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Número 437-438

Serie XLIII

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Una libertad impuesta: Guerra a muerte

UNA LIBERTAD IMPUESTA:
GUERRA A MUERTE
POR
LUIS CORSI ÜTÁLORA él
"Contra la fuerza y la voluntad ptJblica he dado la liber­
tad a este país y como esta gloria .es mi fortuna nadie me
puede privar de ellfi'.
SIMÓN BoúvAR, 22 de abril de 1828
El mecanismo externo del estallido del Imperio Hispánico es
sobradamente conocido como para que se imponga transcribir
otra
vez la cronología de la claudicación de dos Barbones ante
la& tropas de Napoleón Bonaparte, en la pwlta de cuyas bayo­
netas llevaban a toda Europa los códigos
de las nacientes de­
mocracias c"apitalistas, distanciadas tan sólo por ocasionales
conflictos de intereses, 1nuy -naturales en su esquema de libre
competencia entre nadones; tampoco reviste particular interés el
recapitular cómo regresó
al trono Fernando VII en 1814: Pero
sí resulta imprescindible el replantear sus repercusiones
en las
Provincias
de Ultramar, a las cuales las potencias rivales, en vez
de enviar soldados que hubiesen polarizado la resistencia, hicie­
ron llegar agentes disociadores a ·través de las omnipotentes e
invisibles Logias Masónicas,
por ellas manipuladas desde sus más
(*) Ediciones Nueva Hispanidad, de Buenos Aires, con la colaboración de la
Fundación Elías ·de Tejada, ha publicado un libro del estudioso colombiano Luis
Corsi Otalora titulado Bolívar: la fuerza del desarraigo. Hemos elegido el capítu­
lo
IV para presentarlo a nue.tros lectores (N. de la R).
Verbo, núm. 437-438 (2005), 661-,;76, 661
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U/IS CORSI OTÁLORA
altos vértices, en los cuales reinaban los grandes financieros de
las Bolsas de París y Londres (1).
Para comenzar resulta conveniente aceptar que el descubri­
miento de la máquina de vapor y la oleada cientifista del siglo
XVIII exigían un replanteamiento de las viejas estructuras operati­
vas del Estado, buscando conseivar su espíritu, al menos en lo
esencial; es de reconocer que ésta fue la aspiración de los reyes
que precedieron a los dos
de la claudicación, hasta el punto que
el ruso Anatoli Shulgovski comenta que el carácter
de la Ilustra­
ción Hispánica se distingue
por el esfuerzo de modernizar el pen­
samiento escolástico de
la Edad de Oro (2). Los ejemplos de
Mutis y Caballero y Góngora en la Nueva Granada constituyen
una buena indicación al respeto.
No obstante, los aconteciniientos acabados de mencionar
segaron este impulso, pudiendo señalarse con López Michelsen
que
si Femando VII hubiese estado provisto de mejores dotes,
habría sido posible llevar a cabo "una revolución
paáfica de tipo
liberal" (3), y
no forzosamente capitalista, pues por ese entonces
ya
habla aparecido el magistral tratado sobre el Estado Comercial
Cerrado
de]. G. Fichte (1800), cuyas tesis dieron otro sentido al
proceso
de industrialización en Alemania y Austria, a pesar de
que tuvieron que esperar al siglo xx para verse encarnadas en el
Estado Corporativo (
4). Más aún, el Imperio habría podido con­
vertirse
en una gran confederación al estilo del Commonwealth
con respecto al .Canadá y Australia, tal como desde antes de él
proporúa en 1783 el conde de Aranda en una Representación
cuya idea seria tomada _repetidamente en ambos coiltinentes; en
este sentido planteó Francisco Antonio Zea en el cruda! sep-
. (1) a) LOB masones ante la historia, E. LENNHOFF. México, 1978 (Ed. Diana).
b) La niasonerfa en la Independencia de Amffica, Américo CARNICEw,
Bogotá, 197-0 (Ed. Cooperativa Artes Gráficas).
e) ·"La masopería", Álvaro Pal:,lo ORTIZ, Revista de Historia. Bogotá, no­
viembre 1981.
(2) Anatoli SHULGOVSKI, El proyecto' poUtico del Libertador. Bogotá, 1983,
pág. 24 (Ed. Ceis.
(3) LóPBZ MICHBLSEN, El Estado Fuerte. Una introducción al estudio de la Cons­
titución
de Colombia, Bogotá, 1966, pág. 63.
(4) J. G. FICHTE,-L'Etat Commercial Fermé. París, 1940 (Llbraire du Droit et
Jurisprudence).
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·tiembre de 1820 su célebre Plán de Reconciliación de América y
España (5), al cual prácticamente sólo dio rechazo Simón Bolívar.
De las. perspectivas de acogida que gozaba tal opción puede
colegirse recordando que todos los movimientos de réplica a la
invasión francesa, surgidos · espontáneamente en América, se
hicieron bajo la advocación del monarca1 siendo de gran acierto
un juicio de Miguel Antonio Caro al respecto:
"Esa Junta del 20 de julio de 1810 no proclamó independen­
cia
sino más bien dependencia del Rey de las Españas" (6).
Esta aseveración es confirmada nada menos que por la acti­
tud de Camilo Torres, quien meses después, el 21 de noviembre
de 1810, con el poder en la~ manos advertía:
"Nuestra causa es una y la misma de la nación española: que
nosotros rio nos separamos de -su integridad, a que éramos parte
· esencial; que reconocíamos el mismo. soberano, defendíamos una
santa religión, hacíamos la guerra al propio enemigo".
Tan es así que en 1741 la Nueva Granada había vengado la
derrota
de la Arma.da invencible, hundiendo a su vez la gigán­
tesca flota del Almirante Vernon, cuyas multitudes de barcos y
más de 20.000 hombres se estrellaron contra las murallas de Car­
tagena; Yi más cerca aún, las invasiones inglesas al Río de la Plata
(Argentina) en 1806 fueron rechazadas con el concurso de toda
la población, la cual hasta aceite hirviendo les lanzaba
desde los
techos.
De ahl que resulte ridícula la apreciación de que en los pró­
ceres las adhesiones eran tan sólo maniobras dilatorias, máxime
que la metrópoli estaba en completa incapacidad de enviar tro­
pas. Algo muy diferente eia la toi.na de decisiónes acerca de
cómo participar
én la causa común, pues en ambos continentes
se planteó el dilema de si cada unidad achninistrativa debia cons-
(5) El Espectador. Bogotá, 7 de mayo de 1967.
(6) Miguel Antonio CARO, Idearlo hispánico. Bogotá, 1952, pág. 18 Onstituto
de Cultura Hispánica).
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LUIS CORSI OTÁLORA
tituir Juntas Independientes de resistencia al invasor francés, o si,
por el contrario, habla de obedecerse a un Consejo de Regencia
constituido
en coordinador de emergencia en.razón de la grave­
dad de la situación; puesto que en América no existía una apre­
miante
presión del enemigo capaz de mostrar su justificación, el
problema se convirtió
en fuente de rencillas a través de las cua­
les se fue anidando el ambiente propicio para la Guerra
Civil, de
cuyo clima aprovechaban, claro está, los criollos manipulados
por potencias extranjeras, el principal de ellos el general bona­
partista
José de San Martín, según documentos hallados por el
argentino Enrique
de Gandía.
Nada· mejor para aprovechar dicha situación que herir la
vanidad de la orgullosa aristocracia hispanoamericana, lo cual fue
alcanzado plenamente
en varios lugares, especiahnente en Bue­
nos Aires .cuando
en mayo de 1810 don Cornelio Saavedra. y el
Cuerpo
de Patricios de .la ciudad expresaron al virrey Hidalgo de
Cisneros:
"¿Por ventura este inmenso territorio, sus millones de habi­
tantes, deben reconocer la soberanía de los comerciantes de Cá­
diz y de los pesca9ores de la isla de León? ... ¿Por ventura habrán
pasado a_ Cádiz y a la isla de León, que forma parte de la Anda­
lucia, los derechos de la Corona de Castilla, a la cual fueron
incorporadas las· Américas? No, señor; no queremos seguir-la
suerte de España ni ser dominados por los franceses. Hemos
resuelto tomar de nuevo el ejercicio de nuestros derechos y de
salvaguardamos nosotros mismos".
Esto era lo que convenía a Bonaparte, quien en las Cortes de
Bayo na estimulaba la misma actitud; dividir para reinar (J).
Es cierto que existían motivos de queja, por ejemplo los de
un Memorial de Agravios escrito por don Camilo Torres pero ni
siquiera aprobado
por el Cabildo de Santa Fe y, obviamente,
mucho menos, enviado a
la Perúnsula, para remordimiento de los
(jJ Alberto MIRAMóN, Política secreta de Napoledn en Nueva Granada.
Bogotá, 1978 (Ed. Kelly).
Enrique GANDfA, Napoleón y la Jndependenda de América. Buenos Aires, 1955
(Ed. Antonio Zamora).
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"tiranos"; su texto sólo tuvo una limitada circulación clandestina.
No obstante, a sus principales peticio·nes dieron satisfacción las
Cortes de Cádiz, es especial la de una representación similar para
todas las Provincias
de ambos continentes; en cambio, en las de
América,
una vez proclamada la Independencia, se les negó par­
ticipación electoral a las masas indígenas
que incluían los próce­
res
en las cifras justificativas de sus peticiones a Madrid. ·
Ahora bien, en cuanto al 1náximo reproche, aún hoy en día
en labios de todos, el de la exclusión de "criollos" en los más
altos cargos gubernamentales, se toca fondo
en la deformación
de
una Historia Oiicial encaminada a disculpar los "errores" de
los nuevos dirigentes, atribuyéndoselos a la falta
de capacitación
en la que los sumió la "tiranía".
En efecto, al descorrer múltiples velos y averiguar
por el
máximo organismo que a la postre reemplazó a Femando VII, el
odiado Consejo de Regencia, se encuentra con verdadero pasmo
que fue encabezado .durante
el crucial período en cuestión por
dos neogranadinos; en un principio estuvo a cargo del ilustre
payanés don Joaquín de Mosquera y Figueroa, luego, durante
cuatró años, por el notable oficial de marina santafereño, don
Pedro de Agar. Es decir, que a semejanza de la antigua Hispania,
en la Nueva Granada se pagaban los tributos a Roma enviando
emperadores.
Sin embargo, acá no terminan las sorpresas, pues también las
Cortes
de Cádiz fueron presididas por Mosquera y Figueroa,
luego, en un segundo año, por otro criollo, Guridi y Alcacer,
periodo durante el cual sobresalieron las intervenciones del re­
presentante del virreinato del Perú, Inca Yupanqui; finalmente
por el méxicano Antonio Joaquín Pérez, quien a la cabeza de
otros 69 diputados se presentó ante Fernando VII a aplaudir su
disolución y aprobar la implantación del absolutismo.
Durante esta nueva etapa el Ministro a cargo
de Indias seria
el mexicano Miguel de Lardizábal y Uribe, quien organizó la
expedición
de Morillo y redactó las inteligentes instrucciones que
éste recibió y desobedeció; además nombres de ministros, como
José
Maria Pando, se leen

primero
en el gabinete de Madrid y
luego de Bolivar
en el Perú, sin contar otros altos funcionarios
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LUIS CORSI OTÁLORA
del tipo de un tío del propio Bol!var, quien en alguna carta anun­
cia su regreso
de Madrid en pleno 1825.
Podria alegarse casualidad; mas no, pues aparte de la ya cita­
da Ley Fundamental, por Cédula del 21 de febrero de 1776 el rey
ordenaba
al Consejo de Castilla el nombramiento de americanos
en la península; Madariaga da una lista impresionante de minis­
tros, comandantes
de Ilota, arzobispos y ayos de los Infantes (8).
En América esta política trajo ciertos roces pues la misma
Cédula ordenaba también la correspondiente reciprocidad, aun­
que, obviamente, los criollos seguían allí predominando, a ex­
cepción
de las sillas virreinales, en las cuales, no obstante, tam­
bién se sentaron a1nericanos como Francisco Montalvo en la
Nueva Granada, precisamente durante la Reconquista y en pleno
antagonismo con Morillo; el propio Bolívar llega a reconocer
en
lo alto del año 1817 que los criollos.
"Tenían opción a todos los destinos de la Monarquía, logra­
ban la eminente dignidad de Ministros del Rey, y aun de Grandes
de España. Por el talento, los méritos o la fortuna lo alcanzan
todo" (9).
Ahora bien, estando la Península Ibérica invadida o cons­
tantemente amenazada_ por sus adversarios, eran muy pocas las
fuerzas o pertrechos que podían ser enviados a América, hasta el
punto que
en balance realizado por el Consejo de Estado en
Madrid el 7 de noviembre de 1821 se llegó a la conclusión de que
en el curso de once o más años de insurrección sólo habían sido
trasladados
40.000 hombres, para su ubicación de México a la
Patagonia
(10); la proporción por país y por año, de por sí insig­
nificante, se hace mínitna al tener en cuenta que la cuarta parte
de dicha magnitud integró la expedición de Morillo y casi la 1nitad
pereció
en el sitio de Cartagena. Es de nuevo el propio Bolívar
quien confirma esta conclusión,
pues en julio de 1818 señala que
en Venezuela no sobreviven más de 800 peninsulares, agregando
(8) MADARIAGA, Auge y ocaso del Imperio Español en América, Madrid, 1977,
P'ág. 371.
(9) BoLívAR, Obras completas, torno V, pág. 303.
(10) Juan FRIEDE, La otra verdad. Bogotá, 1972, pág. 66 (Ed. Tercer Mundo).
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en agosto del mismo año que ellos no pasaban de 200 en la
Nueva Granada (11).
En tales condiciones
no queda sino aceptar que los españo­
les
de los grandes combates eran simple y llanamente realistas
criollos,
a los cuales se incorporan algunos ibéricos; resulta sig­
nificativo
el que en la Batalla de Ayacucho, de 12.600 efectivos
de este bando,
tan sólo 600 eran peninsulares. De sus conviccio­
nes y
1ealtad da testimonio el contemporáneo Restrepo en una
obra mucho más honesta que la de los historiadores actuales,
pese a ser juez y parte republicana; dentro de las varias apre­
ciaciones al respecto
puede citarse la que se refiere al curso de
la Campaña de Boyacá, en cuyo territorio el. ambiente era pre­
dominante
aunque no exclusivamente independentista:
"Es un hecho harto singular que componiéndose en gran
parte la división española dé granadinos y patriotas,. en toda la
campaña apenas
un SOldado se pasó a Bolívar" (12).
Vale la pena anotar que quien dirigía las fuerzas realistas era
el joven e inexperto coronel Barreiro, amigo de Morillo. Entre la
oficialidad existía
gran descontento al respecto, por lo que el
virrey Sámano ordenó al legendario comandante de la célebre
V División Realista, coronel Sebastián
de la Calzada, que se
encargara del mando, negándose Barreiro a <=ntregarlo, con los
bien conocidos resultados; en cambio, Calzada y sus criollos
combatieron hasta
el final, dirigiendo la última batalla del viITei­
nato, la de Puerto Cabello el 10 de noviembre de 1823, luego de
la cual
sólo quedaron las guerrillas realistas. del venezolano
Cisneros, quien combatió hasta 1830, cuando ya nadie lo hacía
en el resto del continente.
En cuanto a la dirección de la guerra en América, el esque­
ma es semejante, pues si en la Nueva Granada comandaba un
don Pablo Morillo peninsular, asesorado por el cubano Pascual
·de Enrile, en el Río de la Plata (Argentina), las principales fuer­
zas realistas
operaban al mando. de los generales criollos José
(11) BoúvAR, Obras completas, tomo 1, pág.s. 305 y 320.
(12)
REs'fREPo, Historia de la revolud6n de la repáblica de Colombia. Besan­
zón, 1958, tomo 11, pág. 536 Omp. José Jacquin).
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LUIS CORS/ OTÁLORA
Manuel Goyeneche, Pío Tristán y Tomás de Iriarte; en el Perú,
mientras una parte de los efectivos estaban a cargo del peninsu­
lar Canterac, otra obedeáa al peruano absolutista Pedro Antonio
de Olañeta, quien libró la última gran batalla del continente
en
Tumusla el 1 de abril de 1825. Estos contrastes adquieren su
máximo relieve en México, país en el cual un criollo realista
abandona el territorio con la bandera rojo y gualda mientras tres
ibéricos hacen su entrada triunfal
en la capital, portando la ban­
dera tricolor.
A pesar de que
en última instancia fuese la dialéctica de las
espadas la
que estuviese definiendo el conflicto, la confrontación
intelectual también era intensa; y el esquema anterior resultaba
similar. Para
no insistir demasiado y sólo apelar a los casos más
cercanos, bastará con mencionar que en Caracas la inteligencia
del escritor y periodista doctor José Domingo Díaz inquietaba y
desconcertaba a todos los republicanos
con sus argumentos; y en
la Nueva Granada el jurista antioqueño doctor Faustino Martinez
se había constituido en virtual Ministro de Justicia de Morillo,
siendo también
de destacar al catedrático universitario José Do­
mingo
Duarte. Dejando para lo último la gran figura del doctor
José Félix
de Restrepo, el libertador de los esclavos, quien salió
alborozado a recibir los batallones de la Reconquista, luego
de lo
cual justificó plenamente
su conducta anterior durante el periodo
republicano (13), y la de don Gregario Nariño y su padre don
Antonio, de cuya evolución ya se habló anteriormente; en esfuer­
zos por un armisticio anhelado por casi todos pero que fracasó
ante la tenacidad de Bolívar, los atropeUos
de Morillo y la inercia
de
la metrópoli ibérica, siendo más fácil comenzar por esta última.
En efecto, al estudiar las actas del Consejo de Gobierno y de
las Cortes luego de la partida de la expedición de la Reconquista
impulsada
por el ministro mexicano Lardizábal y Uribe, tanto el
inve.stigador español Melchor Femández Almagro como el aus-
(13) a) Vida y escritos del doctor fosd Félix de Restrepo, por Guillermo HER­
NÁNDF.Z DE ALBA. Bogotá, 1935, pág. 23 (Ed. Imprenta Nacional).
b) José Félix de Restrepojustf.ficasu conducta (1816-1817), Archivo Na­
cional. Colección Historia Anexo, tomo 21, folios 11-41.
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UNA LIBERTAD /MPUESTk GUERRA A MUERTE
tro-colombiano Juan Friede se hallan ante un impresionante va­
cío respecto a los acontecimientos
de América (14); sólo ocasio­
nalmente y como
con fastidio se toca su tema. Tampoco se
encuentran
_huellas de cualquier movilización de grupos de pre­
sión interesados
en el mantenimiento de las Provincias de Ultra­
mar; ni escritores tan penetrantes como Juan Donoso Cortés o
Balmes tocan .el tema, sobre el cual, sintomáticam~nte, tan sólo
insiste el célebre canónigo Andrés Rosillo, quien ya había reco­
rrido su
Camina de Damasco hacia un Realismo que él identifi­
cal>a, textualmente, con "nacionalismo" (15).
Esto indica que en España los sucesos de América tuvieron
un tratamiento similar al de Colombia con el '1caso" de Panamá,
lustros después; aparte de algunas voces patrióticas aisladas,
nadie se conmovió, aparte
de protestar en un caso contra la
Legión Británica y sus 5.088 hombres y
en la otra contra los bar­
cos de guerra norteamericanos. Como si fuera poco, Fernando
VII se negó a aceptar el armisticio federativo propuesto por
Francisco Antonio Zea en 1820 alegando que para tal medida no
.estaba autorizado ·por una Cons~tución á la cual juró dar cum­
plimiento; más o menos lo mismo que alegó ayer el presidente
Turbay respecto a la liberación de los rehenes diplomáticos del
M-19; no obstante, es de agregar que en las instrucciones de Bo­
lívar a sus emisarios esta opción también_ se descartaba, pese a
autorizárseles a ceder Quito y Panamá (art. 6. º) a cambio. de la
independencia, según texto
de ellas publicado por el venezolano
Carlos Villanueva (16). ·
Ahora bien, regresando a curso de los acontecilnientos, resul­
ta importante recordar que es de general aceptación un balance
(14) a) La emaÍlclpacldn de América y su reflejo en la conciencia española,
Melchor FERNÁNDEZ ALMAGRO, Madrid, 1957. Instituto de Estudios Polfticos.
b) La otra verdad, FRIIIDB, Bogotá, 1972. Además varios importantes es­
tudios en el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República, de los
tomos VI al XIV.
(15) a) La otra verdad, FRn!DE, op. cit, págs. 54-55.
b) Andrés Maria Rosi.llo y Memela, Horacio RooRfGUEZ PLATA. Bogotá,
1944 (Ed. Cromos).
(16) Carlos Vll.LANUEVA, Fernando VII y los Nuevos Estados. La monarquía en
América. Parls, 45-11-11, pág. 36 (Ed. Paul Ollendort).
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negativo para el primer período independentista, mal llamado de
la "Patria Boba" en la Nueva Granada; la frustración ganó en
todas las esferas, hasta las más independentistas. En efecto, era
difícil, y todavía lo es, al ciudadano
común y corriente y aun a
muchísimos dirigentes, captar que el destino futuro
del país,
aparte del
suyo propio, estaban en juego a través de la orienta­
ción social que
logura imponerse, pues de ésta de pendería no
sólo
una abstracta Constitución sino todo un sistema de Códigos,
relaciones económicas
y costwnbres que les irían modelando a
su imagen y semejanza, educándoles
en todo el sentido de la
palabra, hasta la hora .misma de la muerte;
cuando más, se pensó
en métodos competitivos en cuya formación jugaban buen papel
el temperamento y personalidad de quienes los proponían.
De alú
que se produjese una verdadera avalancha hacia la
posición realista,
máxime que, testifica desde el otro bando el
doctor Mariano Ospina Rodríguez:
"Nada más natural y más excusable que esa repugnancia en
pueblos habituados a mirar con respeto religioso al monarca ,y
como una honrosa dicha el pertenecer a una Nación que en su
concepto era la m,ás poderosa, rica y moral del mundo" (17).
En cuanto al mito de la "explotación" por la metrópoli, a más
de lo dicho es preciso agregar con John Lynch que en toda
América existía conciencia
de su situación autosuficiente (18).
Esto le permitía afrontar los conflictos
con sus propios ,:ecursos
explotados; incluso el de una Guerra Civil Autodestructiva.
Para su prevención, la 1nencionada política conciliadora de
don Toribio Montes era la indicada; su patrocinador el virrey del
Perú, Abascal, sostenía
ardoroSamente que a los insurgentes era
preciso reducirlos "más
por la fuerza del raciocinio que por las
armas ... (considerar).. los movimientos,
no como un crimen,
sino como
un error de concepto" (19). Un personaje de su talla
(17) Mariano OSPINA RoDRÍGUEZ, Escritos sobre economía y política. Bogotá,
1969, págs·. 149-151 (Ed. Universidad Nacional).
(18) LYNCH, Las revoludones hispanoamericanas 1808-1826. Barcelona, 1976,
pág. 12.
(19) DE GANDIA, lndepéndencfa de América Buenos Aires, 1961, págs. 140-141.
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era el indicado para la misión de recuperación de las "Provincias
disidentes", luego del regreso
en 1814 de Femando VII al trono.
Es bien sabido que no fue as!, pues al mando de la expedi­
ción patrocinada por el ministro mexicano Lardizábal y Uribe,
luego de agrias polémicas se colocó al general Morillo, seis años
antes sargento del ejército real,
encumbrado por los azares de la
guerra,
su innegable valor y la decisiva intervención de Logias
Masónicas siempre
desde Londres manipuladas (20); en la deter­
minación final jugó fundamental
papel la recomendación de una
de las más altas figuras de éstas, el propio Wellingtoh, según
Restrepo, su enterado contemporáneo (21). Con toda razón el
cuidadoso historiador francés
Jean Descola puede exclamar:
"¿Qué oculto pensamiento casi maquiavélico había inspirado
la designación de Morillo, quien partiendo de Cádiz c_on consig­
nas de amnistía debía escribir algunos meses más tarde a su rey:
para subyugar· a las provincias insurrectas, una sola medida,
exterminarlas?" (22).
En efecto, luego de sus primeros triunfos y a pesar de ser
recibido en todas partes con repique de campanas y Te DeumS,
su naturaleza primitiva sufre un. choque al ver burlada alguna de
sus medidas de esa clemencia y conciliación tan insistentemente
consignadas
en las instrucciones, redacta.das por. el_ mexicano
Lardizábal
Es entonces cuando sin cuidarse en establecer responsabili­
dades, vira hacia
su conocido Régimen del Terror, precisamente
en esa orgullosa e intelectual Nueva Granada que sin grandes
riquezas
había logrado la cabeza del virreinato, por sobre las
opulentas Quito y Caracas. Se
ensaña entonces sobre una aristo­
cracia
que había dado al Paraguay los jefes de su. insurrección
cotnunera, Antequera y Mompox, llevando a
cabo la suya propia
lustros después; sin embargo, amnistió a los ejecutantes, a los
(20) Antonio RonRfauez VILLA, El general don Pablo Morillo. Madrid, 1920,
pág. 116 (Ed. América).
(21)
RF.sTREPO, Historia, tomo I, _op. cit., pág. 425.
(22)
Jean DESCOLA, Les Libertadors. París, 1957, pág. 332 (Ed. Fayard).
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cabos y sargentos, precisamente la actitud inversa a la muy exi­
tosa del sutil Caballero y Góngora, quien conocía a un cierto y
abominable Maquiavelo, inexistente para el rudo ex-suboficial, a
la postre censurado
por la Corona, aunque, relata Gabriel Porras
Troconis, sólo hasta 1818 (23), y sin privársele del mando, como
sí lo fueron
su segundo Enrile y ya lo había sido antes Mon­
teverde. No obstante, es preciso reconocer
que los reos fueron juzga­
dos con todas las
de la ley, bajo el control de su virtual Ministro
de Justicia, el abogado antioqueño Faustino Martínez; los "histo­
riadores oficiales"
ni han publicado ni hablan del contenido de
dichos juicios, en especial de las defensas que los próceres hicie­
ron de sus causas, particularmente José Maria Carbonell y
el sabio
Caldas, pues éstas se convertirían hoy
en día en la peor de las
acusaciones. Tan sólo
queda el recuerdo de la célebre frase de
Morillo ante Caldas, "España no necesita de sabios"; era una tra­
ducción de la de los jueces franceses ante otro científico, Lavoi­
sier: "La Revolución no necesita de sabios".
Éste fue otro choque en toda América, pues los oficiales penin­
sulares que llegaban, estaban saturados de ... ideas republicanas,
masónicas y enciclopedistas; a su vez, los realistas se-sintieron frus­
tados, proceso de desencanto que culminará en el curso de las
segundas Cortes de Cádiz
en 1820. De todo esto queda una paté­
tica síntesis, la de Restrepo, futuro ministro de Bolívar:
"Los pueblos ... odiaban el sistema actual suspirando por el
régimen antiguo ... si Morillo, en vez de cebarse de sangre ame-
ricana hubiera usado la plenitud
de sus facultades y enviado a la
Península a los jefes de la revolución qué cayeron en sus ma:..
nos ... los mismos pueblos habñan permanecido trariquilos por
muchos años" (24).
De donde puede colegirse que la acción de Bolívar habría
naufragado en el vacío, al no contar con la NueVa Granada, el
Punto de Arquímedes desde el cual movió siempre las palancas
(23) El Tiempo. Bogotá, enero 30 de 1966.
(24) RFsTREPO, Historia, tomo 1, op. cit., págs. 301 y 443.
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de su mundo político. Sin embargo, éste es tan sólo un ejercicio
de análisis teórico, pues, a su vez1 la actitud de Bolívar condicio­
naba la de Morillo; quien, en Memorias nunca desmentidas evoca
la
Declaratoria de Guerra a Muerte en tanto que plena justilica­
ción para su posterior Régimen de Terror
(25), tema que pennite
volver de nuevo al terreno de acontecimientos reales y terribles
que descandenaron en América la Guerra Civil de la Indepen­
dencia. En efecto,
en el curso de enero de 1813 el coronel republi­
·cano Antonio Nicolás Briceño, un verdadero delincuente, en
asocio de algunos aventureros, principalmente extranjeros,
lanzó el primer manifiesto
de Guerra a Muerte en cuyo articu­
lado se enuncia
que para tener derecho a una recompensa o un
grado bastará con presentar cierto número de cabez.as en las
siguientes proporciones: el soldado que presentase 20 cabezas
sería
hecho insignia en actividad, 30 le valdrian el grado de
subteniente, 50 el de capitán, etc.; además, en la misma pro­
porción se repartitian los bienes de las víctimas. Su texto fue
enviado para ser refrendado a los generales Castillo y Bolívar,
en sendas copias escritas con_ la sangre de dos ancianos_ penin­
sulares asesinados, cuyas cabezas adjuntó este "oficial de ho­
nor" como le denominó posteriormente Bolfvar cuando a su vez
supo de su fusilamiento
por el "bárbaro y cobarde Tízcar" (26),
siendo
en la actualidad recordado por el historiador Armando
Gómez Latorre como un "fogoso revolucionario y notable abo­
gado trujillano" (27).
El general Castillo respondió indignado y comunicó del
hecho
al Congreso de la Nueva Granada, el cual procedió en
forma similar y ordenó terminantemente su anulación, en rasgo
que
le honra (28). En cambio para Bolívar fue un estímulo, pues
en junio del mismo año proclamó ante el mundo entero:
(25) Memoires du General Morillo. Pañs, 1826, págs. 3-5-8 (Chez P. Dufart
Libraite).
(26) BoLfvAR, Obras con1pletas. Bogotá, 1979, tomo 1, pág. 61.
(27) El Tiempo. Bogotá, 30 de junio de 1983.
(28)
RErnraPo, Historia, tomo 11, op. cit., pág. 130.
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"Españoles y canarios contad con la muerte aun siendo indi­
ferentes,_ si no obráis activamente en obsequio de la libertad de
América. Americanos, contad con la vida aun siendo culpables".
Pero como, al contrario, los americanos continuaban engro­
sando las filas realistas,
él mismo procedió el 6 de septiembre de
1813 a expedir otro decreto complementario, mediante el cual se
aplica igualmente la guerra a muerte a los "criollos" que
no se
manifiesten independentistas,
con un increíble aditamento:
"Para aquéllos que antes han sido traidores a su patria y a
sus
conciudadanos y reincidiesen en ello, bastarán sospechas
vehementes para ser ejecutados" (29),
El peninsular Boves, a su vez, aceptará en reto en la Procla­
ma
de Guayabal del 1 de noviembre; fue censurado por las auto­
ridades
de la Corona, aunque también hizo caso omiso de ellas.
Así se desencadenará una sinfonía de masacres por parte y parte
que
aún no cesa, pues entró a formar parte de las actitudes his­
panoamericanas, cuyos rebeldes advocan a
Bolívar victorioso
proclamando
el 1 de noviembre de 1819, luego de la Batalla de
Boyacá:
"Recuerde Ud. los violento~ resortes que he tenido . que
mover para lograr lbs pocos sucesos que nos tienen con vida.
Para comprometer cuatro gu:érrillas que han contribuido a libe­
ramos·, fue
necesario declarar la guerra a muerte; para hacernos
de algunos partidarios fieles necesitamos de la libertad de los
esclavos; para reclutar los dos ejércitos del año pasado y é.ste
tuvimos que recurrir a la formidable ley marcial, y para conseguir
170.0CX> peSOs que están marchando para Guayana, hemos pedi­
do y tomado cuantos fondos públicos y particulares han estado
a nuestro alcance" (30).
Al analizar las repercusiones que semejantes medidas tuvie­
sen sobre su conciencia, el doctor Mauro Torres escribe:
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(29) BoLÍVAR, Obras completas, tomo V, pág. 227.
(30)
BoLfvAR, Obras completas, tomo 1, pág. 394.
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UNA LIBERTAD IMPUESTA: GUERRA A MUERTE
"Dos meses antes de morir aleccionaba a Urdaneta co:n el
mismo espíritu: ·Tenga Ud: entendido que se ha observado en la
historia
que en todas las guerras civiles ha vencido siempre el
más feroz o el más enérgico~. Ni sombra de culpa o arrepenti­
miento.
Es aquí donde las fronteras entre el hipomaníaco y el J)Si­
cópata que había en Bolívar, como en su padre, pierden nitidez
y se esfuman" (31).
Es entonces cuando al recordar las diferentes teoñas sobre la
libertad
en el interior de las personas se está tentado a aceptar la
imagen del imán
de Leibniz; o a creer al propio Bolívar cuando
casi
en la cumbre de su gloria escribía a Santander desde Pativil­
ca el 7 de
enero de 1824:
" ... Además, me suelen dar, de cuando en cuando, unos ata­
ques de demencia aun cuando estoy bueno, que pierdo entera­
mente la razón, sin sufrir ·el más pequeño ataque de enfermedad
y de dolor'' (32).
Era justamente lo que Nietzsche sostenía acerca de la mayo­
tia de los llamados grandes hombres, los superhombres.
En cuanto
al homélico y dantesco cuadro de los humanos en
la Guerra Civil Independentista en América puede decirse que
aún no ha encontrado su poeta o dramaturgo, ya que hásta ahora
tan sólo han podido producirse acartonados y convencionales
relatos
en los cuales el héroe republicano aplasta al perverso rea­
lista
(el "español" en los textos) y libera la bella Colombia.
Será preciso
que aparezca un H. de Balzac criollo para que
lleve a las letras o a la pantalla esas vívidas escenas
que harán
palidecer las que el escritor tradicionalista francés inmortalizó
en
tal momento en los Chouans o ahora J. F. Chiappe en la Vandea
en Armas. Ellos no imaginaron fervorosas masas indígenas acau­
dilladas por caciques como el de Mamatoco y sus honderos,
batiéndose hasta el último aliento
por el rey, a nombre de quien
sus oficiales les impusieron las más altas condecoraciones, ni
(31) Mauro TORRES, Bolívar: Genio, constitución, caré1.cter. Bogotá, 1979,
pág. 126.
(32) BoúvAR, Obras con1pletas, tomo 11, pág. 271.
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LUIS CORSI OTÁLORA
pudieron concebir habria tribus anegadas en llanto al infonnárse­
les ya no había monarca, como tampoco podía pasárseles por la
mente que algunos Próceres
de Popayán a nombre de la libertad
volverian a colocar
_grillos a los negros realistas caldos de nuevo en
manos suyas, luego de que "imprudentes" comandantes legitimis­
tas les
hablan roto las cadenas; los cuales, desde Santa Marta con el
capitán Narciso Crespo y sus entusiastas falanges hasta aquel Pasto
heroico y legendario que
no tiene nada que envidiar a una anti,
güedad sublimada, vieron a sus mujeres y

a sus hijas batiéndose
en calles y plazas al lado de milicianos que a semejanza del gene­
ra!Agualongo (33), también
en Ocaña, Girón, Sogamoso y Neiva
dieron raudales de su propia sangre para refrendar la propia idea
de una Patria a la rual le han ocultado sus hazañas.
Alguna luz ha comenzado a surgir
aquí y allá, por ejemplo en la
desgarrada Venezuela,
en donde luego de la publicación del Uro­
gallo, relato de Francisco Herrera Luque, cuyas ediciones se multi­
plican, comienzan a aparecer flores sobre la
tumba de Boves (34).
No era el caso de tomar como simbolo a quien deshonró su propia
causa y mereció
las más enconadas censuras de unas autoridades
realistas prácticamente a su merced; cuando tuvieron los medios de
poner coto a los desmanes
de sus enloquecidos llaneros, éstos fue­
ron pasando a las
filas adversas, entre ellos el futuro héroe de la
Batalla del Pantano
de Vargas, coronel Juan José Rondón, al cual,
ruanta el propio Bolívar, quiso asesinar en varias ocasiones el equi­
valente de Boves en el campo re·publicano, . coronel Leonardo
Wante, cuya personalidad describe así el ya entonces presidente:
"Su .. instinto único y universal era matar a los vivientes y des­
truir lo· inanirnal; que Si veía un perro o un ·cordero le daba un
lanzamiento y Si una casa, la quemaba. Todo a mi presencia'' (35).
Pero_ como no es el caso de entrar en estos detalles, será pre­
ciso pasar a analizar las tendencias a través de las cuales comen­
zaba a caracterizarse el régimen naciente.
(33) Alberto MoNrEZUMA HURTADO, Banderas solitarias. Vida de Agualongo.
Bogotá, 1981 (Ed. Cromos).
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(34) Francisco HERRERA LUQUE, Boves, el urogallo. Barcelona, 1980 (Ed. Pornaire).
(35) BoúvAR, Obras completas, tomo 11, págs. 539-540.
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