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Número 433-434

Serie XLIII

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Homilía S. S. Benedicto XVI en la Misa del solemne inicio del Ministerio Petrino de Obispo de Roma

mundo nuevo. ¡ Vivamos nuestro mir1isterio así, como don de Cristo a los
hombres! Pero en esta hora, sobre todo, roguemos con insistenda al
Señor para que, después del gran don del Papa Juan Pablo IL nos dé de
nuevo
un pastor según Su corazón, un pastor que nos guíe al conoci­
miento de Cristo, a su amor, a la verdadera alegría. Amén.
3. HOMIÚA S. S. BENEDICTO XVI EN LA MISA DEL SOLEl\lNE INICIO
DEL MINISTERIO PETRINO DE OBISPO DE
ROMA
(Plaza de San Pedro, domingo 24 de abril de 2005)
Señor Cardenales,
venerables Hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
distinguidas Autoridades y Miembros del cuerpo diplomático,
queridos Hermanos
y Hermanas
Por tres veces nos ha acompañado en estos días tan intensos el canto
de las letanías de los santos: durante
los funerales de nueslro Santo
Padre Juan Pablo
11; con ocasión de la entrada de los Cardenales en
Cónclave, y también hoy, cuando las hemos cantado de nuevo con la
invocadón:
Tu illum adiuva, asiste al nuevo sucesor de San Pedro. He
oído este canto orante cada
vez de un modo completamente singular,
como
un gran consuélo. ¡Cómo nos hemos sentido abandonados Iras el
fallecimiento de Juan Pablo JI! El Papa que durante 26 años ha sido
nuestro pastor
y guia en el camino a través de nuestros tiempos. Él cruzó
el umbral
hada la otra vida, enlrando en el misterio de Dios. Pero no dio
este paso
en solitario. Quien cree, nunca está solo; no lo está en la vida
ni tam¡xxo en la muérte. En aquellos momentos hemos podido invocar a
los santos
d_e todos_ los siglos, sus amigos, sus hermanos en la fe, sabien­
do que serían
el cortejo viviente que lo acompañaría en el más allá, hasta
la
gloria de Dios. Nosotros sabíamos que allí se esperaba su llegada.
Ahora sabemos que
él está entre los suyos y se encuentra realmente en su
casa. Hemos sido consolados
de nuevo realizando la solemne entrada en
cónclave para elegir al que Dios había escogido. ¿Cómo podíamos reco­
nocer su nombre? ¿Cómo
115 Obispos, procedentes de todas las culturas
y países, podían encontrar a quien Dios querfa otorgar la misión de atar
y desatar? Una vez más, lo sabíamos; sabíamos que no estamos solos, que
estamos rodeados, guiados
y conducidos por los amigos de Dios. Y ahora,
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en este momento, yo, débil sieivo de Dios, he de asumir este cometido
inaudito, que supera realmente
tOOa capacidad humana. ¿Cómo puedo
hacerlo? ¿Cómo seré capaz de llevarlo a cabo? Todo vosotros, queridos
'amigos, acabái.s de invocar a tocia la muchedumbre de las santos, repre­
sentada
por algunos de los grandes nolllbres de la historia que Dios teje
con los hombres. De este modo, también
en mí se reaviva esta canden­
cia: no estoy solo. No tengo que llevar yo solo.Jo que, en realidad, nunca
podría soportar yo solo. La muchedumbre de los santos de Dios me pro­
tege, me sostiene_ y me conduce. Y rile acorrípañan, quer_idos amigos,
vuestra indulgencia, vuestro amor, vuestra
fe y vuestra esperanza. En
efecto, a la comunidad de los santos no pertenecen sólo las giandes figu­
ras que nos han precedido y ~uyos nombres conocemos. Todos nosotros
somos la
comunidad de lds santos; nosotros, bautizados en el nombré del
Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo; nosotros, que vivimos .del don de la
carne y la sangre de Cristo, por medio del cual qUiere transformarnos y
hacernos semejantes a
sí mismo. Sí, la Iglesia· está viva; ésta es la mara­
villosa i!xpeiiencia de estos días. Precisamente en los tristes días de la
enfermedad y la
muerte del Papa, algo se . ha manifestado de modo
maravilloso ante nuestros ojos: que la Iglesia está viva. Y la Iglesia es
joven. Ella lleva en sí misma el futuro d{Jl mundo y, por tanto, indica
también a cada uno de nosotros la vía hada el futuro. La Iglesia está
viva y·nosotros Jo vemos: ·experimentamos la alegría que el Resudtado ha
prometido a los suyos. La Iglesia está viva; está viva porque Cristo está
vivo, porque él
ha resucitado verdadejamente. En el dolor que aparecía
en el rostro del Santo Padre en los día5 de Pascua, hemos contemplado
el
mistfirio de·la pasión de Cristo y·tocado al mismo tiempo sus heridas.
Pero
en todos estos días también hemos podido tocar, en un sentido pro­
fundo,
al Resudtado. Hemos podido experimentar la alegtía que él ha
prometido, después de un breve tiempo de oscuridad, como fruto de su
ré~urrécdón.
fa Iglesia está viva: de esre modo saludo con gtan gozo y gtatitud a
todos vosotros
que estáis 1:.1-quf reunidos, venerables Hermanos Cardenales
y Obispos, queridos
sacerdores, diáconos,

agentes
de pastoral y carequis­
tas. Os saludo a vosotros, religiosos y religiosas, resttgos de la presenda
transfigurante de Dios. Os saludo a vosotros, fieles laicos; i~mersos en el
gran campo de lá construcción del Reino de Dios que se expande en el
mundo, en--cualquier lllanifestadón de la vida·. El saludo se llena de
afecto al dirigirlo tam-biéI: a todos laf que, renacidos en el sacramento
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del Bautismo, aún no están en plena comunión con nosotros; y a ·voso­
tros, hermanos del pueblo hebreo, al que estamos estrechamente unidos
por
un gran patrimonio espiritual común, que hunde sus rafees en las
ítrevocables promesas de
Dios. Pienso, en fin -casi como_una onda que
se expande-en todos los. hombres de nuestro tiempo,-creyentes y no
creyentes.
¡Queridos amigos! En este momento no necesito presentar un pro­
grama de gobierno. Algún rasgo de
Jo que considero mi tarea, la he pocli­
do exponer ya en mí mensaje d~l miércoles, 20 de abril; no faltarán otras
ocasiones para hacerlo.
Mi verdadero programa de gobierno es no hacer
mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino de ponerme, junto con
toda la Iglesia, a la escucha de
la palabra y de la voluntad del Señor y
dejarme conducir por El, de tal modo que sea él mismo quien conduzca
a la Iglesia
en esta hora de nuestra historia. En lugar de exponer un pro­
graina, desearía
más bien intentar comentar simplemente los dos signos
con
los que se representa liáirgicaménte el inido del Ministerio petrino;
por
Jo demás, ambos signos reflejan también exactamente lo que se ha
proclamado en las lectutas de hoy.
El primer
signo es el palio, t~ido de lana pura, que se me pone sobre
los hombros.
Este signo anttqufsimo, que los Obispos de Roma llevan
desde
el siglo IV, puede ser considerado como una imagen del yugo de
Cristo, que el Obispo de esta ciudad, el Siervo de los Sietvos de Dios, toma
sobre sus hombros. El yugo de Dios
es la voluntad de Dios que-nosotros
acogemos. Y esta voluntád
no es un peso exterior, que nos oprime y nos
priva de la libertad. Conocer
Jo que Dios quiere, conOCér cuál es la vía de
la vida, era la alegría de
Israel, su gran privilegio. Ésta es también nl.les­
tra alegria: la voluntad de Dios, en vez de alejarnos de ·nuestra propia
identidad, nos put1f1ca
~quJzas a veces de maneta dolorosa-y nos
hace volver de este
modo a nosotros mismos. Y así, no servimos solámen­
te Él, sino también a la salvadón de todo el m·undo, de tocia la historia.
En realidád, el simbolismo del Palio es más concreto aú,n: la lana de cor­
dero representa la oveja perdida, enferma o débil,
que el pastor lleva a
cuestas para conducirla a las aguas
_de la vida. La parabola de la ov(!ja
petdida, que el pastor busca en el desierto, fue para los Padres de la
Iglesia
una imagen del misterio de Cristo y de la Iglesia. La humanidad
-tocios nosotros-es la oveja descarriada en el desierto que ya no puede
encontrar la senda. El
Hijo de Dios no consiente que ocurra esto; Ii~
puede abandonar la humanidad a una situación tan miserable. Se alza
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en pie, abandona la gloria del cielo, para ir en busca de la oveja e ir tras
ella,
incluso hasta la-cruz. La pone sobre sus hombros, carga con nues­
tra humanidad, nos lleva a nosotros mismos, pues Él es el buen pastor,
que ofrece su vida por las ovq¡as. El Palio indica primeramente que Cristo
nos lleva a todos nosotros. Pero, al mismo tiempo, nos invita a llevarnos
unos a otros. Se convi.erte así en el símbolo de la misión del pastor del que
hablan la segunda lectura y el Evangelio de hoy, La santa inquietud de
Cristo ha de animar al pastor: no es indiferente para él que muchas per­
sonas vaguen por el desiertn. Y hay muchas formas de desierto: el desier­
to de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del aban­
dono, de la soledad, del amor quebrantado, Existe también el desierto de
la oscuridad de Dios, del vado de las almas que ya no tienen conciencia
de la dignidad y del rumbo del hombre. Los desiertos exteriores se multi­
plican en el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores. Por
eso, los tesoros de la ti.erra ya no están al servicio del cultivo del jardín de
Dios, en el que todos puedan vivir, sino subyugados al poder de la explo­
tación y
la destrucción: La Iglesia en su conjunto, así como sus Pastores,
han de ponerse en camino como Cristo para rescatar a lOS hombres del
desierto y conducirlos al Jugar de la vida, hacia. la amistad con el Hijo
deDios, hacia Aqueique nos da la vida, y la vida en plenitud. El simbo­
lo del cordero tiene todavía otro aspecto. Era costumbre en el antiguo
Oriente que los reyes se llamaran a sí mismos pastores de su pueblo. Era
una imagen de su poder, una imagen dnica: para ellos, los pueblos eran
como ovejas ·de las que el pastar podía disponer a su agrado. Por el con­
trario, el pastor de todos los hombres, el Dios vivo, se ha hecho él mismo
cordero, se ha puesto de la parte de los ciJrderos, de los que son pisotea­
dos y 'sacrificados.
Predsamente aSI se revela Él como el verdadéro pas­
tor: "Yo soy el buen pastor f .. j. Yo doy mi vida por las ovejas", dice Jesús
de sí mismo (lll 1 o, 14s.). No es el poder Jo que redime, silla el amOr. Éste
es .el distintivo
de Dios: Él mismo es amor. ¡Cuántas veces desearíamos
que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente, derrotara el
mal y creara un mundo mejor. Todas las ideologías del poder se justifi­
can asf,Justifican la destrucción de Jo que se opondría al progreso y a la
liberación de la humanidad. Nosotros sufrimos por la padencia de Dios.
Y, no obstante, todos necesitamos su paciencia. El Dios, que se ha hecho
cordero, nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los
cmdficadores. El mundo es redimido por la pacienda de Dios y destrui­
do por la impaciencia de los hombres.
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Una de las características fundamentales del pastor debe ser amar a
los hombres que
Je han sido confiados, tal como ama Cristo; a cuyo ser­
v.tcio está. "Apacienta mis ovejas", dice Cristo a Pedro, y también a mí,
en este momento. Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir tam­
bién
es~ar dispuestos a sufrir. Amar significa dar el _verdadero bien a las
ovf!jas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el ali­
mento de su presencia, _que él nav da en el Santísimo Sacramento.
Queridds amigos, en este
momento sólo puedo decir: rogad por mí, para
que aprenda a
amar cada vez más al Señor. Rogad por mí, para que
aprenda a querer cada vez
más a su rebaño, a vosotros, a la Santa
Iglesia, a cada
uno de vosotros, tantn personal como coinunitariamente.
Rogad por mí, para que, por miedo,
no huya ante los lobos. Roguemos
unos por otros para
que sea el Señor quien nos lleve y nosotros aprenda­
mos a llevarnos unos a
otros.
El segundo signo con el cual la liturgia de hoy representa el comien­
zo del Ministerio petrino es la entrega del anillo del pescador. La llama­
da de Pedro a ser pastor, que hemos oído
en el Evangelio, viene después
de la
nárradón de una pesca abundante; después de una noche en la
que echaron las redes
sin éxito, los disdpulos v.teron en la orilla al Señor
resucitado.
·Él les manda volver a pescar otra vez, y he "a.qui que la red se
llena tanto que
no tenían fuerzas para sacarla,· habla 153 peces grandes
y, "aunque eran tantos,
no se rompió la red" ún 21, 11). Este relato al
final del camino terrenal de Jesús con sus discípulos, se corresponde con
uno del prindpio: tampoco entonces los disdpulos habían pescado nada
durante toda la noche; también entnnces Jesús inVitó a Simón· a remar
mar adentro. Y Simón, que todavía no se llamaba Pedro, dio aquella
admirable respuesta:
"Maestro, por tu palabra echaré las redes". Se Je
confió entonces la misión: "No temas, desde ahora serás pescador de
hombres"
{!.e 5, 1.11). También hoy se dice a la Iglesia y a los sucesores
de los apóstoles que se adentren en el mar de la historia y echen las redes,
para conquistar a los hombres para el Evangelio, para Dios, para Crtsto,
para la Vida verdadera. Los Padres han dedicado también un comenta­
rio
muy particular a esta tarea singular. Dicen así: para el pez, creado
para
viVir en el agua, resulta mortal sacarlo del mar. Se Je priva de su
elemento vital para convertirlo
en alimento del hombre. Pero en la
misión del pescador de hombres ocurre
lo contrarto. Los hombres v.tv.tmos
?llenados, en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en_ un
mar de oscuridad, sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las aguas
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de la muerte y nos /leva 'al resplan dadera. Así es, efectivamente: en la misión de pescador de hombres,
siguiendo a
Cristo, hace falta sacar a los hombres del mar salado por
todas las allenaciones y llevarlo a la tierra de la vida, a la luz de Dios.
Así es~ en verdadi noscitrOS existi.mds para enseñar Dios-a los hombies. Y
únicamente donde se
ve a Dios, comienza realmente la vida, Sólo cuan­
~º encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos Jo que es la vida. No
somos el
producto célSual y·stn.sentido-ae la evolµción. Gil.da uno de
nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotrós es
querido, _cada uno eS amado, cada uno es necesario. Nada_]Jay más her­
moso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por
Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad
con
él La tarea del pastor, del pescador de hombres, puede parecer a
veces gravosa_. Pero es gozosa y grande, porque en definitiva es un servi­
cio a la alegria, a la alegria de Dios que quiere hacer su entrada en el
mundo.
Quisiera ahora. destacar
todávfa una cosa: tanto en la imagen del
pastor· como. en la del pescador, emerge de manera rr1uy explfdta la lla­
mad a. la_ l}.nidad. "Tengo , además, otras ovejás que no son de este redil;
también a ésas las IEngo que traer, y escucharán mi VDZ y habrá un solo
rebaño,
un solo Pastor" On 10, 16), dice jesús al final del discurso del
buen pastor. Y el relato de los .153 peces grandes termina con la gozosa
constatación: "Y aunque eran tantos, no se rompió la red" On 21. 11).
¡Ay de
ml Sellar amado! ahora la red se ha roto, quisiéramos decir dolo­
ridos. Pero no, ¡no debemos estar trjstes! Alegrémonos por tu pro11i,esa que
no defrauda y hagamos Indo lo posible para recorrer el camino hacia la
µnidad que tú has prometido. Hagamos memoria de ella en la oradón
al. Señor, ·como mendigos; sí, Señor, acuérdate de lo que prometiste, ¡Haz ·
que seamos un solo pastor y una sola grey! ¡No permitas que se rompa tu
red y ayúdanos a ser servidores de la unidad/
En
es/E momento mi recuerdo vuelve al 22 de octubre de 1978,
cuando el Papa Juan Pablo JI inidó su ministerio aquí en la Plaza de
San Pedro. Todavía, y
coilünuamente, resuenan en mis oídos sus pala­
bras de entonces: "¡No temáis/ ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par
las puertas a Cristo!". El Papa hablaba a los fuertes, a los poderosos del
mundo, los cuales tenían miedo de que Cristo pudiera quitarles algo de
su poder, si lo hubieran dejado entrar y hubieran concedido la libertad
a la
fe, Sí, él ciertamente les habría quitado algo: el dominio de la corrup-
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ción, del quebrantamiento del derecho y de la arbitranedad. Pero no les
habría quitado
nada de lo que pertenece a la libertad del hombre, a su
dignidad, a la edificación de una sociedad justa. Además, el Papa
hablaba a todos los hombres, sobre toclo a los jóvenes. ¿Acaso no tenemos
todos de algún modo. miedo. -si d'ifamos entrar a Cristo totalmente den­
tro de nosotros,
si nos abrimos totaiJ[jente a él-, miedo de que él pueda
quitBrnos algo de nuestra vida? ¿Acaso na tenemos miedo de renunciar
a algo grande, único, que hace la vida más bella? ¿No corremos el riesgo
de encontrarnos luego
en la angustia y vernos privados de la libertad? Y
todavía el Papa quería decir: ¡no! quien d't}a entrar a Cristo no pierde
nada,
nada -absolutamente nada~ de lo que hace la vida libre, bella
y grande. ¡No/
Sdlo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo
con esta amistad
se ábren realmente las grandes potencialidades de la
condición
humana. Sdlo con esta amistad experimentamos lo que es
bello y
lo que nos llbera. Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran
convicción, a
partir de la eXf!f!Iiencia de una larga vida personal, decir
a todos
vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no
quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí,
abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verda­
dera vida. Amén.
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