entre ciencia
y fe, es preciso acometer, y así lo ha hecho.Juan
Pablo II en sus discursos dirigidos a los hombres de ciencia, la
urgente tarea de replantear el sentido teórico
y práctico de las
ciencias con el hilo conductor del Magisterio de
la Iglesia.
Efectivamente, éste «ha señalado expresamente la distinción
entre los dos órdenes de conociminto, el
de la fe y el de la ra­
zón;
ha reconocido la autonomía y libertad de las ciencias y ha
optado por
la libertad en la investigación» (23 ).
«La Iglesia mantiene claramente la distinción entre los. co­
nocimientos científicos y religisos y sus métodos. Está segura,
asimismo, de su complementariedad y armonía profunda en tor­
no a un mismo Dios, creador y redentor del hombre .. Quiere di,
sipar
cualquier malentendido sobre este punto. Respeta en su
nivel la ciencia de la naturaleza que, en sí misma, no es una
amenaza, sino más bien una manifestación
profundizada de!Dios
Creador» (24).
Esta distinción de dos tipos
de conocimienos que · se amplía
a sus métodos propios,
no queda en una simple declaración, sino
que
va más allá, al declarar la complementariedad ·entre ambos
(22) !bid.
(23) La cita de Ju.u, PABLO 11 _continúa así: «Nosotros no:,tenemos,
es más, damos por excluidp el que una ciencia que se::_apoye en principi~
racionales y procedá con método seguro pueda llegar -a ·conclusiones que
entren en conflicto cori la verdad de la fe. ·Esto podría suceder únicamente
eri caso de que se descuidara o negara la diversidad existen:te· -'t.b.tre, los·
dos órdenes de conocimiento». Ibidem.
(24) JUAN PAELO 11: Discursó en -el Centro Europeo· de Investigación
Nuclear (C. E. R. N.), el 15 de junio de 1982, en .Trabajo, investigación
científica: y conciencia», Documentos de estúdios, núm. 81, PPC, 1982.
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y la armonía, frente a conflictos y antagonismos, que debe pre­
sidir su íntima relación, reiterando, una
vez más, que no debe
considerarse una
amenaza el legítimo desarrollo de las ciencias.
Por otra parte, esta complementariedad
es aún más eviden­
te al comprobar la limitación inherente al conocimiento científi­
co de la realidad objetiva, ya que «la ciencfa no puede ni quiere
captar
más que un sector de la realidad, precisamente porque
esta percepción está limitada, además,· por la circunscripción
me­
todología intencionada y necesarfa. Por el contrario, la fe pue­
de trascender las visiones parciales de la realidad si
las mira en
roanto creación de Dios. Con esta óptica Jas cosas creadas des­
velan entonces su sentido. Sobre
todo, el hombre descubre su
dignidad en el hecho
de que su origen y destino último están en
Dios» ( 25 ).
Queda claro que · esta distinción de dos órdenes de conoci­
mientos y de sus metodologías cotrespondientes es el pilar de
la autonomía de la ciencia; pero Juan Pablo II da un paso más,
estimU!lando a los científicos a que desarrollen en libertad su vo­
cación científica: «Sí, la Iglesia hace una llamada a vuestras ca­
pacidades de investigación para que no se ponga ningún límite
a vuestra búsqueda común del saber. Vuestra
especuJación os
impone, ciertamente, reglas y límites indispensables en la inves·
tigación, pero más allá dé estas fronteras epistemológicas, dejad
que
la inclinación de vuestro espíritu os lleve hacia lo universal
y absoluto. Nuestro mundo tiene, más c_iue nunca, necesidad de
inteligencias capaces de alcanzar los conjuntos y de hacer · pro­
gresar
el saber, hacia el oonocimiento humanizado y hacia la sa­
biduría. En una palabra, vuestra ciencia debe abrirse a la sabi­
duría, es decir, convertirse en crecimiento del hombre y de todo
el hombre. Abrid amplfamente vuestras inteligencias y vuestros
corazones al imperativo del mundo de hoy, que aspira a la jus­
ticia y a la dignidad fundadas en la verdad. Y, vosotros mismos,
estad disponibles a la búsqueda de lo verdadero, convencidos de
(25) JuAN PABLO II: Discurso a los cuatrocientos congresistas del
Movimiento Internacional «Pax Romaoa», el 13 de septiembre de 1892.
L'Osservatore Romano, núm. 39. (717), 26 de septiembre de 1982; ·
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RAZONY FE
que las realidades del espíritu forman parte de lo rea:! y de la
verdad integral» (26 ).
Por último, el reconocimiento de la legítima autonomfa de
la ciencia lleva implícito que: «La Iglesia apoya . la libertad de
investigación que
es uno de los atributos más nobles del hom­
bre. A través de la justificación, el hombre llega a la Verdad:
uno
de los nombres más hermosos que Dios se ha ciado a sí
J:Dismo. Porque la Iglesia está convencida de .que no puede haber
contradicci6n real entre
la ciencia y la fe, ya que tocia realidad.
procede en última instancia de Dios creador. Así lo afirma el
Concilio Vaticano II (cfr. Gaudium et .. spes, 36)» (27),
Fundamento y sentido de la ciencia,
Ahora bien, no basta con reconocer la autonotnfa de la cien­
cia y la libertad que debe presidir la investigación científica, ya
que autonomía y libertad deben de tener ,rlgún fundamento. y
ese fundamento, que las justifica, es la búsqueda de la verdad.
Por ello,
si «la investigación de la verdad es la tarea fundamen­
tal de la
ciencia» (28), queda justificada la libertad de investiga­
ción, y si, «al igual que las
dernás verdades, la verdad científica
no tiene que rendir cuentas más que a sí misma y a la V erclad
suprema que es Dios, creador del hombre y .de todas . las co­
sas» (29), la autonomía de la ciencia queda reafirmada en su
servicio a
la verdad.
(26) JuAN PABLO II: Alocución a los participantes en el Simposio
Internacional celebrado con ocasión d~ 350 aniversario de la publicación
de los •Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo•, de Galileo
Galilei el 9 de mayo de 1983, en L'Osservatore Romano, nóm. 32 (762),
7 de agosto de 1983.
(27) JUAN PAB'Lo II: A los representantes de las Universidsdes espa­
fiolas el
3 de noviembre de 1982. Citado en JuAN PABLO II: Discurso a
nn grupo de cientfficos el 9 de mayo de 1983, Documentos Palabra, nú­
mero 138, pág. 156, Palabra nóm. 215; juhi (28)
JuAN PABLO II: Discurso a la Academia Pontificia de las Cien­
cias el 10 de octubre de 1979.
(29)
Ihid.
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Fundaci\363n Speiro

VICENTE ]OSE FERNANDEZ BURGUE1W
Este punto de vista que da libertad y autonomía a la cien·
cia en sus objetivos,
planteanúentos y métodos, pero en relación
directa con su fundamento de búsqueda de la verdad, es diame­
tralmente opuesto a quienes defienden
dicha libertad y · autono·
mfa sin ningún fundamento último, jusificándolas por sí mismas;
o aquellos que la sojuzgan en virtud de determinadas ideologías;
o de quienes la ponen
al servicio de intereses prácticos de domi­
nio del hombre sobre el medio o de unos hombres sobre otros;
Quizás, por todo esto, se ha dicho que la relación ciencia­
verdad es
el gran debate de la epistemología moderna, .debate
que seguirá inconcluso hasta que no sean aceptados los presu­
puestos anteriormente enunciados (30).
No es
suficiente, sin embargo, con dar un fundamento ra­
cional a la ciencia; hay que diitla igualmente un ·sentido; sobre
todo en sus
realizaciones prácticas. Y ese sentido no puede ser
otro que
el hombre, puesto que ~toda. ciencia tiene su realiza­
ción plena en cuanto ciencia del hombre y para el hombre» (31).
(30) Sobre este tema, JuAN PABLO II ha matizado: «Todo saber re­
cibe su nobleza y dignidad de la verdad que expresa. Solo cultivando
desintereisadamente la verdad, la cultura y sobre todo la ciencia-conservan.
su )ibertad y solo as! pueden defenderla contra todo intento de manipu­
laci6n por parte de ideologías y poderes. 11La verdad os hará libres''., Estas pal.abras del Evangelio tienen actuali·
&a permanente y proyectan una luz dlvina sobre la actividad del sabio
que a nada subordina su tarea o investigaci6n, si no es a la verdad. La
verdad constituye la finalidad del universo: Ultimus finis totius universí
est · Veritas; según escribió uno de . los geniOS más: grandes del pensamien~
to~ Tomas .de Aquino· (Contra Getitües; 1, 1-c.1}.-El universo· esconde en
S'U seno la verdad de:· todos-los setes"J de· su formas y leyes, y aspira a quC·
lá inteligencia humana tévele · esta verdad. Ustedes,. -sefiores cierití:ficos, · (}ue·
acogen al mundo en su mente, lo tratan en sus laboratorios, lo escnitarl ·
eJl repliegú.es más íntimos -con trabajo laborioso, ¿qué buscan sino la ver~
dad?». JuAN PABLO II: Discurso a la Academia Pontificia de la Ciencia•
el 12 de noviembre de 1983, Dócumentos Palabra, núm. 316, pág. }57•;
Palabra, núm. 222, enero de 1984.
(31) · JtiAN 'PABLO II: Discurso· a los científicos, artistas y periodistas
en el Centro de Congresos de Viena el 12 .-de 'septiembre de 1983. L'OS­
servatore Romano, núm. 39 (769), 25 de septiembre de 1983.
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RAZON Y FE
Existe, por tanto, un doble compromiso de la ciencia (32).
Por una parte:
«La ciencia sirve a la verdad, y
· la verdad al hombre, y el
hombre refleja como una imagen '1a Verdad. eterna y trascen­
dente que
es Dios» (33).
Por otra parte:
«La ciencia técnica, orientada a
la transformación del mun­
do, se justifica por su servicio al hombre y a la humanidad» (34 ).
El hombre, señor y meta de la ciencia.
Ese compromiso de
la ciencia con el hombre ha sido reco­
nocido explícitamente por Juan Pablo II, quien, dirigiéndose a
los
científicos, les ha dicho: «Es ya tiempo de que el hombre,
imagen de Dios, vuelva a ser señor y meta de la ciencia y de la
técnica con el fin de que la obra de su espíritu y de sus manos no
lo devore a él y a su entorno» (35). Y continúa explicándoles
(32) Extractado por MARIANO ARTIGAS: Ciencia ... , op. cit., pág. 147.
(33)
JUAN PABLO II: Discurso a un grupo de Premios Nobel el 22
de diciembre de 1890,
(34) JuAN PABLO II: Ante doscientos representsntes del mundo uni·
versitario, profesores y alumnos, en la Catedral de Colonia, el 15 de no-
viembre de 1980. .
(35) Esta misma idea ha sido desarrollada por JuAN PABLO II en
otra ocasión, al afirmar: «No hay competencia entre ciencia y fe por .lo
que respecta al hombre: más bien existe complementariedad ya que la
ciencia, por sí sola, no consigue satisfacer la exigencia de absoluto, que no
se puede suprimir del co;azón del hombre. Una ciencia, no desvinculada
ni enemiga de la fe, ayudará al hombre a salir de la. marafía de sus pro­
blemas, a encontrar soluciones que lo h'beren de la esclavitud del pecado
y del egoísmo, y le abran a la esperanza, que se apoya en. Dios, creador
de todo don perfecto.
.

. . No
puede haber un futuro que se apoye en una ciencia ajena a la
fe, ya que la ciencia se encuentra con la fe en el ámbito de los vastos
problemas que atañen al hombre. Todo progreso de la ciencia en los di­
versos campos de lo que se puede llegar a saber lleva necesariamente al
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VICENTE ]OSE FERNANDEZ BURGUENO
cómo se puede y deber llevar adelante este proyecto: «Para ello,
la ciencia, la técnica
y la política tendrán que plantearse aquellas
cuestiones que se
dirigen, tanto al hombre individual e insusti­
tuible, como a
la humanidad. El haber dejado aparte esas cues­
tiones no ha contribuido al progreso científico. Son las cuestiones
de la filosofía
y de la religión que se refieren al sentido, límites,
prioridades
y control de la actividad científica y técnica, sin. que
ello suponga, lógicamente, una limitación o prescripción foránea
de lo que se llama investigación
de los fundamentos y de la bús­
queda
de la verdad» ( 36 ).
Como acabamos de ver, este punto es vital en el pensamiento
de Juan Pablo II, en el tema que nos ocupa, y a partir de él se
pretende evitar dos posibles
errores en los que puede caer la
ci~cia moderna.
-Que sea entendida solamente en cuanto a sus aplicacio­
nes prácticas
y se justifique en cuanto· técnica.
-Que olvide su compromiso con la verdad .y su fin en el
hombre, propiciando situaciones injustas.
La primera de estas posibilidades ha sido claramente expuesta
por Juan Pablo
II: «Si la ciencia es entendida fundamentalmen­
te como «ciencia
técnica», se la puede concebir como la búsque­
da de un sistema que conduzca a
un triunfo t,écnico. Aquello que
conduce al éxito vale como «conocimiento».
El mundo presen­
tado a la ciencia viene a ser como una simple suma
de fenóme­
nos sobre los que se puede trabajar; su objeto,
un conjunto fun­
cional que se investiga únicamente por su funcionalidad. Tal con­
cepto
de verdad resulta superfluo, a veées se prescinde expresa­
mente
de' él. La razón misma aparecerá finalmente como sim]Sle
Creador, y tóda aportación que ennoblezca la vida del hombre entra: ne­
cesariamente, si bien de reflejo, en esta visión». JUAN PABLO II: E.u la
Universidad de Pavía el .3 de noviembre de 1894, Documentos Palabra,
núm. 314, Palabra núm. 233, diciembre de 1894.
(36) JuAN PABLO II: Discurso a los científicos, artistas y periodistas
en el Centro de Congresos de Viena el 12 de septiembre de 1893. L'Os­
servatore Romano, núm. 39 (769), 25 de septiembre de 1983.
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RAZON Y FE
función o como instrumento de un ser, cuya existencia tiene sen­
tido fuera del campo del conocimiento y de la ciencia; tal ve,,
en el simple hecho de vivir. Nuestra cultura está impregnada en
todos los sectores de una ciencia que procede de una perspec­
tiva funcional» (37).
Esta ciencia
así concebida, además de su inconsistencia, pue­
de desembocar en
problemas .más importantes que tambiétnson
puestos de manifiesto por Juan Pablo II: «La ciencia, por sí
sola, no puede dar respuesta al problema del significado de las
cosas; esto no entra en el
ámbito del proceso científico. Sin em­
bargo, esa respuesta no admite una dilación ilimitada. Si la di­
fúndida confianza en la ciencia queda frustrada, entonces surge
fácilmente una actitud de hostilidad hacia la misma ciencia. En
este espacio vado irtumpen inmediatamente ciertas ideologías.
Ellas adoptan, a veces, una actitud sin duda
«científica»; pero
su fuerza de convicción radica en la apremiante necesidad de
una respuesta al sentido
de las cosas y en el interés por una trans­
formación social o política. La ciencia funcionallstica, que no tie­
ne en cuenta los valores y que es extraña a la verdad, puede en­
trar
al servicio de tales ideologías; una razón que es ya solamen­
te instrumental corre el peligro de quedar esclavizada» (38).
En clara consonancia con esta situación puede surgir un mo­
delo de ciencia que, olvidando su fundamento en la verdad y su
compromiso con el hombre y con todos los hombres, genere si­
tuaciones insostenibles para la dignidad de las personas ~ las que
supuestamente
se ditige. Y, por ello, es en este punto donde más
alerta.
ha estado el magisterio de Juan Pablo II. Y no podía ser
de otra forma a la vista de la escalada de nuevos conocimientos
cient!ficos, y sus correspondientes aplicaciones prácticas, en los
campos de la
física, la biología y la medicina.
En cuántas ocasiones no se
han planteado los riesgos inhe'
rentes a un conflicto neclear, o al uso de las armas químicas y
(37)
JuAN PABLO II: Ante doscientos representantes del mundo uni­
versitario profesores y alumnos en la Catedral de Colonia, 15 de noviem­
bre de 1980.
(38) Ibid.
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VICENTE JOSE FERNANDEZ BURGUE1W
biológicas, o frente a los «adelantos» de la ingeniería genética o
la biología molecular.
Por otra parte, la fecundación «in vitro»,
la transferencia de genes y embriones, la clonación, los experi­
mentos con embriones
·humanos, o la creación en el laboratorio
de nuevas especies de microorganismos, son retos científicos que
necesitan los justos límites de la moral (39).
La percepción
de esta inquietante realidad ha llevado a Juan
Pablo
II a comentar: «En muchas ocasiones me he sentido obli­
gado a llamar
la atención a personas, que ocupan puestos de res­
ponsabilidad, sobre los peligros para la humanidad que pueden
derivarse del empleo inadecuado de los conocimientos científi­
cos. El futuro del mundo está amenazado en sus mismas raíces
por adelantos que llevan el sello inconfundible del genio huma­
no ... ; la historia reciente nos muestra cómo los adelantos cien­
tíficos se usan a menudo contra el hombre, a veces
en formas
espantosas... Hoy en
día hay muchas maneras de manipular al
hombre. Mañana
habrá aún más. ¿Necesito ha= hincapié en el
peligro de deshumanización que corre el hombre
si avanza por el
mismo camino? ( 40).
Pero no basta con indicar la existencia
de esta amenaza y,
como consecuencia de ella, adoptar un escepticismo inútil y mu­
cho menos
un rechazo frontal ante la ciencia y la técnica, ya que
de esta forma no se van a resolver los problemas; «la solución
reside únicamente
en el desarrollo más continuado, y puede que
incluso más acentuado de ambos, sometido, lógicamente, a
crite,
rios nuevos. Pues lo que amenaza al hombre no son la ciencia y
la técnica
en cuanto tales, sino su dependencia frente a los cri­
terios morales» (41).
(39) Estos temas los hemos tratado junto con E. LÁZARO en «El fu­
turo biológico del hombre», en Verbo, núm. 233-234, mar20-abril, 1985,
págs. 449-468.
(40) JuAN PABLO U: Discurso a un grupo de Premios Nobel el 22
de septiembre de 1980. Citado por MARIANO ARTIGAS, Ciencia ... , op. cit.,
págs. 164-165.
(41) JuAN PABLO II: Discurso a los científicos, artistas y periodistas
en el Centro de Congresos de Viena el 12 de septiembre de 1983. L10s­
servatore Romano núm. 39 (769), 25 de septiembre de 1983.
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RAZON Y FE
Por ello, continúa Juan Pablo II, «los principios morales ...
no constituyen ... obstáculo a un progreso científico que quiera
ser también progreso del hombre, visto en la superior dignidad
de su sentido trascendente. Uno de los más graves riesgos a los
cuales está expuesta nuestra época
es, en efecto, el divorcio en­
tre ciencia y moral, entre
las posibilidades ofrecidas por una tec­
nología proyectada hacia metas cada vez más asombrosas y las
normas éticas surgidas de una naturaleza cada vez más abando­
nada. Es necesario que todas las personas responsables estén de
acuerdo en
reafirmar la prioridad de la ética sobre la técnica,
el primado de la persona sobre las cosas, la superioridad del .es­
píritu sobre la materia. Solo bajo estas condiciones el progreso
científico, que por tantos aspectos nos entusiasma, no se trans­
formará en una suerte de moderno Moloch que devora a sus
incautos adeptos» (42).
Y es ante esta situaci6n, verdadera encrucijada de nuestro
mundo moderno, cuando
el pensamiento de Juan Pablo II da un
giro grandioso en el papel de la Iglesia con respecto a la ciencia,
al anunciar: ·
«En tiempos pasados los defensores de la ciencia moderná
lucharon
contra la Iglesia con el siguiente lema: raz6n, libertad
y progreso. Hoy, ante la crisis del sentido de la ciencia, ante las
múltiples amenazas para su libertad y ante
las dudas que el
progreso suscita, los frentes de
bata.lla se han cambiado. Hoy es
la Iglesia la que entra en batalla:
-por la raz6n y la verdad, a quien ésta ha de considerar
con capacidad para la verdad, capacidad que la legitima como
acto humano;
-por la libertad de la ciencia, mediante la cual la ciencia
misma adquiere su dignidad como bien humano
y personal;
(4i) JuAN PABLO II: A los participantes, en el Congreso «Movimien­
to per la vita»,. el 4 de diciembre de 1982, en Documentos Palabra, nú~
mero 362, pág. 45; Palabra, núm. 210, enero de 1983.
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VICENTE JOSE FERNANDEZ BURGUEF/0
-por el progreso al servicio de la humanidad, la cual tiene
necesidad de una ciencia
para asegurar su vida y su dignidad.
Con esta tarea la Iglesia y los cristianos están en el centro
de la divisi6n de nuestro tiempo» (43).
El que quiera
o.ir que oiga, el que quiera ver que vea, el
que quiera dejar su coraz6n libre de prejuicios que sienta cuál
es la voluntad de la Iglesia. ¿ Dónde quedan entOIJCes todos aque­
llos que siguen hablando de una Iglesia que se opone
al desarro­
llo de
la ciencia? Este es realmente el sentido actual de la rela­
ción entre la ciencia y la fe; esta última defendiendo en primera
línea, como no
ha dejado de hacerlo nunca, la razón y la ver­
dad, la libertad de la ciencia
y su progreso al servicio de la hu­
manidad.
El científico creyente.
No podíamos concluir sin hacer referencia a los científicos
creyentes, a esos hombres
y mujeres, que en la universidad, en
los laboratorios
y centros de investigación y en el «contexto de
su humana experiencia han
creído positiva y benéficamen­
te» ( 44
). Su tarea es difícil y apremiante, ya que cada uno «ten­
drá que preguntarse por el egp!ritu y la orientación en que él
mismo desarrolla su ciencia. Tendrá que proponerse inmediata
o mediatamente
la tarea de revisar continuamente el método y la
finalidad de la ciencia bajo el aspecto del problema relativo al
sentido de las cosas» ( 45).
(43) JuAN PABLO II: Ante doscientos representantes del nnúiiló uni­
versitario, profesores y alumnos en la Catedral de Colonia, 15 de noviem­
bre de 1980.
(44) JuAN PABLO II: Catequesis en la audiencia general del 17 de
julio de 1985, en L'Osservatore Romano, núm. 29 (864), 21 de julio de
1985:
(45) JuAN PABLO II: Ante. doscientos representantes del mundo uni­
versitario, profesores y alumnOS1 en la Catedral de Colonia, el 15 de no­
viembre de 1980.
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RAZON Y FE
Y ante esta situación, «la Iglesia no aconseja prudencia y
precaución, sino valor y decisión. Ninguna razón hay para no
ponerse de parte de la verdad o para adoptar ante ella una ac­
titud de temor. La verdad y todo lo que es verdadero constituye
un gran bien, al que nosotros debemos tender con amor y alegría.
La ciencia es también un camino hacia lo verdadero; pues en
ella se desarrolla
la razón, esa razón dada por Dios que, por su
propia naturaleza, está determinada no hacia
el error, sino hacia
la .verdad del conocimiento» ( 46 ).
Labor importante la que debe realizar el científico creyente,
ese. científico que no necesita elegir entre ciencia y fe, y al que
se achaca, en muchas ocasiones, su supuesta falta de rigor y se­
riedad por el mero hecho de creer. Al que se le dice que un
científico no necesita de Dios, pero que con valor y decisión,
con alegría y esperanza, lleva su cruz, a veces muy pesada, de
su

fe compatible con su ciencia (47).
(46) Ibid. Este valor y decisión que se solicita de los científicos cre­
yentes es extrapolable a cualquiera, científico o no, que busque humilde­
mente la verdad. Por ello, Juan Pablo II ha comentado en otra ocasión:
«Tengan la valentía y audacia de la razón que busca lo verdadero sin tre­
gua, y encontrarán en la Iglesia, y especialmente en la Santa Sede, sus
aliados más convencidos. Qaro está que, a veces, las conquistas de la
ciencia son provisionales y están sujetas a interrogantes y revisiones y . .qun­
ca llegan a expresar toda la verdad . que encierra el universo_: un senti.40 de
misterio forma parte de su patrimonio intelectual y les sugiere que cuanto
no conocen es mucho más de lo que conocen. En la investigación de la
verdad, la audacia de la razón se conjuga con la humildad de los propios
limites-y el gozo -de conocer va a la par con la admiración por lo des­
conocido.
-Uh sentido de misterio envuelve, asimismo, las verdades que la cien·
cia no puede descubrir, pero que éstas interrogan al espíritu del sabio en
lo
más íntimo de su ser, donde experimenta una aspiración irresistible y
acuciante hacia lo divino.
La finalidad del . universo no es solo revelar la
verdad inmanente en él, sino también el poner -de manifiesto la. verdad
primera que diO origen y forma al mundo. JUAN PABLO II, a la Pontificia
Academia de las Ciencias el 12 de noviembre de 1983, en Documento-s
Palabra, núm. 316-, pág. 357; Palabra, núm. 222, enero de 1984.
(47) Esta obligación de elegir entre ciencia y creencia a la que, a ve­
ces, se quiere someter al científico creyente, no es ninguna exageración y
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. VICENTE ]OSE FERNANDEZ BURGUEl'W
Sobre ellos dice Juan Pablo II que «sería muy hermoso
hacer escuchar de algún modo
las razones por las que ... afu­
man positivamente la existencia de Dios y ver qué relación per­
sonal con el hombre y con los grandes problemas y valores
su­
premos de la vida los sostienen. Cómo a menudo el silencio, la
meditación, la imaginación creadora, el sereno despego de las
cosas, el sentido social del descubrimiento,
la pureza de corazón,
son poderosos factores que les abren un mundo de signifiéados,
que no pueden ser desatendidos por quienquiera que proceda con
igual lealtad y amor hacia la verdad» ( 48
).
Todas estas características se daban en el científico iraliano
Enrico Medi, que
sintetizaba con bellísimas palabras el sentir
de
la comunidad científica creyente, cuando en el Congreso Ca­
tequístico Internacional de Roma de 1971, decía: «Cuando digo
a un joven, mira, allí hay una estrella nueva, una galaxia, una
estrella de neutrones, a cien millones de años-luz de lejanía. Y,
siri embargo, los protones, los electrones, los neutrones, los me­
sones que hay allí son idénticos a los. que están en este micró­
fono... La identidad excluye la probabilidad. Lo que es idénti­
co no es probable ..• Por tanto, hay una causa, fuera del espado,
Juan Pablo II nos lo ha recordado: «Es opinión bastante dilundida que
!OS hombres de ciencia 'son generalmente · agn6sticos y que la ciencia -aleja
de· Dios. ¿Qué hay de verdad en esta opinión?
.¡¡ Los : extraordinfil"ios progresos realizados por la ciencia., particularmente
en los ultimes dos siglos, han inducido, a veces, a creer é¡ue la ciericia sea
capaz · de dar resf)Uesta Por sí sola a todos los interrogantes del horilbre
y
de resolver todos los problemas. Algunos han deducido de ello· é¡uC ya
no habría ninguna necesidad de · Dios. La confianza en la ciencia habría
suplantado a la fe.
Entre ciencia y · fe -se ha dicho-es necesario hacer una dección: o
se cree en una o se abrazá ·Ia 'átri. Quien persigue el esfuerzo de Ia in­
\l'e-stigación científica no tiene Ya riece5idad de Dios; y viceversa,· quien
quiere creer
en Dios, no puede ser un· científico· serio', porque entre cien­
cia y fe hay un COnttaste it1'ed1.lctible. JuÁN · PABLO II: CateqlleSís én la
audiencia ·general del 17 de juliO de· 198.5, en L10sservatore Romano~ 'nú~
mero 29 (864), 21 de julio' de 1985.
(48) [bid.
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RAZON Y FE
fuera dd tiempo, duefia del ser, que ha dado al ser, ser así. Y
esto
es Dios ...
El ser, hablo científicamente, que ha dado a las cosas la
causa de ser idénticas a mil millones de años-luz de distancia,
existe ... Si yo fuera San Francisco de Asís proclamaría: «¡Oh,
galaxias de los cielos inmensos, alabad a mi Dios, porgue es om­
nipotente y bueno! Oh, canto de de los pájaros, rumor de las
hojas, silbar dd viento, cantad a través de las manos dd hom­
bre y, como plegaria, el himno que llega basta Dios» (49).
(49) Atti del II Congreso Catechistico lnternazionale, Roma, 20 de
. sepiiemb,;; de 1971, en Studium, 1972, págs. 449450. Citado por Juan
•· Pablo 11, ibid.
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