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Número 271-272

Serie XXVIII

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Meditación de la Revolución francesa (II). La conjura de los sofistas

MEDITACION DE LA REVOLUCION FRANCESA
II. LA CONJURA DE LOS SOFISTAS
POR
JuAN CAru.os GARcfA DE PoLAvmJA
Cuando, en octubre de 17 50, Diderot y D' Alembert hicieron
público el proyecto inicial de la
Enciclopedia, se puso en marcha
por primera
vez en la historia una operación de agresión cultu­
ral
de gran envergadura contra la civilización cristiana.
El proyecto de Diderot y D' Alembert se publicaba con el
significativo título de «Cruzada de la Filosofía» y, aunque lla­
marle «cruzada» a aquello era una tnuestra más de su caracterís­
tico cinismo, no cabe duda de
que lo que se pretendía poner en
marcha era una campaña universal de los talentudos hijos de
la
Ilustración contra el cristianismo. El término «cruzada» se uti­
lizaba, pues, con una intencionalidad precisa, claramente inteli­
gible para los iniciados que estaban compenetrados con los pro­
pósitos últimos que animaban a Vo!taire, a sus amigos y a los
dos autores
del proyecto. Con aquel anuncio se convocaba a la
sistematización de una guerra hasta· entonces dispersa en los em­
peños de distinto calibre de algunas individualidades. Esta gue­
rra estaba concebida como una toma por asalto de la cultura,
para invertir, a partir de ella, el sentido mismo de la civiliza­
ción y arrebatársela a Cristo.
La convocatoria de Diderot y
D' Alembert inauguraba, pues, una etapa de la historia humana
caracterizada
por el emponzoñamiento de la entera obra social
por el propio hombre.
Esta obra tremenda, algunos de
cúyos significados más pro­
fundos· escapaban a unos hombres ingenuamente racionalistas,
trataba de
aglutioar a la mayoría de los literatos y de los sabios
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de la época -lo que después llamará Gramsci «los intelectua­
les»-: los materialistas, como D' Alembert, Diderot y Helvetius,
Holbach y Grim; los abates librepensadores, como Raynal y
Morellet, Galliani y Mably; los anticlericales racionalistas
y li­
berales, como Voltaite; los republicanos,, romo Rousseau, y una
pléyade de colaboradores más, entre ellos Montesquieu y Tur­
got. Otros «luminosos», sin participar directamente en
su redac­
ción, estaban cerca de sus autores por distintas razones, como
Condillac, que aportaba su filosofía, y Buffon, el naturalista, con
quien era de buen tono contar.
En 1751, apareció el primer tomo de la «Encyclopédie ou
Dictionnaire _raisonné des-sciences, des arts et des métiers· ... »,
con el célebre discurso preliminar de D'Alembert: un cuadro
inicial con el propósitP. de explicar . las razones de tal empresa
y
su maneta de afrontarla :que; condensaba, desde una perspec­
tiva típica en su autor, una reseña de la evolución de los
acon­
tecimientos humanos, es decir, «la suma del sabet de su tiempo».
Siguiendo el plan
del propio D' Alembert, la Enciclopedia in­
tenta el
esfuerzo de ser sistemática a la vez que alfabética, y
sobre
las tres facultades del hombre, memoria, imaginación, ra­
zón, "sa las tres divisiones del orden enciclopédico: la memo­
ria, que crea la Historia; la razón, que produce la Filosofía, y
la imaginación, gestadora
de las Bellas Artes ( téngase en cuenta
que este triple esquema
de D' Alembert ha servido de inspira­
ción
a. casi todos los designios de agresión cultural posteriores
-incluida Gramsci-, que apuntan a la memoria, a través de la
historia, a la razón, a
.. través de la «filosofía» ( de la ciencia· y
de la educación) y, sobre todo, a la imaginación (al «sentido co­
mún» a través de las Bellas Artes). Historia, Filosofía y Bellas
Artes se subdividen a su vez en
las diversas disciplinas y tópi­
cos derivados, sobre la base de las ideas de dos grandes
maes­
tros del pensamiento y de la ciencia europeos: Locke, y, sobre
todo, Bacon, cuyo árbol enciclopédico declara el autor del cita­
do «discurso» habet seguido con algunas modificaciones; no sin
rendir devoto homenaje a otra gran figura inglesa, la de New­
ton, quien, junto con Descartes, completa la lista de los cuatro
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«genios principales que el espíritu humano debe considerar como
sus maestros, genios a quienes Grecia hubiera levantado
estatuás
inclusive si, para hacerles lugar, hubiera debido derribar las de
algunos conquistadores
... ». En 1772 se publicó el vigésimo oc­
tavo y último volumen, seguido por seis más de suplemento que
fueron apareciendo sucesivamente hasta 1780 ( 1
).
La Enciclopedia fue, sin lugar a, dudas, el elemento nuclear
de la primera gran operación histórica de agresión cultural. No
el único elemento, ya que la operación anticristiana de los «fi­
lósofos» tuvo diversos frentes, ,múltiples objetivos, e incluso fran°
cotiradores de avanzada y de retaguardia.
En su conjunto, aque­
lla obra
es el antecedente directo y la inspiradora fundamental
del actual empeño marxista de manipular la cultura.
Si admiti­
mos que el elemento distintivo de las modernas prácticas de
agresión cultural es la intención deliberada de utilizar la cultu­
ra, en cualquiera de
sus facetas, como factor de agresión en el
marco de una guerra sicológica de masas, esta intencionalidad
existía y era explícita entre los corresponsales ,de Voltaire y de
ambos enciclopedistas. También el análisis previo, la delibera­
ción, la selección de objetivos, y la cuidadosa preparación de
la fórmula agresiva
se contaban, como hoy, entre las notas dis­
tintivas de la «Cruzada de la
Filosofía». La única diferencia im­
portante estriba en la ciega fe en la razón que poseían algunos
de entre los «filósofos» del siglo XVIII, fe que, a pesar de sU in­
genuidad, hacía que no todos se rebajaran al recurso de
la menti­
ra sistemática
y que, por tanto, su malicia sea menos infamante
que la de algunos provocadores actuales. Pero, en otros casos,
como el trágico de Voltaire, esta: malicia era semejante, si no· su­
perior, a la de casi todos los estrategas actuales de la agresión
cultural. No ha sido difícil para
la historia establecer la responsabi­
lidad personal de
Fran~ois Marie Arouet como cerebro inspira­
dor, guía, estratega
y epicentro de , aquella vasta conjuración de
todo un siglo. Su guerra personal a Jesucristo,
perfectam~te do-
(1) ALICIA ÜRTIZ, VOltaire y-Rousseau, Cajica; Puebla.
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cumentada en su correspondencia, no es propia de la imagen es­
céptica, filantr6pica y racionalista que se quiere vender. Antes
bien, parece producto
de, una personalidad dominada por el or­
gullo y capaz de unas tortuosidades que lo emparentan con al­
gunos contemporáneos nuestros~
Con Vo!taire en el centro, una red frenética de actividades
culturales
y pol!ticas, sustentada en una serie de personajes es­
tratégicamente situados en posiciones de . influencia cultural o
de poder, se extendió gradualmente por Europa enlazando en
ocasiones con
la masonería inglesa y americana, otras con la sec­
ta de los iluminados de Baviera, y penetrando hasta los consejos
reales, utilizando a ministros
y reyes como Federico II, hasta
ver
realizados buena parte de sus propósitos.
No vamos a entrar en ningún tipo de polémica sobre
la exis­
tencia de esta red y de su propósito y plan de agresión cultu­
ral al cristianismo. Para nosotros ambas cosas están suficiente­
mente demostradas,
y, además, la propia polémica historiográfi,
ca sobre este tema se ha ventilado hasta tal p~nto dentro de la
cancha de la guerra cultural que podemos hacerla parte de la
misma demostración. Lo cierto es que, con mucha frecuencia, la
mentalidad forjada en el taller de los enciclopedistas sigue te­
niendo vigencia en nuestros días. Hasta ese punto puede decirse
triunfadora aquella agresión cultural que «caló» hasta lo
más
profundo de las mentes, imprimiéndole un impulso característi­
co a toda la cultura secularizada moderna. Su victoria, froto de
la tenacidad
y de !a persuasión, sobre aquella Compañía de Je­
sús que desde
el siglo xvr había sido la vanguardia cultural de
la Iglesia es la mejor prueba de la existencia-de. una conspira­
ción
y de su fuerza.
Asimismo, consideramos fuera de toda discursión
la influen­
cia de la operación de agresión cultural de los «filósofos» en
la
preparación ambiental dé la revolución de 1789. Voltaire es el
verdadero padre de la Revolución francesa, y así lo reconocieron
sus protagonistas cuando
llevaron en triunfo sus restos al pan­
teón, tributándole honores que nunca le fueron otorgados a
Rousseau, a pesar de ser éste el autor de su doctrina
pol!tica.
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MEDIT ACION DE LA REVOLUCION FRANCESA
La descristianización de la cultura francesa, el objeto casi total,
mente alcanzado por los enciclopedistas, fue la que permitió, por
la corrupción y desarme
moral. y espiritual de las clases dirigen­
tes, la eclosión revolucionaria. De otra manera, la burguesía, a
pesar de
su adoctrinamiento rousseauniano, jamás hubiera podi­
do romper las estructuras básicas del antiguo régimen.
. Y el secreto del éxito de la Enciclopedia, como el de tantas
otras operaciones de agresión cultural, estuvo en la diabólica
combinación
de «ciencia» y anticristianismo: la mezcla estaba tan
bien lograda, no solo en la Enciclopedia propiamente dicha, sino
en muchas otras de las obras de los «filósofos», que
su lectura
producía, en un medio de tibieza religiosa, una «deliciosa sen­
sación de tentación: la de ser invitados a formar parte
de la
selecta hueste de los pioneros de la nueva era, moderna y racio­
nal, vencedora
de la superstición ... ». Es decir, producía el efec­
to deseado de presentar la evolución del saber como incompa­
tible con
el cristianismo. La confusión que crearon entre moder­
nidad y anticristianismo fue tan lograda, tan compleja, tan
ge­
ner:¡lizada, que provocó décadas enteras de perplejidad en per­
sonajes que necesitaron la sangre
y el terror para sobreponerse
al sortilegio. Esta simbiosis constituyó una madeja tan
difícil de
desentrañar, por no decir imposible, que en el
Syllabus de Pío IX
fue necesario anatemizar sin demasiadas distinciones ni exqui­
siteces.
Ha sido necesaria la .distancia en perspectiva de nuestro
tiempo para que, al cardenal Ratzirtger, proponga una dicotomía
del
~movimiento moderno de liberación», tratando de deslindar
sus «graves ambigüedades» de sus «resultados positivos» (2).
Hoy, la obra de los enciclopedistas sigue estando en el
cen­
tro mismo de la batalla de las ideas .. Su influencia determinante
en la preparación del proceso revolucionario de 1789 suscita una
fuerte corriente de solidaridad entre las distintas versiones
re­
volucionarias actuales y su recuerdo mítico. Pero en esta soli­
daridad hay mucho más que la mera nostalgia
hacia la infancia
(2) Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucci6n sobre
Liber/ad Cristiana y Liberaci6n> I,. 1.
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JUAN CARLOS GARCIA DE POLAVIE]A.
de la · revolución. Los aparatos ideológicos hoy dominantes se
saben herederos directos de 1789. Conocen perfectamente el
nexó procesal que les une por ello con aquella empresa conspi­
ratoria e
intelectual que arruinó la cultura cristiana · de Francia
i de Europa a lo largo del siglo XVIII. Los sistemas actuales son,
pues, los primeros interesados en defender una versión mítica,
bucólica, de lo que aconteció en aquel siglo «de las
luces». Los
sórdidos aspectos conspiratorios, el verdadero talante
de los pet­
sonajes, la cara 'patológica y monstruosa de la «filosofía»,' tan
cruda en un La Mettrie o en un marqués de Sade, serán cuida­
dosamente silenciados, cuando no negados, ejerciéndose para ello
una fuerte presión sobre la historia y
los propios historiadores.
Una presión que, paradójicamente,
se ejerce en sentido contra­
rio
al de la manipulación desmitificadora de los hecho~ medie-
vales.
'
Así, la presión revolucionaria ha llegado, por ejemplo, a su­
gerir la descalificación histórica de obras -como las Mem~as
del abate Barruel-, auténticamente destructivas para su· versión
tirltico-bucól:Íca. Algunos autores se erigen más o menos subrep­
ticiamente en árbitros e intérpretes de una presunta «historiogra­
fía crítica y científica» y arreglan las cosas de tal modo que, in­
cluso autores católicos serios son inducidos a pensar que pue­
den argumentar en base. a un Cochin, a un Gaxotte, eic., pero
jamás sacar a colación las «exageraciones de Barruel1>. Y este es
un mal arbittaje. Porque, precisamente, Barruel es el
testigo di­
recto, el
hombre de la deducción implacable, el gran develador
de
la correspondencia volteriana. Y si Barruel resulta mó1esto -· • ,, -< ; " para algunos, es precisamente porque no .se equivocó en lá ma-
yor parte de sus afirmaciones. Ha sido precisa la aparición de
historiadores de gran talla, sin prejuicios modernistas y. más amane
res de la verdad . que de un sillón en la Academia, para que es­
tas descalificaciones
tan interesadas fuesen a su vez d~ailfica­
das. Después de obras como «La Revolution Fran~se ou les
prodiges du
Sáctilege», de Jean Dumont ( 1985), es necesario
pensare que"el buen abare Barruel si acaso se quedó corto en sus
averiguaciones. Obras como ésta son
las que obligan a Ia agro'-
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sión cultural a cambiar de tácticas, cerrándole el acceso a sus
acólitos al selecto círculo de los historiadores serios.
A pesar de todo
dio o, mejor dicho, precisamente a causa
de todo
dio, es preciso iluminar con una linterna mucho más
crítica que las habituales, el fondo oscuro que oculta los mane­
jos de los «filósofos» franceses del grupo enciclopedista. No po­
demos permitir que esas sobras confundan lo espontáneo con
lo deliberado. Si tenemos el convencimiento de que, con el círcu­
lo de Voltaire y sus amigos y corresponsales, nos encontramos
ante la primera operación de envergadura histórica en el terreno
de la agresión cultural, es porque podemos advertir nítidamente
en ellos y en
sus actividades ese .aspecto conspiratorio, de orga­
nización y de conjura, que distingue a toda práctica de este tipo,
y que les distingue a ellos
netamente del grueso de la corriente
de la Ilustración. Ellos, ciertamente, navegaron a favor de esa
corriente, participaron, junto a otros muchos, de un flujo de
ideas que
venían de atrás y que nadie podia reclamar como su­
yas.·
Pero, a esa corriente y

a ese flujo, que por lo general son
hostiles. a la
religión como consecuencia espontánea de un ra­
cionalismo omnipotente, Voltaire y su grupo añaden algo más:
añaden un propósito deliberado de subvertir el orden social, de
expulsar al cristianismo de la cultura, e incluso de
servirse de
esta
última como un medio para acorralar a· la Iglesia primero,
y para· aniquilarla por completo después. Y para poner en prác­
tica ese designio
se organizan con todo cuidado y secreto, pla­
nean,
se· distribuyen los trabajos y se mantienen en contacto me­
diante una correspondencia constante, llena de sobreentendidos,
de claves y de seudónimos. Una correspondencia abrumadora­
mente elocuente que revela no solo tenacidad, sino, además, una
direoción centralizada y previsora ...
Una dirección encarnada en Voltaire, quien a lo largo de sú
ázar<áisá vida maneja los hilo$'. de la agresión cultural desde sus
distintas
residencias a través del correo. Sabemos que, en su
residencia suiza
de «Las Delicias», en Ginebra, su corresponden­
cia sumaba cerca de cincuenta
mil cartas, que ocupaban cien. Je-
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JUAN CARWS GARCIA DE POLAVIEJA
gajos cuidadosamente guardados junto a su dormitorio (3 ). Si la
mayor parte de esa correspondencia no
se hubiera perdido -u
ocultado--, tendriamos el mapa de la red de agresión cultural
que intentó la descristianización de Europa. Ese mapa que Ba­
rruel trató de reconstruir a partir de algunas cartas, y que da
idea del talento estratégico de Voltaire, capaz de inspirar anti,
cristianismo a simples admiradores como de exigir eficacia a sus
iniciados.
El libertino aventurero .veneciano G. Casanova, cuyas
me­
morias muestran el tipo de sociedad sobre el que se desplegaba
la acción de los enciclop_edistas, peregrinó a «Las Delicias» en
17 62 para visitar al «gran hombre». Voltaire contaba entonces
sesenta y seis
años y, aunque había aflojado un tanto su ímpetu
organizador de impiedades, era el líder indiscutido de la
«re­
pública de las letras» y estaba en su mejor momento conspirato­
rio. Aunque Casanova se guardó de contar muchas cosas, nos
deja asomamos a conversaciones como la siguiente:
V oltaire: Sí Horado hubiese tenido que combatir la hidra de la
superstición, habr!a escrito para todo el mundo, como yo ( 4 );
Casanova: Me parece que podríais ahorraros combatir lo que
nunca podréis destruir.
Voltaire: Lo que yo no podré terminar otros lo continuarán, y
yo tendré siempre la gloria de ser el que empezó. ·
Casanova: Está muy bien; pero supongamos que lográis destruir
la superstición, ¿con qué
la sustituiríais?
Voltaire: ¡Esta es buena! Cuando libero al género humano de
una bestia feroz que le devora, ¿puede preguntárseme qué
pondré en su lugar?
El mismo Casanova nos cuenta que Voltaire tenia la
Summa
de Santo Tomás sobre la mesa de su dormitorio, bien a mano ... ,
y que
había tomado a sueldo a un jesuita llamado Adam. Todo
(3) Lo cuenta G. Casanova en sus Memorias, pues Voltaire personal­
mente se las mostro.
(4) Para las masas ...
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ello resulta extremadamente interesante, teniendo en cuenta que
ese mismo año
17 62 había comenzado en Francia la expulsión
de los jesuitas, después de una
larga conjura con inextricables
tortuosidades,
cuyo cerebro era el propio Voltaire. Haber insta­
lado su cuartel general en la frontera franco-sui2a, alternando en­
tre
el castillo de Ferney y «Las Delicias», es muestra también
de un gran talento estratégico
... , y de un buen conocimiento de
las ventajas que dicha posición le reportó a Calvino. Al fin y
al
cabo la intencionalidad tiene semejanzas ...
Por allí desfilaron innumerables personajes, aunque no todos
tan despiertos como Casanova.
El duque de Villars, un viejo
homosexual y
corrompido; el landgrave de Hesse; el marqués de
Florián; el .caballero de Boufflers; el abate Morellet

( que está
en todo); Turgot, D'Alembert, La Harpe, Grétry, etc.
Su fama
y la variedad de gentes atraídas por ella, sirvieron a Voltaire para
darle un tinte cosmopolita
y honorable a su sórdida guerra se­
creta.
Con el esquema trazado por D' Alembert para la Enciclopedia
como base, la agresión cultural de los «cruzados» se desplegó
en abanico para abarcar la
filosofía; la ciencia de la naturaleza,
la exégesis, la moral y la disciplina religiosa, la crítica histórica,
la poesía,
el teatro y la novela. Apenas hubo arte alguno de la
época que sirviera para comunicar algo, que fuese olvidado por
Voltaire
y sus gentes. En ocasiones enguadaban a plumas ajenas
por completo a sus intenciones, para escribir por ellos un
li­
belo, verter· una idea disolvente, lanzar una crítica previamente
sugerida
... , seduciendo a los «tontos útiles» del momento con
el brillo de
sus oropeles literarios. Había quienes se prestaban
más o menos conscientemente a ello, con la sola esperanza de
verse premiados con una carta del «gran hombre». Así consi­
guieron darle, en menos de veinte años, a la cultura europea un
sentido ferozmente agresivo contra la religión católica.
Las ideas educativas de
Voltaire estaban inspiradas, en par­
te, en los «Thoughts on Education» (
1693) de John Locke, cuyo
empirismo sensista -sobre todo a través del «Ensayo sobre el
conocimiento humano»
(1690)---fue, junto con el pensamiento
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de Spinoza, el arsenal primitivo de ideas de todos los· filósofos.
En sus «Thoughts», Locke aboga por «un espíritu sano eu un
cuerpo sano» como fórmula de una educación cuyo objeto es la
«felicidad».
Una felicidad de horizontes estrechamente natura­
les ....
(5). Pero los agravios juveniles de Arouet contra los je'
suitas y su método debieron influir también en su programa para
ese área. Con la publicación del «Essai sur les moeurs» (1753) el
mundo conoció que,
para Voltaire, el objetivo de la educación
era
«la conquista de la felicidad»: una felicidad que Voltaire sitúa
en el equilibrio entre lo espiritual
y lo grosero ••• El sentido bá­
sico de estas concepciones, sobre todo en lo tocante a la «salud»
física propugnada
por Locke, pasará a Juan Jacobo Rousseau
quien, a pesar de sus reneillas y quisquillosidades,
se contará
entre los ciento cuarenta colaboradores «de
confianza» de la En,
ciclopedia. El va a elucubrar sobre ellas su «Emilio» (1762),
inaugurando
una corriente educativa paralela a las sucesivas rup­
turas revolucionarias, que prosiguen Ferdinando Galliani, Chris'
tian G. Salzmann ( el de «Himmel auf Erden» y «El libro de las
hormiguitas») y J.
H. Pestalozzi, que será el primero en recia,
mar el monopolio del Estado sobre la educación ( 6 ).
Cuando entraron a saco en la exégesis, los «cruzados» tenían
el terreno bien preparado por Spinoza, por Fontenelle y por R.
Simon.
Baruch Spinoza había afirmado, en su «Tratado teológi­
co-político» (1670) que
la enseñanza oral de los profetas bíbli-.
cos era consecuencia necesaria de no haber recibido éstos más
que imágenes sensibles, y no una inteligencia espiritual.
Había
que considerarles, por tanto, «seres imaginativos», y no inteli­
gentes ni pensadores... En 1696 apareció en Inglaterra el cé­
lebre libelo de John Toland contra los misterios del cristianis­
mo,
un subproducto del esoterismo orangista que ya anuncia por
(5) ]OHN LocKE, The Educational Writings, Cambridge, .Univ. Press,
1968 (trad. de ELSA CECILIA FaosT).
(6) JoHANN lIEINrucH PllsTALOZZI (1746-1827): autor de las obras
Leotlardo y Gertrudis (1781-7) y, sobre todo, Cómo educa Gertrudis a.sUS
hiios (1801 ).
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su estilo el alumbramiento de la masonería (7). Voltaire conoció,
probablemente, aquel
libdo dutante su estancia en . la isla, en
1726-1729. Quizás, por ello, vamos a encontrar profusión de
libdos similares en talante y composición, inundando Francia
entre
,1760 y 1780, y las mismas ideas repetirse hasta la sacie­
dad, incluso en el «Pére Duchesne» de Jacques Hébert, en plena
revolución. Bernard
Le Bovier de Fontenelle (1657-1757), con sus obras
«Historia
de los oráculos» ( 1687); la sátira «Rdación de la Isla
de Borneo» ( 1686) y, sobre todo, «Conversaciones sabre la plu­
ralidad.
de los mundos» (1688) --que le convierte en un pre­
decesor
directo de E. von Daniken-había, a su vez, tratado
de desacreditar, «desmitificándolos», casi todos los. dogmas de
la Revelación. El sacerdote francés Richard Simon, con su «His-.
toria crítica del Antiguo Testamento» (1678) y, su .traducción
comentada del Nuevo Testamento, apatecida
en 1702, había ini­
ciado la .crítica historicista de la Biblia, quizás sin la pondera­
ción
necesatia para poner su trabajo fi;era del alcance manipu­
lador
de los «filósofos» de la siguiente generación. El campo es­
taba, pues,, bien abpna4o a mediados del siglo XVIII para una
siembtfl. general
de incredulidad. en base a . unos cuantos tópicos,
«exegéticos».
Los «cruzados» de la filosofía procedieron con orden y mé­
todo a esta. siembra de incredulii;lad, Una siembra que, pata ga­
nar en eficacia, fue ·diversificada al máximo. En lugar de elabo­
rar
nuevos grandes tratados críticos, que hubieran sido altamen,
te vulnerables -tanto a la censuta como a la respuesta de una
Iglesia ya
algo «amoscada» por esas fechas--, se procedió a mul­
tiplicar las ironías, las insinuaciones y las butlas, intercalándolas
en todo tipo de obras, «oportune atque inportUDe». Paralélamen­
te comenzó la publicación de folletos
y libelos de fácil impresión.
y distribución, algunos de los cuales llegaron hasta España ocul­
tos
en muebles importados por las sociedades .ilustradas.·
No se escatimaron medios para debilitar a la Iglesia; aeosán-
(7) La Logia de Londres se fundó en 1711 .•
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dola en múltiples frentes y contando con complicidades en casi
todas partes. La propia censura real, la de los parlamentos, y,
probablemente la de la Sorbona, estaban infiltradas por amigos
y simpatizantes de los
':«cruzados». No en vano ellos eran la van­
guardia de la moda intelectual. Una moda que muchos no se atre­
vían a imitar en todos sus «excesos», pero que era necesario to­
lerar y encontrar simpática para ser «del siglo». Así se explica
que fueran censores personajes como Brienne, cómplice de Vol­
taire en la conjura contra las órdenes religiosas, o Cre'billon, con
su ama de llaves como lectora y sus gatos
... Sería importante lle­
gar a conocer con precisión, por ejemplo, quién inspiraba a J. N.
Hontheim, obispo de Trier,
alias «Justinus Febronius», que tan
«oportunamente» va a lanzar a la luz su obra «De statu ecclesiae
et legitima potestate romani pontificis» (1763) -de la que se
retractará en 1778, para reincidir inmediatamente
... -, que va
a jugar un importante papel contribuyendo a aislar jurídica y di­
plomáticamente a la Santa Sede en los días más álgidos de pre­
siones contra
la Compañía de Jesús, del regalismo, del josefinis­
mo austriaco, etc. ¿Fue simplemente una obra
espontánea, fruto
de
la tibieza eclesial de un sector del clero ilusrado alemán, mi­
metizado por el protestantismo? ¿ O hay que pensar en algo
más ... , quizás en la red tejida en Alemania por Voltaire, o en
los
manejos iluministas de Adam Weishaupt desde Ingolstadt?
A quienes se
hallan asoinado al hormigueo subterráneo del si­
glo XVIII, donde hay tan pocas cosas espontáneas, no les extra­
ñará que nos hagamos esa pregunta.
Lit moral será el objetivo propuesto al grupo de los materia­
listas,·

que son, todos ellos, aspirantes a moralistas.
En sus ma­
nos, como dice Balmes, se irá difuminando hasta convertirse en
una ilusión (8). Helvetius
-euyas aventuras galantes hicieron
época en los salones--, con sus obras «De !'Esprit» (i751) y
(l'Homme) (póstuma), quien
merece mención extraordinaria en
un libro dedicado af hedonismo, ya que, para él, el objeto de la
sociedád
es «procurar él inayor pla= posible y la mayor can-
(8) JAIME BALMES, Filosafla fundamental, lib. VIII, cap. I.
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MEDITACION DE LA REVOLUCION FRANCESA
tidad de felicidad al mayor núniero de ciudadanos ... ». Holbach,
que tampoco responde a la descripción que nos hace
la Historia
de Cambridge, cuyo pensamiento refleja más odio que ateísmo, y
cuya obra «El crisrianismo desenmascarado» (1761)
es la revela­
ción
de «racionalismo» más elocuente jamás escrita. Y J. O. -de
la Mettrie; aquel médico materialista autor de «El hombre má­
quina», que con «L'Art de Jouir» (1751) propone el amor libre
y el placer animal como principio de vida, y que predicó con
la
práctica, escandalizando a media Europa y falleciendo de «deli­
rium tremens» y de indigestión tras una orgía. Toda esta siem­
bra acabará fructificando
en la edificante filosofía de tocador
del marqués de Sade, que es,
sin duda, el materialista más re­
presentativo de la escuela, aunque, inexplicablemente, críticos tan
liberales como
Alicia Ortíz no se acuerden de él. ..
El frente histórico estará á cargo del propio Voltaire, quien,
desde su
juventud, ha desarrollado un esquema preciso de lo que
debe ser una historia racional
... , y de cómo puede narrarse ésta
de tal forma que predisponga los ánimos contra «el infame».
Este frente estaba ábierto por el propio Voltaite, Montesquieu
y otros desde mucho antes de tomar forma
la «cruzada» de la
filosofía.
Era la verdaderá especialidad de Voltaire y su gran
hallazgo táctico;
lo que virtualmente le convierte en precursor,
si no en inspirador, del empeño marxista por manipular la his­
toria,
explícito en Gramsci ( 9 ), Fossaert ( 1 O) y otros.
Ya desde 1728 Voltaire tenía escritos «La
Henriade», la
«Historia de Carlos
XII» y «La doncella» -aunque esta últimá
obra no se había atrevido a publicarla, siguiendo los consejos de
Emilia de
Chatelet-, así que, en 1751 era un verdadero ex­
perto en saquear el pasado y -hay que decirlo con claridad-,
un maestro de la mentira. Con la publicación de «El siglo de
Luis XIV» (1751) y la de «La doncella» (1755), Voltaire con­
tribuye
personalmente a la «cruzada», disponiendo en el frente
(9) A. GRAMscr, Arte e folklore (A cura di Giuseppe Prestipino), New·
ton ,Compton Editore, Roma, 1976, págs. 8 a lL
(10) RoBERT FoSSAERT, La société, tomo VI, Les structures id~
giques, Editions du Seuil, París, 1983.
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JUAN CARLOS GARCIA DE POLAVIEJA
histórico lo mejor de su artillería gruesa. Esta . batería histórica
volt<:riana merece un breve comentario:
En. la epopeya «Henriade», Voltaire nos ofrece una descrip­
ción. interesantísima de la figura histórica de Enrique IV de Fran­
cia, el instaurador
de la dinastía borbónica. Este monarca, para
quien París «bien valía una Misa», es presentado como el gober­
nante ideal, ilustrado, tolerante, galante y mujeriego, nada bea,
to y, sobre todo, «vencedor del fanatismo religioso». Voltaire
muestra ser plenamente consciente de
cu.Ues son los auténticos
orígenes del proceso anticristiano en Francia
. (U). Aplaude en
el
bearnés precisamente esa implantación del principio bodiniano
de «soberanía», que
· sirvió como resorte para sacar a Francia
del orden cristiano y
dé su défensa, para colocarla al lado de la
revolución religiosa en la diplomacia europea, y para edificar el
absolutismo galicano del
xvrr. Aplaude, en realidad, la primera
gran contradicción de
la monarquía francesa, madre de todas.
las demás .
. Y con «La doncella» (la Pucelle), Voltaire nos da la medida
auténtica de
su talante y de su intencionalidad, Esta obra sobre
Santa Juan de Arco, repugnante suma de burlas,
de malignidades
y de blasfemias, en la que el autor hace gala. de un odio y un
desprecio sin límites · hacia el cristianismo, hacia la caballerosii
dad, hacia el bello sexo, hacia la verdad histórica y hacia la pro­
pia Francia cristiana de otros tiempos, es indudablemente
la obra
de un espíritu tortuoso. Voltaire apunta en ella directamente
al
símbolo. A la mujer que idealizó el patriotismó en su expresión
más cristiana. Y trata de ensuciar su fe, su femeneidad y sus vir­
tudes; su valor y
su heróico martirio. Es una obra que ningón
verdadero francés puede leer sin vergüenza, y ningón . hombre
sin experimentar desprecio hacia el autor de tal bajaea. Y
es una
obra esencialmente mentirosa por la consciente tergiversación
· de
una
biografía perfectamente documentada ya en el siglo XVIII.
Es, otra ve,,, un caso típico en la agresión cultural, que reúne
(11) J. C. GARCÍA DE PoLAVIEJA, Meditaci6n de la Revoluci6n fr••·
ceS11, ·-l. «Las 'contra.dicciones», en ·Verbo, núm. 231-232, enero-febrero
1985, págs. 151-174.
106
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MEDITACION .DE LA REVOWCION FRANCESA
todas ·.Jas condiciones necesarias para ser considerado anteceden­
te de las prácticas actuales.
En «la Henriade» y en «la Pucelle», esos dos polos de la
obra histórico-poética de Voltaire está, quizás, el secreto no su­
ficientemente meditado del destino histórico de Francia. La cul­
tura gala tendrá que elegir, tarde o temprano, cuál de las dos
figuras debe ser «desmitificada».
Este frente histórico de
,la «cruzada de la filosofía» va a te­
ner un desenlace dramático. Antoine Nicolás de Condorcet, el
hombre más influenciado por el «humanismo» de Voltaire, el ver­
dadero creyente en las divinidades modernas, va a pagar su fe
con el «suicidio», declarado por los jacobinos enemigo del pro­
greso. Así, el autor del célebre «Esquisse
d'un tableau historique
des
progres de !'esprit humain» ( 1794) tendrá o¡,ortunidad de
meditar esos momentos de las grandes
sin=idádes, frente a la
realidad de la muerte que tantas vanidades destruye.
jOjalá haya
tropezado· en esos últimos instantes con el amor de Jesucristo.!
;
Cuántos otros de su generación crecieron en el odio al pasado
y en la espera
de un futuro de luz y progreso destinado a con­
. quistarse a golpe de guillotina y al · precio de sus propias cabe­
zas! ;Qué gran responsabilidad la de Voltaire, que educó a aque­
lla generación con obras como el «Ensayo sobre las cosrumbres
y el espíritu de las naciones» (1756)!
Una verdadera saña contra el
espíritu y la memoria de la
cristiandad medieval fue impuesta como signo de la historia. Un
signo que conserva todo su
podet destructivo cuando, a 6nales
del siglo :xx, las grandes masas del mundo son educadas sin me­
moria ...
Y ya en el campo de la literatura, ¿qué diferencia hay -si
es que existe alguna-entre novelas como «la Religiosa», de Di_.
derot, y «El nombre de la Rosa» (1980), de Umberto Eco? ¿Aca­
so no es la misma intencionalidad anticristiana, quizá depurada y
más sofisticada en la pretensión estética e historicista de Eco?
En ambas, la paz de los claustros monásticos es expuesta al he­
donismo de una sociedad corrompida,
deformados sus tiempos y
vivencias con la grosera procacidad
de plumas prostituidas. . . O
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JUAN CARLOS GARCIA DE POLAVIEJA
eli el teatro, donde la lacrimogenia del melodrama familiar bur­
gués -recordemos «El padre de familia», del propio Diderót-,
esconde la insurrección anti-evangélica del sentimiento «román­
tico»; y, además, inaugura la pretensión de penetrar desde la
ficción hasta la
sentina dé la conciencia familiar cristiana {12),
La «cruzada de la filosofía» puede darse por concluida en
1772,
año en que se publica el último volumen de la Enciclope­
dia. En 1770 ha caído en desgracia el duque de Choiseul, cóm­
plice de los «filósofos»; en 1774 muere Luis XV, quien presidió
la descristianización cultural de su reino; en 1778 le llegará la
hora al propio Voltaire,
de cuyos arrepentimientos finales es me­
jor no hablar. Las musas de los salones, madame de Geoffrin,
madame
Du Deffand, que tan exquisitamente presidieron la obra
divulgadora de los «cruzados», van desapareciendo a su vez, para
dejar
paso a otras musas como madame Necker, madre de ma­
dame de
Stael, menos espirituales quizá, pero más comprometi­
das.
Los salones y las mismas sociedades de pensamiento ceden
su lugar a las logias.
La agresión cultural ha sido un éxito y
pronto dejará de ser necesaria: la república de las !erras aban­
dona el escenario, que
pronto será ocupado por la república de
las bayonetas. La agresión cultural pierde altura. Las clases di­
rigentes francesas ya han sido descristianizadas y la burguesía
del contrato social las desprecia mientras hereda sus
. vicios. Los
tratados ceden su lugar a los panfletos; la correspondencia a la
propaganda;
la especulación en las veladas a la agitación febril
y a la conspiración política. Muchos corresponsales
de Vo!taire
se adaptarán con éxito a estas transformaciones:
el patriarca se
va
pero la obra continúa. La francmasonería va a darle el impul­
so definitivo a la agresión cultural, en los mismos talleres don­
de se prepara la revolución política. La Logia de las Nueve Her­
manas, operando desde 1776, sirve
de eslabón entre las dos
etapas.
En ella Helvetius, La Charolais, Franklin, Lavoisier, Four­
croy,
Buffon; Dupont .de Nemours, Lalande y otros, van a hacer
(12) Pretensión apuntada eri C. MoNSIVAIS, Cultura urbana y creaci6n
intelectual, eri Casa de las Amériéas; núm. 116, 1979.
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MEDITACION DE LA REVOLUCION FRANCESA
realidad muchos de los objetivos de Voltaire, admitido en ella
casi
a título honorífico.
Hacer un
balance y un juicio analítico de aquella cruzada de
los modernos sofistas
es hoy uno de los objetivos inmediatos del
pensamiento católico.
Han transcurridos doscientos años desde
la revolución francesa, proporcionándonos la suficiente petspec­
tiva
<:0mo para calibrar sus perfiles reales y su auténtica in,
fluencia en los destinos humanos. No cabe ya ignorar o disimu­
lar el sentido esencial de aquella gtan conmoción histórica, ni
eludir una valoración crítica de los procesos políticos y socia­
les abiertos por ella. Estos procesos han estado salpicados de
guerras
ideológicas y económicas frecuentemente deshumaniza­
das y de destructividad creciente. Y al mismo tiempo, el inma­
nentismo impuesto al horizonte humano ha sido un factor
re­
tardat dose
a poner en peligro el escenario de la vida, e incluso la
propia existencia del hombre, amenazada nuestra
. especie como
jamás lo estuvo por las armas de exterminio y, sobre todo, por
la sugestión demoníaca que justifica e impulsa el homicidio en
las fuentes mismas de
la vida. La aventura de la autosuficiencia
humana y de
la insubordinación contra Dios ha fracasado ya en
todos los órdenes; se encuentra hoy en un estado de petplejidad
filosófica muy cercano a la mala conciencia, y
sin embargo -con­
tando con estructuras de poder y con el recurso mágico y conso-.
lador de la «tecnología,.C-, ni reconoce su fracaso, ni es capaz
de la humildad necesaria para los auténticos diagnósticos y
so­
luciones ...
Vivimos una conyuntura histórica de plenitud y de vigilia
para
la Iglesia entera de Cristo. Una coyuntura que, plantea a
los cristianos con claridad
la doble exigencia, erizada de dificul­
tades, de abrazar al mundo con un amor sin reservas y, al mismo
tiempo, y en virtud de ese mismo amor, preservarle la
verdad
histórica,
que ha sido dimensión opetativa y temporal para la
Vetdad eterna y absoluta, y
transmitírsela cueste lo que cueste,
a pesar del estruendo
de la anti-Palabra ( 13 ).
(Í3) KARoL WOJTYLA,. Sign~ de contradicción, ~p. IV.
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JUAN CARLOS GARCIA DE POLAVIEJA
No creemos que pueda discutirse a estas alturas que la in­
subordinación contra Dios accedió al plano político con la revo­
lución
francesa. Los procesos abiertos en 1789 fueron la brecha
definitiva por la cual el anticristianismo irrumpió en las insti­
tuciones, esperando anegar desde ellas
el mundo. Las justifica­
ciones y distingos que aún se hacen de 1789 desde sectores del
pensamiento «de inspiración cristiana» parten por lo general de
un conocimiento insuficiente de
la naturaleza de aquella revoiu­
ción. La revolución francesa de 1789 es la fusión más ejemplar
de la mentira y del crimen sustanciales, elevada a la categoría
de mito histórico.
Las repetidas condenas del magisterio de la
Iglesia no son en este caso sino reflejos de
la propia verclád
histórica y de su veredicto negativo. Y, aunque algunos parezcan
no entenderlo, la verdad histórica
no es negociable ( 14 ).
En la justificación histórica de la revolución francesa· de
1789
se confunden habitualmente dos aspectos diferentes, lo
sucedido entre 1789 y 1795, o
sea la revolución propiamente
dicha, y su dimensión histórica o sentido en
el devenir humano.
Hay una repugnancia
más o menos velada, aunque perfectamen­
te natural, a asumit como positivos los desmanes y excesos de
todo tipo en que
se resume el primer aspecto histórico con­
creto, Por lo general el anecdotario histórico se rehuye, se pasa
por alto, o, todo lo más, se trata de explicar como un «mal ne·
cesarlo» para «alumbrar» una «nueva humanidad». El segundo
aspecto, por
el contrario, se asume, se defiende e incluso se
exalta hasta las nubes.
Es
decir, hay una tendencia general a ocultar la sordidez de
los hechos concretos, o a justificarla por su sentido histórico a
largo
plazci.
Dicha tendencia no es otra cosa que, · una mitificación·. Y
como tal debe ser considerada
... Porque si bien los hechos ·con­
cretos son de una estremecedora vesanía, lo peor· no radica a
pesar de
todo en. ellos, sino precisamente en el sentido trascen­
dente o profundo de 1789
en el devenir humano. Es ese sentido,
(14) La primera condena se produjo ya en 1791, con motivo de la
Constitución civil del clero.
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MEDITACION DE LA REVOWCION FRANCESA
que supone esencialmente una negación teológica y una rebeldía
radical,
el que identifica a la revolución francesa como amane­
cer o inicio de una «nueva era». Y debe tenerse muy presente
al considerar este tema que
la inspiración medular de esa «nue­
va era» no depende de buenas intenciones posteriores, sino del
sentido preciso que sus protagonistas históricos quisieran darle
...
De hecho, el que los últimos dos siglos hayan visto momet1-
tos de paz, y que se hayan alcanzado logros positivos en diver­
sos órdenes del desarrollo humano, no es fruto de 1789, antes
bien
es resultado de Ja resistencia vitál de la propia naturaleza
de la sociedad humana: se debe precisamente a que la revolu­
ción no ha podido imponerse en
los estratos íntimos del hombre.
Nuestra situación
actual, tan buena o mala como se quiera, solo
es deudora de la revolución francesa en
lo malo. "
En 1789, la inspiración filosófica y la
intencionalidad son
inseparables de los hechos. Son el presupuesto 'necesario
de 'los
hechos. Y los cristianos debemos ser plenamente conscientes· de
que esa casualidad es la clave de toda valoración. Porque no
solo identifiéa ·la verdaderá dimerisión · de 1789, sino que es ne­
cesariamente aplicable a todas las «ptaxis» revolucionarias.· La
advertencia evangélica, . «por sus frutos los conoceréis ... »; co­
bra un sentido preciso al aplicarse a la relación de causa-efecto
entre
las utopías inmanentistas y sus correspondientes «ptaxis,..
La elocuencia de estas califica a aquellas.
Y la justificación de 1789 está íntimamente unida a la rle­
cesidad de hacer prevalecer una interpretación muy precisa de
la historia: la. interpretación antropocéntrica-positivista eh' sús
distintos matices. Esa interpretación que pretende hacer del
pro­
greso humano la medida de un alejamiento gradual de Dios y,
por ende, de la fórmula
social de los siglos teocéntricos. Inter­
pretación
elaborada en sus líneas esenciales por la historiografía
ilustrada, y no solo no reñida con la marxista, sino completadá
y radicalizada por ésta.
El reconocimiento del sentido verdadero de la historia
mo­
derna, de su significado real, es presupuesto necesario a la acción
eficaz de los cristianos en el mundo: también en la historia fa
lli
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JUAN CARLOS GARCIA. DE POLAVIEJA
verdad es «la realidad de las cosas». Los hechos pasados están
presentes aote nosotros
en la realidad trascedente de 1a Iglesia
triunfante:
una Iglesia cuyo tesrimonio no debe ser manipulado.
La revolución francesa de 1789 no fue, en suma, la supera­
ción liberadora del absolutismo monárquico
-el coa!, a su vez,
no era una reminiscencia . «feodal», sino un producto moderno
de
la ruptura religiosa del orden cristiaoo-, sino que, por el
contrario, supuso la secularización y apoteosis
de ese mismo ab­
solutismo, con
la sola s1.1stitución del titular de la soberanía, y
la apertura
de un vértigo histórico totalitario.
El juicio aoalítico de la «cruzada de los filósofos» tiene, pues
que partir de una consideración realista
de la magna operación
de agresión cultural.
El verdadero significado de esta puede ya
discernirse con cierta precisión: la operación de los enciclopedistas
es. el resultado m~u¡,o de las contradicciones fraocesas del si·
glo XVII, y es, al .mismo tiempo, el aotecedente más determinaote
y el presupuesto necesario de
la. revolución político-institucional
de 1789
...
La etapa de la !,istoria de Fraocia que culmina en 1789 se
nos muestra así como
un desarrollo coherente, como un proceso
de desvirtuación interna del régimen social, que
arranca de la
l!ladurez adquirida por el reino en el siglo xv y desemboca, a
través
de un lento vaciamiento de sus contenidos cristiaoos, en
la subversión y
en la quiebra total de 1789. Siel punto de par­
ti\la nos muestra
una Francia pletórica de fe y de energías, que
claramente
se. yergue de su postración política contando con la
p~ección del cielo -con Juaoa de Arco-, primero, y con la
habilidad de Luis
XI más tarde, esa misma potencialidad espi­
ri,tu.d y política se va a ver distorsionada en la segunda mitad
del siglo siguiente
(XVI), coaodo la corona, desbordada por los
efectos internos y diplomáticos de las guerras
de religión, sucum­
ba a la grao tentación del aconfesionalismo práctrco. Porque es
un verdadero aconfesionalismo operativo lo que la escuela de los
«políticos» despliega ante
1a acorralada Casa de V alois, y lo que
va a ser asumido por Enrique
IV como doctrina «superadora»
de las guerras religiosas internas. Un aconfesionalismo operati-
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MEDITACION DE LA REVOLUCION FRANCESA
vo cuya justificación teórica encuentra precedentes y puntos de
apoyo en todas las viejas incoherencias «angevinas» y «galicanas»
que acompañaron
,,-sin lograr desvirtuarlo-, el madurar bajo
medieval de Francia como monarquía
lll!cional.
Estas incoherencias antiguas cobrarán valor de precedentes en
la elaboración teórica del absolutismo, realizada por los juristas
del «tercer
estado" a comienzos del siglo XVII, y tefiida de una
intencionalidad anti-papal muy cercana a las posiciones cismáti­
cas de los teóricos ingleses del «derecho divino
de los reyes». El
absolutismo francés nace así emparentado con la
dialéctica revo­
lucionaria
de contracciones desencadenada · por los errores nomi­
nalistas subyacentes en el protestantismo.
Y el absolutismo
monárquico es la gran contradicción origi­
naria que
conducirá a Francia hasta la revolución de 1789. Su
hipertrofia del sentido
de la monarquía supuso una profunda des­
cristianización de la operatividad real de las instituciones fran­
cesas. La hipocresía esencial que apenas ocultaban las fórmulas
«cristianísimas» de los
reinados del XVII, alimentada por un error
doctrinal de
naturwa destructiva, se propagó en sentido descen­
dente desde la corte y los parlamentos a buena
· parte de las cla­
ses intelectuales y dirigentes francesas. Las últimas décadas del
rey Luis XIV, en las que la corona
ha ~elido ya ante el país
toda su ejemplaridad y su propia identidad sustantiva cristiana,
verán
el resquebrajamiento general de esta hipocresía esencial,
de cuya corrupción íntima surgen las generaciones escépticas a
las que el racionalismo filosófico proporcionará armas.
Voltaire y las sucesivas generaciones
de comienzos del XVIII
son el producto espiritual de una sociedad ya descristianizada en
la contradicción íntima del absolutismo. El clima moral en que
crecen las clases dirigentes del
XVIII es hipócrita y contradictorio,
porque emana
de una corte que lo es, a su vez, medularmente. El
absolutismo, que
es mofa secreta pero real de la realeza de Cristo
y de los derechos de la Iglesia, es
el verdadero educador de aque­
llas generaciones que crecieron gravitando en· torno
al trono. Y
no hay que creer que lo más disolvente de aquella educación «mo­
narcocéntrica» fue el mal ejemplo de la vida desordenada de los
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JUAN CARLOS GARCIA DE POLAVIEJA
reyes, por grave que este fuera, ya que esta vida solo era uno
más de los síntomas del mal ejemplo esencial: la divinización pa­
gana de la persona física del rey y de su voluntad, heredada del
protestantismo y anglicanismo, y cínicamente deformante del
sen­
tido ministerial de la realeza. En la perversidad más o menos per­
cibida o inconsciente
de ·aquella deformación es donde hay que
buscar el ejemplo más pernicioso. Porque, además, la mayor par­
te de
los problemas que envenenaron la vida espiritual de Fran­
cia, en aquella época ~sputas, jansenismo, quietismo, etc.-,
tuvieron su origen en una u otra forma en situaciones provocadas
por el absolutismo,
y· carecieron de toda posibilidad de solución
verdadera por la tremenda mediatización de la iglesia galicana,
prendida en las redes del mismo absolutismo.
El racionalismo nunca habría sido capaz, por
la sola fuerza
de su criticismo
filos6fico, de amenazar como lo hizo el edilicio
teórico sobre el que se asentaba el «antiguo régimen». Si la ame­
naza se convirtió en critica y demolición implacable, fue debido
a que aquel edilicio
teórico, tras la fachada de grandeza aparen­
te, escondía una íntima contracción doctrinal y era
ya una ruina
espiritual y política.
En la desfachatez con que se monta la
agresión cultural de
la «cruzada de
la filospfía» está implícita la conciencia que Vol­
taire y sus amigos tenlan de las contradicciones internas que ha­
cían del sistema un engendro indefenso.
El desarrollo histórico del proceso revolucionario en Francia
apunta
así una serie de rasgos que lo convierten en caso proto­
típico entre las revoluciones
. anticristianas modernas: sus pasos
suelen
repetirse en todas, lo que convierte al caso francés en ideal
para el estudio.
Este proceso
se nos muestra, pues, estructurado en tres eta­
pas nítidamente diferenciadas:
Las contradicciones, . al principio, durante los siglos XVI y
XVII, que suponen la pérdida de identidad, desvirtuaci6n y con­
siguiente indefensión del antiguo régimen.
La
agresión cultural, inmediatamente, en el siglo xvrrr, que
es una
vei:da<:lera conjura de sofistas, montada sobre el impulso
114
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MEDITACION DE LA REVOWCION FRANCESA
filosófico de la Ilustración, que supone la explicitación de las
anteriores contradicciones; que es posible gracias a ellas, y que,
al descristianizar la cultura, redondea la pérdida de identidad del
sistema y asegura definitivamente
su indefensión.
El asalto político, por último, es decir, la revolución pro­
piamente dicha, que, a partir de 1789, aprovecha la indefensión
profunda del régimen y constituye por
sí solo un proceso carac­
terístico de progresión y retroceso en su radicalidad.
Y estas tres etapas son, solamente,
el punto de arranque, la
primera y magna fase histórica del drama moderno de Francia y
de Europa: el
drama que no ha visto aún representarse su últi­
mo acto. Las alternativas han llenado los siglos XIX y xx con la
crónica de sus restauraciones y revoluciones, sin que el pleito,
que en su dimensión profunda es teológico, haya podido resol­
verse finalmente en uno u
otro sentido. La actual V República
francesa es, obviamente, en
lo·. más significativo de su realidad
social y política, un mero expediente temporal: una etapa apa­
rentemente anodina en
la que, sin embargo, operan procesos
subterráneos que pueden ser definitivos
de cara al desenlace final.
Las contradicciones que están en el principio del proceso
son, quizás, el
fenómeno menos conocido y que más frecuente­
mente ha escapado
del análisis, sobre todo en el pensamiento
francés, tan reacio a profundizar en el sentido de la etapa abso­
lutista. Y, sin embargo, aquellas contradicciones, provocadas en
el mismo centro de la monarquía cristianísima, son las que pres­
tan el fortísimo impulso inicial a todo el proceso. Una de las
ca­
racterísticas menos conocidas del proceso general de la revolu­
ción es, precisamente, la pérdida gradual de · poder persuasivo de
sus tesis dialécticas: las fórmulas ligadas al protestantismo, que
se elaboran en un orden elevado de la realidad -religioso-, po­
seen un poder disolvente mucho mayor que las posteriores.
Con­
tienen a éstas en porencia y, además, producen efectos a más largo
plazo.
Las afirmaciones políticas de 1789 son, por su propia na­
turaleza, menos decisorias que aquéllas. Y los «dogmas» econo­
micistas y mecanicistas del marxismo pierden, comparativamente,
mucho de su aparente valor destructivo. Es por ello por lo que
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JUAN CARLOS GARCIA DB POLAVIEJA
el proceso anticristiano tuvo que buscar la fuerza necesaria para
el esfuerzo de ruptura inicial en el propio cristianismo. Y a ello
se debe, asimismo, el que la revolución británica y de otras so­
ciedades protestantes haya permanecido «aparcada» en su fase
religiosa, fase que permite un margen de maniobra amplísimo a
las fuerzas anticristia~as, como veremos ...
Por ello, las contradicciones francesas de los siglos XVI y
XVII deberán ser analizadas al detalle por el pensamiento católi­
co, como elemento nuclear que son de
la génesis protestante ab­
solutista del proceso revolucionario. Una primera aproximación
a su estudio
ya permite intuir su auténtica naturaleza -que no
es la pretendida por
la formwació11 marxista, aunque los marxis­
tas
se refieran, en realidad, a la misma cosa cuando hablan de
«contradicciones»-, la cual resulta accesible a un estudio
me­
tafísico realista. Las contradicciones reales, de verdadero poder
destructivo, son las que pueden llegar a existir en individuos (y,
por tanto, de sociedades) con respecto a sus fines primarios
_,,,_
vicio, bien común, utllidad social, etc.-y últimos -verdad,
justicia, salvación ... -. De la incorrecta o desordenada relación
entre vivencias,

medios y fines resultan contradicciones reales que,
seg6n su gravedad, privan de sentido a esos individuos o socie­
dades en su identidad más esencial: tales son las supuestas «con­
tradicciones internas» sobre las que camina la revolución, en
realidad fenómenos de desorden que encuentran su explicación
y definición
última en la moral cristiana (15).
Es interesante comprobar, al respecto, cómo parece haber
existido siempre
-a lo largo de los siglos XVI y XVII, y en los
momentos en que
se han dado situaciones similares-un cono­
cimiento
más o menos consciente por parte de los agentes de la
revolución del poder destructivo de estas contradiccion\'9: deli­
beradamente han sido fomentadas en monarcas como Enrique
VIII, Isabel Tudor, Jacobo I Estuardo, Enrique IV de Borbón
y otros ... , por personajes clave del despliegue anti-romano que
aparecen infaliblemente en los círculos regios.
(15) J. C. GARCIA DE PouvmJA, ¿La televisi6n manipulada?, 8.
116
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MEDITACION DE LA REVOLUCION FRANCESA
Y la agresión cultural de los «cruzados de la filosofía» se
presenta, al mismo tiempo, como explicitacióh y como antítesis
dialéctica de
las contradicciones absolutistas de inspiración pro­
testante, de las cuales ella misma
es hija. En el pensamiento pro­
testante del siglo
XVIII hay abundantes indicios de simpatía ape­
nas velada hacia los «cruzados» enciclopedistas, así como de con­
ciencia de la íntima relación con sus objetivos esenciales. En el
mismo Burke, tan anti,
sé distingue claramente el desprecio hacia
los efectos del catolicismo en Francia, de la consideración muy
distinta que le metecen los presupuestos
filosóficos exportados
al área
católica ...
De hecho, el sentido último de la continuidad entre la obra
de los sofistas voltetíanos y la «praxis» revolucionatia de 1789
se explicitó en numetosos hechos históricos y puede documen­
tarse hasta
la saciedad, El marqués de Sacie, en su célebre «Pe­
tición a los representantes del pueblo francés», de 15 de
no-·
viembre de 1793, nos ofrece un ejemplo típico.
Comienza
el insigne moralista diciendo que «el reino de la
filosofía viene a aniquilar por fin al de la impostura ... », y para
que no queden dudas de cuál
es la impostura, continúa: «al fin
el hombre destruye con una mano los frívolos juguetes de una
religión absurda y eleva en la otra un altar a la
más preciada
divinidad de su corazón.
La razón reemplaza a María en nues­
tros templos y el incienso que ardía en las rodillas de una mu,
jer alúltera ( ¡ ! ) solo humeará a los pies de la diosa que rompe
nuestros
lazos.;;». Prosigue la diatriba con otros ímpropetios, ca­
lifica a la Virgen, otra vez, como «cortesana de Galilea» ( el re­
producir· estas monstruosidades es necesario para abrir los ojos a
alguno~ miopes) y, después de insultar a varios santos, pide qu~
las iglesias sean destinadas al culto de «las virtudes», conclu­
ye pronosticando la petdición de «la espantosa hidra de la su­
perstición» y el «triunfo de la filosofía sobre la tietra ... » ( 16 ).
Sade es tan elocuente y tan explicito, tan coherente y tan
consecuente con sus planteamientos, que resultó demasiado trans-
(16) M. DE SADE, Escritos filos6ficos y políticos, Grijalbo, 1975.
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parente para unos jacobinos para quienes tales discursos eran
excesivamente «racionales./.». Pero es precisamente esa trans­
parencia del marqués la que nos permite calar en lo profundo de
la «filosofía»:
la transparente claridad de un poseso cuya única
patología era mostrar el espíritu que animaba al «racionalismo».
Un espíritu que no puede ocultarse, ya que, en el mismo respeto
olvidadizo en que relega a Jesucristo, y en el rabioso odio hacia
la mujer cuyo
,linaje le aplastará la cabeza (17), está revelando
con precisión su identidad. No en vano
la enemistad hacia la
mujer pesa sobre él por decreto ( 18 ).
El espíritu que anima a la revolución se deja ver demasiado
en Sade. Quizás, por ello,
no es tema que agrade a tantos «mo·
derados». En realidad, lo de menos es el grado de consciencia
que Sade y tantos otros tuvieran de la verdadera naturaleza del
espíritu que
les inspiraba. En ese terreno se puede admitir la
ignorancia,
ya que es un caso tan frecuente en nuestros días ...
Y Sade era satanista, aun no creyendo en el espíritu: sus misas
negras, conscientes o frívolas
-es igual-están suficientemen­
te documentadas. Además, aunque resulte indudablemente un
personaje desagradable, esa inspiración preternatural suya le
con·
vierte, junto con su transparencia, en un elemento altamente in­
dicativo. Es, por ello, necesario que volvamos sobre él,
más
adelante, ya que en su justificación filosófica de la crueldad se
perfilan también algunos rasgos futuribles de fa sociedad he­
donista.
El balance de
la operación de agresión cultural de los «fi·
lósofos» no puede ser, pues, más elocuente. Esta operación en­
cauzó el inmanentismo intrínseco del racionalismo filosófico por
derroteros eficazmente anticristianos y políticamente dolorosos para
!la Iglesia. Introdujo en las sociedades católicas los gérmenes
de disolución espiritual e incredulidad que estaban implícitos en
el «libre examen» protestante.
Elaboró y sistematizó tácticas de
agresión, como la corrupción de la literatura popular y la dis-
118
(17) Génesis, 3, 15.
(18) Génesis, 3, 15.
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MEDITACION DE LA REVOWCION FRANCESA
torsión de ja historia, que siguen siendo medulares. Consiguió
sacar temporalmente
el ambiente científico del ámbito de influen­
cia cristiana. Desarmó intelectualmente a la aristocracia francesa
en vísperas del asalto. Extendió un clima de incredulidad y de
relajación moral que prendió en la burguesía, prestándole aquel
talante impío
y aquel sentimentalismo hipócritameµte amoral que
caracterizaron los comportamientos «románticos». Y consiguió, en
definitiva, impregnar la modernidad contemporánea, a través de
la manipulación de la cultura, de una concepción equívoca de la
libertad
y del progreso preñada de hostilidad a Cristo.
Quizás la consideración más indicativa que puede hacerse so­
bre aquella agresión del siglo de las luces, descansa sobre el he­
cho de
haberse ideado y realizado desde la oposición y desde
una
cierta clandestinidad. Antes de la eclosión del mundo liberal
al que ella misma
abrió camino ... Fue, en cierto sentido, una
agresión cultural preparatoria,
lanzada cuando las instituciones
públicas eran todavía cristianas,
y esto, no cabe duda, la distin­
gue esencialmente de
las agresiones culturales anticristianas pos­
teriores, gestadas en
un mundo diferente, un mundo en el que
la agresión parte generalmente de los poderes públicos y se cier­
ne sobre sociedades políticamente «indefensas».
La consideración del proceso revolucionario francés como un
largo desarrollo coherente,
si bien tiene la ventaja de permitir
una
profundización en su sentido histórico, así como de facili­
tar el conocimiento de su estructura procesal, puede, sin embar­
go,
dar pie a ciertos equívocos cuya naturaleza conviene aclarar
antes de concluir con el tema.
«Ya que el absolutismo del Antiguo Régimen -se afuma por
algunos-es precedente de la revolución y propiamente revolu­
cionario, no tuvo sentido cristiano alguno la lucha entablada por
aquéllos, contrarrevolucionarios y vendeanos, que se empeñaron
en su defensa .. ,, ¿qué sentido podría tener .aquella lucha, pues­
to que intentaba perpetuar un sistema viciado y contradictorio?».
El equívoco se esconde, en parte, en el planteamiento de la
cuestión. Y
es un equívoco preñado de implicaciones de orden
histórico,
ético y político. Dejarlo sin aclarar supondría abrir las
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JUAN CARLOS GARCIA DE POLAVIEJA
puertas a planteamientos desconectados de la realidad de los he­
chos tal como sucedieron ... Se acabaría incorporando una lec­
tura de la historia ciertamente «pecnliar»: aquella que prima a
unas supuestas tendencias frecuentemente imaginarias, creadas
a posteriori en el lahoratorio dialéctico, a costa de los compor­
tamientos reales, de las vidas y los esfuerzos y heroísmos con·
cretas de personas concretas que jamás entendieron estar defen­
diendo un sistema despótico. Esta
mixtificación no debe ser con­
sentida, ya que, para nosotros, el pasado no es el recinto del ol­
vido, IÚ un ·conjunto de fases «supuestas» de la evolución me­
cánica de una humaiúdad sustantivizada, sino un ejemplo vivo
cuyas razones van a ser comparadas a las nuestras en el juicio
u!Úversal.
Pero es que, además, las implicaciones que envuelve· esta
cuestión son de tal naturaleza que afectan a la mentalidad y

a
la conducta de los cristianos de hoy, en su horizonte
rhá~· in·
mediato
y práctico. No en vano la historia es memoria que exi­
ge, y su tergiversión amnesia que paraliza. La imposición de una
lectura de la historia moderna que relativizara los
comportanrien­
tos concretos en aras de una influencia más o menos determinis­
ta de signo positivista,
afectaría a la totalidad del testimoiúo de
la Iglesia hoy triunfante y supondría un mandato inhibitorio de
cara a los compromisos sociales y políticos de quienes integran
la militante.
De ahí nuestro absoluto y radical repudio a unas lecturas e
interpretaciones dialectizadas o peligrosamente ambiguas del
· sen­
tido de la historia, por mucho que algunas ostenten escanilalósa·
mente rango «teológico».
Por ello tampoco puede quedar expedito el camino a la ten­
tación,
más fácil, del escepticismo crítico ·frente a los compor­
tanrientos contrarrevolucionarios históricos. Y, desde luego, no·
debemos consentir que la profundización en el carácter procesal
del fenómeno revolucionario moderno sirva de excusa
pára !Ún­
guna de tales formas de escepticismo.
De hecho, el fondo del equívoco planteado parece radicar
en la atribución a los contrarrevolucionarios -en todas liis fa.
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MEDITACION DE LA REVOLUCION FRANCESA
ses del proceso histórico-de una voluntad de defender fór­
mulas hijas de la propia dialéctica
de contrarios revolucionaria
«ya superadas».
Los vendeanos aparecen
así como mantenedores del abso­
lutismo, al igual que los carlistas españoles; los cristeros meji­
canos como guardia conservadora del status porfirista;
y los vo­
luntarios «por Dios y por España» de 1936-1939, como acólitos
de Hitler y Mussolini
... Esto es posible debido a la naturaleza
extremadamente pegajosa de la dialéctica de contrarios y de su
despliegue operativo real en
la historia moderna, lleno de falsos
dilemas y «alternativas del diablo». La dialéctica ha logrado, en
ocasiones, que
se pierda de vista el carácter lineal y perfectivo
de la tensión del hombre hacia Pios. Una tensión históricamente
garantizada a los católicos por la comunión con
la Iglesia y con
el Espíritu que no pueden contradecirse.
Por ello, frente a las deformaciones del escepticismo crítico,
hay que afirmar el valor cristiano esencial de las tomas de pos­
tura contrarrevolucionarias que han jalonado la historia moderna
del laicado católico. Estas tomas de postura han tenido su fun­
damento legítimo en un compromiso efectivo con
la proyección
social y política
de la verdad evangélica y con el allanamiento
de dificultades a la Iglesia
en orden a su misión específica de
preparación del Reino de Cristo. No
se trata, pues, por lo ge­
neral, de posicionamientos extra-eclesiales, de «intencionalidad
o móviles discutibles
... », sino de compromisos intrínsecamente
testimoniales, inspirados por la propia autoridad del Magisterio
y provocados por situaciones de persecución religiosa.
En este orden de cosas, resulta por tanto extremadamente
peligroso establecer distinciones entre el compromiso cívico
y po­
lítico y
el exclusivamente religioso: el impulso instintivo de reac­
ción ante el mal, en los últimos cinco siglos,
ha nacido casi
siempre de una apreciación correcta, aunque a veces intuitiva, de
la
dimensión teológica de la rebeldía. Frecuentemente los laicos
se han adelantado a los cléricos en un testimonio exclusivamente
fundado en la conciencia cristiana. Un testimonio en el que no
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caben discriminaciones, ni en el orden de los móviles, ya que
se há partido de una íntima aquiescencia a Cristo, también cuan­
do se ahrauba la causa de la justicia temporal; ni en el orden
de
las formas, ya que casi siempre el recurso a las armas ha su­
puesto una aceptación suplementaria de riesgos, de esfuerzos y
del supremo sacrificio de la
vida.
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