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Número 363-364

Serie XXXVII

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Karl Popper: El mito del marco común: en defensa de la ciencia y la racionalidad

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del 18 de julio se vengaron de Azaña, no para volver a una situa­
ción anterior
al 14 de abril de 1931, sino, como sostiene Alonso
Baquer,
por "haberles implicado en lo político mucho más gra­
vemente
aun que los junteros de 1917 y que los incitadores de
Primo de Rivera en 1923".
JOAQUÍN RUIZ DÍEZ DEL CORRAL
Karl Popper: EL MITO DEL MARCO COMÚN:
EN DEFENSA DE LA CIENCIA Y LA RACIONALIDAD r•i
La importancia de K. Popper en la cultura actual es innega­
ble
por su desarrollo de la epistemología y el hallazgo del prin­
cipio
de falsación para establecer científicamente la verdad teóri­
ca. Su fama está
muy merecida y su influencia innegable, no sólo
por la impecable presentación de sus tesis, sino por la modera­
ción
de su discurso. Lo cual no evita que también a él se le pueda
criticar. En lo que sigue no va a hacerse una recensión crítica al
modo habitual, sino un repaso de sus ideas expuestas en esa y
otras obras de considerable difusión e influencia. Aprovechamos
una de las últimas obras de su bibliografla publicada, al menos
en castellano, aunque el © original a nombre de Karl Popper es
de 1994, el año siguiente de su muerte.
El libro es una refundición de artículos publicados en fechas
y foros diferentes,
por el autor en defensa de una posición inte­
lectual
que expone en la Nota preambular: "Este volumen está
impregnado
de la convicción que he tratado de indicar en el sub­
titulo,
en el que se han inspirado mis escritos durante por lo
menos los últimos sesenta años" (pág. 14).
Es de agradecer esta
(*) El mito del marco común, Paidós, 1997, 204 págs. ·más indices. Nueve
capitulas
y posfacio: "La racionalidad de las revoluciones cientificas", ~El mito del
marco",
uRazón y revolución", "Ciencia: problemas y responsabilidades", "Filoso­
fía
y física", "La responsabilidad moral del científico", "Un enfoque pluralista de
la filosofía de la Historia", "Modelos, instrumentos y verdad", "Epistemologia e
industrialización".
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clara exposición de intenciones que, por lo demás, se plasman
claramente
en esta y otras obras del autor fuertemente impacta­
do por su vivencia del régimen nazi. Él mismo nos dice que "en
lo fundamental, una actitud que he tratado de formular (tal vez
por primera vez en 1932) en estos dos versos:
Quizá esté yo equivocado y tú en lo cierto,
quizá con un esfuerzo a
la verdad nos acerquemos.
Estos versos ... fueron publicados por primera vez en 1945,
en La Sociedad abierta ... fueron un intento de resumir una parte
particularmente básica de mis artículos morales ... Tal
vez sea
interesante desvelar que la idea de componer estos dos versos se
la
debo a un joven miembro del Partido Nacionalsocialista ... que,
ni soldado ni policía, vestia, sin embargo, de uniforme y llevaba
una pistola. No seria mucho antes de 1933 -el año en que Hitler
subió al
poder-cuando este joven me dijo: •¿Es que quiere usted
argumentar?
Yo no argumento, ¡yo disparo!•. Habla plantado la
semilla
de
mi Sociedad abierta" (pág. 16). Creo que esta anécdo­
ta contada por
Popper aclara definitivamente la génesis de su dis­
curso ético-político: la experiencia nazi le marca definitivamente
como enemigo de la sociedad cerrada, totalitaria, y propugnador
de la sociedad abierta, liberal,
que defiende con sus armas, la
lógica, la racionalidad, frente a la imposición y la irracionalidad
totalitarias.
Es importante traer aquí lo que Popper entiende por
racionalismo. Lo veremos en su obra capital, La Sociedad abierta
y sus enemigos, donde dice: "Cuando hablarnos de ,racionalismo•,
usamos siempre la palabra
en el sentido que incluye siempre al
,empirismo· además del ,intelectualismo• ... utilizamos la palabra
,racionalismo,, para indicar, aproximadamente, una actitud que
procura resolver la mayor cantidad posible de problemas recu­
rriendo a la razón, es decir, al pensar claro y a la experiencia, más
que a las emociones y las pasiones.
Claro está que esta explica­
ción
no es 1nuy satisfactoria, ya que todos los términos como
«razón· o «pasiones•, etc., son vagos; nosotros no poseemos
«razón» o «pasiones» en el sentido que poseemos ciertos órganos
físicos, como, por ejemplo, el cerebro o el corazón, o en el sen-
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tido que poseemos ciertas •facultades•, por ejemplo la de ha­
blar. .. Por consiguiente, para ser más precisos, convendrá expli­
car
el racionalismo en función de las actitudes prácticas o de la
conducta" (pág. 392). Este párrafo es fundamental para
entender
el alcance de las ideas de Popper. En él hemos subrayado el tema
de las emociones y las pasiones, asi como la referencia al
papel
de las actitudes prácticas de la conducta que nos propone como
hermenéutica válida del racionalismo tal como él lo entiende.
Lo pretendiera o no, la exclusión o relegamiento de las pasio­
nes y emociones a
un papel secundario significa una antropolo­
gfa reductivista. Asi como el puesto preponderante que asigna a
las actitudes prácticas de la conducta, inscribe forzosamente su
discurso en el marco del pragmatismo: su pretendido racionalis-
1no no opera como condición teórica previa del discurso, sino
co1no algo meramente instrumental:
se racionalizan los hechos en
busca de determinados fines. Y estos fines son ta1nbién prácticos,
inmediatos, a ser posible medibles, matematizables, suprema
expresión de la racionalidad que asi permite comparación entre
los resultados, evaluarlos, en vista a un pacto, a un consenso
entre verdades parciales.
Desde estos presupuestos básicos que constituyen el núcleo
de la filosofía de Popper,
podemos ya abordar la critica, nuestra
critica, de
El mito del marco común. Principalmente nos referire­
mos aqui al capitulo
2, del mismo titulo, que ocupa desde la
página
45 a la 72 y es el corazón de la obra. Los demás capitu­
los
son desarrollos puntuales de esa filosofía, siendo de especial
importancia el capitulo 7
-"Un enfoque pluralista de la filosofía
de la Historia" (22
págs.)-por la importancia que para la teorfa
básica de Popper tiene el historicismo,
al que atribuye la génesis
de la irracionalidad:
"A la teotia según la cual hay una trama de
la historii, es a lo que llamo
·historicismo," (pág. 132), nos dice
en el libro que criticamos. Sigue: "Para el historicista, el -espiritu
de la Época, es una entidad que explica ampliamente, o por lo
menos
en parte, las acciones y los enunciados de los hombres
que viven esa época. Este enfoque me parece completamente
equivocado ... Hay que explicarlo
por la existencia de problemas
dominantes y situaciones problemáticas, así como por la interac-
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ción de los individuos y sus planes objetivos, esto es, en térmi­
nos
de lógica situacional" (pág. 133). Subrayamos aquí la refe­
rencia a la lógica situacional,
por ser este el terreno propio de
Popper y tiene mucho que ver con la filosofía socio-política que
desarrolla. A continuación
da un giro que luego veremos repeti­
do: como es muy inteligente, huye
de la absolutización de su
tesis añadiendo: "Por el contrario, preguntaré si hay, tal vez, un
grano de verdad en el historicismo ... en la idea historicista de
una trama de la historia" (ibídem), confesión de que no se puede
defender la razón y no plantearse el sentido de la vida humana,
lo que exige transcender una visión individualista y sólo imne­
diata de ella.
Con lo anterior podetnos dar un paso más en la comprensión
íntima del discurso popperiano. De momento volvamos al mismo
principio
de él, a su obra capital: La Sociedad abierta, en el que
abiertamente dice: "Se ha tratado también de librar de obstáculos
el ca1nino conducente al conocitniento de los problemas de la
reconstrucción social, mediante la crítica de aquellos sistemas
filosóficos-sociales
que son responsables del difundido prejuicio
contra las posibilidades
de una refonna democrática. El más
poderoso de estos sistemas es, a mi juicio, el denominado histo­
ricismo" (pág. 15).
Es decir, su tesis no sólo tiene una "pars des­
truens" contra el historicismo·y el totalitarismo, su producto, sino
que comprende una
"pars construens" a favor de la ideología
de1nocrática,
en otras palabras, no es neutra políticatnente en la
dialéctica actual. Para Popper, los historicistas "creen haber des­
cubierto ciertas leyes de la historia que les permiten profetizar el
futuro de los sucesos históricos" (pág. 17): ya tenemos aquí el
irracionalis1no cuyo declarado enemigo es Popper. Lógicamente,
poseyendo la clave de la lectura del futuro histórico sobra la
libertad personal: el circulo se ha cerrado. De ahí
que los ene­
migos denunciados
en La Sociedad abierta sea Platón, Hegel y
Marx:
"Se nos dice que el Estado debe proteger la "verdad obje­
tiva", lo cual plantea la cuestión fundamental: ¿Quién ha de deci­
dir
qué no es la verdad objetiva? He aqul la respuesta de Hegel:
·El Estado debe decidir. .. por regla general, cuál debe ser consi­
derada la verdad
objetiva•" (pág. 235). Creo es bueno recordar
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
que el origen de esta proposición no está en Hegel, sino en
Spinoza (Tratado teológico, § 19) y su valedor actual no es ideo­
lógicamente totalitario, sino democrático, Hans Kelsen
(1) que
absolutiza el Estado de derecho como exclusiva norma de moral
social.
Se ve la importancia que en este tema tiene la opción meta­
física entre trascendencia e inmanencia, entre una metafísica
dualista de Dios Creador y creaturas, Aquel regulador, éstas
reguladas, física y moralmente, frente a la autonomía pretendi­
da por la creatura, el Hombre. El mito del marco común deja de
ser mito y pasa a estricta realidad cuando la Historia se entien­
de como el desarrollo de la libertad humana en el transcurrir del
tiempo ... pero siempre sujeta a las consecuencias, fastas o
nefastas, de su uso: "Tendreis las consecuencias" (Ecclo. 16-15)
nos advierte la Escritura. Y esto dice particularmente al posible
abandono por los hombres de la "Norma Divina" (Filón de
Alejandría) que es la que se ajusta a la "verdad de las cosas",
la
verdad óntica según la adecuación de éstas a la Idea Arque­
típica Divina,
fundamento de la verdad ontológica objetiva en
las mentes humanas. Por eso es especialmente comprometido
decir: "a la teoría según la cual hay una tra1na en la historia, ya
sea teísta, ya antiteista, es lo que llamo ·historicismo•" (El
marco ...
, pág. 132). Y es comprometido porque supone o bien
el abandono de la Metafísica para quedarse en mera Ontología
por ser aquélla inasequible a la razón humana (Kant); o bien la
pura y simple negación de la Metafísica para quedarse en las
ciencias e1npíricas y for1nales como parece ser la posición de
Popper, aunque él sea el primero en negarlo. Por eso hace una
salvedad como la antes hecha: "Preguntaré si hay, tal vez, un
grano de verdad en el historicismo ... en la idea historicista de
una trama de la historia ... Propongo una mirada nueva, ·breví­
sitna», a 1ni primera pregunta -¿hay una trama de la histo­
ria ... ?-e incluso responder a ella diciendo que, en general, la
respuesta
parece ser afirmativa" (pág. 133).
(1) Cfr. Compendio esquemático de una teoría general del Estado, N~ñez
y Cía.
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A Popper, hombre inteligente, no se le oculta que una res­
puesta negativa presupone eliminar el sentido de la vida,
no sólo
histórico sino también biográfico. Por eso la mayor parte,
por no
decir todos, de los casos que cita en su apoyo desde el naci­
miento de la filosofía
en Grecia como inicio del pensamiento
racional, desde Tales de Mileto y Anaximandro hasta Newton y la
ciencia actual, no sirven, por darse en el ca1npo de las ciencias
categoriales, no del discurso filosófico que es donde se presen­
tan los problemas de sentido
y, obviamente, toda la problemáti­
ca ética y política que
es la que en este momento interesa. El pro­
pio Popper lo confir1na: "No pienso que se trata de un enuncia­
do falso, sino también
de· un enunciado perverso que, si fueran
muchos los que creyeran en él, socavaría la unidad de la huma­
nidad
y, por tanto, incrementaría enormemente la probabilidad
de violencia y de guerra. Esta es la razón por la que quiero com­
batirlo y refutarlo" (pág.
46): el problema es que no parece posi­
ble combatir y refutar
un problema ético o político con procedi­
mientos válidos
en el campo científico entendido como el propio
de las ciencias empíricas y formales.
La coherencia y honestidad
del autor, le hacen considerar este tema con su aguda visión. Y,
en otra obra (2) se pregunta: "¿Podemos reducir a la experiencia
animal la autoconciencia y la creatividad de los espiritus huma­
nos o esperar a reducirla y, con ello, ... a la fisica y la química?
... la respuesta a estas cuestiones dependerá en parte del signifi­
cado del término
•reducir,," (pág. 43). Más adelante observa que
"el reduccionismo ha fracasado en filosofía. Pero desde un punto
de vista metodológico, los intentos reduccionistas han conducido
en detalle a un desconcertante éxito tras otro, y para la ciencia
incluso los fracasos fueron extraordinariamente fructiferos" (pág.
60). Esto se
debe a que la metodologia propia de la ciencia es
diferente de
la filosófica: "los cientificos deben ser reduccionistas
en el sentido de que nada en la ciencia suponga un éxito mayor
semejante que una reducción llevada a cabo con éxito ... Una
reducción con éxito es quizá la fonna más afortunada de todas
(2) K. R. POPPER, La responsabilidad de vivir, Paidós, 1995, página entre
paréntesis.
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las explicaciones científicas que uno puede imaginar" (pág. 44),
porque el método científico exige la limitación de campo para ser
fructífero. Pero esto
¿es válido para la filosofía?
Lo anterior explica, pero no responde, la cuestión funda­
mental del problema del marco común, sino que lo complica. En
efecto, el intento de Popper es mostrar la irracionalidad del his­
toricismo
que genera el totalitarismo, desde un discurso filosófi­
co perverso. Pero tiene que llegar a
una solución aceptable por
el camino de la ciencia. Y ahora resulta que tampoco en ésta
puede resolver el problema, pues su reduccionismo metodológi­
co, si bien permite avances, incluso importantes avances en el
avanzar del conocer hu1nano, tampoco puede pasar de un lími­
te. Esto ya lo dijo hace ocho siglos el Aquinate: "Ningún sabio
puede llegar a conocer completamente la esencia de una mosca"
(In Symb. Ap., 2). Y lo grave es que esta limitación del conoci­
miento humano racional, s.i la extendetnos a la relación humana1
lleva a negar la posibilidad de la intercomunicación, justamente
por la inexistencia de un 1narco común de referencia universal
como "fondo común de inteligibilidad" (3), es decir, el encon­
trarse, el comprender, en "un todo de significatividad", como dice
Heidegger ( 4).
De todas formas, Popper tiene que seguir la senda empren­
dida, el intento de resolver los diferendos humanos inevitables
por medio de la racionalidad, evitando las referencias a 1narcos
de comprensión metafisicos y, por ende, no pactables y, aunque
evidentemente asequibles al entendimiento voucr pero en los
mismos límites de
la razón, del AO')'OCJ, detenninantes de los pri­
meros principios precognitivos1 es decir1 determinantes del cono­
cer_ que siga. Y, como advierte Popper, "la discusión racional es,
pues, imposible si lo que
se desafía es el marco. Por esta razón,
se
ha descrito a veces ambos 1narcos ... como «inconmensura­
bles,," (El mito del marco, pág. 66). Realmente lo que pretende es
una construcción científica de un marco de comprensión racional
(3) CHARLES TAYLOR, La ética de la autenticidad, Paidós, 1994, pág. 72.
(4) Ver El Ser y el Tiempo, Fondo de Cultura Económica, 1974, págs. 169
y sigs.
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por el método de ensayo y error, usual en la construcción de teo­
rías científicas. Aquí esta aproxitnación gradual al 1narco común
por todos deseado y buscado es dialéctica, es decir, alcanzada
por medio de la confrontación de las diversas hipótesis en pre­
sencia:
"Las teorías son importantes e indispensables porque sin
ellas no podemos orientarnos en el inundo, no podemos vivir ...
la necesidad de teorías es inmensa y también lo es el poder de
las teorías" (pág. 64). No
está de más señalar aquí la propuesta
popperiana es, metafísicamente hablando, dialéctica del más
puro estilo de su repudiado Hegel, un avance oscilante de
pequeños pasos a niveles sintéticos de superior conocimiento.
Esto es posible en el campo científico categorial, con problemas
definidos,
el alcance de cuyo avance puede verificarse empírica­
mente,
pues los objetivos pretendidos están también claramente
definidos.
Lo cual, obvian1ente, no se da en las ciencias del hombre:
"Durante los últimos cien años se
ha discutido extensamente en
términos de la diferencia de método entre las ciencias naturales,
por un lado, y las ciencias históricas y humanísticas, por otro. Y
existe una opinión casi unánitne según la cual hay entre ellas un
gran abismo" (pág. 139) reconoce Popper estudiando "un enfo­
que pluralista de la filosofía de la historia". Pero, fiel a su méto­
do, intenta aplicarlo tan1bién a éstas, saliendo de los numerosos
ejemplos citados y que, como antes decían1os, hacen referencia a
la ciencia categorial y, cuando n1ás1 a la filosofía de la Naturaleza.
Lo hará intentando aproximarse a los proble1nas espeáfica1nente
humanos
-donde antes ha visto algo más que fisica y quhnica,
ha visto la autoconciencia y la creatividad- desde una ciencia
nueva, la lingüística, muy relacionada filosóficamente con el posi­
tivismo lógico. Dedica los
§§ X y Xl de su estudio al mito del
marco y refiriéndose precisamente al
tema de la comunicabilidad
entre las diferentes lenguas,
apoyándose en B. L. Whorf y en la
autoridad de W. V. O. Quine. Se refiere especialmente al encuen­
tro entre diferentes culturas y su interacción, para llegar a la con­
clusión de que "el medio para trascender nuestro lenguaje es la
crítica" (pág 63), con lo que si no nos librarnos de la cárcel inte­
lectual
de las reglas estructurales del lenguaje, por la superación
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crítica, al menos, en la nueva situación, "será una prisión 1nucho
más grande"
(ibídem).
Como se ve no es mucho lo que se ha avanzado. Y tampoco
se puede avanzar mucho 1nás por este ca1nino, pues suponiendo
que las aportaciones de la lingüística sean grandes siempre serán
insignificantes ante la magnitud y complejidad del problema de
la interco1nunicación humana que no sólo es cuestión de reglas
formales
lógicas y de la extensión comunicativa sino la compleja
problemática intensional y cualitativa
de la variadisima proble­
mática humana. Aqui
no se trabaja con la simplicidad del núme­
ro, claro, concreto, comprensible a todos.
Por lo que el lenguaje
tnatemático
supera las barreras lingüísticas, y es universal, mien­
tras
que los lenguajes naturales son arbitrarios, convencionales,
históricos, particulares,
por ello enor1ne1nente más ricos y co1n­
plejos
que los esquematizados lenguajes científicos de aplicación
universal. Por la autoridad
que hoy goza Popper -"magíster dixit" otra
vez-conviene enfrentarle con otro de similar categoría y que ha
estudiado este mismo problema y con la mayor profundidad, P.
F. Strawson (5). Estudiando la relación de la lingüística con la filo­
sofía distingue en ésta dos modos fundamentales de abordar el
tetna:
"La pritnera vía es la de la reconstrucción lingüística, la
segunda la de la descripción lingüística. Seguir el primer método,
en su fon11a 1nás rigurosa y desarrollada, es construir un sistema
fonnal
que emplee el aparato de la lógica moderna y donde los
conceptos que han de procurar el contenido del sistema se intro­
ducen por medio de axiomas y definiciones" (pág. 599). Está,
pues,
expresando en tém1inos lingilisticos el núsmo programa
que propone Popper para el diálogo social en un avance conti­
nuo que sustituya la férreas cadenas de un "tnarco co1nún" pre­
detenninante de las relaciones humanas libres. Strawson a éste le
llama "el
método de la "reconstrucción racional.'' (ibídem). Frente
a él, "seguir
el segundo método parece ser una cosa bastante
diferente,
ya que no desea reconstruir, sino describir las funcio-
(5) "Análisis y metafisica descriptiva", en La concepción analítica de laftlo­
sofla, Alianza, 1974, tomo 11, página entre paréntesis. El artículo citado es de 1961.
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nes lógicas que nos presentan los conceptos de la vida cotidiana.
No
se trata de prescribir un funcionamiento modelo de palabras
modelo, sino describir
un funcionamiento efectivo de palabras
reales:
no de establecer reglas, sino de observar usos" (ibídem).
Pasa ahora a "examinar con más detalles estos dos métodos apa­
rentemente opuestos y comparar los méritos
que desde el punto
de vista del esclarecimiento filosófico ambos pretenden ofrecer"
(ibídem). Constata que el "debate entre los partidarios de nues­
tros dos métodos podría desembocar de nuevo
en un callejón sin
salida ... porque cada parte rehúsa a calificar como comprensión
a
un estado de espíritu que no se deja alcanzar por el método
que cada uno prefiere" (pág. 602). Cosa que, añadimos nosotros,
no ocurre en las discusiones científicas que, por serlo, se anclan
en la base común de la ciencia. En la discusión filosófica, añade
Strawson, "es indispensable un mínitno de referencias extrasiste­
máticas" (ibídem). Lo que, en otras palabras dice un remitir a la
metai1Sica, a primeros principios, los "praecognita" metafísicos.
En este punto vuelve al tema de las dos vías lingüísticas,
señalando respecto a la prin1era có1no "las criaturas vivientes del
lenguaje tienen funciones
de una inmensa diversidad¡ solamente
alguna de esas funciones se dejan reproducir por las máquinas
lógicas fabricadas
por los constructivistas" (pág. 604). Es decir, la
lógica del lenguaje tiene sus límites para expresar toda la reali­
dad existencial de los hombres, lo que significa un límite a la vía
constructivista. Por ello, pasando 1nás adelante en su análisis,
dice: "existe también ... un objetivo filosófico, al cual todos los
anteriores deberán considerar como subordinados. Hasta aquí yo
he hablado de la metaftsica como si ella tratase, sobre todo, de
reformar los conceptos y llegase
en la mayor parte de los casos
a deformarlos, y
he contrapuesto la metafísica deformadora y el
análisis descriptivo. Sin e1nbargo, es preciso reconocer la exis­
tencia de otra especie de metafísica que comparte el fin descrip­
tivo del análisis.
La metaftsica descriptiva se asemeja al análisis
descriptivo que quiere esclarecer el funcionamiento efectivo de
nuestros conceptos y
no cambiarlos y no difiere de él más que
en lo que concierne a su alcance y generalidad ... La finalidad de
una 1netaiisica descriptiva será precisatnente exponer esa estruc-
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tura; querrá 1nostrar cómo se relacionan entre sí las categorias
fundamentales del pensamiento y cómo éstas se relacionan a su
vez con nociones formales tales como existencia, identidad o uni­
dad, que encuentra empleo en todas las categorías" (pág. 607).
Desgraciada1nente, "la 1netafísica ha sido revisionaria con
bastante más frecuencia que descriptiva. La metafísica descriptiva
se contenta con describir la estructura real de nuestra forma de
pensar acerca del mundo, la metafísica revisionaria trata de cons­
truir una estructura mejor" (pág. 610): esta es, justamente, la frase
de Marx, que dice: "Hasta ahora los filósofos se han contentado
con contemplar al mundo; de lo que se trata es de transformar­
lo"
(XI Tesis sobre Feuerbach). Que, en el fondo, es el desarro­
llo práctico de la
proposición de Kant en el Prólogo de su Crítica
de la Razón Pura, que dice: "Hasta ahora nuestro pensamiento se
ha aco1nodado a las cosas; ahora las cosas han de aco1nodarse a
nuestro
conocilniento". Ve1nos cómo Strawson está en el n1isn10
centro del problema del marco común. Pero lleva su análisis
mucho más allá, y mucho más completamente, que Popper, que,
aunque él no lo quiera, está preso de las estrictas reglas de la
racionalidad que pretende defender. Y a fe que ahora es precisa
tal defensa. Y
aún más que cuando Popper tuvo que enfrentarse
con el racionalismo totalitario que, con10 ha citado, al pretender
defender la libertad de un concepto, en su opinión errado, de ella
(de los límites que la Iglesia señalaba a la razón humana) y,
siguiendo a Spinoza, prosiguió por la vía constn1ctivista que con­
ducía directamente a Hitler y Stalin por los atajos de Nietzsche y
Marx. Volviendo a
El mito del marco común de Popper, "es resul­
tado de un frustrado exceso de optimismo en relación con las
capacidades hu1nánas de la razón, es decir, un resultado de una
expectativa excesiva1nente
OJJtitnista del producto de una discu­
sión ... cuando se descubre que una discusión no logra este fin,
la decepción convierte una expectativa excesivamente optünista
en un pesimismo general relativo a la utilidad general de las dis­
cusiones" (págs. 55-56).
Que es a donde ha llegado el discurso
constructivista
que pretendía traer el Paraíso a la Tierra. Pero el
verdadero problema es el del referente metafisico que sustenta la
dialéctica no sólo entre las diferentes vías lingüísticas, sino entre
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las diferentes bases metafísicas que las sustentan. Así, en primer
lugar, hay que señalar con Strawson la insuficiencia de solo estas
vías lingüisticas que renacen la vieja
sofistica, el reducir la reali­
dad a mera realidad hablada, las categoñas ontológicas a catego­
ñas verbales. En segundo lugar, hay que señalar con Strawson la
existencia de metafísicas perversas frente a la verdadera metafísi­
ca,
es decir, la que no pretende construir tal realidad, sino des­
cribirla para comprenderla.
Asi el desencanto producido por el
intento constructivista de traer el Paraíso a la Tierra. La supresión
de toda restricción, de todo limite, es el que reproduce no la
situación inmediatamente pasada
-Hitler, Stalin-, sino la actual
en la que el irradonalismo, ya no de raíz historicista, sino emoti­
vista,
es el" que ha llegado a extremos que Popper no pudo ima­
ginar, al pensamiento débil de la postmodemidad que describe
Vattirno (6): "Este surge precisamente cuando se
supone que,
frente a
un planteamiento férreamente metafísico del problema
del inicio (a partir de los primeros principios del ser), o frente a
un bosquejo metafísico-historicista (del tipo de Hegel: el ser no
goza de primeros principios, sino que constituye un proceso pro­
videncial; pensar significa elevarse a la altura
de los tiempos),
frente a estos dos progran1as, repito, existe una tercera posibili­
dad: un procedimiento de corte ,,empirista• pero desprovisto de
cualquier intento de iniciarse con una cierta experiencia pura o
ptirificada de todo condicionamiento histórico-cultural. La expe­
riencia de la que debemos arrancar, y a la
que debemos perma­
necer fieles, es la de lo que cabría calificar como cotidiana; expe­
riencia que se presenta siempre cualificada desde el
punto de
vista histórico y preñada de contenido cultural".
La lectura de este resu1nen del pensamiento débil muestra un
contenido que difícilmente podria Popper considerar una defen­
sa
de la racionalidad. Pero, por otro lado, la simple lectura de
este párrafo tiene indudables resonancias popperianas: su purifi­
cación de todo condidonanüento histórico-cultural es for1nal-
111ente, al menos, la propuesta crítica de Popper. Pero también es
obvio que difícilmente puede ser racional una propuesta que ni
(6) G. VATI1MO y P. A. ROVATII, El pensamiento débi4 Cátedra, 1988, pág. 19.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
procede de principios ni pretende fines. A menos que se trabaje
en un marco metafisico de una absoluta circunscripción a lo
terreno, es decir, sin otra racionalidad que
'to.µo.Snµo.'ta, como
dice Heidegger (7), que "significa
para los griegos aquello que el
hombre conoce
de antemano al exa1ninar lo existente", es decir,
la
teotfa científica reconocida y determinante de la acción. Por el
contrario, si el 1narco 1netafisico es verdaderamente transcenden­
te, es decir, el
de Creador y criatura, entonces tenemos que con­
venir
con L. Wittgenstein (8) cuando dice (§ 5.123): "Si Dios crea
un inundo en el cual ciertas proposiciones son verdaderas, crea
también
un mundo en el cual todas las proposiciones que deri­
van de ellas son verdaderas". Y, si verdaderas, obligatorias. Lo
cual es obvio en la ley de la fuerza (Hartmann) (9) de la natura­
leza física,
en la que las leyes se cumplen necesariatnente. Pero
también
son verdaderas y obligadas morahnente, si bien con otro
modo de obligatoriedad
Y esto es verdaderamente lo que
preocupa a Propper, que
cree que toda unidad de un marco común deviene forzosamen­
te entre los hombres en totalitaristno. Aunque, co1no he1nos visto
en dos citas en que Popper dice "sí, pero no", él que no quiere
aceptar el marco co1nún más
que co1no un mito, y un mito peli­
groso, nefasto,
por otro lado, tampoco puede negar la igualdad
de principios intelectivos en todos los hombres, como ve en la
teorización científica. Pero
aquí no se trata de las ciencias cate­
goriales, sino
de las propias del hombre, la moral y la política que
es, precisamente, lo que le asusta. El § XVI, último del epígrafe
dedicado específicamente al te1na del 1narco
común, hace un
desesperado esfuerzo por mantener su tesis. Creo que no lo
logra. Empieza diciendo
que "el mito del marco común es indu­
dablemente idéntico a la doctrina según la cual
no es posible
discutir racionalmente lo
,,fundamental•, o que es imposible la dis­
cusión racional
de los principios ... Desde el punto de vista lógi-
(7) M. HEIDEGGER, Sendas perdidas, Losada, 1979, pág. 71, en La época de la
imagen del mundo.
(8) L. WITIGENSTEIN, Tractatus Logicus-philosophicus, Alianza, 1973.
(9) Cfr. N. HARTMANN, Ontología, Fondo de Cultura Económica, 1959, 111. Ver
Sección 3.ª, Leyes de la estratific,ación categorial.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
co, esta doctrina es consecuencia del juicio erróneo segun el
cual
toda discusión racional debe empezar con ciertos «princi­
pios» o, co1no suele lla1nárseles,
«axio1nas", que, a su vez, deben
aceptarse dogmática1nente si se desea evitar un regreso al infi­
nito" (pág. 70).
Es decir, de una tacada acaba de cargarse a
Parménides y Aristóteles y así
ahora algo puede ser y no ser a
la
vez bajo el mismo aspecto y también la parte puede ser
mayor que el todo. Pero para Popper "nada de esto es cierto.
Por detrás se encuentra la afirmación no expresa de que una
discusión racional debe tener el caracter de una justificación,
de una prueba, de una demostración o de una derivación lógi­
ca de las premisas admitidas. Pero el tipo de discusión que
tiene lugar en las ciencias naturales podía haber enseñado a
nuestros filósofos
que también hay otro tipo de discusión racio­
nal, a saber,
una discusión crítica que no trata de probar ni
justificar;
ni de establecer una teoría y menos de derivarla de
pre1nisas superiores, sino trata de so1neter a comprobación
e1npírica la teoría en cuestión, mediante el recurso de con1pro­
bar si son aceptables todas sus «consecuencias lógicas» o si,
por el contrario, tal vez tenga consecuencias indeseables"
(pág. 71). Empecemos diciendo
que parece hace caso omiso de
las diferencias metodológicas existentes entre las ciencias natu­
rales y las humanas, y
no digamos la filosofía. Y aun es mucho
1nayor la diferencia en las comprobaciones e1npíricas de uno y
otro ca1npo, 1natematizable
en las ciencias etnpíricas, cuantita­
tivas
con la relación categorial "sicut magis et minus" numéri­
ca, frente a la filosofia y ciencias n1orales y políticas, cualitati­
vas, "sicut 1neius
et peius", mejor o peor y cuya comprobación
e1npírica sie111pre es subjetiva y cargará sobre los sujetos. Así,
lo
que sea deseable, aceptable o no es algo en principio indi­
vidual
y, dada la desigual situación de cada uno en la trama
social, sie1npre
cabe la pregunta en los que se sienten n1enos
favorecidos, incluso injusta1nente tratados
-que efectivan1ente
lo sean o no es otro proble1na-: ¿por qué a 1ní?, ¿por qué tne
toca la
peor parte? Si se mira desde la perspectiva individual. Y
la
pregunta ¿qué es lo importante y qué es lo urgente?, si de lo
que se trata es de acciones sociales.
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INFORMACIÓN BIBUOGRÁFICA
Realmente la situación actual de la humanidad es otra que la
que le tocó vivir a Popper, asustado por la ola totalitaria, para él
hija del irracionalismo historicista, Pero no es este el único tipo
de irracionalismo que puede darse. Hoy, en efecto, estamos ante
otro tipo de irracionalismo cuyo profeta fue, precisamente,
G. W.
F. Hegel, que lo describe minuciosamente en su Fenomenología
del
Espíritu (10) en el epígrafe que acertadamente titula "La ley
del corazón y
el desvario de la infatuación", contra poniéndola a
la "Ley de la realidad" (pág. 218), pero
que se "introduce en la
realidad" (pág. 219), "por donde el individuo por el hecho de
establecer
•SU propio orden·, deja de encontrarlo como orden
suyo" (ibídem): es así
un orden universal, el emotivismo, que ha
sustituido a la razón como directriz de la acción humana. Es posi­
ble que esta posición hegeliana no fuera aceptada por Popper,
por más que la Historia la haya confirmado empíricamente, por
venir de un autor contaminado y fautor del irracionalismo histo­
ricista, pero
no podría oponerse a uno de sus apoyos filosóficos,
l. Kant, que dice: "La razón hu1nana es totalmente impotente para
explicar cómo ella, sin otros resortes, vengan de donde vinieren,
pueda ser por sí misma práctica, esto es, co1no
"el mero princi­
pio de la universal validez de todas sus máximas como leyes•
(que sería luego la forma
de una razón pura práctica), sin mate­
ria alguna (objeto) de la voluntad, a la cual pudiera de antema­
no tomarse algún interés, pueda dar por sí 1nisn10 un resorte y
producir un interés que se llamarla moral, o, dicho de otro modo:
•como la razón
pura pueda ser práctica• todo esfuerzo que se
emplee
en buscar la solución de esto será perdido" (11).
Si la razón es inválida como resorte de la acción, el inte­
rés de la misma sólo puede venir por la emotividad. Aunque
es.to ya no es Descartes, Kant o Hegel, sino J. J. Rousseau, que
para D. Bell (12) es "el punto de partida para la discusión
(10) G. W. F. HEGEL, Fenomenología del Espíritu, Fondo de Cultura Econó­
mica, 1978, págs. 217
y sigs.
(11)
l. KANT, Fundamentación de la metajisica de las costumbres, Espasa
Austral, 1972, págs. 134-135.
(12)
D. BEll, El advenimiento de la sociedad postindustrial, Alianza, 1976,
pág. 498, § Rousseau y la vanidad de los hombres.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
renovada de la desigualdad --<:orno para tantas cuestiones de la
política moderna" y su doctrina
es emotivismo en estado puro.
Únase a ello
que la secularizada sociedad actual, bajo la divisa de
la igualdad,
ha caldo en la sociedad de masas, cuya psicología
fue estudiada
por Le Bon (13), que nos dice: "Una masa es el
juego
de todas las excitaciones exteriores y refleja las incesantes
variaciones.
Es, pues, esclava de los impulsos que recibe". Y
según la psicología empirica actual, el gran Lersch (14) lo corro­
bora diciendo que "una masa es, pues, una multitud de seres
humanos interiormente desorganizada y exteriormente amorfa
que por la comunidad de una emoción es impulsada en una
dirección unívoca de la acción", por lo que, en otra obra (15),
hace este durisimo juicio: "en la masa el individuo deja
de ser,
provisionalmente, una persona".
No tiene,
pues, nada de extraño el desencanto, que com­
prueba el mismo Popper, del racionalismo ilustrado: Ahora no
puede acudirse a la religión como chivo expiatorio, culpable de
los males de la humanidad. Y ni siquiera
queda ya el totalitaris­
mo como sustitutorio. Se cambió la religión por el culto a la diosa
Razón,
que libre de toda heteronomla, iba a traer el Paraiso a la
Tierra. En lugar de la paz
perpetua (Kant) vinieron las guerras
mundiales. Y los avances, indudables,
en la füica y la química,
trajeron como consecuencia
no deseada incorporada (16) un
arsenal de armas de una potencia antes inconcebibles (gases,
dinamita, bomba atómica, etc.). Y
no sólo eso, sino la cultura de
la queja (17), el malestar de la vida pública (18) como preocupa­
ción teórica, como preocupante realidad práctica que ha engen­
drado las semillas de la violencia (19);
han arraigado las raíces
(13) G. LE BoN, Psicbologie desfcntles, Félix Alean, 1899, pág. 25.
(14) PHILIP LERSCH, Psicología social, Scientia, 1967, pág. 23.
(15) PHILIP LERSCH, La. estructura de la personalidad, Scientia, pág. 486.
(16) Cfr. ICARL POPPER y JOHN EcCLES, El Yo y su cerebro, Labor Universitaria,
1982:
"Las teorias son producto del pensamiento humano ... producen conse­
cuencias aún invisibles y producen nuevos problemas", pág. 45.
(17) Cfr. R. HuGHF.S, La. cultura de la queja, Anagrama, 1994.
(18) Cfr. VICTORIA CAMPS, El malestar de la vida pública, Grijalbo, 1996.
(19) Cfr. LUIS ROJAS MARCOS, Las semillas de la violencia, Espasa, 1995.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
del odio (20). No hay más que leer la prensa, oír las radios o ver
las telenoticias: redes de prostitución infantil, sadismo organiza­
do, etc. ¿Son estos temas susceptibles
de un diálogo racional?
¿Qué paridad
puede haber en un diálogo civilizado (¡!) entre las
razones
(¿?) de los pro-abortistas y los antiabortistas? ¿Cómo se
resuelve la dialéctica del valor
de la vida humana frente al dolor?
Y
no sólo en estos campos, sino que hay también otros
donde se producen preguntas aporéticas: en el Estado de dere­
cho que tutela los derechos del
reo ofreciéndole numerosas cau­
telas jurídicas para
no estar desamparado, ¿qué Justicia hay en lar­
guísimos procesos
que cuando llegan al final han pasado cinco,
diez, quince o veinte años?
¿Es justo un proceso ineficiente? Por
esta razón
R. Dworkin (21), estudiando el pragmatismo jurídico
anglosajón que intenta conciliar ambos extremos, insinúa algo así
como
una vuelta al iusnaturalismo, es decir, al 1nito del 111arco
cotnún que rechaza Popper. Sin embargo, sobre el te1na del abor­
to y la eutanasia,
en otra obra (22) que empieza constatando el
choque sobre estos
tenias de una visión religiosa y otra laica de
la sociedad, termina diciendo: "Esta batalla nos parece tan ina­
bordable, tan agresiva
por su virulencia y su odio porque he1nos
sido engañados, o nos hemos engañado a nosotros
1nismos1 por
una comprensión equivocada acerca de lo que realmente centra
el debate. Nos
han persuadido de que la cuestión central es meta­
física
-la cuestión de si un feto es una persona-acerca de la
cual ningún argumento
puede ser decisivo y ningún compromi­
so
es aceptable debido a que, para unos, la pregunta es si los
bebés pueden ser asesinados, mientras que, para los otros, es si
las 1nujeres deberían
ser víctin1as de una superstición religiosa.
Cuando analiza1nos más minuciosan1ente lo
que la gente siente
realmente acerca del aborto,
podemos rechazar esta explicación
engañosa. Casi ninguno de los
que apoyan las leyes antiaborto
cree reahnente que
un feto recién concebido sea una persona, y
casi ninguno
de los opositores a esas leyes reahnente cree que el
358
(20) Cfr. SERGIO CoTIA, las raíces del odio, Eunsa, 1987.
(21)
Cfr. RoNALD DWORKIN, Los derechos en serio, Planeta-De Agostini, 1993.
(22)
Cfr. RONALD DWORKIN, El do,ninio de la vida, Ariel, 1994.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
argumento en contra del aborto se apoye solo en una supersti­
ción. El verdadero debate es 1nuy distinto: esta1nos tan profun­
damente en desacuerdo porque todos asumimos seriamente una
unificación como seres humanos, la santidad o la inviolabilidad,
en cualquier etapa en que se encuentre, de cualquier vida hu­
mana".
A pesar de su extensión había que citar este párrafo de la
Coda final de
la obra porque describe perfectamente cómo se ve
hoy el tema en extensos sectores de la opinión pública. Que esté,
o no, de acuerdo con ello, es otro tema. Realmente es un resu­
men del capítulo 3, "¿Qué es lo sagrado?", corazón de la obra y
dedicado a ver lo que es valioso por sí mis1no, no subjetiva1nen­
te o por utilidad, sino intrínsecamente, pues "gran parte de la
vida humana se basa en la idea de que los objetos y los hechos
pueden ser valiosos por sí mismos" (pág. 95). Y desde esta afir­
mación juzga
que "tratamos la vida de una persona como subje­
tivamente valiosa cuando tnedimos su valor para la persona
misma ...
en términos de hasta qué punto "ella~ quiere estar viva
y hasta qué punto vivir es bueno para ella" (pág. 99). Trata, pues,
el problema subjetivamente tanto la eutanasia como el aborto. Y
con esta óptica añade: "Hemos sostenido que el feto en su pri­
mera fase carece
de interés y derechos y que casi nadie cree que
los tenga; si el valor personal f~era el único valor que está en
juego en el aborto, el aborto no sefía 1norahnente problemático"
(ibídem). Es esto consecuencia de la postura antimetafüica que
declara en la Coda: utiliza el tér1nino persona como meramente
descriptivo y aceptado, pero negándole cualquier concreto valor
real. E intenta evitar las consecuencias que de esto se derivan
añadiendo más adelante:
"Pero no es así cotno valoramos la vida
humana, sino que la consideramos sagrada e inviolable ... algo es
sagrado e inviolable cuando su destrucción deliberada deshonra­
ría todo lo que
debe ser honrado" (pág. 100).
La consecuencia de ignorar los primeros principios metafísi­
cos le hace sostener una cosa y su contraria: no tiene valor la
condición personal, pero hay que respetar la vida hu1nana, ¿qué
es, pues, la ~persona~? ¿Puede ser separada de la vida hu1nana?
Realmente en la Coda final insinúa algo sutil que es el nudo de
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
la cuestión: "Los intereses de la mayoria de las personas no se
agotan en un deseo de placer o de disfrute. Incluyen, además, lo
crucial para su sentido de la identidad,
un deseo de hacer que
vivir constituya un éxito, de hacer algo valioso con sus propias
vidas ... La dignidad, reveladora del respeto inherente a nuestras
propias vidas se encuentra en el núcleo de ambos argumentos"
(pág. 312), ya en los abortistas y antiabortistas y los proeutanasia
y antieutanasia. Dejando aparte el hecho de que para el aborta­
do no se le puede preguntar por sus expectativas de éxito o si se
considera valioso, lo que hace es introducir sutilmente co1no
argumento la calidad de vida, justificante en muchos casos de "la
destrucción deliberada" de
una vida, lo que "deshonrarla todo lo
que debe ser honrado". Y, de hecho, abre la puerta a que otros
y
no el nasciturns o el inconsciente paciente o subnormal deci­
dan su supresión. Y eso que "las decisiones relativas a la vida y
a la 1nuerte son de mayor importancia, las más cruciales en la for­
mación y expresión de la personalidad de las que cualquiera
pueda realizar" (pág. 313).
No pode1nos terminar sin volver otra vez a Wittgenstein cuan­
do en el Tractatus nos dice(§ 6.41): "El sentido del mundo debe
quedar fuera del mundo", es decir, el hombre no puede enten­
derse sólo desde el hombre,
se necesita una cierta perspectiva,
un alejamiento que permita contemplar toda la realidad del
mismo, lo que es imposible si nos metemos en su interior. Y esto
es directamente aplicable a los temas implicados en la obra de
Popper: una consideración solamente ontológica, de las cosas,
del mundo a la mano (Heidegger) ha llevado a la cultura post­
cartesiana, matriz del 111undo actual, a una situación aporética, sin
salida.
Es preciso elevar la vista fuera del mundo para encontrar­
le un sentido: proclamar humilde y claramente "ergo errábimus",
luego estábamos equivocados
(Sabiduría, 5, 6). Y no solo pro­
clamar, sino debe1nos resistirnos a "una entrega pasiva al destino,
a una decisión 1necánica
en favor de la complacencia o de la con­
veniencia porque supone una traición que cancela la dignidad
solamente por facilitar las cosas" (pág. 314), nos dice Dworkin al
acabar su obra. La más irrazonable de todas las detenninaciones
que puede tomar el hombre es reducir toda la realidad a la abar-
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
cable por la limitada razón humana (23). En resumen: el pensa­
miento ético-político de Popper es heredero directo de Stuart Mili
y de la filosofía anglo-escocesa que rebaja el capital concepto
Bien a mero bien útil o deleitable y, por ende, rebaja la ética a
psicología o econonúa: "Por lo tanto, si la última
sanción de toda
moralidad es (aparte de los motivos externos) un sentimiento
subjetivo de la
mente, no veo que la cuestión de cuál sea la san­
ción de un criterio particular resulte embarazosa para aquellos ·
cuyo criterio es la utilidad" (24). Y, ¿cómo se mide esa utilidad?
Segun el "Principio
de la Mayor Felicidad" con que empieza el
libro: "El credo que acepta la Utilidad o Principio de Mayor Feli­
cidad con10 funda1nento
de la moral sostiene que las acciones
son justas en la proporción que tienden a pro1nover la felicidad;
e injustas
en cuanto tienden a producir lo contrario de la felici­
dad.
Se entiende por felicidad el placer y la ausencia de dolor;
por infelicidad, el dolor y la ausencia de placer" (págs. 28-29).
La111entablen1ente, para Popper, la
objeción a esta proposición es
la inexistencia de un felicitómetro, un artilugio para medir empí­
ricamente la felicidad
de los individuos humanos. Y señalamos
individuos
porque al rechazar un marco común con10 nor1na uni­
versalmente válida
que determine el bien y el mal, la Mayor
Felicidad, el
placer y el dolor forzosamente han de ser indivi­
duales. Y
como inevitable consecuencia que reclama H. Spen­
cer (25): "Si la regla de conducta es la misma para todos, es nece­
sario que cada uno sea egoísta en el grado debido: puede también
(23) Incluso en el terreno científico existen limites. STEPHEN HAWKING -His­
toriCJ del tiempo, RBA editores, 1993-nos dice: "Incluso si' sólo hay una teoría
unificada posible, se trata únicamente
de un conjunto de reglas y de ecuaciones.
¿Qué
es lo que insufla fuego en las ecuaciones y crea un universo que pueda ser
descrito por ella.e;? ¿Por qué atraviesa el universo todas las dificultades de la exis­
tencia?
¿Es la teoría unificada tan convincente que crea su propia existencia? O
necesita un creador y, si es así, ¿tiene ésta algún efecto sobre el universo? ¿Y quién
lo creó a él? (pág. 223). HAWKING, estudiando cientificamente el inicio del tiempo
y la Creción del Mundo, llega a la misma conclusión que Tomás de Aquino en De
aetenútati Mundi: la creación del mundo o es un irracional regreso al infinito o
es
una verdad ele Fe: ¿Está V. de acuerdo, Sir Popper?
(24) J. STUART MJLL, El utilitarismo, Aguilar, 1980, pág. 60.
(25) HERBERT SPENCER, Fundanrentos de la Moral, Sevilla, 1881.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
sentarse la consecuencia de que, para llegar a la suma de mayor
felicidad, cada
uno debe ser más egoísta que altruista"(§ 86). Así,
en una sociedad bajo las directrices del darwinismo social.
Los problemas reales son los de las víctimas de esta filosofia
(torturados, violados, sodomizados) para los
que según el dicho
anglosajón, "ese es su problema". Y aquí la pregunta clave es:
¿pueden esperar, tal vez años, a que el diáto·go social acierte en
la vía justa cuando saben que hay un "marco común" que hubie­
ra evitado esta problemática
de la espera? No es más racional, no
sólo razonable, admitir como 1narco co1nún el orden de la natu­
raleza,
no solo física, sino ta1nbién moral, de un Dios postulado
por
la razón científica con10 últhno cierre de una teoria unifica­
da de la comprensión del mundo sabiendo que todo procede de
Dios y a Dios se ordena? Tenninaremos recordando una palabras
de Juan
XIII: "El aspecto más siniestramente típico de la época
moderna consiste en la absurda tentación de querer construir un
orden te1nporal sólido
y fecundo sin Dios, único fundamento en
el que puede sostenerse" (§ 72: Mater et Magistra).
ANTONIO SEGURA FERNS
Franci.co de Catellví: NARRACIONES
HISTÓRICAS
<'l
La Fundación que lleva el nombre de Francisco Elías de Te­
jada y Spínola
-uno de los nombres cimeros en la historia del
pensamiento polltico español de este
siglo-, al acometer la edi­
ción de las
Narraciones Históricas de Francisco de Castellví, iné­
ditas hasta
la fecha, no sólo ha venido a acreditar sobradamente
la fidelidad de su quehacer a la senda trazada por su fundador,
el polígrafo extre1neño 1nuerto ahora hace veinte años, sino que
también ha mostrado una fina sensibilidad que le ha hecho poner
a disposición del público -pese a lo costoso de la empresa­
una obra capital para el conocimiento de la guerra de Sucesión
y, por extensión, de la entera historia conte1nporánea de Cata-
e) Fundación Francisco Elías de Tejada, Madrid, 1997, vol. 1, pág. 722.
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